—Hola a todos, ¿cómo estáis? Ya estoy aquí, ya he vuelto, y ninguna de las teorías que he leído sobre mi supuesta desaparición son ciertas, aunque confieso que la que más me ha gustado es la de la abducción por parte de extraterrestres. Dejad que os diga que es mucho más probable, muchísimo más, que suceda eso a que vuelva con Rubén, como he leído también en alguna parte. Tampoco me he fugado con Víctor, aunque él es mucho más atractivo que todos los alienígenas del universo juntos, exceptuando a Supermán, siempre que Supermán sea Henry Cavill, claro. Bueno, en realidad, Víctor está mejor que Henry, pero no se lo digáis, a Henry, quiero decir. Víctor está en Estados Unidos por trabajo; si alguno de vosotros le ve por allí, preguntadle por su gato, el de la caja, de mi parte. Él lo entenderá. A ver, ¿por dónde iba? Ah, sí, no me han abducido los extraterrestres, no he vuelto con Rubén —pongo cara de asco— y tampoco me he fugado con Víctor; solo he estado unos días con mi familia. —No es mentira del todo; al llegar de Londres me fui a casa de mi hermana Marta—. Si el presidente del país y Kim Kardashian pueden tomarse unos días para descansar, yo también, ¿no? Pero voy a confesaros que os he echado mucho de menos. No nos pongamos sentimentales. —Golpeo la mesa como un tambor—. Os debo mi veredicto sobre John, el chico de julio, así que ahí va: John me cayó muy mal al principio. No podía soportarle. ¿Le habéis visto? Es demasiado rubio, demasiado… ¡demasiado perfecto! Es como el Ken Surfista. Sí, sé que no soy muy objetiva en lo que a este deporte se refiere. Y para rematarlo, cuando llegué a Mallorca, John lo tenía todo orquestado. Nada era espontáneo ni natural ni improvisado ni nada. Vosotros os disteis cuenta, lo sé, y aunque algunos comentarios fueron un poco desagradables os agradezco que estéis siempre aquí y que me ayudéis a defender y a cuidar el espíritu de Los chicos del calendario. —Respiro profundamente. Esto va a ser más difícil de lo que pensaba—. Teníais razón, John no fue elegido por el mismo sistema que el resto de chicos del calendario. Lo siento, no volverá a repetirse. —He hablado con Sergio y Vanesa antes; ellos saben que estoy diciendo esto, y también lo sabe Sofía y me imagino que Salvador, aunque a él yo no se lo he dicho. Intentaron hacerme cambiar de opinión, pero les dije que era la mejor opción y que tenían que confiar en mí. Al final, accedieron. No sé si porque vieron que no iban disuadirme o si Salvador tuvo algo que ver, pero no pienso preguntárselo. Lo habría hecho de todos modos—. Los chicos del calendario son un proyecto precioso y, a veces, para proteger algo en lo que de verdad crees tienes que hacer concesiones, lidiar con un revés que no te esperabas. John ha sido eso, una concesión, pero a pesar de todo no está descalificado porque, si bien es cierto que su elección no cumplió con el procedimiento al pie de la letra, él al final me demostró que era un buen candidato y que se merece estar aquí.
Hago una pausa y, curiosamente, mi gato de la suerte mueve la pata; le habrá llegado una ráfaga del aire acondicionado, me lo he traído conmigo. Lo miro un segundo y después miro a Abril, que me anima a continuar con una sonrisa. Ella está siendo un gran apoyo estos días, siempre lo es, y ahora que está embarazada está imparable, como si tuviera una fuente incansable de optimismo y de energía dentro.
—Me imagino lo que estáis pensando: ¿Por qué no descalifica a John? Pues porque John es mucho más que una cara bonita o una cuenta de Instagram con millones de seguidores. John tiene una faceta pública y otra que no enseña a casi nadie. Sí, vale, esto suena un poco al doctor Jekyll y al señor Hyde, y algo se le parece, pero lo que quiero decir es que John es mucho más que todo esos «me gusta» y que sabe ser amigo de sus amigos. John, el de verdad, juega a los videojuegos en su habitación de hotel cuando está cansado y está dispuesto a correr verdaderos riesgos para ayudar y proteger a sus amigos. Os pondré un ejemplo: ¿Os acordáis de que Rubén apareció en Mallorca? No disimuléis, seguro que lo visteis, pues bien, el imbécil de Rubén vino a causarme problemas y John, que acababa de conocerme, se puso de mi parte e hizo todo lo posible por ayudarme y por quitarme de encima a esa babosa asquerosa que es mi ex. En serio, ¿cómo podéis creer que volveré con él? Y cuando murió Enrique, el caballero del geriátrico que presentó a Alberto como candidato a chico del calendario, John también fue más allá para asegurarse de que yo pudiera asistir al funeral. Él podría haberme exigido que me quedase en Mallorca, al fin y al cabo, perdió días para lucirse, pero ni siquiera lo mencionó. Resumiendo, que a este paso os tengo aquí hasta mañana, John no me ha hecho cambiar de opinión sobre los hombres, pero me ha obligado a reconocer que las apariencias engañan y que todas las personas tenemos varias caras, la que mostramos a los demás y la que nos guardamos para nosotros mismos o, tal vez, para la gente que queremos y con la que nos atrevemos a ser sinceros. John, si me estás viendo, y seguro que es así porque Óscar te habrá avisado y te habrá dicho que si compartes este vídeo en las redes ganarás seguidores, deja el rollo de Ken Surfista y enséñale al mundo cómo eres. Tal vez perderás algún seguidor. —Me encojo de hombros—. Pero ganarás amigos; a mí, si quieres, apúntame en esa lista.
»Os dejo, tengo que hacer la maleta para irme a… Asturias. El chico de agosto se llama Nacho, trabaja de bombero y guarda forestal, y de momento ha sido un sol aceptando empezar unos días más tarde. Estoy impaciente por que le conozcáis y, por favor, no empecéis con las bromas de los fuegos y los bomberos en cuanto veáis la foto que colgaremos mañana, aunque estarían más que justificadas —guiño un ojo—. Adiós, portaos bien o, mejor, portaos mal.
Abril apaga la cámara. Estamos solas en mi antiguo cubículo de Gea; entre que hay más de media plantilla de vacaciones y que aún no son las ocho de la mañana, no me extraña que no haya nadie.
—Has estado muy bien.
—Gracias.
Ordeno la mesa a pesar de que no hay nada fuera de lugar; cualquier excusa me sirve para disimular.
—¿Cuándo piensas contarme dónde has estado estos días?
Ignoro descaradamente la pregunta.
—¿Has visto a Manuel? ¿Cuándo vuelves a tener cita con el médico? Me encantaría acompañarte, si a él no le importa, bueno, y a ti tampoco. Porque entendería perfectamente que me dijeses que no, es algo muy íntimo y, la verdad…
Abril me sujeta las manos.
—Cande, para. Para un momento. ¿Qué te pasa? La última vez que hablamos estabas en Mallorca cabreada con Barver y a punto de venir a pasar un par de días en Barcelona antes de seguir con el concurso. Y de repente —chasquea los dedos de una mano— te esfumaste, te fuiste de vacaciones con Marta y convenciste a Sofía, a Sergio y a Vanesa de que emitiesen ese comunicado.
—A ti también te escribí.
Me suelta (está realmente enfadada):
—Sí, para pedirme que apoyase tu propuesta si alguien me preguntaba. Pero no me dijiste la verdad. ¿Dónde has estado?
—¿Tú cómo te encuentras?
—No despistes, Cande, y contesta.
—Está bien, pero te aseguro que tu historia es mucho más interesante. Tú estás embarazada.
—Lo sé, lo compruebo cada mañana cuando meto la cabeza en el wáter para vomitar. Desembucha.
—Tú estás embarazada y yo… yo soy una idiota, ¿vale? ¿Contenta? —Me cuelgo el bolso del hombro—. ¿Te importa si continuamos con mi humillación en un café? No quiero que entre alguien y me vea o, peor aún, me grabe. Sería el colmo.
—Vale, pero cálmate un poco, Cande. Se supone que la que tiene las hormonas alteradas soy yo y no tú.
—Tienes razón. —Los movimientos con los que me recojo el pelo no me hacen parecer demasiado centrada, pero es un intento—. Lo siento. ¿Vamos a ese café que hay en la calle París?
—¿El del pastel de chocolate que juraste que nunca más volverías a comer porque notabas cómo te crecía el culo mientras lo tragabas?
—Ese.
—Lo del culo es una tontería, Cande, lo tienes estupendo y aunque no fuese así, que lo es —añade apresuradamente al ver que me horrorizo—, que les den. Hay días que todas nos merecemos una ración extra de pastel de chocolate.
—Tienes razón.
Por suerte el café está abierto; no sé cómo habría reaccionado de encontrármelo cerrado por vacaciones. Está abierto y tienen pastel, tal vez mi suerte ha empezado a cambiar. Yo pido un café y Abril lo huele y pide una infusión.
—¿El médico te ha dicho que no puedes tomar café?
—No, pero una cosa es tomar café y otra metértelo en vena como hago yo normalmente. He reducido las tazas que tomo al día, eso es todo. No intentes atraparme en el maravilloso mundo de las conversaciones de embarazadas. Te juro que yo creía que todo esto eran chorradas y que si algún día me pasaba a mí no las tendría, pero no puedo evitarlo, en serio. No te rías.
—Se te ve feliz. —Abril sigue siendo sarcástica y lleva los labios pintados del fucsia más estridente que he visto nunca, y al mismo tiempo desprende algo distinto; algo que me atrevería a definir como dulzura si no tuviera miedo de que fuese a pegarme al oírlo.
—Lo estoy. —Se encoge de hombros—. Cuéntame qué ha pasado estos días. ¿Estabas con Víctor?
—No, aunque apareció en el aeropuerto el día que me iba de Palma.
Abril se me queda mirando unos segundos y, será porque hace años que me conoce o porque Salvador se me nota en la cara o tal vez porque refunfuño y aprieto la cuchara como si quisiera estrangularla y él es el único hombre que me causa este efecto, adivina la verdad. O parte de la verdad.
—Has estado con Barver.
—Sí.
—Mierda, Cande.
—Sí. Mierda.
—¿Qué ha pasado? Creía que no habías hablado con él desde que no apareció en el funeral de Segovia y discutisteis por teléfono.
Por muy enfadada que esté con Salvador no voy a contarle a nadie lo de su enfermedad, así que, aunque odio mentirle a Abril, modifico un poco la historia.
—Me llamó cuando estaba en el aeropuerto y fui a verlo.
—Espera un momento, ¿me estás diciendo que Salvador te llamó por teléfono y que Víctor estaba allí, en persona, y elegiste a Barver? ¡Tú eres tonta! Eso es como tener un bocadillo de jabugo delante, con una copa de un buen vino al lado, y largarte a comer un sándwich de pavo sin sal en una gasolinera. No puedo comer cerdo. Lo siento, es la primera comparación que se me ha ocurrido.
—¿No puedes comer jamón?
—No. No vuelvas a pronunciar la palabra; noto que estoy salivando y veo flotar paletillas delante de mis ojos. ¿Dejaste a Víctor, ¡a Víctor!, el tío más rudo y sexy que he visto en mucho tiempo, para irte con Barver?
—Vaya, y yo que creía que no ibas a tomar partido.
—Pero bueno, ¿de verdad creías que iba a ser capaz de mantenerme imparcial después de todo? No negaré que Barver tiene su punto; el rollo autómata y tío inalcanzable tiene su punto, y está tremendo. Lo siento, son las hormonas.
—No son las hormonas, siempre has hablado así de los tíos.
—Vale, al menos ahora tengo excusa. Barver tiene morbo, no lo niego, pero Pastor es… Ese tío es genial, Cande, y es de verdad. ¡Y vino a buscarte a Mallorca!
«Y siempre me dice la verdad y está dispuesto a luchar por nosotros», me muerdo la lengua.
—Lo sé, pero no es tan fácil. Y Víctor también ha metido la pata. —Abril levanta una ceja—. No estoy intentando justificarme, pero él tampoco es perfecto. Y yo no podía irme con él sin saber si lo mío con Salvador podía arreglarse.
—¿Y puede arreglarse?
—No.
—¿Estás segura?
—Segurísima. De hecho, si algún día me oyes decir que me estoy planteando volver con Salvador, pégame. Fuerte.
Abril sonríe.
—Es tu kriptonita, ya te lo dije hace semanas. Tranquila, yo seré tu LexLuthor.
Abro los ojos y la boca.
—Mírala citando correctamente personajes de cómic. —Me cruzo de brazos—. Deduzco que es mérito de Manuel. ¿Has vuelto a verle?
Abril se sonroja, le sienta bien.
—Sí. Pero hoy no hablamos de mí. ¿Qué vas a hacer ahora?
—Ahora mismo —miro la hora en el reloj—, ahora mismo me comeré otro trozo de tarta y después llamaré a un taxi para que me lleve al aeropuerto. Tengo la maleta en Olimpo y ya me he despedido de mi familia. Tengo que llegar a Asturias esta tarde, no puedo robarle más días al chico de agosto.
—¿Este chico es ese del que me hablaste hace tiempo, ese chico que había estudiado en tu colegio?
—El mismo —bajo la voz—, pero nadie puede saber que Nacho y yo nos conocíamos de antes. Va en contra de las normas de Los chicos del calendario.
—¿Nacho quién? No sé de quién me estás hablando. —Guiña un ojo—. De todos modos, ya sabes que nunca hablo de mi trabajo con nadie. Si me pusiera a contar todo lo que sé sobre ciertas modelos y famosetes, podría retirarme. Tal vez lo haga, esto del embarazo y de los niños es carísimo.
—Pues según Marta va a peor, aunque seguro que vale la pena.
—¿Estás bien, Cande?
—Sí. —Corto un trozo de pastel y me lo acerco a la boca—. ¿Por qué lo dices?
—Cuando el imbécil de Rubén te dejó por Instagram estabas enfadada y aturdida, y con Barver te he visto furiosa, feliz, preocupada, triste, entusiasmada y en cambio ahora pareces…
—¿Qué parezco?
—No lo sé, como si no te importara.
Dejo el tenedor y lo pienso durante unos segundos mientras Abril me observa. Lo de tener una amiga que te conoce tan bien puede ser un incordio a veces: no te deja esconderte de la realidad.
—Supongo que estoy cansada, Abril.
—¿De Los chicos del calendario?
—No, de Los chicos no. Este proyecto es lo mejor que me ha pasado en la vida y en este instante es probable que pueda mantener la calma gracias a él.
—¿Entonces?
—Estoy cansada de equivocarme, de escoger siempre la opción incorrecta. De confiar en quien no debo.
«De enamorarme de quien no se lo merece».
—Las únicas personas que no se equivocan nunca son las que no hacen nada, Cande. ¿Puedo decirte algo?
—Claro.
—Con Rubén actuaste por inercia, no hiciste nada, sencillamente te dejaste llevar. Intentaste ser una buena novia, y el tío te hizo una marranada. En cambio, con Barver o incluso con Víctor te he visto arriesgarte, tomar decisiones, ser valiente.
—Y mira qué bien me ha salido todo, Abril. ¿Sabes qué necesito?
—No.
—Una de esas bolas negras que salen en las películas que las sacudes y te dicen qué tienes que hacer.
—Tú estás tonta.
—No, piénsalo, visto mi currículum, creo que la bola negra tendría más probabilidades de acertar que yo.
—Pues yo creo que lo estás haciendo muy bien. —Al verme levantar las cejas, añade—: Sí, Barver es un cretino y te ha roto el corazón, pero hace un año ni siquiera te habrías atrevido a saludarle por un pasillo y ahora le has visto desnudo y has hecho el pino-puente con él. Y Víctor, a él le obligaste a reaccionar y has discutido y te has acostado con él y, pase lo que pase entre ese leñador y tú, en el futuro estoy segura de que siempre formará parte de tu vida.
—¿Qué quieres decir con todo esto?
La verdad es que le hago esa pregunta porque si sigue hablando de Víctor me pondré a llorar.
—Quiero decir que estás viviendo, Cande, y que no se te da nada mal, así que ahora te terminarás esta tarta, subirás a un avión rumbo Asturias y le demostrarás a todo el mundo que si alguien puede encontrar a un tío que valga la pena en este país eres tú, ¿de acuerdo?
—Vale. Pero se suponía que la que iba a llorar hoy eres tú y yo me estoy portando como un concursante de Operación Triunfo y llorando a moco tendido mientras tú estás en plan sargento de hierro.
—Y que no se te olvide.
—Señor, sí, señor.
Después de abrazar a Abril y jurarle mi amor eterno voy a Olimpo a por mi maleta y salgo pitando hacia el aeropuerto. Con Vanesa y Jan me reuní ayer; los dos fingieron que seguían creyéndose que los días que no había estado localizable los había pasado con mi hermana Marta y yo les di las gracias por preguntar por ella. Me gustaría pedirle a Sergio que llame a Salvador más a menudo, insinuarle de algún modo que no se crea ciertas cosas de él y obligarle así a indagar más o a descubrir la verdad. No lo hago, no solo porque no quiero traicionar de esa manera a Salvador, sino porque sería injusto para Sergio y a él empiezo a considerarle mi amigo.
Abril tiene razón, llevo medio año, ¿qué digo medio año?, más de siete meses arriesgándome, acercándome a personas a las que antes no me habría atrevido ni a acercarme, contándoles cosas de mí, invitándolas a formar parte de mi vida. Víctor me invitó a formar parte de la suya, me lo pidió, me dijo incluso que creía que podíamos crear una juntos.
Salvador, en cambio, siempre me echa de la suya. Ahora sé que está enfermo y tal vez puedo atreverme a pensar que me echa porque quiere protegerme o porque ha visto demasiadas veces Armagedon y es de los que creen que esta clase de sacrificios demuestran que eres valiente y quieres a alguien. Yo no lo veo así. Porque lo único que es verdad al final de todo, cuando quitas todos los adornos, lo único que queda es que Salvador me ha echado de su vida.
Pero ha sido la última vez.
Cuando llego al aeropuerto de Oviedo sonrío y mientras espero frente a la cinta transportadora a que salga mi maleta le hago una foto a un cartel que pone: «Destino Barcelona: cancelado» y justo debajo hay un póster de Asturias.
«#AdiosBarcelona#BarcelonaCancelado#HolaAsturias #FelizDeHaberVuelto #NoVuelvoAIrmePorNadaDelMundo
#ChicoDeAgostoAlláVamos
#LosChicosDelCalendario
».