James Guillaume, amigo y compañero de armas de Bakunin, se cuidó de la edición de los últimos cinco volúmenes de la edición francesa en seis volúmenes de sus obras escogidas. Los apuntes biográficos de Bakunin de Guillaume se publican aquí completos por primera vez en castellano. Originalmente aparecieron en la introducción al segundo volumen de la edición francesa.
Estos apuntes son una fuente primordial de información no sólo sobre la vida de Bakunin, sino también sobre los acontecimientos más importantes del movimiento socialista de aquella época. Asimismo constituyen una valiosa aportación a muchas de las selecciones presentes en este libro. Guillaume, que no se limitó a registrar acontecimientos, sino que también participó en la conformación de los mismos, había sentido inclinación por el anarquismo antes de conocer a Bakunin en 1869. Anteriormente, había sido uno de los fundadores de la Primera Internacional en Suiza, que celebró en Ginebra en 1866 su primer congreso. Asistió a todos sus congresos y, con el tiempo, publicó una historia en cuatro volúmenes de la Internacional que se ha convertido en una fuente indispensable de información sobre el movimiento socialista de la época, así como de los orígenes del movimiento sindicalista revolucionario de principios de siglo en Francia y demás países. Guillaume escribió mucho sobre la teoría y la práctica de la liberación y editó una cantidad de periódicos. Sus extensos escritos representan una contribución sustancial a la teoría de la educación progresista libertaria, en especial a la representada por el pedagogo suizo de principios del siglo XIX, Johann Pestalozzi.
I
Mijaíl Alexandrovich Bakunin nació el 18 de mayo de 1814[1] en la finca de su familia, en el pequeño pueblo de Priamujino, en la provincia de Tver. Su padre era diplomático de carrera y, como joven agregado, había vivido durante años en Florencia y Nápoles. A su regreso a Rusia, se estableció en la finca paterna donde, a la edad de cuarenta años, se casó con una joven de dieciocho años de la destacada familia Muraviev. De ideas liberales, por un tiempo estuvo platónicamente comprometido con uno de los clubs decembristas.[2] Después de la coronación del zar Nicolás I, sin embargo, Bakunin abandonó la política y se dedicó al cuidado de su finca y a la educación de sus hijos, cinco mujeres y cinco varones, el mayor de los cuales era Mijaíl.
A los quince años, Mijaíl ingresó en la Escuela de Artillería de San Petersburgo de donde, tres años más tarde, ya oficial fue enviado a las guarniciones de las provincias de Minsk y de Grodno, en Polonia. Llegó a su destino poco después de que la insurrección polaca de 1832 hubiera sido aplastada. El espectáculo de una Polonia aterrorizada escandalizó y conmovió al joven oficial noble y agudizó su odio al despotismo. Dos años más tarde, abandonó el ejército y se fue a Moscú, donde vivió los seis años siguientes, pasando algunas vacaciones de verano en la finca familiar.
En Moscú, Bakunin estudió filosofía y empezó a leer a los enciclopedistas franceses. Su entusiasmo por la filosofía de Fichte, compartido con sus amigos Stankevich y Belinski,[3] llevó a Bakunin a traducir, en 1836, el Vorlesungen über die Bestimmung des Gelehrten (Conferencias sobre la vocación del estudioso) de Fichte. A partir de este autor, Bakunin se sumergió en la filosofía de Hegel, en ese entonces el pensador que mayor influencia ejercía sobre los intelectuales alemanes. El joven abrazó el hegelianismo de forma total, deslumbrado por la máxima «Todo lo que existe es racional», aun cuando también sirviera para justificar el Estado prusiano. En 1839 conoció a Alexander Herzen y a su amigo Nicholas Ogarev quien acababa de regresar a Moscú del exilio, pero en ese momento las ideas de los tres eran demasiado divergentes como para que el encuentro fuera fructífero.
En 1840, a la edad de veintiséis años, Bakunin fue a San Petersburgo y de allí a Alemania a estudiar y prepararse para una cátedra de filosofía o historia en la Universidad de Moscú. Cuando, en ese mismo año, Nikolai Stankevich murió en Italia, Bakunin aún creía en la inmortalidad del alma (carta a Herzen, 23 de octubre de 1840). Sin embargo, en el curso de su evolución intelectual, llegó a interpretar la filosofía de Hegel como una teoría revolucionaria. Así como Ludwig Feuerbach, en La esencia del cristianismo, llegó al ateísmo por medio de la doctrina hegeliana, Mijaíl Bakunin aplicó las teorías de Hegel a sus propias ideas sociales y políticas y llegó a la Revolución Social.
En 1842, Bakunin se trasladó de Berlín a Dresde. Allí colaboró con Arnold Ruge[4] en la publicación del Deutsche Jahrbücher («Anuarios alemanes») en donde por primera vez empezó a formular sus ideas revolucionarias. Su artículo, «La reacción en Alemania», de Cartas a un francés, concluía con la famosa declaración:
Pongamos nuestra confianza en el eterno espíritu que destruye y aniquila porque es la fantasmagórica y eterna fuente creativa de toda vida. El deseo destructivo es también un deseo creativo.
Al principio, Herzen creyó que el artículo realmente había sido escrito por un francés y escribió en su diario que «ésta es una instancia poderosa y firme, una victoria para el partido democrático. El artículo, de principio a fin, producirá un gran interés».
El ilustre poeta alemán Georg Herwegh visitó a Bakunin en Dresde y los dos hombres iniciaron una amistad duradera. Un residente en Dresde, que también se hizo muy amigo de Bakunin, fue el músico Adolf Reichel.
Al poco tiempo, el gobierno sajón se volvió abiertamente hostil a Ruge y sus colaboradores; Bakunin y Herwegh abandonaron Sajonia y se fueron a Suiza. Allí, Bakunin se puso en contacto con los comunistas alemanes agrupados en torno a Wilhelm Weitling.[5] En Berna, durante el invierno de 1843-1844, inició una amistad que duraría toda la vida con Adolf Vogt, quien más tarde fue profesor de medicina en la Universidad de Berna. Cuando el gobierno ruso exigió que Suiza deportara a Bakunin a Rusia, éste dejó Berna en febrero de 1844, pasó primero por Bruselas y luego llegó a París, donde residió hasta 1847.
II
En París, Bakunin volvió a encontrarse con Herwegh, conoció a la mujer de este último, Emma Siegmund, y a Karl Marx que había llegado en 1843. Al principio, Marx colaboró con Arnold Ruge, pero Marx y Engels pronto siguieron su propio camino y empezaron a formular su propia ideología. Bakunin frecuentaba a Proudhon, con quien mantenía discusiones que duraban toda la noche, y estableció lazos de buena amistad con George Sand. Los años en París fueron los más fructíferos para el desarrollo intelectual de Bakunin; fue cuando empezaron a tomar forma las ideas básicas de su programa revolucionario, aunque sólo mucho tiempo después pudo liberarse por completo del idealismo metafísico. El mismo Bakunin nos informa, en un manuscrito de 1871, de sus relaciones intelectuales con Marx y Proudhon durante este período. Recuerda que:
En cuanto a conocimientos, Marx estaba y aún está incomparablemente más avanzado que yo. En ese tiempo yo no sabía nada de economía política, y mi socialismo no era más que instintivo. Aunque más joven que yo, él ya era ateo, materialista consciente y socialista informado. Fue precisamente en aquel período cuando elaboró la base de su sistema tal cual es hoy. Nos veíamos a menudo. Yo lo respetaba mucho por sus conocimientos y por su apasionada dedicación a la causa del proletariado, aunque siempre iba mezclada de vanidad. Yo buscaba ansiosamente su conversación, que siempre era instructiva e ingeniosa cuando no se inspiraba en pequeños odios, lo que, por desgracia, sucedía con demasiada frecuencia. Nunca hubo una franca intimidad entre nosotros dos; nuestros temperamentos no lo permitirían. Me llamaba idealista sentimental y tenía razón; yo le llamaba vano, pérfido y astuto, y yo también tenía razón.
Bakunin nos ofrece la siguiente caracterización de Engels en su libro Estado y anarquía:
En 1845, Marx era el líder de los comunistas alemanes. Aunque su fiel amigo Engels fuera tan inteligente como él, no era tan erudito. Sin embargo, Engels era más práctico y no menos inclinado a la calumnia, la mentira y la intriga políticas. Juntos fundaron una sociedad secreta de comunistas alemanes o socialistas autoritarios.
En un manuscrito francés de 1870, Bakunin evalúa a Proudhon comparándolo con Marx:
Como le dije unos pocos meses antes de su muerte, Proudhon, a pesar de todos sus esfuerzos por desprenderse de la tradición del idealismo clásico, fue toda su vida un idealista incorregible, inmerso en la Biblia, en el derecho romano y en la metafísica. Su gran desgracia fue la de que nunca estudió las ciencias naturales ni hizo suyos sus métodos. Tenía el instinto del genio y percibió el camino correcto, pero, obstaculizado por sus maestros del pensamiento idealista, cayó en los viejos errores. Proudhon fue una perpetua contradicción: un genio vigoroso, un pensador revolucionario que ponía en cuestión los fantasmas idealistas y que, sin embargo, fue incapaz de superarlos... Marx, como pensador, está en el camino correcto. Ha establecido el principio según el cual la evolución jurídica de la historia no es la causa, sino el efecto del desarrollo económico, y éste es un concepto grandioso y fructífero. Aunque él no lo originó —en mayor o menor grado fue formulado por muchos antes que él—, se debe a Marx el haberlo establecido sobre bases sólidas como fundamento del sistema económico. Por otro lado, Proudhon comprendió y vivió la libertad mejor que él. Proudhon, cuando no estaba obsesionado por la doctrina metafísica, era un revolucionario por instinto; adoró a Satán y la anarquía. Es muy posible que Marx pueda construir un sistema aún más racional de libertad, pero carece del instinto de la libertad —sigue siendo de pies a cabeza un autoritario.
El 29 de noviembre de 1874 en París, con ocasión de una cena conmemorativa de la insurrección polaca de 1830, Bakunin pronunció un discurso en el que denunció al gobierno ruso. A petición del embajador ruso Kiselev, fue expulsado de Francia. Para contrarrestar las fuertes protestas de quienes simpatizaban con Bakunin, Kiselev hizo circular el rumor de que había sido empleado por el gobierno ruso para hacerse pasar por revolucionario, pero que había ido demasiado lejos. (Esto lo cuenta Bakunin en una carta a Fanelli, 29 de mayo de 1867.) Bakunin fue entonces a Bruselas, donde volvió a encontrarse con Marx. Sobre Marx y su círculo, Bakunin escribió a su amigo Herwegh:
Los trabajadores alemanes Bornstadt, Marx, Engels —en especial Marx— envenenan la atmósfera. La vanidad, la malevolencia, los chismes, las pretensiones y las jactancias en la teoría y la cobardía en la práctica. Disertaciones sobre la vida, la acción y el sentimiento... y una completa ausencia de vida, de acción y de sentimientos. Repulsivos elogios de los trabajadores más avanzados y charla vacía. Según ellos, Fueurbach es un «burgués» y el epíteto ¡BURGUÉS! es voceado ad nauseam por gente que son de pies a cabeza más burgueses que cualquiera en una ciudad de provincia; en suma, idioteces y mentiras, mentiras e idioteces. En semejante ambiente nadie puede respirar con libertad. Me mantengo alejado de ellos y he declarado abiertamente que no acudiré a su Kommunistischer Handwerkerverein (Sociedad de Sindicatos Comunistas) y que no tendré nada que ver con esa organización.
III
La revolución del 24 de febrero de 1848 volvió a abrir las puertas de Francia a Bakunin. Sin embargo, estaba a punto de regresar a París cuando los acontecimientos de Viena y Berlín le hicieron cambiar de planes y salió para Alemania en abril. Entonces, también esperaba poder participar en el movimiento insurreccional polaco. En Colonia se encontró una vez más con Marx y Engels, que habían empezado la publicación de su Neue Rheinische Zeitung. Fue cuando la Legión Democrática de París organizó una expedición a Alemania para lanzar una insurrección en el Gran Ducado de Baden. El intento terminó en un desastroso fracaso. Marx y Engels atacaron violentamente a Herwegh, el amigo de Bakunin, que, junto con otros exiliados alemanes, había sido uno de los líderes de la fracasada expedición. Bakunin salió en su defensa. Mucho tiempo después, en 1871, Bakunin escribió: «Debo admitir abiertamente que en aquella controversia, Marx y Engels tenían razón. Con su característica insolencia, atacaron a Herwegh personalmente cuando éste no estaba allí para defenderse. En una confrontación cara a cara con ellos, defendí ardientemente a Herwegh y allí comenzó nuestro mutuo desacuerdo».
Más tarde, en junio de 1848, Bakunin fue a Berlín y Breslau y luego a Praga, donde intentó desviar el Congreso eslavo hacia una política democrática y revolucionaria. Después de participar en la insurrección, que duró una semana y que fue brutalmente aplastada, regresó a Breslau. Aún estaba allí cuando el Neue Rheinische Zeitung —controlado por Marx— publicó en su número del 6 de julio una carta de un corresponsal de París que, en parte, decía:
Con respecto a la propaganda eslava, ayer nos informaron que George Sand tiene en su poder documentos que comprometen mucho al exilado ruso Mijaíl Bakunin y lo revelan como un agente ruso recientemente adquirido por su gobierno. Desempeñó un papel destacado en el arresto de los infortunados polacos. George Sand ha mostrado estos documentos a algunos de sus amigos.
De inmediato, Bakunin protestó contra esa infame calumnia en una carta publicada en el Allgemeine Oder Zeitung de Breslau y se reimprimió en el Neue Rheinische Zeitung el 16 de julio. Asimismo, escribió a George Sand pidiéndole una explicación. Ella le contestó con una carta abierta al director del Neue Rheinische Zeitung:
Las declaraciones de su corresponsal son absolutamente falsas. No existe ningún documento. No tengo la más mínima prueba de la insinuación hecha contra M. Bakunin. Jamás he autorizado a nadie, ni lo he hecho yo, a que se ponga en duda la integridad personal o la dedicación a los principios de M. Bakunin. Apelo a su sentido de honor y a su conciencia para que de inmediato publique esta carta en su periódico.
Marx publicó la carta junto al comentario: «Hemos cumplido con la obligación periodística de ejercer una estricta vigilancia sobre personalidades públicas destacadas y, al mismo tiempo, hemos dado la oportunidad a M. Bakunin de despejar las sospechas que han circulado en los círculos de París».
Es inútil elaborar aquí una teoría singular sobre el deber de la prensa de publicar acusaciones falsas y difamatorias sin intentar verificar los hechos.
Al mes siguiente, Bakunin y Marx se encontraron una vez más en Berlín y se llevó a cabo una renuente reconciliación. Bakunin recordó el incidente en 1871: «Amigos mutuos nos obligaron a abrazarnos y, durante nuestra conversación, Marx dijo, casi sonriente: “¿Sabe que ahora soy jefe de una sociedad comunista secreta tan disciplinada que, si yo le dijera a uno de sus miembros, ‘Mata a Bakunin’, usted estaría muerto?”».
Expulsado de Prusia y de Sajonia, Bakunin pasó el resto del año 1848 en el principado de Anhalt. Allí publicó en alemán el panfleto Llamamiento a los eslavos: por el patriota ruso Mijaíl Bakunin, miembro del Congreso de Eslavos. En este texto, Bakunin proponía a los revolucionarios eslavos que se unieran a los revolucionarios de otros países —húngaros, alemanes, italianos— para derrocar a las mayores autocracias de aquel momento: el Imperio ruso, el Imperio austrohúngaro y el Reino de Prusia; a esto le seguiría una libre federación de los pueblos eslavos emancipados. Marx criticó estas ideas en el Neue Rheinische Zeitung del 14 de febrero de 1849:
Bakunin es nuestro amigo, pero esto no nos impide criticar su panfleto. Aparte de los rusos, los polacos y quizás los eslavos turcos, ningún pueblo eslavo tiene un futuro por la simple razón de que carecen de las indispensables condiciones históricas, geográficas e industriales para su independencia y su supervivencia.
Con respecto a la divergencia de opiniones entre Marx y él sobre la cuestión eslava, Bakunin escribió en 1871:
En 1848 no estuvimos de acuerdo y debo admitir que su razonamiento era más correcto que el mío. Entusiasmado, transportado por el ambiente del movimiento revolucionario, yo estaba más interesado en el aspecto negativo que en el positivo de la revolución. No obstante, hay un punto en el que Marx no tenía razón y yo sí. Como eslavo, yo quería la emancipación de la raza eslava del yugo alemán; y él, como patriota alemán, entonces no admitía, como ahora tampoco lo admite, el derecho de los eslavos a liberarse de la dominación alemana. Entonces pensaba, como ahora sigue pensando, que la misión de Alemania es civilizar, es decir, germanizar a los eslavos, para bien o para mal.[6]
En enero de 1849, Bakunin llegó en secreto a Leipzig. Allí, junto con un grupo de jóvenes checos de Praga, se dedicó a la preparación de un levantamiento en Bohemia. A pesar de la creciente reacción en Alemania y Francia, aún había esperanzas porque, en más de un lugar en Europa, la revolución todavía no había sido aplastada. El papa Pío IX, expulsado de Roma, había sido reemplazado por la República Romana, encabezada por el triunvirato de Mazzini, Saffi y Armellini, con Garibaldi al frente del ejército. Venecia, recuperada su libertad, heroicamente rechazó el sitio de los austríacos; los húngaros, rebelándose contra Austria bajo el liderazgo de Kossuth, proclamaron la derrota de los Habsburgo. Y, el 3 de mayo de 1849, una rebelión popular se desató en Dresde provocada por negarse el rey de Sajonia a aceptar la constitución del Imperio alemán proclamada por el Parlamento de Frankfurt. El rey huyó y se constituyó un gobierno provisional. Durante cinco días, los rebeldes controlaron la ciudad. Bakunin, que había dejado Leipzig para ir a Dresde a mediados de abril, se convirtió en uno de los líderes de la rebelión inspirando heroísmo en los hombres que defendían las barricadas contra las tropas prusianas. De hombre gigantesco, ya famoso como revolucionario, Bakunin pasó a ser el centro de la atención. Pronto lo rodeó una aureola de leyenda. Se le atribuyeron las hogueras que encendieron los rebeldes; de él se escribió que había sido «el alma misma de la Revolución»; que había iniciado un terrorismo abierto; que, para detener a los prusianos e impedirles que abrieran fuego contra las barricadas, había aconsejado a los defensores que sacasen las obras de arte de los museos y las galerías y las expusiesen en las barricadas... las historias no tienen fin.
El 9 de mayo, los rebeldes, en gran inferioridad de número y de armas, se retiraron a Freiberg. Allí, Bakunin discutió en vano con Stephen Born (organizador del Arbeiter Verbrüderung, la primera organización de obreros alemanes) para que llevase las tropas que le quedaban a Bohemia y comenzara un nuevo levantamiento. Born se negó y dispersó sus tropas. Al ver que no había nada más que hacer, Bakunin, el compositor Richard Wagner y Heubner (un demócrata muy leal a Bakunin) fueron a Chemnitz. Allí, durante la noche, unos burgueses armados arrestaron a Heubner y a Bakunin y los entregaron a los prusianos. Wagner se escondió en la casa de su hermana y se escapó.
El rol de Bakunin en esta rebelión había sido tanto el de un luchador decidido como el de un gran estratega. Hasta el hostil Marx se sintió obligado a reconocer su sobresaliente contribución en una de sus cartas, algunos años más tarde, al Daily Tribune de Nueva York (2 de octubre de 1852), titulada «Revolución y contrarrevolución en Alemania»:
En Dresde, la batalla callejera duró cuatro días. Los tenderos de Dresde, organizados en «guardias comunitarios», no sólo se negaron a luchar, sino que muchos de ellos apoyaron las tropas en contra de los insurrectos. Casi todos los rebeldes eran obreros de las fábricas cercanas. En el refugiado ruso Mijaíl Bakunin encontraron a un líder capaz y con sangre fría.
IV
Conducido a la fortaleza de Königstein, Bakunin pasó muchos meses detenido y fue incluso condenado a muerte el 14 de enero de 1850. En junio le conmutaron la pena a prisión perpetua, pero las autoridades austríacas obtuvieron el permiso de extradición que habían requerido. Bakunin fue primero encarcelado en Praga y luego, en marzo de 1851, transferido a Olomouc, donde se lo sentenció a la horca. Una vez más le conmutaron la pena a prisión perpetua. Fue tratado brutalmente en las prisiones austríacas: se lo encadenó de manos y pies y, en Olomouc, lo encadenaron al muro de la prisión.
Poco después, los austríacos entregaron a Bakunin a los rusos, quienes lo encarcelaron en las horribles mazmorras de la Fortaleza de Pedro y Pablo. Al principio de su cautiverio, el conde Orlov, enviado por el zar, visitó a Bakunin y le dijo que el zar exigía una confesión escrita con el fin de que ésta colocara a Bakunin tanto espiritual como físicamente bajo el poder del Oso Ruso. Ya que todos sus actos eran conocidos, no tenía secretos que revelar, y decidió escribir al zar:
Usted quiere mi confesión, pero usted debe saber que un pecador penitente no está obligado a comprometer o revelar las malas acciones de los demás. Sólo tengo el honor y la conciencia de que jamás he traicionado a quienes han confiado en mí y por esa razón no le daré a usted ningún nombre.
Cuando el zar Nicolás I leyó la carta de Bakunin, comentó: «Es un buen muchacho, pero es un hombre peligroso y jamás debemos dejar de vigilarle».[7]
Con el comienzo de la guerra en Crimea en 1854, la Fortaleza de Pedro y Pablo quedó expuesta al bombardeo de los ingleses, y Bakunin fue transferido a la prisión de Schlüsselberg. Allí cayó víctima del escorbuto y se le cayeron todos los dientes. Ahora permitidme citar lo que yo mismo escribí el día en que murió Bakunin, señalando sólo lo que él me dijo personalmente sobre el último período de su encarcelamiento:
La atroz dieta de la prisión le había arruinado completamente el estómago (el escorbuto); todo lo que comía le causaba náuseas y vómitos y sólo podía digerir col cortada fina. Pero, pese a la debilidad de su cuerpo, su mente se mantuvo indemne. Era lo que más temía: que la prisión le quebrantara el espíritu, que dejase de odiar la injusticia y de sentir en su corazón la pasión por la rebelión que lo sostenía, que llegase el día en que perdonase a sus verdugos y aceptase su suerte, Pero no debiera haber temido eso: ni en un solo instante le flaqueó el espíritu y salió del purgatorio de su confinamiento como había entrado, impávido y desafiante...
También nos contó que para distraer su mente en la prolongada y terrible soledad, encontró placer en reproducir mentalmente la leyenda de Prometeo, el Titán, benefactor de la humanidad, quien, mientras estaba encadenado a la roca caucásica por orden de Olimpo, oía la dulce melodía primitiva de las ninfas oceánicas que brindaban consuelo y alegría a la víctima de la venganza de Júpiter.[8]
Era de esperar que, con la muerte del zar Nicolás I, la situación de Bakunin se aliviaría de alguna forma. Sin embargo, el nuevo zar, Alejandro II, tachó personalmente el nombre de Bakunin de la lista de amnistía. Mucho después, la madre de Bakunin fue a ver al zar y le rogó que tuviera misericordia por su hijo, pero el autócrata le contestó: «Señora, mientras su hijo viva, no quedará en libertad». Un día, Alejandro, mientras leía la carta que Bakunin había enviado a su predecesor en 1851, le comentó a su ayudante, el príncipe Goncharov: «Pero no veo la menor señal de arrepentimiento».
En 1857, finalmente, convencieron a Alejandro de que rebajara la pena, y Bakunin fue sacado de la prisión y condenado a exilio perpetuo en Siberia. Le dieron permiso para residir en la región de Tomsk. A fines de 1858 contrajo matrimonio con una joven polaca, Antonia Kwiatkowska. Tiempo después, y gracias a la intervención de un pariente materno, Nicholas Muraviev, gobernador general de Siberia Occidental, Bakunin obtuvo permiso para trasladarse a Irkutsk. Allí se empleó al principio en una agencia del gobierno, el Departamento de Desarrollo de Amur, y luego en una sociedad minera.
Bakunin había esperado quedar en libertad rápidamente y poder regresar a Rusia. Pero Muraviev, que trataba de ayudarle, perdió su cargo por oponerse a la burocracia y Bakunin se dio cuenta de que no podía recuperar su libertad más que de un solo modo: la fuga. Dejó Irkutsk a mediados de junio de 1861 con el pretexto de hacer un viaje de negocios, un estudio autorizado por el gobierno y supuestas negociaciones comerciales. Bakunin llegó a Nikolaevsk en julio. De allí se fue en un barco del gobierno, el Streloka, hasta Kastri, un puerto del sur, donde se las arregló para subir a bordo del navío mercante norteamericano Vickery que lo llevó hasta Hakodate, Japón. Luego fue a Yokohama, en octubre a San Francisco y en noviembre a Nueva York. El 27 de diciembre de 1861, Bakunin llegó a Londres, donde le dieron una fraternal bienvenida Herzen y Ogarev.
V
Resumiré brevemente la actividad de Bakunin durante los seis años que siguieron a su regreso a Europa occidental. Pronto se dio cuenta de que, a pesar de su amistad personal con Herzen y Ogarev, no podía asociarse a la línea política de su periódico, Kolokol («La Campana»). Durante el año 1862, Bakunin expresó sus ideas en dos panfletos: A mis amigos rusos, polacos y otros amigos eslavos y ¿Romanov, Pugachev o Pestel?[9]
La insurrección polaca de 1863 encontró a Bakunin tratando de unir a todos los hombres de acción para prestar una ayuda efectiva y profundizar la revolución. Pero los intentos de formar una legión rusa fracasaron y la expedición del coronel Lapinski quedó en la nada. Bakunin se dirigió entonces a Estocolmo, donde volvió a reunirse con su mujer, con la esperanza de recibir ayuda de Suecia. Sin embargo, fracasaron todos sus planes y regresó a Londres. Luego se fue a Italia y, a mediados de 1864, regresó a Suecia. De allí volvió una vez más a Londres, donde se encontró con Marx, y luego a París, donde se reunió con Proudhon. Finalmente regresó a Italia.
Como consecuencia de la guerra de 1859 y la heroica expedición de Garibaldi, Italia estaba en la antesala de una nueva era. Bakunin permaneció allí hasta 1867, viviendo primero en Florencia y luego en Nápoles y sus cercanías. Durante este período concibió el plan de formar una organización secreta de revolucionarios para llevar a cabo una campaña de propaganda y prepararse para la acción directa cuando llegara el momento indicado. A partir de 1864 reclutó italianos, franceses, escandinavos y eslavos en una sociedad secreta conocida como la Hermandad Internacional, también llamada Alianza de Socialistas Revolucionarios. Él y sus amigos también combatieron a los seguidores, profundamente religiosos, del republicano Mazzini cuyo lema era Dios y Patria. En Nápoles, Bakunin creó el periódico Libertà e Giustizia en el que desarrolló su programa revolucionario.[10]
En julio de 1866 informó a sus amigos Herzen y Ogarev sobre la sociedad secreta y su programa, en el que había concentrado todos sus esfuerzos en los últimos dos años. Según Bakunin, la sociedad tenía entonces miembros en Suecia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, Inglaterra, Francia, España e Italia, además de miembros rusos y polacos.
En 1867, los pacifistas burgueses democráticos de numerosos países (aunque principalmente franceses y alemanes) fundaron la Liga para la Paz y la Libertad y celebraron un congreso en Ginebra que despertó inmenso interés. Aunque Bakunin se hiciera pocas ilusiones acerca de la nueva organización, esperaba atraer a sus miembros al socialismo revolucionario. Asistió al congreso, dirigió la palabra a los delegados y se hizo miembro del Comité Central de la Liga. Durante todo un año intentó que el Comité adoptara un programa social revolucionario. En el segundo congreso de la Liga, en Berna en 1868, Bakunin y sus compañeros de la Alianza de Socialistas Revolucionarios trataron de persuadir al Congreso de que adoptara sin ambigüedades resoluciones revolucionarias. No obstante, después de varios días de debate acalorado, las resoluciones fueron rechazadas en la votación. La facción minoritaria de socialistas revolucionarios renunció, por lo tanto, a la Liga el 25 de septiembre de 1868 y ese mismo día fundó una nueva organización abierta —no secreta— llamada Alianza Internacional de Democracia Socialista. La Declaración de Principios de la Alianza fue escrita por Bakunin; es un resumen de sus ideas y el fruto y la culminación de un prolongado período de desarrollo ideológico que había comenzado en Alemania en 1842. Entre otras cosas, declaraba que:
La Alianza se declara atea; busca la abolición completa y definitiva de las clases y la igualdad social, política y económica de ambos sexos. Quiere que la tierra y los instrumentos de trabajo (producción), así como todas las demás propiedades, sean convertidos en propiedad colectiva de toda la sociedad utilizada por los trabajadores; es decir, en asociaciones agrícolas e industriales. Afirma que todos los Estados existentes, políticos y autoritarios, serán reducidos a ejercer meras funciones administrativas que se ocuparán del servicio público en sus respectivos países, y, con el tiempo, deberán ser reemplazados por un sindicato mundial de asociaciones libres, agrícolas e industriales.
La Nueva Alianza afirmaba su deseo de convertirse en una rama de la Internacional cuyos estatutos aceptaba.
Pocas semanas antes (1 de septiembre) había aparecido el primer número de un periódico editado en ruso, Narodnoye Dyelo («Asuntos Públicos»), bajo la dirección de Bakunin y Nicholas Zhukovski, que publicaba un «Programa para una democracia socialista rusa», programa que coincidía, en lo esencial, con el de la Alianza. Sin embargo, el periódico cambió de manos en el segundo número: cayó bajo el control de Nicholas Utin, que le dio una orientación totalmente diferente.[11]
VI
La Asociación Internacional de Trabajadores fue fundada en Londres el 23 de septiembre de 1864, pero su estructura y su constitución no fueron adoptadas formalmente hasta la Celebración de su primer Congreso en Ginebra del 3 al 8 de septiembre de 1866. En octubre de 1864, Bakunin volvió a encontrarse con Marx, a quien no había visto desde 1848. Marx solicitó la reunión para restablecer relaciones amistosas con Bakunin, quien había estado apartado debido a que, en 1853, el Neue Rheinische Zeitung de Marx había vuelto a publicar el antiguo libelo según el cual Bakunin era un agente ruso. Mazzini y Herzen defendieron a Bakunin, que en aquel momento estaba en una prisión rusa. Tiempo después, en 1853, Marx había declarado al periódico inglés Morning Advertiser que él era amigo de Bakunin y que le había asegurado personalmente a Bakunin que aún lo seguía siendo. En esa reunión de 1864, Marx pidió a Bakunin que se hiciera miembro de la Internacional, pero Bakunin prefirió regresar a Italia y dedicarse a su organización secreta. La decisión de Bakunin fue comprensible. En aquel momento, la Internacional, con excepción del Consejo General de Londres y de unos pocos obreros mutualistas de París, apenas podía ser considerada una organización internacional y nadie podía prever la importancia que adquiriría más tarde. Sólo después del segundo Congreso en Lausana, en septiembre de 1867, las dos huelgas de París y la huelga general de Ginebra (1868), la Internacional atrajo seriamente la atención y ya no pudo ignorarse su capacidad revolucionaria. En su tercer Congreso en Bruselas en 1868, los conceptos de cooperativismo y mutualismo de Proudhon fueron seriamente puestos en cuestión por los de revolución y propiedad colectiva.
En julio de 1868, Bakunin se hizo miembro de la Sección ginebrina de la Internacional y, después de renunciar a la Liga por la Paz y la Libertad en su Congreso de Berna, se estableció en Ginebra a fin de participar activamente en el movimiento sindical de la ciudad. Una propaganda intensiva marcó el rápido crecimiento de la Internacional. Fanelli (un italiano socialista revolucionario y compañero de Bakunin) viajó a España creando la Internacional en Madrid y Barcelona. Las Secciones francesas de la Suiza de habla francesa se unieron en una federación llamada Federación Romance de la Internacional y, en enero de 1869, lanzó su órgano oficial, la revista L’Égalité. L’Égalité atacó a los falsos socialistas del Jura suizo y se ganó el apoyo entusiasta de la mayoría de los trabajadores de la región. En varias ocasiones, Bakunin fue al Jura a denunciar lo que él llamaba «la colaboración de los trabajadores y los patronos, alianzas, enmascaradas de cooperación, con partidos políticos burgueses y grupos reaccionarios» y, con el tiempo, concretó una amistad duradera con los trabajadores militantes. En Ginebra se desató un conflicto entre aquellos obreros de la construcción que eran instintivamente revolucionarios y los que recibían mejores salarios y eran altamente especializados en la industria relojera y joyera, que se autodenominaban «La Fábrica» y que querían participar en campañas electorales con los radicales burgueses. Aquéllos de tendencia revolucionaria recibieron el poderoso apoyo de Bakunin quien, además de pronunciar discursos públicos, formuló su programa y desenmascaró a los oportunistas en una serie de notables artículos, como «La línea de la Internacional» (reproducido en este libro), publicados en L’Égalité. Ganaron los partidarios de Bakunin, aunque su victoria, por desgracia, probó más tarde ser temporal. De cualquier modo, debido a que las Secciones belga, española, francesa y franco-suiza de la Internacional estaban a favor del colectivismo, se aseguró su adopción por una gran mayoría en el siguiente Congreso.
El Consejo General de Londres se negó a aceptar la Alianza como rama de la Internacional porque la Alianza habría constituido algo así como un segundo cuerpo internacional en la Internacional y habría causado, por lo tanto, confusión y desorganización. Sin la menor duda, uno de los motivos de esta decisión fue la mala disposición de Marx hacia Bakunin, a quien consideraba como un intrigante que quería «destruir la Internacional y convertirla en su propio instrumento». Pero, de todos modos, haciendo caso omiso de los sentimientos personales de Marx, la idea de Bakunin de formar una organización dual fue desafortunada. Cuando sus camaradas belgas y suizos se lo explicaron, reconoció el acierto de la decisión del Consejo General. El Bureau Central de la Alianza, tras consultar con sus miembros, disolvió la Alianza, y el grupo local de Ginebra se convirtió en una mera Sección de la Internacional que luego fue admitida como miembro por el Consejo General en julio de 1869.
El cuarto Congreso General de la Internacional (en Basilea, del 6 al 12 de septiembre de 1869) adoptó casi unánimemente el principio de la propiedad colectiva, pero pronto se hizo evidente que los delegados estaban divididos en dos distintos grupos ideológicos. Los alemanes, los suizo-alemanes y los ingleses eran comunistas estatales. El grupo opuesto —belgas, franco-suizos, franceses y españoles— eran comunistas antiautoritarios, federalistas, o anarquistas y se autodenominaron «colectivistas». Bakunin pertenecía, por supuesto, a esta facción que contaba también con el belga De Paepe y al parisino Varlin.[12]
La organización secreta, fundada por Bakunin en 1864 se disolvió en enero de 1869 debido a una crisis intestina, pero muchos de sus miembros se mantuvieron en contacto. El círculo íntimo atrajo nuevos amigos suizos, españoles y franceses, Varlin entre ellos. Este libre contacto de hombres unidos para la acción colectiva en una informal fraternidad revolucionaria continuó a fin de fortalecer y dar más cohesión al gran movimiento revolucionario que representaba la Internacional.
En el verano de 1869, Borkheim, un amigo de Marx, volvió a sacar en el periódico berlinés Zukunft («El Futuro») el antiguo libelo según el cual Bakunin era un agente ruso, y Wilhelm Liebknecht, uno de los fundadores del Partido Socialdemócrata alemán, en varias ocasiones siguió difundiendo esta falsedad. Cuando Bakunin conoció a Liebknecht en el Congreso de Basilea, lo desafió a que probara sus acusaciones ante un «tribunal de honor» imparcial. Liebknecht explicó que él nunca había repetido lo que había leído en los periódicos, en especial el Zukunft. El tribunal de honor por unanimidad declaró a Liebknecht culpable y firmó una declaración a ese efecto. Liebknecht admitió haberse equivocado y estrechó las manos de Bakunin, quien entonces prendió fuego a la declaración usándola para encender su cigarro.
Después del Congreso de Basilea, Bakunin se instaló en Locarno, donde podía vivir con menos dinero y donde no lo distraían mientras hacía traducciones al ruso para un editor de San Petersburgo (la primera fue el primer volumen de El capital de Marx).[13] Por desgracia, la partida de Bakunin de Ginebra dejó el campo libre a las maquinaciones políticas de un grupo encabezado por el inmigrante ruso Nicholas Utin. En pocos meses desbarataron la Sección rusa de la Internacional, ocuparon los puestos clave y tomaron el control de su órgano L’Égalité. Marx se alió a Utin y a su camarilla de pseudosocialistas del Templo Único, la vieja sala masónica utilizada como lugar de reunión de la Internacional en Ginebra. Mientras tanto, el 28 de marzo, Marx dirigió su célebre «Comunicación confidencial» a sus amigos alemanes a fin de provocar el odio de los socialdemócratas alemanes contra Bakunin. Lo presentó como un agente del partido paneslavista del que, según declaró Marx, Bakunin recibía veinticinco mil francos al año.
En abril de 1870, Utin y sus conspiradores de Ginebra se las arreglaron para dividir la Federación Romance en dos facciones. La primera, que tomó el nombre de «Federación Jurásica», estaba de acuerdo con los internacionalistas de Francia, Bélgica y España. Adoptaron una postura revolucionaria antiautoritaria, declarando que «toda la participación de la clase obrera en la política de los gobiernos burgueses sólo puede dar como resultado la consolidación y perpetuación del orden existente». La otra, la del Templo Único, apoyada por el Consejo General, creía en una «acción electoral y en candidatos obreros para los cargos».
Bakunin, entretanto, estaba preocupado por los acontecimientos en Rusia. En la primavera de 1869 se hizo amigo del joven revolucionario a ultranza Sergei Nechaev. Por entonces, Bakunin aún creía en un amplio levantamiento campesino en Rusia, muy parecido al de Stenka Razin. El segundo centenario de esa gran revuelta de 1669 parecía casi como una coincidencia profética. Fue cuando Bakunin escribió en ruso el manifiesto Algunas palabras a mis jóvenes hermanos en Rusia y el panfleto La ciencia y la causa revolucionaria contemporánea. Nechaev pronto regresó a Rusia, pero se vio obligado a volver a huir después del arresto de casi todos sus amigos y la destrucción de su organización. Llegó a Suiza en enero de 1870. Nechaev convenció entonces a Bakunin para abandonar la traducción de El capital y concentrarse por entero en la propaganda revolucionaria rusa. Asimismo, Nechaev logró conseguir dinero para su supuesto «Comité ruso» de lo que quedaba del Fondo Bakhmetiev para propaganda revolucionaria rusa, administrado por Ogarev.
Bakunin también escribió en ruso el panfleto A los oficiales del ejército ruso y, en francés, Los osos de Berna y los osos de San Petersburgo. Publicó unos pocos números de la nueva serie de Kolokol y emprendió una actividad febril durante meses seguidos. En julio de 1870, cuando Bakunin se dio cuenta de que Nechaev lo utilizaba para conseguir una dictadura personal mediante métodos jesuíticos, rompió relaciones con el joven revolucionario. Había sido la víctima de una excesiva confianza y de su admiración por la energía salvaje de Nechaev. Bakunin escribió a Ogarev el 21 de agosto de 1870:
Hemos sido un buen par de tontos. ¡Cómo se habría reído de nosotros Herzen de haber estado vivo y que razón hubiera tenido! Pues bien, lo único que podemos hacer es tragarnos esta amarga píldora que nos hará más cautelosos en el futuro.[14]
VII
Cuando empezó la guerra franco-prusiana de 1870-1871, Bakunin siguió apasionadamente el curso de la batalla. A su amigo Ogarev le escribió, en una carta del 11 de agosto de 1870: «Tú sólo eres ruso, pero yo soy internacionalista». Para Bakunin, la ruina de Francia por manos de una Alemania feudal y militarista significaba el triunfo de la contrarrevolución; y esta derrota sólo podía evitarse haciendo un llamamiento al pueblo francés a que se levantase en masa y aplastase tanto al invasor extranjero como a sus propios tiranos domésticos, que lo mantenían encadenado económica y políticamente. A sus amigos socialistas de Lyon, Bakunin escribió:
El movimiento patriótico no es nada en comparación con lo que debéis hacer si queréis salvar a Francia. En consecuencia, despertad a mis compañeros con las notas de La Marsellesa que es hoy, una vez más, el verdadero himno de Francia que palpita de vida, la canción de la libertad, la canción de la humanidad. Al actuar patrióticamente, también estamos salvando la libertad universal. ¡Ah, si yo fuera joven nuevamente, estaría entre vosotros!
Un corresponsal del Volksstaat (el periódico de Wilhelm Liebknecht) había informado que los obreros de París se mostraban «indiferentes ante la guerra». Bakunin sintió que era perverso acusar a los obreros de una apatía que, de existir realmente, sería criminal de su parte. Escribió a los obreros que no podían permanecer indiferentes ante la invasión germana, que de forma rotunda debían defender su libertad contra las hordas armadas del militarismo prusiano:
Si Francia fuera invadida por un ejército de proletarios alemanes, ingleses, belgas, españoles o italianos enarbolando muy alto la bandera del socialismo revolucionario y proclamando al mundo la decisiva emancipación del trabajo, yo sería el primero en decir a los obreros de Francia: «¡Abrid vuestros brazos, abrazadlos, son vuestros hermanos, y uníos a ellos para barrer los restos podridos del mundo burgués!» [...] Pero la invasión que hoy deshonra a Francia es una invasión militar aristocrática y monárquica [...] Si quedaran pasivos ante esta invasión, los obreros de Francia traicionarían no sólo su propia libertad, sino que también traicionarían la causa de los obreros del mundo, la causa sagrada del socialismo revolucionario.
Las ideas de Bakunin acerca de la situación con la que se enfrentaban los obreros franceses y de los medios que debían emplearse para salvar a Francia y la causa de la libertad están expresadas por él en un pequeño panfleto que apareció anónimamente en septiembre de 1870 con el título de Cartas a un francés en las presentes circunstancias. (Véase selección en este volumen.)
Bakunin abandonó Locarno el 9 de septiembre de 1870 y llegó a Lyon el 15. A su llegada se organizó de inmediato un Comité para la Salvación de Francia con el objeto de preparar una insurrección revolucionaria, cuyo miembro más activo y decidido fue Bakunin. El programa del movimiento fue impreso en un inmenso póster rojo y firmado por los delegados de Lyon, St. Etienne, Tarare y Marsella. Aunque Bakunin era extranjero y su situación, por lo tanto, más precaria, no vaciló en agregar su firma a la de sus amigos, compartiendo de ese modo los peligros y las responsabilidades. En este primer póster declara que «El aparato administrativo y gubernamental del Estado se ha vuelto impotente y debe, por lo tanto, ser abolido» y que «El pueblo francés [ha] recobrado el control absoluto de sus propios asuntos». De inmediato propone la formación, en todas las comunas federadas, de Comités para la Salvación de Francia y el envío inmediato a Lyon de dos delegados de cada comité en la capital de cada departamento de Francia, con el fin de formar la Convención Revolucionaria para la Salvación de Francia.
El 28 de septiembre, un levantamiento popular dejó a los revolucionarios en poder de la alcaldía de Lyon, pero la traición del general Cluseret, que ayudó a suprimir un levantamiento que había apoyado, y la cobardía de algunos que traicionaron la confianza del pueblo, provocaron la derrota de los revolucionarios. Bakunin, contra quien el fiscal de la República, Andrieux, había emitido una orden de arresto, escapó a Marsella, donde permaneció escondido por un tiempo tratando de preparar otro levantamiento. Mientras tanto, las autoridades francesas habían hecho circular el rumor de que Bakunin era un agente pagado de Prusia y que el gobierno de Defensa Nacional podía probarlo. Por su parte, el Volksstaat de Liebknecht, comentando el 28 de septiembre y el póster rojo, declaró que «Ni siquiera la prensa (oficial) de Berlín podía haber rendido mejor servicio a los planes de Bismarck».
El 24 de octubre, Bakunin, desesperado por los acontecimientos en Francia, zarpó de Marsella en un barco regresando a Locarno por Génova y Milán. El día antes de su partida había escrito lo siguiente al socialista español Sentinón, que había ido a Francia con la esperanza de participar en el movimiento revolucionario:
El pueblo francés ya no es revolucionario. [...] El Militarismo y la Burocracia, la arrogancia de la nobleza y el jesuitismo protestante de los prusianos, en afectuosa alianza con el azote de mi querido soberano y maestro, el Emperador de todas las Rusias, van a gobernar a Europa, Dios sabe por cuántos años. ¡Adiós a todos nuestros sueños de Revolución inmediata!
El levantamiento que estalló en Marsella el 31 de octubre, sólo siete días después de la partida de Bakunin, confirmó su predicción pesimista: la Comuna Revolucionaria que se había establecido cuando llegaron a Marsella noticias de la capitulación de Bazaine sólo pudo mantenerse cinco días antes de rendirse a Alfonso Gent, que había sido enviado por Gambetta.
En Locarno, donde pasó el invierno recluido, luchando contra la pobreza y la desesperación, Bakunin escribió la continuación de sus Cartas a un francés, un análisis de la nueva situación en Europa. Se publicó en la primavera de 1871 con el título característico de El imperio germano del flagelo y la Revolución Social. Las noticias de la insurrección parisina del 18 de marzo de 1871 (la Comuna de París) aliviaron su pesimismo. El proletariado de París no había perdido su energía ni su espíritu de lucha. Pero Francia, exhausta y derrotada, no pudo ser galvanizada por el heroísmo del pueblo de París. Fracasaron los intentos en varias provincias de extender el movimiento comunalista (comunas de autogestión) y los insurrectos de París fueron finalmente aplastados por sus incontables enemigos. Bakunin, que se había trasladado al Jura a casa de unos amigos para estar más cerca de la frontera francesa, no pudo intervenir y se vio obligado a regresar a Locarno.
Pero esta vez Bakunin no se dejó llevar por el desaliento. La Comuna de París, contra la cual todas las fuerzas reaccionarias concentraron su odio furioso y venenoso, había encendido una chispa de esperanza en los corazones de todos los explotados. El proletariado del mundo saludó a ese pueblo heroico cuya sangre corrió a borbotones por la emancipación de la humanidad. «¡El Satán moderno, la gran rebelión, reprimida pero no apaciguada!», exclamó Bakunin. El patriota italiano Mazzini sumó su voz a quienes maldijeron la Comuna y la Internacional. Bakunin escribió Respuesta de un internacionalista a Mazzini, que apareció en agosto de 1871 tanto en publicaciones italianas como francesas. El texto causó una profunda impresión en Italia y produjo entre los jóvenes y los obreros de Italia un clima favorable al nacimiento, hacia finales de 1871, de muchas nuevas secciones de la Internacional. Un segundo panfleto, La teología política de Mazzini y la Internacional, consolidó y extendió aún más la Internacional. Bakunin, quien al enviar a Fanelli a España había creado allí la Internacional, fue, gracias a su polémica con Mazzini, también el creador de la Internacional en Italia. Se dedicó entonces apasionadamente a la lucha no sólo contra el dominio de la burguesía sobre el proletariado, sino también contra los hombres que trataban de instaurar el principio de autoridad en la Asociación Internacional de Trabajadores.
VIII
La división en la Federación Romance (la Suiza de habla francesa), que podría haberse cicatrizado si el Consejo General de Londres lo hubiera deseado y si los agentes de ese Consejo hubieran sido menos tiránicos, se agravó hasta un punto ya irreversible. En agosto de 1870, Bakunin y tres de sus amigos fueron expulsados de la Sección de Ginebra por haber manifestado su simpatía por los federalistas del Jura. Poco después del final de la guerra franco-prusiana, los agentes de Marx se desplazaron a Ginebra para sembrar otra vez la discordia. Los miembros de la ya disuelta Sección ginebrina de la Alianza creyeron que habían dado pruebas suficientes de sus intenciones amistosas con la disolución de su sección. Pero el partido de Marx y Utin no abandonó sus provocaciones: a una nueva sección llamada «Propaganda y Acción Socialista Revolucionaria», formada por refugiados de la Comuna de París y antiguos miembros de la Alianza, le fue de inmediato denegada la admisión en la Internacional por el Consejo General. En vez de un nuevo Congreso de la Internacional, el Consejo General, controlado por Marx y su amigo Engels, convino, en septiembre de 1871, una conferencia secreta en Londres a la que asistieron casi exclusivamente partidarios de Marx. La conferencia adoptó resoluciones que destruían la autonomía de las secciones y federaciones de la Internacional y daban al Consejo General poderes que violaban los estatutos fundamentales de la Internacional y de la Conferencia. Al mismo tiempo, trataba de promover y organizar, bajo la dirección del Consejo General, lo que denominaba «la acción (parlamentaria) política de la clase obrera».
Se hizo necesario tomar una decisión inmediata. La Internacional, una vasta federación de grupos organizados para luchar contra la explotación económica del sistema capitalista, estaba en peligro inminente de ser descarrilada por un pequeño grupo de sectarios marxistas y blanquistas.[15] Las secciones del Jura, junto con la Sección «Propaganda y Revolución» de Ginebra, se reunieron en Sonvilier (12 de noviembre de 1871) y fundaron la Federación Jurásica de la Internacional. Esta asociación envió una circular a todas las federaciones de la Internacional intimándolas a resistir unidas a las usurpaciones del Consejo General y a reconquistar con toda energía su autonomía. La circular, entre otras cosas, declaraba:[16]
Se da un hecho innegable, mil veces probado por la experiencia: el efecto corruptor que conduce a la autoridad y a aquellos que la manipulan. Es absolutamente imposible que un hombre que ejerce el poder siga siendo un hombre moral...
El Consejo General no podía escapar a esta ley inevitable. Esos hombres, acostumbrados a pensar y hablar en nuestro nombre, han sido llevados por las mismas exigencias de su situación, a desear que su programa particular, su doctrina particular, prevalezca en la Internacional. Al convertirse a sus propios ojos en una especie de gobierno, es natural que sus propias ideas particulares les parezcan la teoría oficial ya que disponen de la única «libertad de la ciudad» (poder ilimitado) en la Asociación mientras las opiniones divergentes expresadas por los demás grupos ya no parecen ser la expresión legítima de opiniones con idénticos derechos, sino verdaderas herejías...
No impugnamos las intenciones del Consejo General. Las personas que lo componen se han visto víctimas de una necesidad inevitable. Quisieron, de buena fe y para el triunfo de su doctrina particular, introducir en la Internacional el principio de la autoridad. Las circunstancias parecieron favorecer su doctrina y nos parece bastante natural que esa escuela, cuyo ideal es LA CONQUISTA DEL PODER POLÍTICO POR LA CLASE OBRERA, haya creído que la Internacional iba a alterar su estructura original y transformarse en una organización jerárquica dirigida y gobernada por el Consejo General...
Pero, si bien nosotros comprendemos esas tendencias, nos sentimos obligados a luchar contra ellas en nombre de la Revolución Social cuyo programa es la «Emancipación de los obreros por los mismos obreros»...
La sociedad futura no tiene que ser otra cosa que la universalización de la organización que la misma Internacional ha formado. En consecuencia, debemos luchar por hacer que nuestra organización se acerque lo más posible a nuestro ideal. ¿Cómo se puede esperar que una sociedad equitativa emerja de una organización autoritaria? Es imposible. La Internacional, embrión de la futura sociedad, de ahora en adelante debe reflejar fielmente nuestros principios de federación y libertad y debe rechazar cualquier principio que tienda a la autoridad y la dictadura.
Bakunin dio una entusiasta bienvenida a la circular de Sonvilier y dedicó todas sus energías a propagar activamente sus principios en las secciones italianas de la Internacional. Las secciones de España, Bélgica, la mayoría de las de Francia (secretamente reorganizadas pese a la reacción de Versalles que siguió a la derrota de la Comuna de París), así como la mayoría de las secciones de Estados Unidos se declararon de acuerdo con la Federación Suizo-Jurásica. Pronto se hizo palpable que se rechazarían los intentos de Marx y sus aliados por adueñarse de la Internacional. La primera mitad de 1872 fue marcada por una «circular confidencial» distribuida por el Consejo General, escrita por Karl Marx y publicada en forma de panfleto, Les prétendues scissions dans l’Internationale (Las supuestas escisiones en la Internacional). Destacados militantes federalistas y otros que buscaban la independencia del Consejo General eran allí personalmente difamados y las amplias protestas contra ciertos actos del Consejo General fueron descritas como sórdidas intrigas llevadas a cabo por miembros de la antigua Alianza Internacional de la Social-Democracia (Alianza) quienes, dirigidos por el «Papa de Locarno» (Bakunin), se empeñaban en destruir la Internacional. Bakunin expresó su reacción a esta circular con una carta: «La espada de Damocles, que durante tanto tiempo colgó sobre nosotros, ha caído finalmente sobre nuestras cabezas. En realidad, no se trata de una espada, sino del arma habitual de Marx: un montón de basura».
Bakunin pasó el verano y el otoño de 1872 en Zúrich, donde por su inspiración, se formó una sección eslava, compuesta casi enteramente de estudiantes serbios y rusos que se unieron a la Federación Jurásica de la Internacional. Desde abril, Bakunin había estado en contacto con jóvenes emigrados rusos en Locarno, quienes se organizaron en un grupo secreto de acción y propaganda. El miembro más militante de este grupo era Armand Ross (Michael Sazhin). En contacto íntimo con Bakunin del verano de 1870 a la primavera de 1876, Ross fue el principal intermediario entre el gran agitador revolucionario y la juventud rusa.
La propaganda de Bakunin durante este período fue de gran inspiración para los jóvenes rusos en los años siguientes. El dictum de Bakunin de que la juventud debía «IR AL PUEBLO» se había convertido en un axioma dentro del movimiento populista. En Zúrich, Ross estableció una imprenta de publicaciones en idioma ruso que, en 1873, publicó Istoricheskove Razvitive Internatsionala (El desarrollo histórico de la Internacional), una colección de artículos traducidos de los periódicos suizos y belgas, con notas explicativas de diferentes escritores y un capítulo sobre la Alianza escrito por Bakunin. En 1974, la imprenta de Ross publicó Gosudarstvennost i Anarkhíva (Estado y anarquía, reproducido en este volumen). Un conflicto con Peter Lavrov y disensiones personales entre algunos de sus miembros llevaron a la disolución de la Sección eslava de Zúrich de la Internacional en 1873.[17]
Mientras tanto, el Consejo General decidió convocar un Congreso general para el 2 de septiembre de 1872. Eligió La Haya por dos razones principales: era cercana a Londres y permitía así que muchos delegados, de acuerdo con las directivas de Marx o con credenciales ficticias, pudieran participar fácilmente en el Congreso; al mismo tiempo, hacía más difícil la asistencia de delegados en representación de federaciones prohibidas o remotas; por ejemplo, no había posibilidades de que Bakunin pudiera asistir.
La recién constituida Federación italiana se negó a enviar delegados. La Federación española envió cuatro; la Federación del Jura, dos; la Federación belga, siete; la Federación holandesa, cuatro, y la Federación inglesa, cinco. Estos veintidós delegados, los únicos que realmente representaban a miembros de la Internacional, constituyeron el cuerpo central de la minoría. La mayoría de cuarenta que, en realidad, sólo se representaban a sí mismos, se habían comprometido por adelantado a cumplir fielmente las órdenes de la claque encabezada por Marx y Engels. La única decisión del Congreso de la que aquí nos ocuparemos es la expulsión de Bakunin [Guillaume también fue expulsado. S. D.] de la Internacional. Esta acción se llevó a cabo el último día del Congreso, el 7 de septiembre, cuando una tercera parte de los delegados ya se habían marchado, por un voto de veintisiete contra siete con ocho abstenciones. Un falso tribunal de cinco miembros, reunidos a puerta cerrada, declaró culpable a Bakunin de las acusaciones hechas por la camarilla marxista y lo expulsó por dos motivos:
1. Que un borrador de una declaración de principios y cartas firmadas «Bakunin» prueba que dicho ciudadano ha intentado crear, y quizás haya incluso logrado crear, una sociedad en Europa llamada «La Alianza» con normas en asuntos sociales y políticos completamente diferentes a los de la Internacional.
2. Que el ciudadano Bakunin ha hecho uso de triquiñuelas engañosas a fin de apropiarse de una porción de la fortuna de otra persona, lo que constituye fraude; que luego él, o sus agentes, recurrieron a amenazas en caso de que se le obligara a cumplir con sus obligaciones.[18]
La segunda acusación marxista se refiere a los trescientos rublos adelantados a Bakunin por la traducción de El capital de Marx y la carta escrita por Nechaev al editor Poliakov.
Una protesta contra esta infamia, publicada acto seguido por un grupo de inmigrantes rusos, señalaba estos puntos:
Génova y Zúrich, 4 de octubre de 1872. Se han atrevido a acusar a nuestro amigo Mijaíl Bakunin de fraude y chantaje. No nos parece necesario ni oportuno discutir los supuestos hechos que dan lugar a estas extrañas acusaciones contra nuestro amigo y compatriota. Los hechos son bien conocidos en todos sus detalles y consideramos que es nuestro deber establecer la verdad lo antes posible. Ahora no podemos hacerlo debido a la infortunada situación de otro compatriota, que no es nuestro amigo, pero cuya persecución en este mismo momento por el gobierno ruso, lo hace sagrado. [Se refieren a Nechaev, que fue arrestado en Zúrich el 14 de agosto de 1872 y enviado a Rusia en extradición por Suiza el 27 de octubre de 1872. S.D.] El señor Marx, cuya inteligencia nosotros, entre otros, no cuestionamos, esta vez al menos no nos ha dado pruebas de sensatez. Los corazones honestos de todo el mundo se indignarán y disgustarán sin duda ante conspiración tan vergonzosa y violación tan flagrante de los principios elementales de la justicia. En cuanto a Rusia, podemos asegurar al señor Marx que todas sus maniobras caerán inevitablemente en saco roto. Bakunin es demasiado estimado y conocido allí como para que la calumnia lo ataña. Firmado: Nicholas Ogarev, Bartholomy Kaitsev, Vladimir Ozerov, Armand Ross, Vladimir Holstein, Zemphiri Ralli, Alexander Oelsnitz, Valerian Smirnov.
El día siguiente al Congreso de la Haya del 5 de septiembre de 1872, se reunió otro Congreso de la Internacional con las delegaciones de las federaciones de Italia, España, Suiza-Jura, así como representantes de las secciones de Francia y Estados Unidos, en St.-Imier, Suiza. El congreso declaró unánimemente:
Se rechazan de forma absoluta todas las resoluciones del Congreso de La Haya y no se reconocen de ninguna manera los poderes del Consejo General nombrado por el mismo. [El Consejo General había sido transferido a Nueva York. S.D.][19]
La Federación italiana ya había firmado el 4 de agosto de 1872 las resoluciones del Congreso de St.-Imier que la Federación del Jura también adoptó en una reunión especial celebrada el mismo día que el Congreso. La mayoría de las secciones francesas se apresuraron a manifestar su completa adhesión. Las federaciones española y belga apoyaron las resoluciones en sus congresos celebrados respectivamente en Córdoba y Bruselas durante la semana navideña de 1872. La Federación norteamericana hizo otro tanto en su reunión de Nueva York el 12 de enero de 1873. La Federación inglesa, que tenía como miembros a Eccarius y Jung, viejos amigos de Marx, se negó a reconocer las decisiones del Congreso de La Haya y del nuevo Consejo General.[20]
El 5 de junio de 1873, el Consejo General en Nueva York ejerció los poderes otorgados por el Congreso de La Haya; suspendió a la Federación del Jura declarándola subversiva. Como resultado, la Federación holandesa, que había sido neutral, se unió a las siete federaciones de la Internacional, con la declaración del 14 de febrero de 1873, según la cual se negaba a reconocer la «suspensión» de la Federación del Jura.
La publicación por parte de Marx y del pequeño grupo que aún le era fiel de un panfleto lleno de crasas mentiras, titulado La Alianza de la Social Democracia y la Internacional (escrito en francés en la segunda mitad de 1873), no provocó más que el disgusto de todos aquellos que leyeron ese producto del odio ciego.[21]
El 1 de septiembre de 1873, el sexto Congreso de la Internacional se inauguró en Ginebra. Estuvieron representadas las federaciones de Bélgica, Holanda, Italia, Francia, Inglaterra y del Jura y Suiza; los socialistas lasallianos de Berlín enviaron un telegrama de saludos. El congreso se ocupó de la revisión de los estatutos de la Internacional, pronunció la disolución del Consejo General e hizo de la Internacional una federación libre sin la menor autoridad:
Las federaciones y secciones que componen la Internacional requieren, para cada una, total autonomía, el derecho a organizarse como mejor les parezca, a administrar sus asuntos sin interferencia exterior alguna y a determinar los mejores y más eficientes medios para la emancipación del trabajo. (Artículo 3 de los nuevos estatutos.)
Las batallas libradas a lo largo de su vida habían dejado exhausto a Bakunin. La prisión le había envejecido antes de tiempo, su salud se había visto seriamente alterada y necesitaba retirarse y descansar. Cuando vio que la Internacional se había reorganizado según el principio de la libre federación sintió que le había llegado la hora de alejarse de sus compañeros. El 12 de octubre de 1873 dirigió una carta a los miembros de la Federación del Jura:
Os ruego que aceptéis mi dimisión como miembro de la Federación del Jura y de la Internacional. Siento no tener ya la fuerza necesaria para la lucha: sería una carga en el campo del proletariado, no una ayuda. Me retiro pues, queridos compañeros, lleno de gratitud hacia vosotros y de simpatía por vuestra gran causa —la causa de la humanidad—. Continuaré siguiendo con fraternal ansiedad todos vuestros pasos y celebraré con alegría cada una de vuestras nuevas victorias. Hasta la muerte estaré a vuestro lado. (Texto completo reproducido en este volumen.)
No le quedaban ya más que tres años de vida.
Su amigo, el revolucionario italiano Carlo Cafiero,[22] lo invitó a quedarse en su casa cerca de Locarno. Allí vivió Bakunin hasta mediados de 1874, aparentemente absorbido por su nueva vida, en la que finalmente había encontrado tranquilidad, seguridad y un relativo bienestar. Pero aún se consideraba un soldado de la revolución. Cuando sus amigos italianos organizaron un movimiento insurreccional, Bakunin se trasladó a Bolonia en julio de 1874 para tomar parte en él. Pero la insurrección, pobremente planeada, fracasó y Bakunin regresó disfrazado a Suiza.
En aquella época, Bakunin y Cafiero tuvieron un altercado. Cafiero, tras haber entregado toda su fortuna a la causa de la revolución, se encontró arruinado y se vio obligado a vender la casa de Locarno. Bakunin, al no poder permanecer en Locarno, se instaló en Lugano donde, gracias a la herencia paterna que le enviaron sus hermanos, pudo mantenerse a sí mismo y a su familia. La frialdad temporal entre Bakunin y Cafiero no duró mucho y pronto restablecieron sus relaciones amistosas. Pero la enfermedad de Bakunin progresaba, destrozándolo tanto física como espiritualmente, y en 1875 ya no era más que una sombra de sí mismo. Con la esperanza de encontrar un alivio, Bakunin se fue de Lugano a Berna a consultar a su viejo amigo, Vogt, a quien dijo: «He venido a recuperar la salud o a morir». Ingresó en un hospital donde lo atendieron con todo cariño el doctor Vogt y otro amigo íntimo, el músico Reichel.
En una de sus últimas conversaciones, recordadas por Reichel, Bakunin afirmó refiriéndose a Schopenhauer:
Toda nuestra filosofía empieza por una base falsa; siempre empieza por considerar al hombre como un individuo y no como debiera considerársele, o sea, como un ser que pertenece a una colectividad; la mayoría de las opiniones (y de los errores) filosóficos, que parten de esta falsa premisa, se encaminan hacia una concepción de felicidad etérea, o hacia un pesimismo como el de Schopenhauer y Hartmann.
En otra conversación, Reichel expresó a Bakunin su pesar por el hecho de que jamás encontrara tiempo libre para escribir sus memorias. Bakunin le contestó:
¿Y por qué quieres que las escriba? No vale la pena el esfuerzo. Hoy los pueblos de todas las tierras han perdido el instinto de la revolución. No, si recupero un poco las fuerzas, preferiré escribir una ética basada en los principios del colectivismo, sin hacer uso de frases filosóficas ni religiosas.
Falleció al mediodía del 1 de julio de 1876.
El 3 de julio, los socialistas de todos los rincones de Suiza llegaron a Berna a rendir su último homenaje a Mijaíl Bakunin. Ante su tumba, hablaron algunos de sus amigos de la Federación del Jura: Adhémar Schwitzguébel, James Guillaume, Élisée Reclus; Nicholas Zhukovski en representación de los rusos; Paul Brouse de la Juventud Revolucionaria Francesa; Betsien, en nombre del proletariado alemán. En una reunión después del funeral todos se sintieron arrebatados por un mismo sentimiento: olvidar, sobre la tumba de Bakunin, todos los rencores personales y unir sobre la base de la libertad y de la tolerancia mutua, todas las facciones socialistas de los dos campos. La siguiente resolución recibió una aprobación unánime:
Los trabajadores reunidos en Berna con ocasión de la muerte de Mijaíl Bakunin pertenecen a cinco naciones diferentes. Algunos son partidarios del Estado Obrero, otros abogan por la federación libre de grupos de productores. Pero todos sentimos que una reconciliación no sólo es esencial y muy deseable, sino también fácil de establecer sobre la base de los principios de la Internacional, tal como se formulan en el artículo 3 de los estatutos revisados y adoptados en el Congreso de Ginebra de 1873.
Por tanto, esta asamblea, reunida en Berna, hace un llamamiento a todos los obreros para que olviden sus vanas y desdichadas disensiones y para que se unan sobre la base de una fidelidad estricta a los principios enunciados en el artículo 3 de los estatutos antes mencionados [autonomía de las secciones].
¿Queréis saber la respuesta a este emotivo llamamiento a olvidar pasados rencores y a unirse en libertad? El Tagwacht marxista de Zúrich del 8 de julio publicó lo siguiente:
Bakunin fue considerado por muchos socialistas honestos y buenos como un agente ruso. Esta sospecha, sin duda errónea, se debe al hecho de que Bakunin perjudicó mucho al movimiento revolucionario; la reacción fue la que sacó mayor provecho de sus actividades.
Estas acusaciones malévolas publicadas por el Volksstaat de Leipzig y el Vpered, editado en Londres en lengua rusa, obligaron a los amigos de Bakunin a llegar a la conclusión de que sus enemigos no pensaban desistir de la campaña de odio. Por tanto, el Boletín de la Federación del Jura, haciendo frente a esas hostiles manifestaciones, declaró el 10 de septiembre de 1876:
Deseamos, como nuestra conducta siempre lo ha establecido, la más completa reconciliación posible de todos los grupos socialistas: estamos preparados a tender nuestra mano en señal de amistad a todos aquellos que sinceramente desean luchar por la emancipación del trabajo. Pero, al mismo tiempo, estamos decididos a no permitir que nadie insulte nuestros muertos.
¿Llegará la hora en que la posteridad aprecie la personalidad y los logros de Bakunin con la imparcialidad que siempre tenemos derecho a esperar? Además, ¿puede esperarse que los deseos expresados por sus amigos ante su tumba recién cubierta alcancen a realizarse algún día?