Cristian abrió su cuenta de correo. Estaba nervioso. Parecía absurdo, pero hacía tiempo que no esperaba algo con tanta ansia y, al mismo tiempo, no se atrevía a mirar. Todavía no. Quería mantener un poco más la ilusión de encontrar algo que valiera la pena. Por su hijo y también por sí mismo. Últimamente encontraba pocas emociones en su vida, y la búsqueda de la madre biológica de Júnior era una de ellas.
No acostumbraba a beber alcohol, pero decidió que la ocasión lo merecía y se sirvió una copa de brandy. Cuando el líquido le quemó la garganta y le creó la disposición necesaria, dejó la copa sobre la mesa y abrió el archivo adjunto al correo de Marcos: Minerva Martín.
Minerva le pareció un nombre de persona mayor y él estaba ansioso por encontrar a la chica maravillosa que cumpliera los nueve requisitos de su lista. En la pantalla apareció una mujer seria, tal como su nombre predecía. Vestida en colores oscuros y con la mirada baja. Pero había nacido en 1991, por lo que coincidía que en la fecha de la donación tuviera solo dieciocho. ¡Era ella!, ¡la había encontrado! Empezó a leer su ficha con creciente interés.
Minerva vivía en Madrid, aunque había nacido en Alicante. Tenía un hermano menor que vivía con su madre en Denia. Su padre había fallecido unos años atrás. Trabajaba a tiempo parcial en una clínica médica privada desde hacía un tiempo y ganaba unos quinientos euros brutos al mes. Había terminado Medicina hacía poco más de un año y acababa de hacer el examen del MIR, por lo que, en cuanto salieran los resultados, empezaría su residencia en algún hospital. Vivía en un piso de alquiler con otras dos chicas, estaba soltera y no tenía propiedades a su nombre, solo un Seat Córdoba. Marcos le había conseguido también su teléfono.
Cristian quedó impresionado, tanto por el trabajo de su representante como por la ficha de Minerva. Le pareció demasiado bueno para ser verdad. No tenía la certeza de que fuera la madre biológica de su hijo, pero los datos cuadraban y tenía el presentimiento de que no se estaba equivocando. Era una buena candidata para presentarle a su hijo. No le veía bien la cara en la foto, pero su porte le daba confianza.
Visualizó mentalmente su agenda de la semana. No iba a poder viajar a Madrid para conocerla hasta el domingo y estaban a miércoles, ¿cómo iba a aguantar tantos días?
Entonces, le entraron las dudas: ¿Y si ella no quería conocerle? ¿Y si no quería saber nada del niño? No podía presentarse sin más para reclamarle a una mujer que conociera a un hijo que legalmente no lo era y que no sabía ni que existía.
Pero ¿qué mujer en su sano juicio no iba a querer quedar con él?, se dijo para darse confianza. Cuando la secretaria le dijera a Minerva que el mismísimo Cristian Cros la citaba para un asunto importante, acudiría a la cita sin pensarlo siquiera. Seguro.
¿Y luego? ¿Y si la chica venía a Valencia y decidía quedarse? ¿Qué haría él si entonces ella quisiera ejercer de madre de Júnior? ¿Y si era una mala persona?
A Cristian empezó a dolerle la cabeza; aquello era una locura. De momento solo estaba pensando en conocerla y, si no le gustaba, no tenía por qué decirle la verdad; bastaba con dar media vuelta para Valencia y punto.
Con esta idea en mente, buscó su smartphone, guardó su número de teléfono y entró en el WhatsApp para ver alguna otra foto suya.
Como esperaba, su número tenía WhatsApp, pero en la foto de perfil salía una playa solitaria y en el estado no ponía nada gracioso ni divertido, solo «disponible».
—Seria y sosa. Vamos a ver qué sale en Google. —Y a continuación, Cristian tecleó su nombre en el buscador.
Salían algunas páginas de Facebook y de Twitter, pero ninguna parecía ser suya. Había hasta un grupo de música llamado «The Howard Sisters» donde, al parecer, una de las integrantes se llamaba así, pero tampoco era ella. De repente la reconoció en una foto pequeña y borrosa. Era un trabajo sobre los microorganismos biológicos que, por lo visto había publicado junto con otra chica llamada Vanessa García. Intentó leer algo, pero desistió enseguida. Siguió buscando, sin éxito: no había nada más sobre ella. Tomó otro sorbo de brandy pensando que era muy raro no encontrar información sobre una persona en Google. En pleno siglo xxi, ¿quién no está presente en las redes sociales? Podría tener cuenta con un seudónimo, pero lo dudaba.
Cristian estaba acostumbrado a poner su nombre en el buscador y ver millones de coincidencias de vídeos y fotos, páginas suyas, Facebook, Twitter, Instagram o su propia web. Le parecía inconcebible poner un nombre en un buscador y no encontrar prácticamente nada. La madre donante de Júnior, si es que era ella, era una persona muy discreta.
Le mandó un WhatsApp a Cristina, su secretaria:
Te paso el teléfono de Minerva Martín. Llámala mañana, preséntate y dile que la cito el domingo a las 20:00 en el restaurante del hotel Hilton. Dile que no sabes más detalles, pero que es un asunto importante. En cuanto tengas la confirmación, me dices algo. Resérvame un vuelo para el domingo, a partir de las 11:00, y una suite en el Hilton hasta el lunes. La vuelta para Valencia, el lunes por la tarde. No quiero llegar más tarde de las 23:00, el martes tengo entreno. Prepáralo todo para que en el aeropuerto pueda salir por la puerta de atrás, no quiero publicidad ni revuelo, viajo por un tema personal. Gestiónalo rápido. Gracias.
Después de unos minutos recibió la respuesta de Cristina:
Ok. Me encargo. Pronto tendrás noticias. Ten en cuenta que en Madrid hace frío en esta época del año. Para el domingo la previsión es de 8 ºC de mínima y 15 ºC de máxima.
No pudo evitar entrar de nuevo en el perfil de Minerva y vio que su estado había cambiado a «ocupado». ¿Y si tenía novio?
Terminó la copa de brandy y se sintió culpable por habérsela tomado. Estaba frustrado, irritado, inquieto y de mal humor. Verificaba a cada minuto su estado en el WhatsApp y, después de una hora, cuando por fin en su perfil volvío a aparecer «disponible», se relajó, se fue a la cama y se durmió al instante pensando en el pelo color trigo de la madre de su hijo.