Valencia, febrero de 2017
—Cristian, ¿pero tú has perdido el juicio?—preguntó su representante en tono irritado.
—Escucha, Marcos…
—No, de verdad —le cortó este—. Te he pasado por alto muchas tonterías en los años que llevamos juntos como jugador y representante. Siempre te he permitido hacer las cosas a tu manera, aun cuando sabía que saldrían mal y me tocaría arreglarlo. Lo del niño te dije desde el principio que sería una bomba de relojería. Me equivoqué en lo de que era un capricho, lo admito, ya sabes que pienso que eres un gran padre, pero esto es demasiado. ¿No te acuerdas por todo lo que pasamos y cuántas tonterías dijo la prensa sobre ti? ¿Recuerdas la de habladurías que hubo sobre Elena? Por suerte, las aguas volvieron a su cauce y ya nadie habla del tema y nunca ha salido una supuesta madre reclamando al niño y hablando por la tele, ¿verdad?
—Verdad —contestó Cristian como un robot.
—¡¿Y qué es lo que quieres ahora?! —preguntó Marcos dando vueltas sin rumbo por la habitación—. Sacar a la luz todo lo que te has asegurado de tener oculto para siempre. Buscar a la madre donante del niño. Entonces, ¡¿para qué te has gastado tanto dinero y has perdido el tiempo en inseminaciones y contratos, cuándo lo que pretendes ahora es sacarla del anonimato?! ¡Vas a despertar a la bestia!
La palabra «bestia» tuvo el efecto deseado. A Cristian le asaltaron las dudas. ¿Y si Marcos tenía razón? ¿Debía intentar buscar a la madre de su hijo y tener algún tipo de relación con ella por el bien de su hijo o, por el contrario, sería un grave error?
Lo había hecho todo para que nadie le pudiera reclamar nunca nada. El contrato con Daryna era impecable y en la clínica le aseguraron que las donantes firmaban un contrato en este sentido.
Se preguntó qué tipo de mujeres donaban sus óvulos. Según le habían contado en la clínica, las donantes recibían dinero, pero solo para compensar la dedicación y el tiempo requeridos para completar la donación, ya que la comercialización de ovocitos estaba prohibida por ley, así que imaginaba que serían jóvenes altruistas… Probablemente la donante era una buena persona que aceptaría ver al niño para cumplir su deseo de conocer a su madre biológica, y confiaba en que a su hijo le bastara con ello.
Otra opción sería encontrar una chica a la carta y presentarla a su hijo como la madre donante de vitaminas. Pero no quería más mentiras.
—Vale, tienes razón —admitió Cristian—, pero entiéndeme, el niño está afectado.
—¿El niño está afectado? —repitió Marcos, pausado—. ¿Qué niño, el que tengo delante o el de seis años? Me parece a mí que el afectado eres tú. ¿Qué pasa? ¿Te estás aburriendo?
—No es eso. Reconozco que, ahora que él ha abierto la caja de Pandora, tengo curiosidad por saber quién es, pero de verdad que lo hago por él. No sabes la crisis que padeció el otro día; hasta tuvo un problema en el cole. Se lo debo. Dime que la vamos a encontrar, por favor. Si no me ayudas tú, contrataré a un detective privado. Sabes que lo haré, ¿verdad?
—No pienso poner piedras sobre tu tumba, no lo voy a hacer. Y, además, ¿tú te crees que esto es fácil? En la clínica firmaron un contrato de confidencialidad; no pueden revelarnos su identidad. ¡Esto no es un juego, joder!
Marcos le miraba enfadado intentando hacerle entrar en razón, pero Cristian no tenía ninguna intención de ceder.
—Lo sé; si fuese fácil no te hubiera dicho nada. Hace unos días llamé a la clínica para averiguarlo por mí mismo.
—¡¿Que hiciste qué?! —le gritó su representante—. Estamos perdidos; la prensa se entera de todo, Cristian, te vas a meter en un lío. Pienso dejar de ser tu representante. En este momento lo pienso de verdad y algún día lo haré —le espetó señalándole con el dedo índice—. ¡Algún día lo haré de verdad!
—No te alteres —le tranquilizó Cristian en tono bajo, tocándole el hombro—. ¡Solo fue una llamada! Pregunté si podían facilitarme información sobre la donante y me dijeron que solo podían decirme la edad, el grupo sanguíneo, el color de ojos y pelo, la altura y nada más. El resto está prohibido por ley.
—¡¿Ves?! —exclamó Marcos, crispado y levantando los brazos en alto—. «Prohibido por ley», alabado sea Dios, por fin unas palabras sensatas. Si está prohibido, por algo será. Deja la bestia dormir, no la despiertes, hombre.
—No sigas, estoy cansado. He aguantado con estoicismo todo tu sermón. Ahora ve, tira de tus contactos y encuentra a la chica, por favor. Sabes que sufro ansiedad. Para que te tranquilices, te prometo una cosa: tú encuéntrala y tráeme información sobre ella y, en función de lo que descubras, decidiremos si despertamos o no la bestia. ¿De acuerdo?
—Claro, «encuentra a la chica»— explotó Marcos—. ¿Y cómo te crees que voy a burlar la ley? Además, puede que esté muerta, o que sea una drogadicta, o que tenga marido e hijos, o que haya emigrado a otro país.
—¡O puede que no! —le dijo Cristian con entusiasmo, levantando en alto el pulgar de la mano derecha.
—Vale, contigo no se puede razonar, estás cada vez más cabezota y no me haces caso. Lo intentaré, pero que conste…
—Deja de quejarte y de perder el tiempo —le cortó Cristian—. Busca información sobre ella y no me escondas nada…, que nos conocemos.
—Dame un punto de partida —claudicó Marcos —. ¿Qué sabemos sobre ella?
—Clínica Klass, Madrid. Sé que la donante tenía solo dieciocho años, por lo que ahora tendrá unos veinticinco. Aquí tienes mi lista de características deseadas y, a excepción de deportista, me aseguraron que las cumplía todas. Así que ve a Madrid y encuéntrame a una chica más lista que la media, de metro setenta, unos sesenta quilos de peso, pelo castaño, ojos claros, que no fuma ni toma nada raro y que no hace deporte. Y si está buena, mejor que mejor.
—¡Sí, hombre! Tú pide por esa boquita. La chica no será la misma que hace seis años y pico, puede que haya engordado, que se haya teñido el pelo, o que tenga familia e hijos. En fin… —se resignó Marcos—. ¿Algo más?
—Sí. Tengo un dato importante: el día exacto de la donación de óvulos. Lo vi por casualidad en una ficha. Pregunté qué significaba aquella fecha y me dijeron que era la de la extracción, diez de diciembre de 2009. ¿Qué te parece?
—¿Que qué me parece? No me hagas hablar…
Cristian sabía que Marcos, a pesar de su cara de pocos amigos, ya había aceptado su encargo. Así que añadió divertido:
—No sé su nombre, pero de momento la llamaremos «La Bestia». Venga, ve a despertarla y, si está buena, recuerda que es la madre de tu ahijado. Nada de miraditas de más. ¿Estamos?
Marcos sonrió por primera vez en todo el encuentro. Como siempre, llegaba con una idea y se iba a casa con otra totalmente diferente. Sabía tratar a las estrellas, lidiar con sus genialidades, y estaba acostumbrado a sus excentricidades, pero el tema de la donante era muy delicado. Comprendió que debía intentar solucionar el asunto él solo. Cuantas más personas estuviesen al tanto, más posibilidades existían de que se enterara la prensa. Cristian ya no era un jovencito, en unos meses cumpliría treintaiún años y, para el fútbol, eso significaba el principio del fin. No se podía permitir ningún escándalo; tendría que seguir un comportamiento ejemplar para seguir donde estaba, en la primera línea de los más grandes.
Al día siguiente, Marcos comenzó la búsqueda por la vía fácil. Se fue a Madrid y se entrevistó con el director de la clínica Klass, un hombre mayor, frío y, como pudo comprobar, muy conservador. No quiso escucharle. Una vez entendió por dónde iba la entrevista, le cortó en seco.
—Señor, no siga, por favor. Está prohibido por ley, tanto para una parte como para la otra. Si hiciéramos ese tipo de concesiones, mi clínica no duraría ni un día. ¡Ni uno! Su representado haría bien en decidir qué es lo quiere en la vida. Ahora, si me disculpa, tengo asuntos más importantes que atender.
Marcos no se sorprendió, de hecho se lo esperaba, pero lo había hecho para tantear el terreno y para elegir alguna posible ayudante en este asunto. Y la encontró pronto: una enfermera madurita con cara de desesperada. Marcos tenía un atractivo innato, a sus cincuenta y tres años lucía un cuerpo atlético, y tenía mucha mano para las mujeres. Su mirada de color azul intenso era irresistible. Le sonrió y entablaron conversación. Tal como sospechaba, la mujer estaba divorciada, así que quedaron para tomar un café al cabo de unas horas, cuando ella terminara su turno en la clínica. Tomó nota para cobrarle muy caro a Cristian aquello. Le esperaba un largo camino por delante. Y todo, ¿para qué?
Ana, la enfermera de la clínica, se quedó mirándolo con incredulidad cuando Marcos le contó que el niño estaba gravemente enfermo y necesitaba encontrar a la madre para ver la compatibilidad de ambos.
—Para estos casos se pueden obtener permisos especiales; si quieres lo consulto mañana y te digo dónde hay que acudir para hacer todo el papeleo.
—Por desgracia, no hay tiempo —se lamentó Marcos apenado, pidiendo perdón en silencio a su ahijado por inventarse aquel disparate. Se sentía mal por contar mentiras, pero de momento no tenía otra idea mejor. La enfermera le miraba con los ojos muy abiertos y le dijo en tono comprensivo:
—Aun queriéndote ayudar, es imposible. Klass es una clínica de mucho nivel y tiene un sistema de seguridad muy sofisticado. Los empleados, por lo general, no tenemos acceso a esa información.
Marcos pensó que «la bestia» estaba muy bien protegida. ¿Qué iba a hacer ahora? Se quedaba sin opciones… Tanto el plan A como el plan B le habían fallado. ¡Habría que pensar en un plan C!
—Ana, esto es de vital importancia y mi cliente te estará muy agradecido si nos pudieras ayudar un poco. No hace falta que me des el nombre que figura en el expediente, ya veo que es imposible. Pero, ¿me podrías dar los datos de las chicas que fueron a donar óvulos en un día concreto? ¿Eso lo ves complicado?
Ana le contestó con otra pregunta:
—Cuando dices que tu cliente estará agradecido, ¿cómo de agradecido estaría? —Y haciendo una corta pausa, continuó—: ¿Tanto como para arriesgarme a quedarme sin empleo?
—Sí, podría estar así de agradecido. Entréganos los nombres y verás el agradecimiento —le dijo Marcos en tono convincente, sacando una de sus seductoras sonrisas—. Además, ¿quién nos asegura a nosotros que se utilizaron los óvulos de aquel día? Es solo una corazonada; iremos a la aventura porque estamos desesperados.
—Eso es verdad —dijo ella, complacida por el rumbo de la conversación—. La fecha de extracción y la de implantación no son nunca la misma, no veo por qué pensáis en esta fecha en concreto. En todo caso, estaré vulnerando la Ley de Protección de datos y…
—Te prometo que se te compensará por ello, tú no te arrepentirás y nosotros no haremos ningún mal uso de los datos que nos facilites. De verdad. ¿Cuántas intervenciones se hacen en un día? —quiso saber Marcos para sacarle más información.
—Depende, de tres a cinco. En casos muy especiales, seis. Mañana tengo turno de tarde. Tú dime el día y lo intentaré, aunque no te prometo nada.
Al día siguiente, Ana le entregó los datos. Habían tenido suerte, aquel día se habían hecho el mínimo de intervenciones. La información obtenida era escueta pero suficiente: nombre, DNI y fecha de nacimiento. Solo una de las candidatas tenía dieciocho años en el momento de la donación, así que, a través de un amigo que era investigador privado y tenía acceso a muchos sitios restringidos de búsqueda, Marcos averiguó lo más importante sobre ella y llamó a Cristian:
—Abre el correo electrónico, te acabo de mandar la información que esperabas.
—¡Lo sabía! Sabía que podía confiar en ti. ¡Eres el mejor! —respondió Cristian en cuanto se hubo recuperado de la noticia—. Te dejo, voy a mirarlo enseguida.
—Bueno, pues nada, luego llámame y lo comentamos. No hagas nada sin informarme —dijo Marcos para sí mismo, dado que el otro ya le había colgado.