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Valencia, enero de 2017

—¡Cristian! ¡Cristian! ¿Nos puedes atender un momento? —Una avalancha de periodistas se abalanzó hacia el coche, que se vio obligado a aminorar la marcha. El futbolista levantó el pulgar y saludó sonriente desde el interior, sin llegar a detenerse. Definitivamente, no podía atender a la prensa las veinticuatro horas del día. Cristian resopló aliviado cuando consiguió dejar a los reporteros atrás y se dirigió hacia la salida de la Ciudad Deportiva de Paterna. Divisó un grupo de personas esperándole y su estado de ánimo empeoró. No quería desairar a nadie, pero no podía pasarse la vida entera firmando autógrafos.

«Si paro, no podré atenderlos a todos y quedaré mal. Si paso de largo, quedaré mal igualmente», pensó el futbolista antes de decidir que saludaría desde el coche, sin pararse. Cuando llegó donde estaba la gente, bajó la ventanilla, esbozó una de sus mejores sonrisas y pasó de largo. Con el rabillo del ojo, miró por el retrovisor y vio a un niño de unos seis años, llorando desconsolado. Sin dudarlo, Cristian pisó el freno y paró el motor. Los niños eran su debilidad y, para más inri, ese tendría la edad de Júnior. Se acercó a él y le tendió la mano. El niño abrió muchísimo los ojos y se quedó paralizado por la impresión.

—Amigo, ¿pensabas que no iba a saludarte? —Cristian le abrazó tras soltar su mano —. ¿Cómo te llamas?

—Andrés —contestó sobrecogido por verse tan cerca de su ídolo.

El futbolista abrió el maletero de su coche y sacó una camiseta firmada ­—siempre llevaba alguna para ocasiones especiales— y se la regaló a Andrés, que se marchó contento con su padre. Después se acercó a sus fans y se dejó fotografiar. Minutos más tarde, abandonó la Ciudad de Paterna y se dirigió hacia su casa.

Un cuarto de hora después, detuvo el coche delante de una mansión imponente, abrió la puerta con el mando a distancia y avanzó en el interior de la propiedad. Paró el motor, salió del coche y admiró orgulloso su garaje, donde, en fila y ordenados pulcramente, descansaban doce impresionantes vehículos, cada uno con su historia y su encanto. Los coches eran su debilidad y ya tenía visto el modelo que se iba a convertir en el número trece. Con estos pensamientos rondándole por la cabeza, subió los escalones que comunicaban el garaje con la casa y, nada más abrir la puerta, una vocecita le dio la bienvenida desde el salón:

—¡Papi, has llegado!

—Sí, campeón, ya estoy en casa —dijo acercándose al sofá donde su hijo de seis años pintaba concentrado en su cuaderno—. ¿Me has echado de menos? —le preguntó cariñosamente mientras le revolvía el pelo con la mano.

—¡Pues claro! Aunque solo un poco… Yo también acabo de llegar. —Luego, sin mirar a su padre, añadió mordiéndose el labio—: Hoy no he tenido un gran día. Tengo una nota de Pilar en la mochila.

—¿Y eso? ¿Ha pasado algo en el colegio? ¿Te han vuelto a decir algo malo sobre mí?

Tener como padre a un futbolista famoso, odiado y querido a partes iguales, no era fácil; y no sería la primera vez que Júnior llegase a casa llorando. A veces los niños le decían barbaridades solo porque sus padres estaban descontentos con el juego de Cristian o porque simpatizaban con un equipo rival. Su hijo era lo más preciado de su vida, pero no podía encerrarlo en una jaula de oro para protegerlo, así que ambos tenían que acostumbrarse a esos inconvenientes. Le sonrió con dulzura y le animó a seguir.

—Sí y no —soltó el niño tras un suspiro—. Me han dicho que… Mejor te doy la nota de Pilar.

El pequeño salió corriendo en busca de su mochila cuando, de repente, se detuvo y regresó para abrazar a su padre.

—Se te olvidó el abrazo, papá —le regañó cariñosamente.

Luego, salió disparado para traer la nota. Cristian se dejó caer en el sofá de cuero y esperó preocupado el regreso de su hijo. Un escalofrío le recorrió la espalda y pensó que el sofá no era nada cómodo. Tomó nota mental de que habría que cambiarlo. Un estado de ansiedad se apoderó de él, por lo que inspiró con avidez, buscando calmarse. No había motivos para angustiarse: tenía treinta años, su carrera estaba en un gran momento, se encontraba en plena forma física, poseía fama y dinero, y lo mejor de todo, tenía a Júnior.

El niño regresó, se sentó a su lado y le entregó la nota.

Estimado Señor Cros:

Sentimos avisarle de que hoy hemos abierto un parte a Cristian Jr. por haberse pegado con otro niño en el recreo. Para hablar sobre el tema le citamos mañana, día 12 de enero, a las 16:00 en el despacho del director. Es imprescindible que hable con su hijo, es un tema delicado.

Le rogamos confirme la asistencia a lo largo de la mañana.

Gracias.

Nada más leer la nota, Júnior preguntó:

—¿Yo soy un niño normal, papá?

—¿Qué pregunta es esta, Júnior? ¿Tiene que ver con la nota de Pilar? —Cristian se sintió confundido.

—Mario, un niño de otro curso que va conmigo a karate, se ha burlado de mí diciéndome que no soy normal, porque me has fabricado en un laboratorio. Ha dicho que no soy como los demás niños, porque no tengo mamá. Y yo me he enfadado y le he pegado. —Tomó una pausa mordiéndose el labio con nerviosismo y volvió a preguntar—: Ya sé que siempre me dices que no necesitamos a una mamá, que tú me quieres como cuatro papás y cuatro mamás juntos, pero ¿por qué no tengo una mamá, papi?

Cristian miró a su hijo con incredulidad y sintió que había madurado de golpe. Sus ojos amables y grisáceos se habían oscurecido, y su mirada exigía respuestas más allá de las que había sabido darle hasta entonces.

Por primera vez en su vida, Cristian no sabía cómo abordar un tema relacionado con su hijo. La historia del nacimiento de Júnior era complicada de contar a un niño de solo seis años. No se sentía preparado para hablar sobre esa cuestión pero, muy a su pesar, comprendió que no tenía alternativa.

—Primero, campeón, quiero que sepas que eres un niño normal. Escúchame bien, completamente normal. Cuando decidí ser padre, no tenía pareja, pero tenía muchas ganas de tenerte en mi vida. Primero pensé en buscar una novia buena, simpática y divertida para ser tu mamá, pero en aquel momento no encontré ninguna.

El niño miraba con interés a su padre mientras sus ojos pedían más explicaciones.

Cristian sabía que ahora venía la parte más difícil: tenía que adaptar la historia a la edad de su hijo para que la comprendiera.

—Mira, los papás no tienen suficientes vitaminas en el cuerpo y no pueden tener bebés.

— ¿Tú no tienes vitaminas, papá? —preguntó el niño preocupado.

—Sí, sí, yo tengo muchas, pero no tengo vitaminas de mamá. Y para hacer un niño se necesitan vitaminas de papá y de mamá, ¿sabes? Así que busqué una clínica donde van personas que las regalan para que otros papás y mamás las puedan utilizar y tener bebés. Hablé con los médicos, les conté que tenía muchas ganas de tenerte, buscaron vitaminas de una mamá sana, joven y fuerte, las mezclaron con las mías y ¡tachán! ¡Aquí estás tú!

Los grandes ojos del niño se llenaron de lágrimas y estalló en llanto. Salió corriendo y se encerró en su habitación. Cristian se fue tras él, desconcertado.

—Júnior, campeón. ¿Qué pasa? —le dijo en voz baja, tocando con los nudillos la puerta.

—¡Vete! —le gritó sollozando—. Mario tiene razón, no soy normal, me hicieron unos médicos, y él dice que los niños los hacen los papás y las mamás. Además, también dice que no tengo un nombre normal, que todos me llaman Júnior y que eso no es un nombre de verdad.

Llantos y más llantos salían de la habitación del nuevo Júnior que ya no quería ser Júnior. Cristian se sentó en el suelo, al lado de la habitación de su hijo. Por primera vez en mucho tiempo, el «todocontrolador» y organizado Cristian Cros se había quedado sin un plan de acción.

Después de casi una hora, la puerta de la habitación se abrió. Júnior salió despacio y le dijo a su padre:

—Algunos niños del cole se ríen de mí, dicen que Júnior quiere decir pequeño y que, si siguen llamándome así, no voy a crecer.

A Cristian se le rompió el corazón al ver a su hijo destrozado por algo que, inconscientemente, había provocado él. Nunca se había parado a pensar que llamar a su hijo Cristian Júnior podría llegar a afectarle de este modo…

—Campeón —le dijo tomándole de las manos—, te prometo que aunque te llamemos siempre Júnior vas a crecer, pero, si lo prefieres, vamos a decirle a todo el mundo que te llame Cristian, ¿de acuerdo?

—¿De verdad no voy a quedarme pequeño si seguís llamándome Júnior?

—De verdad. —La inocencia de su hijo lo enternecía.

—Bueno, pues prefiero que me sigáis llamando Júnior, para no llamarnos los dos igual.

—Como tú quieras. Si cambias de opinión, solo tienes que decírmelo. ¿De acuerdo? —El niño aceptó la mano que le tendía su padre y sellaron el trato—. ¿Ahora, quieres que termine de contarte de dónde vienes?

El niño asintió con la cabeza y su padre le hizo una señal con la mano para que se sentara a su lado. Le dio un beso en la frente, se aclaró la voz y dijo:

—Es verdad que fueron los médicos los que mezclaron las vitaminas, pero estás hecho de un papá y de una mamá, como todo el mundo. La única diferencia es que tu mezcla de vitaminas la pusieron en la barriga de otra mujer… —¿Cómo podía ser tan complicado contarle todo aquello a su hijo? Cristian estaba más tenso que ante el partido más difícil de toda su carrera—. Es un poco complicado de entender, pero, como los papás no podemos hacer crecer los bebés en nuestra barriga y la mamá que nos dio sus vitaminas no nos podía dejar su barriga, te pusimos en otra. —Cristian hizo una pausa y suspiró aliviado al ver que su hijo no preguntaba por qué la donante no les había dejado también «la barriga»—. Estuviste allí nueve meses, como cualquier otro niño, hasta que te hiciste un bebé regordete y precioso, y pude tenerte en mis brazos.

— Ah… —respondió el niño sin mucha convicción—. ¿Y quién me tuvo en su barriga?

Por fin una pregunta que tenía respuesta fácil, pensó Cristian aliviado.

—Daryna, tu niñera. Yo le pedí que te dejara crecer en su barriga y que luego me ayudara a cuidarte.

El niño, de repente, pareció comprenderlo. Su cara se iluminó y una sonrisa floreció en sus labios cuando dijo:

—Entonces… ¡Daryna es mi mamá!

Cristian miró el techo, quizá no se había explicado tan bien como pensaba.

—No exactamente, campeón. Podríamos decir que Daryna es solo tu «mamá barriga». Ella te hizo crecer en su vientre, pero no tienes nada de ella en tus genes, ella no puso las vitaminas, ¿lo entiendes? Es como si Daryna fuera el horno en el que se cocieron los ingredientes para hacer un fabuloso ¡«pastel de Júnior»!

Cristian sonrió aliviado al ver que su hijo reía con la explicación. Pero, de repente, este se puso en pie de un salto y dijo con entusiasmo:

—¡Ya lo entiendo! Mi mamá es la mujer que regala vitaminas, ¿verdad? Papi, ¡yo la quiero conocer!