Tu casa:
tu padre, tus hermanos
y la madre que te parió

UNA NUEVA ESPERANZA
Querido lector, estas son mis últimas palabras; en este libro podrás descubrir por qué decidí suicidarme, por qué la vida dejó de tener sentido para mí y, sobre todo, quién en mi familia es culpable de que yo haya tomado esta decisión. Aún no tengo decidido qué método usar. Había pensado ponerme uno tras otro los discos de Maná, ver todas las «pelis» en las que Nicholas Cage lleva peluca, que son las malotas, pedirle a Kiko Rivera que elija mi régimen de comidas, seguir el ritmo de vida de Amy Winehouse... Pero todos ellos me parecen demasiado crueles. Así que, mientras decido cómo hacerlo, te contaré cómo he llegado a decidir hacerlo. Siéntate, coge una bolsa de pistachos, hazte un Tang... Y empezamos.

Lo primero que ves al nacer no es a tus padres, es a un señor con un gorrito raro en la cabeza, con guantes y una especie de mandil. Si tuviéramos conocimiento, en ese momento pensaríamos: «He nacido en la cocina de El Bulli». Entonces tendría sentido que nos pusiéramos a llorar, porque te ves servido en un plato hondo con hielo seco y... Pero no, enseguida te ponen encima del pecho de tu madre y ves a tu padre blanco como un lavabo y disfrazado también de manipulador de alimentos del McDonalds por el rabillo del ojo. A partir de ese momento eres un animal familiar... Todo lo que te va a pasar en los años siguientes, hasta que tengas edad de irte de casa, es decir, más o menos 35 años tal y como están las cosas, vendrá determinado por tu familia. Sobre todo por aquellos que viven contigo. Y la primera y más importante de todos quienes viven contigo es la señora esa que está tirada en la cama, despeinada y con el rímel corrido, y que sabes que es tu madre porque lo primero que hace es coger un pañito y taparte la boca, ¡¡¡para que no cojas frío!!!
LUKE, SOY TU MADRE
Cuando dicen eso de «Madre no hay más que una», yo creo que en realidad lo dicen porque todas las madres son la misma... Todas hacen y dicen las mismas cosas.
Quién no ha oído a su madre decir eso de «¿Quieres recoger el cuarto?, que me duele la boca de decírtelo». «Me duele la boca de decírtelo» es una frase de madre. Tu jefe no te diría jamás «Martínez, acabe ya el informe, que me duele la boca de decírselo». Tu jefe te dice: «Martínez, acabe el trabajo o se va usted a la calle de boca».
Otra cosa propia del lenguaje de madre: al resto de los seres humanos las cosas le cuestan esfuerzo, tesón, un huevo... A las madres no, a las madres las cosas les cuestan «un triunfo».
—Venga, arriba, que me cuesta un triunfo sacarte de la cama.
Tienen su propio lenguaje, que no puedes utilizar si no eres madre, porque si tú dices esas cosas queda fatal en ti. Una característica suya es huir lo más posible de la alegría. Rompes la hucha para poder regalarle a tu madre una cosa que vio un día y que le encantó. Se lo entregas con toda la ilusión del mundo y ella lo abre... Aquí una persona normal diría «¡¡Guau, que ilusión!! ¡¡Justo lo que quería!!», cosas así... Una madre no. Una madre, antes de alegrarse, dice:
—Pero cómo se te ocurre gastarte tanto dinero... ¡Si no puedes, hijo! Además, me duele la boca de decirte que no me compres nada.
Los que leáis este libro conseguiréis un gran diccionario español-madre, madre-español. Porque una madre necesita traductor simultáneo. Por ejemplo, tú quieres ver la tele con ella... le dices que qué le apetece ver, y ella suelta otra de sus frases:
—Pon lo que quieras, hijo, si a mí me da igual.
Pero cuidado, en una madre esta frase no significa lo que parece... Porque, si no pones lo que a ella le gusta, no te dejará verlo en paz.
—Desde luego, está la tele para tirarla a la basura... La pinta de chichinabos que tienen todos... Pues en la tres ahora hay una novela, pero no la pongas hijo, si a mí me da lo mismo... Anda, que vaya mindundis que ves...
Entonces, y solo después de diez minutos de sutiles «indirectas», te das cuenta de que tu madre quería ver la novela y no se atrevía a decírtelo; así que tú, lleno de amor filial, haces ver que también te aburre el programa y pones la novela por darle el gusto. Ese es justo el momento en que tu madre, agradecida, se duerme...
Así son las madres, eternas rebeldes. En el terreno laboral también se comportan de forma distinta al resto de los humanos. La mayoría de la gente está deseando pillar una baja para no ir a trabajar... Una madre tiene una frase que le encanta:
—Yo es que no me puedo poner mala..., como caiga yo mala, a ver qué hacían todos estos. ¡Se los comía la mierda!
Pero lo que demuestra que una madre es un personaje único es que, además de como a los demás, a una madre se la puede llegar a matar a disgustos, o al menos eso dicen ellas: «Me vas a matar a disgustos».
Y es que las madres no son seres humanos normales... Son superiores. Yo he investigado muy profundamente y he descubierto que, sobre la tierra, hay dos tipos de mujeres: las mujeres y las madres. De hecho, las mujeres, cuando se convierten en madres, mutan... y empiezan a comportarse de manera muy rara.
Tu amiga Marta, que era una chica muy pija a la que tú llevabas toda la vida tirándole los tejos sin que le hubiera dado ni uno..., bueno, pues tu amiga Marta, a ti, no te habría enseñado los pechos ni en una playa nudista. Pero tu amiga Marta se convierte en madre... y tu amiga Marta se saca el pecho en medio de una cafetería a rebosar sin ningún problema. ¿Qué le ha pasado? Que es madre... Y ella ya piensa que su pecho no es un objeto erótico, sino un contenedor alimenticio..., el famoso Teta Brik.
Y tu amiga Marta, que era tan pija que decía frases como: «Te lo juro por la cobertura de mi Nokia». «Si miento, que se me borre la contraseña del Messenger..., que me denuncien en el Facebook..., que se me olvide el PIN... y no encuentre el PUK...». Pues tu amiga Marta empieza a decir frases como: «Mírame en el bolso a ver si tengo el sacaleches, que tengo los pezones agrietaos».

¿Qué le ha pasado? ¡¡Que es madre!!
Y tenéis que saber que las madres, por las noches, cuando todos dormimos, se escapan de la casa, bajan a la calle y se meten por unas alcantarillas secretas donde hay unas salas escondidas en las que les dan clases para ser madres...
Solo esto explica que todas las madres se comporten exactamente de la misma manera y digan las mismas cosas: frases de madre.
Por ejemplo:
—Tú hazle caso a tu madre, que tu madre sabe de esto.
Esta es una frase de madre, pero además es que es internacional... Tú te vas a Japón, y en Japón hay una madre japonesa diciendo:
—Tukacho tumami quechumami chabedesto.
¿Veis? Son todas iguales... ¡¡¡Porque han ido a las clases de las alcantarillas!!!
Y os estaréis preguntando: ¿cuál es el objetivo de estas clases?, ¿qué buscan? Yo os lo diré: quieren que no lleguemos a la edad adulta con la cabeza en su sitio. Por eso contestan a nuestras inquietudes de niño de cuatro años con frases que no tienen ni pies ni cabeza. Una conversación entre una madre y su criatura de cuatro años debería estar penada. Puede ser más o menos así:
—Mamá, mamá, quiero un coche.
Respuesta que le da la madre:
—¡¡¡Ni coche ni cocha!!!
¿Pero qué argumento es este? ¿«Ni coche ni cocha»? ¿Os dais cuenta de que es un argumento de madre, que no vale para nadie más?
—Hola, mire, que quería un crédito.
—Pues ni crédito ni crédita...
Nooo, esto solo lo contestan las madres... porque han ido a las clases de las alcantarillas. Pero hay más:
—Mamá, mamá, quiero un coche.
—¿Pero tú qué te crees? ¿Que yo el dinero lo pinto?
A ver, que tú tienes dos años..., que lo que se te ocurre es regalarle una caja de plastidecores y decirle: «Venga, mamá, vámonos de compras, que te cierro el Zara».
Y puede ser todavía peor:
—Mamá, mamá, quiero un coche.
—Y yo también quiero muchas cosas y no las tengo.
¿Ahí qué haces? ¿Pones una ONG...? ¿Madres Mundi? ¿Alcantarillas para el Desarrollo?
Os lo aseguro... Si habéis aprendido a negociar con una madre estáis más que preparados para negociar con cualquiera. Porque ellas siempre nos contestarán cosas más raras que los demás:
—Mamá, ¿qué hay de comer?
—¡¡¡Comida!!!
Y te quedas pensando: «Ah..., menos mal que no hay... persianas».
Os aseguro que una madre está preparada para todo, y eso les ha hecho fuertes. Por ejemplo, en esas alcantarillas, Rappel les enseña a ver el futuro... Y toda madre tiene ese superpoder:

—Bájate de ahí, que te vas a caer.
¡¡¡Y te caes!!! ¡¡¡Y encima, cuando te caes, tu madre te pega!!! ¡¡Porque ya lo había visto antes!!
Pero hay otras predicciones peores:
—Este año Matemáticas no las sacas... Ni estudies... ¿Pa qué?
O la peor de todas:
—Ten cuidao con esa, que es una lagarta.
¡¡¡¡Y no falla, es una lagarta!!!! Es alucinante, yo no sé si esas clases se las da Rappel o Chenoa... Porque cuando tú vas, ellas vienen de allí.
Están tan bien preparadas que debo deciros una cosa terrible: en esas clases, a las madres las operan... y les ponen cosas que no tenemos el resto de los seres humanos. ¡Toda madre va tuneada! Por ejemplo... ¡¡¡les ponen un ojo en la nuca!!!
Solo esto explica una situación que todos hemos vivido con nuestra madre: tu madre está sentada en un banco de un parque, hablando con una amiga... Tú estás detrás... Y la conversación de tu madre con la amiga es la siguiente:
—Así que yo le he dicho a Paqui: «Mira Paqui, esto lo tenemos que hablar tranquilamente porque...». ¡¡¡Manolo, bájate de ahí ahora mismo!!!
¡¡¡Lo ha visto!!! ¡¡¡Por el ojo!!! ¿Veis como no son humanas?
Otra cosa que les ponen es un paladar de amianto, capaz de resistir las temperaturas más altas que existen sobre la tierra. Así se explica la velocidad a la que es capaz de comerse una sopa hirviendo una madre, que tú estás aún haciendo el tonto por las esquinitas del plato y tu madre ya está rebañando...
—Venga, que te traigo el filete.
¡¡¡Y los cucharazos que le pega al plato...!!! ¡¡¡Que yo de pequeño pensaba que también había que comerse la flor!!!
No os he dicho que otra de las cosas que les ponen a las madres es un chip inserto en la nariz..., en plan Pocholo. Les da superolfato. Toda madre puede oler cosas que nadie que no haya nacido en Krypton puede oler.
Esto lo descubres ya cuando eres un poco más mayor, sales una noche y llegas a tu casa, digamos, regular...
De esto que te quedas en la puerta... Apoyado. Y gimiendo.
—Ahhhh... Puffffff.
Que hablas contigo como si fueras Aída Nízar:
—Estás fatal, tío...
Hasta se te queda la marca de la mirilla en la frente. Yla placa: «Señores de Martínez Pérez...».
—Si yo estaba bien..., ha sido la última, que se ha empeñado el Ricky...
Así que te piensas una frase para poder decirla mientras cruzas el salón y que no se te note que vas borracho... Una frase del tipo: «Buenas noches, me voy a la cama, que estoy muerto». Cuentas hasta los pasos: «Buenas noches, me voy a la cama, que estoy muerto». Y ya estás en el cuarto... ¡¡¡Casa!!!... Pero tú no te das cuenta de lo pedo que vas y te sale:
—Buenos muertos, me voy a la noche...
Jodeeeeé.
Total, que, como puedes, sacas la llave..., intentas meterla en la cerradura..., te quitas de la puerta de tu vecino, te vas a la tuya...
—Buenas noches, me voy a la cama, que estoy muerto...
Venga tío, lo tienes..., lo tienes..., a por ello...
Abres la puerta por fin y... ¿Para qué ensayas? Si en cuanto entras por la puerta tu madre aspira profundamente y te dice:
—¡¡¡¡Ballantine’s con Coca-Cola!!!!
Y aspira otra vez.
—¡¡¡¡Y Bacardí con limón, encima has mezclao!!!!
Y aspira de nuevo.
—¡¡¡¡Y llevas tabaco en el bolsillo, has fumado!!!!
Que aquí somos nosotros los que a las madres les decimos una cosa muy rara:
—No, es que se lo estoy guardando a un amigo...
Que todas las madres del mundo se piensan que tenemos amigos sin bolsillos a los que les guardamos las cosas prohibidas: los condones, la maría, el tabaco... Que mi madre llegó un momento en que en vez de «mi hijo» me llamaba «mi alijo».
Pero estamos hablando mucho de la madre, y alguna madre camuflada que esté leyendo el libro, seguramente con el ojo de la nuca, estará pensando: «¿Y el padre?». Pues bien, hablemos del padre.
EL PADRE, ESE SEÑOR QUE COME
COSAS RARAS
Muy bien, vamos a decirlo ya... ¡¡¡El padre en esto no pinta ABSOLUTAMENTE NADA!!! La única frase que tú recuerdas de tu padre a lo largo del tiempo es:
—Cuando seas padre, comerás huevos.
Y ya está..., esa es toda la aportación de tu padre a tu educación. Eso sí, tu madre utiliza a tu padre en una frase que te suelta un día que has hecho algo gordo, has llevado malas notas o lo que sea. Entonces te suelta:
—¡¡¡Ya verás cuando venga tu padre!!!
Y te mueres de miedo... Te metes en la habitación, esperando y pensando: «Ostras... ¿Qué hará mi padre cuando venga? ¿Comerá huevos?».
Y cuando tu padre mete la llave por la puerta es como si te la metiera a ti en el ombligo y girara... ¡¡¡Te duele!!!
Entonces tu madre se dirige a la puerta y le dice:
—Tienes que hablar con tu hijo...
¡¡Atención, lenguaje de madre!! «¡¡¡Tu hijo!!!». Eres huérfano de madre en ese momento.
Y entonces se monta el momento «bronca familiar». El escenario suele ser así: tú te quedas en un rinconcito, aguantando marea... El comehuevos se sienta en el sofá... Y tu madre... revolotea y no para de hablar, es un iPod..., va en MP3.
Y el comehuevos, que ya es experto, pasa por tres fases completamente distintas según vaya viendo al iPod...
La primera es la fase «Ujum...», el iPod va hablando y el comehuevos gime.
—Y es que este niño se está riendo de nosotros.
—Ujum...
—Y a mí no me torea.
—Ujum...
Si el comehuevos ve que el iPod se está calentando, pasa a la segunda fase, que yo llamo la «fase Monchito»..., porque consiste en que el comehuevos repite lo que al iPod le sale de las tripas:

IPOD: Y dile que ya está bien.
COMEHUEVOS: Ya está bien...
IPOD: Y que este año no hay vacaciones.
COMEHUEVOS: Y este año no hay vacaciones...
IPOD: Y que le voy a esconder la Play Station.
En ese momento los ojos de tu padre se llenan de miedo.
COMEHUEVOS: ...tation.
Sí, porque hay un momento en que el comehuevos ya solo acierta a repetir el final de lo que ha dicho el iPod..., es como cuando vamos al chino. ¿Os habéis fijado en que los chinos repiten siempre el final de lo que les hemos pedido?
—Mire, queríamos rollito de primavera...
—¿...mavera?
—Arroz tres delicias.
—... icias.
—Y cerdo agridulce.
—...ulce.
Se ríen de nosotros. Y nosotros que pensábamos que íbamos al chino a reírnos... Son ellos los que, cuando se meten en la cocina, están partiéndose de risa.
—Voy a ver si quieren Trufito... Fito, fito, jaja...
Pero perdonad, que me he perdido... Sigo con la bronca familiar. Si el comehuevos ve que el iPod se está calentando, pasa a la tercera y definitiva fase:
—Lo que diga tu madre...
Esto ya es el comodín del público... Tu padre lo puede estar usando durante días.
—¿Papá, puedo dejar de estudiar?
—Lo que diga tu madre.
—¿Papá, puedo poner la tele?
—Lo que diga tu madre.
—¿Papá..., dónde está Croacia?
—¡¡¡Donde diga tu madre!!!
Ahora, después de conocer el gran secreto de las madres, cuando las veáis... queredlas mucho, porque una madre es la única persona que se alegra cuando engordas y porque madre no hay más que una... ¡¡¡Y menos mal!!!
Porque lo de «padre no hay más que dos» ya lo trataron Pajares y Esteso, y nosotros con los grandes no podemos compararnos.

HERMANOS, ESOS SERES QUE TE ROBAN LAS PATATAS
Cuando la Biblia dice que todos somos hermanos, ¿qué quiere decir? ¿Que deberíamos pelearnos por quién duerme en la litera de arriba? ¿Por quién va delante en el coche? ¿Por quién tiene el mando de la tele? ¿Por quién se pone la camiseta de Bob Esponja? Si de verdad todos nos comportáramos como hermanos, el mundo estaría siempre en guerra. Bueno, lo mismo lo hacemos...
Tus hermanos te curten, te convierten en un marine de la convivencia. Yo tuve cuatro, por lo que me podéis llamar el Sargento de Hierro sin problemas. Cada hermano tiene sus cositas, y ninguna apetece.
HERMANO MAYOR
Tu madre le obliga a sacarte con sus amigos y te lleva por la calle sin hacerte ni caso..., hasta que uno de sus colegas se mete contigo y le parte la cabeza. Tiene música y a ti te gusta su música, pero si te pilla cantándola cambia de gustos. Tu hermano mayor marca tu vida... Si ha sido empollón, cuando llegas al cole te dicen: «A ver si imitas a tu hermano»; si ha sido un golfo, te ponen en primera fila sin preguntar, para tenerte controlado.

Hay una edad en que tu hermano mayor desarrolla un superpoder: hablar con chicas... Le ves en la puerta del cole, apoyado en una valla y con unas muchachas con una carpeta y piensas: «Yo jamás llegaré a eso». Lo más cerca que has estado tú de hablar con tías es cuando llama la hermana de tu madre.
Tu hermano mayor vive para putearte..., te deja calcetines sudados en los pomos de las puertas, te quita las patatas... Eso sí, es el que hace la labor de cuña para acabar con las prohibiciones de la casa.
HERMANO PEQUEÑO
Se te pega en todo y le gusta tu misma música; si te haces heavy, él lleva una muñequera de Dora la Exploradora; si te haces siniestro, se pinta el babi con «rotu» negro; si te haces caca, siempre está él ocupando el baño... Encima, cuando alcanza una edad, tu madre te obliga a llevártelo con tus amigos para que te controle, y te toca ir siempre acompañado de «minitú»...
Y por si fuera poco, lo que hace tu hermano mola simplemente porque es pequeño, para eso tus padres no tienen criterio alguno. Se pone a gatear y lo flipan, se tira un pedo y es un pum, se tira un eructo y es un provechito: tu hermano hace cacotas, tú eres un cerdo.

HERMANA
Cuando descubres de verdad que las mujeres, más que de otro género, son de una configuración genética diferente es cuando tienes una hermana. No le gustan tus juguetes, no le gusta tu exquisita manera de decorar tu cuarto con muñequitos de Power Rangers, no le gusta eso tan gracioso que haces dando la vuelta a los párpados y enseñando la parte roja, no le gusta ni siquiera algo tan básico como quemar pedos, que es la esencia de la risa...
Pero debes cuidarla, porque ella será la responsable de un acontecimiento que puede cambiarlo todo... ¡¡¡Ella será la que meta en tu casa a tu cuñao!!!

ÉRAMOS POCOS...
Y LLEGARON LAS MASCOTAS
Llegó un momento en mi vida en que dejé de ser la mascota de mi hermano mayor y eso me relajó mucho a nivel mental y, sobre todo, físico: ya estaba harto de ir a por el balón cada vez que se iba hacia la carretera. Y comenzaron a llegar a casa las otras mascotas.
LOS GUSANOS DE SEDA
Mi hermano mayor llegó un día con una caja de zapatos misteriosa y la abrió. Todos esperábamos encontrar lo típico: un gremlin recién traído del bazar chino, o revistas guarras en alemán que le había dejado un amigo con padres muy liberales. Pero no, nos encontramos con un puñado de gusanos de seda dando vueltas a lo loco por la caja. Los gusanos de seda fueron las primeras mascotas que entraron en mi casa.
Llega un momento en que, por lo que sea, un niño llega al cole con gusanos de seda y comienza la epidemia. Y digámoslo ya, los gusanos de seda no tienen ni puta gracia, no entretienen, no dan juego; al contrario, reúnen algunas de las cositas más desagradables que existen. De entrada, hay que buscarles hoja de morera para que continúen con vida: un domingo entero perdido con tu padre a las afueras de la ciudad buscando moreras y dándoles con el palo de una fregona para que caigan algunas hojas, como si estuvieras en la isla de «Supervivientes».
Porque los puñeteros gusanos de seda solo pueden comer morera. En mi colegio decían que si les echabas lechuga se quedaban ciegos. ¿Y qué más da?, si están metidos en una caja de zapatos a oscuras. Eso sí, los míos se ponían ciegos de morera, no dábamos abasto para conseguirles morera, eran gusanos yonquis de morera.
Otra de las características chungas de los gusanos de seda es la peste que desprende la caja de zapatos, porque los gusanos hacen sus cositas y el fondo de la caja va cogiendo solera.
Y luego está el capullo..., palabra que, ya de por sí, nunca se ha utilizado con fines positivos. Un día abres la caja y te encuentras un ovillo pegado a una esquina del cajón. Aquí llega LA GRAN MENTIRA: NUNCA SALDRÁ UNA MARIPOSA. A ti te han dicho en el cole que el gusano se convertirá en una bonita mariposa, pero lo que sale de allí es una polilla más fea que un Pokémon de agua y que se pasa todo el día dándose golpes por la caja. La polilla se convierte en la protagonista de Buried pero sin mechero y sin teléfono móvil. Hasta que la pobre se rinde y aparece patas arriba tumbada en la caja: ese fue mi primer contacto con la muerte.
LOS POLLOS DE COLORES
Lamentablemente, mi relación con los pollos de colores siempre ha sido muy corta. Porque los animalitos ya venían con una pulmonía importante del mercadillo y por mucho cariño que le dieras, aunque le pusieras una Couldina, el pollo llegaba un día que entregaba la mochila.
La vida de un pollito de colores solo daría para un cortometraje, y dirigido por Tarantino, porque suele ser triste y violenta.
Hubo un momento en que yo elegía la ropa que me ponía según el color del pollito que tuviera como mascota: siempre he sido muy presumido.
Yo creo que algunos famosos también escogieron sus colores en función de los pollitos: Paris Hilton: rosa; Rajoy: azul; Michael Jackson: no quiso de color; Pitingo: ya de por sí es un pollito; Elton John: no quiso pollo, prefería... bueno, escogió pollo rosa pero que perdiera un poquito de pluma.
LOS HÁMSTERES
Es la mascota más resistente que llega a casa, porque se preocupa de mantener su forma física: se pasa dieciséis horas diarias dando vueltas en la rueda, es un boina verde, parece de La chaqueta metálica, puede convertirse en una máquina de matar. Además, lleva una alimentación muy controlada, solo come pipas, no le gusta mezclar, es todo fibra; siendo un hámster, está hecho un mulo.
Y llega un momento en que sientes miedo, porque piensas que ese hámster podría llegar a abrir los barrotes de la jaula, tomarnos a todos como rehenes y meternos prisioneros dentro de ella, y la verdad es que yo no hubiera podido sobrevivir a base de pipas y dando vueltas en la rueda, porque no tengo paciencia y además hace falta mucha voluntad para entrenar todos los días.
Para que tu mascota se relaje le compras una parejita, y el hámster pierde todo interés por el entrenamiento y se centra en su nueva compañera. Aquí descubres que tu hámster es un romántico. Limpia la jaula, recoge todo, se da un agua en el bebedero, pone luz tenue y prepara una cenita con su nueva compañera: carpaccio de pipas, solomillo de pipas al whisky y, de postre, Comtessa... A partir de este momento hay que poner dos rombos en la jaula porque llega el amor en estado puro... y aquello parece una fiesta de Berlusconi.

La jaula parece primero «La casa de la pradera», luego «Con ocho basta», después «La tribu de los Brady», y al final te crees que tienes allí a los Sabandeños... Llega un día en que no sacas para comprar pipas, y ese es el momento en que tu padre decide que hay que cambiar de mascota.
EL GATO
La característica más importante del gato es que consigue que la mascota seas tú.
El gato logra que tú le hagas y le digas todas las tonterías del mundo mientras te mira desde encima de la mesa del comedor pensando para sus adentros: «Este se ha creído que yo soy gilipollas».
Mi gato era de juegos individuales, a mi gato podrían haberlo contratado fijo discontinuo en el Circo del Sol, porque se tiraba sin red por las cortinas del salón agarrándose con las uñas. Todos le veíamos su mérito menos mi madre, que chillaba como si hubiera visto a Toni Genil bailando desnudo la lambada en el salón de casa.
Recuerdo con especial cariño uno de los momentos más bonitos que viví con mi gato. Se acercó a mí, empezó a ronronear, se rozó conmigo y, cuando me ganó con tantísimo cariño, empezó a toser como la niña de El exorcista y escupió una bola de pelo con la que podías rellenar un cojín para el sofá de casa.
Vivíamos en un cuarto piso y mi gato se cayó tres veces desde el balcón de casa. Pues bien, volvía siempre como el que acaba de bajar a tirar la basura. Después de esta experiencia, mi madre, que no era muy partidaria del gato, consiguió que nos mudáramos a un sexto piso. Al poco tiempo de vivir allí tuvimos que cambiar de mascota.
EL PERRITO
Llegó un momento en que me encontraba muy solo: mi madre, entre el bingo y vender oro, no cenaba en la casa, y a mi padre le llamaban el Mon Chéri porque estaba relleno de licor, le llamaban el Etiqueta porque siempre estaba pegao a la botella.
Con unos ahorros, que había conseguido vendiendo mi colección de cómics y ayudando a mi vecina Matilde a llevar las bolsas de la compra desde el supermercado, me fui a la tienda de animales a comprarme un perrito.
Entré en la tienda y, después de empujar con los pies, para poder entrar, tres jaulas de periquitos, cuatro huesos de goma y seis sacos de pienso compuesto, logré ver al dependiente. Todos los perros nos miraban con cara de estar viendo Love Story, qué falsos, si antes de entrar se estaban matando en el escaparate.
El dependiente era para verlo, una mezcla entre el cantante de Camela y Kung-fu, con más pelos que un kiwi. Cuando le pregunto por los perritos, le digo:
—¿Ese qué tal es?
Y me dice:
—Muy noble.
—¿Y el de allí?
—Un verdadero santo,
—¿Y el de más p’allá?
—Un trozo de pan.
Ya no pude más y le dije:
—¿Y el dóberman que lleva el caniche en la boca?
Y me dice:
—Pura sensibilidad.
Y digo yo, ¿no hay ningún perro con el carácter de María Patiño? Total, que le digo:
—¿Cuánto vale este?
—Veinte mil pesetas...
—El aire acondicionado no, el perro.
Y me repite:
—Veinte mil pesetas.
Y yo:
—¿Tiene Microsoft Excel? ¿Sabe poner la vitro?
Es que tenía «perigrín», o sea, que era de marca buena, no de marca blanca.
Cuando lo compré iba más contento que Willy Fogg leyendo un atlas, pero nada más entrar en casa me hizo la meada de reconocimiento o de welcome. Al ratito tuve que poner la casa en Defcon 2, porque al darle un yogur de mijillas se le soltó la barriga, pero no al Jaime, sino al perro. Qué manera de hacer churros, Dios mío de mi vida, era un grifo de shandy, faltaba echarle almendras, y mi madre gritando como una loca, menos mal que ya era la hora del bingo y se tenía que ir.
Y lo siguiente..., la visita al veterinario..., allí te quitan la cartera directamente, ¡coño, para que un perro viva con una familia hay que ponerle más vacunas que a Orzowei si lo llevas a «Gran Hermano»! Por poco lo tengo que empadronar, menos mal que no me pidieron dos fotos de carné, cualquiera mete al perrito en el fotomatón.
Eso sí, lo que lleva bien es la alimentación. De primero, él se come las zapatillas de paño rosa de mi madre; de segundo, alguna pata de la mesa del comedor vuelta y vuelta, y, de postre, se jinca el mando a distancia de la minicadena marca Palladium, de la que todavía no habíamos pagado ni la primera letra. En ese momento fue cuando le tire una figurita de Lladró, un caballo de seis kilos, y por poco lo pillo.
¡Qué cariño le tengo a Canelo!, porque encima el perrito se llama Canelo, ni Tobi, ni Lassie, ni Milú, ni na, le puse Canelo, le hice polvo la vida al animal: Canelo, nombre de perro tonto. Según el nombre que le pongas al perro, así se comporta el animalito, menos mal que no le puse Chuck Norris, si no, me destroza la casa.
Cuando a las tres de la tarde, después de comerme una fuente de filetes empanados con patatas y dos huevos fritos, me acostaba en el sofá a ver el documental de guepardos, con dos goterones de sudor resbalando por mi frente por la digestión, y al poco tiempo de coger el sueño sonaba el timbre de la puerta del vecino y el dichoso perro empezaba a ladrar como si hubiera visto el top-less de la Pantoja en 3D, me daba cuenta de la gran compañía que me ofrecía Canelo.
Una cosa buena sí tenía el perro, se alegraba más que mi madre cuando llegaba los domingos por la tarde con quince colegas y cuatro bolsas de litronas para ver el fútbol. Canelo saltaba, ladraba y movía el rabito, mi madre solo ladraba. Y es que yo creo que el perro es el mejor amigo del hombre, sobre todo los domingos por la tarde.