Introducción: El marco geográfico chino

CHINA, UN MOSAICO GEO-CULTURAL

La actual República Popular China tiene una extensión de casi 9,6 millones de kilómetros cuadrados, lo que la convierte en el cuarto país más extenso en superficie terrestre del mundo (tras Rusia, Canadá y, por poco, Estados Unidos) y en la duodécima parte del mundo. Además, es el más poblado, con más de 1.300 millones de habitantes, lo que representa aproximadamente una quinta parte de toda la humanidad. Este inmenso y poblado territorio (algo menos extenso que Europa, pero mucho más poblado) alberga una gran variedad de ecosistemas y una gran diversidad étnica (conviven hasta 56 etnias diferentes, la más numerosa de las cuales es la han, que supone el 92% de la población) y climática. Como es lógico, esta variada y compleja geografía china jugó un papel crucial en el nacimiento, desarrollo y evolución de su milenaria cultura, en la que cabe ver una cierta continuidad desde, al menos, hace 4.000 años.

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Comparando el mapa de la China actual con el del Imperio chino en el momento de mayor extensión de su historia, este comprendía más de una docena de espacios naturales claramente diferenciados y aún distinguibles. Entre ellos, en el norte, el Xinjiang o Turquestán chino [1, en el mapa], formado por la depresión del Tarim y las impresionantes cordilleras que lo rodean (Tian, Pamir y Kunlun). Por el norte y el noroeste se extienden las regiones esteparias de Mongolia [2] y Manchuria [3], está cerrada por el sudeste por cordilleras que interrumpen su comunicación con la Península de Corea. Al oeste y al noroeste de la Península de Shandong [4], de media montaña, se extiende la Llanura Septentrional [5], formada hoy por la provincia de Hebei [5], buena parte de la de Henan [5], el norte de la de Anhui [5] y el occidente de Shandong, además de los hoy distritos de Beijing [5’] y Tianjin [5”]. Esta llanura limita al noroeste con la abrupta meseta de Shanxi [6], mientras que por el oeste se extiende la depresión de Shaanxi [7], región que comprende el río Wei y la curva hacia el este del Amarillo, áreas donde se localizaron las capitales más importantes de las primeras dinastías, hasta el final del primer milenio a. C. Hacia el oeste y el noroeste se extiende el corredor Gansu [8] y la provincia de Ningxia [8’] al pie del macizo Qinghai [9], hasta la región de los oasis de la Ruta de la Seda oriental.

Las regiones del sur, el sudoeste y el sudeste, por su parte, no se distinguen solo por un clima mucho más suave, que llega a ser subtropical en el extremo meridional, sino también por sus características señas de identidad históricas y culturales, pues adoptaron los modos chinos relativamente tarde. La cuenca inferior del Yangtsé está limitada al sudeste por las montañosas regiones costeras de Jiangsu [10], Zhejiang [11] y Fujian [12]. La combinación de las estrechas franjas litorales y de los sistemas fluviales interiores de estas regiones ofreció la base necesaria para una gran diversidad socioeconómica e hizo que la importancia de esta región fuera en aumento, sobre todo a partir del primer milenio a. C., en especial el área que engloba las actuales provincias de Hubei [13], Hunan [14] y Jiangxi [15].

Hacia el oeste, más allá de las estrechas gargantas del río Yangtsé, en la provincia de Sichuán [16], se abre la llamada por el color de su suelo «cuenca roja», que limita al oeste con el Tíbet [17] y, en último extremo, con el Himalaya. Las aguas procedentes de las precipitaciones que caen sobre las cordilleras que forman la frontera chino-tibetana erosionan la montañosa Yunnan [18], situada al sudoeste, y la meseta de Guizhou [19], que se eleva al este, para fluir después hacia Guangxi [20] y Guangdong [21], frente a la que se sitúa la isla de Hainan [22], la más grande de la actual China.

Esta última zona, junto con el valle del río Wei (llamado «el País de los Desfiladeros») y la Llanura Central (Zhongyuan), regiones todas ellas que se benefician de las crecidas del río Amarillo en su curso medio y que hoy forman parte de las provincias de Henan [5], Hebei [5] y Shanxi [6], suelen considerarse la «cuna de la civilización china». Pero desde el primer milenio a. C., fueron apareciendo nuevos focos de civilización en otros lugares, por lo que la Llanura Central pasó a convertirse en el centro de poder y punto de arranque del proceso unificador chino.

Este inmenso y diverso territorio está determinado, sobre todo, por su difícil orografía. Las zonas montañosas de más de 2.000 m de altitud ocupan alrededor del 43% de la superficie terrestre china; las mesetas montañosas suponen otro 26% y las cuencas, muy accidentadas y situadas en su mayoría en las regiones áridas, cubren aproximadamente el 19% del territorio. Por tanto, tan solo el 12% de toda la superficie se puede calificar de llana.

En términos generales, los picos más altos de China se alzan en el oeste, coronando algunas de las cadenas montañosas más elevadas del mundo, donde nacen los principales ríos del país. Una de ellas, la cordillera del Himalaya, que separa los subcontinentes chino e indio, tiene su punto más elevado en la cumbre del Everest, «techo del mundo», con sus 8.848 m, situado en la frontera chino-nepalí. En su vertiente norte, se extiende la meseta tibetana (de un promedio de 4.000 m de altura), bordeada por las cordilleras Karakórum y Kunlun, que se subdividen en varias ramas según avanzan hacia el este desde la meseta de Pamir. Las ramas septentrionales de los montes Kunlun bordean la meseta tibetana y la cuenca de Qaidam, una región arenosa y muy pantanosa plagada de lagos salinos. La rama sur de los montes Kunlun divide la cuenca de los dos grandes ríos chinos, Huang He o Amarillo y Yangtsé.

Estas grandes cadenas montañosas del oeste chino han constituido siempre el principal obstáculo a la comunicación con el resto del mundo. El noroeste de China está ocupado por dos cuencas desérticas separadas por la cadena montañosa Tian: al sur, la cuenca del Tarim, la más grande del país, rica en carbón, petróleo y minerales y, al norte, la de Zungaria. Por último, la frontera con Mongolia está marcada por la cadena del Altai y por el Desierto de Gobi, que se extiende al norte de las montañas Qinling. El corredor de Gansu [8], al oeste del gran bucle que traza el curso del río Amarillo, fue uno de los principales ejes de comunicación con Asia central.

El centro de China es, en promedio, menos elevado que las regiones occidentales. En él el relieve está formado por montañas medianas, mesetas, colinas y depresiones, entre las que se pueden distinguir varios subconjuntos compartimentados. Al norte de la Gran Muralla se extiende la meseta de Mongolia [2], a una altitud media de 1.000 m y atravesada de este a oeste por las montañas Yin, de alrededor de 1.400 m de altitud. Al sur se encuentra la mayor meseta de sedimentos eólicos (loess) del mundo, con una superficie de 600.000 km2 (mayor que España). Al sur de las montañas Qinling se hallan las regiones densamente pobladas y altamente industrializadas de las llanuras del Yangtsé, así como, aguas arriba, la cuenca «roja» de Sichuán [16]. Secundaria a la Qinling, la cordillera de Nanling es la más meridional de todas las que atraviesan el país de este a oeste. En su vertiente sur, el clima tropical permite dos cosechas de arroz al año. En esa misma dirección se encuentra la cuenca del río Perla, el tercero en extensión del país y que desemboca formando un gran delta punteado hoy por las grandes urbes de Cantón, Hong Kong y Macao. Al oeste, la meseta de Yunnan-Guizhou [18-19] se eleva en dos grandes escalones, a 1.200 y 1.800 m sobre el nivel del mar, respectivamente, en dirección a las montañas que marcan la frontera oriental de la meseta tibetana. La parte sur de este conjunto se caracteriza por su gran altitud media y, en especial la provincia de Yunnan [18], con su topografía caliza y sus valles encajonados. Además de la media montaña del sudeste (Fujian [12]), las regiones costeras (más recortadas al sur que al norte) están formadas por llanuras y colinas bajas, aptas para la agricultura y con una alta densidad demográfica.

Dado ese contexto, China es desde la más remota antigüedad un país esencialmente agrícola, aunque muy condicionado por sus variaciones y contrastes climáticos, que van desde el subtropical del sur hasta el subártico del norte, pero siempre determinados por el monzón, responsable de una gran parte de la lluvia recibida por las diferentes regiones del país.

Estas variadas características geográficas han hecho siempre que este vasto territorio ofrezca una gran variedad de recursos naturales y, dada su riqueza, haya podido sustentar una densidad demográfica sin parangón en el mundo. Trigo, arroz, maíz, mijo, sorgo y soja, junto a algodón, cáñamo y plantas azucareras, son los principales productos de las inmensas y fértiles llanuras; cereales, té, cera y plantas medicinales provienen de las zonas montañosas, y en las praderas del oeste (Mongolia interior [2], Qinghai [9] y Tíbet [17]) se desarrolla gran parte de la ganadería china (bovina, lanar, caballar, camélida, etc.). Entre los productos agrícolas chinos sobresale, además, la seda salvaje, cuya producción se basa en los robles y las moreras de las montañas áridas de Shandong [4], donde también se desarrollan cultivos de cereales. Los bosques del nordeste y sudoeste proporcionan, por su parte, árboles madereros. El territorio chino ofrece también una abundante reserva de minerales, explotados intensamente desde la más lejana antigüedad de las primeras dinastías arcaicas.

Pero, con todo, la mayor riqueza china (y también su mayor desgracia) es la hidrográfica. Los ríos han jugado y juegan un papel tan importante en la historia china que cabe decir que todo el proceso de expansión de su civilización, desde su primer foco en la actual provincia de Henan [5], ha seguido siempre el curso de los ríos, principales vías de comunicación en un país tan montañoso como este. Sin embargo, muchos de ellos son de naturaleza caprichosa y violenta, lo que los convierte en una amenaza continua, especialmente el Amarillo, un constante azote, con sus desbordamientos, inundaciones, variaciones de caudal y, sobre todo, cambios de curso.

En conjunto, China tiene cerca de 50.000 ríos con una cuenca superior a los 100 km2 y más de 2.800 lagos de más de 1 km2. Alrededor del 50% del total hidrográfico del país drena hacia el Pacífico; solo alrededor del 10% lo hace hacia los océanos Índico y Glacial Ártico, mientras que el 40% restante no tiene salida al mar y drena hacia las cuencas áridas occidentales y septentrionales, donde los arroyos se evaporan para formar reservas de aguas subterráneas profundas; el principal de estos cursos es el del río Tarim. Las aguas procedentes de la meseta de Pamir y la altiplanicie del Tíbet [17], regadas por los principales ríos chinos, fluyen hacia el este, en dirección al océano Pacífico, configurando tres grandes áreas geográficas de muy distintas características.

De norte a sur, la primera es la definida por la zona de influencia del río Huang He, o río Amarillo, en alusión al color de sus aguas, de más de 5.464 km de longitud, que nace en los montes Kunlun de la provincia de Qinghai [9] y recorre hacia el este la provincia de Gansu [8], girando hacia el norte mientras dibuja la forma de un arco de herradura invertido. Después atraviesa los áridos desiertos de Mongolia [2] y de nuevo baja hacia el sur, deslindando las provincias de Shanxi [6] y Shaanxi [7]. Finalmente, fluye hacia el este y acaba su viaje en el océano, tras atravesar las provincias de Henan [5] y Shandong [4]. En su curso bajo, el río está encauzado y su lecho se eleva por encima de la llanura circundante como resultado de la acumulación de sedimentos; en las tierras altas marginales de la meseta tibetana, el río sigue un curso tortuoso hasta el Bohai, un golfo del mar Amarillo, y drena un área dos veces mayor que España. Tradicionalmente se conoce como «el dolor de China» a causa de las inundaciones periódicas de grandes regiones de su área de influencia: se han contabilizado no menos de 1.828 inundaciones en los últimos 2.000 años. Es un río tremendamente peligroso que tiende a cambiar caprichosamente de curso a su paso por las llanuras costeras. Por ejemplo, en 1851, cambió su desembocadura hasta un nuevo punto situado a más de 500 km al norte, lo que causó una gran devastación y varios millones de víctimas. Pese a todo, en su orilla se erigieron consecutivamente muchos centros históricos de importancia.

Pero prácticamente desde el principio, la cultura china ya se había ido extendiendo hacia el sur, hasta alcanzar la segunda gran área geográfica china: la determinada por el río Yangtsé o Chiang Jiang, el más largo de China y el tercero del mundo tras el Nilo y el Amazonas, con un caudal 10 veces superior al del Amarillo. El Yangtsé nace también en la provincia de Qinghai [9] y fluye durante 6.300 km, drenando una cuenca de 1.800.000 km2, antes de desembocar en el mar de China. Es navegable en la mayor parte de su recorrido y riega todo el centro de China, al fluir por la llamada «cuenca roja» de Sichuán [16] y por la región de los lagos dominada hoy por la gran ciudad industrial de Wuhan, hacia su desembocadura en la gran urbe de Shanghai. El Yangtsé (conocido a veces en Occidente, por analogía con el Amarillo, como «río Azul») tomó verdadera importancia histórica por primera vez en la historia china en el periodo de los Reinos Combatientes de la dinastía Zhou (siglos V-III a. C.).

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El río Amarillo [izqda.] es una amenaza continua con sus desbordamientos, variaciones de caudal y, sobre todo, cambios de curso. Más tranquilo es el Yangtsé [dcha.].

La tercera área caracterizada por un gran río es la del sur, alimentada por el río Zhu Jiang, que nace en Yunnan y va a desembocar, ya con el nombre transformado de río Perla, entre las grandes urbes de Cantón, Hong Kong y Macao. El río, que cuenta con numerosos afluentes y emisarios, tiene un caudal cinco veces superior al del Amarillo (en verano puede llegar a 50.000 m3/s), pero una cuenca dos veces menor.

Lo cierto es que el medio ambiente físico no solo preservó el carácter singular de la cultura del río Amarillo con formidables barreras que la separaban de otros grandes centros de la civilización de la Antigüedad, sino que también tuvo una gran influencia en la deriva de la civilización china. El hombre primitivo estaba a merced de las fuerzas naturales: los cambios estacionales, las lluvias, el caudal de los grandes ríos, la frecuencia de los terremotos... A consecuencia de todo ello, su modo de vida, sus creencias, supersticiones y mitos, y su trabajo y su ocio siempre estaban dominados por ellas. Los chinos primitivos tuvieron que adaptarse a las condiciones del medio para sobrevivir. Los habitantes de los valles del río Amarillo se veían a sí mismos como partes de un vasto orden de seres vivos, con cuyos procesos tenían que buscar una relación armoniosa. La paz y la prosperidad humanas dependieron allí (como en todas partes) del delicado equilibrio entre estas dos fuerzas interdependientes. En concreto, la naturaleza extremadamente fértil del suelo de loess bien regado fue la causa de una de las características fundamentales de la civilización china: el interés por el control del agua. Los reyes de la antigüedad protegían a su pueblo mediante el mantenimiento de una relación adecuada con los poderes celestiales, y llevaron a cabo grandes obras públicas para librar al país de los peligros de las inundaciones y para asegurar los imprescindibles regadíos. Esta es una de las razones por las que China pudo mantener tan densa población desde épocas tan tempranas.

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China es un país de paisajes muy contrastados. En esta composición vemos, de arriba abajo y de derecha a izquierda, las dunas del desierto del Gobi, las cumbres de la cordillera del Himalaya, un meandro del río Lijiang, el paisaje montañoso y lunar de Yangshuo, el árido de Guangxi y las colinas sembradas en terraza de la provincia de Yunnan.