Uno de los momentos más relevantes de la vida profesional de una persona consiste en decidir preparar o no oposiciones. Por ello, es muy importante que esta decisión esté ligada a nuestra verdadera vocación, ya que de otro modo será muy difícil afrontar los duros momentos y los sacrificios que exige toda oposición. A su vez, la vocación está muy relacionada con el talento, de forma que no está de más que paremos un instante a reflexionar sobre estas cuestiones.
Que talento y vocación guardan un estrecho vínculo es algo que a nadie se le escapa. En efecto, a toda persona le atraen aquellas actividades cuyo desarrollo le hace sentirse más realizada. Y a su vez, estas actividades suelen coincidir con aquéllas para las que está especialmente dotada. Por eso, conocer nuestros talentos puede orientarnos algo hacia nuestra vocación.
Adentrándonos aún más en el significado del término vocación, hay que decir que, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el término vocación, en su cuarta acepción, significa: «Inclinación a cualquier estado, profesión o carrera.» Pero en el diccionario también podemos encontrar la acepción de errar uno la vocación, que se define como «Dedicarse a cosa para la cual no se tiene disposición, o mostrar tenerla para otra en la que no se ejercita».
Por tanto, el término vocación tendría dos acepciones: por una parte vocación sería aquello que nos gusta y hacia lo que nos sentimos inclinados, pero por otra parte también serían aquellas materias para las que estamos mejor dotados.
En todo caso, de lo que no cabe duda es que este término se usa con gran frecuencia, sobre todo en los medios artísticos y deportivos, referido a los gustos y anhelos íntimos de cada persona, desarrollados básicamente durante su infancia.
El término vocación significa preferencia o gusto por algo, además de ciertas facilidades especiales adquiridas genéticamente, lo que a su vez implica la idea del «llamado», ya que etimológicamente el término deriva del latín vocatio, que significa acción de llamar.1 Por lo tanto, tener una vocación es poseer desde el nacimiento habilidades específicas para realizar una actividad concreta, de modo que la vocación profesional no sería otra cosa que la posesión de habilidades específicas para una determinada profesión.
Así pues, lo primero que debes tener en cuenta a la hora de tomar la decisión de preparar unas oposiciones es hacer caso a tu vocación. Pero no creas que será suficiente con demostrar una clara vocación desde pequeño, sino que debes ser consciente de que hacen falta también otras facultades, como la suficiente fuerza de voluntad para sacrificar varios años de tu vida dedicados al estudio, además de vocación y fuerza de voluntad, será necesaria la confluencia de determinadas circunstancias, como es la existencia de un entorno relacionado con esa vocación y un ambiente familiar favorable al desarrollo de la misma.
Una vez aclarado lo anterior, hay que decir que hacer caso de lo que nosotros creemos que es nuestra vocación es algo imprescindible, no sólo para triunfar, sino, sobre todo, para ser felices en la vida, ya que sería muy frustrante para alguien elegir una profesión sólo porque le puede reportar ciertas ganancias o repercusión social. Una de las cuestiones más importantes en la vida es saber escoger un trabajo que nos guste y nos llene, ya que a la postre es la actividad a la que más horas vamos a dedicar en nuestra vida. Como ya avisaba Vicente Blasco Ibáñez en su novela La araña negra, «la mitad de los males sociales proceden de que la mayoría de los humanos se dedican por lo general a las ocupaciones menos apropiadas a sus facultades, y de que el resto se pasa la vida sin hacer nada por no haber quien se dedique a estudiarlos indicándoles para lo que sirven».
Cómo descubrir nuestros talentos no es nada fácil. Todos nacemos con unas capacidades, aptitudes, temperamento y rasgos de carácter, que se combinan de una forma especial y única para cada persona. También nos desenvolvemos en ambientes distintos, y recibimos diferentes educaciones. Así pues, debemos tenerlo claro: cada persona nace con unas capacidades determinadas. Pero poseer ciertas capacidades no será suficiente para desarrollar talentos. Personas con una gran aptitud, si no tienen la fuerza de voluntad de desarrollarla, nunca serán consideradas talentosas. Por el contrario, personas con menos capacidades innatas podrán destacar en determinadas áreas si saben optimizarlas combinándolas con algunas de sus aptitudes y esfuerzo.
No existen fórmulas mágicas para identificar nuestro talento. Sin embargo, sí podemos aconsejar algunos principios generales que nos facilitarían el conseguirlo.2
En primer lugar, debe existir en la familia y en el entorno (escuela y sociedad en general) un ambiente que reconozca y valore las distintas expresiones e iniciativas de la persona en cuestión, y sobre todo debe haber existido ese ambiente durante la niñez y adolescencia del sujeto, ya que son ésas las épocas de la vida en las que es más fácil desarrollar nuestro talento, del tipo que sea.
En segundo lugar, hay que dejarse llevar por las actividades, oficios y aficiones que más nos atraigan. Y ello porque el talento suele guardar un nexo estrecho con la vocación, y sólo seremos plenamente felices en nuestra vida si nos dedicamos a lo que realmente nos atrae o, lo que es lo mismo, a nuestra verdadera vocación.
En tercer lugar, cualquier persona que quiera intentar preparar unas oposiciones no debe tener miedo ni reparo a probar y conocer distintas actividades, es decir, tiene que estar dispuesto a desarrollar su capacidad de asumir riesgos.
Por último, y en cuarto lugar, hay que adquirir una mentalidad de auto-superación. No debemos estar continuamente comparándonos con las personas que nos rodean, sino ser conscientes de nuestras potencialidades e intentar sacar el máximo rendimiento de las mismas, en aras de la consecución del objetivo que nos hayamos marcado.
Cada persona deberá comprobar si se cumplen en su caso todos los requisitos anteriores, y en qué ámbito ocurre esto. Por tanto, a la pregunta de cómo descubrir nuestros talentos, sólo podemos dar una respuesta bastante evidente: probando. El talento se vincula al comportamiento y a la acción; si no tenemos oportunidad de experimentar nuestras actitudes y capacidades, jamás saldremos de dudas.
Por tanto, volvemos a insistir en esta idea: para tomar la importante decisión de prepararse unas oposiciones no sólo se precisa tener talento para una determinada profesión, sino una clara vocación hacia la misma. Y, además, será necesario que confluyan una serie de circunstancias. Pero si uno está convencido de que vale y de que eso es lo que quiere hacer, hay que intentarlo con todas las ganas, ya que, de otro modo, siempre te quedará la duda de qué hubiera pasado si lo hubieras hecho. Y este libro pretende servirte de ayuda precisamente para eso, para que lo intentes en el difícil mundo de las oposiciones.
Esto, que puede parecer tan sencillo y banal, no lo es, sino todo lo contrario. ¿Es la elección del objetivo correcto, y de los medios para conseguirlo, una actitud inteligente o talentosa?
Aunque muchas veces en la vida cotidiana confundimos o utilizamos aleatoriamente los términos «talento» e «inteligencia», parece evidente que los referidos términos no aluden a los mismos conceptos. Dicho con otras palabras, no es lo mismo talento que inteligencia, ya que se puede ser muy inteligente y demostrar poco talento, o a la inversa, tener talento para algo y no ser demasiado inteligente. En todo caso, resulta claro que el talento (que sería la capacidad de gestionar aptitudes y actitudes) es un concepto más amplio que el de inteligencia, que es una facultad básicamente intelectual, consistente en saber establecer un objetivo correcto, y saber escoger adecuadamente entre las diversas opciones posibles para conseguir el referido objetivo propuesto.
Para nosotros, inteligencia no es sólo la lógica o la memoria, sino también el control de las emociones, o lo que es lo mismo, la inteligencia emocional, que es, según Daniel Goleman, la «capacidad de reconocer sentimientos en uno mismo y en otros y de saber gestionarlos al trabajar con otras personas».3
En efecto, la inteligencia no consiste tan sólo en una actitud a posteriori de superar los obstáculos para poder llegar a conseguir el objetivo propuesto, sino también en saber establecer a priori cuál es el objetivo más adecuado de entre las distintas posibilidades. De esta forma, una muestra clara y evidente de inteligencia es la selección correcta de un objetivo que hay que cumplir. El objetivo correcto será aquel que sea, por un lado, un objetivo alcanzable, realista, pues lo contrario sería condenarse al fracaso; pero, por otro lado, no debe ser demasiado conservador o fácil de conseguir.
En todo caso, hay que tener en cuenta que la inteligencia en este sentido no consistiría sólo en la capacidad de elegir, sino que también hay mucha inteligencia en la localización de las alternativas entre las cuales elegir.
Para tomar una decisión, lo primero que hay que hacer es plantearse el problema, ver las posibles alternativas, y escoger la mejor de entre todas ellas.
Por tanto, la decisión de preparar unas oposiciones en concreto será una decisión inteligente si es que tu verdadera vocación es la profesión a la cual aspiras presentándote a dichas oposiciones y tienes claro que deberás esforzarte mucho para conseguirlo.
Y sobre todo lo más importante es que se trate de una decisión personal; es decir, que, aunque es lógico que te sientas influenciado por diversos factores externos, la decisión final debes tomarla tú solo, asumiendo la responsabilidad que conlleva la decisión tomada y, por tanto, el posible riesgo de equivocarte.
No debes dejarte llevar por la opinión de tus padres (a ellos les puede hacer ilusión que prepares ciertas oposiciones, pero no son ellos los que la van a estudiar, y a «sufrir» si no te gusta, sino que lo vas a hacer tú), ni de tus amigos (no puedes decidir preparar una determinada oposición única y exclusivamente porque tus amigos van a estudiarla y no quieres quedarte solo o apartado del grupo). Hoy en día, la mayoría de los padres quieren que sus hijos preparen oposiciones, como si el hecho de ser funcionarios los convirtiese en superiores a los demás. Son los propios padres los que deben comprender que no todos los hijos son iguales, que a unos se les darán mejor los estudios teóricos, y a otros los prácticos, y que lo importante es que sus hijos hagan y estudien lo que de verdad les gusta, y no lo que deban estudiar para «quedar bien ante los demás».
Existen ciertos factores que, aunque no son decisivos, sí que debes tener en cuenta a la hora de decidirte, como son los siguientes:
1) La tradición familiar: Hay casos en los que existen varias generaciones de una familia que se han venido dedicando a una misma profesión. Eso es una arma de doble filo, pues (I) de un lado, puede que tu familia haya dado por hecho desde el principio que tú ibas a preparar esas oposiciones y a lo mejor no es lo que a ti te gusta, pero nadie se ha molestado en preguntártelo, pero (II) por otro lado, también te puede venir bien esta circunstancia, si es que esa profesión te gusta o, al menos, no te desagrada, pues entonces vas a encontrar más facilidades y puedes intentar sacar partido de ese «prestigio familiar» en esa profesión específica. En todo caso, lo mejor es que dejes bien claro cuanto antes a tu familia que lo que vayas a estudiar lo vas a elegir tú. Aunque te resulte difícil, es lo mejor que puedes hacer, no sólo por ti mismo, sino también por ellos, pues si no les dices nada y te limitas a preparar las oposiciones que todos daban por hecho que ibas a estudiar, puede que luego se lleven una gran decepción si no consigues superarlas porque no te gusta o, aunque las superes, no llegas a ser un gran profesional, pues no tenías vocación para ello. Por tanto, créeme, lo mejor es ser sincero, y cuanto antes mejor.
2) La situación geográfica y la capacidad económica de tu familia: Las clases preparatorias de algunas oposiciones no se imparten en todas las ciudades. Hay poblaciones relativamente grandes que no disponen de centros de preparación de oposiciones de nivel medio o superior, y a su vez hay otras que tienen centros que carecen de determinadas especialidades, de forma que cursarlos exige un desplazamiento, lo cual se agrava con el problema de la estancia, separación del medio familiar y otros factores.
Pues bien, aunque es un factor bastante importante, no debe ser el decisivo: si estás seguro de querer preparar unas oposiciones concretas, el hecho de que no haya preparadores en tu pueblo o ciudad no debe impedirte que lo intentes; claro está que si tu familia no tiene capacidad económica para ello, deberás valorar la posibilidad de compatibilizar el estudio de las oposiciones con el trabajo, de la forma en que comentaremos más adelante.
3) Las oposiciones de moda: Debes tratar de evitar que tu decisión se tome en función de la moda del momento, pues hay que tener en cuenta que suele tratarse de modas pasajeras, de tal forma que, quizás incluso antes de que tú hayas superado las oposiciones, ya habrá otras modas y tu oposición habrá quedado ya «obsoleta» o anticuada para algunos. Así pues, no dejes que tu decisión se base en que las oposiciones que quieres preparar son las que ahora la gente más estudia, pues eso puede cambiar más rápido de lo que crees.
4) Los estereotipos: Hay veces que tenemos prejuicios sobre ciertas oposiciones, creyendo de antemano que van a ser de cierto modo, y luego, cuando estamos preparándolas, nos damos cuenta de que no eran realmente así. Por lo cual, no te dejes llevar simplemente por los comentarios que puedas oír sobre tal o cual oposición, pues luego puedes ver de que no era para tanto. Lo mejor es que te informes lo máximo posible sobre la oposición que te interesa, y no te dejes llevar por los estereotipos.
5) El número de plazas convocadas: Es evidente que en tu decisión debe haber mucho pragmatismo, y ello dependerá, a su vez, del número de plazas que se convoquen. Pero no te dejes cegar por el número de plazas convocadas, ya que esa cifra aislada puede resultar engañosa. Esa cifra la debes valorar teniendo en cuenta también el número de personas que se suelen presentar a esas oposiciones, así como el nivel mínimo requerido para poder acceder a las mismas. Sólo así podrás valorar en su justa medida tus posibilidades a la hora de preparar unas oposiciones en cuestión. Y, en todo caso, si estás seguro de querer prepararte unas oposiciones, debes intentarlo, por muy difícil que te pueda parecer a priori sacártelas, ya que todo dependerá de tu trabajo y de tu tesón.
6) La dificultad de las oposiciones: Trata de evitar que tu decisión se base en el «afán de elegir algo difícil» o, por el contrario, algo que no represente excesivo esfuerzo. No olvides que los extremos nunca son buenos en general, y mucho menos en este caso. Ten muy claro en todo momento que no tienes que demostrar nada a nadie, sino que lo que elijas y los resultados que obtengas serán por y para ti, así que no te guíes por el grado de dificultad que para los demás entraña esa oposición, sino por lo que a ti en concreto te cueste. Por otro lado, tampoco creo que sea bueno que decidas preparar unas oposiciones por debajo de tus posibilidades, pues con ello lo único que estarás haciendo es desperdiciar tu potencial, y puede que te arrepientas de ello en un futuro no muy lejano. Por tanto, trata de hacer algo que no te resulte ni excesivamente difícil ni demasiado sencillo, sino que esté en tus manos con un grado de esfuerzo tolerable.
7) Tu formación previa: Evidentemente, existen algunos estudios o carreras cuya finalidad principal es preparar al estudiante para las oposiciones, como ocurre con la Diplomatura en Gestión y Administración Pública, de la que se puede decir claramente que acabar la carrera significa seguir estudiando, ya que la salida profesional principal de esa carrera es la de llegar a ser funcionario del Grupo B. Otras carreras en las que la principal salida es la preparación de oposiciones son las relacionadas con la docencia, es decir, las distintas especialidades de Magisterio, así como la Licenciatura de Humanidades o de Matemáticas. Por tanto, si eliges una de esas carreras, debes tener muy presente desde el principio de la misma que tu finalidad principal no será terminar la carrera, sino sacar las oposiciones con posterioridad.
Un modo de saber cuál es el camino que debes seguir, si quieres estudiar algo que realmente te guste y se te dé bien, es comprobar cuánto tiempo inviertes en un determinado tema durante tu tiempo libre: lecturas, conferencias, exposiciones, colecciones, etc. Debes partir de tus propias aficiones, informarte sobre las profesiones que te parece que se adaptan más a tu forma de ser y a tus aptitudes, teniendo en cuenta tres factores de vital importancia:
— Qué nivel de estudios requiere.
— Qué temario es el que hay que preparar.
— Cómo es la práctica profesional.
Hay que contar razonablemente con las expectativas que esas profesiones tienen o tendrán en un futuro cercano (en el plazo de terminación de las oposiciones), para no meterse en un callejón sin salida. Por tanto, en la elección de las oposiciones que vas a preparar, la pregunta clave debe ser «¿en qué me gustaría trabajar en un futuro?», pues puede ocurrir que la profesión o la ocupación que te gusta sea competitiva, esté saturada o tenga pocas plazas, pero que sea, en definitiva la que tú prefieres, aun conociendo su dificultad y el riesgo de no superarlas: en ese caso tendrás que ingeniártelas para destacar.
Como conclusión, podemos decir que no necesariamente es mejor preparar oposiciones: todo dependerá del tipo de profesión que quieras ejercer, y de tus propios gustos y aptitudes. Tú debes ser el que se dé cuenta de ello, y el que tome la iniciativa a la hora de elegir entre preparar oposiciones o acceder al mercado laboral, teniendo claro que dedicarse a lo privado o trabajar por cuenta ajena no es ni mejor ni peor que ser funcionario, sino, sencillamente, diferente.