Nadie parece partir ni retornar porque tal vez es más sencillo desearlo; los batientes anuncios de tormenta son escuchados apenas, y quienes miran al mar siguen masticando con la misma lentitud.
Emilio García Montiel, en Bitácora.
Lina Ruz González (1903-1963) no era primeriza, ya sabía lo que era traer hijos al mundo. Fidel iba a ser el tercer vástago, de una zaga donde estaban ya Ramón Eusebio (14.10.1924) y Ángela María (02.04.1923). No se podía hacer otra cosa que tener hijos, en medio de ese latifundio, de 10.000 hectáreas, en un sitio llamado Birán, en Mayarí, actual provincia de Holguín, la más oriental de la isla cubana, un pedazo de tierra negruzca, de temperaturas altas, casi asfixiantes y poca humedad, donde ni luz eléctrica había, perdido allá donde el diablo dio las cuatro voces y nadie lo escuchó.
La noche del 12 de agosto de 1927, comenzó a sentir fuertes dolores en la barriga y algunas contracciones en el bajo vientre y pensó que ya faltaba poco. Días antes, mientras paseaba por el inmenso naranjal, ubicado en el patio de la casona, le pareció que se orinaba, pero se tocó el pantalón interior y se dio cuenta que eran puras ilusiones; después solo sintió unos feroces puntapiés en la barriga picuda y presintió que el parto no iba a ser fácil.
La madrugada del 13 de agosto, cuando na ció Fidel, su madre se incorporó de la cama e intuyó algo raro. Había tenido una premonición o había soñado, no sabía bien, que traería al mundo a una chiquilla rubia, de ojos azules relámpagos y piel de nácar, tan pálida y fina que parecía que brarse. Esto la despertó sobresaltada y pegó un quejido, que se escuchó en toda la casona tipo chalet, de madera machihembrada, con te cho de lata, edificada sobre pilotes de caguairán y otros troncos cimarrones del bosque. El alarido des pertó e incomodó a Ángel María Bautista Castro Argiz (1875-1956), su marido, un gallego medio bruto y cascarrabias, semi-analfabeto, proveniente de Láncara, en la provincia de Lugo, en Galicia, España, propenso a comer demasiado y con gran talento para la organización y las cuentas, que comenzó como cortador de cañas y terminó con una fortuna notable, cercana al millón de dólares. Había comprado aquel pedazo de tierra, que consideraba una mina de oro, con un dinero del retiro que España ofrecía por la participación militar en la Segunda Guerra de Independencia, de 1895, contra los mam bises cubanos y en su segundo viaje a la isla se “aplatanó”, se instaló para siempre.
Lina era una guajira isleña, natural de Las Catalinas, Guane, Pinar del Río, semi-analfabeta, hija de un turco comerciante y una cubana pinareña, con cara de resignación, ancestros españoles (canarios) y fama de tener ciertos poderes de adivinadora con las barajas de las copas y los bastos. Desde que cumplió los 18 años y se hizo toda una señorita, llamaba la atención por su aire desenvuelto en las casas donde se desempeñaba como empleada doméstica, su locuacidad, unos ojazos color tizón encendido y aquellas piernas larguísimas que parecían no tener fin, que serían la codicia de los viejos propietarios gallegos de feudos orientales, que soñaban con tenerla entre sus brazos, aunque más no fuera una noche, hasta que Ángel, aún casado legalmente, decide jun tar se en concubinato y convertirla en la señora de la casa. En 1918, contrae matrimonio con “el pa trón” quien ya se había divorciado de su pri mera es posa María Luisa Argote, una maestra de Bi rán, con la que tuvo dos hijos: Pedro Emilio y Lidia. Algunos testimonios la recuerdan como una mujer alta y resuelta, que recorría las posesiones de los Castro a lomo de caballo, armada con un fusil americano Winchester y rara vez se la veía en la casa familiar como esposa hogareña y hacendosa.
Después de aquel alarido, Lina se levantó de la cama y descubrió que había roto la fuente y todo el colchón se había empapado. Caminó en silencio para no enojar a Ángel hasta un cuartito al final de la cocina, donde se estaba que dando por esos días la partera del batey, a la es pe ra de que la señora alumbrara a la criatura. Entonces, sobrevinieron los dolores de parto y gritó cansinamente, pues ya se sintió manchada de sangre las piernas.
La comadrona solo atinó a llevarla a la sala, donde el viejo reloj de pared lanzaba dos campanazos secos, en la madrugada, y a acomodarla en un gastado sofá de madera y pajilla, pues ya venía saliendo una cabeza muy grande entre las entrañas de la señora. Afuera llovía copiosamente y tronaba con furia. Cuando pudo palanquear a la criatura, con las manos y unos pedazos de sábanas viejas, que ya tenía preparadas, y tiró del cuello para facilitar el trabajo de par to, un bebé, de 12 libras de peso, berreó y se proyectó hacia el exterior cual una bala de grueso calibre. La partera trozó el cordón umbilical y comenzó a limpiar al chiquillo. Se lo mos tró a la madre, quien aún sentía como si las tripas le estuvieran saliendo para afuera. Lina lo miró con dulzura, como solo saben hacerlo las madres generosas y comprobó que era un varón sano. Le llamó la atención que seguía pataleando y no dejaba de llorar intentando asirse a los brazos de la comadrona, como una forma de aferrarse a la vida. La partera, en ese momento, lanzó una frase premonitoria, que voló por la habitación como ánima en busca de cobija:
—Señora, este es más cabezón que los otros dos, de seguro será muy inteligente, pero llegó para quedarse y hacer de las suyas porque no quiere soltarme ni a palos.
El mismo Fidel Castro ha contado que llegó al mundo “poco después de las dos de la madrugada, en una noche de ciclón, plagada de truenos, relámpagos y lluvias torrenciales”. Posteriormente, Lina traería otros cuatro hijos más, a quien les puso por nombres: Raúl Modesto (03-04-1931); Juana de la Caridad (06-05-1933); Emma Concepción (02-01-1935) y Agustina del Carmen (28-08-1938). De todos ellos a Fidel solo le unirán lazos entrañables, que pasan sobre todo por lo ideológico, las complicidades y el poder, con Raúl.
Fidel ha dicho, repetidas veces, que el hombre es hijo de las circunstancias. Y precisamente él lo ha sido más que nadie en este mundo. Nació en un hogar acomodado, con in fluen cias y contactos políticos y por ello fue for mando un espíritu rebelde, antojadizo, con sentido y hasta extravagante, que incluso le permitió manejar un automóvil de lujo, un Ford, desde temprana edad, en aquellos caminos polvorientos, entre negros haitianos, jamaicanos, españoles y judíos europeos en tránsito. Al hablar de sus orígenes ha reconocido haber nacido en un familia rica: “Recuerdo —ha apuntado— haber tenido varios pares de zapatos, cuando los demás niños iban descalzos y no haber tenido falta de nada en la vida”.
Birán no era un pueblo como tal, más bien un batey, una especie de feudo, donde Ángel era el mandamás, responsable en mucho de la formación y “prosperidad” de aquel caserío. La propiedad fue adquirida en 1914 por el patriarca de los Castro, quien venía de Galicia, España, y compró unas 300 hectáreas por un valor de 375 pesos (entonces equivalente a dólares) para la producción forestal, el cultivo azucarero y la cría de ganado. Lo primero que se edificó fue la casa familiar, de dos plantas, que terminó con unas 10 habitaciones, un cobertizo debajo para vacas y aves de corral y el camino real o guardarraya de acceso, que cuando llovía (de Pascua a San Juan) se ponía intransitable. Con el tiempo tiene lugar en Birán un anárquico proceso de “urbanización”, cuando son edificadas la panadería, la bodega, el taller de herramientas agrícolas, la taberna, una escuela, un correo-telégrafo, el barrestaurante, una valla de gallos para la lidia y hasta un hostal, adonde pernoctaban las personas o familias de origen judío, provenientes de Europa, que huían de la guerra y el fascismo y querían entrar a Estados Unidos, utilizando la parte más oriental de la isla, su posición geoestratégica, como trampolín para llegar clandestinamente a la Florida. Aquel era un negocio de contrabando humano que rendía pingües utilidades, donde el padre de Fidel hizo una gran parte de su enjundiosa fortuna.
Pero en honor a la verdad, mucho de su patrimonio inicial se lo debe, también, a sus dotes organizativas, al frente de varias cuadrillas de braceros haitianos, jamaicanos y españoles emigrantes (alrededor de 300 hombres), que trabajaban sembrando y cortando caña de azúcar o talando bosques para producir leña con destino a las calderas de los ingenios azucareros y las vegas tabacaleras de la zona. Aquel trabajo de sol a sol de los peones por un mísero jornal para la tristemente famosa United Fruit Company, un monopolio norteamericano establecido en el centro norte oriental de la isla, con aproximadamente 120.000 hectáreas, le proporcionaba, ade más, muchos utilidad y le permite hasta comprar un latifundio familiar cañero (Manacas), de más de diez mil hectáreas. Entonces, Ángel Castro se convierte en uno de los hombres más ricos de Mayarí.
Relatan algunos biógrafos, incluso una fuente como Alina Fernández, la hija indócil de Fidel, sin el apellido Castro, en su libro Alina,memorias de la hija rebelde de Castro (Plaza & Janes, Barcelona, 1997) que los peones que trabajaban bajo las órdenes de su abuelo paterno recibían una magra cantidad de cupones y vales para comprar en la bodega, de la que Don Ángel —como se hacía llamar— era también dueño y señor.
El entorno político de Don Ángel Castro era heterogéneo. Entre sus amigos se contaban influyentes militares, como el que posteriormente llegaría a ser el General golpista y dictador Fulgencio Batista y Zaldívar (nacido en Banes, Oriente); el millonario y político, Fidel Pinos Santos, quien había prometido bautizar a Fidel y convertirse en su padrino, pero no lo concretó. Aun así ese personaje con una nutrida red de contactos navales, salvoconductos e influencias diplomáticas fue muy aprovechado por el patriarca de la familia Castro.
También se conoce la excelente amistad de Don Ángel con el prominente político y alcalde de Banes (1932) Rafael J. Díaz Balart, padre de Mirta Francisca de la Caridad Díaz-Balart, quien se convertiría en la primera esposa de Fidel y madre de su primogénito Fidel Félix, historia a la que nos referiremos más adelante. Quizás la punta del ovillo de dichas relaciones —como han referido el historiador cubano José A. Tabares y el afamado periodista Mario Kuchilán — habría que buscarla en Carmela Zaldívar, la madre de quien luego se convertiría en presidente de facto de la isla, el General Fulgencio Batista y Zaldívar. La progenitora del dictador trabajó, durante mucho tiempo, como cocinera de la acaudalada y católica familia Díaz-Balart. De ahí vendrían los acercamientos amistosos de estos personajes, que luego pasaron a convertirse en actores importantes de la política cubana.
Mención aparte merece la extravagante historia, las jocosas idas y vueltas —con mucho de sainete vernáculo insular— que acompaña la inscripción notarial del nacimiento del futuro conductor de masas. Según se conoce y festeja públicamente, Fidel nació el 13 de agosto de 1926. Pero todo coincide en apuntar que se han deslizado algunos errores en esa efeméride, relacionados con el año de nacimiento, los nombres y hasta los apellidos. Y parecería que tiene, incluso, un año menos de los 83 que dicen.
Quien primero advierte esas imprecisiones es la escritora brasileña Claudia Furiati, que investigó durante 9 años para documentar el libro autorizado: Do menino a guerrilheiro y tuvo acceso a los archivos personales del mandatario, que se guardan celosamente en lo que antes había sido la residencia habanera de la confidente y secretaria personal de Fidel, Celia Sánchez Manduley (1920-1980). Ella relata que existen tres partidas de nacimiento, custodiadas bajo siete llaves, que fueron realizadas en los años 1935,1938 y 1941 y un registro de bautismo en la Catedral de Santiago de Cuba. En esos documentos de nacimiento y bautismo aparecerá, indistintamente, con los apellidos de la madre y los nombres de Fidel Hipólito, Fidel Casiano o Fidel Alejandro (hay que recordar que cada 13 de agosto se celebra, en el calendario católico, el cumpleaños de San Hipólito Casiano) y quizás ello explique los cambios de nom bres, cada vez que se redactaba una partida.
En relación con la omisión del apellido Castro en los primeros dos documentos se explica por el hecho de que el progenitor aún no se había divorciado de su primera esposa, la maestra María Argote y de acuerdo con las costumbres de la época no estaba permitido que sus nuevos hijos aparecieran con el apellido paterno en los documentos de identidad, hasta tanto el divorcio no fuera firme jurídicamente. No es hasta su tercer documento de identidad que aparecerá con el nombre definitivo y los apellidos que llevará en la vida: Fidel Alejandro Castro Ruz.
Se conoce que en la segunda partida de nacimiento conservada se anota que nació en 1926 y tiene un año más de vida. Detrás de la adulteración de la fecha se esconde la intención manifiesta de poder matricularlo en el Colegio de Belén, adonde ya estaba su hermano Ramón y se exigía un requisito de edad para la admisión y el régimen de internamiento. Por ello el padre pagó 100 pesos al secretario notarial del Registro Civil para que hiciera la necesaria modificación en el papel, lo que pone al desnudo que el líder tiene un año menos de los que festeja y que nació en 1927. Además, ya en la década del 50, Lina y tres de sus hermanas habían rectificado públicamente que Fidel había nacido en 1927 y en la primera entrevista que le hiciera la prestigiosa periodista norteamericana Bárbara Walters, en los años 70, el caudillo confesó sobre el tema: “Escojo la fecha menos favorable”.
Quizás ello aclare el porqué en otra entrevista de casi cien horas que el periodista español, Ignacio Ramonet mantuvo con el Comandante, editada para el exterior bajo el título: Fidel Castro: Biografía a dos voces, el propio protagonista dijera, no sin cierta tibieza y dubitación: “En esa casa nací yo (se refiere a Birán), el 13 de agosto de 1926, a las 2:00 de la madrugada,según cuentan (la cursiva es nuestra)”. No corroborando ciento por ciento los datos. En el campo era habitual inscribir a los hijos cuando sus padres podían ir a la ciudad, pasado algún tiempo o incluso años y ello pudo contribuir con los errores o adulteraciones en nombres y fechas.
Fidel tenía 4 años cuando, como oyente en la escuelita, aprendió a leer y a garabatear frases viendo escribir con la tiza en la pizarra a la maestra y a los demás compañeros. Desde entonces ya era dado a las travesuras y las respuestas liberales, propias de uno de los hijos ricos del terrateniente. La maestra iba siempre a la casa, y comía con la familia, pero en la escuela —y por orientaciones de Lina— si era preciso un castigo no dejaba de aplicarlo, pues la obediencia era importante para endurecer el carácter y ahí no valían influencias ni rangos sociales. Así, el chiquillo alcanzó muchos reglazos en las palmas de las manos o penitencias detrás de la puerta, hincado de rodillas sobre chapas de gaseosas.
La escuelita pública rural, de una sola aula, construida con maderas de palmas reales y techo de zinc acanalado, ubicada a escasos kilómetros del feudo, tenía una maestra, llamada Eufrasita Feliú, que venía de Santiago de Cuba, en la mañana, a impartir los conocimientos elementales. Al colegio asistían muy pocos chicos que estudiaban hasta quinto grado, divididos por filas, pues la mayoría eran muy pobres y ayudaban a sus padres en las jornadas de los cañaverales. Cerca del aula se divisaban algunos barracones y chozas con piso de tierra y techo de guano seco, donde vivían innumerables familias haitianas, de manera misérrima, que muchas veces alcanzaban a comer del excedente o las sobras, proveniente de la casona de los Castro, que les era entregado en grandes latas de aceite.
De chico sus juegos más acostumbrados, como cualquier guajirito de su edad, eran cazar pájaros con tirapiedras, seleccionar frutas en las arboledas, bañarse en los ríos, montar a caballo por los llanos y las tierras premontañas, repletas de marabú, hurtar miel de los panales de abeja o jugar al dominó en el patio de la casona, debajo de unas matas de ciruela, donde armaba grandes peleas y discusiones porque, desde entonces, no le gustaba perder ni a las postalitas. Ya en esos momentos solía dar órdenes a las hordas de chiquillos, que siempre le acompañaban y estaban obligados a seguirle sin chistar ni poner caras de malas uvas.
Desde esos momentos ya despuntaba un temperamento rebelde y enrevesado. No por gusto, hasta uno de sus amigos más perseverantes e íntimos, el célebre escritor colombiano, Gabriel García Márquez, que aunque le frecuentó ya de grande, conoce por boca del mismo líder muchas anécdotas de su infancia
(...) su personalidad es tan compleja e imprevisible, que cada quien puede formarse una imagen distinta de él en un mismo encuentro. Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro está allí para ganar. No creo que pueda existir en este mundo alguien que sea tan mal perdedor. Su actitud frente a la derrota, aún en los actos mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica privada: ni siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras no logra invertir los términos y convertirla en victoria (...).
Posteriormente, el pueblo cubano sería testigo y sufriría en carne propia de muchos “reveses convertidos en victoria”, por el gobernante.
SANTIAGO ES LA CIUDAD QUE MÁS ME GUSTA
Birán estaba de Santiago de Cuba a unos 70 kilómetros. Fidel había escuchado muchos relatos de la gran urbe, de aquella calle que era una escalera, que llamaban Padre Pico; de los trovadores que tocaban sus laúdes al pie de las puertas y entonaban canciones y sones tradicionales para amenizar las noches de fullerías; de las mujeres, que tejían randa en los descansillos de las ventanas y de sus pobladores con un trato desenfadado, hospitalario y abierto. Por eso, cuando con seis años y como consecuencia de su destacada inteligencia, sus padres deciden en viarlo a la “Perla del Caribe” —como le lla maban popularmente ya a la pintoresca ciu dad— junto a su hermana Angelita, (que le llevaba tres años y cuatro meses), bajo el cuidado de la que había sido su profesora en Birán, dio saltos de alegría, pues siempre tuvo ese espíritu aventurero y muchas ansias de curiosear nuevos lugares.
Pero salir del paraíso de abundancia, que representaba Birán, y del resguardo de sus padres, para llegar a una casita de madera, con techo de tejas rojas, donde llovía más adentro que afuera, por el estado calamitoso del te cho, con dos cuartitos angostos, en la Loma del Intendente, en la calle Tivolí —un barrio de gente muy humilde, que se alumbraba con electricidad y lámparas de petróleo para ahorrar—, significó un cimbronazo muy fuerte. El contacto con otra realidad social en la metrópoli capitalina oriental fue una de sus primeras escuelas de vida. Estaba en pleno apogeo la dictadura de Gerardo Machado y Morales (1871-1939), una de las épocas más sangrientas de la historia nacional.
Sobre este periodo de su existencia ha contado que lo que más le estremeció fue salir del monte, de la tierra adentro y ver por primera vez el mar abierto, teñido de añil, de la Bahía de Santiago de Cuba. Ha evocado, además, que se quedó casi congelado e impávido al ver el estruendo del fuerte oleaje contra las rocas y el fortín del Faro del Morro. También ha confesado que hasta pasó mucha hambre, pues vivían de una cantinita de comida, que llegaba al mediodía, para unas siete personas, incluyendo a su hermano Ramón, que se une al grupo posteriormente. Se ha lamentado sobre la esterilidad de ese tiempo, en que no aprendió nada, a nivel educativo, pues no recibía ninguna clase y pasaba horas y horas escuchando un achacoso piano, en unas clases de música, que impartía una de las hermanas Feliú. Pero su espíritu in quieto le lleva a aprender solo a sumar, multiplicar, restar y dividir, en un maltrecho cuaderno escolar.
A los oídos del clan Castro llegan las noticias del mal estado en que vivían sus tres hijos en la ciudad, del hambre que pasaban, a pesar de los 120 pesos por persona, que recibían los tutores de la casita de Tivolì. Entonces, Lina decide hacer el viaje y se apersona en el lugar para comprobar con sus propios ojos los desafortunados rumores. En un santiamén los chicos son rescatados del misérrimo lugar y llevados de vuelta al batey donde nacieron.
Pero ya en enero de 1935, Fidel es enviado, nuevamente, a Santiago, para cursar el primer grado, como alumno externo, del católico Colegio de La Salle y comienza a recibir sus clases con sistematicidad, aunque se tiene que contentar con seguir viviendo, nuevamente, y durante aproximadamente tres años, en la casa de su antigua maestra Eufrasita Feliù, donde se había sentido tan mal, que ahora se había mudado a una vivienda más amplia y confortable, en la calle Rabí No. 6, ubicada cerca del Instituto de Segunda Enseñanza de la ciudad santiaguera.
En la Catedral de Santiago de Cuba, ya con 8 años, fue bautizado, por la hermana de su maestra, que era profesora de piano y su es poso, Luis Hibert, quien se desempeñaba como cónsul de Haití, en la región, pues era preciso para asistir a un colegio católico haber tomado los sacramentos. Bajo el altar, con la efigie del Cristo Redentor y la mirada apacible de la Virgen de la Caridad del Cobre, la Santa Patrona de Cuba, recibe los servicios religiosos del bautizo, en un santuario, que aún hoy está considerado una de las joyas de la arquitectura insular y ostenta el triste récord de haber sido reconstruido en cuatro ocasiones, debido a los rigores de incendios, en tiempos de corsarios y piratas; terremotos y azotes de huracanes.
Del Colegio de los Hermanos La Salle, iba y venía solo caminando por las calles santiagueras para la hora del almuerzo y después regresaba a la escuela con el fin de asistir a la sesión de clases de la tarde. De ese momento, Fidel ha contado que lo obligaban a comer vegetales a la fuerza y lo amenazaban con ponerlo en régimen interno si no se portaba correctamente, pues en la casa imperaban las costumbres francesas, impuestas por su padrino y su madrina, y “una disciplina casi feudal”. Fueron tantas sus rebeldías y los fuertes encontronazos con sus tutores, que terminó interno en el establecimiento docente en el segundo semestre del primer grado. Allí, liberado y feliz,podía jugar con los demás alumnos, practicar deportes e ir a nadar a la playa o visitar el campo y ascender montañas, durante los jueves y domingos de cada semana.
En un pequeño balneario de la bahía de Santiago, con instalaciones deportivas, disfrutaba del contacto con la naturaleza, de los juegos de béisbol, de la natación, la pesca y la vida libre, que tanto ambicionó siempre. En esa escuela estuvo aproximadamente 4 años, hasta que ingresa al Colegio de Dolores, otra escuela privada y católica, en la capital oriental de la isla, dirigida por la Compañía de Jesús, donde concluye sus estudios primarios. Dicho centro educativo (donde en la actualidad se conserva un pupitre vacío, en un aula del segundo piso, como recordatorio de su paso) ha sido calificado por el líder, en uno de sus interminables discursos, como “un rígido internado segregacionista, donde los varones estaban a distancia infinita de las hembras, separados en escuelas que estaban a años luz unas de otras”. Allí tocaba bien la trompeta y había sido incluido en la banda de música. Como alumno era aceptable en clases, pero insoportable después, cuando se convertía en uno de los líderes más destacados del grupo de los “peleones”.
Sus estudios secundarios empiezan, en 1939, en el afamado Colegio de Belén, en la Ciu dad de La Habana, donde se gradúa en junio de 1945, como Bachiller en Letras y se distingue como un gran deportista. Para entonces ya practicaba la natación, el voleibol y el básquet con grandes aptitudes deportivas y premios y era un excelente capitán del club de exploradores del colegio. Un compañero de clases, José Ignacio Rasco, ha dicho del adolescente Fidel que “era muy bueno al béisbol, sobre todo como lanzador. En baloncesto era una buen defensa, aunque pretendía jugar de delantero, en cuyo caso el equipo perdía”. La institución era un centro escolar, que no admitía a estudiantes negros y donde estudiaban los jóvenes de la alta burguesía habanera. En sus predios, una casona inmensa, de altos techos, grandes ventanas puertas y columnas romanas, que soportaban aquella mole de concreto, la preparación escolar era superior y de sus claustros egresaban alumnos con un mayor nivel intelectual e inclinación por las letras, la astronomía, la filosofía, la botánica, el español y la literatura. Allí, Fidel —apodado con cariño y admiración por sus compañeros “el loco Fidel”— recibe una educación espartana y exigente, crucial en su formación intelectual y responsable de sus habilidades retóricas y discursivas posteriores. Sobre dicha etapa, ha opinado, recientemente, que “los jesuitas tienen una gran concepción de la organización, una inclinación por la disciplina militar. Saben formar el carácter de los muchachos. Si uno rea liza actividades arriesgadas y difíciles, las ven como prueba de espíritu emprendedor y tenaz. No las desestimulan. (...) Saben inculcar el sentido del honor, saben apreciar el carácter, la franqueza, la rectitud, la valentía de la persona y la capacidad de soportar un sacrificio”.
Su consejero espiritual, el padre Llorente, al despedir al ejemplar discípulo del Colegio de Belén, consigna en el libro de egresados unas palabras, que ya casi forman parte de la mística pueblerina y retratan premonitoriamente su personalidad: “Fidel Castro Ruz se ha distinguido siempre en todas las materias relacionadas con las letras. Excelente y de espíritu abierto, ha sido un verdadero atleta, que defendió con valor y orgullo la bandera del colegio. Supo ganarse la admiración y el cariño de todos. Cursará la carrera de Derecho y no dudamos que llenará de páginas brillantes el libro de su vida. ¡Fidel tiene madera y no faltará el artista!”.