Prólogo

El bosque se hallaba sumido en la oscuridad de la noche, y ni una brizna de viento agitaba la larga hierba que crecía al borde del camino por el que, a través de las sombras, avanzaba un enorme gato atigrado. El felino se detuvo irguiendo las orejas y entornando sus ojos de color ámbar. En el cielo no brillaban ni la luna ni las estrellas, pero los troncos de los árboles estaban cubiertos de un hongo que proyectaba un espeluznante resplandor sobre el suelo desnudo.

El enorme gato abrió las fauces para aspirar el aire, aunque no esperaba percibir el olor de una presa. Sabía que el movimiento de los helechos no significaba nada y que los retazos de oscuridad que veía agitarse con el rabillo del ojo desaparecerían como la niebla si saltaba sobre ellos. A pesar de que en aquel lugar no se pasaba hambre, añoraba la sensación de clavar las garras en una presa y saborear el primer bocado de carne caliente tras una buena caza.

De pronto, detectó un nuevo olor y el pelaje del lomo se le erizó de inmediato: era el de un gato, pero no pertenecía a ninguno de los dos con los que se había encontrado allí en otras ocasiones, sino a uno distinto, uno al que conocía desde hacía mucho tiempo. Echó a andar siguiendo el rastro oloroso, hasta que los árboles se espaciaron y se encontró en el lindero de un claro bañado por aquella tétrica luz. El otro gato cruzó el espacio abierto para reunirse con él, con las orejas gachas y los ojos rebosantes de espanto.

—¡Estrella de Tigre! —exclamó con voz estrangulada, frenando en seco y encogiéndose en el suelo—. ¿De dónde vienes? Pensaba que estaba solo.

—¡Levántate, Cebrado! —contestó el atigrado con un gruñido de asco—. Deja de arrastrarte como una cría despavorida.

Cebrado se puso en pie y se dio un par de lametazos rápidos. Su pelaje, que antes lucía tan liso y brillante como un pez bien alimentado, ahora se veía ralo y tenía abrojos enredados.

—No entiendo este lugar... —maulló—. ¿Dónde estamos? ¿Dónde está el Clan Estelar?

—El Clan Estelar no se pasea por este bosque.

A Cebrado se le salieron los ojos de las órbitas.

—¿Por qué no? ¿Y por qué está siempre tan oscuro aquí? ¿Dónde está la luna? —Un escalofrío le recorrió todo el lomo—. Creía que estaríamos cazando por el cielo junto a nuestros antepasados guerreros y observando a nuestros compañeros de clan.

Estrella de Tigre soltó un leve bufido.

—Eso no es para nosotros. Pero yo no necesito la luz de las estrellas para seguir mi camino. Si el Clan Estelar cree que puede olvidarse de nosotros, está muy equivocado.

Le dio la espalda a Cebrado y se abrió paso entre los helechos sin comprobar si su antiguo compañero lo seguía o no.

—¡Espera! —resolló Cebrado, corriendo tras él—. Explícame qué quieres decir.

El enorme atigrado lo miró por encima del hombro y sus ojos ámbar reflejaron la pálida luz.

—Estrella de Fuego creyó que había vencido cuando Azote me arrebató mis nueve vidas. Es un iluso. Lo nuestro no ha terminado todavía.

—Pero ¿qué puedes hacerle ahora a Estrella de Fuego? —contestó Cebrado—. No puedes salir de este bosque. Lo sé... porque yo lo he intentado, y por mucho que camine, los árboles jamás acaban y no hay luz por ningún lado.

Estrella de Tigre ni siquiera le respondió. Continuó andando entre la vegetación, seguido de cerca por su compañero. Cebrado se sobresaltaba ante cualquier sonido que surgía de los helechos y ante cualquier sombra que se cruzaba en su camino. Se detuvo de repente, con los ojos dilatados y la boca abierta para saborear el aire.

—¡Puedo oler a Estrella Rota! —exclamó—. ¿Él también está aquí? Estrella Rota, ¿dónde estás?

Estrella de Tigre interrumpió su marcha y miró atrás.

—No malgastes saliva. Estrella Rota no te contestará. Aquí captarás rastros de muchos gatos, pero rara vez te encontrarás cara a cara con alguno. Estamos atrapados en un mismo lugar, pero estamos condenados a la soledad.

—Entonces, ¿cómo piensas ocuparte de Estrella de Fuego? —preguntó Cebrado—. Él ni siquiera viene por aquí.

—No seré yo quien se encargue de él —contestó Estrella de Tigre con un gruñido quedo y amenazante—. Lo harán mis hijos. Los dos juntos. Alcotán y Zarzoso demostrarán a Estrella de Fuego que está lejos de haber ganado la batalla.

Cebrado dirigió la mirada a su antiguo líder, pero la desvió enseguida.

—¿Y cómo vas a conseguir que Alcotán y Zarzoso hagan lo que tú quieres?

Estrella de Tigre le cerró la boca con una sacudida de la cola y sacó y metió las uñas, agujereando la tierra bajo sus zarpas.

—He aprendido a pasearme por los senderos de sus sueños —bufó—. Y tengo tiempo. Todo el tiempo del mundo. Cuando mis hijos hayan destruido a ese sarnoso minino doméstico, los convertiré en los líderes de sus clanes y les mostraré en qué consiste el verdadero poder.

Cebrado se acurrucó al abrigo de una mata de helechos.

—No podrían tener un maestro mejor —maulló.

—Aprenderán las mejores técnicas de lucha de todo el bosque —continuó Estrella de Tigre, ignorando por completo a su antiguo compañero—. Aprenderán a no tener piedad de ningún gato que intente enfrentarse a ellos. Y, al final, se repartirán entre los dos todo el territorio que rodea el lago.

—Pero hay cuatro clanes...

—Y pronto habrá sólo dos. Dos clanes de guerreros de sangre pura. De sangre que no haya sido debilitada por mininos domésticos ni gatos mestizos. Estrella de Fuego ya ha dado asilo a esa inútil bola de pelo del cercado de los caballos, con sus cachorros lloricas. ¿Es eso forma de liderar un clan?

Cebrado le dio la razón agachando la cabeza y las orejas.

—Alcotán no le teme a nada —dijo Estrella de Tigre con orgullo—. Lo demostró al echar al tejón del territorio del Clan del Río. Y demostró también poseer una gran inteligencia cuando ayudó a su hermana a convertirse en curandera. El apoyo de Ala de Mariposa le allanará el camino hacia el liderazgo, y Alcotán lo sabe. Sabe que el poder sólo les llega a quienes más lo desean.

—Sí, no cabe duda de que es hijo tuyo.

Las palabras de Cebrado cayeron como el agua de lluvia acumulada en una hoja volteada, pero, si Estrella de Tigre captó cierta ironía en ellas, no lo demostró.

—Y respecto a Zarzoso... —El enorme atigrado entornó los ojos—. También es valiente, pero su lealtad hacia ese tontaina de Estrella de Fuego es un inconveniente. Debe aprender a no permitir que nada, ni su líder, ni el código guerrero, ni el mismísimo Clan Estelar, se interponga en su camino. Se ganó el respeto de todos los gatos cuando viajó hasta el lugar donde se ahoga el sol y guió a los clanes a su nuevo hogar. Gracias a la reputación que se ha labrado, debería resultarle muy fácil hacerse con el control. —Se cuadró, marcando la poderosa musculatura de la espalda—. Yo le enseñaré cómo conseguirlo.

—Yo podría ayudarte —se ofreció Cebrado.

Estrella de Tigre se volvió hacia él y le lanzó una fría mirada de desprecio.

—No necesito ayuda. ¿Es que no me has oído cuando te he dicho que todos los gatos de este oscuro bosque caminamos solos?

Cebrado se estremeció.

—Pero es que está tan desierto y silencioso... Estrella de Tigre, déjame ir contigo.

—No. —En la voz del atigrado había un dejo de pesar, pero ni rastro de vacilación—. No intentes seguirme. Aquí, los gatos no tienen amigos ni aliados. Deben recorrer a solas su sendero de sombras.

Cebrado se incorporó, enroscando la cola alrededor de las patas delanteras.

—¿Adónde vas ahora?

—A reunirme con mis hijos.

Echó a andar por el camino y el pelaje le brilló bajo la luz amarillenta. Cebrado se quedó atrás, encogido entre las sombras de los helechos.

Antes de desaparecer entre los árboles, Estrella de Tigre se volvió para hacer una última promesa.

—A Estrella de Fuego le haré saber que mi tiempo todavía no ha terminado. Puede que aún le queden seis vidas, pero yo lo perseguiré a través de mis hijos hasta arrebatárselas todas. Esta vez seré yo quien gane la batalla.