3
Misha

Miré a Hannah mientras se marchaba. La lealtad que profesaba a su antiguo compañero decía mucho de ella. Y me gustaba. Era algo que valoraba porque se asemejaba a lo que yo había compartido con Benedikt.

Tenía ocho años cuando nació mi hermano, una figura sonrosada de pelo tan rubio que parecía blanco, y unos ojos demasiado despiertos para contar apenas con unas horas de vida.

Todavía hoy me hacía sonreír el pensar que a una cosita de tres kilos le bastara rodearme el dedo índice con su mano diminuta, y acurrucarse contra mi pecho mientras lo sujetaba en mis brazos por primera vez, para robarme el corazón.

Ese día me convertí en el hermano mayor del chico más dulce y cariñoso que he conocido nunca. Ese día me juré que protegería siempre al pequeño Ben.

Si tan solo pudiera haber cumplido mejor mi promesa…

—Sabía que esto pasaría. —El suspiro de Vladimir me alejó de mis recuerdos—. Pero tenía la esperanza de que no fuera así.

—No se preocupe, yo me encargaré de convencerla.

Lo haría, solo Hannah podía ser mi compañera en la pista.

Me llevé la mano al pectoral izquierdo y acaricié por encima de la camiseta las letras que tenía grabadas en la piel. Era la frase que Ben y yo habíamos repetido tantas y tantas veces a lo largo del tiempo. Yo para él y él para mí.

En mi momento más bajo, hacía dos años, me la tatué para intentar aferrarme a un atisbo de cordura y para llevar siempre conmigo un trozo de mi hermano pequeño.

La rocé de nuevo, distraído.

«Mantén siempre la esperanza.»

Aunque a veces fuera casi imposible aferrarse a ella.