1

El destino de los dioses

Image

Åsgårdsreien. La cacería salvaje. Odín, precedido por las valquirias, y al frente de sus huestes. Cuando se escuchaba la caceríauna forma de explicar las tormentas—, solía producirse un cambio de clima, aunque también servía para presagiar guerras o desgracias venideras. En el folclore nórdico tradicional, el bosque entero se silenciaba a su paso. Solo se oían los ladridos de los dos perros de Odín, los truenos y algunos gemidos. Obra de Peter Nicolai Arbo realizada en 1872. Galería Nacional, Oslo.

 

El inconsciente colectivo alberga la herencia mental común a la humanidad: los arquetipos o imágenes primordiales que aportan a nuestra conciencia efímera una vida psíquica desconocida perteneciente a un pasado remoto. Es la memoria de nuestros antepasados; la manera cómo ellos concebían la vida y el mundo, los dioses y los seres humanos.

Interpretación de la psique y la naturaleza.

Carl Gustav Jung.

 

ASGARD ERA UN FÉRTIL TERRITORIO de difícil acceso rodeado de murallas. Allí, muy por encima de cualquiera de los otros ocho mundos conocidos, vivían bajo el gobierno de Odín, señor de la magia rúnica, la sabiduría, la poesía y la guerra, los Aesir, la raza principal de los dioses nórdicos. Cada uno tenía una magnífica y amplia casa con características diferentes, pero la principal siempre fue la morada de su líder, Valhalla, el lugar al que las hermosas valkirias llevaban a los héroes muertos en combate para servirles vinos exquisitos. Es cierto que los Aesir nunca mantuvieron buenas relaciones con Vanaheim, el mundo de los Vanir, la otra raza de dioses nórdicos, pero como generalmente realizaban las funciones de fertilidad era necesario que todos convivieran en paz y permanecieran en armonía.

No ocurría lo mismo con Niflheim, el mundo de los muertos, gobernado por Hel—mitad mujer hermosa, mitad cadáver putrefacto y nauseabundo—, la monstruosa hija del temible Loki2, dios del mal, y la giganta Angrboda — literalmente, «la que trae pesar»—. Era un reino melancólico al que acudían todos los que no habían tenido una muerte gloriosa, y no hacía falta mantener con ellos ninguna relación.

Una vez, al comienzo de los tiempos, cuando el mundo era aún reciente y el mal todavía no lo había poseído, Odín caminaba por la orilla de la costa con sus dos hermanos, Vili y Ve. En la playa encontraron dos troncos de árboles que habían flotado hasta allí por el curso de un río y, para entretenerse, decidieron tallar con ellos dos cuerpos humanos, un hombre y una mujer. Al terminar, se levantaron, miraron a las figuras sin vida y pensaron que debían hacer algo más. Odín les dio vida y aliento, Vili les entregó la facultad de pensar, el sentido y el movimiento y Ve les concedió caras, habla, vista y oído. Los dos humanos fueron nombrados Askur y Embla. Para vivir ellos y sus descendientes —toda la humanidad—, los dioses les dieron Midgard —la Tierra—, redonda, plana y rodeada de agua.

Lo malo era que, en ese vasto océano que circundaba el mundo de los hombres vivía el gigantesco y terrible monstruo Jörmundgander —también conocido como la serpiente Midgard—. Sus padres no podían ser otros que Loki y Angrboda.

Poco después de ser desovado —Jörmundgander era un monstruo macho—, sus anillos se extendieron por la tierra hasta donde alcanzaba la vista, y su interminable cuello sobresalió por encima de las montañas como un escamoso pilar color ébano, coronado por una horrorosa cabeza de dragón en la que se reflejaba el semblante mismo de la muerte. Apenas le sorprendió a nadie que cuando aquel horrible ser fue llevado ante los Aesir, Odín, que con su don de adivinación se percató enseguida de las cosas terribles que haría, lo lanzara a lo más profundo del mar.

Image

Combate de Thor contra los gigantes. Thor, rudo y belicoso, dios labrador, armado de su invencible martillo que producía el trueno, ejercía influencia en áreas muy diferentes de vida: el clima, las cosechas, la protección, la consagración, la justicia, los viajes y las batallas. Obra de Marten Eskil Winge realizada en 1872. Museo Nacional. Estocolmo, Suecia.

Aunque desapareció la vista de todos, Jormungander no dejó de existir. Todo lo contrario. En sus profundos dominios, alejado de los mundos de dioses y hombres, creció de forma tan descomunal que pudo morderse la cola para abrazar toda la tierra. Así estaba destinado a mantenerse hasta el Ragnarök, el día de la destrucción total y el fin del mundo. En ese momento se arrastraría fuera del océano, envenenaría los cielos con la ponzoña de su fauces y reptaría entre el fuego, a los pies de los gigantes, hasta encontrar y acabar con aquel que tantas veces había intentado cazarlo: Thor, el más poderoso de los Aesir y su mayor enemigo.

Así eran de duras las cosas para la humanidad, que luchaba por su supervivencia en el círculo terrestre. Sin embargo, hiciera lo que hiciera, su existencia y bienestar dependía por completo de la buena voluntad de los dioses, a los que constantemente había que mostrar adoración y rogar benevolencia. Con suerte no era difícil obtenerla, se conseguía mediante la realización de distintos rituales y ceremonias religiosas en diversas ocasiones y diferentes estaciones.

1.1 LOS NUEVE MUNDOS DE LA MITOLOGÍA NÓRDICA

PARA LOS ANTIGUOS HABITANTES de las oscuras tierras del norte, el Universo estaba dividido en nueve mundos, caracterizados por sus habitantes. A diferencia de otras mitologías en las que se enfrenta el bien y el mal, el antagonismo se presenta en esta entre el orden y el caos. Los dioses representan el orden y la estructura, mientras que los gigantes y los monstruos simbolizan el caos y el desorden.

Asgard, como hemos visto, era el mundo en que moraban los poderosos dioses comandados por Odín. Entre sus maravillosos edificios se encontraban Bliskirnir, el castillo de Thor; Vingolf, el lugar de reunión de las diosas y los famosos salones de Valhala. El Bifrost, un puente llameante con forma de arco iris, comunicaba Asgard con Midgard. El acceso lo vigilaba día y noche el dios Heimdall. Midgard, literalmente la Tierra Media, ya sabemos que era el mundo de los hombres. Básicamente lo habían creado los dioses para poder defender a la humanidad de los gigantes.

Image

Dagr, deidad que personifica el día, con su caballo de crin brillante Skinfaxi. Tanto la Edda poética como la Edda prosaica, escritas en el siglo XIII y supuestamente compiladas de fuentes tradicionales de la cultura nórdica lo mencionan como hijo de Delling, dios del crepúsculo y Nótt, diosa de la noche. Obra de Peter Nicolai Arbo realizada en 1874.

Tanto los gigantes de hielo como los de piedra vivían recluidos en Jotunheim, un mundo prisión rodeado de impenetrables bosques de hierro y anchos ríos que nunca se helaban, para impedir su fuga. Los gigantes, aunque generalmente eran enemigos de los dioses, también tuvieron hijos con ellos. Los gobernaba Thrym, el rey de los gigantes de hielo, que dominaba sus posesiones desde la fortaleza de Utgard.

El mundo de los gigantes de fuego, siempre enemigos de los dioses, era Muspellheim, un reino lleno de llamas, con un calor insoportable, situado en el sur del mundo. Estaba gobernado por Surtur, el más poderoso de todos ellos, que vigilaba la entrada de su reino, día y noche, armado con una espada llameante.

Alfheim, situado sobre Midgard, era el mundo de los elfos de la luz, presidido por el dios Freyr, señor de la vegetación, asociado con la realeza, la virilidad, la prosperidad y el buen tiempo. Los elfos no tienen ninguna relevancia en las leyendas nórdicas. En contraposición a este mundo estaba otro, Svartalfheim, el reino subterráneo de los maléficos elfos oscuros. Tampoco tenían un gran protagonismo y a menudo se les confunde con los enanos3.

Vanaheim era el mundo de los Vanes, dioses de la fertilidad y la prosperidad que habían sido sometidos por los moradores de Asgard y Niflheim, el solitario mundo del hielo eterno. En él brotaba la fuente que alimentaba todos los manantiales del universo. Sus dos surtidores principales eran Caldera Rugiente y Ondas Gélidas.

Niflheim, el inframundo, era el lugar al que iban a parar los fallecidos a causa de la edad o por enfermedad, que no merecían acompañar a los dioses en Asgard. Estaba situado bajo Midgard y su centro lo ocupaba la isla Naastrand, sobre la que se levantaba una gran cámara de tortura a la espera de los que hubieran sido viles en vida. A su lado se construía con las uñas de los muertos el Naiafarer Nalfgar, el barco con el que las hordas del mal asaltarían Asgard el día del Ragnorok.

Los nueve mundos se ordenaban a lo largo del Yggdrasil, el «Árbol del Universo», un fresno sagrado. Bajo sus tres raíces se encontraban Asgard, Jotunheim y Niflheim, cada uno alimentado por un manantial: el de la Sabiduría, guardado por el gigante Mimir —Mímisbrunnr—, el del Destino —Urdarbrunnr—, también conocido como el Pozo de Urd, guardado por las tres Nornas, diosas del destino, y Hvergelmir, donde nacían muchos ríos. Las Nornas se encargaban de regar el árbol cada mañana para mantenerlo vivo; si se marchitaba y moría, el mundo sería destruido. Por eso el dragón Nidhogg mordía las raíces de Niflheim, acompañado por otras cuatro serpientes que empozoñaban el agua de que se nutriá, para acabar con él. Suerte que en Asgard la diosa Urd le curaba con cariño las heridas mediante un ungüento especial.

En el manantial de Jotunheim, Odín le consultaba con frecuencia a la cabeza del dios Mimir, conocedor del presente, el pasado y el futuro. En las ramas de Yggdrasyl vivía el águila Traga Carroña y cuatro ciervos que se comían los brotes tiernos del árbol. Por el tronco subía y bajaba una ardilla, mensajera de los insultos que Traga Carroña y Nidhogg se enviaban entre ellos.

El mayor problema a la hora de interpretar esta mitología de raíces islandesas, a la que tradicionalmente y por múltiples razones que trascenderían los límites de este libro se le ha dado mucha más importancia de la que tiene, es quetodos los textos relativos a ella—la Edda poética, atribuida al sacerdote Saemundur Sigfusson, y la Edda prosaica, del erudito Snorri Sturluson, que poseía grandes conocimientos de la ritos arcaicos transmitidos oralmente—, fueron escritos en el siglo XIII, cuando Islandia llevaba ya dos siglos cristianizada. Eso supone dos cosas: la primera, que ambos autores, fuertemente influenciados por la nueva religión, no podían ser contrarios a la visión cristiana del mundo, la única verdadera, escribieran lo que escribieran; la segunda, que precisamente por eso, no hay prueba alguna de saber si realmente los vikingos que vivieron 400 años antes la entendían de esa manera.

De lo que no cabe duda es de que a partir del siglo XVI quedó prácticamente en el olvido, salvo en lo concerniente a los seres sobrenaturales del folclore escandinavo, y hasta el siglo XIX, en pleno periodo romántico, no volvió a alcanzar una enorme fama gracias a Richard Wagner, que se inspiró en sus personajes para escribir los libretos de varias de sus óperas, en especial la tetralogía El anillo del nibelungo4. Esa iconografía, también estimulada por la Viking Society for Northern Research —el Viking Club—, creada en Londres en 1892, es la que, básicamente, ha llegado a nuestros días.

1.2 LA LEJANA ESCANDINAVIA

EXCEPTO A LO LARGO DE LA ESTRECHA LÍNEA que supone el río Eider, actualmente en Alemania, Escandinavia nunca tuvo fronteras terrestres de importancia. Estaba separada del resto de Europa por sus límites naturales y, aunque era conocida por los geógrafos e historiadores griegos y romanos, apenas se vio afectada por ninguna de las dos civilizaciones. Ni siquiera la hoy olvidada expedición de Druso el Mayor, que el año 12 a. C. con la denominada flota germánica costeó Alemania del Norte, dobló la punta Skagen al norte de Jutlandia y llegó al mar Báltico —el mismo que, según algunos exegetas, Piteas5 había descubierto tres siglos antes—, la sacó del anonimato en un momento en que el imperio romano se encontraba en el punto más alto de su poder.

Mientras que muchas tribus germánicas mantuvieron un contacto más o menos continuado con la cultura y la presencia militar del Imperio Romano, la mayor parte de los países escandinavos quedaron en la más lejana periferia, apartados para siempre del mundo latino y sus intereses. De modo que, mientras los romanos civilizaban de buen grado o por la fuerza, las Galias, Bretaña o Germania, y dejaban en esos países vestigios de su forma de vida, los pueblos escandinavos se desenvolvían libre y espontaneamente a su propio modo, en los fértiles campos de Dinamarca; en la península de Jutlandia o en sus islas próximas; a orillas de los inmensos lagos, bosques y ríos del sur y centro de la futura Suecia, y en torno a los fiordos, los profundos brazos de mar de las costas de Noruega.

Probablemente sean esas las razones —lo abrupto de su territorio y el temor a sus habitantes—, por la que la historia de Escandinavia desde el año 550 al 780 es prácticamente una página en blanco en lo tocante a sucesos realmente conocidos. Sin embargo, durante la primera mitad del siglo VI hubo una actividad considerable tanto en Dinamarca como en el sur de Suecia.

Hacia el año 520 se tiene constancia que Chocilaicus, rey de los daneses sobre el que habla en sus crónicas Guillermo de Tours, y que acabó por convertirse en el rey Hygelac del poema épico inglés Beowulf, hizo una incursión en el territorio de los francos en el Bajo Rin. Fue derrotado y asesinado por Theudibert, hijo del rey franco Teodorico —que había conseguido el apoyo de sus enemigos frisones para enfrentarse a ese sorprendente ataque—, mientras se retiraba de Frisia con un considerable botín, pero puesto que esas agresiones fueron muy esporádicas y no tardaron en extinguirse por completo, pareció lo más prudente no forzar la suerte y no ahondar demasiado en lo que ocurría en aquellas oscuras, frías y desconocidas regiones.

Image

Mapa de Escandinavia realizado por Tolomeo. A finales del siglo I, Plinio mencionó Escandinavia, a la que describía como una isla inmensa, y la cordillera del Sevo, que probablemente hace referencia a las montañas de la Noruega meridional. Para Tolomeo, la isla era Escandia, como el resto de islas vecinas de Jutlandia. Se ignoraba completamente que Escandinavia era una península y el mar Báltico, un callejón sin salida.

Unos cuarenta años más tarde vuelven a mencionarse incursiones de los hombres del norte en el elogio que hace Venantius Fortunatus del Duque Lupus de Champagne. En este caso durante un ataque realizado junto a los sajones en Frisia occidental, también rechazado por los francos; pero, desde ese momento, hasta su desembarcocerca de Dorchester el año 787, los notorios ataques a la costa de Francia contra los que Carlos el Grande organizó la defensa en el 800, y el primer encuentro entre daneses y francos en las fronteras del sur de Dinamarca el 808, no sabemos casi nada. Son cerca de 200 años que, hasta cierto punto, han sido reconstruidos a partir de algunos restos históricos, filológicos y arqueológicos.

Fuera como fuera, lo que sí se puede asegurar es que los asentamientos tribales de la región estuvieron constituidos al principio por tres o cuatro grupos principales: los noruegos, en la costa occidental de la península escandinava; los daneses, en Gotlandia, el litoral de Scania al otro lado del Sund, y las islas intermedias, y los suecos y los godos, que miraban solamente hacia el Báltico.

El número de individuos de cada grupo no puede calcularse por la extensión de las zonas de lo que pudiera llamarse sus territorios, pues todos eran muy distintos entre sí. Dinamarca, la de menos superficie, era la más poblada, porque poseía vastas llanuras cultivadas. Suecia y Gotlandia, que juntas sumaban el mayor territorio, estaban envueltas en bosque vírgenes, lo que las colocaba las segundas en índice de población y Noruega, totalmente repleta de árboles, abrupta y montañosa, solo tenía aldeas junto a las bahías del litoral y en los valles angostos.

Su civilización era una extraña mezcla de barbarie y cultura primitivas. Conservaban las antiguas instituciones y costumbres germánicas. Su organismo más fuerte era el clan o grupo familiar, el cual se reunía y celebraba el thing—la asamblea de hombres libres—, para legislar y hacer justicia. En el thing desempeñaban las funciones principales los magistrados hereditarios, que eran a la vez los que establecían las costumbres a seguir y los encargados de hacerlas guardar, aunque los grupos pequeños podían tener un jefe con el título de rey —si el linaje era suficiente para darle ese título a la familia, como se lo daba a los Ynglings de Suecia, la antigua dinastía de reyes perteneciente a la Casa de Munso—, o con el título de conde, si la alcurnia era menos elevada. En Suecia, Gotlandia y Dinamarca, no tanto en Noruega, predominaban las castas reales. Su principal ocupación era cultivar el feudo familiar hereditario —el udal—, como posesión privativa o formando comunidades en las aldeas, según la situación de las tierras y las prácticas del lugar. También las mujeres libres, sobre todo si eran ricas herederas o buenas guerreras, podían ocupar un lugar eminente en la sociedad y llegar, a veces, a ser reinas.

En general, los pueblos escandinavos mostraban, junto a un arraigado sentimiento de independencia personal, una gran predisposición a la aristocracia, en la que el jefe del clan, con sus guerreros, era la fuerza impulsora. En las luchas por conquistar poder, territorio o botín, Escandinavia estuvo llena de guerras sin cuartel antes y durante el tiempo que duraron las expediciones a las lejanas tierras del otro lado del mar.

A pesar de parecer bárbaros para las pautas que marcaba la asentada civilización romana, los pueblos escandinavos poseían una civilización y una cultura muy adelantadas. Tenían comprensión clara y sutil del espíritu de las leyes y la justicia y también habilidad para instruir y fallar las causas. Los delitos de sangre ponían en sus autores la marca infamante de nithing, indigno de tener compañeros. Comprendían con facilidad las ideas nuevas, y tenían la misma facilidad para aprender la organización más perfeccionada de las sociedades en las que se establecían como para hacer uso de las mismas. De hecho, dotados de extraordinarias facultades innatas para el comercio y la adaptación, demostraron que podían organizar como expertos hombres de negocios, tanto sus tierras nativas como aquellas en las que se establecieron.

Campesinos, pero también hábiles artesanos y buenos marinos, los habitantes de estos pueblos intercambiaban entre sí sus productos de caza y pesca, artículos de hierro, madera o cuero, lo que convertía a la agricultura, la navegación y el comercio en los oficos más comunes.

Precisamente, el intercambio principalmente con los frisones del sur de sus excedentes de producción —utensilios de cocina, piedra pómez, hierro o ámbar—, con la intención de conseguir la siempre preciada e imprescindible sal, dio origen, de una forma mucho más prosaica del significado que damos en la actualidad, al término vikingo. Se deriva de la palabra vik, que en noruego antiguo significa arroyo, bahía o fiordo y, en sentido amplio, hace referencia a cualquier persona que busca la apertura de esos accidentes geográficos con el fin de utilizarlos como base para acceder a territorios circundantes.

Ahora, sin embargo, vikingo es el más común de los nombres dados a esos hombres que, como filosofía general de vida cultivaban que cada cual debía de confiar en sí mismo y su inteligencia, aunque todo estuviera marcado por el destino. Esos para los que su mayor ambición era conquistar la fama y las alabanzas de sus allegados después de la muerte, lo que les llevaba a practicar en la guerra una crueldad atroz y desplegar un valor inigualado que llegaba a veces hasta el bersek, un furor homicida durante el cual no sentían el dolor de las heridas.

1.3 SIN DIOS NI AMO

GRACIAS A CRÓNICAS DE LA ÉPOCA contamos con excelentes descripciones de los vikingos. Destaca la de Ahmad ibn Fadlān, el embajador del califa Al Muqtadir, enviado desde Bagdad a la corte del rey de los búlgaros del Volga, y que se encontró con los varegos suecos, a los que llama rus:

Nunca he visto personas más hermosas, son altos y esbeltos como palmeras, rubios y de tez sonrosada. Cada hombre tiene un hacha, una espada y un cuchillo y no se separa de ellos en ningún momento6.

Los hombres nórdicos vestían bien. Túnicas de lino o lana hasta la mitad del muslo o por debajo de la rodilla generalmente de colores rojo, marrón, blanco verde o azul, con dobladillos y adornos bordados; pantalones holgados a veces de piel o pelo y polainas largas o cortas. Como calzado usaban zapatos de piel flexible, a veces con suela de madera, que en invierno podían ir forrados de piel o llevarla en su interior para dar calor, o botas, muchas veces de cuero tosco o piel de foca. Una esclavina o una capa larga a veces también forrada de piel, recogida sobre el hombro derecho o la cadera y sujeta con algún broche, completaban su vestuario.

Image

Túnica —skoldehamn— de la época vikinga datada en el siglo XI. Museo Universitario de Tromso, Noruega.

Casi en su totalidad, llevaban barba. Algunos con horquillas o con trenzas, igual que el pelo que se dejaba largo, al menos hasta cubrir el cuello. No todos eran rubios, los daneses tenían un color de pelo mucho más oscuro que las tribus situadas más al norte.

Las casas se adaptaban a las dificultades climáticas del lugar. Estaban construidas indistintamente con turba, piedra o madera. La turba, amasada y cortada en forma de grandes bloques de distintos tipos y tamaños, según el lugar que fueran a ocupar —se denominaban kviahnaus si eran regulares y klömbruhnaus los que tomaban alguna forma específica—, era el material de construcción más antiguo y común. En Islandia y en Groenlandia se utilizó durante más de 1000 años. En ambos casos, lugares donde era muy difícil encontrar madera o suponía un coste muy elevado enviarla desde el continente.

Si los bosques producían suficientes árboles de hoja caduca, como en Dinamarca, se utilizaba roble para la estructura principal y avellano y sauce para las vigas y el entramado de lo muros. Luego, se cubrían las paredes con pantallas de madera tejida, cubierta con una mezcla de arcilla y estiércol para impermeabilizarlas. En algunos casos, los edificios dentro de pueblos fortificados de trazado circular, tenían gruesas y fuertes paredes de tablones que requerían grandes cantidades de madera de roble.

Como los robles eran raros en Suecia y Noruega, salvo en el sur, se utilizaban maderas de coníferas cortadas en largas vigas rectas. Iban colocadas en horizontal, una sobre otra, unidas con muescas, para evitar que se movieran. Luego se sujetaban firmemente en las esquinas. Los clavos apenas se utilizaban en la edificación, se reservaban para la construcción naval.

Image

Brossenplassen, en Hovag, Noruega, una granja de la Edad del Bronce reconstruida en 1994 sobre un terreno virgen. Las piedras de los cimientos, con los agujeros dejados por los postes de madera, son a menudo los únicos vestigios de las construcciones realizadas por los vikingos.

Cimientos de piedra servían para aislar el suelo húmedo e impedían que las bases de los pilares y la parte inferior de los paramentos de madera se pudrieran. A veces, se cubría también con un suelo de arcilla, planchas de sauce o abedul, que en invierno, permitía guardar un poco más el calor. Para la cubierta, según las posibilidades, se utilizaba paja, hierba, o tejas de madera.

Las viviendas, con un diseño prácticamente idéntico para todos los pueblos escandinavos, eran largas y de una sola planta. En la entrada se dejaba la ropa mojada y se almacenaban herramientas y útiles necesarios para trabajar todos los días en el exterior. A veces, separados por una pared o paredes de madera con llave que cubrían también una despensa en la que se guardaba el trigo o la carne y pescado ahumado.

El vestíbulo daba acceso a la sala central, el espacio principal de la vivienda. Supuestamente revestido de madera o de arcilla en su interior, con anchos bancos a lo largo de las paredes y, normalmente, un gran telar vertical. Allí, las personas que realizaban las diversas tareas diarias, comían, se sentaban alrededor del fuego y, en ocasiones, dormían. Era común que los jefes de clan o familia, o los dueños de casas de más calidad, dispusieran de una alcoba independiente.

En la parte trasera del edificio había dos dependencias en ángulos casi rectos. Una eran las letrinas, comunes para varias personas. Consistían poco más que en una tabla colocada en horizontal, apoyada en sus extremos en dos piedras altas y planas, situada sobre una zanja que corría a lo largo de las paredes. La otra, enfrente, la reserva de lácteos, donde había grandes contenedores o tanques enterrados para almacenar quesos, mantequillas y alimentos conservados en suero.

La dieta nórdica consistía principalmente en harina de avena, cereales, pan y productos lácteos. Granos y semillas también se utilizaban para producir aceites, como los de linaza, cáñamo o colza. Las carnes y pescados eran algo excepcional. Todos los productos alimenticios estaban estrechamente vinculados con los recursos disponibles próximos a las zonas que habitaban y, solo en algunos casos muy limitados, provenían de importaciones.

Las harinas para el pan se hacían generalmente de al menos dos tipos de cereales; uno de ellos era casi siempre la cebada. Los panes contenían también con mucha frecuencia harina de espelta, lino, guisantes y, algunas veces, avena. El centeno, aunque entró en Finlandia, Suecia y Dinamarca algo más tarde que en el resto de Europa, se convirtió enseguida en el principal cereal utilizado en el sur de Escandinavia.

Los panes eran pequeños, finos y planos, de forma similar a las galletas. Solían estar perforados en el centro para colgarlos de una cuerda o una barra de madera. Se horneaban sobre brasas o colocados sobre una placa de hierro situada encima del fuego. Los hornos para pan no estaban muy extendidos, al menos hasta que se desarrolló la cultura del centeno y se introdujo la levadura como uno más de los ingredientes.

La leche, por lo general de vaca, pero también de cabra, no se consumía normalmente como tal, sino como materia prima de otros productos lácteos que podían ser almacenados y consumidos durante el invierno, cuando la falta de pastos impedía obtenerla. Los principales eran mantequilla, suero, skyr —un producto entre el yogur y el queso muy tierno—, cuajada y queso, en general muy salado para poderlo conservar mejor.

La cría de cerdos fue predominante en las colonias y en lugares con alta densidad de población, ya que permitía reciclar los residuos de alimentos y establecer recintos donde mantener a los animales encerrados. La cría de aves de corral —gallinas, pollos, patos y gansos—, permitía obtener huevos y carne durante todo el año.

El ganado era muy importante. Algunas granjas llegaron a disponer en sus establos de 80 a 100 reses. Las vacas eran esenciales para obtener productos lácteos, que eran mucho más populares que la propia carne.

De hecho la carne era solo un producto de temporada. El ganado vacuno y las ovejas se sacrificaban en octubre, al final de la temporada de pastoreo. Los cerdos en noviembre o diciembre, con el fin de evitar tener que alimentarlos durante el invierno, para así poder gestionar mejor el heno almacenado que se había cosechado durante el verano.

La carne de caza —ciervos, alces, renos, liebres, osos, jabalís e incluso ardillas—, se consumió muy poco, excepto en las regiones más al norte de Noruega y Suecia. Entre la caza también estaban incluidas las aves silvestres —chorlito dorado, chorlito gris, urogallos, palomas, avefrías—, las focas y las ballenas. El pescado se ahumaba o se secaba. La sal, como siempre hemos explicado, era un producto de lujo.

Para conservar la carne se utilizaban varios métodos, los más comunes eran el ahumado y la fermentación —los animales sin abrir se colocaban en un pozo y se dejaban fermentar por falta de oxígeno—, aunque también se solían adobar en suero de leche o, en casos muy específicos, poner en salmuera y salazón. Legumbres, zanahorias, nabos, cebollas, remolachas o setas se conservaban generalmente secas. En tiempos de hambruna se consumían bellotas. Las futas —manzanas, moras, arándanos, frambuesas, fresas, cerezas—, a veces también se secaban, otras se introducían en miel.

A través de los centros de comercio, tenían acceso a las especias exóticas como el comino, pimienta, azafrán, jengibre, cardamomo, clavo, nuez moscada, canela, anís y hojas de laurel. El vinagre y la miel se añadían como condimentos.

La hidromiel —mjöðr—, y la cerveza eran las bebidas alcohólicas comunes en Escandinavia. El vino era la bebida fermentada preferida, pero la más escasa y cara. Se importaba principalmente de la región del Rin a través de los mercados de Dorestad —en Frisia, junto a la desembocadura del río— y Hedeby —en Dinamarca—. Como resultado, estaba reservado para los ricos y poderosos.

Para elaborar la cerveza, consumida a diario por todas las clases sociales e incluso por los niños, el cereal básico —prácticamente el único—, era la cebada. Podía ser fuerte o floja, según a lo que se destinara. Realizarla era uno de los trabajos de las mujeres. Tras calentarla en un caldero, se servía mediante tazones con forma de pequeños pájaros, denominados Öl-Gass, en cuencos. Hoy, a pesar de las muchas referencias que hay en la literatura heroica nórdica sobre los cuernos para beber, se ha demostrado que estaban reservados para ocasiones especiales, rituales y celebraciones. Eran de cabra o chivo —los más fáciles de conseguir—, con capacidad de algo menos de medio litro. Estaban cuidadosamente pulidos y, a menudo, decorados con grabados o incrustaciones de metal.

El vino se bebía en copas de vidrio azul, verde o marrón. En cuanto los comerciantes vieron que en Escandinavia eran un producto de lujo diseñaron para ese mercado vasos con forma de cuerno y copas adornadas con filamentos en forma de garras. Cuencos y platos se realizaban de arcilla o con corteza de abedul y fresno. Las cucharas, con madera, cuerno o hueso de animal.

En cada región, todos los hombres y mujeres libres de un clan o un distrito se reunian en fiestas rituales de adoración varias veces al año. Las organizaba en sus casa el jefe del grupo o el aristócrata de mayor rango.

Image

Grandes cuernos de uro, utilizados para servir bebidas, significativamente más grandes que los utilizados normalmente. Son sin ninguna duda una excepción. Forman parte del tesoro encontrado en Sutton Hoo, Gran Bretaña. Museo Británico, Londres.

A finales del verano se reunían para agradecer a los dioses la obtención de buenas cosechas y los dones de la tierra y pedir un clima templado en el invierno que se avecinaba; a la mitad del oscuro invierno los adoraban para asegurar que el sol comenzara su curso de nuevo y continuara el ciclo estacional y, a finales del invierno llevaban a cabo los rituales para obtener el crecimiento y la fecundidad de la tierra durante la temporada de verano, pedir pesca abundante y buen estado de salud y conseguir la fertilidad de hombres y animales.

Otros rituales especiales servían para festejar victorias en combate o pedir suerte durante los largos viajes. En esas ocasiones se ofrecían a los dioses exvotos, armas y objetos preciosos que se consideraban eran de su agrado. A menudo, junto al sacrificio de algún animal y mientras se bebía, como homenaje a esos dioses cuya influencia más se necesitaba en ese momento, hidromiel sagrado.

Cada nueve años se llevaba a cabo una gran fiesta religiosa y comunitaria para asegurar la continuidad del mundo. La gente viajaba a lo largo y ancho del territorio para aistir a esas reuniones, que duraban nueve días. Los festivales se realizaban generalmente en el exterior y las actividades rituales en arboledas sagradas consideradas los límites entre el mundo de los hombres y el de los dioses.

Image

Escena de un ritual escandinavo pintado sobre una losa de piedra caliza encontrada en Gotland, Suecia. Esta datada entre los años 700 y 1100. Museo Nacional de Antiguedades. Estocolmo.

Aunque pueda parecer que los escandinavos eran gentes salvajes que vivían en granjas y poblados de difícil acceso dispersos entre bosques, existían al menos cuatro centros comerciales de gran importancia: Kaupang, en Noruega; Birka, en Suecia y Hedeby y Ribe, en Dinamarca. De ellos, el mayor era Hedeby, la ciudad más grande e importante de Escandinavia durante todo el periodo vikingo, fundada probablemente en el siglo VIII. Orientada al fiordo de Sleifjord, ocupaba unas 25 hectáreas, estaba rodeada por una muralla que, en el siglo X, se sabe que medía unos 10 metros y la habitaban sajones, daneses y frisones. A ella llegaron a viajar hacia el año 950 incluso comerciantes árabes del lejano califato de Córdoba, aunque a uno de ellos, Ibrahim Ibn Yaqub al-Tartushi7, no podemos decir que le gustara mucho lo que vio:

Es una ciudad situada al otro extremo del mundo marítimo. Dentro pueden encontrarse manantiales de agua dulce. Con excepción de algunos cristianos que tienen una iglesia, la gente de esta tierra adora a Sirius. Celebran un festival de comida y bebida en honor de su dios con terribles cantos que son peores aún que el ladrido de los perros.

La ciudad no cuenta con grandes riquezas ni bienes. El alimento principal de sus habitantes es el pescado. A menudo se arroja al mar a un infante recién nacido para evitar tener que criarlo. Los afeites para los ojos que usan tanto los hombres como las mujeres realzan su belleza.

En cuanto a las mujeres, a pesar de lo que aparezca en películas y series de televisión que intentan ser políticamente correctas, estrictamente hablando, no podían ser «vikingas»8. En los pueblos nórdicos la palabra se aplicaba exclusivamente a los hombres. Por lo general, solo a aquellos que formaban parte de los grupos que zarpaban de Escandinavia para participar en las incursiones o en las actividades comerciales dirigidas a Oriente, las Islas Británicas o el continente europeo. La única ocasión en la que se amplió esa acepción fue al aplicarla también a los vikingos que permanecieron en los asentamientos establecidos en el Atlántico Norte —las Islas Feroe, Islandia y Groenlandia—.

Sí podían pertenecer a las mismas clases sociales que los hombres. Había nobles, campesinas y esclavas. Las nobles, pertenecientes a la realeza o esposas e hijas de condes, utilizaban ropas de buenos materiales, tintadas con vivos colores, un alto peinado y todo tipo de joyas. Su piel, al no dedicarse a las ocupaciones propias de los campesinos, era mucho más blanca. Las de clase más baja, trajes toscos y prácticos en tonos más apagados.

Lo que conocemos sobre su indumentaria y aspecto deriva tanto de las crónicas como de las sagas, la arqueología o fuentes artísticas de los siglos X y XI que se han conservado. Desde el tapiz encontrado en el túmulo de Oseberg a las estelas de Gotlandia. Incluso a pequeñas estatuillas que han llegado hasta nuestros días. Por supuesto que hubo cambios a lo largo de los tres siglos de la era vikinga debidos al contacto comercial y al resultado de las incursiones, que produjeron la llegada masiva de telas, objetos de decoración y adornos del rico mundo árabe, persa y bizantino o de Europa Occidental, pero, en líneas generales, mantuvieron siempre un aspecto similar.

El vestido largo, plisado y sin tallar, era la indumentaria básica; habitualmente de lana o seda, sin mangas o con manga corta, pue todo parece indicar que mostrar los brazos descubiertos era algo que, por alguna razón, les agradaba. Se sujetaban con cintas o iban cosidos9. Sobre ese vestido se usaba una prenda de dos piezas, también de lana, si bien en entornos aristocráticos podían ser incluso de seda. Ambas se unían por los hombros con tiras sujetas con broches de bronce.

Estos broches, con forma de tortuga, estaban más ornamentados al principio que a partir del siglo X, aunque Ibn Fadlan, indica que eran una manera de demostrar el nivel económico de sus maridos, según fuesen de hierro, cobre, bronce u oro. A este adorno, se unían anillos, brazaletes, collares yfinos cordones en los que colgaban una mezcla de adornos y elementos útiles, desde peines a alfileteros, lo que incluía también tijeras, cuchillos o llaves. Estas últimas muy importantes, pues su número demostraba la riqueza, al representar los baúles, arcones o cajas en las que se guardaba lo más valioso10.

Para evitar el viento o el frío, intensos en el norte de Europa, utilizaban manoplas, guantes, botas, calzas largas y capas largas o cortas, cerradas en el centro mediante un broche o una fíbula, que podían estar cubiertas de piel en su interior. Las doncellas llevaban el pelo largo o con trenzas, a veces con cintas para sujetarlo. Las mujeres casadas se anudaban normalmente el pelo bajo un pañuelo en la vida cotidiana, o usaban gorro.

En general la moda femenina era discreta y modosa, a pesar de que por sus costumbres y forma de abordar la sexualidad, la sociedad escandinava de la época era mucho más igualitaria y moderna que la mayoría de sus contemporáneas. Por ejemplo, las mujeres nórdicas podían solicitar el divorcio si su marido despilfarraba el patrimonio familiar, no sabía administrar la granja o resultaba impotente, pues el principal objetivo del matrimonio era tener descendientes. El juicio se hacía mediante testigos que hablaban a favor de uno u otro cónyuge y la sentencia la dictaba la asamblea local. En caso de que le fuese concedido tenía derecho a recuperar toda la dote y, si además se demostraba que el marido era culpable, a reclamar una parte de las riquezas que había obtenido el matrimonio.

Los vikingos eran monógamos, si bien había un concubinato, relativamente bien aceptado, puesto que las, concubinas, y sus hijos, no tenía derechos legales sobre las herencias y eran considerados bastardos —lo que no impedía que muchos alcanzasen por méritos de guerra una importante posición—.

Al igual que en la mayoría de las sociedades tradicionales, las mujeres pasaban gran parte de su tiempo en casa, dedicadas a la cocina, la confección de ropa o productos textiles y el cuidado de los ancianos y niños, incluidos los de las concubinas y, si era necesario, de otros parientes11. El hogar era su ámbito de responsabilidad, y sobre él ejercían un control absoluto. Además, actuaban no sólo como madres, algo obvio, sino como las encargadas de educar a sus hijos y transmitirles las tradiciones, y conceptos como el honor familiar, del que también eran veladoras. A menudo eran ellas las que obligaban a los hombres a tomar venganza ante los ultrajes.

Tanto la agricultura como el comercio eran asuntos familiares y, muy a menudo, las mujeres eran responsables de ambas actividades cuando sus maridos estaban ausentes o morían. Aparentemente, también eran las encargadas de la producción de ungüentos, pócimas y otros productos que hoy llamaríamos medicamentos.

Image

Reconstrucción del tapiz encontrado en Osberg, Noruega. Hallado en un enterramiento de 2 mujeres datado en el año 834. Los efectos encontrados en la tumba —viejas herramientas para la producción de objetos artesanales tradicionales, tejidos de seda, tapices y bordados—, incluido un conocido barco ceremonial que veremos más adelante, indican que ambas tenían alto estatus social. Museo de Historia y Cultura, Oslo.

De lo que sí hay evidencias, es que las mujeres podían perfectamente ganarse la vida con el comercio. No solo lo sugieren balanzas y pesos encontradas en tumbas femeninas escandinavas; la crónica de una misión cristiana establecida por el monje benedictino Ansgar en Birka —un importante centro comercial sueco12—, escrita en el siglo IX, narra la conversión de una rica viuda, Frideburg, y su hija Catla, que viajaban solas a Dorestad a realizar negocios.

Tampoco hay ninguna duda de que desempeñaron un papel principal en el proceso de colonización y participaron en sus expediciones. Islandia, por ejemplo, estaba deshabitada, y solo podía establecerse una población permanente si había mujeres decididas a realizar con su familia una peligrosa travesía marítima a través del Atlántico Norte, en pequeños barcos abiertos sin protección contra los elementos y rodeadas de los animales necesarios para establecer las imprescindibles granjas. No ocurría lo mismo en las zonas con una población autóctona ya establecida, donde los colonos vikingos que cambiaban sus espadas por arados tendían a tomar como esposas a mujeres locales. La Crónica anglosajona habla de un ejército vikingo que operó en Inglaterra entre los años 892 y 895, acompañado por mujeres y niños que eran puestos en lugar seguro mientras se realizaban los combates y saqueos. En esas fuerzas, que desembarcaron ya después de las incursiones en el continente, es más que probable que algunas mujeres ni siquiera fueran de origen nórdico.

Al igual que los hombres, hubo mujeres que dejaron realmente su huella al haber alcanzado un éxito excepcional. Hemos citado uno de los enterramientos más ricos encontrados en Escandinavia, el de la «reina»de Oseberg, pero ese mismo siglo, años después, Aud —espíritu profundo—, fue la protagonista de una verdadera odisea vikinga: hija de un jefe noruego de las Hébridas y esposa de un vikingo afincado en Dublín, cuando su marido y su hijo mayor murieron, decidió coger toda la fortuna familiar, fletar un barco y marchar con sus nietas. Primero a Orkney, en las islas Orcadas, luego a las islas Feroe y finalmente a Islandia. Se estableció y distribuyó tierras entre los que la habían acompañado. Es conocida como uno de los cuatro colonos más importantes de la isla y como la primera cristiana significativa de la región.

En cuanto a las skjaldmö, literalmente escuderas, siempre se ha debatido si era cierto que existieron. Hay pocos testimonios que puedan admitirse como reales de que las mujeres intervinieran en la guerra durante la época vikinga. Según Saxo Grammaticus, seudónimo del presunto autor de una historia danesa de su época conocida como Gesta Danorum y publicada en el siglo XII, lucharon en el bando de los daneses en la batalla de Brávellir en el año 750; el problema es que Brávellir también es un enfrentamiento que forma parte de las leyendas islandesas13. El historiador bizantino Ioannes Scylitzes registra en su Sinopsis de las Historias, publicada en Sicilia en el siglo XII y hoy en la Biblioteca Nacional de Madrid, que las mujeres combatieron cuando Sviatoslav I de Kiev atacó a los bizantinos en Bulgaria el año 971: «Los varegos —cuenta—, sufrieron una derrota devastadora en el cerco de Dorostolon; los vencedores se sorprendieron al descubrir mujeres armados entre los guerreros caídos». Pero no hay ninguna otra prueba que lo acredite14.

1.3.1 Corazón de piedra

Como la mayoría de los pueblos medievales, los vikingos tenían un rígido sistema de castas para estratificar sus clases sociales. Arriba, el Jarl, una aristocracia de ricos propietarios rurales, jefes de su linaje, para quienes la institución real, aunque la reconocían una leve preeminencia, no suponía algo de gran repercusión práctica; luego, el Bondi, el grupo más numeroso de la comunidad, una masa de hombres libres —artesanos, agricultores y dueños de pequeños terrenos—, reunidos periódicamente en asambleas judiciales y enmarcados en cuadros militares y, en la parte más baja, los esclavos; los þræll, literalmente, «siervos no libres». Un término que hacía referencia, sobre todo, a las personas esclavizadas a raíz de guerras o incursiones. Los conocidos como fostre—hijastro o hijo adoptivo—, esclavos hereditarios hijos de esclavos liberados, es probable que tuvieran una relación bastante más gratificante con sus dueños que el resto.

Según la mitología nordica, a los esclavos, que también constituían la clase inferior de toda la raza humana, los había creado durante un viaje al mundo de la Tierra Media el dios Heimdall, disfrazado y haciéndose llamar Rig, al yacer con una mujer. De la misma manera y con otras dos mujeres distintas, había creado al primer miembro del resto de las clases sociales15. Así aparecía en la Rigsthula—la Canción de Rig—, un poema épico escandinavo que quizá se transmitiera de forma oral, pero del que su primera constancia escrita es del siglo X.

Relacionar la mitología con el fenómeno de la esclavitud resultaba muy útil, pues permitía explicar que una serie de hombres y mujeres jóvenes habían nacido marcados con un destino específico. Máxime, cuando la realidad demostraba que estaban en el centro de los negocios más comunes de los vikingos y no eran seres inferiores, como en ocasiones los consideraban otras culturas. Eso hubiera sido mucho más difícil de entender, pues los comerciantes vendían e intercambiaban tanto robustos o exóticos esclavos de lugares tan lejanos como Serkland —los pueblos árabes—, o Mikligarðr —Bizancio—, como de los países escandinavos de su entorno. No había, aunque ahora pueda parecer extraño, ningún sentimiento de grupo o lengua común. Los islandeses tenían cautivos daneses; los noruegos, suecos, y los suecos capturaban finlandeses.

Los esclavos se utilizaban como mano de obra no cualificada. Por lo general, a los hombres se les dedicaba a los trabajos más pesados e ingratos, desde la construcción de muros o la extracción de la turba necesaria para combustible, hasta recoger el estiércol de cerdos y cabras. Con el tiempo, los mejor considerados podían convertirse en sirvientes o criados personales.

Las mujeres molían el trigo y la sal —tareas agotadoras que se realizaban con herramientas manuales— lavaban, cocinaban, hacían de niñeras o de empleadas domésticas y, en ocasiones, debían de ejercer de compañeras de cama de sus dueños.

Image

Hervör, hija del rey Heidrek, agonizante. Hervör, es un personaje legendario que aparece en la saga finlandesa Hervarar y en la Edda poética. En ambas obras se la presenta como una afamada skjaldmö que manda un destacamento godo y muere en el campo de batalla durante el combate contra una horda de 300 000 hunos liderada por su hermanastro Hlöd. Obra de Peter Nicolai Arbo realizada en 1880. Museo Drammen, Buskerud.

Ambos sexos participaban en las tareas más «ligeras» que tenían que ver con la gestión de una explotación agrícola. Eso incluía pastorear el ganado en primavera y verano, arar, sembrar, cosechar y realizar la matanza de los animales antes del invierno.

En todos los países escandinavos, el «sello» universal para reconocer a un esclavo era un collar específico combinado con un pelo muy corto. Más adelante, durante la época cristiana, a ninguna mujer esclava se le permitía llevar un pañuelo en el pelo, pues era un adorno reservado solo para las señoras. El traje habitual de un esclavo era una túnica sencilla o un paño sin teñir, de andar por casa.

Las leyes sobre la esclavitud fueron muy pocas. El hijo de un esclavo seguía siendo un esclavo, independientemente del lugar al que hubiera podido llegar su padre en la sociedad. El wergeld, literalmente «costo humano», una cantidad de dinero requerida como compensación por homicidio u otro delito grave, no se aplicaba a los esclavos; pero si alguien mataba al esclavo de otro, debía abonarle los daños, de la misma manera que si hubiera matado a una vaca o un cerdo.

El propietario de un esclavo tenía el deber de proporcionarle atención médica y cobijo si había sido herido o mutilado a su servicio. La mayoría de los esclavos no podían poseer bienes o casarse, y sus hijos pertenecían a su dueño. Las únicas ocasiones —excepcionales—, en que el esclavo se vio favorecido, fueron aquellas en las que su propietario le permitió trabajar una pequeña porción de tierra y quedarse con los ingresos de la cosecha, o aquellas en que sabía construir embarcaciones, que las realizaba en su tiempo libre y podía venderlas sin restricciones. En ambos casos el objetivo del esclavo no era otro que lograr acumular suficiente dinero como para poder comprar finalmente su libertad.

Image

Piratas normandos del siglo IX. Una de las principales actividades económicas de la Edad Media, no solo de los vikingos, era el secuestro para proporcionar esclavos. La moda del siglo XIX le dio a esta lacra de la sociedad un tinte erótico que nada tenía que ver con la realidad. Obra de Evariste Vital Luminais realizada en 1894. Museo Anne de Beaujeu, Moulins.

Aparte de la autoredención —la compra de la propia libertad—, los esclavos podían ser liberados por sus propietarios como regalo —especialmente tras una larga vida dedicada al servicio—, o ser comprados por terceros para ser puestos en libertad. En la mayoría de los países escandinavos, cuando un esclavo, que hasta entonces no tenía existencia como ser humano a los ojos de la ley, lograba convertirse en liberto, era adoptado por la familia de su amo, con los mismos derechos y obligaciones que el resto de los miembros de la comunidad. Para sellar la adopción, ya fuese en una familia establecida o en la sociedad en general, el esclavo tenía que devolver la primera mitad del precio de adquisición cuando anunciaba su deseo de ser puesto en libertad. El resto lo pagaba durante una ceremonia ritual conocida como Frelsis-ol, que se traduce generalmente como «libertad para beber cerveza» o «fiesta de la libertad».

La ley especificaba que el primer pago debía ser hecho con seis onzas de plata —las onzas de la libertad—, pesadas en presencia de al menos seis testigos. Una vez abonada la cantidad requerida, el esclavo era invitado formalmente por su amo a asistir a la fiesta de la libertad, donde se le proporcionaba un asiento de honor. A continuación, el liberado sacrificaba una oveja cortándole la cabeza. Un ritual en el que la oveja, con el antiguo collar del esclavo alrededor de su cuello, encarnaba simbólicamente la vida de servidumbre que dejaba atrás. Con la cerveza —elaborada especialmente fuerte para la ocasión con más de un 14 % de alcohol— y la carne, comenzaba una suntuosa fiesta en la que el liberto servía a su dueño como esclavo por última vez.

A pesar de todo, el liberto pasaba a ocupar un estatus un tanto distinto a los nacidos libres, y conservaba vínculos y obligaciones con su antiguo propietario. Una especie de «deuda de honor» con la familia, que le obligaba a depender de ella, a ser respetable y a mantener social y legalmente un comportamiento sin tacha. No podía moverse de su lugar de residencia sin permiso explícito; debía de obtener la aprobación de su antiguo dueño para emprender negocios, contraer matrimonio o solicitar sentencias en juicio, e incluso debía compartir equitativamente con él las ganancias que conseguía. A cambio, su antiguo propietario debía darle de por vida, apoyo, asesoramiento y protección jurídica.

No cumplir con cualquiera de las restricciones o evadirse de esa tutela podía hacer que, legalmente, el liberto fuera vuelto a esclavizar por «falta de reconocimiento» a su «maestro».

1.3.2 Preparados para la guerra

Los vikingos eran hombres que valoraban enormemente su libertad individual, y el igualitarismo era un elemento esencial de su cultura, lo que no impedía que en sus formas de combate destacasen por una magnífica disciplina y la organización de una estructura sólida con la que enfrentarse a ejércitos que estaban, a menudo, tan bien armados como ellos.

Desde siempre se ha dicho que, básicamente, su táctica era la formación de barreras de escudos, o skjaldborg16, supuestamente cinco o más. En una losa funeraria de Gosforth, en Cumbria, aparece un muro de escudos solapados que ocupan la mitad de su anchura, lo que dejaría aproximadamente un frente de medio metro por hombre. Igualmente, en el tapiz de Oseberg, en Suecia, los escudos se superponen parcialmente en una muralla.

Estos ejemplos no deben ser desechados a la ligera, pues demuestran que probablemente los testigos de la época sabían o conocían como se formaba el valladar de escudos vikingo, y en las fuentes literarias, como las sagas, se describen con frecuencia igualmente escudos solapados; pero en la actualidad, existe un gran debate abierto, pues los datos de los que disponemos ofrecen notables incógnitas. Más aún desde que la recreación moderna de las armas de la época ha aumentado las dudas sobre las fuentes literarias contemporáneas. Por ejemplo, en las piedras de Stora Hammars, en Gotlandia, aparecen escudos que se superponen por menos de un cuarto de su anchura, por lo que es razonable pensar que el muro variaba según las circunstancias, y posiblemente varios grupos se organizaban en diferentes skjaldborg, que se apoyaban, mientras otras unidades adoptaban formaciones diferentes.

El combate cuerpo a cuerpo es agotador tanto por el peso de las armas ofensivas y defensivas como por la tensión emocional que genera la lucha con armas blancas, en las que el combatiente nota la proximidad de su oponente. A diferencia de lo que sucede en el cine y la televisión, los enemigos no mueren como si fuesen monigotes al primer y rápido golpe. En realidad, es muy complicado combatir formando un muro de escudos de forma eficaz, pues limita la serie de movimientos que se pueden realizar, y se ha demostrado recientemente que es más efectivo empujar con un hacha o una espada hacia la formación enemiga que mantener una línea propia firme, salvo que se utilice solo como defensa.

La conclusión es sencilla, el muro de escudos se usaba para aguantar o resistir el lanzamiento por el enemigo de armas arrojadizas o soportar el primer embate. Luego, cuando los vikingos pasaban a la ofensiva17, había una cierta tendencia a la dispersión del muro.

Una frecuente variante en las formaciones de batalla, la conocida como suynfylking o «cabeza de cerdo», consistía en una estructura de ataque en cuña que probablemente se remontaba a tiempos muy antiguos, pues las sagas atribuían su creación a Odín.

Dos hombres se situaban en la primera fila, y luego se incrementaban en impares; tres en la segunda; cinco en la tercera, etc. Se formaban así, visto desde el aire, triángulos unidos por la base, por lo que se generaba una estructura de línea en zig-zag.

La reconstrucción moderna de batallas ha demostrado que la ferocidad de un combate cuerpo a cuerpo entre una combinación de dos formaciones skjaldborg, en la que podían alternarse lanzas, hachas, espadas e incluso puñales y cuchillos, buscaba cargar para romper las filas enemigas donde la rapidez era la clave para el triunfo. Crónicas de batallas como Ashdown y Marton, las dos en la Inglaterra del año 871, hablan del uso de skjaldborg, y en la de Corbridge, en el 918, también en Inglaterra, hay incluso cuatro cuerpos que formaron skjaldborg18.

Image

El sistema de muro de escudos o skjaldborg funcionaba bien como defensa. Su objetivo era aguantar cualquier ataque enemigo y, mediante el valor y agresividad de los combatientes que lo formaban, cargar contra el enemigo hasta conseguir abrir su formación. Festival de Historia Viva de Marle, Francia.

Estas formaciones tenían variantes para adaptarse a las situaciones cambiantes que se daban en un campo de batalla y a las condiciones particulares de cada caso, tanto desde el punto de vista del enemigo, como del propio bando, pues los medios, armas y hombres disponibles nunca eran los mismos. Tampoco sería extraño que las formaciones adoptasen otras disposiciones que no conocemos, como las estructuras circulares descritas en la batalla de Stamford Bridge, —que veremos casi al final de esta ensayo—, librada el año 1066 entre anglosajones y noruegos.

Como apoyo de cualquier despliegue, los arqueros se situaban siempre en la retaguardia de las formaciones. Disparaban tras las líneas propias, que los protegían, y lanzaban sus flechas por delante de la muralla de escudos, sin ningún objetivo fijo, salvo la masa de enemigos. Igual ocurría con los lanzadores de jabalinas, piedras, o cualquier otro tipo de misil.

Los restos arqueológicos sugieren que solo los arcos largos fueron utilizados en tierras vikingas. Sin embargo, puede que tuvieran también algunos similares a los utilizados en el este de Europa y Asia. Es posible que los escandinavos entraran en contacto con ese tipo de arco en viajes comerciales a esas regiones, o los conocieran durante el servicio en Constantinopla con la Guardia Varega. Porciones de un arco compuesto se han encontrado en Birka, Suecia, la gran ciudad vikinga dedicada al comercio.

Image

Una imagen muy idealizada de la victoria de las tropas carolingias sobre los vikingos en Saucourten-Vimeu. Ni unos ni otros llevan vestuario o armamento acorde a la época. Obra de Jean-Joseph Dassy realizada en 1837. Palacio de Versalles.

La caballería enemiga fue siempre un problema para los ejércitos vikingos, especialmente en Europa Occidental, donde no estaban acostumbrados a combatir montados y preferían la lucha a pie, que les permitía usar mejor sus tácticas. De hecho, la caballería franca era para ellos un enemigo muy peligroso. Las principales victorias que lograron ante caballeros montados las consiguieron solo cuando pudieron romper su formación, pues de lo contrario, lo tenían difícil.

En su primera gran fracaso a campo abierto, el 3 de agosto del 881 en Saucourt-en Vimeu, Francia, los daneses se enfrentaron a un ejército combinado franco dirigido por dos reyes aliados, Luis III de Francia y Carlomán II. La caballería carolingia se mostró muy superior, a pesar de que los vikingos mantuvieron el orden y su formación. No les sirvió para evitar una derrota catastrófica en la que, tal vez, tuvieron de 8 000 a 9 000 mil bajas. La victoria quedó plasmada para siempre en el antiguo poema alemán Ludwigslied. Una desastre muy similar sufrieron ante los musulmanes de Al-Andalus en Tablada, el 11 de noviembre del 844.

En el Este les pasó lo mismo, y los varegos fueron vencidos por la caballería acorazada bizantina en Silistria, el 971. Otro ejemplo de sus dificultades para hacer frente a caballería pesada e incluso ligera, algo que fue a peor en los años finales de la época vikinga por la consolidación de la caballería feudal, mejor armada y entrenada y con caballos cada vez más poderosos.

Eso no quiere decir que los vikingos no usasen caballería. La empleaban cuando podían, pues les daba movilidad y mayor capacidad de acción, pero lo hacían más bien como los «dragones» del siglo XVII19. Los caballos eran raramente embarcados, pues ocupaban mucho espacio y consumían alimento, lo que no quiere decir que no se hiciera, especialmente en los viajes de colonización a lugares previamente explorados y reconocidos, como ocurrió en las Orcadas, las Hébridas o Islandia, o en las grandes expediciones, como la de Inglaterra del 885, o la de Francia del 892.

En otros casos se limitaron a capturarlos en las zonas invadidas o a quedarse con los de sus enemigos vencidos. En las regiones orientales los usaron más, especialmente por el contacto con los jinetes esteparios, como uzos, magiares, búlgaros, pechenegos, jázaros o cumanos, que pusieron a los varegos ante un nuevo desafío si querían ir más allá de los ríos por los que se desplazaban.

Existía también una vieja costumbre vikinga, la del campo «avellanado», por la que se elegía un lugar concreto, una fecha y una hora, para que dos ejércitos rivales resolvieran sus diferencias en una batalla decisiva20. El nombre derivaba de la costumbre de rodear el lugar elegido para el enfrentamiento de ramas o varas de avellano, para marcar de esta forma una zona acotada en la que se realizara el combate. No acudir al lugar establecido para el desafío, una especie de duelo masivo, se consideraba un enorme deshonor.

Por otra parte, los vikingos sabían que su fuerza se basaba, en gran medida en la sorpresa y, en muchas ocasiones, era preciso preparar lo necesario para garantizar que en las largas travesías nada faltase, o asegurar que ninguna incursión fuese infructuosa. En esas ocasiones se recurría a rápidos golpes de mano en los que solo se tomaba botín, ya fuese en forma de joyas; riquezas materiales, como fruta, verduras, carne o, porque no, mujeres, muchachos jóvenes y niños, que pudiesen venderse como esclavos. Ese sistema de depredación se llamabaStrandhögg. Una palabra del nórdico antiguo que literalmente significaba «lucha sobre la arena» o «lucha en la playa». Y es lo que era, un desembarco anfibio furtivo y rápido.

Típica forma de actuar de los noruegos, o de los vikingos occidentales, en muchos casos exigía o contaba con una previa labor de inteligencia, en el sentido de contar con una verdadera red de espías que informasen a los saqueadores de las debilidades de las defensas, de los puestos de guardia, de los lugares o puntos menos defendidos, de personajes locales a los que merecía la pena secuestrar para pedir rescate o de ferias o festividades en las que era fácil esperar encontrar ricos mercaderes o mercancías de valor. También permitía localizar y señalar las mejores zonas de aproximación a tierra y desembarco, y los abrigos en los que dejar las naves.

Una vez elegida la zona a atacar, los vikingos llevaban sus barcos hasta la costa de forma sigilosa y discreta. Aprovechaban la oscuridad y el factor sorpresa, para sorprender a sus víctimas, lograr un inmediato éxito mediante su habitual brutalidad y contundencia, y a continuación regresar a sus buques.

El problema de ese sistema fue que se usó también en sus propias tierras, y los reyes de Noruega, una vez que lograron la unificación de sus posesiones, actuaron con energía contra los jefes de los clanes que defendían continuar con la vieja costumbre de practicar el Strandhög21.

Es importante tener en cuenta que las incursiones vikingas fueron, en su mayoría, ataques breves llevados a cabo por pequeños grupos de no más de un centenar de guerreros, pero precisamente su número de participantes reducido, y el hecho de que se incrementasen cada vez más, atraídos por el éxito y las demostraciones de riqueza de quienes había regresado de expediciones exitosas, hizo que más y más grupos se animasen a probar suerte y, mediante las bases de apoyo que formaban en las costas que visitaban, llegasen cada vez más lejos y generasen aún más alarma entre sus asustadas y aterradas víctimas.

Más adelante, cuando las expediciones fueron ya de gran volumen, especialmente en las zonas en las que se instalaron además como colonos —sobre todo en Inglaterra o Francia—, es necesario hablar de verdaderos ejércitos, con todo lo que eso significa en términos de logística y medios. De hecho hubo que construir verdaderos campamentos autosuficientes, con capacidad para acoger y alimentar a un gran número de personas y ganado, e incluso cultivar las tierras próximas. Uno de ellos es el de Trelleborg, en la provincia sueca de Scania, construido por los daneses a finales del siglo X. Disponía de barracones que medían hasta 30 metros de largo para albergar hasta medio centenar de hombres, estaba fortificado con terraplenes, muros y empalizadas, y disponía de hasta 15 grandes casas en su recinto. No era un caso aislado, pues los arqueólogos han localizado campamentos similares en Dinamarca, que se sabe que podían albergar más de 5000 hombres, una fuerza inmensa para la Edad Media.

Image

El devastador. Una acuarela de John Charles Dollman realizada en 1909 que representa a un reducido grupo vikingo en un paisaje frío y desolado. Royal Watercolour Society, London.

Las transformaciones militares que comenzaron a partir de la generalización de monarquías hereditarias, especialmente en Dinamarca, terminarían por cambiar lentamente el mundo vikingo. Para mantenerlas se erigirían enormes recintos militares, dotados de una organización firme y rigurosa, en la que poder alojar ejércitos disciplinados, sin parangón en la Europa Occidental de la época22.

Image

Ritual con un barco fúnebre vikingo. Obra de Henryk Siemiradzki realizada en 1883 basada en la descripción de los textos de Ibn Fadlān. «En el caso de los hombres ricos —escribió—, reunían todas sus posesiones y las dividían en tres porciones: un tercio para su familia, un tercio para pagar el funeral, y el restante para pagar la fermentación del alcohol que bebían el día de la oblación póstuma. Ese día las esclavas se suicidaban y eran quemadas junto a su amo». Museo de Historia de la Nación, Moscú.

1.3.3 Las hermandades militares

A pesar de constituir una sociedad de hombres libres, principalmente de campesinos, que participaban en las expediciones para lograr riquezas y botín que mejorase sus condiciones de vida, una parte notable de los indiscutibles éxitos vikingos se lograron por la existencia de comunidades o hermandades de guerreros, algo quehabitualmente no suele pasarse por alto y que tuvo una importancia mayor de lo que se cree. Las Vinkinge-lag —nombre genérico con el que se conocían estas asociaciones—, constituyeron auténticos cuerpos de élite, bastante bien organizados, de guerreros mercenarios con sus propios códigos de conducta. Formaban grupos de combatientes profesionales que se ofrecían cada verano a los jarl o a los líderes de las expediciones que se preparaban. La más conocida fue la Jomsvikingelag, sobre la que hay enormes debates intelectuales, pues una gran parte de lo que sabemos de ella procede de las sagas islandesas, muy posteriores a la era vikinga.

Según las leyendas, realmente difíciles de creer en esta ocasión, la Jomsvikingelag fue fundado por Harald «Diente Azul», expulsado de su reino por su hijo Sven. Se estableció en Wendland, una región del norte de Alemania, a finales del siglo X y erigió en la desmbocadura del río Oder una fortaleza a la que puso el nombre de Jomsborg. Un área que había tenido gran movimiento de pueblos en los tiempos de las grandes migraciones. Aparentemente, la dotó también de un puerto artificial lo suficientemente espacioso como para albergar hasta 300 barcos, con una entrada custodiada por una torre sobre un arco de piedra con puertas de hierro.

El reclutamiento de los gurrreros se restringió a una gama de edad entre 18 y 50 años, de extraordinaria fuerza y coraje, para organizar una fuerza de excelente calidad. Su objetivo en la vida, aparte de enriquecerse, era obtener una muerte heroica y ascender al Valhalla.

Un jomsviking nunca podía mostrar temor, sin importar lo desesperado de su situación, y jamás debía de huir ante enemigos de fuerza similar. Creían en la venganza y en el reparto equitativo entre los miembros de la hermandad de todo botín capturado en la batalla. No podían ausentarse de la fortaleza durante más tres días sin permiso, y no se permitía que tras sus muros hubiera mujeres, niños o esclavos cutivos. Tampoco se permitía contraer matrimonio, en caso de hacerlo, tenían que dejar a sus esposas atrás. Cualquiera que rompiera las reglas era expulsado de los jomsvikings inmediatamente23.

El pueblo local, los vendos, eran eslavos occidentales. Aunque mantenían costumbres distintas se mostraron hospitalarios, y en ellos Harald, que se casó con una princesa venda, encontró aliados útiles. Sobre todo, cuando los enseñó a navegar con el fin de que pudieran acosar a sus enemigos en el norte. Invadieron Brandeburgo y Holstein, quemaron Hamburgo, e hicieron una serie de asaltos contra Dinamarca y el sur de Suecia entre 1020 y 1040. Algunos relatos dicen que Jomsborg tenía una población masivamente formada por vendos con líderes daneses; la saga Jomsviking sostiene que eran todos vikingos.

Finalmente, según las crónicas, el rey Magnus de Noruega destruyó la fortaleza de Jomsborg, junto con la ciudad venda de Wollin el año 1043. La batalla de Hedeby redujo seriamente las incursiones eslavas en Dinamarca y, cuando los daneses tomaron la costa báltica, los vendos perdieron su acceso al mar, con lo que acabaron sus expediciones piráticas. Debemos suponer que los jomsvikings se disolvieron dos o tres décadas antes de 1043, probablemente después de la muerte del conde Sigvald en torno al 1010. Las campañas principales llevadas por Sigvald fueron desastrosas para los jomsvikings y es posible que los supervivientes de la hermandad llegaran a Inglaterra en compañía de Heming y Thorkel, sus hermanos. Tal vez constituyeron el núcleo del Tinglith, la guardia del rey Canuto el Grande.

A partir del año 800, y desarrollada gradualmente a medida que los diversos pueblos que formaban cada una de las sociedades nórdicas quedaron bajo el gobierno de un solo rey, la institución militar más importante fueron los huscarles24, las tropas especiales encargadas de la defensa personal de los monarcas. El primer y único cuerpo de soldados profesionales en los reinos de Escandinavia. El resto de la tropa, con la sola excepción de algunos mercenarios ocasionales, estaba formado siempre por milicias y levas de campesinos.

Los huscarles, generalmente armados con la gran hacha danesa y estacionados en los reales sitios, fueron Introducidos en Inglaterra tras su conquista por el rey Canuto el año 1016. Por entonces es posible que llegaran a rondar los 1800 efectivos en activo en las tres partes de su reino —Dinamarca, Noruega e Inglaterra—.

Para poder mantener un número tan alto de guerreros hubo que imponer un impuesto especial con el que poder recaudar el efectivo destinado a pagarles su sueldo. En tiempos de paz, los huscarles pasaban a desempeñar algunas tareas administrativas, aunque su mayor cometido seguía siendo la guerra y la defensa personal del rey, su familia y los dignatarios del reino.

Todos los reyes anglosajones mantuvieron la costumbre danesa y los huscarles se mantuvieron a su servicio hasta el fin de la Inglaterra sajona en 1066. Muchos de ellos acabaron entonces en la Guardia Varega de Bizancio o en los asentamientos suecos de la actual Rusia, donde los primitivos huscarles habían dado origen a la Druzhina la guardia de cualquiera de los caudillos locales

Hubo otra hermandad más siniestra, formada por hombres que prosperaron en la frontera entre la vida y la muerte, alimentados por la guerra y caracterizados por llevar su furia en batalla al éxtasis, —con un poder destructivo incontrolable—, que no pudo encontrar su lugar en el mundo pospagano del cristianismo. En su lugar, solo sobrevivió en forma de mito, en el difícil límite entre la fantasía y la realidad, en el ámbito de las sagas, el arte y el folclore: fueron los berserker, un grupo especial de combatientes, muy hábiles y peligrosos, asociados con el dios Odín.

La palabra berserker es un vocablo nórdico compuesto. La segunda parte serkr, se traduce como«prenda de vestir o túnica», de eso no hay duda. Sobre la primera, se discuten dos hipótesis: por un lado, puede ser una conexión con la palabra oso, aunque en nórdico sea bjorn y, por otro, puede relacionarse con «solo o libre», lo que parece mucho más apropiado, pues daría nombre a un grupo de hombres que actuarían en la lucha de forma independiente, a la manera de la infantería ligera. De hecho, los berseker ejercían de tropas de élite y se situaban en el campo de batalla a la vanguardia del despliegue —generalmente compuesto en su totalidad por infantería pesada—, para resistir el peso principal de un ataque, o ser los primeros en lanzarse sobre las filas enemigas.

Image

Image

Dos esquiadores escandinavos, con sus armas características, llevan al príncipe Haakon de Noruega a un lugar seguro durante el invierno de 1206. Obra de Knud Bergslien realizada en 1869. Museo del Esquí. Holmenkollen.

Sin embargo, a pesar de su fiereza, utilizarlos podía ser un arma de doble filo: eran muy difíciles de controlar, y se adaptaban tan mal al combate organizado, que eran capaces de romper su propia formación. Daba mejores resultados hacerles intervenir en pequeños grupos que atacaran de forma independiente.

Las fuentes escritas más antiguas de lo que podrían ser berserkers se encuentran en los escritos romanos del siglo I. El historiador Tácito, en su libro Germania, describe a fanáticos guerreros de élite entre las tribus germanas del norte de Europa. También en el siglo VI, el historiador romano del este Prokopios escribió acerca de «los hérulos25 salvajes y sin ley» llegados desde el norte, que participaban en la batalla cubiertos solo por un taparrabos para mostrar lo poco que les importaban sus heridas. No llevaban ni casco ni cota de malla, y utilizaban solo un escudo ligero para protegerse.

Por supuesto, los bersekers se mencionan a menudo en las sagas y otros textos de la literatura de la Edad Media. Según las sagas, podían derrotar a una fuerza superior en número y, cuando atacaban, lo hacían con aullidos, como perros rabiosos o lobos. Se decía que ni el hierro ni el fuego podían herirles, y que no sentían dolor. Eso sí, después de una batalla quedaban totalmente debilitados tanto física como psicológicamente.

Originalmentedesarrollaron su propia hermandad de guerreros profesionales que viajaban por las regiones nórdicas y ofrecían sus servicios a diferentes jefes. Lo que les distinguía era que tenían a los osos y a los lobos como animales totémicos y, mientras los guerreros «normales» le pedían a Odin fuerza y valor en la batalla, ellos iban un paso más allá y pensaban que en determinados momentos estaban inculcados del espíritu del animal que representaban. Por eso se vestían con sus pieles, pero no a la hora de luchar. Es fácil de entender que, aunque solo fuera por razones prácticas, el uso en combate de una piel de oso de cinco kilogramos o más, es bastante engorroso y poco práctico.

En las sagas se considera a los bersekeres socialmente problemáticos e inusualmente agresivos, pero nunca locos violentos, dementes o asesinos. Los textos los distinguen de los demás hombres al atribuirles una «naturaleza» particular que los hacía al mismo tiempo respetados y temidos. En las sagas Fornalder y en algunas otras, por ejemplo, se los describecomo la guardia del rey o del jefe de clan, formada por lo general por 12 miembros de la hermandad. En las batallas terrestres rodeaban al monarca o atacaban a su orden; en las navales, se colocaban a proa, por considerarse el punto principal del ataque26.

De hecho, es posible que ser berseker se considerara tal honor que, aveces, ser miembro de la hermandad se transmitiera de padres a hijos. Incluso se conocen familias enteras, como la de la saga de Egil. Su padre Skallagrím —el del Craneo Feo—, y su abuelo Kveldulv —Lobo Nocturno—, habían sido bersekers.

En 1784 el teólogo sueco Samuel Ödmann desarrolló una teoría un tanto «cogida por los pelos» en la que afirmaba que la actitud de los bersekers era el resultado de comer la seta amanita muscaria. Esa explicación se hizo cada vez más popular, y aún lo es en la actualidad. Ödmann basaba su hipótesis en informes sobre los chamanes siberianos recogidos por viajeros, pero es importante tener en cuenta que él no tenía ninguna experiencia personal ni había visto a nadie nunca consumir ese tipo de hongo. El problema de su teoría era que, además de tener efectos alucinógenos, la ingesta de la amanita podía conducir a la depresión y volver a su consumidor «apático», y los bersekers podían ser cualquier cosa, pero desde luego nadie los describió nunca como apáticos.

Basada en la teoría de Ödmann, pero con un componente mucho más moderno, se ha sugerido el consumo del hongo claviceps purpurea, que contiene un compuesto utilizado para sintetizar el alucinógeno LSD —dietilamida del ácido lisérgico—. Tampoco se sostiene. Si las setas hubiesen sido tan importantes para los berserkers, seguramente se hubieran mencionado de una forma u otra en las sagas, y no aparece ninguna referencia.

La explicación más convincente del comportamiento de estos guerreros proviene de la psiquiatría. Es más que probable que, a través de procesos rituales llevados a cabo antes de una batalla —como morder los bordes de sus escudos—, entraran en un trance hipnótico autoinducido. En ese estado podrían haber perdido el control de sus acciones, tener poca consciencia tanto de su entorno como del dolor y aumentar hasta el límite su fuerza muscular. Pasado el momento culminante que les llevaba al trance, caerían en una catarsis emocional importante en forma de cansancio, agotamiento psíquico y, a veces, profundo sueño. De esa forma podían perfectamente dar rienda suelta a sus fuertes impulsos agresivos, destructivos y sádicos —a la manera de un psicópata actual—, pero en un papel bien definido y aceptado socialmente.

Solo el viejo orden apoyado en la religión nórdica fue capaz de dar cabida a este tipo de comportamiento, que desapareció con la introducción del cristianismo. La sociedad cristiana consideraba tales rituales y acciones como demoníacas y pensaba que debían ser el resultado de influencias sobrenaturales, por lo que rápidamente quedó postergado.

1.3.4 Armas para la conquista

Si hay un asunto sobre el que los tópicos del cine, la televisión, el cómic y las novelas han deformado la imagen que tenemos de los vikingos, ese es el del armamento y equipo de guerra. Desde los siempre comentados cuernos en los yelmos, hasta los grotescos vestidos de pieles, que transmitían la sensación de que se trataba de bárbaros brutales y enloquecidos. Lo cierto es que la realidad fue muy distinta: los ejércitos, e incluso las bandas de guerra vikingas, estaban en general mejor armadas y equipadas que sus rivales, lo que les permitía enfrentarse a enemigos poderosos y organizados con posibilidades de éxito.

Era una costumbre que los hombres libres estuviesen armados, además, sabían perfectamente usar y manejar diversos tipos de armas; muchas de ellas, como en todas partes, derivaciones de herramientas civiles, de instrumentos usados en el campo —las hachas—, o de armas de caza —cuchillos, arcos y algunos tipos de jabalinas y lanzas—. Solamente las más sofisticadas como las espadas y el material defensivo, desde escudos y cascos a cotas de malla, eran exclusivamente armas de guerra.