Pronuncias la ciudad y algo pasa. El relámpago sale de tus labios anunciando la tormenta de sentimientos que caerá sobre los cuerpos. Es una introducción a la noche de amor en este hotel perdido en el lugar más bello de la isla. Como si de esa palabra dependiera el futuro. Idioma de gatos, canción del alma: Taormina. Colgada en la montaña está —dices— y se entusiasman tus ojos. Las casas se asoman entre nubes. También es Grecia aquí. Se llega en tren desde Messina, en auto desde Siracusa, en barco desde el norte de África, en bar desde Londres o la Argentina. En avión no. Con el alma se llega a Taormina.
“Es la mayor obra de arte y de la naturaleza que haya visto nunca”, exclamó Goethe en su Viaje por Italia. Y te recuerdo que no hemos leído a Goethe. Tal vez, jamás lo hagamos. Bebemos ahora por las frases famosas de escritores famosos que traen las guías de turismo baratas. Digo que son falsas. Bromas de editores borrachos. Pero con Taormina cualquier exageración es verdad.
Ciudad que vive en la cornisa, entre el Etna y el mar, casas sostenidas por el viento. “Como si hubiera caído rodando desde la cumbre.” Esta frase es de Guy de Maupassant, insistes vic toriosa ahora con la vista perdida en el Mediterráneo. Volvemos a beber sorbos de vino tinto junto a la ventana. Es tamos perdidos entre el fuego y el agua. Entre el techo y la cama. Perdidos los dos. Como los marinos griegos que olvidaron venerar a Poseidón y fueron castigados con naufragio. Sólo uno sobrevivió: Teocles, y encantado por la isla, vivió para volver.
Al alba, iremos a vagar por el teatro griego para jugar con su acústica maravillosa. Es del siglo III antes de Cristo y fue reconstruido totalmente por los romanos. Sólo he visto un teatro similar en Epidauro, el centro de sanación más importante de la Antigüedad, en el Peloponeso.
En el centro de la escena recitaré, bajo una máscara con las cuencas vacías, fragmentos de Edipo para que aplaudas desde la última hilera de gradas. Después buscaremos una mesa al sol en Corso Umberto, para el café negro y la charla sobre los diarios. Luego, a saciar la sed que deja la cafeína en la fuente frente a la iglesia. Será siempre así mientras dure.
Taormina hace añicos a los extranjeros, los compacta, les roba los sentidos, los recupera para el aire y la sal del mar, me dices muy seria. Y yo necesito creerte. Espero el milagro y te beso suavemente la punta de la nariz. Saludo las mentiras que brotan de tu estómago como un vómito perfumado. Sé que, como la ciudad, me dejarás.
Todo eso hacemos en un rito lento mientras recorremos estas calles que suben y caen al descuido de los pasos, sin movernos. El tiempo se detiene en este cuarto donde tus palabras se derraman como miel sobre mis dudas de viajero. Un barco, un barco pide mi corazón. Un barco que permanezca a la deriva. Olvidar por un momento que los sueños terminan. Taormina. Final y principio del camino.
Pronuncias Taormina y te enciendes.