Osho y Heidegger: Oriente y Occidente, dos interpretaciones del Así habló Zaratustra de Nietzsche

por LEONARDO SACCO

a Ma Prem Nalini (Graciela Cohen)

La cultura griega, al menos en sus comienzos, y a diferencia del pensamiento chino e hindú, se caracteriza por creer en la capacidad simbólica del lenguaje para conocer la esencia de las cosas. Esta confianza, este modo de enfrentarse con la realidad ha posibilitado, por un lado, las condiciones para el nacimiento de la ciencia y, por el otro, ha traído una enajenación fundamental llamada “el problema” de la realidad. La filosofía se ha ocupado de la solución del problema y de su historia. La historia de la filosofía es la respuesta-valor que cada época le asigna para posibilitar que los hombres “puedan” con la realidad. El budismo descubrió, con miles de años de anticipación, que en la realidad no existe ningún problema, y fue Nietzsche quien nos advirtió que no hay una verdadera realidad por debajo de los fenómenos sino un caos sin fundamento ni sentido, incierto e inagotable. Llegada a este límite, la razón se torna insuficiente, muestra su carácter incompleto y se vuelve incompetente. Los filósofos, de Platón a Descartes, la han querido extender más allá de sus límites o bien han ubicado la razón en el tiempo, en su época, en el Symbolon de una circunstancia. Frente a este límite que la propia razón crítica señala, la mística ha desarrollado una experiencia diferente. El místico sabe que la realidad es anterior al lenguaje. En la mística, y tendríamos que despojarla de todos los preconceptos irracionalistas, no hay un sujeto separado del objeto. Ambos conforman una misma experiencia, más allá del lenguaje simbólico, más allá, como diría Wittgenstein, de los límites del mundo.

La mística o el Tao no es irracional, sino un saber sin la interposición de los símbolos. Es la conciencia de este saber sin palabra, sin separación, donde lo que no puede ser dicho fundamenta lo dicho. En realidad lo mixtura y lo devuelve “servible” a la palabra humana, a la vida humana, a nuestra “imagen del mundo”, según Heidegger. El filósofo elabora una nueva interpretación del fundamento último del mundo y ha intentado siempre la respuesta final, la última palabra. El místico hace silencio. Son dos tipos de hombres, son dos formas fundamentales de “moverse” o “inmoverse” por la vida. Son tensiones... y las tensiones tienen sus personajes y sus representantes.

En Occidente, al menos, las consecuencias han sido el desarrollo del hombre activo. La actividad, el hacer, son valores definitorios para la evaluación de una vida. Si las personas “hacen” son sanas, son normales. Nada peor para un padre si su hijo “no hace nada”. Debemos tener objetivos, propósitos, metas, deseos. Debemos ser neuróticos, adictos, hiperactivos y maníacos pero nunca desinteresados. La pérdida del interés crea ideologías abúlicas (Oriente) y la construcción del futuro necesita de la producción y el pleno sentido. Occidente valora el trabajo como forma superior del capitalismo y del espíritu. Nuestros sabios pensaron, hicieron, dijeron. El producto es el hombre activo. No duerme bien. No logra desactivar su actividad y tiene un sueño superficial, farmacológico. El hombre-activo es el hombre moderno, inquieto pero no curioso, poco contemplativo e intranquilizador. Es un hombre informado pero ansía comunicarse. Quiere, aunque más no sea, un poco de nirvana, generalmente presentado en forma insulsa y banal.

En la cultura de la tensión, donde las palabras dicen poco, el futuro también cuenta, porque es parte del proceso racional. Fueron los griegos, inventores de muchas de nuestras tradiciones, quienes nos legaron esta forma no-religiosa de ver la realidad. Los animales no tienen pasado ni futuro ni tampoco objetivos. Sólo viven. La razón humana crea objetivos e ideales. Son los fines los que pautan nuestro hacer, y las tensiones dualistas nos inconforman: el individuo es un solitario frente a una sociedad que lo devora, el en-sí no resuelve su para-sí y el futuro, ya previsto, no tiene esperanza, no tiene misterio. Sólo especulación.

Occidente no duerme y está exhausto. Oriente, en cambio, duerme bien. Hace siglos que lo hace y no logra despertar de su letargo. El hombre creado por la sabiduría oriental está inactivo. Es un hombre quieto. Se ha interiorizado. No habla, no piensa, no hace ni tiene palabras. Duerme con hambre y tiene la opulencia invertida. Mientras el hombre-activo se ríe a carcajadas y exabruptos, los orientales se sonríen (aparentemente de algo) con una inocencia intemporal. Oriente está agotado, en realidad, más por sus perfiles psicológicos que humanos.

Ambas tradiciones no encuentran su síntesis. El hacer occidental, basado en la creencia de la transformación racional del afuera y el dominio de la naturaleza mediante el obrar artificial del hombre, ha creado una opulencia material sin precedentes aun entre los ricos. Crecen la concentración del poder y la figura del excluido. Finalmente crece el hambre y la pobreza y no tenemos subterfugios para llenar el espíritu. La interioridad occidental es sólo psicológica y no alcanza como sucedáneo de la religión.

Oriente está más pobre aún (como el Primer Mundo hace doscientos años) porque sólo tiene adentro. Desactivaron el afuera y asumieron una racionalidad consistente con su falta de propósitos. La búsqueda de la verdad consiste en abandonar el mundo y dejarlo tal cual. El sabio oriental no se mete en el mundo, lo silencia, lo deja así, en la pobreza extrema, en la inundación y la epidemia.

La racionalidad y la irracionalidad están presentes en ambas culturas. El cristianismo creció racionalmente y generó una Iglesia por encima de los fenómenos de la fe. En Oriente Buda fue un místico carismático y original, aunque las interpretaciones del budismo son racionalistas. La mentalidad occidental, creada en gran parte por Sócrates, coincide inicialmente con Oriente. Para Sócrates el problema es la ignorancia. Recorre las calles de Atenas con la intención de contradecir al oráculo que había sentenciado: “Sócrates es el hombre más sabio de Atenas”. Como no lo podía creer, ejerce con maestría la duda y la ironía. Inventa los conceptos y las definiciones, busca el saber aunque no sabe. Termina ejecutado. Para Sócrates la ignorancia nos lleva a la injusticia y se trata de ser justos para ser buenos. En el cristianismo el mal también es la ignorancia, pero la ignorancia de Dios. El pecado original nos condenó a la culpa por querer saber. No era la manzana sino el tipo de árbol. El no-saber oriental también es ignorancia pero no pecado. Dejar el vacío sin llenar exige disciplina, exige ver sin mente, sin elegir. En Oriente no hay culpa ni confesión ni psicoanálisis porque no debes cambiar tu conducta sino tu conciencia. Cuando cambies tu conciencia todo será distinto. En el cristianismo, si haces el bien eres bueno; en el budismo no alcanza porque exige una profunda transformación interior.

Las grandes sabidurías crecen, se desarrollan y mueren a la luz de controversias, interpretaciones y perspectivas. A la espontaneidad y renovación de los grandes maestros siempre se opone la interpretación para entenderlo, su banalización. Aunque no siempre es así. Platón estuvo a la altura de su maestro y Aristóteles de Platón. También aparecen los locos solitarios. Los maestros del dolor de cabeza. Son las grandes redescripciones de la historia donde la crítica alcanza nuevas formas y el espíritu humano se expande. Uno de ellos es Nietzsche y hoy quiero presentarle, estimado lector, dos interpretaciones igualmente poco banales y profundas de Así habló Zaratustra de Nietzsche. Una es la interpretación del filósofo alemán Martin Heidegger. Sin dudas uno de los más grandes, vigorosos y renovadores filósofos de este siglo. Heidegger, con su interpretación de la obra de Nietzsche, lo introduce en el siglo XX y lo rescata de la oscuridad y la incomprensión. Es una mirada. La otra pertenece a un místico oriental, Osho, maestro iluminado y perseguido. Osho es un gran innovador y revelador de toda la tradición oriental. En estas interpretaciones del Zaratustra encubriremos la tensión entre dos culturas y mostraremos no sólo dos perspectivas sino vidas y personalidades completamente diferentes.

Heidegger, un pensador alemán

Para quien tal vez sea el más grande filósofo del siglo XX es muy difícil realizar una breve introducción a su pensamiento. Los 57 tomos de su obra completa todavía no están editados. Son libros, ensayos, cursos y conferencias de una obra abierta que nunca será cerrada porque las rectificaciones y controversias lo tendrán siempre vivo y en movimiento.

Heidegger puede considerarse poco serio e inaccesible. También enmarañado y trivial, con un sin-sentido provocativo y oscuro donde, según algunas interpretaciones, desemboca y se fundamenta su adhesión al nazismo.

Las opiniones contrarias consideran a Heidegger (1889-1976) como uno de los pensadores más influyentes desde Kant y más decisivos en la historia de la filosofía, a la altura de un grupo integrado por Platón, Aristóteles, Descartes y Hegel. A su muerte algunos determinaron nuestro siglo como el siglo de Heidegger o, al decir de Hannah Arendt, su discípula y más que amiga a lo largo de cuarenta años, del “rey secreto del pensamiento”. No es poca la valorización de esta vigorosa intelectual judía para quien consideró a Hitler como la encarnación del destino alemán.

Para Heidegger “Occidente ha agotado sus posibilidades”. Esta época, caracterizada por la imagen del mundo, ha llegado a su fin. El fin de Occidente estaba, en realidad, en su principio, en el inicio mismo de la filosofía. Desentrañar la pérdida significa describir “la historia del ser”, que es, fatalmente, un olvido. Se olvidó el ser y se privilegió un ente como sustrato y fundamento de toda filosofía (metafísica). El pensamiento occidental separó lo que es una cosa en sí de las relaciones con otras cosas. Esta separación produjo dualismos fundamentales: esencia y accidente, realidad y apariencia, subjetivo y objetivo.

Heidegger intenta superar la metafísica generando un “pensar original”, más cerca de la poesía que de la ciencia y que (de manera muy Zen, sin dudas) denominó “dejar a las cosas ser”.

Llegamos a la modernidad a través de un olvido. Los occidentales desarrollamos sólo “comprensiones del ser” porque somos el lugar donde el ser se da (Dasein). Conjugamos el verbo ser y en cada afirmación “esto es” o “esto no es” el ser se nos oculta y perdemos lo más originario y trascendente. La culminación de este relato es esta “época de la cosmovisión” donde el olvido está impuesto de tal manera que sólo manipulamos a los entes en una especie de frenesí estético-tecnológico. De esta manera culmina la metafísica, librada a su suerte como nosotros a la nuestra.

Esta modernidad maníaca es para Heidegger la consecuencia de una idea de la filosofía. Esta idea heredada de Platón desemboca en el positivismo y en el nihilismo. La superación de esta consecuencia significa abandonar un pensamiento basado en el cálculo y desarrollar un “pensar” meditativo lejos, sin dudas, de la “interpretación técnica del pensar”. Para Heidegger (Carta sobre el humanismo),

Los comienzos de esta interpretación alcanzan hasta Platón y Aristóteles. El pensar mismo se tiene allí como una techné, el proceder de la reflexión al servicio del hacer y del quehacer. Pero el pensar mismo está ya visto aquí desde la referencia a la praxis y a la poiesis. Por eso el pensar, si está tomado para sí, no es “práctico”. La caracterización del pensar como teoría y la determinación del conocer como el comportamiento teórico acontecen ya dentro de la interpretación técnica del pensar. Ésta también es un intento reactivo del salvar el pensar en la independencia frente al obrar y al quehacer. Desde entonces está la filosofía en la penosa situación de justificar ante las “ciencias” su existencia. Ella cree que esta justificación acontecería de la manera más segura por el hecho de que ella misma se eleve al rango de ciencia. Pero este esfuerzo es el menosprecio de la esencia del pensar (...) ¿Puede llamarse “irracionalismo” al esfuerzo de llevar al pensar de nuevo a su elemento?

El pensamiento racionalista de Platón y Aristóteles deja en el irracionalismo a cualquier otro pensamiento. Para Heidegger es la prueba del carácter histórico del ser pues hasta las propias interpretaciones de los griegos son comprensiones del ser, entonces la filosofía ha agotado sus posibilidades. Toda filosofía anterior es un malentendido producto de la ambigüedad de la palabra, deformaciones, en fin, de la realidad.

Heidegger pregunta (Introducción a la metafísica) cómo surge en la filosofía griega, para imponerse, el logos frente al ser. El resultado de esta separación será una primera teoría del mundo, porque “pensar” significa poner algo ante nosotros, es decir, una representación. Esta re-presentación forma un “concepto de la cosa”. Un concepto con reglas, formas y leyes. El pensamiento se enuncia en forma “lógica”. Para Heidegger la Lógica nació en las escuelas platónico-aristotélicas, es cosa de profesores, no de filósofos. Pertenece, dice, a intereses técnicos y es, en realidad, posterior a la separación entre ser y pensar. ¿Por qué, entonces, este logos, entendido como razón y entendimiento, se impone al ser, en los albores de la filosofía y a lo largo de toda la tradición occidental? El pensamiento es ahora “lógico” en su determinación esencial, y el lenguaje humano difunde así todas sus necesidades morales y de dominio.

Los griegos originariamente no pensaron con la palabra logos en “discurso” y “decir”, no lo pensaron como algo relacionado con la razón o el entendimiento, sino que significaba “reunión”, y aunque más tarde significara discurso y enunciación retuvo una acepción originaria, en cuanto quiere decir la “relación de una cosa con otra”.

Para los griegos clásicos, el ser era physis, una fuerza imperante que surge. Frente al devenir, esta fuerza es una presencia constante. ¿Cómo justifica la filosofía griega, en sus comienzos, la relación entre el logos (reunión) y el ser (presencia constante)? Para Heidegger, los griegos producen una transformación en la interpretación de la physis, a partir fundamentalmente de Platón y del paso de la physis a la idea.

La apertura del ente acontece, entonces, en el logos, entendido como reunión, y ésta se cumple en el lenguaje. El lenguaje mantiene vivo al ente porque lo dicho puede repetirse y, en la repetición, difundirse. En un principio el logos como reunión es donde el ente se des-oculta (la verdad entendida como aletheia). Posteriormente el logos entendido como enunciación es el lugar de lo verdadero y de lo falso. La verdad cambia de sitio, del ser pasa al logos, no como lo que reúne e ilumina a los entes sino como juicio. Es un cambio esencial porque, así, la verdad es la adecuación con el logos (ahora enunciado, palabra, discurso, juicio, finalmente, razón), o sea “decir algo acerca de algo”. Lo dicho en un enunciado decide, desde entonces, de tal manera al ser que cada vez que un dicho se opone a otro, o sea cuando es contradictorio, no puede ser. Aristóteles le pone la rúbrica al pensamiento occidental. Lo hace lógico. Ya no es un pensamiento meditativo sino una razón enunciativa de la realidad. Así, dice Heidegger, las discusiones y la enseñanza difunden y vulgarizan un concepto de la verdad concebido como un “conforme a...”. Nace la Lógica. Son las ideas y categorías las que rigen el pensamiento, las que someten “el pensar, el hacer y el estimar occidentales”. Produce, en este sentido, un cambio en la existencia. La filosofía desde entonces, desde la decadencia de su comienzo, intenta explicar, en vano, la relación entre el pensar y el ser. Surgen, de este modo, los pareceres. El “a mí me parece que...” humano produce una lucha, un combate contra la no-verdad, contra la opinión subjetiva, en pos de la objetividad de la verdad. El predominio de los “pareceres”, dice Heidegger, pervierte y tergiversa las cosas. Se pierde la experiencia originaria (¿mística?) de la verdad (aletheia) y se enfatiza la verdad como algo del enunciado en relación a la realidad, a su adecuación, a su correspondencia.

Uno de los momentos más importantes del filósofo alemán es su confrontación con otro filósofo alemán: Nietzsche. Cuando Heidegger nació, Nietzsche ingresaba al manicomio para no salir jamás.

La cuestión del ser, su olvido, sólo puede superarse liberando la tradición platónica de una verdad suprasensible (inactual y a-histórica) fijada en las formas arquetípicas y eternas. Heidegger, con su interpretación de Nietzsche, lo introduce en el siglo XX, lo actualiza, lo universaliza y lo pierde. Nietzsche tampoco logra superar el nihilismo. Todo lo contrario, lejos de superar la metafísica, —la lleva a su consumación, a su cumplimiento final—; intenta superar la metafísica platónica y sólo logra un platonismo invertido.

Los conceptos clave o anticonceptos de la filosofía de Nietzsche son, según Heidegger, los siguientes:

1) La voluntad de poder: es el ser del ente en cuanto tal, la esencia del ente; 2) nihilismo: para Nietzsche, toda la metafísica anterior es el desarrollo de formas de valorar; 3) el eterno retorno de lo mismo: el ente, a partir de Nietzsche, voluntad de poder, y la voluntad deviene en el tiempo, un tiempo aún metafísico; 4) el superhombre: es la humanidad que asume la verdad del ente todavía atada a la fase histórica del nihilismo; 5) la justicia: representa la voluntad de poder y tiene un carácter no jurídico. Vinculada al poder tiene relación con un derecho aunque no con una ilusión moralizante.

Caracterizados por Heidegger, los cinco aspectos centrales de la filosofía de Nietzsche señalan una filosofía que es la voluntad de la modernidad. Una filosofía del sujeto en su forma más elaborada y metafísica. Heidegger se aparta de la interpretación biologizante de Nietzsche —realizada por los intelectuales del nazismo— y de la repercusión política ocasionada por Elizabeth, la infausta hermana de Nietzsche, cuando le entrega el bastón de su hermano al mismo Hitler.

Heidegger le da pleno sentido y rigor al pensamiento nietzscheano contra lo que se consideraba una mera “filosofía de la vida” o una “vaga concepción del mundo”. La voluntad de poder es el más alto grado de la razón calculadora de nuestra época y no sólo una paradójica impulsión de designios vitales.

La consumación de la metafísica se revela en la dominación técnica. Los intentos de superar a Platón y el racionalismo griego han colocado a la filosofía en un camino sin salida. No sabemos después de Platón cómo continuar el diálogo o, por lo menos, según Heidegger, cómo estableceremos un “hablar auténtico” y al mismo tiempo correr el riesgo de ser in-comprendidos. Nietzsche se volvió loco pero no estaba loco. A los poetas les cabe el suicidio. Heidegger pretende un hablar post-metafísico. Una filosofía desarrollada a la sombra de la poesía o tal vez una poesía especulativa. Un hablar auténtico es aquel que convoca a la presencia una cuantas palabras elementales. Son las que conforman nuestra mirada para recrearlas en su sentido poético y con esa escucha dejar de hablar y hacer silencio. Después de Platón, el silencio. Son las mismas tensiones...

Osho, un filósofo hindú

Rajneesh (Osho) nació en Kuchwada, Madhya Pradesh, India (1931-1990). Estudia filosofía y enseña durante nueve años en la Universidad de Jabalpur. A los veintiún años se “ilumina” e inicia un camino místico por la India dando conferencias y debates. Se enfrenta así a los líderes religiosos con cuestionamientos y críticas a las creencias tradicionales de la India. En 1974 se establece en la ciudad de Poona y crea una comunidad. Se considera “un hombre peligroso” y lo es. Desde Poona su mensaje alcanza a Occidente y a los buscadores de maestros dueños de alguna verdad, con la capacidad para exculparnos y señalarnos una nueva fe. A lo largo de treinta años Osho habla como un anti-gurú ante discípulos que buscan uno. Estas respuestas a las preguntas de sus discípulos y visitantes de todo el mundo se encuentran en una obra reunida en más de 600 volúmenes. Esta obra expresa una profunda recorrida por todos los aspectos de la conciencia y el desarrollo de una perspectiva crítica con lo mejor de la tradición religiosa, mística y espiritual de Oriente. Lo hace un hindú que es al mismo tiempo profesor de filosofía, es decir, de la buena y de la nuestra, especulativa y racional. Osho conoce muy bien la tradición occidental, a los grandes pensadores, a Heidegger y a Nietzsche. Les habla a los occidentales resignificando la religión y la sabiduría oriental, sin perder la originalidad y el misterio (a los cuales los traductores e interpretadores habituales —y sus prácticas— nos tienen tan mal acostumbrados). Les habla a los occidentales con conocimiento de los fundamentos de su tradición y los cuestiona. Osho es perseguido, la comuna en EE.UU. cerrada y deambula rechazado por los gobiernos que no le otorgan asilo en ningún país. La India lo recibe nuevamente pero sólo para radicarse en Poona. Osho es un maestro rebelde. Su palabra tiene ramificaciones en todo el mundo pero no forma secta. En la década del setenta implementa toda una renovación de las técnicas de meditación tradicionales y desarrolla así la meditación dinámica.

Una de las formas de comprender la sabiduría de Osho es entenderlo a través de su interpretación del budismo Zen. Dice en El libro de la nada:

El zen es un cruce entre el pensamiento de Buda y el de Lao Tse. Es un gran encuentro, el mayor que jamás haya tenido lugar. Por eso el zen es más hermoso que el pensamiento de Buda o que el de Lao Tse. Es un raro florecimiento de las altas cumbres y del encuentro de esas cumbres. El zen no es budista ni taoísta, pero contiene ambos. La India es demasiado seria acerca de la religión; un pasado largo, un enorme peso sobre la mente de la India, han hecho que la religión se haya vuelto seria. Lao Tse siempre hizo el ridículo, a Lao Tse se le conoce como “el viejo chiflado”. No es raro en absoluto, de hecho no puedes encontrar a un hombre menos serio que él. El pensamiento de Buda y el de Lao Tse se encontraron, la India y China se encontraron, y de ahí nació el zen.

Osho interpreta el Zen desde la palabra de Sosan, uno de los primeros patriarcas. Cuando el maestro Zen habla no intenta desarrollar una teoría. Sosan-Osho no ven el mundo desde el hombre-theoros (según la etimología, el hombre que asiste a un espectáculo). No es una filosofía, no tiene argumentos ni intenta convencernos de alguna cosa. Sosan habla y, en realidad, comparte su silencio. ¿Cómo podemos comprender un saber que habla en silencio? En principio no se trata de escuchar a Sosan desde la mente. La mente no es la herramienta idónea para escuchar el silencio (nos lleva al ego, demasiado ego). El camino, para el Zen, es la no-mente. Para poner en actividad la no-mente debemos escuchar, no interpretar.

Ve y siéntate cerca de una cascada. Escuchas, ¿pero interpretas lo que la cascada dice?

No dice nada... y aun así dice. Dice mucho, mucho que no puede ser dicho. (op. cit.)

El Zen escucha pero no interpreta. Escucha la música de las palabras. Puede hacerlo porque el Zen sabe que la mente no está enferma sino que es la enfermedad. No permite escuchar porque su naturaleza es elegir y cuando la mente elige, divide. Podemos dividir y juzgar el bien y el mal. Aquello que está bien y aquello que está mal. Pero la existencia, dice Osho, no puede dividirse. En la vida todos los opuestos se hallan juntos. Lo que hace la mente es forzarnos al opuesto, a la elección dualista del mundo. La vida es un profundo “unísono” sin explicación alguna, y si intentamos explicarla la perdemos irremediablemente. ¿Cómo podemos comprender la existencia si somos parte de ella? La lógica no permite contradicciones porque considera que el opuesto es realmente el opuesto. En la vida lo opuesto es complementario. Si no hay muerte no puede haber vida, si no hubiera sonido no habría silencio. El opuesto es necesario como fondo, como equilibrio, es mucho más dialéctico que lógico. Por esto en Oriente la vida se mueve en círculo (eterno retorno) y en Occidente la vida es más lineal (más comprensible).

Osho piensa que, una vez comprendida la futilidad de todo hacer, debemos desplazarnos al no-hacer, a la pasividad, al volverse inútil. Como la vida es un equilibrio entre lo útil y lo inútil, pero la mente sólo se queda con lo útil, vivimos abrumados y llenos de deseos.

El Zen es un camino de liberación (como el taoísmo, el Vedanta y el Yoga). Liberarnos de la elección, de aquello que la mente elige, es finalmente liberarse del deseo.

Para los occidentales la dificultad para entender estas sabidurías surge porque se parte de experiencias diferentes. Para nosotros conocimiento es representar la realidad mediante el lenguaje o por algún otro sistema de signos convencionales. La genealogía de estas representaciones es histórica, surge de las prácticas sociales, es decir, son construcciones sociales las que le ponen a la vida un orden y un sentido que la vida no tiene.

La tradición judeo-cristiana identificó desde el monoteísmo a Dios con el orden moral y desde la moral elaboró una lógica de la representación. Esta identificación hizo estragos en la historia occidental, pues saber significó descubrir un fundamento último. Una única verdad. No es lo mismo el conflicto con las convenciones sociales, sus creencias y deseos que identificarse de una manera trascendente con el fundamento de la vida. De esta manera el yo necesita la realización de los deseos, necesita finalmente el Deseo de Perfección.

Si quieres ver la verdad,

no mantengas ninguna opinión a favor o en contra.

La lucha entre lo que a uno le gusta y lo que le disgusta

es la enfermedad de la mente.

SOSAN

La verdad no se trata, dice Osho, de creyentes o ateos, porque aquello que uno diga se convertirá en deseo. Por eso un maestro oriental ayuda a dejar las opiniones como un espejo que refleja pero no juzga, para que las cosas simplemente ocurran sin intervención de la mente lógica. La existencia nunca se repite. Por eso una rosa siempre es una rosa nueva, siempre nueva. La palabra rosa es una repetición vieja como una foto. La rosa está viva, la fotografía está muerta. Son palabras acumuladas, les falta silencio. Por eso la importancia de la meditación en Osho y en toda la tradición oriental. En la meditación el lenguaje no está pero se trata de que la conciencia esté despierta. No se trata de repetir mantras (sugestión) ni cantos. La meditación no es autohipnosis (regresión). Los mantras también son palabras, y meditar significa vivir en forma no-lingüística, “ver” en vez de verbalizar. Dejar a las cosas ser.

La sociedad no puede existir sin lenguaje, pero debemos aprender a conectarlo/desconectarlo para que sea un instrumento y no un amo. Entre dos palabras hay una brecha, hay un silencio, un espacio singular. La conciencia significa alejarse como un testigo lejano de la existencia y observar la sucesión de las palabras pero con atención al intervalo, al silencio de la brecha, la meditación.

¿Cómo tendremos que hacer para lograr un estado de inocencia semejante? ¿Es posible?

El yoga, por ejemplo, hace toda clase de esfuerzos. El Zen, en cambio, no hace ninguno. No-hacer, ésa es la complejísima consigna para ser un hombre espiritual. Por eso Osho dice que la iluminación, este darse cuenta de la existencia, no es posible alcanzarla. No podemos alcanzar ese estado. Sólo debemos permitirla. La realidad siempre está próxima a uno. Podemos sentirla, tocarla incluso, pero no podemos pensarla. La verdad no es pensable. Más cerca de Heráclito que de Parménides, del último Wittgenstein que de Kant, Osho critica a Aristóteles y se acerca a Heidegger. El pensamiento es “acerca de...”, nunca es directo, y esta intermediación nos aleja de la presencia viva del mundo. La vida se hace inteligible para un sujeto pero pierde su empuje vital. Es una vida adormecida. Sólo hay deseo, opinión, interpretación y ocultamiento. Para Heidegger es olvido del ser, y su intención es reemplazar el pensamiento cartesiano por un “pensar poético”. Para Osho, suspender la mente es un estado superior de la conciencia, y no una pérdida hacia la locura o el irracionalismo. Frenar la mente significa mayor alerta, más atención. Cuando la no-mente irrumpe en la conciencia las palabras desaparecen. Para el Zen, el Tao, para Osho, la verdad no tiene pureza porque en realidad no tiene sentido.

Cuando no había un solo filósofo, todo estaba resuelto, no había preguntas y todas las respuestas estaban disponibles. Cuando surgieron los filósofos, llegaron las preguntas y desaparecieron las respuestas. Donde quiera que haya una pregunta la respuesta está muy lejos. Cuando preguntes nunca obtendrás la respuesta, pero cuando dejes de preguntar, descubrirás que la respuesta siempre ha estado allí.

La verdad no es pura, es inocente. Es la inocencia del sabio oriental. No sabe nada, como Sócrates, ni tiene preguntas ni respuestas. No se trata de alcanzar argumentos, aunque tal vez sí de llegar a convicciones de manera ineludible; por eso no se llega a la verdad con la teoría sino con la experiencia. Es un camino individual.

Heidegger, un Zaratustra metafísico

¿Quién es Zaratustra?, pregunta Heidegger. La respuesta se encuentra en un libro escrito por Nietzsche entre los años 1883 y 1885, y con un sugerente subtítulo: “Un libro para todos y para nadie”. Para todos, es decir, para todos los hombres en tanto la esencia humana es aquello digno de ser pensado. Para nadie, en tanto nadie de aquellos curiosos que repiten teorías o fragmentos de un libro filosófico, escrito de manera literaria, por momentos meditativo, profético sin dudas, también chato, dice Heidegger. Para nadie de aquellos que no entiendan un mensaje premonitorio y esencial.

El título dice Así habló Zaratustra. Zaratustra habla. Es un hablante singular, no es un retórico de masas ni un predicador. Para Heidegger Zaratustra es un “portavoz”, un Fürsprecher, el que habla delante.

Zaratustra lleva la voz cantante pero también es aquel que aclara y explica de lo que y para lo que habla. Es además un convaleciente (genesende)...

Como convaleciente está en busca de sí mismo y dice quién es:

Yo, Zaratustra, el portavoz de la vida, el portavoz del sufrimiento, el portavoz del círculo...

Vida-Sufrimiento-Círculo. Zaratustra, luego de meditar diez años en la montaña, vuelve para hacerles a los hombres una serie de anuncios. Es un convaleciente que regresa a casa con nostalgia y como portavoz de esto: “Todo ente es voluntad de poder, que, como voluntad creadora choca, sufre, y de este modo se quiere a sí misma en el eterno retorno de lo igual”. En el fragmento “el convaleciente” leemos: “Tú (es decir, Zaratustra) eres el maestro del eterno retorno”. Y en el prólogo de la obra dice: “Yo (es decir Zaratustra) os enseño el superhombre”.

Zaratustra, el portavoz, es un maestro. Enseña el eterno retorno de lo mismo y el superhombre. Para Heidegger, tenemos que prestar atención a cómo lo dice, en qué ocasión y cuál es su intención. Son sus animales quienes lo dicen. El águila y la serpiente. Ellos hacen círculo y anillo, saben quién es. Pero Zaratustra antes que nada tiene que llegar a ser el que retrocede asustado. De ahí el estilo vacilante de la obra. Zaratustra debe llegar a ser el maestro del eterno retorno. Enseña primero el superhombre. No es un hombre superior sino aquel que va más allá del hombre actual. Un hombre nuevo dispuesto a entrar en el dominio de la tierra como totalidad.

Zaratustra no es el superhombre mismo, es el maestro. Nietzsche no es Zaratustra sino el que pregunta. El superhombre es un puente que va más allá del hombre tal como lo concebimos. ¿Cómo es ese puente? En el fragmento “de las tarántulas” dice: “Porque que el hombre sea librado de la venganza: esto para Mí es el puente a la más alta esperanza, y un arco iris después de largas inclemencias del tiempo”. Nietzsche piensa en la liberación del espíritu de venganza. ¿Qué es esto?

El espíritu de la venganza: amigos míos, esto fue hasta ahora la mejor reflexión del hombre; y donde había sufrimiento, allí debía haber siempre castigo.

Para el Nietzsche de Heidegger la manera en que el hombre representa el mundo está determinada por el espíritu de venganza. Por eso la venganza no es un tema moral ni de educación moral ni tampoco psicológico. La venganza es metafísica. Venganza es contravoluntad de la voluntad contra el tiempo y su “fue”. Heidegger califica esta definición nietzscheana como incomprensible, sorprendente y arbitraria. La relación entre la venganza y el tiempo, y en especial un modo del tiempo, su “fue”, interpela a Heidegger. El tiempo siempre se va, no viene a quedarse sino para irse. El tiempo es pasajero. Venganza es contravoluntad de la voluntad contra el tiempo, y ahora se aclara: contra el pasar y su carácter pasajero. La voluntad no puede hacer nada contra el tiempo, el querer de la voluntad choca continuamente. ¿Cómo puede permanecer el pasar? Solamente si en vez de irse regresa siempre en lo mismo. Surge así el eterno retorno de lo mismo como la teoría liberadora del espíritu de venganza. Zaratustra enseña dos cosas correspondientes entre sí: el eterno retorno de lo mismo y el superhombre.

Heidegger, quien recupera a Nietzsche de la marginalidad y lo introduce en el siglo como filósofo y pensador, finalmente lo pierde:

¿Qué otra cosa nos queda por decir que esto: la doctrina de Zaratustra no trae la liberación de la venganza? Lo decimos. Pero en modo alguno lo decimos como presunta refutación de la filosofía de Nietzsche. No lo decimos ni siquiera como objeción al pensar de Nietzsche. Pero lo decimos para dirigir nuestra mirada sobre el hecho de que el pensar de Nietzsche se mueve dentro del espíritu de la reflexión que ha estado vigente hasta ahora.

Para Heidegger, el pensador del eterno retorno lleva al pensamiento vigente hasta ahora hacia su acabamiento. Nietzsche sería así el más grande de los metafísicos. Su obra sería el lugar donde la metafísica se consuma.

Volvamos al principio. ¿Quién es el Zaratustra de Nietzsche? ¿Quién es este maestro en los bordes de la metafísica? El eterno retorno de lo Mismo es el ser del ente, y el superhombre es la esencia del hombre correspondiente a este ser. La copertenencia de ser y esencia del hombre no se puede pensar, dice Heidegger, mientras el hombre sea el animal rationale.

El águila y la serpiente, el orgullo y la sagacidad, le enseñan a Zaratustra su destino. La voluntad no puede querer hacia atrás, está encadenada al tiempo. Sólo un estado espiritual superior, los superhombres, impondrán el orgullo del instante y la construcción del futuro, ya que todo retorna una y otra vez. Para Heidegger la voluntad de poder es un nuevo “olvido del ser”.

Continúa la venganza, y la metafísica con Nietzsche alcanza su más grande realización. ¿Será así?

Osho, un Zaratustra nietzscheano

Nietzsche eligió a Zaratustra entre miles de grandes místicos, filósofos, pensadores y maestros. Zaratustra nació hace veinticinco siglos cuando, según parece, la humanidad generó hombres tales como Buda, Mahavira, Goshalak en la India; Confucio, Mencio, Lao Tse, Chuang Tzu en China; Sócrates, Platón y todo el siglo de Pericles en Grecia, y en el Irán, Zaratustra.

Para Osho, Zaratustra es único. No está en contra de la vida y su Dios no está en otra parte sino que es otro nombre para la vida. Los seguidores de Zaratustra son pocos. Llegaron desde Irán cuando los árabes forzaron a los persas a convertirse al Islam. Muchos murieron y unos pocos emigraron a la India. Son los Parsis de Bombay, integran la religión más pequeña del mundo. Nietzsche elige a Zaratustra porque es el creador de una religión afirmadora de la vida.

Zaratustra desciende de la montaña luego de diez años pero no se considera superior. Es un hombre entre hombres. Para Osho este descenso es único. “Si todos los Budas, los Jesucristos, todos los Moisés y todos los Mahomas hubiesen vuelto como hombres a la humanidad, le habrían dado dignidad a la humanidad”. Según Osho, cuentan que Buda nació parado y caminó dos metros. Estas ficciones tienen un propósito: vuelven a estas personas tan lejanas a los seres humanos que sólo podemos reverenciarlas pero no podemos pensar que la experiencia pueda sucedernos. En cambio, Zaratustra regresa al mundo de los humanos. Más sensible, ama a los hombres y vuelve. Se va a las montañas porque busca la soledad, desea estar solo más que aislado. Lleva la serpiente, que en Oriente representa la sabiduría, y el águila, símbolo de la libertad. Zaratustra se ilumina, abandona la soledad y vuelve a la multitud, no se queda en las alturas. Es sólo un hombre.

Zaratustra ama la vida, no condena a los hombres, más bien siente una gran compasión por toda la humanidad. Cuando baja de la montaña no encuentra a nadie salvo un viejo santo de cabellos blancos. El viejo divisa el cambio. Es el mismo hombre, dice Osho, pero no es la misma energía. El viejo le dice:

Entonces llevabas a las montañas tus cenizas.

Zaratustra llevaba sus cenizas. Estaba muerto.

¿Quieres hoy llevar fuego a los valles?

El viejo observa una transformación radical.

¿No se adelanta hacia acá como un bailarín?

La transformación ha sucedido. Zaratustra se ha realizado a sí mismo:

¡Cómo ha cambiado Zaratustra! Zaratustra se ha hecho niño...

Nuevamente un niño. Está despierto:

¿Qué vas a hacer ahora entre los que duermen?

Para Osho ésa es la pregunta de todos los santos del mundo, ¿qué deseas ahora con los dormidos? Te castigarán, te matarán:

Zaratustra respondió: “Amo a los hombres”.

Si amamos a Dios, tendremos que retirar el amor a la humanidad y odiar todos los placeres de la vida. Dios, dice Osho, tiene una idea muy monopólica y no tolera ningún competidor. Dice el viejo santo:

Ahora amo a Dios, no amo a los hombres. El hombre es para mí una cosa demasiado imperfecta. El amor a los hombres me mataría.

Aquí surge toda la actitud anti-vida, anti-alegría, anti-placer. “La religión de Zaratustra debería ser la única religión. Todas las otras religiones deberían ser enterradas en los cementerios”. Este nuevo hombre religioso, como prefiere llamarlo Osho, no es un hombre superior sino un estado diferente de los hombres, muy distinto del actual:

Yo os exhorto, hermanos míos, a permanecer fieles a la Tierra.

Para Osho la diferencia entre los hombres y los animales son los valores. Ningún animal vive de acuerdo con valores; ellos viven ciegamente. Los hombres, en cambio, tienen dos tipos de valores: uno impuesto desde afuera, tú debes, y otro que surge de uno mismo, yo quiero. Los valores del tú debes deforman la inocencia y traen una falsa idea de los hombres. Los valores del yo quiero son auténticos si evitamos las imposiciones y mostramos confianza a la voz interna:

Ningún pueblo podría vivir sin evaluar; pero si quiere conservarse no debe evaluar como evalúan sus vecinos.

Los valores son creaciones sociales unidas a grandes aspiraciones universales. “Si miramos a nuestro alrededor los valores que nos hacen piadosos, los que nos hacen religiosos o santos, ¿tienen alguna validez, alguna racionalidad, alguna intuición, algún sostén para la conciencia, o son sólo las escrituras del pasado que en realidad nos dominan a través de ellos?”. Osho interpreta un Nietzsche nietzscheano. Un Nietzsche genealogista de la moral y rebelde, con la idea de una inversión de aquellos valores creados por el espíritu gregario del judeo-cristianismo. No se trata de amar al prójimo. Este mundo, dice Osho, no necesita prójimos sino amigos. El prójimo es la muchedumbre, el amigo es “el elegido”, el prójimo es accidental y el amigo tiene que ser buscado: busca a un hombre que tenga la meta distante de ser un Superhombre, apunta Zaratustra. Hombres con otras cualidades, con otra capacidad de evaluación, amantes de la vida y de ningún más allá trascendental.

Para Osho, Nietzsche fue el único pensador occidental con el valor y el atrevimiento necesarios para proponer la idea del eterno retorno y nombra dos libros de gran significado para Nietzsche y para la obsesión oriental sobre la vida y la muerte. Uno es de Manu Smriti y se llama La colección de los versos de Manu, un libro muy importante para la India porque habla de las jerarquías, y el otro es el Mahabharata, escrito por Vyasa, donde el hombre nace una y otra vez, eternamente. Según Osho, estos textos influyeron en Nietzsche y en su idea del eterno retorno, porque detener “el carro de la vida” es la gran preocupación de Oriente, así como el sexo lo es en Occidente. La muerte y sus consecuencias, o sea el momento más inspirado, de mayor altura, cuando somos transportados a otro cuerpo. Esto es “la rueda”. Vueltas y más vueltas. Aunque puede ser detenida no es la muerte quien la apacigüe; además, “la rueda” es de cada individuo y detenerla significa un profundo conocimiento del silencio, de la no-mente, en términos de Heidegger, del ser.

Heidegger y Osho, tensiones finales

Osho se considera un verdadero existencialista, pero no es un filósofo, sino un místico iluminado. Heidegger es un filósofo iluminista, considerado uno de los inspiradores del existencialismo, tan en boga en la Europa de post-guerra, cuando había que salvarse de las tinieblas y la responsabilidad del genocidio. Ambos vivieron el mismo siglo, la misma época, la misma barbarie. Fueron contemporáneos y modernos. Osho convocó y sigue convocando a hombres y mujeres occidentales hartos del goce bizarro del capitalismo. Heidegger ha influido en todo el pensamiento moderno y en la interpretación de toda la filosofía antigua y contemporánea. La “Verdad” y su correspondencia con la realidad quedaron en aprietos, y Heidegger terminó sus días entre garabatos poéticos y una tal vez genuina búsqueda de budismo. ¿Cómo escapar de la gramática?, pregunta Nietzsche. ¿Cómo es el lenguaje del ser?, pregunta Heidegger, o ¿cómo el discurso no se muerde la cola?

Osho conoce la obra de Heidegger en profundidad. Considera a El ser y el tiempo entre los libros más importantes del siglo occidental; pero la adhesión de Heidegger al nazismo le resulta incomprensible. ¿Cómo puede ser?, reitera en muchas ocasiones, y entonces la “adhesión” la interpreta como un vicio de la cultura del Este. El vicio del “theoros”, esta invención griega del espectador del mundo que teoriza sobre una imagen llena de hechos y significaciones. Heidegger no invierte a Platón como lo hace Nietzsche sino que aguanta en la caverna a que vengan los sabios a liberar a los esclavizados encadenados a las sombras. El filósofo continúa siendo un sacerdote de la verdad, un funcionario en lucha con la ignorancia hacia el mundo de la luz.

En Grecia, antes de la primera teoría, había una genealogía. Sus representantes son Hesíodo y Orfeo. Primero tenemos la separación entre cielo y tierra, luego la separación entre el sujeto y el objeto que posibilita el conocimiento. La religión griega se caracterizó por la falta de sacerdotes e incluso, en el caso del orfismo, por la carencia de santuarios. Estas religiones libres de los cancerberos del culto, de una casta sacerdotal, posibilitaron que mytos y logos convivieran en el pensamiento presocrático (physikoi) y establecieran pautas problemáticas nuevas, más ligadas a los intereses de las polis democráticas que a la relación de los hombres con los dioses. Para Heidegger fueron los únicos que vieron que la verdad era “apertura” y no relación lógica. Fueron Nietzsche y Heidegger quienes insistieron en esta primera “experiencia filosófica más real, en tanto el ser no es un concepto sino una presencia”. Extraordinariamente ambivalente y enigmática.

Con Sócrates todo cambia. Sócrates duda pero habla, y Platón ya escribe, como dice Colli, una literatura. Por el camino del “conócete a ti mismo” socrático surgen los cínicos, los estoicos, epicúreos y escépticos, los que se buscan a sí mismos. Es el fin de la democracia y la búsqueda individual para ser felices (en general, contentándose con poco), para que ante la falta de necesidades el deseo no sea inagotable.

Heidegger intentó reconciliar a la poesía con el racionalismo (las palabras importan más que su significado) y definió a Occidente no como el lugar más cercano a la verdad sino como un grupo de “comprensiones del ser” (sin preguntarnos demasiado si hay alguna “comprensión” mejor que otras). Solamente la metafísica hace esa pregunta porque, en realidad, confunde el Ser con los seres y la verdad con la exactitud, algo propio de una razón decididamente calculadora. El así llamado “último Heidegger” pensó que debía dejar a la metafísica librada a su suerte y estableció una otra cosa que denominó “el pensar desde la Ereignis” (el acontecimiento, el suceso, la apropiación) de modo de salirse de la gramática occidental.

Heidegger, finalmente, con su “adhesión” al nazismo muestra el lado oscuro de la pretensión filosófica de tener la palabra final. Creyó en un futuro “auténtico” y campesino. Un regreso a las metáforas iniciales presocráticas donde impera el asombro y no el poder. Se acerca a Oriente, tal vez como ningún otro pensador en el siglo XX, de una manera muy moderna y alemana. Pretende, para toda la humanidad, un regreso dorado a los bosques de la Selva Negra, donde vivía, para que los hombres entren en diálogo con la cuaterna originaria —tierra, cielo, hombres y dioses—, en su Alemania de post-guerra.

Osho muere envenenado por los cristianos fundamentalistas de EE.UU. y el FBI. Perseguido hasta en su propio país, lo aíslan en Poona. Su comuna sigue viva e influyente. Osho es un místico “iluminado”. Los místicos son todo lo contrario del fanatismo pues tienen una mirada anterior al lenguaje. Se acerca a las cosas de una manera existencial y por lo tanto la realidad queda inexpresada. Por eso la experiencia mística sólo puede ser comunicada en forma negativa (sólo puede decir lo que no es) y tampoco tiene método. Osho no tiene una propuesta de vida como si hubiera una preparación purificadora que permita el acceso al vacío. Incluso para él la meditación es un instrumento para abandonar, no es el camino. Osho conoce la obra y la vida de Heidegger y de Nietzsche. Heidegger, hasta donde sabemos, no conoce a Osho pero sí atisba, sobre el final de su vida, una diferencia y una posibilidad en algunos aspectos de la sabiduría oriental. Osho les habla a los occidentales e interpreta, como ningún otro, esta sabiduría. Es un místico anti-filosófico que recupera la tradición crítica de la filosofía occidental. Heidegger la revisa, la escruta aunque no la interpela, como sí lo hace Nietzsche. Osho propone dejar la vida a la deriva, como un bote vacío, y no cree en las palabras, aunque les habla a sus discípulos durante más de treinta años, todos los días, todas las mañanas y las tardes. Se expone al mundo y a las críticas, y en esa exposición se muestra demasiado humano. Heidegger no encuentra las palabras para salir de la Metafísica y muere garabateando poemas. Nietzsche en la locura:

Siempre estoy a la altura del azar; para ser dueño de mí tengo que estar desprevenido. Sea cual sea el instrumento, y aunque esté tan desafinado, como sólo el instrumento “hombre” puede llegar a estarlo, enfermo tendría yo que encontrarme para no conseguir arrancar de él algo digno de ser escuchado (Nietzsche, Ecce Homo).

Místicos del silencio, filósofos de la palabra, el tercer milenio se asoma... gracias por escuchar.