En noviembre de 2009, José de la Peña, Pepe para los amigos, acababa de retomar su cuenta en Twitter. Durante un año y medio no le vio sentido y la mantuvo abandonada. Pero ese fin de semana asistía a EBE, un congreso que reúne en Sevilla a miles de personas para debatir sobre la evolución de Internet y la web social. Decidido a darle una segunda oportunidad, tomó asiento en el AVE y preguntó en Twitter si alguien más cogía ese tren. Alguien, un par de asientos más allá, vio el tuit y respondió diciendo que estaba en el vagón ocho. La anécdota les trajo una sonrisa a la cara cuando sus miradas se cruzaron. Hoy, Pepe todavía recuerda que cuando se juntaron a tomar un café en el vagón restaurante con otros «eberos», apenas conocía a una o dos personas; el domingo, de vuelta en Madrid, su cuenta en Twitter había pasado de 40 contactos a 140, que fueron acumulándose a lo largo del fin de semana, según conocía a decenas de personas interesantes y a muchos de sus referentes en el mundo de Internet. «Twitter me ha cambiado la vida y me ha ampliado de forma extraordinaria el número de gente apasionante a la que conozco gracias al uso de herramientas sociales.» Apenas unas semanas después de volver del EBE, encontró en Twitter a una famosa autora estadounidense a la que quería invitar al ciclo de conferencias que organizaba en la Fundación Telefónica. Aunque su agencia de relaciones públicas ya estaba gestionando el contacto, Pepe se dirigió personalmente a ella por Twitter y se sorprendió al ver que le respondía. «No es como el correo electrónico. La sensación de comunicarte, sin contacto previo, con gente a la que admiras, en tiempo real, es maravillosa.»
Algunos meses después de empezar a cogerle el tranquillo a aquello del microblogging, descubrió una etiqueta misteriosa en un tuit, que le hizo tirar del hilo hasta llevarle a un bar de música. El pinchadiscos programaba sesiones de música jazz, chill out, y compartía con esa etiqueta en Twitter las listas que creaba en Spotify, el servicio de música online. Pepe se enganchó a la etiqueta y se imaginó replicando el sistema para publicar citas en Twitter, mitad pasatiempo, mitad necesidad profesional para sus conferencias. Comenzó a publicar por las noches citas sobre un autor o sobre un tema empezando con una etiqueta que enlazara los tuits de cada sesión. Entre las nueve y las once, buscaba citas en Internet y compartía diez o quince frases que le parecían relevantes:
#noche_Zola «Es mejor sondear las profundidades de la unidad que sólo rayar la superficie de la variedad» (José de la Peña @sandopen)
Fin de la #noche_Zola escritor francés, considerado el padre y el mayor representante del Naturalismo. (José de la Peña @sandopen)
Su «audiencia» crecía y retuiteaba las frases para que pudieran disfrutarlas sus seguidores. La constancia le generó un compromiso con sus lectores. Si una noche no podía compartirlos, llegaba a programar algunos tuits, aunque prefería hacerlo en directo. A veces, su noche temática versa sobre un sentimiento o algún hecho que le ha sucedido durante el día. Sus seguidores lo consideran un guiño y pueden llegar a preguntarle por mensaje privado sobre su estado, como le ocurrió la noche que dedicó a la decepción.
Pepe elige temas o autores con la motivación de conocerlos mejor con el tiempo, y ahora llegan a pedirle que dedique la noche a un tema concreto, lo cual a veces se le hace difícil, como cuando alguien le sugirió que dedicara una noche a la «cirugía».
La primera experiencia de Pepe con la web 2.0 tuvo lugar en 2002, cuando era director de estrategia de Telefónica Móviles y entraba en foros online de temáticas de telecomunicaciones, donde descubrió un verdadero arsenal de información en boca de clientes y profesionales. Sin embargo, recuerda que la experiencia fue en algunos momentos desagradable, pues el anonimato de los foros llevaba, en algunos extremos, a ataques agresivos, como cuando en un foro le identificaron como empleado de Telefónica y se sintió repudiado. Nada que ver con la extrema corrección política que percibe en Twitter. Aun así, su experiencia con los foros le llevó a contratar los servicios de nuestra startup de investigación netnográfica para averiguar qué esperaba la gente de los servicios UMTS que serían introducidos en 2004.
Más adelante, en 2005, se decidió a impulsar un proyecto con blogs alimentados desde varias de las cátedras que Telefónica mantenía en las universidades, y que fue bautizado «Creamos el futuro». En 2007, Pepe decidió patrocinar también un proyecto liderado por Dioni Nespral, en el que setenta autores escribieron un libro colaborativo titulado Blogbook. Por aquellas fechas, fue Dioni quien le convenció de abrir su propio blog. En su afán por mantener una cierta distancia con su identidad profesional (era en aquel entonces director de relaciones institucionales de Telefónica y, fruto de las malas experiencias con los foros, temía que relacionasen el blog con su identidad), lo bautizó Sandopen (anagrama de pensando), que ahora también le sirve de nick en Twitter.
Pepe reconoce que después de un arranque constante con su blog, ahora lo utiliza sólo para escribir cuando tiene una idea más o menos original para desarrollar, y cree que es el uso adecuado. Utiliza Twitter y su comunidad para difundir iniciativas de la Fundación Telefónica, de la que es director del área de Debate y Educación. De hecho, se podría decir que su implicación personal en las redes sociales ha modificado la imagen de la organización y está suponiendo hoy en día una transformación en todos los niveles. Su cuenta personal en Twitter se ha visto beneficiada por su trabajo, y a la inversa.
Hoy ya casi no usa el lector de feeds RSS. Como tantos otros usuarios de la web 2.0 inicial, ahora prefiere seguir los enlaces que le llegan sugeridos por gente a la que sigue en Twitter, en parte, precisamente, para compartir lecturas afines. Twitter no le hace sentir la presión que los lectores RSS ofrecen al ver tantísimas actualizaciones sin leer. Usa una herramienta de escritorio como Tweetdeck para gestionar Twitter, lo que le cambió la experiencia, porque mantener visibles varias columnas al mismo tiempo y organizar sus búsquedas le permite ser más productivo. También usa mucho Delicious, un sistema de marcadores favoritos online, para recopilar, entre otras cosas, lecturas y datos que utilizará en su segundo libro dedicado a la historia de la electricidad. «Creo que Twitter me ha aportado muchas cosas, además de contactos y lecturas interesantes. Me ha cambiado la forma de pensar y de escribir. La limitación de recursos agudiza el ingenio, la escasez es la madre de lo genial. La censura dio obras maestras como El verdugo.»
«No termino de entender esto de Twitter», pensó José de la Peña después del primer intento, y no cambió de opinión hasta que un año después le dio la segunda oportunidad. Es lo que piensa mucha gente que se acercó para probar, pero no llegó a hacerlo «genuinamente». Investigaron funcionalidades básicas, ojearon, añadieron un par de amigos, igual de inactivos que ellos, o algunas «estrellas social-mediáticas» que les inundaron sus muros de mensajes descontextualizados y a los que tuvieron que desagregar rápidamente. Termina ron quedándose fríos, como ese invitado que llega a la fiesta, no conoce a nadie, tiene un intercambio fugaz de pareceres con alguien que se pone a hablar de otra gente a la que no conoce y encima es un experto en botánica, afición que ni de lejos comparte con el invitado. Al final, se da un paseo, prueba algún canapé, intenta recordar qué hacía allí, para luego desistir y largarse. En realidad, no ha entendido nada, porque no era su fiesta, ni tenía conexión alguna con el entorno. Muchas personas en esta situación han llegado a alguna red social sin querer quedarse fuera y han terminado desistiendo, porque «no se han conectado».
Ahora leen artículos sobre la importancia de las redes sociales para el futuro del marketing; poco a poco sus clientes van incorporándose a ese colectivo que los medios denominan «el consumidor social» y ellos no lo pillan.
La función social viene de fábrica en el ADN humano. Aristóteles lo definió así al referirse al hombre como animal social o político (zoon politikon). Esto no significa que vayamos a terminar todos escribiendo reflexiones profundas en blogs, ni que nos convirtamos en fotógrafos aficionados o en pinchadiscos que compartamos mezclas en MySpace. Pero es evidente que si hoy preguntamos a cualquier transeúnte en una calle de una ciudad española si alguna vez ha «escrito» algo en Internet (un comentario en un foro, en un blog, en el muro de Facebook de un amigo, una crítica en toprural.com), las posibilidades de que la respuesta sea negativa son aún demasiado altas. Sin embargo, si lanzamos la pregunta a un chaval de dieciséis años de clase media urbana, la respuesta será «pues claro» con una probabilidad del cien por cien. Escribir online para ellos es como para muchos de nosotros escribir un correo electrónico.
La edad media de los usuarios de Facebook aumenta, lo cual indica que se trata de hábitos que se mantienen y que, sin que ello signifique tener que convertirnos todos en creadores, llegaremos a tener un uso más o menos extendido de las funcionalidades sociales. Como José de la Peña, cientos de personas están adoptando los hábitos cuando encuentran su utilidad y su sentido. Si nos quedamos observando desde la barrera, nos cuesta entender que todos llevamos un socialholic dentro. Y, sin embargo, el mundo está lleno de gente a la que los medios sociales le están cambiando la vida imperceptiblemente o de manera drástica, como a Isasaweis. O como el caso de otro socialholic, Miguel Nonay.
«Con Renfe o sin Renfe tengo claro que acudiré a Madrid.» Así de contundente se mostraba Miguel Nonay en octubre de 2009 cuando, tras recibir una invitación para participar en un congreso en Madrid, trataba por todos los medios de que Renfe se hiciera cargo del traslado de su escúter eléctrico, sin éxito.
Miguel, una persona con movilidad reducida, necesita de su «escúter guay», como él mismo lo denomina, una especie de quad eléctrico, para moverse en su día a día. Fue un momento amargo para Miguel cuando recibió un «no» por toda respuesta, al solicitar a Renfe que le permitiera trasladar su silla 48 horas antes de iniciar su viaje, a pesar de estar dentro de las medidas que la propia empresa publicaba como admisibles para el transporte de objetos. Miguel no se quedó parado y escribió ese mismo día en su blog, «A salto de mata», desde la razón y el enfado comprensibles, una entrada detallando la situación en que Renfe le había colocado.
A las 19.00 horas de ese mismo día recibió la llamada de una persona de la gerencia de Atendo, el servicio de asistencia a viajeros con movilidad reducida de Renfe, que le comunicaba que no tendría ningún problema en transportar su escúter en el AVE. Sin ser consciente de ello, con su historia Miguel había dado pie a una fuerte reacción viral: muchos de sus seguidores se habían hecho eco de lo que había acontecido recogiéndolo en sus blogs, amplificando la primera piedra tirada al estanque por Miguel y cuya onda había llegado a Atendo, lo que provocó que Atendo se pusiera en contacto con él dispuestos a solucionar el problema.
Pero ¿cómo había llegado Miguel Nonay a ser invitado a un congreso y a dar pie a un episodio tan comentado en los medios sociales? Hay que remontarse a una entrevista en la que nuestro protagonista escucha a Inés Fernández Tuesta, una chica muy joven que alimenta un blog llamado «Mis viajes por ahí», en la que contaba su experiencia escribiendo sobre los viajes que ha realizado por múltiples lugares. La experiencia de Inés abrió un mundo nuevo y muy atractivo a Miguel, que acto seguido decidió crear su propio blog y empezar a contar sus experiencias viajeras, con el particular punto de vista de una persona que viaja con movilidad reducida y que encuentra impedimentos que no sufrimos los demás. Y no sólo comenzó a escribir en su blog, sino también a buscar otros en los cuales poder comentar y conocer a más gente. En 2009 su blog y su actividad eran lo suficientemente conocidos como para que la empresa organizadora de unas conferencias se fijase en él y le invitase a participar en una de las mesas junto a un periodista y escritor profesional como es Javier Reverte.
A medida que su popularidad crecía, muchos de sus seguidores le pidieron ir más allá del blog. Tras un período de maduración, la iniciativa vio la luz: unir turismo y accesibilidad. Así nació «Viajeros sin límites», un proyecto coral en el que Miguel ha dado cabida a más personas, con o sin limitaciones de movilidad, para juntos tratar de recopilar la información que los viajeros con dificultades necesitan para organizar su viaje. Una iniciativa en la que trabajan con los propios hoteles para mejorar la experiencia real de las personas con movilidad reducida. Y han ido aún más lejos: buscar el «posicionamiento accesible» como un salto de calidad para la industria hotelera.
Miguel sabe que por su situación podría jubilarse en unos pocos años y no complicarse la vida. Pero como él mismo reconoce: «Estos dos últimos años han sido los más intensos de mi vida». Ha conocido a mucha gente y participado en conferencias. Hasta el punto de haber retrasado voluntariamente su decisión de irse a vivir a Costa Rica para dedicarse con intensidad a «Viajeros sin límites». Una persona de ideas claras y principios sólidos, conocedor de la fuerza que una comunidad comprometida aporta a esos principios. Y si no, que le pregunten a Renfe lo que puede llegar a mover una comunidad.
«Yo no tengo tiempo para estar en Facebook.» Parece que la gente que «malgasta» su tiempo en los medios sociales, dispusiera del preciado bien a raudales. Pero la realidad es que el día se compone de veinticuatro horas y cada uno decide invertir ese tiempo como quiere. Casi todas las transacciones económicas se basan en el principio del valor y muchos economistas contemporáneos están llevando esta metodología para explicar comportamientos sociales. Si algo tiene más valor percibido que el coste de la inversión realizada, lo hacemos. En caso contrario, no lo compramos. Si añadimos a esto el coste de oportunidad para introducir el concepto de recursos limitados y entender que existen consecuencias a la hora de escoger entre hacer unas cosas y no otras, podríamos responder en primera instancia por qué la gente gasta tiempo en las redes sociales. La gente usa los medios sociales porque les aporta un valor concreto, que perciben mayor a la inversión realizada. Punto. Si no percibimos valor, no lo hacemos.
Este principio entronca con corrientes filosóficas como el hedonismo y el utilitarismo:20 está bien todo lo que nos produce placer o felicidad. Dichas corrientes partían de la premisa de que el hombre es egoísta por naturaleza, aunque pensadores como Bentham intentaron darle la vuelta explicando que la «felicidad máxima», es decir, optimizar el número de personas que obtienen placer de una transacción, sería el concepto causante del bienestar común.
Clay Shirky señala en su libro Excedente cognitivo que la Wikipedia, uno de los mayores esfuerzos colaborativos que haya conocido la humanidad, se produce con aproximadamente el 1 por ciento de las horas que los estadounidenses emplean en ver la televisión. El tiempo es algo de lo que todos disponemos en la misma medida, y el como lo invertimos, al menos en las sociedades occidentales del primer mundo, se trata casi de una decisión individual. Cada cual dedica sus esfuerzos en función del principio de utilidad, del valor percibido y del coste de oportunidad. Por ejemplo, los teléfonos inteligentes están acelerando la adopción de redes sociales, porque combinados con una tarifa de datos permiten aprovechar muchos tiempos muertos, como el transporte urbano y otras múltiples esperas improductivas a lo largo del día.
Además, la utilidad de los medios sociales crece de forma exponencial debido al efecto red.21 Dicho efecto, explicado por vez primera a principios del siglo XX para defender los monopolios telefónicos estatales, fue definitivamente bautizado por Robert Metcalfe, coinventor del Ethernet (protocolo para conectar ordenadores a una red informática) y cofundador de 3Com, con su ya famosa ley de Metcalfe. Esta ley dice que el coste de una red es de N, siendo N el número de nodos de la red. Sin embargo, el valor aportado a cada nodo se incrementa por el cuadrado de los nodos, viniendo a ser N2.
El valor de una comunidad aumenta según el número de personas que la usa. Toda comunidad, sea de facto o difusa, tiene un número mágico de usuarios, denominado «masa crítica», a partir de la cual el valor percibido por el usuario es mayor en el debe que en el haber. Lo que le aporta la pertenencia a la comunidad es mayor que la inversión de esfuerzo realizada por compartir y pertenecer a la misma.
Cuando alguien aduce falta de tiempo para usar los medios sociales, lo que quiere decir es que no recibe un valor mayor del que invierte. Lo cual es cierto. Es así porque su propia comunidad, su grafo social –amigos, conocidos, referentes de conocimiento o contactos–, no ha superado la masa crítica. Si creemos que, por norma, el valor aportado una vez superado ese primer esfuerzo inicial es mayor que el invertido, deberíamos evangelizar a los neófitos como un acto de responsabilidad social. Nosotros lo hacemos a menudo. Considera el libro que tienes entre manos como nuestra última cruzada.
Recordando la vez q vendí en menos de 8 h. vía Twitter 2 entradas para U2 de 100€ c/u a un mejicano de paso por la ciudad #lovethisgame (Iñigo Kortabitarte, @kortabitarte, agosto 2011).
Juan Julián Merelo se casó en 1991 y recibió un regalo de bodas que en aquel momento rayaba la ciencia ficción: un módem de 2.400 baudios. En aquella época, la herramienta imprescindible para saltar del mundo conocido a un universo paralelo, al que muy pocas personas tenían acceso en España: el de los BBS (Bulletin Board System). J. J. Merelo (@jjmerelo en Twitter) o simplemente JJ, como es conocido en su entorno, puede ser considerado un pionero en el sentido más propio del término.
Profesor de ingeniería informática en Granada, es un apasionado de todos aquellos servicios que desde el año 1991 le han permitido compartir información con otras personas. Su comienzo fue en FidoBBS, un sistema de comunicación punto a punto, en el que cada punto era un usuario. De ahí en adelante, esa actividad le marcó, pasando a ser mucho más que una afición con la que pasar el tiempo libre. De modo que cuando en el año 1992, tras un intercambio «grueso» de opiniones con otro usuario a raíz de uno de los temas planteados, el administrador le expulsó durante una semana del servicio, «llegó a replantearse su vida».
No sería hasta el año 2001 cuando JJ puso en marcha su primer blog, y lo hizo dentro del servicio de publicación Barrapunto. Cualquier usuario podía publicar un blog en el apartado de Mibarrapunto con una facilidad en aquel entonces sorprendente. JJ conoció allí a otros usuarios, entre ellos Víctor Ruiz, quien crearía después Blogalia, una plataforma de creación de blogs. Fue Víctor el que convenció a JJ para que llevase allí su blog y, en mayo de 2002, nació Atalaya, que replicaba el nombre de un programa de radio sobre temas de informática que JJ mantenía desde el año 1997.
Creó el blog para hablar de temas cercanos a su especialidad profesional, pero con el paso del tiempo se transformó en una bitácora que comenzaba a albergar contenidos muy variados, muchos de ellos de carácter personal. Llegó a convertirse en un refuerzo de su memoria: al escribir las cosas que le sucedían, con fechas y datos, podía volver a ellas cuando quería y recordar momentos y personas. Y es que los blogs le gustan especialmente porque tienen otro componente importante: permiten buscar con mayor facilidad que servicios como Google+, Twitter o Facebook, en los que la búsqueda puede llegar a resultar frustrante. Al hilo de estos servicios, JJ recuerda una reflexión propia emitida en los momentos iniciales de Twitter: «A Twitter le quedan noventa días». El tiempo ha pasado y, como reconoce, tal vez los días eran muy largos, pero su reflexión se hace eco de la fecha de caducidad que muchos de estos servicios llevan implícita. Por ejemplo, la de los IRC (Internet Relay Chat), un servicio que se popularizó entre los BBS y los blogs, pero que a día de hoy ha perdido gran parte del interés de los usuarios.
No cabe duda de que el modo de consumir información ha evolucionado desde el año 2004 hasta ahora. Si entonces los blogs eran la herramienta más usada y que más atención te hacía ganar, la llegada de los otros servicios sociales ha cambiado esa balanza y, como JJ reconoce, hoy en día tienes que explicar a chicos y chicas que usan Tuenti qué es un blog y qué uso le puedes dar. Sin embargo, para él los blogs continúan teniendo una serie de valores que el resto de servicios no proporciona.
¿Qué lleva a una persona a iniciarse tan pronto en este mundo y, sobre todo, a mantenerse en él compartiendo a diario? Tener algo que contar. Además de su labor como profesor universitario, J. J. Merelo es un narrador nato con cientos de relatos publicados y una novela ganadora del premio Bubok: Lujo y glamour. Detrás de un socialholic hay muchos intereses que tienen cabida en los medios sociales. En el caso de JJ, las motivaciones más fuertes son compartir contenido y hablar con «su gente». Su experiencia le lleva a no dar tanto valor a los nuevos servicios de moda, sino a lo que realmente cuenta: el contenido. Sean cuales sean sus motivaciones últimas, al menos hoy puede hacerlo mediante una conexión permanente. Lejos quedan los días del módem de 2.400 baudios.
De 2008 a 2011, según el estudio de Pew Internet Research, la cantidad de usuarios de redes sociales se duplicó. La edad del usuario medio ha pasado de 33 a 3 8 años. Un 31 por ciento de los usuarios de redes sociales entra en Facebook varias veces al día. En España, ocho de cada diez internautas usa Facebook22 y un 35 por ciento de ellos usa Tuenti, ¡y al sitio le dedica una media de dos horas por sesión! Siete de cada diez usuarios de Internet móvil se conectan a las redes sociales. El 29 por ciento lo hace de forma diaria. Como ya hemos dicho antes, todos los indicadores apuntan a que no se trata de una moda pasajera, sino de un hábito.
Pero no buscamos describir al socialholic como target publicitario, sino como una persona precursora de hábitos relevantes para el cambio al que se está enfrentando el marketing en el siglo XXI. No se trata de un nuevo objetivo sociodemográfico al que atender: urbanita, geek, clase media-alta, joven u otras cualidades atractivas para el marketiniano del siglo XX. Observar a un socialholic nos permitirá capturar modos y costumbres que progresivamente irán calando en otros grupos sociales. Todos los targets terminarán adoptando hábitos «sociotecnológicos». El uso de estas funcionalidades se irán esparciendo por los diferentes segmentos de la sociedad hasta que deje de tener sentido hablar del socialholic per se, porque todos lo seremos un poco.
¿Google nos hace tontos?
Un socialholic es un news junkie, un adicto a la actualidad. Información deglutida mediante suscripción o por búsqueda activa. Contenidos devorados en diagonal. Titulares cayendo en un lector RSS, newsletters que llegan al buzón de correo electrónico, sugerentes enlaces compartidos en Google+.
Pero el acceso universal nos hace fieles a las fuentes. El contenido online se ha «comoditizado». Entre los veinticinco sitios de noticias más populares en Estados Unidos, el porcentaje de visitantes fieles (que vuelven más de diez veces en un mes) no llega al 20 por ciento en el mejor de los casos (en particular CNN.com).23 Y Google es la principal fuente de tráfico. El visitante ocasional es de vital importancia y los internautas son poco fieles a las publicaciones online.
Autores como Nicholas Carr, o el propio Vargas Llosa, aseguran que Google y los hábitos de consumo de información en Internet nos están atontando. Que perdemos capacidad de retener o memorizar información que luego es vital para el razonamiento. Y que somos incapaces de concentrarnos para producir ese razonamiento. El consenso en este punto parece ser grande, pero en contra, autores como Shirky defienden que la inteligencia colectiva, la acción coordinada mediante capacidades tecnológicas, compensará con creces la pérdida de capacidad individual.
Con la presión de sus iguales y el acceso universal a la información, el socialholic aprende y llega a usar ese conocimiento para crear y mejorar sus creaciones. Un día se empieza a usar Instagram –un servicio de microblogging para compartir fotos desde el iPhone– y, de repente, casi sin transición te conviertes en una referencia de la fotografía urbana. Como si estuviéramos en la película Matrix, parece que podríamos descargar las «diez nociones básicas sobre fotografía» y, en poco tiempo, dar el pego. Y aunque dar el pego es algo que horroriza al fotógrafo profesional, es evidente que el gusanillo de la creatividad se extiende.
Mi opinión cuenta y tu opinión me importa
Nos gusta hablar. Expresar nuestra opinión, que alguien la aproveche o que la refute. Volver a responder. Dinámicas que proceden del mundo real y que se amplifican en los entornos sociales. Como se puede leer en el estudio de Pew Internet Research antes reseñado, un 26 por ciento de las mujeres y un 17 por ciento de los hombres publica un comentario en una publicación en Facebook al menos una vez al día. Sólo un 15 por ciento de los usuarios de Facebook no comenta nunca nada. También nos importa, y mucho, la opinión de los demás. En los últimos años, diferentes estudios han constatado que las opiniones de nuestros conocidos online nos influyen cada vez más. El socialholic es un consumidor «resabiado» que por naturaleza desconfía de la publicidad. Buscamos proactivamente opiniones online de otros consumidores antes de comprar. Es la actividad más común,24 junto con la comparación de precios, cuando la gente consulta en sus móviles información antes y durante el proceso de compra. Pero no sólo consulta opiniones ya vertidas, sino que además está acostumbrado a preguntar incluso en tiempo real. Una búsqueda en Twitter nos da una pista rápida:
Aprender defensa personal en Murcia #recomendar (Almudena Más @almumas, 8 marzo 2010)
Algún restaurante para @recomendar en #Colunga ???. Me es urgente. Gracias!! (Juan Otero, @ruralworker, 27 agosto 2011)
Desde hace unos años, Forrester Research, conocida firma de análisis tecnológico, usa su metodología Social Technographics para definir los diferentes grados de participación de los internautas. Los clasifica como «creadores», «críticos», «espectadores» y recientemente actualizó los perfiles para introducir a los «conversadores» (gente que no crea contenido, específicamente hablando, pero sí participa comentando, generando updates, tuits y demás comentarios cortos). En la página de Forrester, la herramienta está disponible para su uso según una clasificación por país.25
Redefinir el contrato social: Dar, recibir, desnudarse
y comprometerse
Compartir es la raíz del nuevo contrato social. Conforme hacemos uso de estos medios, llegamos a entender que aportar es lo que nos lleva a recibir, y aunque siempre existirán los usuarios pasivos, lo cierto es que el socialholic es propenso a crear y aportar. En 2009, le preguntamos a Josh Bernoff, vicepresidente de Forrester Research y coautor del libro Groundswell, si pensaba que el porcentaje de creadores de contenidos aumentaría significativamente al incrementarse el número de nativos digitales:
Tengo alguna evidencia sobre esta cuestión. El porcentaje de «creadores» llega al 50 por ciento en algunos países asiáticos como Corea del Sur. Pero en los dos últimos años, ese porcentaje ha crecido sólo un poquito en Estados Unidos, mientras que otras categorías (como los joiners) han crecido bastante más rápido. Creo que no todos los estadounidenses (o los españoles) tienen el temperamento para ser un creador. Así que espero que este porcentaje llegue a su máximo en alrededor del 25-30 por ciento de la población.26
Uno comparte y cien se benefician. La regla del 1/10/100 (uno crea, diez comentan, cien lo leen) habla del valor de una comunidad. Por eso tanta gente comparte online su opinión sobre un producto, por ejemplo. Cada vez más, los consumidores son conscientes del valor de sus testimonios.
Según el estudio de Pew Internet Research, las personas que usan Facebook múltiples veces al día son un 43 por ciento más proclives que otros internautas (y hasta tres veces más que los no internautas) a pensar que se puede confiar en la mayoría de la gente. Junto con ello, los socialholics son cada vez menos suspicaces con su privacidad. No tenemos nada que esconder y nos fiamos de la gente en general, así que no nos importa que todo el mundo vea lo que hacemos. Además, en un mundo más conectado, airear nuestra intimidad nos conforma como personas. El éxito del Gran Hermano ya no lo encontramos únicamente en la televisión.
Es muy normal que un socialholic trabaje su marca personal y que alguno, cuando alcanza el estatus de «popular» en alguna red social, incluso llegue a imitar comportamientos propios de un personaje famoso. Además, nos acostumbramos a gestionar de manera activa un montón de vínculos débiles y a conversar, como si fueran amigos de toda la vida, con prácticamente extraños.
En otro orden de cosas, los usuarios de Facebook están más comprometidos políticamente que sus coetáneos. En Estados Unidos, según el estudio de Pew Internet Research, durante las elecciones de noviembre de 2010, un internauta se mostraba el doble de propenso a convencer a otras personas de su voto y un usuario muy activo en Facebook, un 57 por ciento más que el internauta medio.
«Frikies» y «geeks»
La facilidad que Internet ha aportado para que personas movidas por intereses raros (escasos) puedan conectar y organizarse está, paradójicamente, dotando de visibilidad a estos grupos freaks y ayudándoles a ganar adeptos. La cultura friki está en boga, y aunque el término aún tiene connotaciones peyorativas se percibe que los socialholics se sienten orgullosos de sus aficiones extrañas. Nuestras rarezas nos diferencian y, por lo tanto, nos definen. Significarse es identificarse en un entorno de ruido social.
Quizá la única cultura que comparten todos los socialholics sea la geek: el culto visceral a la tecnología (principalmente informática). Y no sólo tecnología, sino también algunos símbolos geeks, como puede ser Lego, la marca de juguetes de construcción, o las películas de ciencia ficción, como La guerra de las galaxias. Es posible que la tecnología deslumbre al ser humano porque le proporciona dones que estaban reservados a los dioses, como la ubicuidad, el conocimiento universal o la telepatía.
En su estudio «Cuatro o más», Pew Internet Research se centraba en los hábitos de las personas que poseían más de cuatro gadgets que podían conectarse a Internet. Hoy quizá ya se queden cortos. De ahí, por ejemplo, la obsesión por tener todo sincronizado a través de Internet en nuestros diferentes dispositivos móviles (agendas, calendarios, documentos, fotografías).
El always on cambia nuestro comportamiento social. Las discusiones en grupo sobre hechos históricos suelen acabar sin discusiones con una búsqueda rápida a través del móvil en Wikipedia. Un chat en grupo a través de Whatsapp (la red de mensajería instantánea móvil) puede hacernos cambiar los planes sobre la marcha.
La superficialidad e inmediatez del consumo de información, que comentábamos antes, está desarrollando nuevos hábitos, como los favoritos online tipo Delicious o Diigo, o los servicios como Read It Later o Instapaper, para degustar posteriormente en casa o en momentos de reposo las lecturas o vídeos que no podemos ver en el acto.
Nuestros hábitos están cambiando, e introducir más minutos de conexión mental con nuestros conocidos o desconocidos online está modificando nuestros comportamientos y, por ende, nuestro desarrollo personal. La presión e influencia que ejercen nuestros iguales (peer pressure) y la mímesis terminarán forzándonos a «hacer un planking».
Cuando Alfredo Cano (@alfredo_cano en Twitter) convenció a sus padres de ir a conocer a sus consuegros en el Pirineo catalán, no se imaginaba que en el jardín, a punto de hacer una foto de familia, su padre, «un personaje muy especial» en palabras del propio Alfredo, se tiraría al suelo para hacer un planking. En la instantánea27 se ve una escena campestre, con una familia en perfecta pose y sonrisa de libro, y un señor, de unos sesenta o setenta años, tumbado a los pies de la familia, boca abajo. Un perro y un niño pequeño lo miran con cara de sorpresa. Junto al comentario de la foto, «El día que mis padres conocieron a mis suegros...», una etiqueta dice #planking. Pinchando en esa etiqueta, se accede a decenas de miles de fotografías bajo el mismo concepto.
Hacer planking consiste en estar tumbado boca abajo en un sitio inusual. Es especialmente duro cuando sólo se apoyan el pecho y los pies, por ejemplo. Durante las revueltas inglesas de agosto de 2011, una de las fotos que dio la vuelta al mundo era la de un joven tumbado en la calle, delante de un grupo de policías que perseguían a los manifestantes en medio de los disturbios. Aunque el origen de esta actividad se remonta a 1997, el planking ha cobrado especial fuerza a partir de 2010. ¿Casualidad? Las revueltas árabes, el 15-M, los disturbios en Inglaterra y el planking.
En El gen egoísta, Richard Dawkins acuña el término «meme» para referirse a la «unidad de conocimiento» en la difusión cultural. Un meme es una idea que se transmite de un individuo a otro o de generación en generación, y se trata de un concepto que recientemente ha tomado protagonismo para explicar la propagación «viral» de la información en los tiempos del consumidor social.
Explicar por qué alguien ha metido la cabeza en el maletero de un avión, donde apoya también el pecho, y los pies en el maletero de enfrente, hacerse una foto y subirla a Internet28 no es sencillo. Y, sin embargo, podría decirse que el fenómeno del planking resume lo que está pasando. Y todo lo que este capítulo intenta explicar. Ver algo sorprendente que hacen otros, nos empuja misteriosamente a imitar un comportamiento. Cuando en un estadio todo el mundo hace la ola, nadie se pregunta cómo ni por qué. Crear el mejor planking y compartirlo en Internet dispara nuestra reputación personal. Pero ¿cómo se ha atrevido a hacer esto? Pero ¿cómo se le ocurre? Viendo fotografías de otros plankers se nos saltan las lágrimas de la risa. Entretenimiento, economía de lo absurdo, marca personal, espíritu gregario. Pero todavía alguien argumentará que es cosa de frikies. En efecto, el mundo se ha vuelto un saco informe de frikies, que mostrándose en público y retuiteándose entre ellos hacen que los memes viajen con rapidez y sin control. Hoy en día ser friki es ser normal. Por cierto, Alfredo Cano trabaja con grandes empresas y, a veces, incluso tiene que ponerse corbata. Su padre, el protagonista de la foto, es médico. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que en las entrevistas laborales exijan a los candidatos pruebas concluyentes de un elevado grado de frikismo?
No hace falta ir muy lejos para entender por qué la gente hace un uso compulsivo de los medios sociales, cuál es la utilidad que allí encontramos. Mirar hacia nosotros mismos y conocernos mejor nos mostraría el camino. Nuestras necesidades, nuestras motivaciones. Qué buscamos en nuestro entorno. Qué esperamos del prójimo. Qué sentimos cuando compartimos lo que hemos creado.
Las motivaciones del #socialholic SER+

El ego es un concepto mal visto por nuestra sociedad. Egoísta y egocéntrico son palabras peyorativas. Hay en nuestra cultura occidental y cristiana una obsesión por no parecer demasiado ocupados en nosotros mismos. El altruismo inclina la balanza hacia el otro y parece que deberíamos olvidarnos de nosotros. Sin embargo, debemos construir un ego fuerte, precisamente para no ocuparnos de manera permanente de nosotros. De lo contrario nos encontraremos con un altruismo mal entendido. El ego mueve el mundo. No deberíamos avergonzarnos de él. Comprender lo que nos rodea y sentirnos queridos e integrados nos empuja hacia los medios sociales. Nuestro modelo motivacional describe en cuatro etapas cómo nuestro ecosistema social fortalece nuestro yo, nos ayuda a entender mejor nuestro entorno, nos ayuda a relacionarnos con ese entorno y, por último, nos hace ser mejores y crecer en él. Lo hemos bautizado SER+.
Ser
Una frase repetida al observar los comentarios en una red social es que aquello está «plagado de egos». Gente presumiendo, algo profundamente humano. Tanto que cuando entramos nosotros y de forma inevitable comenzamos a hacer lo mismo, apenas nos apercibimos (por aquello de la paja en el ojo ajeno). Si afináramos la vista, veríamos también que las redes sociales están llenas de satisfacción personal, de entretenimiento, de búsqueda de alivio, y que todo ello nos reafirma como seres humanos.
• Afirmar el ego. El ego fuerte, como suele decirse en las enseñanzas yoguis, es precisamente el de aquel que ya no necesita presumir de nada, porque está seguro de sí mismo. Presumir nos ayuda a construir el ego. Aunque pueda parecer lo contrario, los perfumes de ego que se respiran en los medios sociales son beneficiosos para el medio ambiente. Si se producen es porque en cada transacción personal el principio de utilidad nos ha llevado a sopesar la situación y encontrar un valor en esa afirmación presuntuosa. Tenemos carencias de autoestima en la sociedad. Cuando presumimos, nos sentimos mejor. Aprendamos a convivir con el ego de los otros y perdonémoslo. Hoy por ti, mañana por mí.
• La creatividad mueve el mundo. Cuando Luis Rodríguez (@luison para sus seguidores) descubrió Instagram, su afición por la fotografía se convirtió en adicción. De los sencillos filtros originales pasó a probar aplicaciones más sofisticadas para su iPhone y a desarrollar un estilo propio. Su profesión de arquitecto se evidencia en los encuadres y perspectivas de edificios entremezclados con su especialidad, reflections, reflejos en cristales, vidrios, ventanillas de coches o charcos de agua. Tres de las treinta instantáneas del concurso de fotografía móvil, expuestas durante el Madrid Photo Contest, eran suyas, y eso le llevó a la radio y a aparecer en diferentes medios online. Sus miles de seguidores aprecian sus creaciones cuatro veces al día, y aunque reconoce que no sabe si esta adicción terminará siendo un trabajo a tiempo completo, la emoción de crear una obra propia vibra en su voz.
• Por pasar el tiempo. Es posible que ver un programa rosa en la tele produzca la misma excitación que «husmear» en los perfiles de Facebook. Con casi 35 millones de usuarios activos al mes, las estadísticas de Farmville, el juego más popular en Facebook, confirman que jugar es una de las motivaciones del entretenimiento. Para olvidar nuestra realidad un rato y después volver a abrazarla con fuerza.
• Un desahogo o alivio temporal. Cuando Luis Muñoz (@HipPhoenix) escribe «odio a xxxx, son una banda de ladrones de mierda... Sé que de nada sirve decirlo aquí, pero al menos me desahogo durante unos instantes»,29 quiere decir exactamente lo que dice. Podría haber sido también una súplica por un dolor físico o psíquico. En cualquier caso, no despreciemos el desahogo emocional como factor motivacional.
Entender
Enfrentarnos a nuestro mundo y comprenderlo. El qué, los cómo, quién y por qué. Aprender es la principal motivación del uso de Internet, según el «Intent Index»,30 un estudio permanente de las motivaciones del uso de Internet.
• Aprender por fuentes o tendencias. Suscribirse a un podcast (una emisión en audio o vídeo periódica) en iTunes, la aplicación de Apple para gestionar contenidos y continuar recibiendo los vídeos de un canal de cocina, que nos ha recomendado un amigo. O hacer clic en un trending topic de Twitter, para entender de qué se está hablando en ese preciso momento.
• Investigación activa. Preguntar en Quora, la red social de preguntas, por un autor que nos interesa. O pedir ayuda en Twitter y recibir sugerencias para comprarnos un ordenador. O profundizar en Wikipedia sobre un determinado compositor musical.
• Cotillear para saber quién es quién. Hace algún tiempo, cuando el uso de los medios sociales aún no estaba tan extendido, emprendimos un proceso de selección para contratar a un profesional sénior. Uno de los tres candidatos finales llegó a la entrevista y, en apenas unos minutos, dejó claro que había hecho sus deberes: conocía nuestro pasado profesional, dónde habíamos estado recientemente de viaje y nuestra obsesión por la autoformación (antes de solicitar un curso, un profesional debería mostrar interés real por la materia leyendo libros sobre la misma). Los otros dos candidatos sólo conocían nuestros nombres y el objetivo empresarial de Territorio creativo. Las redes sociales nos dan acceso a información personal de mucha gente. Y entender la posición de cada uno y de sus intereses nos proporciona una ventaja competitiva. Cotillear, pero no únicamente para pasar el tiempo.
Relacionarse
Hemos dicho que el uso de los medios sociales nos reafirma como seres humanos. También nos ayuda a entender el mundo que nos rodea. Ahora llega el momento de relacionarse con el entorno y de entender la utilidad que extraemos de dicha relación.
• Conectar, sentirse acompañado e intimar. Los medios sociales nos ayudan a conocer gente, generar vínculos, bajar defensas y desarrollar una sensación de intimidad. En el capítulo uno contamos cómo surgió este libro en un intercambio de mensajes directos en Twitter. El desarrollo de vínculos débiles o networking con fines personales o profesionales es una de las razones más citadas en todas las encuestas de motivación. Pero no sólo hablamos de mantener vínculos débiles. Como pone de manifiesto el estudio de Pew Internet Research de junio de 2011, quienes usan Facebook varias veces al día tienen un 9 por ciento más de relaciones cercanas (vínculos fuertes).31 En el mismo estudio, los usuarios activos de Facebook declaran sentirse más acompañados y apoyados emocionalmente que la media de la población estadounidense.
• Compartimos para sentirnos vivos. ¿Por qué compartimos? Planteamos esa pregunta en nuestro blog mientras escribíamos este libro y mucha gente «compartió» con nosotros su opinión. Entre paréntesis encontrarás sus nombres y en el artículo original32 puedes consultar los comentarios completos y visitar sus enlaces personales. «Compartir nos hace sentirnos parte del mundo, parte de un grupo» (Sonia). «Nos hace volver a sentir la curiosidad que teníamos cuando éramos niños» (José de la Peña). «Porque nos sentimos en deuda con otros que comparten con nosotros» (Nacho) o «precisamente para poner en práctica el arte de "dar para recibir"» (Nuria Costa). «Como responsabilidad social, para que otros puedan aprovechar información valiosa que poseemos» (Miriam). Por un lado, «buscamos reconocimiento social» (Francisco Sáenz), por otro, «nos hace mejores personas» (Gorka Corres).
• Nos definimos como personas. En la relación, buscamos definir nuestra marca personal. Continuando con más respuestas a la pregunta del punto anterior, «compartir nos ayuda a construir nuestra identidad» (Marcos G. Piñeiro). «Es la "mirada del otro" la que nos hace personas» (Paloma). «Cubre nuestra necesidad afectiva y social de interactuar» (Javi Vegas) y «nos ayuda a darnos a conocer al grupo como referencia en una determinada materia» (Paco Pérez Bes).
• Comunicación personal y en equipo. Aunque no lo parezca, Twitter surgió por la necesidad de un equipo para estar mejor informado de lo que estaban haciendo sus miembros. Quizá, cuanta más gente cercana se encuentra, la comunicación personal o en equipo no sea una motivación primaria.
• Hablar por hablar. Del mismo modo que en el apartado sobre la persona aislada señalábamos el entretenimiento puro, el pasatiempo, aquí podemos destacar hablar o, incluso, jugar en grupo, con la única intención de pasar el rato.
(+) Mejorar
Mucha gente se está sintiendo crecer como ser humano gracias a este nuevo entorno sociotecnológico. No es el objetivo de todos, pero sí lo es de muchos. No todos lo consiguen, pero la vida de muchas personas está cambiando realmente.
• Cambiar el mundo. Hay personas que se empeñan en cambiar el mundo. Quizá Francisco Polo, emprendedor social y creador de actuable.es, sea de los que lo declaran así, literalmente. En su plataforma de activismo online: «Cualquier persona, independientemente de los conocimientos que tenga, puede crear una acción o unirse a la de cualquier otra persona u ONG para cambiar las cosas». En menos de un año acumula más de medio millón de usuarios. Cruzadas personales como la de Miguel Nonay son un ejemplo loable.
• Influencia personal para cambiar nuestro círculo individual. No todos pretendemos salvar el mundo, algunos buscamos cambiar nuestro pequeño mundo. Vender más, cambiar la forma de pensar de las personas. Obtener poder sobre los demás, aumentando nuestra influencia, ha sido desde siempre una motivación intrínseca al ser humano. Según un estudio realizado por The New York Times, el 49 por ciento de las personas comparten contenido online porque quieren hacer cambiar de opinión a los demás.33
• Ser de utilidad. Mucha gente busca ser de utilidad, porque eso le hace sentirse mejor. Es el caso de los voluntarios, pero también el de Philippe González, del que hablaremos en el siguiente apartado. Miriam Scollo, a la que hemos citado antes, nos contaba en #TcBlog:
Soy extranjera y llevo más de diez años aquí y desde entonces todo lo que descubría, conocía, averiguaba, lo compartía para que todos pudieran aprovechar esa información que me había costado conseguir, o en algunos casos alguien me había pasado. Si me enteraba de un acto, congreso, concurso o actividad relacionada con el diseño, lo hacía con mis amigos diseñadores, si en cambio era alguna actividad para peques lo divulgaba en el cole, si descubría una forma fácil para hacer algún trámite entre mis amigos o la gente que llegaba desde afuera lo difundía lo más que podía. Para mí, la aparición de las redes sociales fue grandioso porque de forma mucho más simplificada podía llegar a más gente al mismo tiempo, antes casi tenía que hacerlo a través de emails por grupos de interés o exclusivamente por el boca a boca. Es muy gratificante encontrar publicaciones valiosas y siento esa necesidad imperiosa de compartirla, sobre todo para que todos puedan sacarle partido.
• Construir una marca personal notable. Según el estudio del New York Times antes citado, el 68 por ciento de la gente comparte contenidos para mostrar sus gustos a los demás. Pero una cosa es usar estas herramientas para definir una «identidad digital» y otra muy distinta es hacer un uso intensivo para construir una marca personal profesional fuerte. Un blog, una cuenta en Twitter o un perfil activo en LinkedIn pueden ayudarnos a conseguir o a cambiar de trabajo, como lo demuestran abundantes testimonios, artículos y libros34 escritos al respecto.
• Aprendemos conversando. No es casualidad que el conocimiento de Sócrates nos haya sido transmitido mediante diálogos. Debatir nos ayuda a aprender. A veces, incluso buscamos la controversia para profundizar en nuestra búsqueda de conocimiento. A través del acceso a la información y de la interacción con personas que saben de un tema, podemos acelerar nuestra curva de aprendizaje.
Aunque hayamos intentado agruparlos, lo cierto es que cada persona tiene sus motivos. Veamos qué fue lo que movió a Phil González a crear un blog para Instagramers y, a continuación, complicarse la vida coordinando decenas de grupos en todo el mundo.
«Para una persona que se ha quedado en paro, levantarse cada mañana es muy duro. Y hay personas que debido a esa situación de falta de trabajo pasan por momentos de ánimo personal muy bajo. Es fascinante ver cómo algunas a las que he tenido la ocasión de conocer, tras empezar a compartir fotos en Instagram y mantener relación con cada vez un número más alto de personas, han encontrando una razón para levantarse cada mañana. Instagram ha servido de acicate social para ayudarles en un trance tan duro como aquél.»
Cuando Phil González (@philgonzalez en Twitter), un veterano de la Internet española, cuenta su experiencia al frente de los Instagramers, se le nota radiante. ¿Que qué es Instagramers? Hay que remontarse a noviembre de 2010, cuando Phil, director interactivo de Chello Multicanal, tras darse de alta en Instagram y disfrutar de un viaje a Tailandia, va enganchándose a eso de compartir fotos con los demás. Phil es creativo por naturaleza, le gusta pintar, dibujar, y la fotografía es un camino más dentro de su afición. Así que la red de microblogging fotográfico se convierte en un pasatiempo que le permite compartir con otras personas su verdadera pasión.
Pero todo cambió el día en que participó en una conversación que mantenían dos personas sobre cómo conseguir que las fotos fuesen populares y ganar más seguidores. Phil les dio una serie de recomendaciones basadas en su propia experiencia y en conceptos que llevan funcionando desde los inicios de Internet. Estas personas se lo agradecieron y fue tal la acogida y el alcance de sus opiniones que Phil decidió aquel mismo día crear un blog en torno al concepto de Instagram. El blog se llama Instagramers y es el primer paso de una aventura que le llevará muy lejos.
En él recoge consejos sobre cómo sacarle el mayor partido a Instagram, a los filtros, a las fotos, a las relaciones entre las personas. Al mismo tiempo, Phil da de alta una cuenta en Instagram con el mismo nombre, en la que acumula cada vez más seguidores a medida que su actividad es más conocida. Pero se presenta un problema: los fundadores de Instagram deciden que la cuenta de Instagramers es demasiado parecida al nombre del servicio, por lo que, para sorpresa y enfado de Phil, deciden bloquearla. Habla con ellos y les recrimina que no deberían haberlo hecho sin antes decírselo. Pasado el enfado, Phil cambia el nombre de la cuenta a «IGers», pero en su fuero interno decide que «se van a enterar los fundadores de Instagram de quién es Philippe González».
Superado el incidente, Phil se centra en alimentar el blog y hacerlo de utilidad. Cae en la cuenta de que entrevistando a usuarios con muchos seguidores, dará a conocer a las personas reales que hay detrás de las fotos e incrementará la visibilidad. Y, efectivamente, el blog aumenta en visitas. Pero lo más fascinante de la historia llega cuando una chica de Barcelona contacta con Phil y le pide permiso para montar un grupo de Instagramers en Barcelona. Phil no tiene inconveniente en que la marca registrada para su blog acoja al grupo de Barcelona. Así que da su autorización.
A continuación de Barcelona, alguien en Madrid le pidió lo mismo. Así que los dos grupos iniciales ya reunían a las dos principales ciudades españolas. Es sólo el principio. Llegarán Valencia, Bilbao y muchas otras. Sólo en España son veinte grupos. ¿Sólo en España? Phil había pensado empezar a escribir el blog en inglés. Una buena amiga se lo hizo notar: ¿por qué limitarte sólo a usuarios hispanoparlantes cuando Instagram es internacional? El cambio influyó hasta el punto de que, al tiempo que se creaba el sexto grupo español, Phil contactó con alguien de Ámsterdam, que le pidió lo mismo: crear un grupo allí. Después llegaron Oslo, Estocolmo, Suiza y, fuera de Europa, Brasil, Venezuela y muchos otros, hasta superar los ciento treinta grupos, y siguen creciendo, repartidos por los cinco continentes. Lo que empezó como un blog para entusiastas se convirtió en una red de miles de personas unidas por un interés similar: su pasión por Instagram, compartir fotografías y conocer a otras personas.
Los grupos de Instagramers han llegado a crecer a un ritmo de diez semanales. Y les ha obligado a organizarse: han creado una Intranet en la que los responsables de cada grupo –«manigers»– intercambian novedades y noticias para alimentar y cuidar los grupos. En realidad nadie es el jefe. Phil quiso dejarlo claro desde el principio. El fin consistía en compartir la misma denominación, Instagramers, para dotar a los grupos de mayor fortaleza por el reconocimiento de una misma marca. Esto les permitiría ser más poderosos de cara a organizar concentraciones, solicitar ayuda o similares. Phil hace hincapié en una organización distribuida sin jefes y en que no se mueven por dinero. Incluso cuando el apoyo a diferentes campañas de marcas comerciales, como #lamejorplaya de Casio Exilim, ha sido clave en el éxito de las mismas.
Y si no es por dinero, ¿por qué Phil lleva meses dedicando su tiempo libre a ello? Su actividad profesional le garantiza un desahogo económico. Phil es una persona con empatía y ganas de ayudar a la gente. Durante años lo ha hecho profesionalmente y sabe que compartiendo mide su conocimiento al respecto, lo cual en lo personal le supone un reto. Desgrana ejemplos de personas cuya vida ha cambiado gracias a su aventura. Como el caso de Aurora Michavila, una buena amiga de Phil, a la que anima a participar en la red. Aurora es aficionada a realizar fotos en la calle. A raíz de su éxito en Instagram y la entrevista en el blog, primero a ella y después a un chico neoyorquino también aficionado a la fotografía callejera, ambos terminaron conociéndose y ahora son pareja.
Pero ¿qué ha sido de los fundadores de Instagram? ¿Ha variado su opinión acerca de la actividad de los grupos? Lo cierto es que los responsables de la red de microblogging de fotografía piden hoy consejo a Phil y están pendientes de sus comentarios y de todo lo que ocurre con los Instagramers. Especialmente cuando lanzan una nueva versión de la aplicación. No cabe duda de que los fundadores de Instagram ya se han enterado de quién es Philippe González.