Uno. Tulipomanía

La fiebre de los tulipanes (1636-1637)

Coged las rosas mientras podáis,

veloz el tiempo vuela.

La misma flor que hoy admiráis

mañana estará muerta.

WALT WHITMAN

La edad de oro holandesa

Durante el siglo XVII, Holanda llegaría a ser lo que hoy denominamos una superpotencia. Mientras que la mayoría de los países europeos, aquejados de un excesivo intervencionismo, procuraban minimizar las importaciones con los estados vecinos, Holanda abrió sus fronteras, redujo los aranceles y se lanzó de un modo innovador al comercio internacional. Intercambió con Francia, España, Portugal y los Países Bálticos productos de toda índole, desde vinos hasta armas.

Adicionalmente, Holanda desarrolló un sistema financiero ágil, eficiente y, sobre todo, abierto al público. El Banco de Ámsterdam empezó su actividad en 1609: en él, los nobles, comerciantes, dirigentes e incluso extranjeros podían realizar depósitos en metálico. El dinero era abundante y la sensación de riqueza reinaba en los Países Bajos.

Haciendo gala de un europeísmo avanzado a su tiempo, Holanda permitió a cualquier extranjero instalarse en su país: escritores, científicos, artistas (o ilustres pensadores como Descartes y Spinoza) viajaron al pequeño Estado centroeuropeo en busca de un entorno donde trabajar y pensar con libertad. También dio asilo a los perseguidos por motivos religiosos: puritanos ingleses, sefarditas españoles y hugonotes franceses.

La llamada Edad de Oro holandesa fue sin duda una de las primeras demostraciones fehacientes de que la apertura al exterior y la liberalización de los mercados podían generar crecimiento económico.

Flores de ensueño

A este próspero entorno fue a parar el tulipán. El tulipán se introdujo en Europa hacia 1550 desde el Imperio otomano. Un botánico flamenco, Charles de l’Écluse (también conocido como Carolius Clusius), tras obtener un puesto en la Universidad de Leiden (Holanda), puso en marcha lo que denominó un hortus academicus (hoy denominado Hortus Botanicus de Leiden), destinado al cultivo de plantas tropicales, especias y flores de eventual aplicación medicinal. En un principio, al botánico Carolius Clusius le concedieron sólo una superficie de 40 x 35 metros, pero el habilidosillo hombre se las ingenió para cultivar en el restringido espacio más de 1000 variedades distintas de plantas. Entre éstas, había unos bulbos de tulipán8 que el emperador Fernando I de Habsburgo, nieto de Fernando el Católico, le había enviado desde Turquía.

Con el tiempo, los tulipanes fueron paulatinamente saliendo del hortus hasta ser vendidos, como una flor más, en los mercados de Holanda. Los nobles y aristócratas, maravillados por sus vívidos colores, los adquirían para exhibirlos en sus lujosas casas. Dado que los tulipanes escaseaban, sus precios eran elevados. No todos podían permitirse un tulipán en casa, pero un aristócrata que no lo tuviese podía ser tachado de mal gusto o, como poco, de andar justo de dinero. Era todo un símbolo de estatus. Para que nos entendamos, el tulipán era la televisión de pantalla de plasma de nuestros tiempos.

Pero entonces sucedió algo extraño. Un virus llamado Tulip breaking virus o virus de mosaico atacó los bulbos de algunos tulipanes y produjo unos cambios formidables: aparecieron en los pétalos caprichosas líneas de colores y fogosas llamaradas de pigmento. Lo escaso se convirtió en excepcional. Los pocos tulipanes contagiados por el virus pasaron a ser un perfecto símbolo de diferenciación.

Una constante de las clases medias es su incansable afán por aparentar que son ricos. Los ricos, importunados por ello, reaccionan modificando sus costumbres para distanciarse de la clase media que los persigue. Eso mismo sucedió con los tulipanes. En cuanto la burguesía los puso en sus jarrones, la aristocracia precisó otros tulipanes «de mayor cilindrada». La aparición del virus del mosaico no pudo resultar más oportuna, pues los tulipanes «enfermos» del virus eran mucho más escasos y espectaculares y, por ende, caros.

Parece ser que también algún acaudalado aristócrata del país vecino, Francia, demandó tulipanes. A raíz de unos pocos encargos del país galo, se extendió la opinión de que los franceses impondrían esta moda al resto de los europeos, como había sucedido con tantos otros usos y hábitos. Así pues, a pesar de que sólo se habían exportado algunas decenas de tulipanes a Francia, en Holanda se daba por hecho que Europa entera estaría solicitándolos en un breve plazo de tiempo, lo que atrajo a todo tipo de inversores y especuladores.

La insoportable fugacidad de una flor

Un tulipán florece en cuestión de una semana y marchita con rapidez. ¿Cómo pudo formarse una burbuja especulativa con un producto tan perecedero? Si un bien degenera con rapidez es difícil que su precio se dispare a niveles irracionales.

Breve lección de jardinería. Los tulipanes pueden obtenerse de dos formas distintas: a través de sus semillas o de bulbos. Para que una semilla se transforme en bulbo ha de pasar la friolera de entre siete y doce años, y eso es demasiado tiempo. Los bulbos, en cambio, son unos clones que se formar en el interior de sus capullos y que, cultivados en condiciones adecuadas de pH, arena, humedad y temperatura, crecen hasta convertirse en bulbos normales, de los cuales, cual semilla, brotará de nuevo la flor de tulipán, y así sucesivamente, en el mágico círculo de la vida.

Gracias al bulbo, ya no había que esperar tantos años como con una semilla, sino que también podía uno hacerse con los tulipanes más bellos, pues el virus mosaico que tan hermosas y escasas flores producía se contagiaba de un tulipán a otro sólo a través de los bulbos, y no de las semillas. Por tanto, para obtener los tulipanes más apreciados y caros había que hacerse con los bulbos pequeños de los capullos, plantarlos y esperar a que creciesen.

Incluso el menos avezado en materia económica se habrá percatado de que el problema de la caducidad que impedía la especulación está ya resuelto. No se iba a especular con flores de tulipán, sino ¡con sus bulbos!

Ingeniería financiera en la horticultura del siglo XVII

¿Cuándo se producían las transacciones? Había dos períodos: el de venta al público, al iniciarse la primavera; y el de los productores, durante el verano.

El primer mercado es, por así decirlo, el del producto terminado, el bulbo recién florecido, el televisor de plasma, hermosos tulipanes a la venta en los mercados de Ámsterdam, La Haya y Haarlem. Nobles, comerciantes, burgueses y aristócratas los compraban a precio de oro.

Al acabar la temporada de la flor, empezaba la de los bulbos. Junto a los tulipanes habían crecido los pequeños bulbos de los que hemos hablado. Entre junio y septiembre se arrancaban y se plantaban después. La especulación tuvo lugar con estos bulbos enterrados. Como estaban bajo tierra, no podían pasar de unas manos a otras, con lo que a los holandeses se les ocurrió vender un derecho sobre el futuro tulipán. Sí, he dicho futuro. El mecanismo que a continuación explicaré se denomina hoy en los mercados bursátiles «contratos de futuros». Los holandeses, precursores de muchas de las prácticas financieras modernas, idearon a través del tulipán los contratos de futuros que hoy forman parte de nuestros mercados de valores.

Así, más o menos, discurrió el asunto:

Un productor al que llamaremos Van Garden tiene un bulbo enterrado en su parcela. A él se dirige un holandés llamado Van Premier y le dice:

—Le ofrezco 10 florines por su bulbo de tulipán.

—De acuerdo, pero no puedo dárselo hasta que esté listo para florecer. Si lo desentierro ahora, se estropeará.

—Bien, pues hagamos lo siguiente. Le entrego 1 florín como paga y señal para que me lo guarde. Y cuando dentro de un año el bulbo haya crecido, le pago los 9 florines restantes. ¿Qué le parece?

—Hecho.

Firmaban entonces un contrato que un notario refrendaba, y quedaba cerrado el trato.

El precio de los tulipanes subía con rapidez, así que antes de que la esposa de Van Premier se indignara por el dispendio de su marido, éste contactaba con Van Secondo y le proponía:

—Los bulbos se pagan ya a 20 florines. Yo tengo uno. Si quieres, te lo vendo.

—De acuerdo. ¿Dónde está? ¿Puedo verlo? —pregunta Van Secondo.

—A decir verdad, está bajo tierra, pero mira este contrato notarial. Dentro de un año me lo entregan. Si quieres, págame 2 florines a cuenta y, cuando me lo den, te lo paso y me abonas los 18 florines que faltan.

—Trato hecho —dice Van Secondo. Y van al mismo notario a firmar el contrato futuro.

Al cabo de unos días, Van Secondo va a ver a Van Tercius y le dice:

—Los bulbos se pagan ya a 30 florines. Yo tengo uno. Si lo quieres, te lo vendo.

—De acuerdo —accede Van Tercius—, ¿puedo verlo?

—Esto... bueno, no lo tengo. Pero mira este contrato notarial. Dentro de un año me lo entregan, ¿ves?

—Veo.

—Si quieres —dice Van Secondo—, me pagas 3 florines de paga y señal, y dentro de doce meses, cuando te entregue el bulbo, me das los 27 florines restantes.

—De acuerdo, firmemos eso ante un notario.

Y así sucesivamente.

Cuando Van Premier llegó a su casa y le mostró el contrato a su mujer, ésta casi lo mata. No obstante, antes de que se desatase la disputa conyugal, él afirmó:

—Aguarda, cariño, ya sé que me he gastado 1 florín y que dentro de un año habré de pagar 9 florines más a Van Garden, pero ya los he recuperado. Mira este segundo contrato: Van Secondo me ha dado ya 2 florines y me abonará 18 más dentro de un año. Está firmado ante notario, ¿ves? El negocio ya está hecho. No hay nada que temer.

La señora Van Premier se tranquilizó, lo mismo que la esposa de Van Secondo y la de Van Tercius. Ahora bien, ¿dónde acababa esta pirámide?

Esto se resolvía durante la estación en que los tulipanes florecían. Cuando llegaba la fecha en que Van Garden podía desenterrar el bulbo, avisaba a Van Premier, quien abonaba los 9 florines que faltaban y tomaba el bulbo. De ahí, Van Premier iba hasta la casa de Van Secondo, quien le abonaba los 18 florines que faltaban y se quedaba el bulbo. Van Secondo se iba a ver a Van Tercius, quien le pagaba los 27 florines convenidos y se quedaba el bulbo. Van Tercius se encaminaba al mercado de flores de Haarlem y le entregaba el bulbo a un florista a cambio de 40 florines, pues los aristócratas pagaban ya por un bello tulipán la friolera de 50 florines.

Todos ganan, nadie arriesga y el noble que paga el tulipán a 50 florines financia los beneficios y pagos en cascada de Van Garden, Van Premier, Van Secondo, Van Tercius, el florista y cuantos «Van» se sumen a esta cadena.

Vemos que resultaba sencillo obtener suculentas rentabilidades con pequeños desembolsos. Lo único que había que hacer era dar una pequeña paga y señal y rápidamente revender el derecho para asegurarse de que otro cubría el compromiso adquirido al cabo de un año.9 Esto hizo que se desatara la locura entre los holandeses por hacerse con un derecho futuro sobre un bulbo de tulipán.

Las marcas y el branding disparan los precios

En los últimos años se ha puesto de moda el concepto de branding y se ha constatado el poder de las marcas ante los consumidores. Esto tampoco es nuevo. Los primeros tulipanes se clasificaban por grupos, básicamente por su color: los Rosen (rojo o rosa sobre fondo blanco); los Violetten (violeta o lila sobre fondo blanco); o los Bizarden (rojo, marrón o púrpura sobre fondo amarillo). Pero estos tulipanes eran una vulgaridad para un aristócrata. Los más pudientes preferían las especies contagiadas por el virus mencionado. Claro, llamarlos «tulipanes enfermos», «tulipanes contaminados» o «tulipanes víricos» hubiese sido poco glamuroso. En todo un alarde de anticipación al advenimiento de las marcas comerciales del siglo XX, los holandeses echaron mano de la épica y romanticismo que los nombres que sus grandes navegantes despertaban.

El prefijo Admirael («almirante») se aplicó a unas 50 variedades de tulipán, entre las cuales el más apreciado era el tulipán Admirael van der Eijck. Luego estaban los Generael («generales»), con unas 30 variedades. Después vino el prefijo Alejandro el Grande y más tarde el Scipio; cuando esto no bastaba para justificar un precio mayor, se recurrió a las denominaciones Almirante de Almirantes o bien General de Generales.

Los contratos de futuros sobre estas variedades, la mayoría de las cuales hoy día no existe, aumentaron como la espuma y por encima de las demás. Para hacernos una idea de cuánto se llegó a pagar por un bulbo de tulipán (o, más bien, por un derecho sobre ese bulbo), téngase en cuenta que 1 florín (también llamado guilder) equivalía entonces al poder adquisitivo de unos 10 euros actuales.

En octubre de 1636, un derecho sobre un bulbo de tulipán se intercambiaba a 20 florines (200 euros). Entre noviembre de ese mismo año y mayo del siguiente tendría lugar la mayor fiebre especulativa y su posterior pinchazo. A mediados de noviembre los derechos se dispararon a 50 florines (500 euros); ese mismo mes, en sólo quince días se doblaron los precios: 100 florines, ¡casi 170 000 de las antiguas pesetas por un tulipán!

Las compras y ventas de contratos tenían lugar en las tabernas de las ciudades, en los aledaños de los mercados. El barullo era fenomenal. La gente se agolpaba para entrar en los locales, de donde salía un eufórico holandés que acababa de cerrar una venta de 10 bulbos de tulipán en la que había ganado el equivalente a un año de trabajo.

Ahora Van Secondo ya no le dice a su esposa que ha ganado 10 florines, sino que le muestra un contrato por el cual se ha comprometido a un pago equivalente a todos sus ahorros al cabo de un año. Ese contrato va acompañado de otro, esta vez de venta, mediante el cual cobrará el doble de esa cantidad en la misma fecha.

Todos se sentían inteligentes y ricos.

Se desató la locura. La voz corría por las calles, todo el mundo quería comprar contratos de futuros de bulbos porque los precios subían por semanas, por días, incluso por horas.

Entre el 25 de noviembre y el 1 de diciembre los precios se estabilizaron momentáneamente, pero en sólo doce días pasaron de 100 a 150 florines. Las rentabilidades de las operaciones eran de tal magnitud que la gente veía absurdo perder el tiempo trabajando en su oficio. ¿Para qué seguir con la madera, con la fruta, con el ganado o produciendo vino si había algo mucho más rentable que se llamaba tulipán? Además, no daba trabajo. Lo único que había que hacer era comprar y vender papeles. Nada más. Se podía doblar el patrimonio sólo firmando un contrato de compra de varios bulbos y revendiéndolo al día siguiente a un precio superior.

Todos pensaban que iban a ganar un montón de dinero cuando en primavera venciesen los contratos.

Entre enero y febrero los precios siguieron aumentando, aunque con menos velocidad. El 3 de febrero de 1637 el nivel de precios alcanzó su máximo: casi 200 florines. Eso significaba un tulipán a 2000 euros (más de 330 000 pesetas).

Las transacciones más habituales no eran por un solo bulbo, sino por varios. Así que no resultaba extraño ver a alguien cerrar un trato por 20 bulbos y comprometerse a pagar el equivalente a 40 000 euros de hoy por 20 futuros tulipanes.10 No todo el mundo tenía ese dinero, pero nadie quería renunciar al beneficio que suponía hacerse con los derechos de los bulbos de tulipán. Según Charles Mackay,11 en 1635 se llegó a producir un acuerdo de varias decenas de bulbos por un precio de 100 000 florines, una cifra equivalente a 1 millón de euros actuales.

Hubo gente que, cegada por una reventa de importe superior, llegó a pactar el futuro pago de los bulbos con propiedades y posesiones. Los casos más llamativos son el de un pacto de 12 acres de tierra (5 hectáreas) a cambio de un bulbo de Semper Augustus y el de la adquisición de un Viceroy a cambio de la siguiente relación de existencias: 2 carros de trigo, 2 carros de centeno, 4 bueyes, 8 cerdos, 12 ovejas, 2 barricas de vino, 4 barriles de cerveza, 2 toneladas de mantequilla, 1000 libras de queso, 1 cama doble, 1 baúl lleno de ropa y 1 copa de plata.12 ¡Todo ello a cambio de un futuro tulipán!

Entre las anécdotas más curiosas de aquella sinrazón se cuenta la de un marinero recién llegado a Holanda que se desplazó a las dependencias del mercante para quien trabajaba. Cuando llegó, el patrón no estaba. El marinero se encontraba hambriento y halló encima de su mesa una apetitosa cebolla, que en realidad era un bulbo de tulipán (quien haya visto uno habrá comprobado su similitud). Cuando el propietario del bulbo llegó y vio a aquel marinero dándole mordiscos a un tulipán en potencia por el que se había comprometido a pagar 2000 euros de hoy, casi le da un síncope. Denunció al marinero, quien fue encarcelado para evitar su linchamiento.13 Se supone que posteriormente fue descargado de toda responsabilidad, pues había actuado sin mala fe. Hay recogidos varios episodios similares por confusiones entre bulbos y otras hortalizas de características parecidas.

El hundimiento del tulipán

Entonces llegó el mes de febrero, época en que se ponían a la venta los bulbos a los que tocaba florecer ese año. La tan esperada venta anual de tulipanes arrancaba por fin.

Sin embargo, las ventas no fueron tan bien como se esperaba. No se sabe a ciencia cierta el motivo, aunque se barajan dos posibilidades. La primera es que los precios habían subido demasiado. Por mucho símbolo de estatus que fuese un tulipán, todo tenía un límite, y si a un aristócrata le pedían 2000 euros de hoy por un vistoso tulipán cuya única función era mostrárselo a sus amigos durante las visitas para hacer gala de su buen gusto y poderío económico, es lógico que algunos optasen por exhibirse de un modo alternativo: un concierto privado, una pintura o, simplemente, un nuevo traje. ¡Con 200 florines en la Holanda de 1637 podía uno permitirse muchos lujos! Otras fuentes apuntan a que las ventas de tulipanes fueron ese año muy inferiores debido a que la peste bubónica redujo la actividad comercial de los mercados de Haarlem.

En cualquiera de los dos casos, el problema era que la especulación de los bulbos había tenido lugar fuera del mercado final de tulipanes. Hemos comprobado que el aristócrata (consumidor final del tulipán) financiaba las ventas y los beneficios de todos los intermediarios. Todos asumían que el comprador final pagaría por un tulipán lo que ellos pagaban por un bulbo y nadie cuestionaba lo contrario. Éstos son los peligros de especular a espaldas del mercado real.

Ante unas ventas inferiores a lo previsto, los vendedores de tulipanes en flor apostados en los mercados se vieron obligados a bajar los precios. ¿Dónde estaban los compradores de toda Europa que habían de acudir en tromba al mercado de Haarlem a por tulipanes?, se preguntaban los floristas.

Claro, lo que antes funcionaba a las mil maravillas, ahora discurría más o menos así:

Van Garden llama a Van Premier para avisarle de que ha llegado la fecha de vencimiento del contrato. Ha de pagarle los 9 florines que faltan. Van Premier, que no es tonto y se ha enterado de que los tulipanes del mercado están cayendo de precio, antes de soltar los 9 florines se va a ver a Van Secondo para cerciorarse de que le va a pagar los 18 que convinieron. Van Secondo no los tiene, pues esperaba obtenerlos de Van Tercius. Van Tercius le dijo ayer que se olvidase de los 27 florines que acordaron, pues se ha enterado de que los tulipanes se pagan a 5 florines la unidad. ¡No va a darle 27 florines por un bulbo por el cual los floristas le pagarán sólo 5 guilders!

Van Secondo le dice a Van Premier que si Van Tercius no le paga, él tampoco. Y Van Premier se va a ver a Van Garden y le dice que si él no cobra, tampoco piensa pagarle los 9 florines que faltan por un bulbo que en el mercado está a 5 florines. Van Garden, el propietario, hecho una furia, se va con el contrato a ver al notario.

Cuando la temporada finalizó un gran número de tulipanes continuaban sin comprador.

¿Qué pasó con las personas que tenían contratos con vencimientos para los dos o tres años siguientes y todavía no los habían revendido? Estaban histéricas. ¿Cómo actuaría usted si se hubiese comprometido a pagar dentro de un año 40 000 euros por 20 bulbos cuyas flores se están vendiendo a un total de 10 000 euros? ¿Qué dirá la señora Van Secondo cuando su marido le confiese que en el plazo de un año habrá de pagar una cantidad superior al valor de su casa por 1 tulipán y que nadie quiere el derecho sobre ese bulbo? La señora Van Secondo le dirá: «Pues véndelo por menos, aunque sea con pérdidas, pero sácatelo de encima».

Eso es lo que sucedió. Quienes tenían bulbos en potencia buscaron a terceros a quienes transferir sus derechos futuros. De la noche a la mañana, lo contrario que hasta entonces, sobraron vendedores y escasearon compradores.

El «bulbo frío» se convirtió en una auténtica «patata caliente».

Cuanto más bajaran los precios, más dinero habría que poner del bolsillo cuando venciese el contrato: todo el mecanismo se derrumbó.

Pánico. La reacción se produjo en cadena y en el sentido opuesto. Como suele pasar en bastantes burbujas, durante el derrumbe de los precios fueron pocos quienes tuvieron tiempo de vender. Algunos lograron quitarse de encima los derechos sobre los bulbos, pero la gran mayoría no encontró comprador (¡ahora ya nadie quería bulbos de tulipán!).

He aquí la gráfica de los precios, según Peter Garber:

Las discusiones fueron terribles. Hubo personas que firmaron contratos de futuros tanto en posición vendedora como en compradora, a importes y vencimientos diferentes. Los vecinos se reclamaban unos a otros el cumplimiento de contratos que ellos mismos se negaban a cumplir cuando les tocaba asumir el pago en sentido contrario. Mucha gente llegó a las manos. Las denuncias fueron múltiples. ¿Cómo se podía arreglar este lío?

Fin de la historia

Esto acabó como suelen terminar estos episodios: mal. Las autoridades se vieron obligadas a intervenir y declararon que los contratos de bulbos habían sido una pura venta de humo.14 Se trataba de deshacer el entuerto de contratos de futuros que habían ido pasando de unas manos a otras, cada vez a precios mayores, y que ahora no valían nada. En muchos casos faltaban años para la entrega de los bulbos, así que lo mejor era declarar esas ventas como inexistentes.

Esta solución no dejó contento a nadie: ni a quienes esperaban cobrar más por los bulbos plantados ni a quienes se quedaron con las «patatas calientes», pues habían desembolsado pagas y señales que no habían tenido tiempo de recuperar.

El asunto se llevó entonces ante el gobierno holandés, quien ideó una solución salomónica. Estableció que no podía obligarse a comprar en un futuro a un «precio absurdo» algo por lo que una persona «sólo» había dejado una paga y señal. Por otro lado, no se podía dejar al propietario del bulbo «sin un duro», por lo que la solución fue que quien poseyera contratos en el momento de su vencimiento podía abstenerse de ejercer la compra, pero estaba obligado a abonar el 10% del importe pactado.

¡Bienvenidos a la creatividad financiera! ¡Eso son opciones de compra! El futuro es un contrato que te obliga a una compra o venta en fecha determinada. La opción es un contrato que te da la posibilidad de realizar o no una compra o venta en una fecha determinada. Lo que hizo el gobierno fue transformar de un plumazo y por «real decreto» los futuros en opciones.15 ¡Un robo a mano armada! Tal cual.

Esta segunda solución tampoco satisfizo a nadie. Los propietarios de los bulbos recibieron el 10% de lo que pensaban que iban a cobrar y los tenedores de contratos tuvieron que pagar cifras aberrantes por los tulipanes. Y digo aberrantes porque si lo que te entregan es una flor que ya nadie quiere, el 10% de una cifra aberrante suele dar como resultado otra cifra todavía aberrante.

En cuanto a las repercusiones sobre la economía holandesa, no está claro el diagnóstico. Ha habido mucha controversia sobre cómo afectó este suceso a la floreciente (¡nunca mejor dicho!) Holanda. Algunos hablan de colapso de los mercados financieros, otros de recesión, se mencionan quiebras y bancarrotas. Pero historiadores como Anne Goldgar16 argumentan que el fenómeno se limitó a un grupo reducido de comerciantes y artesanos, y no a miembros de la nobleza, como Charles Mackay sugirió en el año 1870.

Es bastante probable que los efectos sobre la economía holandesa no fueran ni devastadores ni demasiado importantes. Al fin y al cabo, la mayor parte de las entregas de tulipanes no llegaron a materializarse y, por tanto, estaríamos ante una sucesión de promesas de compras y ventas: una burbuja de contratos. Sólo las pagas y señales pasaron efectivamente de unas manos a otras y nadie asumió el pago del resto.

Tal vez todo quedó en un jaleo entre unos centenares de holandeses que perdieron la cabeza durante unos meses y el susto no fue a más. Pero se trató de la primera constatación de los límites a los que puede llevar el síndrome del Necio.

El final de la historia no es del todo funesto, pues pasaron los meses, los años, los siglos y, tal vez gracias a aquel furor, Holanda se convirtió en un país experto en tulipanes, que siguen siendo unas flores muy apreciadas. La venta de tulipanes en flor supone hoy en día un volumen mundial de 11 000 millones de euros y Holanda concentra el 87% de este mercado. Los holandeses dedican unas 12 000 hectáreas de tierras a su producción para producir unos 4000 millones de bulbos por año (tanto para venta en flor como para la venta de bulbo seco de cara a su posterior reproducción).

Eso sí, los venden a precios de tulipán.

Algunas lecciones de esta burbuja

• Los pagos diferidos favorecen el aumento de los precios, pues permiten comprar y revender bienes o activos con pequeños desembolsos.

• Es peligroso especular entre intermediarios a precios que nadie paga todavía en el mercado final.

• Las burbujas se ceban en objetos de deseo a los que se rodea de glamur.

• La insostenibilidad del precio no se cuestiona, sólo se asume que continuará su meteórico ascenso; puede ofrecerse una casa por un tulipán si se piensa que éste va a subir de precio

• A un mercado especulativo acuden profesionales de otras industrias, que abandonan sus profesiones habituales.