Este libro trata principalmente sobre los Hobbits, y el lector descubrirá en sus páginas mucho del carácter y algo de la historia de este pueblo. Podrá encontrarse más información en los extractos del Libro Rojo de la Frontera del Oeste que ya han sido publicados con el título de El Hobbit. Aquel relato tuvo su origen en los primeros capítulos del Libro Rojo, compuestos por Bilbo Bolsón —el primer hobbit que fue famoso en el mundo entero— y que él tituló Historia de una ida y de una vuelta, pues contaba el viaje de Bilbo hacia el este y la vuelta, aventura que más tarde involucraría a todos los Hobbits en los importantes acontecimientos que aquí se relatan.
No obstante, muchos querrán saber desde un principio algo más de este pueblo notable, y quizá algunos no tengan el libro anterior. Para esos lectores se han reunido aquí algunas notas sobre los puntos más importantes de las tradiciones de los Hobbits, y se recuerda brevemente la primera aventura.
Los Hobbits son un pueblo sencillo y muy antiguo, más numeroso en tiempos remotos que en la actualidad. Aman la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra, y no había para ellos paraje mejor que un campo bien aprovechado y bien ordenado. No entienden ni entendían ni gustan de maquinarias más complicadas que una fragua, un molino de agua o un telar de mano, aunque eran muy hábiles con toda clase de herramientas. Incluso en tiempos antiguos desconfiaban en general de «la Gente Grande», como nos llaman, y ahora nos eluden consternados y es difícil encontrarlos. Tienen el oído agudo y la mirada penetrante, y aunque engordan fácilmente, y nunca se apresuran si no es necesario, se mueven con agilidad y destreza. Dominaron desde un principio el arte de desaparecer rápido y en silencio, cuando la Gente Grande con la que no querían toparse se les acercaba ruidosamente, y han desarrollado este arte hasta el punto de que a los Hombres puede parecerles verdadera magia. Pero los Hobbits jamás han estudiado magia de ninguna índole, y esas rápidas desapariciones se deben únicamente a una habilidad profesional, que por la herencia, la práctica y una íntima amistad con la tierra han desarrollado tanto que es del todo inimitable para las razas más grandes y torpes.
Porque los Hobbits son gente diminuta, más pequeña que los Enanos; es decir, menos corpulenta y fornida, pero no mucho más baja. Su estatura es variable, entre los dos y los cuatro pies de nuestra medida. Hoy en día pocas veces alcanzan los tres pies, pero se dice que se han vuelto más pequeños, y que en otros tiempos eran más altos. De acuerdo con el Libro Rojo, Bandobras Tuk, apodado el Toro Bramador, hijo de Isengrim II, medía cuatro pies y medio y era capaz de montar a caballo. En todos los documentos de los Hobbits sólo queda constancia de dos famosos personajes de la antigüedad que lo superaban en estatura, pero de este hecho curioso se habla en el presente libro.
En cuanto a los Hobbits de la Comarca, de los que se ocupan estos relatos, conocieron en un tiempo la paz y la prosperidad y fueron entonces un pueblo feliz. Vestían ropas de brillantes colores, y preferían el amarillo y el verde; muy rara vez usaban zapatos, pues tenían las plantas de los pies duras como el cuero, fuertes y flexibles, y los pies mismos estaban recubiertos de un espeso pelo rizado muy parecido al pelo de las cabezas, de color castaño casi siempre. Por esta razón el único oficio que practicaban poco era el de zapatero, pero tenían dedos largos y habilidosos que les permitían fabricar muchos otros objetos útiles y atractivos. En general los rostros eran bonachones más que hermosos, anchos, de ojos vivos, mejillas rojizas y bocas dispuestas a la risa, a la comida y a la bebida. Reían, comían y bebían a menudo y de buena gana; les gustaban las bromas sencillas en todo momento y comer seis veces al día (cuando podían). Eran hospitalarios, aficionados a las fiestas y los regalos, que entregaban libremente y aceptaban con entusiasmo.
Es en verdad evidente que a pesar de un alejamiento posterior los Hobbits son parientes nuestros: están más cerca de nosotros que los Elfos y aun que los Enanos. Antiguamente hablaban las lenguas de los Hombres, adaptadas a su propia modalidad, y tenían casi las mismas preferencias y aversiones que los Hombres. Mas ahora es imposible descubrir en qué consiste nuestra relación con ellos. El origen de los Hobbits viene de muy atrás, de los Días Antiguos, ya perdidos y olvidados. Sólo los Elfos conservan algunos documentos de esa época desaparecida y sus tradiciones se refieren casi únicamente a la historia élfica, en la que los Hombres aparecen muy de cuando en cuando, y a los Hobbits ni siquiera se los menciona. Sin embargo, es obvio que los Hobbits vivían en paz en la Tierra Media muchos años antes de que cualquier otro pueblo advirtiese siquiera que existían. Y como el mundo se pobló luego de extrañas e incontables criaturas, esta gente pequeña pareció insignificante. Pero en los días de Bilbo y de Frodo, el heredero de Bilbo, se transformaron de pronto a pesar de ellos mismos en importantes y famosos, y perturbaron los Concilios de los Grandes y de los Sabios.
Aquellos días —la Tercera Edad de la Tierra Media— han quedado muy atrás, y la conformación de todas las tierras ha cambiado; pero las regiones en que vivían entonces los Hobbits eran sin duda las mismas que las que ahora aún habitan: el Noroeste del Viejo Mundo, al este del Mar. En la época de Bilbo, los Hobbits no sabían de dónde venían. El deseo de conocimiento (fuera de las ciencias genealógicas) no era para nada habitual entre ellos, pero había aún descendientes de antiguas familias que estudiaban sus propios libros, e incluso recopilaban de los Elfos, los Enanos y los Hombres noticias de épocas pasadas y de tierras distantes. Sólo comenzaron a redactar sus propios documentos después de haberse establecido en la Comarca, y sus leyendas más antiguas apenas si se remontan poco más allá de los Días del Éxodo. Está perfectamente claro, no obstante, gracias a estas leyendas y a lo que puede descubrirse en el lenguaje y las costumbres de los Hobbits, que en un pasado muy lejano ellos también se desplazaron hacia el oeste, como muchos otros pueblos. En sus relatos más antiguos hay referencias oscuras a los tiempos en que moraban en los altos valles del Anduin, entre los lindes del Gran Bosque Verde y las Montañas Nubladas. No se sabe con certeza por qué emprendieron más tarde la ardua y peligrosa travesía de las montañas y entraron en Eriador. Los relatos hobbits hablan de la multiplicación de los Hombres en la tierra y de una sombra que cayó sobre el bosque y lo oscureció, por lo que fue llamado desde entonces el Bosque Negro.
Antes de cruzar las montañas, los Hobbits ya se habían dividido en tres ramas un tanto diferentes: los Pelosos, los Fuertes y los Albos. Los Pelosos eran de piel más morena, cuerpo menudo, cara lampiña, y no llevaban botas; de manos y pies bien proporcionados y ágiles, y preferían las tierras altas y las laderas de las colinas. Los Fuertes eran más anchos, de constitución más robusta; tenían pies y manos más grandes; preferían las llanuras y las orillas de los ríos. Los Albos, de piel y cabellos más claros, eran más altos y delgados que los otros: amaban los árboles y los bosques.
Los Pelosos tuvieron mucha relación con los Enanos en tiempos remotos y vivieron durante mucho tiempo en las estribaciones montañosas. Fueron los primeros en desplazarse hacia el oeste y vagabundearon por Eriador hasta la Cima de los Vientos, mientras los otros permanecían en las Tierras Salvajes. Eran la especie más normal, representativa y numerosa de los Hobbits, y también la más sedentaria y la que conservó durante más tiempo el hábito ancestral de vivir en túneles y cuevas.
Los Fuertes vivieron muchos años a orillas del Río Grande, el Anduin, y temían menos a los Hombres. Vinieron al oeste después de los Pelosos y siguieron el curso del Sonorona hacia el sur; muchos de ellos vivieron un tiempo entre Tharbad y los límites de las Tierras Brunas antes de volver al norte.
Los Albos, los menos numerosos, eran una rama nórdica, más amiga de los Elfos que el resto de los Hobbits, y más hábil para el lenguaje y los cantos que para los trabajos manuales. Siempre habían preferido la caza a la agricultura. Cruzaron las montañas al norte de Rivendel y descendieron el Fontegrís. Muy pronto se mezclaron en Eriador con las ramas ya establecidas allí, pero como eran algo más valientes y más aventureros, se los encontraba a menudo como jefes o caudillos en los clanes de los Pelosos y los Fuertes. Aun en tiempos de Bilbo, el fuerte carácter albo podía percibirse todavía en las grandes familias, tales como los Tuk y los Señores de Los Gamos.
En las tierras occidentales de Eriador, entre las Montañas Nubladas y las Montañas de Lune, los Hobbits encontraron tanto Hombres como Elfos. En efecto, todavía moraba allí un resto de los Dúnedain, los reyes de los Hombres que vinieron por el mar desde Oesternesse; pero iban desapareciendo rápidamente, y la ruina alcanzaba ya a todas las tierras del Reino del Norte. Había sitio y en abundancia para los inmigrantes, y en poco tiempo los Hobbits empezaron a establecerse en comunidades ordenadas. De la mayoría de las primitivas colonias no quedaba ya ni siquiera el recuerdo en tiempos de Bilbo, pero una de las más importantes de aquella época se mantenía aún, aunque reducida de tamaño: estaba en Bree, y en medio del Bosque de Chet que lo rodeaba, a unas cuarenta millas al este de la Comarca.
Fue en aquellos tempranos días, sin duda, cuando los Hobbits aprendieron a leer y comenzaron a escribir a la manera de los Dúnedain, quienes a su vez habían aprendido este arte de los Elfos. También en ese tiempo los Hobbits olvidaron todas las lenguas que habían usado antes, y desde entonces hablaron siempre la lengua común, que llamaban oestron y que era corriente en todas las tierras de los reyes, desde Arnor hasta Gondor, y a lo largo de toda la costa del mar, desde Belfalas hasta Lune. Sin embargo, conservaron unas pocas palabras de su propio idioma, así como los nombres que habían usado para los meses y los días, y una gran cantidad de nombres personales del pasado.
Alrededor de esta época la leyenda comenzó a convertirse en historia entre los Hobbits, al iniciarse el cómputo de los años. Porque fue en el año mil seiscientos uno de la Tercera Edad cuando los hermanos albos, Marcho y Blanco, salieron de Bree, y después de haber obtenido permiso del gran rey de Fornost,1 cruzaron el Baranduin, el río pardo, con un gran séquito de Hobbits. Pasaron por el Puente de los Arbotantes, que había sido construido durante el apogeo del Reino del Norte, y tomaron posesión de toda la tierra que se extendía más allá, donde se establecieron entre el río y las Colinas Lejanas. Todo lo que se les pidió a cambio fue que mantuviesen en buen estado el Puente Grande, junto con los demás puentes y caminos, que facilitasen el trabajo a los mensajeros del rey, y que reconocieran su soberanía.
Así comenzó el Cómputo de la Comarca, pues el año del cruce del Brandivino —el nuevo nombre que los Hobbits dieron al Baranduin— se transformó en el Año Uno de la Comarca, y todas las fechas posteriores se calcularon a partir de entonces.2 Los Hobbits occidentales se enamoraron de la nueva tierra desde el primer momento, se quedaron allí, y muy pronto desaparecieron nuevamente de la historia de los Hombres y de los Elfos. Aunque aún había allí un rey del que eran súbditos formales, en realidad estaban gobernados por jefes propios y nunca intervenían en los hechos del mundo exterior. En la última batalla de Fornost con el Señor Brujo de Angmar, enviaron algunos arqueros en ayuda del rey, o por lo menos así lo afirmaron, si bien esto no aparece en ningún relato de los Hombres. En esa guerra el Reino del Norte llegó a su fin, y entonces los Hobbits se apropiaron de la tierra, y eligieron de entre todos los jefes a un Thain, que asumió la autoridad del rey desaparecido. Allí, durante unos mil años, apenas se vieron afectados por las guerras, y prosperaron y se multiplicaron después de la Plaga Negra (C.C. 37) hasta el desastre del Largo Invierno y la hambruna que le siguió. Miles de ellos murieron entonces, pero en los tiempos del presente relato los Días de la Hambruna (1158-1160) habían quedado muy atrás y los Hobbits se habían acostumbrado otra vez a la abundancia. La tierra era rica y generosa, y aunque cuando llegaron a ella había estado desierta durante mucho tiempo, en otras épocas había sido bien cultivada, y allí el rey había tenido granjas, maizales, viñedos y bosques.
Desde las Colinas Lejanas hasta el Puente del Brandivino había unas cuarenta leguas, y casi otras cincuenta desde los páramos del norte hasta los pantanos del sur. Los Hobbits denominaron a estas tierras la Comarca, región bajo la autoridad del Thain y distrito de trabajos bien organizados; y allí, en ese placentero rincón del mundo, llevaron una vida bien ordenada y prestaron cada vez menos atención al mundo exterior, donde se movían cosas oscuras, hasta llegar a pensar que la paz y la abundancia eran la norma en la Tierra Media, y el derecho de todo pueblo sensato. Olvidaron o ignoraron lo poco que habían sabido de los Guardianes y de los trabajos de quienes hicieron posible la larga paz de la Comarca. De hecho, estaban protegidos, pero ya no lo recordaban.
En ningún momento los Hobbits fueron amantes de la guerra, y jamás lucharon entre sí. Si bien en tiempos remotos se vieron obligados a luchar, para subsistir en un mundo difícil, en la época de Bilbo aquello pertenecía a tiempos muy remotos. La última batalla antes del comienzo de este relato, y por cierto la única que se libró dentro de los límites de la Comarca, ocurrió en una época que ya nadie de entre los vivos recordaba: fue la batalla de los Campos Verdes, en el año 1147 (CC) en la que Bandobras Tuk desbarató una invasión de Orcos. Hasta el mismo clima se hizo más apacible; y los lobos, que en otros tiempos habían llegado desde el norte devorándolo todo durante los crudos inviernos blancos, ahora no eran más que cuentos de viejas. Aunque había algún pequeño arsenal en la Comarca, las armas se usaban generalmente como trofeos: se las colgaba sobre las chimeneas o en las paredes, o se las coleccionaba en el museo de Cavada Grande, conocido como la Casa de los Mathoms; porque los Hobbits llamaban mathom a todo aquello que no tenía uso inmediato y que tampoco se decidían a desechar. Las moradas de los Hobbits tendían a llenarse de mathoms, y muchos de los regalos que pasaban de mano en mano eran de ese tipo.
No obstante, el ocio y la paz no habían alterado el raro vigor de esta gente. Llegado el momento, era difícil intimidarlos o matarlos; y esa afición incansable que mostraban por las cosas buenas tenía quizá una razón: podían renunciar del todo a ellas cuando era necesario, y lograban sobrevivir así a los rudos golpes de la pena, de los enemigos o del clima, asombrando a aquellos que no los conocían y que no veían más allá de aquellas barrigas y aquellas caras regordetas. Aunque se resistían a pelear, y no mataban por deporte a ninguna criatura viviente, eran valientes cuando se los acosaba, y aún sabían manejar las armas en caso de necesidad. Tiraban bien con el arco, pues eran de mirada certera y manos hábiles. No sólo se les daba bien el tiro con arco. Si un Hobbit recogía una piedra, lo mejor era ponerse a resguardo inmediatamente, como bien lo sabían todas las bestias merodeadoras.
Todos los Hobbits habían vivido en un principio en cuevas subterráneas, o así lo creían, y en ese tipo de viviendas se sentían a gusto. Sin embargo, con el paso del tiempo se vieron obligados a adoptar otras clases de moradas. Lo cierto es que en tiempos de Bilbo, en general sólo los Hobbits más ricos y los más pobres mantenían en la Comarca esa vieja costumbre. Los más pobres continuaron viviendo en las madrigueras primitivas, en realidad simples agujeros, con una sola ventana o bien ninguna, mientras que los ricos todavía edificaban versiones más lujosas de las simples excavaciones antiguas. Pero no era fácil encontrar terrenos adecuados para estos grandes túneles ramificados (smials, como ellos los llamaban); y en las llanuras o en los distritos bajos, los Hobbits, a medida que se multiplicaban, comenzaron a construir sobre el nivel del suelo. En efecto, hasta en las regiones de colinas y en las villas más antiguas, tales como Hobbiton o Alforzada, o en la localidad principal de la Comarca, Cavada Grande, en las Colinas Blancas, había ahora muchas casas de madera, ladrillo o piedra. Por lo general eran las preferidas por molineros, herreros, cordeleros, carreteros y otros de su clase; porque aun cuando vivieran en cavernas, los Hobbits conservaban la vieja costumbre de construir cobertizos y talleres.
Dicen que la costumbre de edificar casas de campo y graneros comenzó entre los habitantes de Marjala, a orillas del Brandivino. Los hobbits de esa región, llamada Cuaderna del Este, eran más bien grandes y de piernas fuertes y usaban botas de enano cuando las lluvias embarraban la tierra. Pero no se ignoraba que tenían gran proporción de sangre de los Fuertes, lo cual se notaba en el vello que muchos se dejaban crecer en la barbilla. Ni los Pelosos ni los Albos tenían rastro alguno de barba. De hecho, los habitantes de Marjala y Los Gamos, al este del Río, donde ellos se instalaron más tarde, habían llegado a la Comarca en época reciente, en su mayoría desde el sur. Conservaban todavía nombres peculiares y palabras extrañas que no se encontraban en ningún otro lugar de la Comarca.
Es posible que el arte de la construcción, como otros muchos oficios, proviniera de los Dúnedain. Pero los Hobbits pudieron haberlo aprendido directamente de los Elfos, los maestros de los Hombres en su juventud. Porque los Elfos del Alto Linaje aún no habían abandonado la Tierra Media, y moraban entonces en los Puertos Grises del oeste, y en otros lugares al alcance de la Comarca. Tres torres de los Elfos, de edad inmemorial, aún podían verse en las Colinas de las Torres más allá de las fronteras occidentales. Brillaban en la distancia a la luz de la luna. La más alta era la más lejana y se alzaba solitaria sobre una colina verde. Los Hobbits de la Cuaderna del Oeste decían que podía verse el Mar desde la cima de la torre, pero no se tiene noticia de que alguno de ellos la escalara nunca. En realidad, de hecho, muy pocos Hobbits habían navegado, o siquiera visto el Mar, y menos aún habían regresado para contarlo. La mayoría de los Hobbits miraban con profundo recelo aun los ríos y los pequeños botes, y muy pocos sabían nadar. Con el paso del tiempo, hablaban cada vez menos con los Elfos, y llegaron a tenerles miedo y a desconfiar de quienes tuvieran tratos con ellos. El Mar se transformó en una palabra que inspiraba miedo, y un signo de muerte, y los Hobbits volvieron la espalda a las colinas del oeste.
El arte de la construcción bien pudo provenir de los Elfos o de los Hombres, pero los Hobbits lo practicaban a su manera. No construían torres. Las casas eran generalmente largas, bajas y confortables. De hecho, las más antiguas no eran más que imitaciones de smials, techadas con hierba seca, paja o turba, y de paredes algo combadas. Sin embargo, esta fase se dio sólo en los primeros días de la Comarca, y desde entonces las construcciones de los Hobbits habían cambiado mucho, bien gracias a nuevas técnicas aprendidas de los Enanos, bien por descubrimientos propios. La principal peculiaridad que subsistió de la arquitectura hobbit fue la preferencia por las ventanas redondas, e incluso las puertas redondas.
Las casas y las cavernas de los Hobbits de la Comarca eran a menudo grandes y habitadas por familias numerosas. (La soltería de Bilbo y Frodo era excepcional, como muchas otras cosas, entre ellas su amistad con los Elfos.) A veces —como el caso de los Tuk de los Grandes Smials o de los Brandigamo de Casa Brandi—, muchas generaciones de parientes vivían juntas en paz (relativa) en una mansión ancestral de numerosos túneles. Todos los Hobbits, en cualquier caso, tendían a agruparse en clanes, y llevaban cuidadosa cuenta de sus parientes. Dibujaban grandes y esmerados árboles genealógicos con innumerables ramas. Cuando se trata con los Hobbits es importante recordar quién está relacionado con quién, y en qué grado. Sería imposible en este libro establecer siquiera un árbol de familia que incluyera sólo a los miembros más importantes de las familias más destacadas en la época a que se refieren estos relatos. La colección de árboles genealógicos que se encuentra al final del Libro Rojo de la Frontera del Oeste constituye casi un pequeño libro en sí misma, y cualquiera, exceptuando a los Hobbits, la encontraría excesivamente aburrida. Los Hobbits se deleitan con esas cosas, si son exactas; les encanta tener libros colmados de cosas que ya saben, expuestas sin contradicciones y honradamente.
Hay otra cosa asombrosa entre los antiguos Hobbits que merece mencionarse; un hábito sorprendente: absorbían o inhalaban, a través de pipas de arcilla o madera, el humo de la combustión de una hierba llamada hoja o hierba para pipa, probablemente una variedad de la Nicotiana. Hay mucho misterio en torno al origen de esta costumbre peculiar, o de este «arte», como los Hobbits preferían llamarlo. Todo lo que se descubrió en la antigüedad sobre el tema fue recopilado por Meriadoc Brandigamo (más tarde Señor de Los Gamos), y puesto que él y el tabaco de la Cuaderna del Sur forman parte de la historia que sigue, sus comentarios en la introducción al Herbario de la Comarca merecen ser citados aquí.
«Este arte —dice— es el único que podemos reclamar como invención propia. No se sabe cuándo empezaron los Hobbits a fumar en pipa; en todas las leyendas e historias familiares aparece como un hecho; durante años la gente de la Comarca fumó diversas hierbas, algunas malolientes, otras más aromáticas. Pero todos los documentos concuerdan en un punto: Tobold Corneta de Valle Largo en la Cuaderna del Sur fue el primero que cultivó en sus huertos la verdadera hierba para pipa en los días de Isengrim II, alrededor del año 1070 del Cómputo de la Comarca. Los mejores cultivos caseros todavía provienen de ese distrito, especialmente las variedades que ahora se conocen como Hoja de Valle Largo, Viejo Toby y Estrella Sureña.
»No queda constancia de cómo el viejo Toby obtuvo la planta, pues murió sin decírselo a nadie. Sabía mucho sobre hierbas, aunque no era viajero. Se cuenta que en su juventud iba a menudo a Bree; aunque no cabe duda de que nunca viajó más lejos. Por lo tanto es muy posible que haya conocido esta planta en Bree, donde hoy en día, en cualquier caso, se da bien en la vertiente sur de la colina; los Hobbits de Bree afirman haber sido los primeros fumadores de esta hierba. Aseguran, por supuesto, que se adelantaron en todo a la gente de la Comarca, a quienes llaman “colonos”; pero en este caso la pretensión es, a mi entender, probablemente cierta, pues todo indica que fue desde Bree que se extendió, en los siglos más recientes, el arte de fumar la verdadera hierba entre los Enanos y algunas otras gentes, como los Montaraces, los Magos y los vagabundos que iban y venían aún por aquella antigua encrucijada de caminos. El centro y hogar de este arte se encuentra, pues, en la vieja posada de Bree, El Poney Pisador, propiedad de la familia Mantecona desde épocas remotas.
»Al mismo tiempo, mis propias observaciones en los muchos viajes que hice al sur me convencieron de que la hierba no es originaria de nuestra región, sino que vino del Anduin inferior hacia el norte, traída, creo yo, del otro lado del Mar por los Hombres de Oesternesse. Crece en abundancia en Gondor, y allí es más grande y exuberante que en el norte, donde nunca se la encuentra en estado silvestre; prospera sólo en lugares cálidos y abrigados, como Valle Largo. Los Hombres de Gondor la llaman galenas dulce, y sólo la aprecian por la fragancia de las flores. Desde esas tierras la habrían llevado al norte remontando el Camino Verde durante los largos siglos que median entre la llegada de Elendil y nuestros días. Pero hasta los Dúnedain de Gondor nos otorgan este reconocimiento: los Hobbits fueron los primeros que la fumaron en pipa. Ni siquiera a los Magos se les ocurrió hacerlo antes que a nosotros. Aunque un Mago que conocí se aficionó a este arte mucho tiempo atrás, mostrándose tan hábil como en todas las otras cosas a las que llegó a dedicarse.»
La Comarca se dividía en cuatro distritos, las Cuadernas, denominadas del Norte, del Sur, del Este y del Oeste, y éstas a su vez en unas cuantas regiones que aún llevaban los nombres de algunas de las viejas familias principales, aunque en la época de esta historia esos nombres no se encontraban sólo en sus regiones de origen. Casi todos los Tuk vivían aún en las Tierras de Tuk, lo que no ocurría con muchas otras familias, tales como los Bolsón o los Boffin. Más allá de las Cuadernas estaban las Fronteras Este y Oeste: el país de Los Gamos (p. 187); y la Frontera del Oeste, que fue añadida a la Comarca en el año 1452 (CC).
La Comarca en aquel momento apenas tenía «gobierno». Las familias cuidaban en general de sus propios asuntos y dedicaban la mayor parte del día al cultivo y al consumo de alimentos. En otras cuestiones eran por lo común gente generosa y no avariciosa, pero moderada y satisfecha, de modo que las heredades, granjas, talleres y pequeños negocios tendían a conservarse invariables durante generaciones.
Naturalmente, aún se conservaba la antigua tradición que hablaba de un rey de Fornost, también llamado Norburgo, muy al norte de la Comarca. Pero no había habido rey allí desde hacía casi mil años, y las ruinas de Norburgo estaban cubiertas de hierba. Sin embargo, los Hobbits aún decían de los pueblos salvajes y las criaturas malignas (como los trolls) que no habían oído hablar del rey. Atribuían al antiguo rey todas las leyes esenciales y por lo general las aceptaban de buen grado, ya que eran Los Preceptos (como ellos decían) a la vez antiguos y justos.
Es verdad que la familia Tuk ocupaba una posición preeminente desde hacía mucho tiempo; pues el cargo de Thain había pasado de los Gamoviejo a los Tuk algunos siglos antes, y desde entonces el Tuk más prominente había llevado siempre ese título. El Thain presidía la asamblea de la Comarca y era el capitán del acantonamiento y la hobbitería en armas. Pero como la tropa y la asamblea eran convocadas sólo en casos de emergencia, que ya no ocurrían, el cargo de Thain se había convertido en algo más bien honorífico. A la familia Tuk se la respetaba especialmente, pues seguía siendo numerosa y muy rica, y en cada generación de ellos solían aparecer personajes recios, de costumbres peculiares e incluso temperamento aventurero. Estas últimas cualidades, sin embargo, eran más toleradas (en los ricos) que generalmente aprobadas. No obstante, se mantuvo la costumbre de llamar El Tuk al cabeza de la familia, y se agregaba al nombre —si era necesario— un número, como por ejemplo Isengrim II.
El único oficial verdadero en la Comarca era en esa época el Alcalde de Cavada Grande (o de la Comarca), que era elegido cada siete años en la Feria Libre de las Colinas Blancas, en Lithe, es decir, en el solsticio de verano. Como alcalde, prácticamente sólo tenía una única obligación, que consistía en presidir los banquetes en las fiestas de la Comarca, que se celebraban con frecuencia. Pero a la alcaldía se agregaban los oficios de Jefe de Correos y Primer Oficial, de modo que el alcalde ordenaba tanto el Servicio de Mensajería como la Guardia. Éstos eran los únicos servicios de la Comarca, y de los dos, los mensajeros eran los más numerosos y los más atareados. Los Hobbits no eran todos alfabetizados, ni mucho menos; pero los que lo eran escribían constantemente a todos sus amigos (y a algunos parientes escogidos) que vivían más allá de una tarde de marcha.
Oficiales era el nombre que los Hobbits daban a sus policías o al equivalente más cercano. Por supuesto, no llevaban uniforme (cosas así eran completamente desconocidas), sino una simple pluma en el sombrero, y en la práctica eran guardias campestres, más que policías, y se ocupaban más de los animales extraviados que de las gentes. En toda la Comarca sólo había doce: tres en cada Cuaderna, para Trabajos Internos. Un cuerpo bastante mayor, que variaba de acuerdo con la necesidad, estaba dedicado a «batir las fronteras» y procurar que la Gente del Exterior de cualquier clase, grandes o pequeños, no molestaran demasiado.
En la época en que empieza esta historia, los Fronteros, como se los llamaba, se habían multiplicado mucho. Había numerosos informes y quejas acerca de personas y criaturas extrañas que merodeaban fuera o dentro de los lindes: la primera señal de que todo no estaba completamente en orden, como lo había estado siempre, excepto en cuentos y leyendas de un pasado lejano. Muy pocos prestaron atención a tales indicios, y ni siquiera Bilbo tenía aún alguna noción de lo que esto presagiaba. Habían pasado sesenta años desde que emprendiera el memorable viaje, y era viejo hasta para los Hobbits, quienes con frecuencia alcanzaban los cien años, pero era evidente que todavía conservaba gran parte de la considerable fortuna que había traído de vuelta. Cuánto, o cuán poco, no lo había revelado a nadie, ni siquiera a Frodo, su «sobrino» favorito. Y todavía guardaba en secreto el anillo que había encontrado.
Tal y como se cuenta en El Hobbit, un día llegó a la puerta de Bilbo el gran Mago, Gandalf el Gris, y con él trece enanos: nada menos que Thorin Escudo de Roble, descendiente de reyes, y sus doce compañeros de exilio. Bilbo salió con ellos, sorprendiéndose a sí mismo para siempre, en una mañana de abril del año 1341 del Cómputo de la Comarca, a la búsqueda del gran tesoro: el tesoro oculto de los Reyes Enanos bajo la Montaña, debajo de Erebor en Valle, lejos al este. La búsqueda fue exitosa, y dieron muerte al Dragón que custodiaba el tesoro. Sin embargo, aunque antes del triunfo final se libró la Batalla de los Cinco Ejércitos, en la que murió Thorin y se realizaron muchas proezas, el asunto apenas habría incumbido a la historia posterior, o no habría merecido más que un comentario en los largos anales de la Tercera Edad, si no hubiera sido por un «accidente» que tuvo lugar en el viaje. El grupo fue asaltado por orcos en un alto paso de las Montañas Nubladas, en el camino hacia las Tierras Salvajes, y sucedió que Bilbo se perdió un tiempo en las profundas y negras minas subterráneas de los orcos, bajo la montaña, y allí, tanteando en vano en la oscuridad, posó la mano sobre un anillo, que se encontraba en el suelo de un túnel. Se lo guardó en el bolsillo. En ese momento el hallazgo pareció fortuito.
Tratando de encontrar la salida, Bilbo siguió descendiendo hasta las raíces de las montañas, hasta que no pudo bajar más. En el fondo de la galería había un lago frío, lejos de toda luz, y en una isla rocosa, en medio de las aguas, vivía Gollum. Era una pequeña y aborrecible criatura; impulsaba un botecito con sus pies anchos y planos, acechando con ojos pálidos y luminosos; atrapaba peces ciegos con sus dedos largos y los devoraba crudos. Se alimentaba de cualquier cosa viviente, aun orcos, si podía apresarlos y estrangularlos sin lucha. Era dueño de un tesoro secreto que había llegado a él en pasadas edades, cuando todavía vivía en la luz: un anillo de oro que hacía invisible a quien lo usaba. Era lo único que amaba, su «tesoro», y hablaba con él incluso cuando no lo llevaba consigo. Lo mantenía oculto y a salvo en un agujero de la isla, excepto cuando cazaba o espiaba a los orcos de las minas.
Quizá habría atacado a Bilbo inmediatamente, si cuando se encontraron hubiese llevado el anillo; pero no fue así, y el hobbit tenía en la mano una daga de los Elfos, que le servía de espada. Para ganar tiempo, Gollum desafió a Bilbo al Juego de los Acertijos, diciéndole que propondría un acertijo, y si Bilbo no podía resolverlo, lo mataría y se lo comería. Pero si Bilbo lo derrotaba, haría lo que él quisiera, y le mostraría la salida a través de los túneles.
Perdido sin esperanza en las tinieblas, sin poder avanzar ni retroceder, Bilbo aceptó el desafío. Se plantearon mutuamente muchos acertijos. Al final Bilbo ganó, quizá más por buena suerte (según parecía) que por inteligencia, pues mientras trataba de dar con algún otro acertijo, encontró en el bolsillo el anillo que había recogido y olvidado, y exclamó: ¿Qué tengo en el bolsillo? Gollum no pudo responder, a pesar de exigir tres oportunidades.
Las autoridades, es cierto, difieren acerca de si esta última era una simple pregunta o un verdadero acertijo, de acuerdo con las reglas estrictas del Juego; pero todos están de acuerdo en que después de aceptar y tratar de adivinar la respuesta, la promesa ataba a Gollum. Bilbo lo obligó a cumplir con su promesa, pues se le ocurrió la idea de que ese ser escurridizo podía ser falso, aunque tales promesas eran sagradas, y desde los tiempos antiguos todas las criaturas salvo las más malvadas tenían miedo de romperlas. Pero después de pasar tantos años solo en la oscuridad, el corazón de Gollum era negro, y abrigaba la traición. Se escabulló y retornó a su cercana isla en las aguas oscuras, de la que Bilbo nada sabía. Allí, pensaba, estaba el anillo. Estaba ahora hambriento y enojado; pero una vez que tuviese el «tesoro» con él, ya no temería ningún ataque.
Pero el anillo no estaba en la isla; lo había perdido, había desaparecido. El grito penetrante de Gollum estremeció a Bilbo, quien todavía no entendía lo que había pasado. Pero Gollum había encontrado por fin la respuesta al acertijo, aunque demasiado tarde. ¿Qué tiene en sus bolsillotes?, gritó. Los ojos le brillaban como una llamarada verde cuando volvió rápidamente sobre sus pasos, decidido a asesinar al hobbit y recobrar el «tesoro». Justo a tiempo, Bilbo vio el peligro y huyó ciegamente por el pasaje, alejándose del agua; y una vez más la buena suerte lo salvó. Porque mientras corría metió la mano en el bolsillo, y el anillo se le deslizó suavemente en el dedo; de modo que Gollum pasó a su lado sin verlo cuando iba a vigilar la puerta de salida para que el «ladrón» no escapase. Bilbo siguió cautelosamente a Gollum, que corría maldiciendo y hablando consigo mismo sobre su «tesoro». Por estas palabras Bilbo finalmente atisbó la verdad, y la esperanza acudió a él en las sombras; había encontrado el maravilloso anillo y con él la probabilidad de escapar de los orcos y de Gollum.
Por fin se detuvieron frente a una abertura oculta que llevaba a las puertas inferiores de las minas, en la ladera oriental de las montañas. Allí Gollum se agazapó, acechando, husmeando y escuchando. Bilbo estuvo tentado de atravesarlo con la espada, pero le dio lástima, pues aunque tenía el anillo, que era su única esperanza, no lo utilizaría como ayuda para matar a la desdichada criatura a traición. Por último, armándose de coraje, saltó por encima de Gollum en la oscuridad y huyó por el pasaje perseguido por los gritos de odio y desesperación de su enemigo: ¡Ladrón! ¡Ladrón! ¡Bolsón! ¡Lo odiaremos para siempre!
Cosa curiosa, pero ésta no es la historia que Bilbo contó al principio a sus compañeros. Les dijo que Gollum le había prometido un regalo si él, Bilbo, ganaba en el juego; pero cuando Gollum fue a la isla descubrió que el tesoro había desaparecido: se trataba de un anillo mágico que le habían regalado en un cumpleaños mucho tiempo atrás. Bilbo sospechaba que ése era el anillo que había encontrado, y como había ganado el juego, le correspondía por derecho. Pero como en aquel momento se encontraba en un apuro, no había dicho nada, y dejó que Gollum le mostrase la salida al exterior más como recompensa que como regalo. Bilbo dejó escrita esta versión en sus memorias, y parece que nunca la alteró, ni siquiera después del Concilio de Elrond. Evidentemente sigue apareciendo así en el Libro Rojo y en varias copias y resúmenes. Pero muchos ejemplares contienen la verdadera versión (como una variante), derivada sin duda de notas de Frodo o Samsagaz, pues ambos conocieron la verdad, aunque parece que no desearon cambiar nada de lo que el viejo hobbit había escrito.
Gandalf, sin embargo, dudó de la historia original de Bilbo desde el primer momento, y siguió mostrando mucho interés por saber más sobre el anillo. Al fin obtuvo la verdadera historia después de mucho preguntar a Bilbo, lo que por un tiempo enfrió las relaciones entre ellos; pero el mago parecía pensar que la verdad era importante. Aunque no se lo dijo a Bilbo, pensó que era también importante y perturbador saber que el buen hobbit no había dicho la verdad desde el principio, cosa bastante contraria a su costumbre. La idea de un «regalo», sin embargo, no era mera invención del hobbit. Se le había ocurrido a Bilbo, según confesó más tarde, por lo que alcanzó a oír a Gollum, quien en efecto denominó al anillo muchas veces «regalo de cumpleaños». También esto le pareció a Gandalf extraño y sospechoso, pero no descubrió la verdad del asunto hasta muchos años después, como se verá en el presente libro.
De las posteriores aventuras de Bilbo poco más hay que decir aquí. Con la ayuda del anillo escapó de los orcos que guardaban la puerta y se reunió con sus compañeros. Usó el anillo muchas veces mientras iba de un lado a otro, principalmente para ayudar a sus amigos, pero guardó el secreto para sí todo lo que pudo. De vuelta en su casa nunca habló de él con nadie, excepto con Gandalf y Frodo; y ningún hobbit de la Comarca supo de la existencia del anillo, o por lo menos así lo creyó él. Sólo a Frodo mostró la crónica del viaje que estaba escribiendo.
Colgó la espada, Dardo, sobre el hogar, y la maravillosa cota de malla, regalo de los Enanos, tomada del tesoro escondido del Dragón, la prestó a un museo: la Casa de los Mathoms de Cavada Grande. Pero en una gaveta en Bolsón Cerrado conservó la vieja capa y la capucha que había llevado en sus viajes. En cuanto al anillo, lo guardó siempre en un bolsillo, sujeto a una fina cadena.
Volvió a su hogar en Bolsón Cerrado el 22 de junio de su quincuagésimo segundo año (1342 CC), y nada digno de mención sucedió en la Comarca hasta que el señor Bolsón comenzó a preparar la celebración de su centésimo decimoprimer cumpleaños (1401 CC). En ese punto comienza esta Historia.
A fines de la Tercera Edad, el papel desempeñado por los Hobbits en los importantes acontecimientos que llevaron a la inclusión de la Comarca en el Reino Reunido despertó en ellos una mayor curiosidad por su propia historia, y numerosas tradiciones que hasta entonces habían sido sobre todo orales, fueron recogidas por escrito. Las más grandes familias se interesaron también en los acontecimientos del Reino en general, y muchos de sus miembros estudiaron las historias y leyendas antiguas. Al concluir el primer siglo de la Cuarta Edad había ya en la Comarca numerosas bibliotecas que contenían muchos libros de historia y archivos.
Las más importantes de esas colecciones probablemente eran las de Torres de Abajo, las de Grandes Smials y las de Casa Brandi. El presente relato del fin de la Tercera Edad fue sacado en su mayor parte del Libro Rojo de la Frontera del Oeste. Esta importantísima fuente para la historia de la Guerra del Anillo se llama así por haber sido conservada mucho tiempo en las Torres de Abajo, residencia de los Belinfantes, Guardianes de la Frontera del Oeste.3 El libro fue en un principio el diario personal de Bilbo, que llevó con él a Rivendel. Frodo lo trajo luego a la Comarca junto con muchas hojas de notas, y en los años 1420-1421 (CC) completó casi del todo la historia de la guerra. Pero anexados a esas páginas, y conservados con ellas, probablemente en una única caja roja, había tres gruesos volúmenes encuadernados en cuero rojo que Bilbo le entregó como regalo de despedida. A estos cuatro volúmenes se le sumó en la Frontera del Oeste un quinto con comentarios, genealogías y algunas otras referencias a propósito de los hobbits que formaron parte de la Comunidad.
El Libro Rojo original no se conserva, pero se hicieron muchas copias, sobre todo del primer volumen, para uso de los descendientes de los hijos del señor Samsagaz. Sin embargo, la copia más importante tiene una historia diferente. Fue conservada en Grandes Smials pero fue redactada en Gondor, sin duda a petición del biznieto de Peregrin, y completada en 1592 según el Cómputo de la Comarca (172 de la Cuarta Edad). El escriba del sur añadió la nota siguiente: «Findegil, escriba del rey, terminó esta obra en IV 172. Es copia fiel, en todos los detalles, del Libro del Thain, de Minas Tirith. Aquel libro fue copiado, por orden del rey Elessar, del Libro Rojo de los Periannath, que fue traído a él por el Thain Peregrin cuando se retiró a Gondor en IV 64».
El Libro del Thain fue así la primera copia del Libro Rojo y contenía muchas cosas que después fueron omitidas o perdidas. En Minas Tirith se le añadieron numerosas anotaciones y muchas enmiendas, sobre todo de nombres y citas en lenguas élficas, y se le agregó una versión abreviada de aquella parte de la Historia de Aragorn y de Arwen que no se refiere a la guerra. Se dice que la historia completa fue escrita por Barahir, nieto del Senescal Faramir, algún tiempo después de la muerte del rey. Pero la copia de Findegil es importante sobre todo porque sólo ella reproduce la totalidad de las «Traducciones del élfico» realizadas por Bilbo. Se ha comprobado que esos tres volúmenes son una obra de gran talento y erudición, y que entre los años 1403 y 1418 Bilbo se sirvió de todas las fuentes tanto orales como escritas de que disponía en Rivendel. Pero como Frodo apenas los usó, pues esas páginas se refieren casi exclusivamente a los Días Antiguos, no diremos más sobre ellos aquí.
Como Meriadoc y Peregrin llegaron a ser cabezas de sus grandes familias, y mantuvieron siempre sus relaciones con Rohan y Gondor, en las bibliotecas de Gamoburgo y Alforzada se encontraban muchas cosas que no aparecen en el Libro Rojo. En Casa Brandi había muchas obras que trataban de Eriador y la historia de Rohan. Algunas de ellas fueron compuestas o comenzadas por el mismo Meriadoc, aunque en la Comarca se lo recuerda sobre todo por el Herbario de la Comarca y el Cómputo de los Años en el que comparó las relaciones de los calendarios de la Comarca y de Bree con los de Rivendel, Gondor y Rohan. Meriadoc escribió también un breve tratado, Palabras y Nombres Antiguos de la Comarca, donde se interesa particularmente en descubrir el parentesco de la lengua de los Rohirrim con algunas palabras de la Comarca, como mathom, y los elementos antiguos en los nombres topográficos.
Los libros de Grandes Smials tenían menos interés para las gentes de la Comarca, aunque son más importantes para la historia más general. Ninguno de ellos fue escrito por Peregrin, pero él y sus sucesores reunieron muchos manuscritos de los escribas de Gondor, principalmente copias y resúmenes de historias y leyendas relativas a Elendil y sus herederos. Sólo aquí en la Comarca era posible encontrar abundante material para la historia de Númenor y el ascenso de Sauron. La Cuenta de los Años4 probablemente fue compuesta en Grandes Smials a partir de unos textos reunidos por Meriadoc. Aunque las fechas son a menudo conjeturales, sobre todo para la Segunda Edad, merecen alguna atención. Es probable que Meriadoc obtuviera ayuda e información de Rivendel, que visitó muchas veces. Allí, aunque Elrond había partido, sus hijos permanecieron largo tiempo junto con gente de los Altos Elfos. Se dice que Celeborn fue a vivir allí tras la marcha de Galadriel, pero no hay ninguna noticia sobre el día en que partió al fin hacia los Puertos Grises, y con él desapareció el último testigo vivo de los Días Antiguos en la Tierra Media.