FILOSOFÍA ANTIGUA

EL DIOS DE LAS HORMIGAS

Jenófanes de Colofón, considerado el fundador de la escuela de Elea, defendió un monismo filosófico que identificaba la figura de Dios con la de un ser eterno e inmutable, y ridiculizó las representaciones antropomórficas de la divinidad, según las cuales los dioses eran entendidos como seres con cualidades y defectos similares a los que tienen los humanos. «Los etíopes —escribió— hacen a sus dioses negros y de nariz chata; los tracios dicen que los suyos tienen ojos azules y cabello rojo; y si los bueyes, los leones y los caballos tuviesen manos y pudiesen labrar con ellas imágenes o estatuas de los dioses, los caballos pintarían las figuras de los dioses con aspecto de caballos, y los bueyes con aspecto de bueyes.»

Esta misma crítica aparece ingeniosamente reflejada en una fábula sufí en la que un hombre le pregunta a unas hormigas si ellas también tienen un Dios. Las hormigas le contestan que sí. El hombre les pregunta entonces si su Dios se parece a ellas y las hormigas responden que no del todo, aclarando a continuación:

—Nosotras tenemos un aguijón y él tiene dos.

LA VOZ DE LOS PERROS

Los pitagóricos creían en la transmigración de las almas. Según esta creencia, las almas de los muertos vuelven al mundo encarnadas en otros cuerpos. Jenófanes se burlaba de esta teoría contando la siguiente broma:

«Dicen que Pitágoras pasó una vez cerca de donde alguien estaba maltratando a un perro, y le ordenó dejar de hacerlo:

—No le hagas más daño. Es el alma de un amigo.

—¿Y tú cómo lo sabes? —le preguntó el maltratador.

Y Pitágoras contestó:

—Lo supe en cuanto oí su voz.»

LA MUERTE DE HERÁCLITO

Según Heráclito de Éfeso, todas las cosas tienen algo idéntico. Pero eso que todas comparten es justamente el ser diferentes. En efecto, no podemos definir una cosa si no es señalando los rasgos que la distinguen y oponen a otras. Y así, no podemos entender el día sin la noche ni la vida sin la muerte. Por lo demás, el curso del tiempo se encarga de unir los opuestos, haciendo que el día se convierta en noche y que la vida se transforme en muerte.

Heráclito dejó escrito también que «la guerra es el padre de todo y el rey de todas las cosas». Algo que él mismo debió de vivir muy íntimamente, pues parecía vivir en guerra continua con sus congéneres y hasta consigo mismo. A pesar de pertenecer a una familia de la realeza, pasó parte de su vida en los montes, apartado del contacto con otros hombres, manteniéndose exclusivamente a base de hierbas.

Jenófanes de Colofón (570-475 a.C.)

Por otra parte, es conocida la oscuridad de Heráclito a la hora de expresar sus pensamientos y tanta soledad debió de incrementar aún más las dificultades para ser comprendido por sus semejantes. A ello parece aludir también la leyenda sobre su muerte, según la cual, cuando cayó enfermo de hidropesía, acudió a los médicos para ver si le podían ayudar. Pero éstos no sólo no pudieron sanarlo sino que ni siquiera debieron de entender bien los requerimientos del enfermo, quien solicitaba que le sacaran la «humedad oprimiendo la tripa» o que hicieran «sequía de la lluvia». Como no obtuvo solución de los médicos, Heráclito, que entendía el alma como una mezcla de fuego y agua, y pensaba que «humedecerse es la muerte para el alma», decidió cubrirse de estiércol para ver si el calor del humus le absorbía las humedades. Pero en vez de curarse murió allí mismo, enterrado en el fango, por no haber conseguido hacerse entender. Ya había advertido él mismo que «el carácter de un hombre es su destino».

LA FLECHA DE ZENÓN

Como buen discípulo de Parménides, Zenón de Elea ideó varios argumentos contra la idea de movimiento. El más famoso de ellos, el de Aquiles y la tortuga, ya fue comentado en otro libro: Filosofía para bufones. Hablaremos aquí del argumento de la flecha.

Imaginemos, dice Zenón, a un arquero que dispara su flecha. Es de suponer que la flecha lanzada se alejará volando en el aire. Eso es lo que siempre nos ha dicho nuestro sentido de la vista. Pero los filósofos de la escuela de Elea confiaban más en la razón que en los sentidos. ¿Y qué es lo que nos dice la razón? Según Zenón, lo siguiente: la flecha no puede moverse donde está, pues si está allí es que no se mueve, ni tampoco donde no está, puesto que allí no está. Por tanto, la flecha no se mueve.

En cada instante de tiempo, dice Zenón, la flecha ocupará un determinado espacio, y sólo ese espacio. Pero todo lo que ocupa un espacio igual a sí mismo es porque está en reposo. Por tanto, la flecha permanece inmóvil en cada instante de su vuelo. Y si en cada instante permanece quieta, quieta ha de estar para siempre.

Este argumento sólo cobra sentido partiendo de la premisa de que el tiempo sea una sucesión de instantes. Ya Aristóteles afirmó que el sofisma surgía al dar por supuesto que el tiempo se componga de algo así como instantes o discontinuidades. Ahora bien, como ha señalado Agustín García Calvo, si estamos dispuestos a asumir de verdad la ausencia de tales discontinuidades en el tiempo, lo que se desvanece entonces es cualquier posibilidad de computarlo o de establecer en él un antes y un después.

Pero el argumento de la flecha también ha sido parodiado en alguna que otra ocasión. Se cuenta que, cuando un discípulo de Zenón acudió al médico porque se le había dislocado un hombro, éste le dijo:

—Lo siento, pero no puedo hacer nada por ti. Porque, en efecto, parece que tu hombro se ha dislocado, pero, siguiendo la lógica de tu maestro Zenón, debo decir que el hombro, o bien está en el lugar donde estaba, o bien en el lugar donde no estaba. Pero no se ha podido trasladar ni a donde estaba ni a donde no estaba. Por tanto, el hombro no está dislocado.

LA OREJA DEL TIRANO

Zenón de Elea había conspirado para derrocar al tirano Nearco de Siracusa. Pero la conjura fracasó y Zenón fue capturado y torturado para que delatara a sus compañeros de conjura. Entonces, Zenón se limitó a citar uno por uno los nombres de los políticos más allegados al tirano. Más adelante, admitió que delataría a sus compañeros, pero sólo con la condición de decir los nombres al oído de Nearco. Cuando Nearco aproximó su oreja a Zenón, éste se la arrancó de un bocado. Y es que pegar la oreja a según qué sitios puede resultar peligroso. Como es de suponer, Zenón no salió vivo de allí.

NADA EXISTE

Gorgias ha pasado a la historia como uno de los grandes sofistas. Su fama de retórico fue tal que de él se decía que era capaz de persuadir a cualquier auditorio de una idea y de su contraria. Su estilo fue admirado e imitado por muchos otros oradores. Tanto es así que Filóstrato cuenta que entre los griegos de Tesalia, «gorgianizar» se convirtió en un sinónimo de «practicar la retórica».

Como buen sofista, Gorgias desconfiaba de la existencia de cualquier tipo de verdad universal. Esa posición escéptica y relativista que afirma la inconmensurabilidad entre el pensamiento, el lenguaje y la realidad fue expresada elocuentemente por él cuando sentenció: «Nada existe; si algo existiera no podría ser conocido; y si pudiera ser conocido no podría ser comunicado».

Claro que, si esto es así, bien podríamos decir que en realidad Gorgias no existió, y que si existió no pudo acertar a comunicarnos lo que de verdad pensaba.

DIÁGORAS EL ATEO

Diágoras de Melos, llamado el Ateo, era un sofista del siglo V a.C. que se reconocía escéptico ante las posibilidades del conocimiento humano. Especialmente desconfiado se mostraba en todo lo referente a las creencias religiosas y las supersticiones, pues Diágoras pensaba que los dioses viven ajenos a los asuntos humanos. A propósito de esto se cuenta que un día visitaba Diágoras un templo donde abundaban los lienzos con escenas de náufragos salvados, cuando alguien le espetó a bocajarro:

Zenón de Elea (¿490-430 a.C.?)

—Si los dioses no se ocupan de los asuntos humanos, ¿cómo explicas tú que haya tantos hombres favorecidos por la gracia divina como los que aparecen en estos lienzos?

Y Diágoras respondió:

—Aquí aparecen los que se salvaron, pero ¿dónde están retratados todos los que se ahogaron?

CONÓCETE A TI MISMO, O NO

En el frontispicio del templo de Delfos había una inscripción que decía: «Conócete a ti mismo», una máxima que Sócrates hizo suya y que intentó llevar a la práctica. Sin embargo, no todos los pensadores han compartido el gusto por ese adagio. Los hay que prefieren dedicar su tiempo a pensar en las cosas de afuera antes que andar ensimismándose. Goethe, por ejemplo, decía que «no se puede tener verdadera estima más que a aquel que no se busca a sí mismo». Y, hace unos años, Rafael Sánchez Ferlosio se burlaba de este apotegma griego en un pecio titulado precisamente AntiSócrates, que decía: «Conócete a ti mismo; ¡sí, hombre, como si no tuviera uno otra cosa en que pensar!».

LOS ZAPATOS DE SÓCRATES

Sócrates solía pasar el día en la calle conversando con sus conciudadanos sobre los más diversos asuntos, aunque siempre con una finalidad filosófica y hasta pedagógica. A veces Sócrates les preguntaba: ¿a quién creéis que debo acudir si tengo que remendar un zapato? Al zapatero, naturalmente, le respondían. ¿Y a quién debo acudir —insistía Sócrates— si quiero poner unas herraduras? A un herrero, lógicamente, le contestaban. ¿Y si queremos remendar la nave del Estado, a quién debemos acudir? —preguntaba por fin Sócrates, poniendo así en apuros al interrogado de turno.

Pero cuando en Atenas se instauró el gobierno de los Treinta Tiranos, uno de ellos, Critias, que había sido en su juventud discípulo de Sócrates, prohibió al maestro seguir instruyendo a los jóvenes sobre este tipo de asuntos, advirtiéndole lo siguiente: «Más te valdría ocuparte de tus zapateros, ebanistas y herreros. Porque tus zapatos estarán desgastados por el tacón, con tanto uso como les das».

LA COZ DE UN ASNO

Habiéndole propinado alguien un puntapié, Sócrates aguantó la afrenta sin tomarse desquite alguno. Como algunos le instaran a emprender medidas contra el agresor, Sócrates les dijo:

—¿Cómo voy a demandarlo ante la justicia? ¿Acaso denunciaríais vosotros a un asno que os hubiera dado una coz?

LA FRUGALIDAD DE SÓCRATES

Sócrates era famoso por su frugalidad. Cuando Alcibíades, buen amigo suyo, le regaló un extenso terreno para que se construyera una casa en él, Sócrates no quiso aceptarlo por parecerle desmedido y le dijo:

—Y si necesito unos zapatos, ¿qué me darás, un cuero entero?

HOMBRE RICO, HOMBRE POBRE

Aristipo, discípulo de Sócrates, consideraba que tanto las riquezas como la pobreza limitan la libertad del hombre. Las riquezas porque nos hacen esclavos de nuestras posesiones; la pobreza porque nos impide satisfacer nuestras necesidades. De ahí que Aristipo cobrara a sus alumnos por sus lecciones. Pero esto parecía atentar contra los principios de su maestro Sócrates, quien ofrecía gratis sus enseñanzas a todo aquel que se le acercara. Aristipo, por su parte, justificaba su actitud diciendo que con el pago de sus lecciones los alumnos aprendían a gastar el dinero en cosas útiles.

Como Aristipo recaudaba una buena suma de dinero con estos menesteres, Sócrates le preguntó un día de dónde había sacado tal cantidad, y él le respondió:

—De donde tú sacaste tan poco.

DE SÓCRATES A DIONISIO

A uno que le preguntaba cómo es que, habiendo empezado en compañía de Sócrates, acabó por juntarse con el tirano Dionisio, Aristipo le dijo:

—A Sócrates acudí cuando buscaba sabiduría; a Dionisio cuando he buscado dinero.

Aristipo (435-350 a.C.)

LA PROSTITUTA EMBARAZADA

Aristipo frecuentaba el trato con prostitutas. Como una de ellas le reveló un día que estaba embarazada de él, el filósofo le dijo:

—Tan segura puedes estar tú de eso como de cuál es la espina que te pincha cuando cruzas por un campo lleno de ellas.

LA NAVE PIRATA

Se embarcó Aristipo, sin saberlo, en una nave llena de piratas y cuando se percató de ello, temiendo por su vida, arrojó el dinero por la borda, mientras murmuraba: «Mejor es que Aristipo pierda el dinero, en vez de que el dinero pierda a Aristipo».

EL PÍCARO SABIO

Cierta vez en que Aristipo pedía dinero a Dionisio, éste le recordó que no hacía mucho había oído decir de sus labios que el sabio no necesitaba nada. Aristipo insistió:

—Tú dame el dinero y luego hablaremos de eso.

Y cuando Dionisio se lo dio, el filósofo apostilló:

—¿Ves? Ahora ya no necesito nada.

AGUANTAR LA BEBIDA

A uno que presumía de beber mucho alcohol y no emborracharse, Aristipo le dijo:

—No te ufanes tanto, que eso también podría hacerlo un mulo.

LA AUSTERIDAD DE ANTÍSTENES

Antístenes, discípulo de Sócrates y fundador de la escuela cínica, hacía gala de su austeridad siempre que podía. Cuando alguien elogió ante él las virtudes del lujo, le replicó:

—Ojalá vivieran en el lujo los hijos de mis enemigos.

LA MEJOR EDUCACIÓN

Tal vez la mejor educación consista en aprender a desprenderse de todos los malos hábitos y pensamientos que la sociedad nos ha ido inculcando desde el nacimiento. Por eso decía Antístenes que la disciplina más necesaria para el hombre es la de desaprender todo el mal aprendido. Cuando un joven le preguntó qué necesitaba para recibir sus lecciones, Antístenes le dijo:

—Un librillo nuevo, un estilete nuevo y, sobre todo, una cabeza que no haya sido estropeada.

CONTRA EL CHOVINISMO ATENIENSE

Antístenes nació en Atenas, pero era hijo de extranjeros. Algunos que presumían de ser atenienses de pura cepa se lo echaban a veces en cara. Cuando en cierta ocasión alguien sacó a relucir este mismo asunto ante Sócrates, que era su amigo y maestro, éste repuso:

—¿Acaso creías que los atenienses iban a ser capaces de procrear a un hombre con tantas cualidades?

LA PONZOÑA DE LOS ENVIDIOSOS

Aunque Antístenes era merecedor de elogios por sus muchas virtudes, también fue víctima de los comentarios malévolos de algunos envidiosos. Para ellos, él tenía el mejor de los diagnósticos: «Así como el hierro es devorado por la herrumbre, los envidiosos lo son igualmente por su propia ponzoña».

EL RECUERDO Y LA SABIDURÍA

Los filósofos de la escuela de Megara sostenían que la búsqueda del conocimiento es una tarea imposible porque no se puede aprender ni lo que se sabe ni lo que no se sabe: en efecto, decían, o bien se posee el conocimiento, pero entonces no tiene sentido buscarlo, o bien no se posee, y entonces no es posible reconocerlo cuando se encuentra.

Platón, el discípulo más importante de Sócrates, estaba convencido, sin embargo, de que esta búsqueda sí es posible, pues el conocimiento no es, según él, sino el recuerdo de lo que un día supimos, pero ahora hemos olvidado.

A la pregunta de en qué momento hemos gozado de esa sabiduría, Platón respondía con su teoría de la reminiscencia. Según él, el alma es eterna, y antes de esta vida terrenal vive en el mundo donde moran las Ideas. Allí, el alma accede al verdadero conocimiento. Lo que ocurre es que luego, al unirse al cuerpo, lo olvida. Pero no es un olvido definitivo porque las cosas de este mundo (el mundo sensible) participan de las Ideas del otro mundo (el mundo inteligible) y al ver las cosas de aquí nos acordamos de las Ideas de allí. Por eso dice Platón que el conocimiento no es sino un recuerdo de lo que ya sabíamos.

Hay, por cierto, una simpática leyenda hasídica que recuerda en parte a esta teoría de Platón. Según esta leyenda, los bebés vienen al mundo sabiéndolo todo, pero, nada más nacer, un ángel se les acerca y, llevándose el dedo índice a los labios, les ordena guardar silencio.

EL SOFISTA Y LOS PERROS

Platón despreciaba a los sofistas porque se desinteresaban de la búsqueda de la verdad y sólo aspiraban a triunfar en las discusiones, haciendo todas las trampas lingüísticas que fueran precisas para salirse con la suya. En el Eutidemo, Platón caricaturizó a los sofistas en la figura de dos personajes, Dionisodoro y Eutidemo, y narra cómo el primero de ellos había deslumbrado con su falsa dialéctica a un hombre más bien necio llamado Ctesipo:

—¿Dices que tienes un perro? —le preguntó Dionisodoro a Ctesipo.

—Sí, uno corriente —contestó Ctesipo.

—¿Y tiene cachorros?

—Sí, y son idénticos a él.

—¿Entonces el perro es su padre?

—Sí —dijo Ctesipo—, yo mismo lo vi aparearse con la madre de los cachorros.

—¿Y dices que el perro es tuyo?

—Desde luego.

—Entonces es padre y es tuyo. Por tanto, él es tu padre y los cachorros son tus hermanos.

EL RELINCHO DE PLATÓN

En un acto público, Platón elogió el porte de cierto caballo que a continuación soltó un sonoro relincho. Y Antístenes, que pensaba que Platón era un engreído, le dijo:

—Con los aires que tú te das, deberías haber sido uno de esos caballos que tanto relinchan.

UN SÓCRATES ENLOQUECIDO Y OTRO ECHADO A PERDER

Platón describió una vez a Diógenes de Sínope como un «Sócrates enloquecido», pues llevaba hasta el paroxismo y la excentricidad ciertos atributos presentes en la personalidad de Sócrates, como el gusto por la austeridad y la provocación. Pero, dado que la obra de Platón ofrece una serie de conclusiones que Sócrates difícilmente habría aceptado, se ha dicho que un cínico también podría haber definido a Platón como «un Sócrates echado a perder».

EL PERRO PLATÓN

Tras su primer viaje a Siracusa, Platón fue hecho esclavo por iniciativa del tirano Dionisio. Aun así, después de algunos años, Platón viajó de nuevo a Siracusa para intentar llevar a la práctica sus teorías políticas (aunque volvió a salir escaldado). A ello aludía Diógenes de Sínope cuando, tras oír cómo Platón lo llamaba perro (un apodo que, por lo demás, Diógenes hizo suyo desde joven, pues él reivindicaba la naturalidad e impudicia con que se comportan estos animales, si los comparamos con los humanos), le replicó:

—Claro que soy un perro, pero más perros son los que vuelven con su amo después de que éste los haya maltratado.

LA VENUS DE ORO

Cuando Friné, una célebre ramera de Atenas, dedicó a los dioses en Delfos una Venus de oro, Diógenes le puso esta inscripción: «Esta obra se hizo gracias a la lascivia de los griegos».

UNA CIUDAD PEQUEÑA PARA UNAS PUERTAS MUY GRANDES

Cuando Diógenes viajó a Mindo, encontró la ciudad demasiado pequeña, pero sus puertas demasiado grandes y, en vista de ello, exclamó:

—¡Cerrad las puertas, mindios, no sea que vuestra ciudad se salga por una de ellas!

CÓMO PURIFICAR UNA HIGUERA

Un día en que Diógenes cogía higos se le acercó el guardián y le dijo que hacía poco que un hombre se había colgado precisamente de aquella higuera. Pero Diógenes, lejos de sentirse impresionado, replicó:

—No importa, yo la dejaré limpia.

CAMBIO DE HÁBITOS

Cuando alguien le echó en cara que en su juventud se hubiera dedicado a falsificar moneda, Diógenes le dijo:

—Bueno, ¿y qué? También antes me meaba encima y ya no lo hago.

NIÑOS Y CARNEROS

En un viaje a Megara observó que era costumbre allí cubrir con pieles a las ovejas para que la lana tuviese el menor contacto posible con el sol y fuese más suave. Como, por otra parte, los niños iban desnudos por la calle, Diógenes sentenció:

—Entre los megarenses, es mejor ser carnero que niño.

SUEÑOS INQUIETANTES

A los que se mostraban temerosos tras haber tenido sueños inquietantes, Diógenes les decía:

—¡Por lo que veo, no os aflige lo que hacéis despiertos, pero sí lo que imagináis dormidos!

DOS CLASES DISTINTAS DE APETITO

A veces, Diógenes se masturbaba en plena calle. Viendo lo fácil que era acallar el apetito sexual cada vez que éste se le despertaba, solía comentar:

—Ojalá bastara también con rascarse el vientre para dejar de tener hambre.

MÁS MUSAS QUE ESTUDIANTES

Un día entró Diógenes en una escuela y vio muchas estatuas de musas, pero pocos estudiantes, y le dijo al maestro:

—Sólo gracias a los dioses, que te envían a las musas, tienes tanto público.

EL ESCLAVO DE DIÓGENES

Durante algún tiempo, Diógenes tuvo un esclavo llamado Manes, que finalmente huyó. A los que le azuzaban para que saliera en busca de él, Diógenes les replicaba:

—Si Manes puede vivir sin Diógenes, ¿no va a poder vivir Diógenes sin Manes?

DONCELLAS Y PUPILAS

Viendo un día que Dídimo, quien tenía fama de adúltero, le curaba un ojo a una muchacha, Diógenes le dijo:

—Ten cuidado al curar ese ojo, no vayas a corromper la pupila.

LO MALO NO ES VIVIR

Según una leyenda popular griega, cuando el rey Midas le preguntó al sátiro Sileno qué era lo mejor para el hombre, éste le respondió: «¿Por qué me obligas a decirte lo que para ti sería preferible no oír? Lo mejor para el hombre sería no haber nacido. Y en segundo lugar, lo mejor es morir pronto».

Como alguien partidario de esa opinión le dijera un día a Diógenes que la vida era un mal, éste le replicó:

—No, vivir no es malo, lo malo es vivir mal.

SALIR DE LOS LUPANARES SIN MANCHARSE

A quienes le reprochaban que frecuentara las casas de lenocinio, Diógenes les replicaba:

—También el sol entra en los albañales sin deshonrarse por ello.

EL GALLO CON CÍTARA

Había un citarista y cantante cuyas actuaciones no gozaban precisamente del favor del público. Diógenes lo solía saludar diciéndole:

—Dios te guarde, gallo.

El cantante le preguntó un día por qué lo llamaba así, y Diógenes le contestó:

—Porque cantando haces que todos se levanten.

¿PARA QUÉ EDUCAR DOS VECES?

Como alguien le llevó a un muchacho para que se educara con él, encareciendo las virtudes y el talento del joven, Diógenes le replicó:

—¿Y entonces para qué me necesita a mí?

LIMOSNA POR PERSUASIÓN

Diógenes vivía de la mendicidad. Un día pedía limosna a un tipo de mal carácter que, haciéndose de rogar, le dijo:

—Te daré la limosna si logras convencerme para que lo haga.

Y Diógenes, que no por mendigar perdía su orgullo, le replicó:

—Si pudiera convencerte de algo, te convencería para que te ahogaras.

UNA LIMOSNA ELEVADA

Otra de las veces en que Diógenes pedía limosna, pretendía que un hombre le diera una mina, y éste le preguntó:

—¿Y por qué a los demás les pides un óbolo y a mí una mina?

Diógenes contestó:

—Porque de los demás espero recibir limosna más veces, pero sólo los dioses saben si tú me volverás a dar algo.

MALOS CONTRASTES

Viendo a un joven de hermosa apariencia decir cosas desagradables, Diógenes le amonestó así:

—¿No te da vergüenza sacar una espada herrumbrosa de una vaina de marfil?

UN ESCLAVO MÁS LIBRE QUE SU AMO

Diógenes fue vendido como esclavo a un tal Jeníades, que se lo llevó a Corinto y lo hizo preceptor de sus hijos y administrador de su casa. Cuando los amigos de Diógenes quisieron rescatarlo, éste los desanimó diciéndoles:

—Yo no soy esclavo de nadie. ¿O es que acaso los leones son esclavos de quienes los mantienen?

LOS AMIGOS DE DIONISIO

Cuando alguien le preguntó cómo trataba Dionisio de Siracusa, el tirano, a sus amigos, Diógenes le contestó:

—Como costales de harina, que cuando están llenos los cuelga y cuando están vacíos los arroja.

¿HOMBRES O MUCHACHOS?

Diógenes pensaba que la verdadera naturaleza humana estaba corrompida por los usos sociales. De ahí que, cuando le preguntaron en qué lugar de Grecia podían encontrarse hombres dignos, respondió:

—Hombres en ninguna parte, muchachos en Esparta.

BEBER EN LA TABERNA

Cuando alguien le reprochó beber en la taberna, Diógenes le dijo:

—¿Y qué tiene de malo? Lo raro sería ir a beber a la barbería y cortarme el pelo en la taberna.

NECESITAR CRIADOS PARA TODO

Viendo Diógenes que un hombre estaba siendo calzado por su criado, le dijo:

—Tú no estarás contento hasta que no te suene también las narices. Pero eso no debería ocurrir hasta después de que te corten las manos.

UN ENEMIGO DE LOS DIOSES

Un boticario llamado Lisias le preguntó un día si creía en los dioses y Diógenes le respondió:

—¿Cómo no voy a creer si te tengo a ti por un enemigo de ellos?

LOS QUE SE REÍAN DE DIÓGENES

Cuando le dijeron que había muchos que se reían de él, Diógenes replicó:

—Y tal vez ellos sean motivo de risa para los asnos, pero ni ellos van a cuidarse de los asnos ni yo de aquellos que se ríen de mí.

NO VER AL PERRO EN EL OJO PROPIO

Andaba comiendo Diógenes en el foro cuando unos que lo vieron se le acercaron llamándole «perro» a voces y repetidamente. Pero él, sin inmutarse, les preguntó:

—¿Quién es más perro hoy? ¿Yo, que estoy comiendo tranquilamente, o vosotros, que me rondáis mientras me alimento?

LAS MALAS PULGAS DEL CITARISTA

Crates, el heredero del legado cínico de Diógenes, escuchaba en un banquete el recital de cítara que daba Nicódromo, el cual no tenía precisamente su día más inspirado. Crates se burló de él comentando que tal vez su mujer le había roto los tímpanos de una paliza. Nicódromo, que no andaba de buen humor, agarró una silla y se la estampó en la cabeza. Crates entonces se pegó en la frente una tablilla donde se podía leer: «Obra inacabada de Nicódromo».

LA VERGÜENZA DE METROCLES

Metrocles era al principio un discípulo de Teofrasto que aspiraba a convertirse en un gran orador. Pero un día, mientras estaba pronunciando un discurso en clase, se le escapó una enorme y sonora ventosidad. Metrocles sintió entonces que se moría de vergüenza y se encerró en su cuarto dispuesto a dejarse morir por inanición. Cuando Crates tuvo noticia de ello, intentó persuadirle de que no lo hiciera, argumentando que las ventosidades son cosas de la naturaleza y que por lo tanto es más absurdo reprimirlas que dejarlas escapar. Como las palabras no daban resultado, Crates pasó a la acción y se tiró un sonoro cuesco, tras lo cual los dos rieron y desde entonces Metrocles se convirtió en discípulo de Crates.

LA CERDA HAMBRIENTA

Apelando a la clásica distinción, tan cara a los sofistas, entre fisis y nomos, es decir, entre leyes de la naturaleza y leyes civiles, Antifonte reivindicó los derechos naturales del hombre frente a las imposiciones legales, ensalzando la libertad individual y el igualitarismo social, pues todos tenemos las mismas necesidades básicas que satisfacer.

Antifonte fue un sofista cuya biografía está envuelta en el misterio, pero de él se cuenta que fue adivino e intérprete de sueños (convirtiéndose en una especie de precedente de Freud) y que estaba dotado de una enorme capacidad de persuasión. Anunciaba sus lecciones con la promesa de extirpar de la mente cualquier tipo de pena.

En cierta ocasión, solicitó su consulta un porquerizo alarmado porque una de sus cerdas se había comido a sus crías. Aquel porquerizo, un hombre avaro que hacía pasar hambre a sus cerdos, lo interpretó como un mal presagio y quiso saber la opinión del experto. Antifonte le dijo:

—Más bien tendrías que interpretarlo como una buena señal. Date por satisfecho con que esa cerda a la que apenas alimentabas se haya comido a sus crías en vez de a las tuyas.

LOS ATENTADOS CONTRA LA FILOSOFÍA

Para muchos historiadores de la filosofía, el más importante de los filósofos antiguos fue Aristóteles. Las relaciones de Aristóteles, que era macedonio, con los atenienses no siempre fueron fáciles. Aunque pasó casi veinte años estudiando y enseñando filosofía en Atenas, abandonó la ciudad tras la muerte de Platón, cuando la dirección de la Academia pasó a manos de Espeusipo. Unos años después fue nombrado profesor de Alejandro, hasta que éste fue declarado mayor de edad. Pero en el año 335 a.C. volvió a Atenas, donde vivió un par de años más, justo hasta la muerte de Alejandro Magno, cuando se extendió por la ciudad una ola de sentimientos antimacedónicos y él fue acusado de impiedad.

Según dijo él mismo con sarcasmo, tuvo que exiliarse para impedir que los atenienses, que unos años antes habían dado muerte a Sócrates, cometieran un segundo crimen contra la filosofía.

LOS CEREALES Y LAS LEYES

Aristóteles definió al ser humano como «animal político», porque para realizarse plenamente necesita vivir en sociedad. Por algo, decía él, estamos dotados de un lenguaje que nos permite comunicarnos con nuestros semejantes y hablar sobre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y otros asuntos parecidos.

Para gozar de una vida buena, decía Aristóteles, los hombres deben organizar su convivencia y someterse al imperio de las leyes, pues sin ellas se comportan igual o peor que los animales. Y para garantizar el respeto a las leyes, añadía Aristóteles, lo mejor es dotarse de una organización estatal, como bien parecían haber comprendido los fundadores del Estado ateniense. Claro que, si por un lado, Aristóteles les reconocía ese mérito, en sus momentos de mayor desencanto también les recriminaba su conducta, sentenciando: «Los atenienses han inventado los cereales y las leyes, pero ellos sólo utilizan los cereales».

LA LIMOSNA CUESTIONADA

Alguien le reprochó en cierta ocasión a Aristóteles haber dado una limosna a un malhechor que suplicaba ayuda. Y Aristóteles se defendió alegando:

—Yo sólo ayudé al hombre, no a sus costumbres.

LAS PERIPATÉTICAS

Aristóteles solía caminar con sus discípulos mientras les enseñaba filosofía. De ahí el nombre de peripatéticos que recibieron sus seguidores, ya que en griego, peripatein significa pasear. Lo que Aristóteles nunca pudo imaginar es que así serían después llamadas también las prostitutas, pues poca gente pasea la calle tanto como ellas.

NO EXHIBIR LA TELEOLOGÍA EN PÚBLICO

Tal vez llevado por el interés que mostró siempre hacia el estudio de los seres naturales (cuyos órganos parecen a veces haber sido desarrollados con el objetivo de cumplir una determinada función), Aristóteles privilegió una concepción teleológica (es decir, finalística) de la naturaleza que buscaba ante todo explicar los fenómenos del mundo en función de la finalidad a la que responden.

Sin embargo, a partir del siglo XIX, con el desarrollo de la teoría evolucionista, los científicos han ido arrinconando cada vez más la explicación teleológica de la naturaleza. Claro que el destierro de este finalismo no ha sido en muchas ocasiones tan contundente como se nos ha querido hacer creer, sobre todo entre los biólogos. De ahí que se haya dicho que la finalidad es como una de esas mujeres de mala reputación con la que ningún científico quiere ser visto, pero sin la que muchos de ellos no pueden vivir.

DORMIR CON UNA ESTATUA

Jenócrates, que dirigió durante veinticinco años la Academia que fundara Platón, era un hombre puritano y de apariencia grave. En cierta ocasión, una prostituta, de nombre Friné, se propuso seducirlo y pidió refugió en su casa, fingiendo que huía de unos perseguidores. Jenócrates la hospedó por compasión y esa noche tuvieron que compartir la cama, pues sólo había una en todo el hogar. En vano, Friné intentó despertar su pasión en el lecho, hasta que finalmente se dio por derrotada y abandonó la casa. Cuando le preguntaban a ella sobre lo ocurrido aquella noche, solía decir: «En aquel tálamo no encontré a un hombre sino a una estatua».

CRONOS, CRONOS, CRONOS…

Diodoro Cronos fue uno de los grandes dialécticos de la escuela megárica. A él se le atribuye la creación del llamado «argumento dominante», según el cual sólo es posible aquello que es real o lo será. Cronos era el apodo con el que vulgarmente se le conocía, igual que antes fue el apodo de su maestro Apolonio. Cronos en griego significa Tiempo. Pero, como apuntan Roger-Pol Droit y Jean-Philippe de Tonnac, el nombre en cuestión es algo ambiguo, pues, si por una parte alude al dios Cronos, al dios Tiempo devorando a sus hijos, por otra evoca la figura de un viejo loco que chochea.

El caso es que hasta los grandes dialécticos tienen de vez en cuando algún tropiezo. Así, encontrándose en la corte de Ptolomeo Sótero, Estilpón, uno de sus mejores adversarios intelectuales, lo desafió a resolver una aporía.

Cuenta la leyenda que Diodoro no supo qué responder en aquel preciso momento y que los cortesanos asistentes a la reunión, viendo que pasaban los segundos sin que Diodoro acertara con la solución, empezaron a burlarse de él, coreando con un ritmo cada vez más rápido: «Cronos, cronos, cronos…».

EL LECHONCILLO DE PIRRÓN

De Pirrón de Elis, el fundador del escepticismo, que preconizaba la suspensión de nuestro juicio sobre la realidad como forma de alcanzar la tranquilidad del espíritu, se cuenta que, durante una travesía en la que una tormenta estuvo a punto de hacer naufragar el barco, sólo él mantuvo la calma. Bueno, él y un lechoncillo que, indiferente a la borrasca, no paró de comer mientras ésta duró. Cuando Pirrón se fijó en él, parece que comentó: «Conviene que el sabio permanezca en un sosiego semejante al de ese lechoncillo».

CAZAR DISCÍPULOS EN LAS RETIRADAS

El escéptico Timón de Fliunte, que de joven ejerció el arte de la mímica, escribió un libro titulado Sátiras, donde despachaba con mordacidad a los filósofos de las escuelas rivales, demostrando que todos los sistemas filosóficos toman por evidencias lo que no son sino afirmaciones infundadas. Timón era ingenioso y agudo en las descalificaciones de sus adversarios filosóficos. Para él, todos los filósofos, menos los escépticos, eran tiphos, que en griego significa algo así como viento o bruma. En efecto, según él, todas las doctrinas filosóficas adolecen de falta de claridad y exceso de aire. Los filósofos son una especie de «fuelles humanos henchidos de arrogancia conceptual». Como buen escéptico, Timón proclama que la crítica de las distintas teorías debe conducir al silencio y a la imperturbabilidad del ánimo. En consonancia con esto, Timón prefería la soledad a la compañía. De él decía Jerónimo Peripatético que, así como los escitas también disparan flechas mientras son perseguidos, Timón cazaba a sus discípulos huyendo de ellos.

LOCUACES, HIJOS DE BORRACHOS

Zenón de Citio, fundador de la escuela estoica, valoraba mucho más el silencio que la locuacidad. A su discípulo Aristón, que hablaba sin parar, le decía:

—Seguro que en el momento de engendrarte tu padre estaba borracho.

CONTRA LOS ESTOICOS

Los filósofos estoicos preconizaban la supresión de nuestros deseos y la indiferencia hacia los bienes de este mundo como receta para lograr la tranquilidad del alma y por tanto la felicidad. En el siglo XVIII, Jonathan Swift se burlaría de esta doctrina argumentando que «el método estoico de subvenir a nuestras necesidades suprimiendo nuestros deseos, equivale a cortarse los dedos del pie para no tener más necesidad de zapatos».

CONTRA LA CONTINENCIA DE SÓCRATES

Sócrates gozaba de la amistad íntima del hermoso y perverso Alcibíades, quien sería orador, general y estadista ateniense. La relación entre ambos siempre levantó suspicacias, pero también fue motivo de encomio por la supuesta castidad con la que Sócrates se condujo, pues, según cuenta cierta tradición, no quiso sucumbir al deseo por su amigo, que le ofreció repetidamente sus favores sexuales. Bión de Borístenes, filósofo cínico famoso por sus diatribas y sus parodias, se burlaba de esta continencia de Sócrates, alegando que «si tenía necesidad de Alcibíades y se abstuvo de conseguir sus favores, no fue más que un necio, y que si no tenía tal necesidad, no se ve dónde está el mérito».

RECETA PARA EL DESASOSIEGO

Cuando le preguntaron a Bión quién era la persona que menos sosiego encontraba en la vida, él respondió:

—Aquel que más lo anhela.

Epicuro (341-270 a.C.)

EL PEOR DE LOS MALES

A quien le preguntaba cuál era el peor de los males, Bión le respondía:

—El peor mal es no saber aguantar ningún tipo de mal.

LOS CERDOS EPICÚREOS

Los filósofos de ascendencia platónica y cristiana han tendido a ver en el cerdo la imagen de aquel animal que es absolutamente incapaz de ascender dialécticamente hasta la contemplación de las Ideas, pues a causa de su naturaleza física el cerdo no puede levantar la cabeza hacia el cielo y está condenado a hozar en el estiércol. Pues bien, como la filosofía de Epicuro es de corte materialista y hedonista, y muestra un absoluto desinterés por los asuntos del más allá, sus discípulos serán conocidos ya desde la Antigüedad como «la piara de Epicuro».

SALTARSE LA MUERTE A LA TORERA

Epicuro trató de conjurar nuestro miedo a la muerte con un famoso argumento que decía que no hay que temer a la muerte, pues ningún daño puede hacernos, ya que mientras somos ella no es y cuando ella es nosotros ya no somos. ¿Para qué angustiarnos entonces con la idea de la muerte si ella misma (no su idea) es algo con lo que nunca nos topamos?

Pero el argumento, a pesar de su rotundidad, no convence a todos; es más, no convence a casi nadie, pues es difícil espantar con razonamientos el miedo a la muerte, a nuestra futura desaparición, a la consunción total de nuestro yo, de nuestra conciencia, de todo nuestro universo personal. Y es que, como decía Juan de Mairena, «eso de saltarse la muerte a la torera no es tan fácil como parece, ni aun con la ayuda de Epicuro, porque en todo salto propiamente dicho la muerte salta con nosotros. Y eso lo saben los toreros mejor que nadie».

Lucrecio (99-55 a.C.?)

DESATASCAR LOS ÁTOMOS

Poeta y filósofo notable, Lucrecio escribió en el siglo I a.C. un poema filosófico titulado De rerum natura, en el que exponía la teoría atomista de Epicuro.

Lucrecio debió de hacer suya aquella máxima de Epicuro que decía: «Si quieres ser feliz, vive oculto», pues apenas conocemos datos de su vida, lo cual no ha impedido sin embargo que el pobre Lucrecio haya pasado a la historia de la filosofía con una de las peores reputaciones conocidas. Esto hay que atribuirlo en buena medida a la animadversión que los eruditos e historiadores cristianos han sentido hacia una obra como la suya, donde se defiende sin miramientos el materialismo más implacable y se propugna la indiferencia hacia los dioses.

Según una leyenda urdida por san Jerónimo, Lucrecio habría sido hechizado al tomar un bebedizo que lo hizo enloquecer de amor hasta la muerte. Lo cual no deja de ser una ironía, pues precisamente algunos de los pasajes más famosos de su libro están dedicados a analizar lúcida y descarnadamente la pasión amorosa. Según dice aquí Lucrecio, lo mejor es no enamorarse nunca, pues es más fácil eludir un dolor que eliminarlo una vez aparecido. Pero si uno no ha podido evitarlo y ha caído preso en las redes de la pasión amorosa, lo primero que hay que saber es que el deseo siempre tiene su origen en un atascamiento de los átomos, y que por tanto el mejor remedio para liberarnos de él es acudir lo antes posible al burdel más próximo y solicitar la ayuda de una profesional del sexo para desatascarnos.