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LA CHICA GRIEGA

Los griegos llegaron en Navidad.

Las Familias no celebraban la Navidad, habría sido un síntoma de decadencia. Pero en esa época del año, casi todas las tierras indoeuropeas se tomaban unos días de vacaciones, y eran los habitantes de esos lugares los que en el pasado habían adorado como dioses a los magos de Westil, así que la mayoría de las Familias aprovechaban también ese periodo para marcharse de vacaciones.

Hacía mil años que Tamurlane había acabado con la Familia Persa de forma bastante fortuita, y la Familia Védica, por su parte, moraba en unos dominios precarios situados en las faldas del Himalaya.

Por el contrario, los griegos habían prosperado merced a la fortuna de haber contado con una sucesión ininterrumpida de Poseidones, magos marinos que garantizaban una navegación óptima para sus embarcaciones y no tanta para las de sus rivales. Los griegos habían sufrido como todos cuando Loki cerró las puertas, pero habían conservado el poder suficiente para mantenerse en primera fila.

Por lo tanto, el día en el que tres impresionantes automóviles negros atravesaron sin dificultades las protecciones mágicas que guardaban los territorios de los North, nadie tuvo dudas sobre la identidad de sus ocupantes: los griegos llegaban para llevar a cabo una de sus «inspecciones sorpresa».

A decir verdad, no fue una sorpresa para ninguno de los adultos.Thor había llegado a casa cuatro días antes que los griegos. Su cometido era mantener una red de mortales que vigilara al resto de Familias; la mayoría de ellos eran expertos informáticos que «pinchaban» las comunicaciones electrónicas de las Familias. A través de la red habían llegado noticias de que se estaba preparando una inspección a los North, y considerando que los griegos eran los más prósperos, era obvio que serían ellos los que la llevarían a cabo.

Los North tenían que mostrar una actitud humilde y cooperadora durante las inspecciones para evitar que estallara otra guerra. La última los había debilitado tanto que sus fuerzas eran más escasas que las de los védicos, pero aun así, el resto de Familias no relajaba la vigilancia sobre los North.Y los que más empeño ponían en ese cometido eran los griegos.

Ese día, Danny, que había cumplido los trece años en septiembre, se puso en fila con el resto de los primos. Había crecido lo bastante como para colocarse en segunda fila. Procuró ocupar uno de los extremos para evitar las bromas pesadas de los chicos y las burlas de las chicas. Mantuvo la cabeza baja, pero sin adoptar una actitud sumisa que pudiera interpretarse como un intento de pasar inadvertido.

Los griegos se apearon de sus coches en la entrada a la vieja mansión North. Nadie vivía allí en la actualidad, aunque en el pasado rebosaba vida. En los primeros días de ocupación del nuevo territorio, la gran casa había crecido a un ritmo caótico con nuevas habitaciones y niveles que la llevaron a ocupar toda la colina como si fuera el laberinto de Creta. Las partes más antiguas de la morada contaban con gruesos muros hechos con vigas y argamasa de manera que entre el exterior y la pared interior de yeso quedaba un hueco de casi medio metro. En esas oquedades no había más que aire, pero Danny había descubierto su existencia y las empleaba para recorrer la mansión sin que nadie lo viera ni oyera.

Fue así como descubrió lo que ocurría en la Colina Hammernip, y también desde allí había oído a Gyish quejarse amargamente sobre la debilidad de la sangre familiar. Pero desde el asunto de las efigies de las chicas, Danny había decidido no emprender más incursiones por el interior de los muros; quería estar siempre a la vista para que no pudieran acusarlo de nada o que se preguntaran dónde andaba.Y se alegró de haber adoptado esa decisión cuando averiguó que Gyish y Zog habían reclutado un grupo de chicos y chicas para que lo vigilaran. Sus primos eran cada vez más diestros creando efigies, y Danny nunca estaba seguro de cuándo lo estaban vigilando y cuándo no. Incluso decidió no abandonar los territorios de la Familia hasta que las cosas cambiasen.

A pesar de ello, ese día sabía que los griegos y el consejo de la Familia se reunirían para tratar temas de importancia y había planeado espiarlos desde su escondrijo en los muros.

En el pasado, cuando otros observadores acudieron a territorio North, Danny era demasiado joven para interesarse por las conversaciones que tenían lugar. En esta ocasión, sin embargo, sabedor de que los griegos eran los que más interés tenían en localizar un mago teleportador, un «nuevo Loki», su presencia allí bastaba para que Danny quisiera estar presente en la reunión entre las dos Familias. Si confirmaba que tenían sospechas sobre la presencia de un teleportador entre los North, Danny tendría que huir, aunque no supiera adónde ni cómo iba a mantenerse a salvo.

De todas formas, en esos instantes estaba al aire libre en un día frío de diciembre, pasando la inspección de la misma gente que había diezmado a la Familia en tiempos relativamente recientes.

Los griegos recorrieron las filas de los chicos examinándolos con detenimiento. Algunos de ellos, sobre todo las mujeres, los miraban con desprecio. Y era posible que tuvieran motivos para hacerlo; los primos North iban todos descalzos, a pesar del frío, con el pelo tan enredado que sugería que jamás habían visto un peine. Lucían un moreno intenso mezclado con mugre, y su ropa, adquirida en Wal–Mart o Goodwill por los adultos, estaba remendada y, salvo excepciones, no era de la talla de su poseedor.

En contraste, los griegos lucían sus mejores galas. Se habían arreglado como si fueran a asistir al funeral de un hombre rico y poderoso. Los hombres llevaban trajes oscuros y las mujeres vestidos negros, todo con aspecto de haber costado un dineral. Llevaban el cabello bien cortado y peinado y las uñas exhibían una manicura impecable. E iban limpios y aseados.Y para rematar el efecto, se movían con total naturalidad, como si ése fuera su aspecto habitual.Y tampoco les importaba mancharse con el barro resultante de las nevadas de hacía una semana que cubría la entrada a la mansión; si estropeaban la ropa que llevaban puesta, la cambiarían por otra sin mayores problemas.

«Podrían comprarse un pequeño planeta», afirmó Thor en una ocasión.

A pesar de ello, ni toda la fortuna griega podía comprarles un billete al único planeta al que querían ir desde hacía casi catorce siglos.

Los griegos recorrieron las filas, deteniéndose de vez en cuando delante de uno de los chicos y formulando una pregunta en el antiguo idioma de Westil, el mismo del que habían surgido todas las lenguas indoeuropeas cinco mil años atrás. Uno de los North respondía a las preguntas formuladas y los griegos seguían hacia adelante. Si no hubieran hablado en un tono tan bajo, Danny habría podido descifrar lo que decían, ya que era el único de los primos que dominaba la antigua lengua. Pero hablaban en susurros y, hasta que llegaron a su altura, no comprendió que las preguntas indagaban sobre la vocación mágica de los estudiantes ante los que se detenían.

Baba era habitualmente el encargado de responder a ese tipo de cuestiones, pero estaba fuera adquiriendo maquinaria. Danny sospechaba que no era casual que los griegos hubieran elegido ese día para hacer la visita, así podían entrevistarse con otros miembros de la Familia menos habituados a responder preguntas incómodas. Ese día, la Familia North eligió a Tía Tweng para contestar, confiada en su carácter habitualmente taciturno. Tío Poot, acostumbrado a trabajar con los más jóvenes, también contestó algunas de las preguntas.

Los niños más pequeños que formaban la fila delante de Danny no ofrecían mucho interés, todavía eran demasiado jóvenes para mostrar alguna inclinación mágica, aunque ya se hubieran iniciado en la creación de efigies. Sin embargo, la chica que estaba a la derecha de Danny era Megan, la hija de Mook y Lummy, y con quince años ya era una maga eólica muy prometedora. Los griegos se detuvieron ante ella e hicieron algunas preguntas. Danny observó que, aunque Poot la halagaba con entusiasmo, solo refirió los logros alcanzados por la muchacha cuando tenía diez años. Al responder así, no faltaba a la verdad, pero transmitía la sensación de que la Familia North estaba tan debilitada que presumía de acciones propias de una estudiante de diez ejecutadas por una de quince.

Danny reflexionó sobre la escena que acababa de presenciar. Años atrás había asistido a una discusión sobre si la Familia debía ofrecer una imagen de fortaleza para evitar que la atacaran o si, por el contrario, la imagen debía ser de debilidad para no suscitar la envidia y el resentimiento.

–No nos atacan por temor a nuestra fuerza –había declarado con vehemencia Baba–. Nos atacan porque creen que no habrá represalias.

Por contra, Gyish adoptó la postura opuesta, quizá porque fue él quien llevó a la Familia a la última guerra.

–Las Familias son cada vez más débiles y eso es algo de lo que culpan a los North. Las llamas del rencor son fuertes y duraderas, Odín; debemos ofrecer una imagen débil y así su rencor obtendrá satisfacción.

Danny dedujo, ante lo que estaba presenciando, que la postura de Gyish se había impuesto a la de Baba, o que, ante la ausencia de Odín, Gyish había amedrentado al resto de la Familia para que siguiera su estrategia de humildad.

–¿Y éste? –preguntó la mujer de corta estatura y algo pasada de peso, que parecía llevar la voz cantante entre los griegos.

Danny levantó la cabeza y clavó su mirada en la de Poot. Poot no dijo nada.

Tía Tweng fue la que respondió.

Una sola palabra.

–Drekka.

La griega sonrió con brevedad.

–¿Y qué hace aquí?

–Aún tenemos esperanzas –declaró Poot con languidez, y se dio la vuelta para marcharse. El resto del grupo lo siguió.Tweng echó una mirada de profundo desprecio a Danny antes de irse también.

«Lo que me faltaba –pensó Danny–. Un motivo más para que la Familia me quiera muerto.»

Danny vio que había una chica de unos once o doce años en el grupo de los griegos. Era la única niña y Danny se preguntó por qué la habrían traído. La chica se mantenía apartada y su gesto era de aburrimiento. Cuando pasó por su lado, la mujer que lideraba a los visitantes la cogió de la mano y se la llevó. Con toda probabilidad, era la hija de la dirigente griega. Danny se la imaginó como una cría consentida propensa a las rabietas cuando no se salía con la suya.

Una vez concluida la inspección, a los niños les ordenaron que se quitaran de en medio, y éstos lo interpretaron como que podían marcharse a jugar siempre y cuando se alejaran de la gran casa. Los gritos de alegría resonaron en cuanto salieron por la puerta del patio de la mansión.

Nadie invitó a Danny a jugar y él tampoco había esperado que lo hicieran. Se dirigió hacia la escuela como si tuviera la intención de estudiar; algo que ningún niño iba a hacer en un día como ése. Sin embargo, Danny no tardó en abandonar el edificio escolar por la puerta trasera para dirigirse a Hammernip. Desde la colina, siempre desierta, se dirigió hacia la vieja mansión.

Por la izquierda de Danny, la ladera descendía hasta desembocar en una zanja que quedaba a su derecha. La zanja se introducía por debajo del suelo del ala más nueva de la mansión. Alguien cavó esa zanja mucho antes de que se emprendiera la construcción del nuevo añadido a la mansión, cosa que había ocurrido hacía más de cien años.

Danny no intentó comprobar si alguien lo seguía, pensó que si empezaba a escudriñar a su alrededor, levantaría sospechas. Aunque lo pillaran metiéndose debajo de la casa, diría que le gustaba esconderse ahí para echar una siesta. Cierto que el pretexto era más creíble en verano, debajo de la casa la temperatura era agradable y fresca; sin embargo, a pesar de que era invierno, siempre podía alegar que allí estaba a resguardo del viento. Sonaría creíble si les contaba que era su escondrijo secreto.Y a fin de cuentas, lo era. Sólo que no era su persona lo que ocultaba ahí dentro, sino el pasadizo que le permitía introducirse desde allí al interior de los muros de la mansión.

Había descubierto el pasaje cuando tenía cinco años, edad en la que su tamaño le permitía pasar por el reducido espacio entre los muros sin demasiados problemas. Con el tiempo, había tenido que aprender a contorsionarse para poder seguir recorriendo su camino secreto.

Los representantes de las dos Familias iban a encontrarse en la biblioteca, situada en el extremo opuesto de la mansión; las reuniones se celebraban siempre allí. Con tal fin, había una gran mesa en el centro de la sala y sillas arrimadas a las paredes.

Los libros que llenaban las estanterías de la biblioteca estaban escritos en todas las lenguas indoeuropeas conocidas e incluso en la lengua del mismísimo Westil. Sus páginas desgranaban toda la historia de los North desde los tiempos antiguos en que las tribus indoeuropeas comenzaron a desgajarse. Cada tribu se llevaba a su particular Familia de dioses para que los condujera a la victoria y les asegurara el favor del cielo y de la tierra; también que las bestias y los árboles les fueran siempre propicios. Fueron tiempos en el que los poderes de las Familias eran infinitos y los indoeuropeos –hititas y persas, arios y celtas, ilirios y latinos, dorios y jonios, germanos y nórdicos y eslavos– vencieron con facilidad a los habitantes de los lugares que invadían. Sus conquistas sólo se detenían cuando los dioses se aburrían o distraían con otros asuntos y se negaban a ayudar a sus fieles a invadir nuevos territorios y subyugar o diezmar su población.

Las Familias más prósperas fueron aquellas que apoyaron a sus adoradores tanto en la guerra como en la obtención de recursos, sobre todo alimentos, aunque cuantos más territorios conquistaba una tribu, más probable era que acabara fragmentándose en tribus más pequeñas o ciudades–estado independientes. Cuando se separaban, cada tribu resultante reclamaba la atención de sus dioses favoritos. En ocasiones, una Familia se dividía y parte seguía a una tribu y la otra a la segunda tribu. Cuando esto ocurría, las Familias que se habían separado luchaban entre ellos a través de sus seguidores.

Pero lo más frecuente era que la Familia decidiera quedarse con una de las tribus separadas, así mantenían la fortaleza familiar y los miembros de la otra tribu se las tenían que apañar sin dioses que velaran por ellos.También podía darse el caso de que los dioses no se sintieran adecuadamente atendidos por sus fieles, entonces, la Familia elegía otra tribu o ciudad sobre la que velar y abandonaba a los primeros a su suerte.

Y ésa era la historia real tras todas las historias; los motivos de tantas invasiones; los porqués de los triunfos y las derrotas. ¡Y los mortales creían que Homero se había inventado todo ese asunto de los dioses! ¡Que los Eddas, Vedas y Sagas no eran más que recopilaciones de supercherías religiosas! Los mortales se habían convencido en la actualidad de que esos dioses invisibles no podían existir. Y, sin embargo, algo de razón tenían cuando uno comprobaba que las Familias westilianas de la actualidad no poseían ni un ápice del poder divino de antaño.

Danny recorrió el muro occidental de la biblioteca, el que carecía de ventanas. Originalmente sí las tenía, pero cuando se reconvirtió la sala para que sirviera de biblioteca en 1920, se sellaron todas. Aun así, los marcos seguían encastrados en los muros y Danny habría tenido que agacharse para esquivarlos si hubiese querido alcanzar el otro extremo de la habitación. Pero en realidad no necesitaba llegar hasta ahí. Años atrás había perforado con clavos la pared interior de yeso, atravesando el papel que la recubría del otro lado. Los orificios resultantes le permitían ver lo que pasaba en la biblioteca; con el tiempo y conforme fue creciendo, practicó nuevos orificios a mayor altura.

En aquel momento decidió no abrir ningún agujero y se limitó a agacharse para espiar a través de uno de los antiguos que estaba a mayor altura. No llegaba a distinguir los rostros, pero sí que podía calcular cuántos asistían a la reunión. Además, en estos casos era más importante oír que ver. Una vez identificara a los ocupantes de la biblioteca, podría reconocerlos sin demasiadas dificultades cuando hablaran.

Como no conocía a los griegos, se agachó para intentar averiguar cuántos eran. La chica no estaba con ellos, así que debía de haber siete griegos adultos: tres mujeres y cuatro hombres. Danny no se molestó en aprenderse sus nombres, sólo se quedó con que todos se apedillaban Argyros. Más tarde, quizá buscara el nombre en Google. Lo único que le interesaba del encuentro era cualquier mención que se pudiera hacer sobre su persona.

Las formalidades entre las Familias duraron bastante. A Danny le asombró oírlos hablar con ligereza sobre la última guerra. Los griegos comentaban el episodio en el que uno de los suyos quedó atrapado en territorio North y sólo contaba con un hacha para defenderse de los magos arbóreos enemigos.

–¡Sí! –exclamó Gyish–. Recuerdo que Alf sólo era un muchacho por aquel entonces y aún ignorábamos de lo que era capaz. Pero consiguió aflojar la cabeza del hacha, y cuando vuestro hombre quiso atacar, el metal salió volando.Y ahí se quedó, listo para luchar contra los árboles con un simple palo en las manos.

–Lo hicieron papilla –afirmó Zog–. Acabó incrustado en el suelo.

Danny no daba crédito a sus oídos ¡Estaban fanfarroneando delante de la Familia del muerto! ¡Y lo más sorprendente era que los griegos se reían tanto como los North!

Por su parte, las mujeres de ambos bandos se mantuvieron impasibles y en silencio.

Las anécdotas se sucedieron. Hubo también comentarios sobre la «magia» del dinero y otras frivolidades hasta que Tía Tweng se aclaró de forma ostensible la garganta.

–Bien ya habéis visto a nuestros chicos. ¿Qué pensáis?

–Que deberíais comprar más jabón.

Uno de los hombres soltó unas risitas.

–Te equivocas, Valbona. Agon me ha contado que debe de haber un mago mugriento entre ellos y ha estado practicando con sus compañeros.

Los hombres volvieron a estallar en carcajadas y las mujeres de nuevo callaron.

¿Cómo podían enemigos jurados reír juntos?

Quizá la camaradería fuera algo natural entre los guerreros cuando no estaban en guerra. O quizá la risa fuera el remedio ideal para paliar los recuerdos de las penalidades sufridas en el campo de batalla. Era probable que la risa fuera lo único que impedía que se mataran entre ellos nada más verse.

–Es la vida en el campo –se rió Tía Lummy–. Los lavamos, pero a los cinco minutos están tan sucios como antes. Se nos ocurrió que podríamos criarlos en jaulas bien acondicionadas, pero el aire libre es mucho más saludable y el ejercicio los fortalece.

–¡Ni siquiera usan zapatos en pleno invierno! –se asombró la mujer griega llamada Valbona.

–Te asombraría comprobar la resistencia que puede alcanzar la planta del pie humano.

–Estoy convencida de que pueden convertirse en pezuñas –replicó Valbona–. La ventaja de los zapatos es que te permiten ir a la moda.

Los hombres rieron de nuevo como si el comentario fuera de lo más hilarante.

–Me parece que es hora de tomar un refrigerio –comentó Tía Tweng–. Como estamos en invierno, serviremos el té caliente, pero este año hemos comprado una nevera, así que si alguien quiere una limonada o un té helado, no tiene más que decirlo.

Danny contuvo una carcajada ante el comentario, en parte por la burla implícita, y es que los North poseían neveras desde hacía mucho, y en parte por el ácido sentido del humor de Tía Tweng.

–Y pastas –añadió Tía Lummy–.Té con pastas.

–¡Qué británico! –exclamó una de las griegas.

–La verdad es que el té procede de Indonesia –dijo Tía Lummy–. Por cierto, no deja de ser curioso que llamemos «java» al café cuando lo único que produce la isla de Java es té.

–Cultivan muchas más cosas –adujo uno de los griegos–, y nosotros nos encargamos de gran parte de la exportación. No obstante, es cierto que las montañas son una gigantesca plantación de té.

«Presume de haber estado en Indonesia –pensó Danny–, pero no puede volver a Westil, que es el único lugar al que todas las Familias quieren ir.»

Oyó como se abría la puerta cuando Tía Tweng y Tía Uck salieron en busca del refrigerio que aguardaba en carros en el rellano de la escalera.

Alguien entró en la biblioteca, cuando ellas la abandonaron. Danny no tardó en reconocer a la chica griega, caminaba con lentitud mientras lo examinaba todo a su alrededor. Los griegos adultos la siguieron con la vista, pero no la reprendieron por irrumpir en plena reunión. Observaron como recorría la estancia sin perder detalle, y los North, ante la atención que le prestaban los griegos, también se fijaron en la chica.

La joven se encontraba en el otro lado de la biblioteca, cuando se dio la vuelta hacia el punto exacto desde el que espiaba Danny.

–¿Qué sucede,Yllka? –susurró uno de los griegos; una de las mujeres le chistó para que se callara.

La chica rodeó la mesa y Danny la perdió de vista, pero reapareció al cabo de unos instantes y se dirigió sin vacilar hacia la mirilla desde la que observaba Danny. La chica colocó su ojo sobre el orificio.

Danny dio un respingo, pero detrás sólo estaba el muro y se arreó un coscorrón contra él. El dolor lo hizo gemir. Fue apenas un murmullo que acalló de inmediato, pero lo habían oído, y Danny supo que acababa de firmar su sentencia de muerte.

–Nos espían –dijo Tío Mook.

–¡Apartad! –ordenó Gyish. A continuación, el atizador empleado para el fuego de la chimenea atravesó el yeso de la pared con estrépito, justo en el lugar donde se encontraba Danny.

El pánico de Danny fue in crescendo; se abalanzó en busca del pasadizo que lo conduciría al exterior, pero no lo encontró. Nunca le había ocurrido antes, pero lo único que había ante él era la sólida viga de madera que recorría esa esquina de la estancia y que iba desde los cimientos hasta encontrarse con una de las vigas del techo…

De pronto lo comprendió: no había ningún pasadizo secreto. Danny había creado una puerta sin saberlo; envuelto en la oscuridad que había bajo la casa, se había abierto paso igual que en el árbol, cuando subió con las efigies de las chicas envueltas en su camiseta. Y ahora no encontraba la puerta y estaba atrapado como una mosca en una telaraña.

¡Cras! El atizador atravesó de nuevo la pared y alguien comenzó a retirar los escombros; la luz de la biblioteca se introdujo en el hueco entre el muro exterior y la pared. No tardarían en asomarse y entonces verían a Danny ahí dentro.

Había sido la chica. Cayó en la cuenta de golpe. Ella, de alguna manera, había cerrado la puerta para que no pudiera escapar. Bien, pensó, hay algo que no puede hacer: cerrar una puerta que no existe.

Danny no sabía cómo crear a propósito una puerta, pero sí conocía la sensación de querer correr hacia un sitio y llegar allí a través de una puerta recién creada. Era algo que sucedía.Y había llegado el momento de que sucediera; era hora de correr.

Se arrojó contra la viga con un pensamiento fijo: salir de la mansión, abandonar la zona para que nadie pudiera relacionarlo con el incidente… y se dio de bruces con la viga.

«Necesito coger más impulso», pensó. Reculó con rapidez hasta el boquete recién abierto en la pared y volvió a lanzarse hacia el lugar donde siempre había creído que se encontraba su pasadizo secreto…

Tropezó de nuevo con la viga, y en esta ocasión, el impacto lo arrojó al suelo.

Pero algo había cambiado. Estaba en el exterior, y aunque se encontraba a la sombra, distinguió la luz del sol a través de las ramas de un pino. No había chocado con la viga. Al final, había conseguido abrir la puerta, y al atravesarla fue a parar contra el árbol. Comprobó que tenía sangre en la frente.

Conocía el lugar. Estaba a pocos pasos de una de las puertas secretas que le servían para salir del territorio de los North sin ser detectado. Estaba fuera del territorio. Había abierto una puerta que iba desde el hueco en la pared de la biblioteca hasta los terrenos más allá de las lindes del territorio familiar.

«Abrí una puerta justo cuando más la necesitaba –pensó, con júbilo, Danny–. Puedo ir a cualquier sitio.»

Se dijo que no era el momento de celebraciones, ni siquiera privadas. Si alguien lo pillaba más allá de los límites, y los árboles guardianes declaraban que no lo habían visto pasar, sería tan malo como si lo hubieran atrapado dentro del muro de la biblioteca. Tenía que volver como fuera al territorio de la Familia si quería evitar sospechas sobre su poder. A no ser que la chica ya lo supiera y se lo hubiera contado a los demás. Danny no tenía manera de saber cuánto sabía la chica sobre los magos teleportadores y sobre las puertas en sí. No creía que ella poseyera un gran talento mágico; quizá fuera una Localizadora. Si sus poderes fueran mayores, ya la habrían matado. Pero a los Localizadores y también a los Husmeadores, las clases más bajas de mago teleportadores, se les permitía vivir, porque si alguien abría una puerta, ellos podían localizarlo.Y si eso ocurría, entonces una de las Familias habría infringido la ley al admitir a un Caminante, o peor aún, a un Gran Mago Teleportador entre sus miembros.

La guerra estallaría de nuevo.

Las Familias tenían otro motivo para mantener con vida a un Husmeador o a un Localizador: la esperanza de que encontraran una Gran Puerta que condujese a Westil, una que Loki no hubiera advertido cuando cerró todas las puertas. En ese caso, la Familia podría viajar hasta el otro mundo y volver con sus poderes incrementados hasta el punto de que imperarían sobre todas las Familias westilianas presentes en Midgard.

Sin embargo, no había ninguna puerta a Westil en los territorios de los North. Allí sólo hallarían a Danny, un teleportador al que habría que llevar a la Colina Hammernip para impedir que se declarara una nueva guerra… Por otra parte, la Localizadora griega lo había encontrado, pero no creía que supiera quién era Danny. Aún podría salir todo bien.

–¿No estarás pensando en volver ahí dentro, verdad?

Sólo era la efigie de un adulto, así que la voz sonaba algo distorsionada, como un susurro en el bosque semejante al crepitar de las hojas, pero Danny reconoció la voz.

–¡Thor! –exclamó–. Sí, claro que voy a volver.

–Ya veo. La vida es un peso insufrible y crees que Hammernip es un buen sitio donde descansar.

–Nadie sabe que era yo el que estaba en el hueco de la pared.

–Ahora, yo lo sé –dijo Thor.

Danny no cayó en la trampa; si la efigie de Thor estaba aguardándolo, entonces es que lo sabía de antemano.

–Conocías este lugar.

Thor creó un pequeño torbellino con hojarasca y ramitas para dar a su efigie la forma de un diminuto tornado.

–Te hemos estado vigilando; hemos asistido a tus idas y venidas. En ocasiones, nos preguntábamos si eras consciente de que estabas creando puertas o si sólo pensabas que corrías muy de prisa.

–Me di cuenta el verano pasado. Fue cuando subí las patéticas efigies de Tina y Mona a la copa de un árbol. Un sitio tan elevado que nunca hubiera podido trepar hasta allí.

–No llames «patético» a algo que tú no puedes hacer –le advirtió el tornado.

–Sé que yo soy el más patético de todos, aunque tampoco es que os hayáis molestado en enseñarme nada.

–¿Y quién estaba capacitado para hacerlo? Supongo que no nos guardas rencor.

–Tus hijos me pegan. Con bastante frecuencia.

–Asquerosos abusones.

–Son tus hijos.

–Me fue asignada una esposa drekka. La acepté y ahí están los resultados. Decepcionantes.

–Pueden generar efigies.

–Sí, y también cantidades ingentes de orina, heces y quebraderos de cabeza. Aparte de eso, poco más. Pero uno hace lo que sea por la Familia. Uno no le falla a los suyos.

–Y, a pesar de eso, lo sabes todo sobre mí desde hace tiempo y no has contado nada.

–Gyish y Zog jamás te permitirían seguir con vida, Danny. Lo sabes muy bien.Y no sólo ellos, muchos miembros de la Familia los apoyarían.

–Pero tú no. Ni esos otros… ¿Quiénes son? ¿Y qué esperáis de mí?

–Eso es algo que no te puedo revelar hasta estar seguro de que no vas a volver, que te marcharás –dijo Thor–. Porque creo que eres muy capaz de volver y entregarte y, de paso, delatar a la gente que te ha estado protegiendo. Luego, estarías dispuesto a morir junto a ellos como muestra de tu lealtad hacia la Familia.

–¿Ah, sí? ¿Y dónde está tu lealtad?

–Con la Familia, como siempre. Una lealtad volcada en la búsqueda de un mago teleportador entre los nuestros para protegerlo hasta que sea lo bastante mayor para escapar de esta prisión y convertirse en un adulto.

Danny se sentó para reflexionar sobre lo que acababa de escuchar.

–Entonces, ¿nuestra adhesión al tratado es una farsa?

–Zog y Gyish se lo toman muy en serio, te lo aseguro. De hecho, nunca hemos contado con Gyish para este asunto, ni siquiera cuando era Odín. Siempre ha sido un chalado que se toma en serio los tratados. Para él es una cuestión de honor. Yo no tengo honor. No en lo que respecta a nuestros enemigos. Ni hablar. El único honor es conseguir que la Familia North resurja de las cenizas en las que nos hundió la locura de Loki. Eres el primer teleportador desde Loki que ha conseguido sobrevivir hasta tu edad.

–Ha sido una cuestión de suerte, no tenía ni idea de que contaba con esa magia.

–Cierto, pero cuando lo averiguaste, no comenzaste presumir, o a hacer preguntas, o a consultar libros sobre Loki en la biblioteca.Y antes de saberlo, tampoco presumías de lo rápido que eras corriendo; de haberlo hecho, alguien habría podido sospechar y comprobar que en realidad ibas abriendo pequeñas puertas mientras corrías. Detalles así han sido la causa de que muchos como tú hayan terminado sus días en Hammernip.

–Y a pesar de mi discreción, tú conocías mi talento.

–¿Conocerlo? Creo que sería más correcto decir que lo ansiaba. ¡Tu padre y tu madre son tan poderosos! ¿Por qué crees que querían tener descendencia juntos? Ya tenían hijos de matrimonios anteriores. Pipo y Leonora resultaron muy prometedores. ¡Son Alf y Gerd, los dos magos más poderosos de las últimas generaciones! Ganaron la última guerra para los North.

–Creía que nos habían derrotado.

–¿Derrotado? Eso fue lo que dijimos por el bien del resto de las Familias. ¡Nos rendimos! ¡Haced con nosotros lo que queráis! –El pequeño tornado comenzó a girar con mayor lentitud–. Pero jamás hubieran firmado el tratado, ni lo hubieran respetado, si no nos temieran. Ni siquiera en estos momentos se atreven a acusarnos de nada.Temen a tus padres.

–También los temo yo.

–Tienen que mantenerse en movimiento para evitar caer en una trampa. Las Familias quieren acabar con ellos. El pánico se disparó cuando supieron que tu madre estaba embarazada de Alf. Y luego nombramos Odín a Alf.Y entonces es cuando se enteran de que el ansiado hijo de Alf y Gerd es un… drekka. Se lo tragaron.

–Yo también me lo tragué –comentó Danny.

–No podías saber que los magos teleportadores no pueden crear efigies. Es algo que muy poca gente conoce. Pero piénsalo: ¿qué necesidad tienes de crear una efigie cuando puedes ir tú mismo con las alas de Mercurio al sitio que desees? Nosotros sí lo sabíamos, y hasta tu condición de drekka era un signo favorable.

–¿Quiénes sois «nosotros»?

–Somos cinco: tus padres, Mook, Lutmur y yo.

Tía Lummy y Tío Mook.Y Thor.

Y Mamá y Baba.

Danny comenzó a llorar. Fue algo inesperado hasta para él. Lloró. Ocultó el rostro entre las manos y sollozó. Con fuerza. No habría sabido explicar la causa. Sólo sabía que tenía que ver con Mamá y Baba.

–Tienes que entender que estaban obligados a guardar las distancias –explicó Thor–. ¿Qué habría pasado si te demostraban su afecto? ¿O su orgullo? ¿Qué explicación podrían dar a esos sentimientos sin levantar sospechas? Pero has de saber que están orgullosos de ti. Orgullosos de lo bien que te ha ido en los estudios. ¡Tu talento para las lenguas! Es uno de los rasgos más característicos de un teleportador. ¡No puedo creer que nadie se diera cuenta! ¡Y tu capacidad como estratega! Nos llevó meses darnos cuenta de que estabas abandonando el territorio, y aún tardamos más en localizar tus tres puertas. ¡Impresionante! Cierto que tus puertas sólo sirven para trayectos cortos, pero todavía eres muy joven. ¿Qué tienes, trece años? Sí, puedes creerme, están muy orgullosos de ti.

Danny recuperó la compostura. Se sentía avergonzado por haber llorado delante de Thor.

–¿Quieres decir que Mamá y Baba no me quieren muerto?

–No, no quiero que te equivoques, Danny. Si vuelves ahí dentro, la Familia te matará sin vacilar. Y no creo que lo hagan de inmediato, probablemente aguarden a que tus padres vuelvan a casa, pero sólo para que sean ellos los que te ejecuten. ¿Lo entiendes?

–¡No! –Danny no sabía si estaba más enfadado con Thor por decirle que sus padres estaban dispuestos a matarlo, o con sus propios padres porque sabía que era cierto.

–No te dejes llevar por la ira, nublará tu entendimiento. No tienen más remedio que actuar así, tienen que ser despiadados; la ley es para todos, tanto para los hijos de los demás como para los propios. Además, tampoco tendrían elección. Si vacilaran lo más mínimo, Zog te arrancaría los ojos a picotazos y Gyish haría que tu sangre hirviera.

–Entonces, ahora me darán caza, ¿verdad?

–Piensa, Danny, piensa. ¿Por qué crees que me pusieron al frente de la red de informadores? Yo soy quien te dará caza.

–¿Y qué es lo que se supone que voy a hacer ahí fuera? El mundo de los mortales no es un lugar seguro para los chicos de trece años, aunque no haya nadie intentando darles caza.

–Danny, Danny… Nosotros pertenecemos a ese mundo de mortales, llevamos trece siglos viviendo aquí.

–Eso no contesta a mi pregunta.

–Te apañarás.

–¿Cómo?

–Eres uno de los nuestros. Hay muchas probabilidades de que seas uno de los magos más poderosos que haya habido en la Familia. Confiamos en que lo seas y puedas abrir una puerta hacia un mundo que nunca has visto o todo esto habrá sido en balde.

Danny reflexionó unos minutos sobre lo que le acababa de decir Thor.

–Abrí una puerta hasta este lugar y jamás lo había visto.

–¡Vaya, qué impresionante! –exclamó Thor con sorna–. A ver… son tres kilómetros hasta a un sitio que puedes ver desde Hammernip. ¡Creo que mañana mismo estarás listo para llevarnos a Westil, un planeta situado en otro planeta solar!

–¡Vale! ¡No tengo ni idea de cómo funciona esto!

–Pues para empezar sería conveniente que supieras que las puertas que estás creando no están abiertas para los demás.Tienes que aprender a abrirlas y que se queden así para que otros puedan usarlos. Cuando lo consigas, serás un Gran Mago Teleportador.

–¿Has intentado usar mis puertas?

–¡¿Que si lo he intentado?! ¡Tendrías que haberme visto! Lo he intentado de todas las formas posibles: cogiendo carrerilla, dando saltos, brincando… Y siempre me quedaba en el mismo sitio.Tus puertas son reales, pero sólo te sirven a ti.

–¿Cómo las abro?

–¿Soy acaso un mago teleportador?

–En ese caso, necesitaré libros.

–Los de tu clase jamás han dejado un legado ni oral ni escrito sobre su talento. Son mentirosos, embaucadores, embusteros, eso sí.Y también sanadores, guías, intérpretes y embajadores.

–¿Sanadores?

–Vamos, Danny, reflexiona. ¿Nunca has pasado por una puerta con alguna herida y salido en perfectas condiciones?

Danny se encogió de hombros.

–Algo ocurre cuando pasas por una puerta.Te cura. El cuerpo que surge al otro lado está perfecto. Nunca ha habido teleportadores ciegos o cojos.

Danny recordó que si bien Loki nunca fue conocido por ser un sanador, Hermes y Mercurio sí lo eran.

–Márchate lo más lejos que puedas –le dijo Thor–. Habla a la gente empleando su lengua, pero no cuentes demasiado sobre ti. Deja que sean ellos los que te enseñen. Aprende a sobrevivir. Los mortales pueden ser crueles, pero no son todos iguales, y al final verás que muchos de ellos tienen buen corazón. Cuando seas capaz de mantener una puerta abierta, será hora de que vuelvas. Pero cuando lo hagas, abre una puerta que te lleve al cuarto de Lumtur y Mook.Te estarán esperando y allí serás bienvenido.

–¿Y qué ocurrirá?

–Decidiremos cómo y cuándo nos llevarás a Westil. A nosotros cinco. Cuando volvamos, tendremos el poder suficiente para protegerte de cualquiera que te quiera hacer daño.Y te aclamarán. En cuanto vean lo que has hecho, serás un héroe.

–Así que ése es el plan: me marcho para evitar que la Familia se vea obligada a matarme; me busco la vida por mi cuenta y vosotros hacéis ver que me estáis persiguiendo. Mientras procuro permanecer oculto, tengo que instruirme en la magia prohibida de la teleportación sin que vosotros mováis un dedo para ayudarme… ¿Y cuándo lo haya conseguido, tengo que volver y entregaros todo ese poder?

–¡Ah, Danny! –se rió Thor–. ¡Es un placer ver que eres uno de la Familia! Sabemos que no nos darás nada porque sí; querrás que te nombremos Odín en lugar de tu padre. No serías el primero en actuar así.Tu propio padre te cederá el poder y se inclinará ante ti. Nos pidas lo que nos pidas, valdrá la pena.

Thor no había entendido nada. Danny no tenía ningún interés en que lo nombraran Odín y menos aún en despojar del título a Baba. Pero decidió permitir que Thor creyera que ésas eran sus intenciones. Así sería más sencillo engañarlo cuando llegara el momento.

–Hacia el norte, sur, este y oeste. Haz todas las teleportaciones que puedas y cuánto más lejos, mejor. Aunque debes evitar abrir puertas sobre el agua, no vaya a ser que pierdas los nervios y te ahogues.

–Abrí una puerta cuando estaban a punto de atraparme en el interior de un muro… No perdí los nervios.

–Prometedor… No me digas adónde te diriges. No dejes pistas, así mis esfuerzos por encontrarte parecerán reales, pero no quisiera dar contigo por accidente.Y cuidado no te vaya a localizar la criaja griega esa; ten por seguro que la obligarán a rastrearte.

Danny asintió poniéndose en pie.

–¿Algo más?

–¿No te estaré aburriendo, verdad? Recuerda que la voz de Dios resonó en un torbellino –declamó Thor–. Los dioses no impresionan tanto como antaño –añadió con resignación–. Las cosas han…

Danny no se quedó para escuchar el final de la frase.Ya había oído bastante y alcanzado sus propias conclusiones.

La primera, que sus padres, Lummy, Mook y Thor habían cuidado y cuidarían de él, aunque con la salvedad de que si la fastidiaba, lo matarían con la misma rapidez que cualquier otro miembro de las Familias. Por lo tanto, daba igual que se preocuparan, porque Danny no tenía ni idea en esos momentos de cómo evitar «fastidiarla».

La segunda era que si la efigie de Thor lo había visto cruzar las puertas durante los últimos años, antes incluso de que Danny fuera consciente de que eran puertas, no existía certeza alguna de que no hubieran otros vigilándolo a través de sus efigies. Incluso podrían haber estado presentes durante toda la conversación que acababa de mantener con Thor. Los hijos de Thor, Lem y Stem, eran imbéciles, pero Danny albergaba serias dudas sobre si esa imbecilidad la habían heredado de su madre drekka.

La tercera era que Danny comenzaba a comprender cómo funcionaba el proceso de apertura de una puerta. El que lo había trasladado desde la mansión hasta su encuentro con Thor fue el primero que había abierto de manera consciente.Y sólo necesitó dos intentos para hacerlo. Tenía la certeza de que podría crear una puerta cuando le hiciera falta.Ya no tenía que estar en movimiento, ni correr ni saltar, como antes.Y decidió probarlo en ese preciso instante.

Salió bien. Pensó en el lugar al que quería ir y estaba allí, justo al lado de la valla que delimitaba la autovía I–64; frente a él transitaban a toda velocidad turismos y camiones.

Y de pronto ya estaba al otro lado de la autovía, en lo alto de la colina. Ahora tenía otra puerta a su espalda, y si lo que Thor le había contado era cierto, nadie podría usarla para seguirlo. Se preguntó para qué querría abrir puertas que otros pudieran utilizar. En ese caso podrían seguirlo allá donde él fuera y eso era algo que quería evitar a toda costa.

Otra puerta lo llevó al aparcamiento del Wal–Mart. Lo primero que necesitaba para poder pasar desapercibido en el mundo de los mortales era ropa. No los harapos que llevaba puestos, y, desde luego, zapatos. Deportivas. Como las que había visto en los anuncios de la tele y también en Internet. Las que calzaban los niños mortales. Las mismas que las tías se negaban a comprarle.

–Es mejor que vayas descalzo, Danny –le decían–. Te harás más fuerte…

«¡Qué os jodan, condenados asesinos de mierda, no pienso volver jamás!»