Benito Pérez Galdós y los Episodios nacionales
Nacido en 1843 de una familia de clase media de Las Palmas de Gran Canaria, Galdós llega a Madrid con diecinueve años para estudiar Derecho; pero la agitación que vive la capital en los años inmediatamente anteriores al derrocamiento de Isabel II harán que dedique más tiempo a tertulias y paseos observadores que a su carrera universitaria.1 En esa época presencia dos acontecimientos que, según escribe muchos años después, influyeron «considerablemente» en su «temperamento literario»: la noche de San Daniel y la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil.2
En febrero de 1865 comienza a colaborar en el periódico La Nación, donde escribe crónicas costumbristas bajo el título «Revista de la semana». En junio de 1867, el joven periodista viaja a París para ver la Exposición Universal, y en abril de 1868 repetirá la experiencia añadiendo un largo recorrido por Francia. A su regreso ha triunfado ya la Gloriosa, y Galdós presencia la entrada de Prim y Serrano en Madrid. Durante 1869, dará cuenta en el periódico Las Cortes de los debates sobre la nueva Constitución que se está elaborando.3
Todo ello contribuye a su profunda preocupación por la realidad sociopolítica española y a su convencimiento de que la historia puede ser de gran ayuda para encauzar el futuro del país, según expone en el prólogo de su primera novela, La Fontana de Oro (1870), ambientada en otra etapa constitucional: los años 1820-1823 del reinado de Fernando VII. En ese mismo año 1870 publica un interesante prólogo al libro de un amigo que, a la vista de su producción posterior, puede considerarse como su propio programa literario. Titulado «Observaciones sobre la novela contemporánea en España», es un llamamiento a convertir a la clase media en protagonista de la «moderna novela de costumbres», tal como se está haciendo en ese momento en otras partes de Europa.4
Ambas direcciones, la de novelar la vida de la clase media contemporánea y la de buscar en el pasado histórico enseñanzas para el presente y el futuro del país, se convertirán en las líneas maestras de su larga carrera literaria: la primera, en las llamadas «Novelas contemporáneas», la segunda en los Episodios nacionales.
Entre los años 1870 a 1872 en los que, tras la regencia interina del general Serrano, reina Amadeo de Saboya, Galdós colabora en el periódico progresista El Debate que apoya sin reparos al nuevo rey, y en la prestigiosa Revista de España. El primer episodio, Trafalgar, está fechado por el propio autor en enero-febrero de 1873 y debe recordarse que el 11 de febrero de este año abdicó don Amadeo, dejando al país en una delicadísima coyuntura. Durante el año 1872, Galdós había publicado, en la sección «Política interior» de la Revista de España, una serie de artículos que subrayaban la dificultad del momento y la necesidad de apoyar la monarquía constitucional si no se quería desembocar en una guerra civil.5
Los Episodios nacionales ficcionalizan la historia española desde la batalla de Trafalgar hasta bien entrada la Restauración borbónica. Son cuarenta y seis novelas, agrupadas en cinco series y escritas entre 1873 y 1912, en las que el novelista recoge los principales sucesos acaecidos en el país —la abdicación de Carlos IV, la invasión napoleónica y la guerra de la Independencia, el reinado de Fernando VII, la regencia de Mª Cristina, las guerras carlistas, los reinados de Isabel II y de Amadeo de Saboya, la primera República y la Restauración borbónica— narrados en y desde la intrahistoria, es decir, ser relato de hechos históricos, vividos cuando se producen, por ficticios personajes de a pie que los entremezclan con sus experiencias cotidianas.
Además de la concreta situación española que le tocó vivir y de la pasión de Galdós por la política cuando inicia su carrera de escritor, debe tenerse en cuenta, como origen de los Episodios, un motivo intrínsecamente literario: la novela histórica estaba de moda en toda Europa desde principios del XIX. Desde el interés arqueológico o de evasión que caracteriza a la novela histórica en el romanticismo, la temática se va acercando al presente y mostrando el pasado como iluminador de la época contemporánea; aunque todas las novelas históricas de la segunda mitad del siglo contengan en diferentes dosis elementos románticos y realistas, Galdós supo captar e incorporarse a la evolución europea del género: cambio temático —del pasado remoto al pasado reciente—, cambio intencional —de la evasión a la afirmación histórica— y cambio estilístico —del romanticismo al realismo.
El éxito de los Episodios, que reunían materiales históricos, novela de costumbres y elementos folletinescos, prueba que la magna obra galdosiana dio a conocer el pasado reciente de su propio país a un elevado número de españoles.6 Y si es cierto que los Episodios descubrieron a muchos, de un modo fácil y ameno, su propia historia, también lo es que al primero que debieron ayudar a comprender con mayor claridad cuáles eran las raíces de la situación que estaba viviendo fue al propio escritor.7
Los Episodios resultan hoy una fuente histórica, sociológica e ideológica del siglo XIX español de primer orden,8 pero no debemos olvidar que son novelas, y Galdós demuestra estar preocupado porque se tomen como tales; de ahí la presencia casi constante de marcas que atraen la atención del lector sobre el arte de narrar: las dificultades del narrador —«no sé cómo expresarlo»—, las decisiones que tiene que tomar —«me resuelvo no sólo a mencionarle sino a describirle»—, la organización de la materia narrativa —«esto merece capítulo aparte»—, la oportunidad de una determinada información —«no puedo menos que dar algunas noticias [...] porque figuran algo en los acontecimientos posteriores»—. Estas marcas, en las que pueden incluirse también las discusiones con el lector, el pastiche de estilos —neoclásico, costumbrista, romántico, folletinesco...—, las frecuentes reminiscencias literarias —picarescas, cervantinas, quevedescas...—, subrayan el control que el autor ejerce sobre lo narrado; incluso a veces el narrador parece querer destruir la ilusión histórica para subrayar el carácter creativo de estas obras, y se distancia irónicamente de los hechos de modo que la Historia dependa de él como centro de conciencia narrativa. La complejidad artística de la ‘persona’ elaborada por Galdós para redactar la primera serie de Episodios es una prueba de la calidad literaria de estas novelas.9
La primera serie: historia y novela
Entre 1873 y 1875, Galdós escribe y publica la primera serie de los Episodios nacionales, compuesta por diez novelas donde se relata el acaecer histórico de España en los últimos años del reinado de Carlos IV y durante la guerra de la Independencia. Es decir, desde que la armada franco-española es derrotada en el combate naval de Trafalgar por los ingleses (1805), hasta que el ejército anglo-español vence a Napoleón en la batalla de los Arapiles (1812).
Para explicar, y explicarse, el origen de la inestable situación política española en los años 1873-1875 en que redacta esta primera serie, el autor necesita remontarse a la guerra de la Independencia.10 Pero, puesto que el objetivo último de Galdós no es hacer un relato épico sino una novela socio-histórica, intercala entre los acontecimientos meramente bélicos, numerosos pasajes históricos o ficticios, que aluden a la vida social, cultural y cotidiana.11 De ahí que su narrador y protagonista, Gabriel, hijo de una lavandera de Cádiz, antes de participar como oficial del ejército que vencerá a Napoleón en La batalla de los Arapiles, pase, como los tradicionales héroes picarescos, por muy variadas situaciones que asoman al lector a un amplio panorama social: criado de un marino (Trafalgar), de una cómica y de una duquesa (La corte de Carlos IV); cajista de imprenta y mozo en una pañería (El 19 de marzo y el 2 de mayo), acompañante de un afrancesado, y soldado de caballería al servicio de un joven conde (Bailén); incorporado a la quinta compañía del Cuerpo de Voluntarios para proteger Madrid, y desterrado a Francia (Napoleón en Chamartín); defensor de una ciudad sitiada donde adquiere el grado de teniente y de nuevo prisionero del ejército francés (Zaragoza); oficial del ejército del Centro y receptor de la historia del superviviente de otro asedio (Gerona); militar destacado en San Fernando en los días en que se abren las primeras cortes constituyentes (Cádiz), y destinado a la quinta división del ejército mandado por el general-guerrillero (Juan Martín el Empecinado).
Tal acumulación de peripecias en un solo personaje se justifican argumentalmente con su historia amorosa. Tras un adolescente desengaño en el primer episodio, se enamora de Inés en el segundo, y sus encuentros y desencuentros, plagados de avatares folletinescos, servirán de hilo conductor hasta el final de la serie.12 Para buscar a esa novia que ha conocido en Madrid, y que, por circunstancias familiares y políticas, se le escapa por toda la geografía española, lo más adecuado es unirse al ejército que lucha contra el invasor en muy variados enclaves de la península. Es bastante verosímil13 que un golfillo gaditano participe como grumete en la batalla de Trafalgar; que ya trabajando en Madrid se enamore y, aspirando a mejorar para casarse se emplee en la Corte y observe de cerca la conspiración de Escorial; que visite a su novia los fines de semana en Aranjuez, donde contempla el motín; que, trabajando después en la misma casa madrileña en la que ella vive, se vea envuelto en el levantamiento del 2 de mayo. A partir de ese momento, la histórica aventura bélica y política en la que España vivió inmersa durante más de seis años justifica la novela del joven insurrecto que, con el doble propósito de encontrar a su amada y ayudar a su patria, participa en todo tipo de acciones contra los ocupantes del país.
Galdós selecciona para esta serie una gama de sucesos históricos que ofrezcan a su lector la compleja situación española durante esos años. Comienza con dos episodios que pueden considerarse como prolegómenos a la guerra. En Trafalgar, se relata el último de los grandes combates marítimos contra Inglaterra en el que España participa como potencia naval. Oímos ya voces, que representan el sentir de una parte de los españoles, culpando a Godoy y su tratado de alianza con Francia de aquel desastre. En el segundo, La corte de Carlos IV, la narración se traslada a la capital para observar las disensiones internas de la Corte, entre los partidarios del Rey y Godoy por un lado y los del príncipe de Asturias por otro; tales disensiones transcienden a la calle donde muchos creen que sólo el Emperador de los franceses puede acabar con esa situación insostenible. Las consecuencias de la debilidad de Carlos IV con su hijo se verán en el episodio siguiente, El 19 de marzo y el 2 de mayo, donde el motín de Aranjuez, organizado por el partido fernandino, provoca la marcha de la familia real a Bayona, el levantamiento del pueblo de Madrid, y la inmediata represión francesa, desencadenante de la guerra. En el cuarto, Bailén, que termina con la primera gran batalla entre franceses y españoles, asistimos a sus preparativos y, sobre todo, al rápido proceso en que el ejército ocupante, solo cuatro meses antes tenido por salvador, va suscitando el odio por donde pasa. En Napoleón en Chamartín, ese odio sumado al orgullo de haber derrotado en Bailén al ejército conquistador de Europa, se refleja en el ingenuo voluntarismo con que Madrid, desabastecido y sin tropas, cree poder frenar al propio Emperador, venido en ayuda de su hermano José I Bonaparte. Tal voluntarismo será aplastado no sólo en Madrid, sino también en Zaragoza y Gerona, episodios sexto y séptimo, a pesar de la heroica resistencia de estas ciudades al invasor. En ambos episodios, Galdós se cuida de no idealizar situaciones límite, y refleja las tensas y crueles relaciones humanas que se producen entre los asediados. Cádiz, octavo episodio, se ocupa de la aventura política que supuso elaborar la primera Constitución en un país dividido por la guerra y en el que hasta entonces la política había sido dirigida desde la conjunción Iglesia-Trono. En Juan Martín el Empecinado, penúltimo episodio, la resistencia popular se reorganiza a través de la guerrilla, que el autor nos hace contemplar como eficaz contra el ocupante, pero destructiva para el tejido social hispano: el individualismo y la violencia se convierten en hábitos difíciles de abandonar por los guerrilleros, tan temibles a veces para sus compatriotas como el mismo invasor. Por fin, La batalla de los Arapiles relata el difícil triunfo definitivo de un ejército que se ha ido formando a lo largo de años de guerra, y que necesita aliarse con quien pocos años antes había sido su enemigo, Inglaterra, para vencer a Napoleón.
La organización del material narrativo
A pesar de manejar tal cantidad de datos sociohistóricos, Galdós nunca olvida su propósito último: novelar la historia mostrándola como maestra del presente. De ahí que opte por la fórmula de un narrador anciano que comienza remontándose a su niñez para contar a compatriotas más jóvenes los avatares de su larga vida;14 el relato autobiográfico da credibilidad a lo narrado y, además, permite un grado de familiaridad con el receptor, tal vez cargante desde otra perspectiva, desde el cual Galdós trata de «interpretar la historia y aleccionar políticamente al lector».15 En toda la serie menudean las apelaciones, disculpas y advertencias del narrador al lector, con una camaradería que sólo se justifica porque ambos comparten el presente: en ocasiones, el narrador se dirige al lector con fórmulas conversacionales; en otras, ese presente compartido justifica que se aluda a la actualidad para explicar situaciones del pasado en las que con frecuencia puede apreciarse la distancia generacional entre el narrador y sus lectores. Por ello puede hablarles desde la voz de la experiencia; los años transcurridos entre el tiempo de la acción y el tiempo de su relato hacen posible también que el narrador justifique una parte notable de su información con fórmulas del tipo «después supe», «después he leído», y que emita no pocos juicios de valor y generalizaciones sobre lo narrado; o que autocritique su inexperiencia juvenil y valore ahora de diferente manera lo sucedido entonces. Por último, la rememoración permite incluir alusiones al presente del narrador que funcionan como anticipaciones del futuro respecto a lo narrado y son, por tanto, un modo encubierto de ejemplificar ante el lector, por medio de la relación que se establece entre diversos tiempos, la íntima conexión de los sucesos historiados con la actualidad de los años 1873-1875.16
Si, por todo lo expuesto, la elección de un yo-narrador pareció idónea al autor, también para nosotros resulta sumamente útil, pues nos permite observar la ideología del joven Galdós en los primeros 70, cuando inicia su carrera novelística. Lleno de confianza en la capacidad emprendedora de la clase media,17 y en sus posibilidades de transformar la sociedad, propone como protagonista modelo a un personaje de origen popular que, gracias a su trabajo y honradez, llegará a ser respetado oficial del ejército y emparentará por matrimonio con la aristocracia.18 Esa fe en la movilidad de una clase media liberal, sin prejuicios, capaz de lograr lo que se propone, irá resquebrajándose en el escritor a medida que pasen los años, como podremos comprobar en las siguientes series de Episodios, pero es fuerte en esta primera; comenzó a escribirla sólo tres años después de que, tras la no en vano llamada la «Revolución burguesa», se aprobase la Constitución más progresista del siglo XIX, la del 69. Salvar la esperanza que tales sucesos habían despertado en él es uno de los motivos fundamentales para que el joven periodista Pérez Galdós emprenda entonces «la más vasta construcción novelesca que registra la historia de nuestras letras».19
Porque Galdós sabe que por mucho que se documente, la lección política que a través de la historia pretende no llegará al gran público si, ante todo, no logra una auténtica «construcción novelesca». Sus prólogos a las ediciones ilustradas de 1882 y 1885 son otra lección, esta vez no de historia sino de técnica literaria, que nos muestra a un novelista plenamente consciente de lo que ha hecho:
«El agrado con que el público recibió La corte de Carlos IV sirviome como de luz o inspiración, sugiriéndome, con el plan completo de los Episodios nacionales, el enlace de las diez obritas de que se compone y la distribución graduada de los asuntos, de modo que resultase toda la unidad posible en la extremada variedad que esta clase de narraciones exige».
Por eso se preocupó no sólo de la elección del narrador,20 sino también de la estructura y unidad del conjunto de la serie, y de la de cada uno de sus Episodios, que debía poder ser leído de forma independiente. Y estas ya no son preocupaciones que se resuelvan con conocimientos históricos21 o con imaginación novelesca, sino con técnica literaria.
Parece sincera su afirmación de que fue tras el segundo episodio cuando decidió «el plan completo» de la serie. Al comienzo del primero, el narrador adelanta: «Muchas cosas voy a contar: ¡Trafalgar, Bailén, Madrid, Zaragoza, Gerona, Arapiles...!»; son hitos de la guerra de la Independencia sobre cuya selección el autor duda en las primeras ediciones y no fija definitivamente hasta la cuarta, pero se conservan unas notas suyas autógrafas sobre la preparación del tercer episodio, tomadas en el reverso de hojuelas impresas que anuncian «las diez novelas que con el título Episodios nacionales ha empezado a publicar el Sr. Pérez Galdós», cuyos títulos coinciden con la versión última; ello significa que, antes de publicar ese tercer episodio en julio de 1873, Galdós se había trazado el proyecto definitivo de la serie, aunque olvidase corregir la exclamación de Gabriel en Trafalgar hasta 1882.22
Puesto que la serie se ocupa de años cargados de acontecimientos históricos, Galdós opta por seleccionar once acontecimientos importantes,23 y dar sensación de continuidad entre ellos siguiendo en las diez novelas un esquema similar: en los primeros capítulos de cada una se nos pone en antecedentes sobre un suceso histórico central de ese episodio hasta enlazar con el anterior; en los últimos, además de comentar sus consecuencias en el panorama nacional e internacional, se anuncian de forma imprecisa los acontecimientos que se narrarán en el siguiente; en los capítulos centrales, rara vez se distrae al lector del suceso elegido con lo que, mientras tanto, está ocurriendo en otra parte de España o del mundo.
Para exponer los antecedentes, el autor suele valerse de personajes secundarios variopintos —un marinero en Trafalgar, un diplomático en La corte de Carlos IV, un pinche de cocina en El 19 de marzo y el 2 de mayo, un jubilado en Bailén y Napoleón en Chamartín, un mendigo en Zaragoza, etc.—, que tienen como característica común su charlatanería. Sus respectivos relatos serán contrastados por el protagonista con otras opiniones más sensatas que va escuchando a lo largo de cada episodio, de modo que el lector pueda informarse desde la pluralidad de voces y visiones de una misma realidad. En cuanto a las consecuencias de cada acontecimiento, los comentarios suelen correr a cargo del propio narrador, informado por lo que él acaba de presenciar, por lo oído a otros participantes del mismo suceso que se encontraban en situaciones diferentes, y por lo conocido con posterioridad entre su pasado de protagonista y su presente de narrador.
Paralelo esquema sigue la novela amorosa de Gabriel. Resumido directamente de narrador a lector o mediatizado por los diálogos del protagonista con otros, se ofrece, al principio de cada episodio, lo que ha sido de este personaje en el tiempo transcurrido desde el episodio anterior. En la parte central seguimos exclusivamente su aventura épico-amorosa, y al final, además de reflexiones sobre esta última, se nos anunciará de forma críptica su futuro.
Semejante estructura, que logra simultáneamente la unidad del conjunto y la de cada novela, se ve reforzada por el hecho de que Gabriel se reencuentre en diferentes episodios con personajes que ha conocido antes: Malespina en el primero y el cuarto, doña Flora en el primero y el octavo, el Gran Capitán en el cuarto y el quinto, Andresillo Marijuán en el cuarto y el séptimo..., además de Inés, desde el segundo siempre presente en persona o en pensamiento, y con ella su complicada familia; en el décimo y último, se multiplican ya los reencuentros, ya las noticias, de un numeroso grupo de personajes secundarios, desde Poenco conocido en el episodio anterior hasta Pepita del segundo o Juan de Dios del tercero, personajes casi olvidados por Gabriel y por el lector desde su participación a comienzos de la serie.
Mientras estos recursos evitan la confusión del lector ante tanto suceso y personaje, Galdós utiliza otros para evitar la sensación de monotonía o rigidez del esquema que se ha impuesto: en Gerona, Andresillo Marijuán es el autor del relato, aunque nos llegue a través de la voz de Gabriel, de modo que aquí variamos de visión narradora; en los restantes Episodios son abundantes los personajes que, desde Trafalgar hasta los Arapiles, informan a Gabriel de historias que completan la suya, bien oralmente, bien por cartas dirigidas al protagonista o que aquel nos reproduce; así, las fórmulas dialogada y epistolar funcionan como descanso al lector de voz y visión narrativas.
Las múltiples formas de participación de Gabriel en los hechos históricos no sólo funcionan como muestras de la complejidad de la época, sino que son también un recurso técnico para dar variedad a la vida de ese protagonista único. Y lo mismo puede observarse respecto a su historia amorosa: Rosita en Trafalgar, los amores de Agustín y Candiola en Zaragoza, Andresillo y Siseta en Gerona, Miss Fly en La batalla de los Arapiles, funcionan como descanso y variación de la historia de amor principal.
Textos teatrales de Lope de Vega, Ramón de la Cruz, o Shakespeare, versos de Moratín, y Quintana, coplas populares andaluzas, catalanas, o castizas, bandos y arengas militares, discursos políticos, citas y títulos de libros, personajes eruditos, pedantes, populares, románticos, malhablantes del castellano a causa de su origen catalán, inglés o francés..., todo ello contribuye, con la enorme variedad lingüística que implica, a evitar la monotonía de una única voz narradora.
Historia del texto de esta edición
Al final del manuscrito de cada episodio figura su fecha de terminación: en enero-febrero de 1873, Trafalgar; en abril-mayo, La corte de Carlos IV; en julio, El 19 de marzo y el 2 de mayo; en octubre-noviembre, Bailén; en enero de 1874, Napoleón en Chamartín; en marzo-abril, Zaragoza; en junio, Gerona; en septiembre-octubre, Cádiz; en diciembre, Juan Martín el Empecinado, y en febrero-marzo de 1875, La batalla de los Arapiles. Se trata pues de diez novelas redactadas con admirable rapidez, sobre todo si tenemos en cuenta la cantidad de datos históricos de todo tipo que manejó su autor; y, sin embargo, no son textos descuidados, ni siquiera escritos de un tirón, sino meticulosamente corregidos, tanto en su primera redacción manuscrita como en las posteriores ediciones aparecidas en vida de don Benito.
Los manuscritos, conservados en la Biblioteca Nacional de Madrid, son cuartillas apaisadas y numeradas, en las que pueden observarse dos tipos de correcciones, que podrían corresponder a dos momentos de la redacción. En un primer momento, simultáneo a la escritura, el autor escribe una o varias palabras o párrafos para de inmediato tacharlos, y sustituirlos o no; en un segundo momento, durante su relectura, el autor elimina, añade texto, o lo sustituye por uno nuevo, siempre breve y entre líneas. Un tercer tipo, que encontramos sólo en ciertos Episodios de esta primera serie, lo constituyen largos fragmentos que ocupaban cuartillas enteras, eliminadas y sustituidas por otras; el que estas extensas variantes supongan muchas veces cambio en la numeración de las cuartillas hace pensar a Pilar Esterán en dos versiones sucesivas, a las que denomina Alpha y Beta.24 Es posible que así fuese, pero este tercer tipo de variantes no dejan de ser variantes de un único texto y, a nuestro juicio, nada confirma que no hubiesen sido introducidas mientras se redactaban capítulos posteriores de aquel, por lo cual nosotros no establecemos distinción entre esas variantes extensas y las breves; consideramos todo lo eliminado o sustituido por Galdós en los manuscritos como versión previa a la que el autor quiso que se imprimiese y la denominamos V. Puesto que se trata de fragmentos desconocidos y en su mayor parte inéditos,25 hemos decidido reproducir en apéndice aquellos que nos han parecido más interesantes para comprender el proceso compositivo galdosiano de estas diez novelas; bien porque suponían un proyecto diferente con respecto al plan de la novela, bien una alteración del orden de lo contado, bien la inclusión o exclusión de algún motivo histórico o novelesco, bien la modificación profunda de su redacción. Cuando nos ha resultado imposible leer una o varias palabras tachadas lo indicamos con el signo [...], y cuando el autor deja una palabra o frase sin terminar pero puede deducirse su final lo indicamos con el signo [ entre lo escrito por el autor y lo supuesto por nosotros. En ocasiones el autor elimina o sustituye dos versiones alternativas, que reproducimos separadas por el signo /.
En conjunto, las variantes introducidas ya en el manuscrito fueron, sin lugar a dudas, las más importantes cualitativa y cuantitativamente. Aunque no se conservan pruebas de imprenta de esta primera serie, el cotejo entre el manuscrito (M) y la primera edición de cada episodio (A), permite observar que los textos han sido de nuevo revisados, ocasionando numerosas variantes estilísticas y algunas que afectan a la semántica textual.
Entre 1882 y 1883, se publica toda la primera serie en cinco tomos de una versión ilustrada por Lizcano, los Mélida, Ferriz y Pellicer (B). En su prólogo Al lector, Galdós muestra una especial consideración hacia esta nueva edición que para unos Episodios constituye la tercera y para otros la cuarta de las aparecidas hasta entonces:
«No habiendo sido posible verificar esta alianza preciosa en las primeras ediciones, que por varios motivos tuve siempre por provisionales, me estimulaba al trabajo la esperanza de ofrecerte, andando el tiempo, una edición como la presente, de forma hermosa y elegante, digna de tales ojos, y además completada con el TEXTO GRÁFICO que, a mi juicio, es condición casi intrínseca de los Episodios nacionales.»
El que Galdós denomine aquí a las anteriores ediciones «provisionales», junto a las numerosas variantes que presenta, hace pensar que ese sería su texto favorito;26 sin embargo, puede comprobarse que parte de esas variantes no obedecen tanto a la intención de perfeccionar el texto como a adaptarlo a su específico carácter de ilustrado:
—muy abundantes son las supresiones de palabras o líneas enteras o su sustitución por otras más cortas para lograr que encaje en una página determinada ilustración, o que coincidan fin de capítulo y fin de página, lo que a menudo va en detrimento de la expresividad del texto: sirva de ejemplo la eliminación de «Son padres sin hijo, hermanos sin hermano, maridos sin mujer» referido a los vencidos defensores de Zaragoza (Zaragoza, XXX) o la sustitución de «repuso el francmasón algo contrariado» por «repuso este» (Napoleón, X). No hemos mantenido este tipo de variantes, que si en los primeros episodios se hacen con cierto cuidado, en los últimos crean verdaderos problemas de interpretación. Así, en medio de un diálogo entre Gabriel y lord Gray, al eliminar el inicio de la intervención del segundo, quedan atribuidas al primero ideas muy poco adecuadas a su carácter, que además, a continuacion, él mismo responde (Cádiz, XXXIII).
—mucho menos frecuentes son modificaciones que obedecen al contenido de la propia ilustración, como las adiciones «El tiempo volaba precipitando las horas» (Cádiz, XXI) para permitir el dibujo de un personaje alado que mueve las agujas del reloj, o las varias referidas al castillo de Amaranta, como «a la ventana ojival de mi castillo» (Juan Martín, XII) porque tal ventana ha sido dibujada por el ilustrador. En estas Galdós se pliega a la inspiración de los ilustradores; por el contrario, existe un caso en que mientras el texto introduce una variante poco justificada, sustituir sillas por bancos y mesas por sillas en la oración «unos se sentaban en desvencijadas sillas; otros, de pie sobre las mesas, haciendo de estas tribuna» (Cádiz, XXIV), la ilustración conserva los muebles de las versiones anteriores que hemos respetado.
Respetamos también la nueva distribución del texto en capítulos, porque en A y M con frecuencia respondía al deseo de uniformarlos en cuanto al número de páginas mientras B, aunque en alguna ocasión responda a motivos gráficos, en general, logra una mejor estructuración del material narrativo.
Que su autor no terminó de considerar el texto de la ilustrada como definitivo lo confirma el que muchos años después, cuando, acuciado por problemas económicos con sus editores, Galdós decide fundar su propia editorial «Obras de Benito Pérez Galdós»,27 y reedita numerosas obras anteriores con el marchamo comercial de «esmeradamente corregida», entre ellas reaparece esta primera serie, en lo que llamaremos texto C, que no siempre sigue a la edición ilustrada. Si, como sostiene con excelentes argumentos Enrique Miralles (1993, pp. 72-74), tales correcciones «no proceden de la pluma de Galdós, sino de la de alguno de sus colaboradores más cercanos, el cual habría puesto en práctica las recomendaciones del novelista», entre tales recomendaciones deducimos la de restituir la versión de M o A cuando los editores de B habían eliminado, reducido o ampliado el texto únicamente por motivos gráficos.
Cierto es que numerosas variantes «carecen de justificación lingüística o literaria», y apuntan «a un tipo de corrector que opera más por obligación o por oficio, que por un talante recreador de los textos», y podrían considerarse mecánicas, como sustituir muchacha por joven, anteponer el adjetivo al sustantivo, preferir el pronombre enclítico, o alterar el orden de la frase; en consecuencia, no las incluimos en el texto. En estos casos hemos vuelto a las versiones autoriales. Pero el corrector llevó a cabo también una meritoria tarea al depurar el texto de erratas cometidas tanto en el manuscrito como en las primeras ediciones que sí hemos aceptado, y de las que a continuación ofrecemos algunas muestras.
En primer lugar, C restituye la pureza de AM frente a errores cometidos en B: los grandes desastres temidos por Gravina dada la incompetencia de Villeneuve (Trafalgar, VIII) figuraban en B como desaires. El carrillo izquierdo de don Mauro, más voluminoso que su compañero (La corte, III), era en B más luminoso. Los colchones que se inflaban sin peso alguno (Gerona, I), se inflamaban en B. Por un agradable cacareo de ave (Zaragoza, XXVII) descubren que Candiola lleva un pollo escondido; pero B escribe érroneamente aves, hecho impensable tras meses de asedio. La tertulia nido, echadura de políticos (Cádiz, XXV), es decir conjunto de huevos que empolla una gallina, figuraba en B como hechura. La cara que reveló al fin su enigma (Arapiles, III) revelaba en B su enemiga. Jesús Nazareno (Zaragoza, XVIII) y el histórico Carlos España (Arapiles, XXIII) figuran en B como Carlos de España y Jesús de Nazareno.
En otros casos, C vuelve a la versión original de M frente a errores de A que B conservó: al morir la felicidad no se acaba nunca (Trafalgar, XV) era en BA al modo la felicidad... Entre los los defectos de Amaranta (La corte, XVIII) se cita la venalidad y no la realidad (BA). La calle en que vivió el histórico Velarde (El 19 de marzo, XXX) es la calle Ancha y no la calle Atocha (BA). Juan de Dios dice a Gabriel si no te salvé también a ti (Bailén, II) y no si no te salvaste también tú (BA), hecho imposible porque el protagonista yacía inconsciente.
Por último C corrige errores que el propio autor cometió en el manuscrito y que se conservaron en BA: el balanceo de los barcos que Marcial imita (Trafalgar, IV) figuraba desde M como el balance. En casa de don Diego se ofrece un tentempié muy confortante (Bailén, XXI) y no un tentetieso. Mientras se negocia la capitulación, los soldados españoles se consideran seguros de no ser atacados (Bailén, XXV), y no de ser atacados. Candiola acusa a su hija de ser una boca despilfarradora (Zaragoza, XV), y no una boca despilfarrada. Además se enmiendan numerosos topónimos (Montjuich, Guadalimar, Ricla, Torredonjimeno, Bearn, Bruñola...) que desde M aparecían escritos de forma incorrecta.
En conclusión, los textos que a continuación ofrecemos no son reproducción fiel de ninguna de las ediciones publicadas en vida del autor, sino una reconstrucción que parte de B, pero acude a las versiones C, A o M cuando parecen más fieles al designio galdosiano.28
Hemos actualizado la ortografía, suprimido las abreviaturas, y evitado el uso de cifras cuando no se trata de fechas; y hemos conservado, en lo posible, la puntuación, bastante modificada de una versión a otra sin que sea fácil discernir cuándo los cambios obedecen a Galdós y cuándo a los editores.
Para terminar, quisieramos agradecer a Francisco Rico todo lo que de crítica textual nos enseñó, y a Fernando Ruiz y Ana Lago su valiosa colaboración.
DOLORES TRONCOSO Y RODRIGO VARELA
Universidad de Vigo