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Respeto y tolerancia. Intrusiones varias

La redacción de este libro me lleva a agosto de 2014. Veo un anuncio en la prensa sobre un atractivo programa de música antigua en un monasterio cercano a Barcelona. Es el pretexto para tomarme un descanso. Mi marido y yo compramos entradas y alojamiento para pasar tres días de pleno agosto en un entorno que inspira serenidad, paz y recogimiento.

El día del primer concierto llegamos casi una hora antes de su inicio, pues sabíamos que las entradas no estaban numeradas. Unas veinticinco filas de sillas se habían dispuesto en la plaza del monasterio. Como era más o menos la hora de cenar, muchas personas ocuparon con un señuelo «sus» sillas y fueron a buscar un bocadillo al bar, donde había una larga cola. Mi marido y yo habíamos cenado en horario europeo y nos quedamos esperando el inicio del concierto sentados en dos localidades de la fila doce. No tardamos en ser espectadores de una escena de ocupación, invasión, defensa y guerra abierta por tres asientos justo delante nuestro. Una de las personas que se había ido y había dejado «guardadas» las sillas con tres chaquetas, volvió y se encontró solo con dos asientos libres. Empieza la discusión con la pareja de al lado, que dice tener todo el derecho a estar en la fila once. Al final, marido y mujer acaban discutiendo: Jaime, déjalo correr y acomodémonos un poco más a la derecha. El hombre, cada vez más furioso, sube el tono de voz y acaba exhibiendo una grosería nada digna del entorno, ahuyentando a la señora de las chaquetas.

Empieza el concierto con cinco minutos de retraso. Un intenso perfume de mujer entra por mi nariz y me digo, resignada, que es imposible evitarlo. Que a mí la mayoría de los perfumes me provoquen una reacción física de rechazo no es motivo para echar a la señora del concierto ni para abandonarlo y perdérmelo. Me aguanto. Decido concentrarme en la música. Desgraciadamente, detrás hay tres señoras de mediana edad que se deshacen en elogios durante la actuación. Comentarios como: Es una auténtica gozada, Es un maestro, Este cantante es un descubrimiento, me impiden a mí sentir tanto placer como ellas. El señor de mi izquierda deja un vaso de plástico en el suelo y la cerveza que contenía se derrama sobre mi bolso. Ahora oleré a alcohol. Por supuesto, no puede faltar la llamada de un móvil cortando el silencio justo antes de los aplausos, al final de la primera parte. Finalizado ya el concierto, miro hacia el cielo confiando en ver miles de estrellas, pero, como era de esperar, la luz artificial nos persigue y nos niega este último placer del día, que quizá nos reconciliaría con el universo y nos daría un poco de paz antes de acostarnos.

En momentos como este siento que la vida transcurre en un estado de alerta permanente, procurando mantener a raya todo tipo de invasores de buena o de mala fe. Y tengo la certeza de que, para muchos, la vida consiste precisamente en aprovechar todas las oportunidades para apoderarse del entorno a base de ganar posiciones en todos los ámbitos.

Seguramente todo es cuestión de equilibrio, así que me resigno y acepto que la convivencia entre los seres humanos, aun estando en paz, es siempre un frágil equilibrio no siempre fácil de conseguir, porque todos creemos ser más tolerantes, generosos y respetuosos con el vecino que él con nosotros.

¿Cómo guiarnos en una sociedad en la que convergen distintos niveles de educación, diversidad de culturas, varias generaciones y muchas sensibilidades? ¿Cómo orientar a nuestros hijos o alumnos en las nociones de respeto, tolerancia y convivencia? ¿Cómo saber cómo actuar en cada una de las situaciones nuevas que se nos presentan cada día y para las que no hemos sido preparados? En esta compleja tarea, entender el concepto de intrusión nos puede ayudar mucho.

El comportamiento intrusivo es el de quien «entra» sin permiso en el espacio, los asuntos o las responsabilidades de otra persona.

Este concepto suele aplicarse, en el terreno de la comunicación no verbal, a la «intrusión territorial» y no puede separarse del concepto de territorialidad que, al igual que en el comportamiento de muchos animales, regula también las relaciones humanas.

El comportamiento territorial se caracteriza por la identificación con un área determinada que indica la propiedad del territorio ante los demás, que son potenciales invasores. Las relaciones humanas se organizan en torno a la territorialidad: poder, riqueza, libertad, igualdad, son ideas que están relacionadas con este concepto. La mayoría de las leyes y pautas de comportamiento social regulan las acciones en relación con el uso del espacio, ya sea público o privado, interpersonal o intergrupal.

Sin duda, el ser humano necesita el marco del territorio «propio» para sentirse libre y a la vez seguro. Libre porque dispone del espacio que considera suyo para llevar a cabo sus actividades vitales, desde las más primarias a las más sofisticadas. Seguro porque, en principio, en su espacio está a salvo de injerencias de otros individuos. Por ello tiene que llevar a cabo acciones de prevención, para que no le usurpen su espacio, y de defensa, en el caso de recibir cualquier ataque.

El término proxemia, acuñado por el antropólogo E. T. Hall, se utiliza para referirnos a la gestión del espacio personal en relación con el de los demás, es decir, al uso de las distancias que utilizamos y cómo las percibimos. Este es uno de los aspectos del comportamiento no verbal que más influyen en las relaciones interpersonales y tiene una especial incidencia en una primera impresión. Dependiendo de la distancia que mantenga el interlocutor, una persona puede sentirse amenazada, rechazada o recibida cálidamente.

La proxémica nos ayuda a entender por qué en algunas relaciones hay confianza mutua y en otras no. Explica por qué adoptamos comportamientos protectores, defensivos o invasivos respecto a los demás. Nos permite comprender por qué algunas personas nos parecen prepotentes y otras sumisas. Y mucho más.

Pero, más allá del espacio personal (esa burbuja invisible que nos sigue a todas partes y que varía según las condiciones del entorno), hay que considerar también el comportamiento respecto al espacio que consideramos propio: el territorio.

Investigadores como Lyman y Scott distinguen tres tipos de intrusión:

• Violación: uso del territorio ajeno sin permiso. Puede hacerse puntualmente y de forma agresiva.

• Invasión: intento de apoderarse del territorio ajeno; tiene una voluntad de permanencia.

• Contaminación: rastro que dejamos en un espacio ajeno después de ocuparlo temporalmente.

Los comportamientos activos (expansión del espacio propio, normalmente en detrimento del ajeno) y reactivos (prevención y defensa del territorio considerado propio) se producen en relación con tres áreas de afectación, que describo a continuación.

Intrusiones de nivel 1

Afectan directamente al cuerpo de la persona. Pueden realizarse de distintas maneras:

• Con un roce accidental, una caricia que no se desea, un castigo o una agresión física, etc.

• Al invadir el cuerpo de alguien mediante un objeto, sea un arma o un café derramado.

• Con una intrusión visual: alguien nos mira insistentemente, nos analiza de arriba abajo o hace que terceras personas se fijen en nosotros mediante su mirada.

Intrusiones de nivel 2

Afectan al entorno inmediato de la persona, el espacio que considera propio esté donde esté. También afectan al espacio de su propiedad, sea provisional o permanente, y a todas las pertenencias, incluidas las personas con las que tiene un vínculo familiar o de las que se siente responsable.

• El sujeto invasor no ocupa permanentemente la pertenencia ajena, pero deja el rastro de su presencia con sus objetos personales, residuos o cambios producidos en este entorno.

• Sentimos como una injerencia que alguien revise meticulosamente nuestra habitación, que mire excesivamente a nuestra pareja o nuestra moto.

• Cuando alguien ocupa un espacio que consideramos nuestro o una pertenencia: nuestra casa, nuestro barco, nuestra tienda de campaña.

• Alguien fuma en nuestro salón, entra olor a estiércol de los campos próximos a nuestra casa.

• Alguien toca o se acerca demasiado a nuestra pareja o a nuestros hijos.

Intrusiones de nivel 3

Las que afectan al espacio público del que nos sentimos copropietarios y con derecho a disfrute. Puede ser la escalera de la casa de vecinos, nuestro barrio o ciudad, un parque, un bosque o el mar entero. Aunque no se trate propiamente de un espacio de propiedad privada, sí nos afecta lo que los demás hagan en él, pues es un espacio común y compartido.

• Una acampada de protesta en una plaza es una invasión, aunque sea provisional. Una ocupación militar, también.

• Actividades molestas o uso inadecuado de espacios públicos, ya sea la calle, la playa o un transporte público.

• La contaminación a base de papeles, basura de todo tipo, ruido ambiental, música en un lugar en el que debería haber silencio (como el campo), olores fuertes de una industria papelera o de una granja que invade el espacio olfativo común.

Como vemos, el concepto de «intrusión» se extiende a comportamientos muy variados, porque podemos intervenir en la vida de otros de muchas formas distintas. Cuando hablamos de invasión, nos imaginamos fácilmente un despliegue de tropas de un país sobre el territorio de otro. Cuando hablamos de invasión entre personas, nos imaginamos un exceso de proximidad, un traspaso de la burbuja de espacio personal, un exceso táctil o un abuso físico. Al referirnos a introducir materiales que no son propios de un hábitat, hablamos de contaminación: en el agua, el aire o la tierra. Incluso hablamos de contaminación lumínica y acústica. Todas estas formas de expansión sobre una persona, un terreno o un medio son formas de intrusión.

Y todas ellas, en mayor o menor grado, son formas de agresión y se dan cuando el comportamiento del otro interfiere sin autorización, normalmente causando un perjuicio. El problema está en que el comportamiento intrusivo puede resultar subjetivo, pues lo que es una clara invasión para quien la sufre, no tiene ninguna importancia para quien la inflige y quizá ni siquiera ha sido consciente de sus actos. Además, no todos tenemos el mismo grado de tolerancia hacia las acciones de los demás. Puede depender de nuestra cultura, nuestras experiencias pasadas, nuestro estado de ánimo actual o el contexto en que nos encontramos. Otro factor clave sería la intencionalidad del invasor. Que haya intencionalidad o no puede ser la clave de la naturaleza de nuestra reacción.

Volvemos a la escena del concierto.

La mujer que emana un fuerte olor e impregna el aire que respiramos a tres metros a la redonda nos invadió a todos los que estábamos cerca por la vía olfativa. Impuso la fragancia que ella había elegido. Ella creía que su perfume era agradable para los demás. Era intencionado, pero no con el ánimo de molestar, sino de agradar. Pero, realmente, para mí fue una imposición molesta. Como entendí que no había mala intención en su acicalado, sufrí en silencio.

El señor que derrama de un puntapié el vaso de cerveza produce una contaminación involuntaria. Fue un accidente.

El señor que se sienta en una de las sillas «marcadas» perpetra una invasión consciente. Puede ser interpretada como la defensa de un derecho o como una extralimitación de su derecho.

La señora de detrás que comunica en voz alta sus emociones ataca mi oído conscientemente. Hay un conflicto entre su necesidad de protagonismo y mi derecho al silencio.

Si tuviéramos todos una autoconciencia más elevada, veríamos la cantidad de cosas que hacemos solo porque nos apetece, sin pensar en cómo afectan a nuestro entorno. A partir de una actitud de comprensión hacia las necesidades y los derechos de los demás, podemos mejorar mucho la calidad de las relaciones y vivir mucho más confortablemente.

Para tener más presentes las actitudes expansivas que pueden molestar a los demás, repasamos los tipos de intrusión más habituales:

A. INTRUSIÓN ESPACIAL Y PROXÉMICA

Como ya expliqué en LGG, la habilidad para gestionar el espacio personal es clave para la buena marcha de las relaciones en todos los ámbitos.

La clave del éxito está en el uso de nuestro espacio personal sin invadir el de los demás. Durante todo el día ponemos esta habilidad a prueba, ya que cada vez que compartimos espacio con alguien tenemos que hacer uso de ella.

En la calle, en un estadio de fútbol, en el trabajo o en casa, el uso que hacemos de nuestro espacio muestra cómo somos y qué intenciones tenemos. Y, claro, esto a veces entra en conflicto con la personalidad y las intenciones de los demás. Por ello tenemos que tomar conciencia de nuestra responsabilidad en la relación espacial con otras personas, que acaba siendo una relación también emocional.

Si observamos el comportamiento espacial, podemos saber si una persona es segura o insegura, sumisa o dominante, educada y cortés o egoísta y abusona. Veamos algunos ejemplos:

Comportamiento facilitador

Comportamiento invasivo

• Ocupas tu asiento sin exceder el espacio que te corresponde.

• Ocupas con los pies, codos u objetos personales los asientos adyacentes.

• Mantienes una posición que no ocupa el espacio de la persona que tienes delante.

• Estiras las piernas debajo de la mesa de reuniones o de comida.

• Mantienes tus objetos personales en tu espacio: mesa, escritorio, despacho, habitación, estantería, etc.

• Esparces tus cosas en todos los espacios de la casa o lugar de trabajo.

• Eres limpio y ordenado. No dejas rastro por donde pasas.

• Dejas rastro de tu paso: papeles en el suelo, ropa sucia en el baño compartido, papeles desechables en la fotocopiadora, vasos usados en la mesa, pañuelos de papel usados, basura en la naturaleza o en cualquier espacio público, etc.

• No tocas las pertenencias de los demás. Pides permiso si tienes que hacerlo.

• Tocas, mueves o utilizas los objetos de los demás.

• Dejas paso libre y vía desocupada, pensando en el beneficio colectivo y especialmente en las personas con movilidad reducida.

• Entorpeces el paso de otras personas con tu propio cuerpo, tus objetos, tu coche, etc.

• Cedes el paso, sostienes una puerta, cedes asiento, especialmente a personas que percibes que lo necesitan más que tú.

• Entras en primer lugar sin tener en cuenta que otros te siguen. Ocupas asientos cuando otras personas pueden necesitarlo más que tú.

B. INTRUSIÓN VISUAL

La injerencia no solo se produce «físicamente» mediante el propio cuerpo o artefactos. Hay otras formas de intrusión en el espacio de otra persona que pueden resultar, incluso, más agresivas. Una de las más importantes es la visual. Esta puede ser en dos sentidos: porque nos miran y no lo deseamos o porque nos obligan a ver algo en contra de nuestra voluntad.

Es violenta la mirada que nos desnuda, nos hace visibles ante los demás, nos analiza o nos acusa, nos viola. Todos hemos sentido esta sensación alguna vez.

Una mirada directa a los ojos puede ser una forma de retar a alguien. Una mirada observadora al cuerpo puede ser percibida como una agresión. Y una mirada a la persona que nos acompaña, especialmente si es nuestra pareja, puede interpretarse como un ataque y una declaración de guerra porque los ojos se posan en algo que consideramos de nuestra «propiedad».

No todas las miradas son conscientes, pero deberíamos tener en cuenta que, aunque sea una mirada por curiosidad, a veces molesta. Esto nos pasa cuando nos cruzamos con personas que nos sorprenden por su físico, su atuendo o su comportamiento. Las personas diferentes llaman nuestra atención y, a veces, resulta difícil controlar los ojos. Lo ideal sería mirarlas igual que a las demás, es decir, durante el mismo tiempo y con la misma intensidad con que miramos a cualquier persona.

Otra injerencia, en el sentido contrario, consiste en obligar a la gente que tienes alrededor a ver algo que puede molestarles por cuestiones morales, ideológicas o estéticas. Por ejemplo, deambular por una ciudad sin camiseta o completamente desnudo supone una intrusión para la mayoría de las personas, que consideran que no tienen por qué ver la superficie epitelial entera de una persona que por algún motivo personal no sigue las pautas habituales de comportamiento. También lo puede ser tener relaciones sexuales o comportamientos obscenos en presencia de otras personas, exhibir símbolos que ofendan, etc.

Estos ejemplos son una muestra de que el concepto de intrusión no puede separarse de la cultura o del entorno de los interlocutores. En la cultura occidental no se acepta la desnudez en público, excepto en espacios destinados para ello. Por lo tanto, casi todos estaríamos de acuerdo en que una persona desnuda en una tienda, un bar o un avión, estaría cometiendo una forma de intrusión visual. Pero hay situaciones intermedias que, además, pueden ser muy polémicas, porque se entra en la espinosa discusión sobre el límite de la libertad individual en el vestir frente al derecho de los demás de no ver determinadas partes del cuerpo: pantalones cortísimos de las chicas en verano por la calle, escotes muy abiertos, torsos desnudos de los chicos, etc.

El futuro nos dirá cómo evolucionará nuestra sociedad en estas costumbres. De momento, parece que aumentan la libertad y la diversidad, de tal forma que no es extraño ver en un mismo espacio público una mujer con chador y otra con la mínima ropa imprescindible para salir a la calle. Lo uno y lo otro ponen a prueba la tolerancia de una sociedad que está lejos de encontrar la fórmula que satisfaga a todo el mundo.

No quiero entrar en temas ideológicos. Simplemente quiero destacar que, desde el punto de vista de las relaciones personales y en el marco de nuestra cultura, hay imágenes que representan una agresión para otras personas.

C. INTRUSIÓN TÁCTIL

Estrechamente relacionado con la gestión del espacio personal está el comportamiento táctil, es decir cómo tocamos a los demás.

No hace falta tener una relación familiar o íntima para tocar a las personas. Los que vivimos en grandes ciudades estamos acostumbrados a compartir espacios muy reducidos donde el contacto físico es inevitable. Este es un contacto involuntario que también influye en nuestras relaciones. El tacto no deseado y no solicitado generalmente es aceptado con resignación, e intentamos compensar esta intrusión con mensajes que contrarresten la proximidad: no mirar a los ojos, poner el cuerpo de lado para evitar el frente a frente, no cruzar palabra alguna, etc.

En las situaciones familiares y con la pareja hay menos restricciones y, en general, cuanto más contacto físico hay, mejores son las relaciones. Hablé específicamente de esto en LGG. Pero no podemos olvidar que, a pesar del parentesco o el amor entre dos personas, el tacto es una herramienta de oportunidad. Podemos ser muy patosos y, entonces, lo que podría haber sido una caricia es recibido como un gesto molesto, desagradable y hasta humillante. Esto se ve fácilmente en las relaciones de pareja, donde debería imperar el respeto por el otro, en todo, incluido el derecho a tocar. Cuando el acercamiento físico y el tacto no son deseados, se verán como una imposición. Si hay una norma que debería ser universal, es respetar siempre, sin excepción, la voluntad del otro. Si a nuestra pareja sexual no le gusta una caricia, debemos abstenernos de hacérsela. Si a nosotros no nos gusta una práctica determinada, debemos decirlo y no ceder si nos resulta degradante, humillante, doloroso o simplemente no nos apetece.

Los hábitos en cuanto al tacto son muy personales, dependen de la cultura en la que hemos crecido, el estatus, el contexto y la personalidad. Acertar en este tipo de intercambio es complicado. Por eso debemos ser muy cautelosos y pensar que lo que para nosotros es un gesto de afecto para otra persona puede resultar una intrusión. En el trato profesional y social, no siempre somos hábiles en la gestión del contacto físico.

Ejemplos de gestos que pueden sentar mal aunque sean bienintencionados:

• A una embarazada, que le toquen la barriga.

• A los niños (y a sus padres), que alguien les toque la cabeza o la mejilla.

• Que te coloquen bien alguna prenda de vestir: corbata, cuello de la camisa, etc.

• Que te vayan dando golpes en el brazo cuando te cuentan algo.

• Que un abrazo sea demasiado largo y/o intenso.

• Que te agarren del brazo.

• Que se te cuelguen del hombro.

• Que el apretón de manos sea excesivamente largo, fuerte o blandengue.

• Que te den un golpe en la espalda que te tambalea.

• A un adolescente, que su padre o madre le den un beso delante de los amigos.

Nuestra pericia como comunicadores nos dirá si es aconsejable el tacto en cada relación y en cada situación. Para tener relaciones agradables y no provocar reacciones de desconfianza o de rechazo, hay que observar bien a las personas, cómo se expresan durante un primer encuentro y qué comportamiento táctil tienen con los demás. Nuestros intentos de acercarnos y los primeros acercamientos físicos provocarán reacciones que debemos entender como señales claras de cómo desea ser tratado. Si la persona se comporta de manera expresiva, abierta y con las manos hacia delante, e incluso te toca, besa o abraza, es señal de que está receptiva al contacto físico. En cambio, si prefiere mantener su área personal bien protegida, te lo dirá con señales de rechazo o incomodidad como estas:

• No te corresponde al gesto que tú haces.

• Se mantiene a cierta distancia.

• Cuando te acercas demasiado, aparta el tronco, cruza los brazos o se pone un poco de lado.

• Evita mirarte a los ojos.

• Contesta con monosílabos e intenta acabar la conversación.

Pocas veces alguien te dirá verbalmente que no desea que te acerques más, pero tomará sus precauciones para no sentirse invadido en encuentros futuros. Verás que para evitar la cercanía física y el tacto te saludará desde una cierta distancia y poco efusivamente, para no darte pie a traspasar su burbuja protectora.

D. INTRUSIÓN ACÚSTICA

Todavía no somos del todo conscientes del grado de contaminación acústica al que estamos sometidos, especialmente si vivimos en poblaciones grandes y densas. Las quejas más frecuentes de los ciudadanos son acerca de los ruidos producidos por el tráfico, las obras, los camiones de la basura, la música de los bares... Y, desde luego, los gritos, las risas y el volumen demasiado alto de las conversaciones. La actividad económica y los cambios sociales alteran la forma de vida de una comunidad. Un ejemplo son las ciudades turísticas o los barrios donde se concentran actividades de ocio, áreas donde el equilibrio entre el derecho a divertirse y el derecho al silencio son difícilmente conciliables.

En cambio, hay sonidos que forman parte del hábitat o de una cultura determinada y son aceptados por quien ha vivido con ellos durante toda su vida, porque son parte del escenario. Los sonidos de la naturaleza, animales incluidos, no son considerados contaminación acústica. Las campanadas de la iglesia de un pueblo que han regulado el tiempo y han comunicado noticias a los habitantes del lugar durante siglos están integradas en la vida de los habitantes y no solo no molestan, sino que son necesarias. El conflicto aparece cuando personas que deciden comprar una segunda residencia en uno de estos lugares obligan al párroco a silenciar las campanas porque no les dejan dormir. Es lo mismo que pedir a la Guardia Civil que mate a los gallos que cantan al amanecer porque despiertan. Estos son ejemplos de lo difícil que resulta encontrar el equilibrio y la justa tolerancia entre dos puntos de vista: el de una comunidad con sus costumbres y sonidos y el de las personas que se incorporan a ella y tienen otros hábitos y necesidades.

Como cada uno tiende a hacer lo que le gusta y a actuar según sus propias costumbres, a veces no nos damos cuenta de cómo llegamos a invadir el espacio de los demás, en este caso, el espacio auditivo. Te pondré ejemplos de situaciones que pueden significar una intrusión para otra persona, que tiene derecho a disfrutar del silencio:

• Poner tu música en un espacio público obligando a los demás a escucharla.

• Cuando vas en tu coche, imponer a los demás viajeros la música que a ti te apetece.

• Circular con el audio del coche a tal volumen que se enteran los transeúntes.

• Hablar en voz alta en transportes públicos, donde la gente descansa, lee o escucha su propia música.

• Griterío en la calle cuando la gente duerme.

• Cuchichear en el transcurso de un concierto, ceremonia o celebración religiosa.

• Alboroto en un espacio de trabajo o de descanso.

• Hablar en una biblioteca.

• Mantener animadas conversaciones en la sala de espera de una consulta médica, en la habitación de un enfermo, etc.

• Hacer ruidos al comer: con los cubiertos, al masticar, al sorber, etcétera.

• Producir sonidos aparentemente insignificantes, pero que pueden molestar mucho: mascar chicle, chasquear la lengua, carraspear repetidamente, sonarte, etc.

• Emitir sonidos que culturalmente no sean aceptados: eructar, tirarse pedos, etc.

• Reír de forma estruendosa en un espacio público (no durante un espectáculo).

• Dejar que suene tu móvil en una reunión, en una ceremonia o en un vagón de tren «silencioso».

• Gritar, chillar (a no ser que sea un caso de emergencia, claro).

Esta lista es solo una muestra de formas de intrusión acústica. Además de todos estos comportamientos, hay otro nivel de ruido que no favorece el confort. Es menos evidente, pero nos acaba afectando. Son los pequeños ruidos que hacemos al realizar nuestras tareas. Forman parte de la banda sonora de nuestra vida, pero muchos de ellos se podrían evitar para tener un ambiente mucho más agradable: cerrar un cajón, subir una persiana, dejar las llaves sobre la mesa, manejar los cubiertos, mover la cucharilla en la taza, subir una escalera... Hay una gran diferencia entre hacerlos y no hacerlos. La brusquedad comporta ruidos. Saber moverse con agilidad y elegancia significa evitar los golpes y todos los ruidos. Deberíamos movernos por casa o en el trabajo con el sigilo con que nos moveríamos si un bebé estuviera durmiendo. El ambiente sería mucho más agradable.

E. INTRUSIÓN OLFATIVA

Como pasa con los ruidos, los olores también nos llegan y no podemos evitarlo.

Al igual que lo que nos entra por los ojos, lo que nos entra por la nariz también forma parte de la primera impresión, incluso antes de empezar una relación y de que se pronuncien las primeras palabras. Además, el poder que tienen los olores en la generación de emociones es muy importante, y predisponen positiva o negativamente a la relación.

La agresión olfativa no afecta solo a lo que comúnmente se consideran malos olores, ya que el perfume más caro del mercado puede ser repulsivo para muchas personas.

La subjetividad viene dada por factores personales y el hecho cultural. Cada cultura tiene sus olores y lo que le gusta a un occidental puede causarle náuseas a un árabe. Por lo tanto, una vez más, tendremos que ser muy cuidadosos en cuanto a la emisión voluntaria o involuntaria de mensajes olfativos. La pauta es la de siempre: observación de los demás y prudencia en lo que hacemos.

Ejemplos de situaciones en que podemos molestar con el olor:

Perfumes. Cuando un evento gira alrededor de una comida, el intenso olor del perfume puede ser una grave interferencia para degustar los sabrosos y aromáticos platos que se servirán. Puede ser un estorbo para la cata del vino, por ejemplo.

Ambientadores. En las casas, las tiendas o el coche, los ambientadores crean una atmósfera que casi se puede cortar. Si transitas por una calle comercial, podrás oler desde la acera los distintos ambientadores de cada tienda. Los profesionales del sector justifican estas fragancias para enmascarar olores menos agradables como los corporales, pero no deja de ser una imposición.

Olores corporales. No todo el mundo consigue borrar su huella olfativa a pesar de extremar la higiene, y eso puede provocar problemas de relación.

Emitimos mensajes olfativos voluntarios e involuntarios. Desde luego, el olor corporal está entre los involuntarios, y en nuestra sociedad suele resultar desagradable. Por eso nos obsesionamos en borrar o enmascarar con otras fragancias cualquier olor procedente de cualquier parte del cuerpo.

En casos extremos, el mal olor corporal llega a ser algo incapacitante, porque hace casi imposible conseguir trabajo, tener amigos o pareja. Acaba, además, afectando psicológicamente de forma grave a quien lo padece, pues, entre otras cosas, ve minada su autoestima a causa del rechazo social al que es sometido, solo por el «mal» olor. Es una muestra de cómo los códigos no verbales pueden intervenir de manera decisiva en nuestra socialización.

Aparte de los olores que emana nuestro cuerpo, están los que absorbemos del entorno. Nuestro hogar tiene su olor, y cuando salimos de casa, también lo llevamos puesto. Si hemos cocinado con determinadas especias, aceites o alimentos con olor fuerte, esto se impregna en la ropa y el cabello. Es obvio, pero me gusta recordarlo de vez en cuando: es importante tener un buen sistema de extracción de humos, ventilar, lavar la ropa con frecuencia y tenerla separada de la zona de la cocina para evitar que llevemos puesto este olor al salir de casa. De igual manera, si pasamos por un bar de ambiente denso y mal ventilado, llegaremos a una reunión con olor a tortilla o salchicha de Frankfurt.

Olor a tabaco. A los fumadores, a los que se resisten a dejarlo y a los jóvenes que se inician ahora, les daría como motivo principal para dejar de fumar precisamente el mal olor que desprenden sus casas y coches, sus dedos, su cuerpo en general y, sobre todo, su aliento.

Como ya hemos comentado, el mal olor es una barrera importante en las relaciones, porque el interlocutor siente repulsión, intenta alejarse físicamente y tiene la mente ocupada en un olor que no le deja concentrarse en la conversación. Y el recuerdo del encuentro no podrá ser positivo.

El olor tiene un alto poder evocador de personas y situaciones. Si el olor es desagradable, el recuerdo de la relación será también desagradable.

Olor a comida. Hay alimentos que, aun siendo parte de nuestras costumbres gastronómicas, pueden causar molestias en quien se ve obligado a olerlos. Si estamos en casa o en un restaurante, no pasa nada, porque este es el sitio donde se consumen habitualmente. Pero en espacios o situaciones que no están pensados para comer, representan una distorsión en el ambiente. Ejemplos: olor a mandarina en un vagón de tren, a chorizo en la oficina, a alcohol en un espacio público, etc.

Forma parte de nuestra responsabilidad como ciudadanos procurar el bienestar de todos y hacer que los espacios donde vivimos sean lo más confortables posible. Tomando conciencia de todas las molestias que podemos causar y evitándolas, seremos seres más respetuosos y agradables.

F. EL ACOSO

Una de las formas extremas de comportamiento intrusivo es el acoso a una persona, sea en el entorno escolar (bullying), laboral (mobbing) o en la calle. Este acoso puede ser puntual o sistemático y puede llevarse a cabo con distintos grados de agresividad. Algunas situaciones están en un punto de difícil clasificación, pues la sensación de acoso puede depender de la percepción individual de cada cual, tanto del acosador como de la víctima.

El acoso sexual es uno de los más comunes y paradójicamente uno de los menos conocidos y denunciados. Millones de personas, mayoritariamente mujeres y niños, sufren este tipo de asedio en casa, el trabajo, la escuela o la calle. Es tan frecuente que hay víctimas que no son conscientes del tipo de abuso que están sufriendo. En muchos casos aceptan como algo «normal» un comportamiento abusivo, agresivo o vejatorio solo porque culturalmente es aceptado e, incluso, resulta más vergonzante para la víctima que para el agresor.

He sufrido a lo largo de mi vida cinco ataques de carácter sexual, diferentes grados de invasión, todo acoso, al fin y al cabo. Por suerte, el daño que me causaron no fue mucho en comparación con lo que pudo haber sido. Pero la última agresión me dejó como secuela un estado de alerta latente que todavía aparece en determinadas situaciones, aunque no haya motivos. Es normal. Cuando una persona es sometida a un ataque puntual o a ataques reiterados de baja intensidad, desarrolla una serie de mecanismos de defensa que la llevarán a actuar quizá de forma inadecuada en otras situaciones de normalidad. Y lo más grave es que muchas personas que han sido víctimas de este tipo de agresiones acaban creyendo que son ellas mismas las responsables de lo que les sucede.

Es por todo esto y por las graves consecuencias psicológicas que puede tener en cualquier persona, que trato aquí este tema, con el ánimo de que todos nos concienciemos de que cualquier tipo de acoso es violencia, en mayor o menor grado. Sea laboral, escolar, de carácter sexual o no, presencial o en la red, hay que denunciar el acoso. La educación en este sentido es de una importancia clave, tanto o más que la persecución y el castigo de los acosadores. Y empresas, escuelas y universidades disponen de herramientas para evitar que esto suceda, por lo menos en el seno de sus organizaciones. Por ser uno de los más extendidos, trataré el tema del acoso sexual como muestra de los comportamientos abusivos y violentos que se producen en nuestra sociedad, por avanzada que la consideremos. Con sensibilización podemos evitar mucho sufrimiento en nuestro entorno

El acoso sexual

En los países occidentales, donde en teoría las mujeres gozamos de los mismos derechos que los hombres, el acoso es una práctica más que frecuente, y determinadas acciones ni siquiera son condenadas. Como a veces no está clara la frontera entre una relación aceptable y otra que nos daña, hablaré en concreto de dos situaciones frecuentes y cómo identificar los intentos de abuso.

El acoso sexual en la calle

Consideramos acoso sexual callejero cualquier acción que tenga una intención sexual y que pueda violentar a otra persona en la calle o en otro espacio público. Puede tratarse de mensajes verbales insinuantes, comentarios groseros, opiniones sobre el físico de la víctima, propuestas sexuales... Y pueden llegar a ser tocamientos, agresiones físicas y violaciones.

Cuando el ataque solo es verbal, muchas personas consideran que no es violencia y pocas veces se denuncia. Además, en España todavía colea la castiza tradición de piropear a las mujeres. Y ahora, con la aparente igualdad, algunas mujeres piropean a los hombres. En principio, no hay nada malo en ello. El piropo es un halago que se hace a una mujer, especialmente referido a su belleza. La intención es elogiarla, quizá, como herramienta de seducción. A muchas mujeres les gusta que les lancen piropos, ya que así se sienten atractivas y deseables. Nada que objetar.

Ahora lee los siguientes «piropos» publicados en varios sitios de internet especializados en este tipo de expresiones:

* ¡Si yo fuera minero, te hacía una cueva en todo tu agujero!

* ¡Estás más sobada que las letras de mi teclado!

* ¡Con tus peras y mi banana haríamos una rica macedonia!

* ¡Dime quién es tu ginecólogo para chuparle el dedo!

* ¡Los que se echan una paja pensando en ti mueren de sobredosis!

* Bonitas piernas... ¿A qué hora abren?

* Búscate un perro, guapa, porque será el único dispuesto a pasear contigo.

* ¡Hola, guapa, si te gustan los idiomas cuando quieras te enseño mi lengua!

Esto es una muestra de frases supuestamente graciosas, ocurrentes, calificadas de piropos. Hay webs que las clasifican «para feas», «para gordas», etc. Está claro que es un tema de sensibilidades. La abundancia de estos sitios y los comentarios firmados por personas de ambos sexos es un reflejo de la aceptación popular que todavía tienen.

Cada lector, hombre o mujer, tendrá su opinión acerca de este tipo de «halagos». La mía es que ante la mínima posibilidad de molestar a alguien por lo grosero, lo humillante u ofensivo del comentario, deberíamos abstenernos. Porque la finalidad seductora del piropo se entiende cuando provoca una satisfacción en quien lo recibe o, incluso, risa por lo divertido que es.

Pero cuando este comentario es grosero, con referencias sexuales explícitas y pone en una situación incómoda a la acosada y esta siente amenazada su dignidad, entonces es un asedio, porque se la somete a una acción que ni ha pedido ni desea. Y además la priva de su libertad.

El piropo más extendido es verbal: palabras o frases que quien las pronuncia considera ingeniosas. Pero en el acoso sexual callejero, el verdadero protagonista es el comportamiento no verbal:

• Silbidos.

• Sonidos y expresiones como psst, psst o ¡uaaauuu!

• Gestos descriptivos de la anatomía o imitación de la forma femenina de caminar.

• Miradas lascivas.

• Gestos obscenos.

• Codazos entre colegas y risitas cuando pasa una mujer.

• Exhibicionismo, incluso masturbación en público.

• Invasión del espacio personal: el acosador se acerca demasiado a su «objetivo», la sigue por la calle, le impide el paso, merodea cerca de su domicilio. Aprovecha la aglomeración para el contacto físico cuerpo a cuerpo y el manoseo.

Algunos lectores pueden pensar que es fácil confundir el cortejo con el incordio. Pero no tienen nada que ver.

La actitud acosadora es la que tiene una persona (la mayoría de las veces un hombre sobre una mujer) que se considera con el poder para utilizar al otro como si fuera un objeto que le pertenece. Por lo tanto, puede mirarla como quiera, utilizarla para sus bromas y juegos con sus amigos, divertirse con la incomodidad que le genera o abusar sexualmente de ella.

En cambio, en la seducción o el flirteo, quien toma la iniciativa procura que la otra persona no se sienta nunca incómoda: será discreto, elegante y respetuoso. Las personas seductoras hacen precisamente que el otro se sienta bien, protegido, incluso evitando ser visto por terceras personas para no comprometerse ni comprometer. Es decir, todo lo contrario de una amenaza. Precisamente el galanteo es un ritual lento de señales sutiles, que van aumentando a medida que hay respuesta positiva en señal de aceptación por parte de la persona seducida. Si no hay esta respuesta y los intentos de flirteo persisten y llegan a molestar, también se convierte en un acoso.

Las personas que sufren este hostigamiento viven una situación de inseguridad y miedo que acaba provocando alteraciones en su comportamiento.

En el mismo momento en que recibe la agresión, la reacción más habitual de la víctima es aligerar el paso, protegerse con el bolso, intentar pasar desapercibida y mirar solo al frente o al suelo, entre otras reacciones corporales de cierre. Pero si esto pasa con frecuencia, estas personas acaban cambiando sus hábitos, incluso su forma de vida:

• Procuran salir acompañadas.

• No salen de noche.

• Toman un transporte para trayectos cortos.

• Se visten procurando pasar lo más desapercibidas posible.

• Adoptan un lenguaje corporal de discreción y cierre.

Es decir, no pueden disfrutar del espacio público como cualquier ciudadano tiene derecho a hacer. Por lo tanto, aunque aparentemente todos tengamos los mismos derechos, en la práctica, las mujeres (y también los niños), especialmente en algunos países donde este problema es muy grave, de facto, no tienen el derecho de circular libremente por la calle ni en los transporte públicos.

¿Qué hacer ante el acoso sexual en la calle?

• Proyectar calma y confianza.

• Evitar las señales de timidez, nerviosismo, inseguridad o sumisión.

• No perder los estribos: la reacción a base de insultos, gritos y agresividad suele generar ira y violencia en el acosador.

• Utilizar un lenguaje corporal fuerte. Mirar al acosador a los ojos; hablarle con una voz fuerte y clara para decirle que está molestando. Usar la voz, las expresiones faciales y el lenguaje corporal en conjunto, sin señales ambiguas, mostrando fuerza y firmeza.

• Una de las reacciones más extendidas es hacer caso omiso de los comentarios o los gestos y seguir el propio camino. Sin embargo, muchos expertos en este tema no lo recomiendan, porque consideran que hay que decirle de forma clara al acosador que está actuando mal.

Las personas que intimidan a base de acciones o comentarios con intencionalidad sexual tienen que ser conscientes de que su comportamiento está situando a la víctima en el centro de atención en un espacio público, lo cual puede avergonzarla o asustarla. Los acosadores muestran su grosería, falta de sensibilidad y respeto hacia otras personas. No es una expresión de su virilidad ni de su valía.

Este comportamiento de invasión verbal y no verbal atenta contra la dignidad del ser humano.

Cualquier persona tiene derecho a ir por la calle

sin ser molestada.

El acoso sexual en el trabajo

La calle no es el único sitio donde podemos sufrir este tipo de agresión. El entorno laboral (también el escolar y el universitario) puede ser el terreno preferido por algunas personas que se creen con poder para excederse en el trato con subordinados, compañeros o proveedores.

En el trabajo, a veces es más difícil distinguir los primeros indicios y poder reaccionar a tiempo. A veces, confundimos el trato de confianza de un compañero, su simpatía o su cariño con intenciones menos nobles. En este entorno es más importante todavía distinguir entre intento de seducción y acoso.

Quizá por esto a veces se reacciona demasiado tarde, porque cuando pensamos que es un intento de seducción no le damos más importancia o, incluso, lo tomamos como un halago, mientras que el acosador va ganando terreno y después será más difícil pararle los pies.

Con frecuencia las primeras señales que emite la persona acosadora son de tipo no verbal, porque está tanteando el terreno, se está insinuando de una forma más sutil y tiene la intención de ir avanzando poco a poco. Es importante detectar a tiempo estos indicios de una conducta que nos puede ofender o que puede llevar a un abuso por parte de este jefe, compañero o cliente, no solo si somos nosotros las víctimas, sino también si lo es un compañero y no se atreve a denunciarlo.

En el trabajo, suelen ser las mujeres las que más lo sufren, pero también los hombres pueden ser víctimas de acoso por parte de una mujer, y también se da entre personas del mismo sexo.

Un intento de abuso ¿se puede confundir con un gesto paternal, un toque entre compañeros o una muestra de simpatía?

Hay personas muy extrovertidas que se expresan de forma muy vehemente, se acercan mucho a los demás y mantienen contacto físico de manera cariñosa, te rodean con el brazo o te animan con una palmada. Si lo hacen inconscientemente, no piensan que este trato no resulta cómodo a todo el mundo y puede ser considerado un exceso de confianza o dar pie a interpretaciones erróneas.

Para evitar situaciones embarazosas y quedarnos más tranquilos, si no nos gusta que nos traten con tanta desenvoltura y confianza tenemos que decirlo, al mismo tiempo que procuraremos esquivar este comportamiento. La otra persona tiene que saber que nos molesta y tiene derecho a saber que nos genera incomodidad. En este caso lo más probable es que corrija sin problemas su conducta.

Otra cosa es cuando es consciente e intencionado. Suele considerarse acoso cuando este comportamiento invasivo es reiterado, voluntario y NO deseado por quien lo recibe. Pero muchas organizaciones consideran que con una sola vez basta, y que también se puede considerar acoso cualquier hecho que moleste a quien lo sufre, aunque quien lo causa no sea consciente de ello.

Para no confundirnos y detectar a la primera el intento de abuso, vamos a ver cuáles son los indicios no verbales.

• Mirar de forma lasciva o detenidamente el cuerpo o determinadas partes del cuerpo. Tiene un efecto parecido a desnudar a esa persona.

• Silbar o hacer otros sonidos tipo uauu, o mmmmm...

• Enviar vídeos o fotografías de contenido sexual a través de correo electrónico o WhatsApp.

• Realizar gestos de seducción hacia la persona, aun sabiendo que no desea ningún tipo de contacto extralaboral.

• Hacer gestos lascivos: desde insinuar un beso, lamerse los labios o cualquier otra actitud con connotaciones sexuales.

• Acercarse demasiado e invadir el espacio personal. Aprovechar espacios reducidos para mantener contacto físico: el ascensor, un paso estrecho, etc.

• Hacerse el encontradizo y hacer o decir algo que moleste.

• Impedir el paso o la salida a una persona.

• Tocar sexualmente: pellizcos, manoseos, caricias o toques en partes del cuerpo como hombros, brazos, rodillas, cabello, cuello o rostro...

El comportamiento no verbal, aunque suele ser claro y evidente, es más difícil de denunciar, porque también cuesta más demostrarlo si no hay pruebas gráficas de ello. Incluso, a veces, resulta difícil de describir por la propia víctima o es considerado un acoso de baja intensidad por quien tiene que valorarlo. Los mensajes verbales, en cambio, suelen ser percibidos como más explícitos: propuestas de citas fuera del horario laboral, chistes de contenido sexual contados a la persona acosada o en su presencia, hacer comentarios sobre su físico directamente o entre terceros, correos electrónicos u otros mensajes con comentarios de carga sexual, etc.

¿Cómo reaccionar ante esta situación?

Cuando sospechamos que un compañero, superior o profesor se excede, es normal que nos quedemos pasmados, sin saber qué hacer ni hacia dónde mirar. Pero si no nos gusta su comportamiento, lo mejor es reaccionar inmediatamente, con prudencia y serenidad. Es muy importante no sonreír ni reírle la gracia de forma nerviosa, porque puede interpretarlo como una señal de aceptación o sumisión. Además, hay que expresar el rechazo a la invasión física esquivando su intrusión corporal, poniendo barreras ante esta proximidad y evitando cualquier forma de contacto físico. Si me pone una mano en la rodilla, por ejemplo, tengo que retirársela enseguida o decirle que la quite.

Si esta actitud persiste y comprobamos con otras señales que se trata de un comportamiento de acoso, podemos hablarle claramente para expresarle nuestro disgusto e incomodidad. Si insiste, hay que denunciarlo a un superior o a otra persona que nos pueda ayudar. Es muy importante ponerlo en conocimiento de alguien con autoridad para que intervenga en el asunto.

Muchas empresas ya tienen pautas de conducta para los empleados con la finalidad de evitar estas situaciones, pero no todas. Cada día las organizaciones son más conscientes del daño que se puede producir a un empleado si no se detiene a tiempo este tipo de abuso. Y, precisamente para aclarar qué es y qué no es acoso y delimitar los comportamientos estrictamente laborales, tienen descritos los comportamientos típicos de la persona acosadora. Y no solo pueden denunciarlo las víctimas de este asedio, sino también quien observe a terceros con una conducta inadecuada.

En definitiva se trata de que entre todos los empleados de una empresa (o los alumnos de un centro de enseñanza, club deportivo, etc.) haya un ambiente de tolerancia cero hacia este tipo de vejaciones.

La escuela y el lugar de trabajo tienen que ser entornos seguros donde podamos realizarnos y progresar como personas. Cualquier acoso físico o psicológico atenta contra la dignidad de las personas y es un abuso de poder que hay que denunciar.

G. LAS MUESTRAS DE CARIÑO Y DE PASIÓN EN PÚBLICO

¡Qué bonito es el amor! Ver una pareja enamorada nos contagia su ilusión, nos recuerda nuestro primer amor. Quizá nos sintamos identificados con esas dos personas porque nosotros también vivimos una historia apasionada.

Claro que también nos puede sentar mal si acabamos de cortar con la pareja, si estamos desengañados o si creemos que las muestras de pasión amorosa son para disfrutarlas en privado.

Parece que los amantes, sobre todo si son recientes, no pueden reprimir el impulso de mirarse, sonreír, darse la mano, etc. Precisamente uno de estos gestos puede delatarles ante la mirada atenta de familiares o compañeros. La mayoría de las señales que intercambian no son verbales. Y ocurre que estos mensajes son fácilmente interpretables por todo el mundo.

Cada vez es más frecuente en nuestra sociedad que estos gestos de complicidad y acercamiento vayan más allá de las muestras de cariño y acaben siendo puro goce sexual, ritual de aparejamiento con un contacto físico intenso que nuestros abuelos habrían reservado a la intimidad.

Y cada vez somos más tolerantes, según parece, a las exhibiciones pasionales en espacios públicos. Pero esto no significa que todo el mundo se sienta cómodo en esta situación. Muchas personas no dirán nada, aunque lo desaprueben, porque cualquier comentario en contra sería calificado de retrógrado y reaccionario. Lo cierto es que, en aras de la libertad individual, se toleran muchas acciones que pueden molestar o incomodar a parte de los ciudadanos.

¿Por qué puede molestar una muestra de pasión o deseo? Lo que incomoda no es que estas dos personas se quieran, sino que lo exhiban públicamente, porque en nuestra sociedad las relaciones sexuales se consideran en gran parte íntimas y se mantienen en privado.

Hacerlo ante un público espectador o ante medios de comunicación es provocador para gran parte de nuestra sociedad. Lo es más todavía si los protagonistas del beso, manoseo o achuchón no corresponden a una pareja estándar, como el caso de que sean dos mujeres, dos hombres o que no sean pareja estable.

No vale decir eso de A quien no le guste que no mire. No vale, porque mi libertad tiene un límite: cuando estoy invadiendo el espacio del otro y le causo una molestia o perjuicio. Transgredir los límites entre lo privado y lo público en lo que respecta al comportamiento sexual es una forma muy sutil de invasión del espacio de terceros. En nuestra cultura, determinadas prácticas sexuales en público se consideran una falta de respeto porque el sexo sigue siendo un tema tabú para muchas personas, y la moral imperante restringe dónde, cuándo, cómo y con quién puede uno disfrutar de él.

La red es también un espacio público

Publicar en las redes sociales una foto que nos acabamos de hacer con nuestra pareja cogidos de la mano es una forma de compartir nuestra relación con nuestros conocidos, de hacerla pública y así, incluso, ponerle un sello de solidez y cierto compromiso. Otra cosa es colgar fotos de un tono más subido, divulgar vídeos con escenas eróticas, etc. Sería el equivalente a tener esta relación o realizar esa práctica sexual en plena calle o en medio de un transporte público.

Esta publicación de imágenes poco decorosas no solo puede incomodar a otras personas, sino que puede, como ya sabemos, arruinarnos la vida. Evidentemente la red también forma parte de nuestro espacio público en la actualidad, y estamos constatando cada día los problemas que conlleva divulgar imágenes que quizá ya no podremos controlar jamás.

Hay que pensar también que los demás pueden tomar imágenes de nosotros y divulgarlas sin nuestro consentimiento, y esto no solo les pasa los famosos perseguidos por paparazzi.

Todo lo que hacemos públicamente afecta a los presentes, repercute en nuestra imagen y puede influir en nuestro futuro.

H. LOS NIÑOS Y LA VIDA SOCIAL

Hace unas semanas me contaba una amiga mía cómo una cena romántica preparada con todo el cariño y con mesa reservada con semanas de antelación había acabado como el rosario de la aurora. Cuando llegaron al restaurante a las 21.30 horas, la maître les recibió muy cortésmente y les propuso una mesa en la terraza. Como el marido es alérgico a las picaduras de mosquito, la principal preocupación fue asegurarse de que no había peligro de que le asaltaran. Todo iba bien y prometía ser una velada especial hasta que, mientras la maître tomaba nota, se presentó una joven pareja con un bebé en un carrito y una niña de unos tres años que se resistía a obedecer a su madre. La niña correteaba entre las mesas, y el bebé empezó a llorar. La reacción inmediata de mis amigos fue levantarse y huir de ese local donde no estaba claro que pudieran gozar de un ambiente tranquilo y acogedor a juzgar por la categoría del restaurante.

Como alternativa improvisada, se fueron a una taberna a tomar unos pinchos y después una copa tranquila en una coctelería, donde la presencia de menores de dieciocho años está prohibida.

¿Podían entender los jóvenes padres que los demás clientes del restaurante buscan (y pagan) un ambiente tranquilo, íntimo y acogedor? ¿Podía aceptarlo mi amiga que quizá no tenían con quién dejar a los niños y que los pequeños también tienen derecho a ir a cenar fuera? Estamos en lo de siempre: mi libertad acaba donde empieza la del otro.

Si no tienes con quién dejar a los niños, tienes dos opciones: o educarlos para que no molesten o no salir de casa. Y si sales a pesar de todo, elige un local donde ya sea previsible que habrá un ambiente familiar y donde la clientela aceptará el griterío. Existen establecimientos adecuados para ir con niños y otros que no. Aunque los propietarios se resistan a colgar el cartel de No se aceptan niños porque temen perder algunos clientes, los padres deberían ser conscientes de las molestias que pueden causar y abstenerse de ir a determinados sitios donde al final todo el mundo lo pasa mal: los camareros, los clientes y, seguramente también, los niños. Al fin y al cabo, este tipo de locales, igual que una ceremonia familiar, un teatro o un concierto, son de asistencia opcional. No son lo mismo los transportes públicos. He asistido a numerosas rabietas de bebés en un avión. Y la verdad es que, lejos de irritarme, tanto el bebé como el padre o a la madre me inspiran compasión. Y es que en este caso, si necesitan desplazarse, no hay más remedio que meterlos, les guste o no, en un pequeño espacio y sin mucha posibilidad de maniobra por parte de los padres.

De todas formas, a partir de cierta edad, la mayoría de los niños ya han aprendido unos patrones de conducta y se comportan según la educación recibida. La capacidad para estar quietos en la mesa, no gritar, no hacer ruido, esperar el turno, pedir las cosas por favor y decir gracias, son pautas de comportamiento elementales que todos los padres deberían inculcar. Lamentablemente muchos han abdicado. Lo que no sé es si es por incapacidad o porque creen que los niños deben gozar del derecho a expresarse como y cuando les venga en gana.

Los niños: estos grandes invasores

Hemos hablado anteriormente de las formas de intrusión más frecuentes entre los humanos. ¿Cómo las utilizan los niños?

• Se levantan de su asiento y corretean por un espacio compartido.

• Entran en el espacio de los demás clientes.

• Chillan, berrean, gritan.

• Tocan lo que no les pertenece en casas ajenas, establecimientos, espacios públicos.

• Ensucian el espacio.

• Esparcen sus juguetes y no los recogen.

• Ponen manos y nariz en escaparates, ventanas, puertas, etc.

• Ponen los pies encima de los asientos, propios o de los demás.

• Comen de otro plato o directamente de una bandeja de servir cuando nadie se ha servido todavía.

Padres, abuelos y profesores deben mantenerse atentos ante el comportamiento de los niños por dos motivos básicos: consideración hacia los demás y amor a estos futuros adultos que necesitarán tener claras unas pautas de conducta para vivir en sociedad.

I. LOS ANIMALES DOMÉSTICOS

En nuestra sociedad los animales domésticos más habituales son los perros y los gatos, ya que son los que nos podemos permitir si no vivimos en el campo. Podemos tener, además, peces, tortugas, pájaros o hámsteres, entre los más comunes. Pero no todo el mundo opta por gozar de su compañía. Aparte de lo que puedan pensar muchos sobre el hecho de privar de libertad a un animal, están las dificultades de tenerlos en casa y no molestar a vecinos, invitados y transeúntes.

La convivencia entre humanos y animales no siempre es cómoda, y prueba de ello es que muchas ciudades han tenido que regular la tenencia de perros por las molestias que causaban entre los ciudadanos al llevarlos desatados, al permitir que defecaran en la vía pública o por el peligro que suponen algunas razas.

Algunas veces, los dueños pierden de vista que las demás personas no tienen el mismo apego hacia esos animales. Cuando vamos a casa de unos parientes y el perro empieza a ladrar, no nos da ninguna sensación de bienvenida. Lo peor es que, cuando se abre la puerta, el perrito o el perrazo se nos tira encima, aunque sea para darnos un lengüetazo.

Algunos propietarios permiten que el perro esté en el interior de la casa, en el salón donde comerán los invitados, y le dan algunos trocitos de comida de su propio plato. Esta costumbre hará que el animal esté siempre alrededor de la mesa incordiando a los comensales para que le regalen un cachito de carne.

Otras molestias habituales son: quedarte lleno de pelos del animal porque va de sillón en sillón, que te babee la mano o el pantalón, que se apodere de tu jersey y lo haga trizas, que se suba a tu coche, etc.

Una de las pocas veces en mi vida que he estrenado coche me sucedió algo que estropeó lo que podía haber sido una estupenda velada. Llegué a una casa con jardín con un utilitario rojo, nuevo, precioso. Era la primera vez que me compraba un coche. Crucé la verja y salió a recibirme el dueño de la casa con su perro pastor alemán. No sé si el perro ladraba de contento o para alertar de intrusos, lo que sí sé es que se acercó corriendo, puso las patas en la puerta de mi coche y rayó la pintura. Procuré no darle importancia al hecho, pero lo cierto es que condicionó bastante mi actitud. Estaba tan molesta que no quise alargar la sobremesa y me fui, argumentando que tenía que trabajar al día siguiente. Los anfitriones no siguieron la máxima de hacer que su invitada se sintiera feliz mientras durara la visita.

Que tener en cuenta si tienes alguna mascota:

1. Algunas personas sienten terror hacia los perros u otros animales. Respétalo y apártalos de su lado. No sirve de nada insistir en que no son peligrosos y solo quieren jugar.

2. Advierte de la presencia de animales poco comunes en tu domicilio. Si tienes serpientes, insectos, etc., explica cómo admirarlos o cómo tratarlos. Tranquiliza a tus invitados si es necesario, dando explicaciones sobre las medidas de seguridad.

3. Procura que la casa esté limpia a pesar de tener animales dentro de ella. Si el gato duerme en todos los sillones y los deja perdidos de pelos, tendrás que pasar el aspirador o cubrirlos con una tela limpia antes de que se sienten tus invitados.

4. Evita que tu mascota moleste a tus visitas. No a todo el mundo le gusta tener un gato en el regazo ni que un perro le husmee la entrepierna.

5. Los animales huelen. Procura que este olor sea el mínimo. Puede resultar muy molesto tanto para visitantes como para vecinos.

6. Hazte cargo de los desperfectos que cause tu animal en la vía pública o en el traje de cualquier persona que haya recibido sus muestras de simpatía.

7. Los animales hacen ruido. Los perros ladran y las cotorras hablan. No dejes que contribuyan a la contaminación acústica y que interrumpan el sueño a los vecinos.

8. No deben estar en la zona infantil del parque. No dejes entrar a tu perro en la zona donde juegan los niños, aunque no haya nadie. Es por una razón de higiene.

9. Controla los hábitos de evacuación de tu mascota. Recoge los excrementos en la calle. No salgas de casa sin el material higiénico necesario, evita sorpresas.

10. Déjalo fuera de establecimientos que no autorizan la entrada de perros.

11. No permitas que tu mascota se pelee con otras. Por el bien de los animales, de sus dueños y por no molestar a terceras personas.

12. En espacios públicos, controla los juegos de tu perro. Puede causar molestias a otras personas o provocar algún accidente.

13. Háblale si quieres, pero debes ser consciente de que la mayoría de la gente no comprenderá tu empeño en dialogar con el animal.

Si tienes una mascota, procura que no cause molestias.

Su comportamiento es un reflejo de tu consideración

hacia los demás.