¿Los superdotados son simplemente una cuestión de moda? El efecto amplificador y a veces deformador de los medios de comunicación puede hacer creer que se trata de una población que surge por generación espontánea, creada por los padres en busca de autosatisfacción o por los psicólogos a quienes fascinan estos «supercerebros».
Es cierto que el interés por aquellos que antes se pensaba que lo tenían «todo» es relativamente reciente.
¿Qué ha sucedido? Que ha tenido lugar un conjunto de varios factores, como el aumento del número de visitas al psicólogo por parte de niños y adolescentes y la generalización de los chequeos psicológicos, lo cual ha conllevado una constatación a menudo alarmante: los niños con un coeficiente intelectual elevado tienen dificultades escolares graves y en ocasiones experimentan problemas psicológicos considerables. Otros desarrollan problemas de comportamiento y de adaptación social que ponen en peligro su educación. Los adultos sensibilizados ante el desarrollo personal de su hijo o ante el sesgo que toman sus actitudes personales, incrementan, en función de sus dificultades y de su desamparo, el número de visitas al psicólogo.
¿Qué tienen en común? Son superdotados y tienen dificultades. Son superdotados y buscan respuestas adaptadas a su malestar, a sus problemas vitales y de integración, así como a las cuestiones relativas al éxito.
Durante estos últimos años ha visto la luz una serie de investigaciones universitarias y científicas, así como algunos tímidos progresos en el campo de la medicina... Sin embargo, en la realidad cotidiana de estos niños y de estos adultos en busca de comprensión, de compañía y de apoyo, las medidas y las propuestas concretas siguen siendo bastante escasas.
Sobre todo, la hipótesis que considera al superdotado como una persona aventajada sigue siendo la más común y domina todavía la mayor parte de las teorías.
¿Cómo integrar y admitir esta paradoja esencial que debilita la trayectoria del superdotado: la relación íntima que se da entre la inteligencia extrema y la vulnerabilidad psíquica?
Qué relaciones tan curiosas. ¿Acaso el pensamiento extremo y el sufrimiento extremo abrirían el mismo horizonte? ¿Es que sufrir sería, al fin y al cabo, pensar?
MAURICE BLANCHOT1
— Lo que se confunde: la inteligencia y el rendimiento.
— Lo que se mezcla: las facultades y el éxito.
— Lo que se superpone: el potencial y la eficacia intelectual.
— Lo que se asocia: una inteligencia cuantitativamente elevada (la de los más inteligentes que la media) pero adaptada a las exigencias del entorno y una inteligencia cualitativamente distinta, cuyo funcionamiento puede ser una fuente de sufrimiento y fracasos, la de los superdotados (más inteligentes).
— Lo que se olvida: comprender, analizar y memorizar deprisa no equivale a tener conocimientos o ciencia infusa.
— Lo que se minimiza: la inteligencia extrema es indisociable de la sensibilidad extrema y de la extrema receptividad emocional.
— Lo que se oculta: la inteligencia muy desarrollada y la hipersensibilidad conllevan debilidad y vulnerabilidad.
— Lo que se ignora: sentir y percibir con una lucidez acerada todos los elementos del mundo material y de las relaciones humanas genera una reacción emocional constante, fuente de una ansiedad difusa.
Desde que se empieza a pensar en la inteligencia, se activan numerosas representaciones paradójicas. Uno se pregunta de entrada qué significa ser inteligente, qué supone serlo y, por último, cuáles son las expectativas que suscita: ¿qué debe hacer al respecto? Y, si no se llega a ninguna conclusión, entonces ¿debemos poner en tela de juicio nuestra concepción de la inteligencia? Veamos lo sólidas que son todas las ideas, creencias, ilusiones, contradicciones y miedos que rodean la inteligencia y sus efectos.
La inteligencia está bien, pero siempre va acompañada de dos o tres pequeñas trampas; no sé si me explico, Aurora. Yo habría elegido, sin duda, la inteligencia porque es cierto que sirve para muchas cosas. Pero todo lo demás es muy difícil de vivir.
— Ser superdotado es en primer lugar y ante todo una manera de ser inteligente, un modo atípico de funcionamiento intelectual, una activación de los recursos cognitivos cuyas bases cerebrales son diferentes y cuya organización muestra particularidades inesperadas.
— No se trata de ser «cuantitativamente» más inteligente, sino de disponer de una inteligencia «cualitativamente» distinta. ¡No es lo mismo!
— Ser superdotado combina un alto nivel de recursos intelectuales, una inteligencia fuera de los límites, una inmensa capacidad de comprensión, de análisis y de memorización JUNTO CON una sensibilidad, una emotividad, una receptividad afectiva, una percepción de los cinco sentidos y una clarividencia cuya amplitud e intensidad invaden el ámbito del pensamiento. Ambas facetas están SIEMPRE entrelazadas.
— Ser superdotado es una manera de «estar en el mundo» que da color al conjunto de la personalidad.
— Ser superdotado es la emoción constantemente a flor de piel, y el pensamiento siempre en los límites del infinito.
No tener en cuenta las particularidades funcionales del superdotado en estas dos vertientes —la intelectual y la afectiva—, que van a formar toda su personalidad y a marcar todas las etapas de su desarrollo y la construcción de toda su vida equivale a desatender a una parte de la población amparándose en ideologías anticuadas y en desconsideraciones. Ser superdotado no es ni una oportunidad insolente ni una bendición de los dioses ni un don privilegiado ni un envidiable exceso de inteligencia. Se trata de una personalidad singular con múltiples recursos intelectuales y afectivos cuyo potencial solo podrá encuadrarse como una fuerza positiva en el conjunto de la personalidad si y solo si ese potencial es conocido, comprendido y reconocido. La integración es la posibilidad de construir una vida que nos conviene, en la que nos sintamos bien y a la que todos aspiramos. Rehuirla o, peor aún, negarla, supone correr el peligro de pasar al lado de uno mismo y de pasar la vida sumidos en un profundo sentimiento de carencia e inmadurez que puede conducir, en su forma más grave, a una dolorosa desadaptación social o a una serie de inquietantes problemas psicológicos.
La felicidad consiste en el fondo simplemente en saber explotar las propias capacidades al cien por cien.
MIHÁLY CSÍKSZENTMIHÁLY
Hoy en día, los datos clínicos son alarmantes: los niños superdotados suelen tener una trayectoria escolar caótica, son frágiles desde el punto de vista psicológico, tienen vagas referencias narcisistas y viven el mundo de una manera dolorosa. Según su personalidad, lograrán desarrollar defensas y recursos para transformar su particularidad en ventaja, en una dinámica de vida positiva. Pero aquellos cuyo desarrollo esté marcado por dificultades afectivas, desarrollarán posteriormente problemas psicológicos diversos. En la adolescencia, las descompensaciones psicológicas son frecuentes y dan como resultado cuadros clínicos atípicos, responsabilidades inasumibles y un pronóstico en ocasiones sombrío.
Las dificultades serán más o menos marcadas en función de que el niño haya sido examinado, y de la edad del diagnóstico.
Cuando el niño crece sin saber quién es realmente, los riesgos de problemas psicológicos son mayores. En la edad adulta, la personalidad se construirá de manera defectuosa, sobre abandonos y amargura, sobre creencias erróneas acerca de sí mismo y del mundo, o sobre rígidos mecanismos adaptados para protegerse de su intensa vulnerabilidad. Caótico, incómodo y sinuoso, el camino del superdotado adulto suele ser bastante problemático.
Evidentemente, ciertos adultos superdotados llegarán a conseguir un equilibrio de vida placentero, construirán proyectos satisfactorios y llevarán una vida plena. Pero, bajo el pretexto de que los superdotados felices constituyen la inmensa mayoría, ¿cómo es posible ignorar a todos aquellos adultos errantes cuyo problema central se debe al desconocimiento de lo que son?
No es en modo alguno una pregunta menor, sino capital en muchos sentidos. Cada denominación contiene un presupuesto que remite a una representación parcial, errónea y en cualquier caso decepcionante.
• Ser intelectualmente precoz se asocia a un desarrollo precoz en la infancia, lo cual no responde ni a la realidad —no todos estos niños tienen una evolución más rápida— ni a la especificidad —el hecho de que puedan ir «por delante» no es lo que los caracteriza—. Todavía es peor cuando se limita el término precoz y se habla de los «niños precoces».
• ¿Superdotado? En principio se entiende que se trata de alguien «más dotado que», pero también de un don de nacimiento. Y ¿qué supone estar en efecto dotado en cierto aspecto? ¿Cómo reconocerse en ese término? Para un padre es difícil comprender que su hijo es un superdotado, cuando ya es demasiado tarde, en el colegio o en casa. Para un niño es complicado oír decir que es superdotado cuando esa idea no corresponde en modo alguno a lo que los demás piensan de él ni a lo que él mismo siente respecto a sus posibilidades, lo que constituye una carga para él y una complicación para sus padres. ¿Cómo asumir el tener que hablar de un hijo como de un superdotado? En seguida la mirada de los demás nos asusta: ¿cómo van a comprenderlo? ¿Cómo explicarles que no se trata de «lo que creen»? A los padres también les cuesta utilizar el término superdotado pues les da la impresión de estar utilizando a su hijo como argumento o de estar «fardando» de él, como dicen los jóvenes.
Y ¿para el adulto? ¿Cómo puede alguien creerse superdotado si ve su vida como una sucesión de fracasos y de sufrimiento? O simplemente tan vacía. Incluso para los que aceptan su vida tal como es, con sus dificultades y sus placeres, o los que la consideran «plena», el calificativo superdotado2 resulta inquietante: «¿Superdotado yo? ¿Qué relación tiene esto con mi vida? Si soy superdotado, mi vida no debería haber seguido otro rumbo?».
• Actualmente, se habla sobre todo de niños o adultos con altas capacidades intelectuales (ACI), como si las siglas pudieran borrar lo que molesta, lo que está de más...
Bajo esta denominación acecha un nuevo escollo: un potencial elevado parece obligar a sobresalir, a tener éxito. La culpabilidad merodea...
Yo, por tanto, seguiré prefiriendo «cebra» como el término que he escogido para referirme a estas personas, para desvincularlo así de denominaciones cargantes. La cebra, ese animal diferente, ese équido que el hombre no ha sido capaz de domesticar, que en la sabana se distingue claramente de los demás gracias a sus rayas que le permiten camuflarse, que necesita a los demás para vivir y cuida celosamente de sus crías, que es a la vez tan diferente y tan parecida a sus congéneres... Además, al igual que ocurre con nuestras huellas dactilares, las rayas de las cebras son únicas y les permiten reconocerse entre sí. Cada cebra es diferente de las demás. Yo seguiré diciendo y repitiendo que estas «extrañas cebras» necesitan toda nuestra atención para vivir en armonía en este mundo tan exigente. Seguiré defendiendo a todas esas personas «rayadas» como si sus rayas evocasen también los zarpazos que puede depararles la vida. Seguiré explicándoles que sus rayas son también formidables particularidades que pueden salvarlas de numerosas trampas y peligros. Que son magníficas y que pueden estar orgullosas de ello. Serenamente.
En Cogito’Z,4 hemos adquirido la costumbre de estampar un sello que representa el dibujo de una cebra en los expedientes de nuestros pacientes superdotados, lo que nos permite eludir el problema de la denominación. Los expedientes «cebra» se clasifican juntos, y nos reunimos todos los educadores para decidir si tal o cual niño tiene rayas o no. Las cebras pasan a ser entonces Z (de zèbre) y se escribe, por ejemplo, en un informe interno Z ++, cuando se ha hecho ese diagnóstico y las características de la «cebra» están muy presentes. En nuestra base de datos administrativa, se marca al paciente con una Z según el diagnóstico, etc. Z de Zèbre, como desde la A hasta la Z de El Zorro, que quiere hacer justicia siempre y en todas partes. O incluso para indicar el vínculo que evoca ciertos rasgos: Z-emotivos, Z-errantes, Z-insumisos, Z-ermitaños, Z-olvidados... ¡Continuad vosotros! Como veis, una Z... puede ocultar otra. Al final eso resulta útil, ¿verdad?
Durante estos últimos años, numerosas obras, un nuevo impulso investigador y diversas inquietudes gubernamentales han despertado la curiosidad por los superdotados.
Una conciencia incipiente de esta categoría atípica de la población ha hecho posible una movilización activa y productiva. Cada vez más equipos universitarios trabajan en esta cuestión, cada vez más médicos, psicólogos y psiquiatras se ocupan del diagnóstico y supervisión de los niños superdotados, y los centros escolares intentan encontrar los métodos pedagógicos y las modalidades de reagrupación más adecuadas. Ciertamente, el «peregrinaje» de padres sigue siendo muy peligroso y los happy ends bastante raros. Faltan profesionales y las estructuras apropiadas son casi inexistentes, pero, seamos sinceros, la cosa avanza... un poco.
La gran revolución proviene esencialmente de la neurociencia. Hoy en día se puede, sobre todo gracias a las imágenes de resonancia magnética (IRM), ver funcionar el cerebro en directo, lo que nos proporciona la posibilidad excepcional de comprender mejor qué regiones del cerebro están activas durante la resolución de tal problema, en tal situación o en tal contexto. Esta revolución tecnológica viene a reforzar nuestra comprensión y nuestros conocimientos de una cuestión esencial: ¿qué tiene de diferente el pensamiento del superdotado?
En realidad, observo que en el fondo la contribución de la neurociencia resulta tranquilizadora pero no aporta descubrimientos reales: hace tiempo que los médicos saben reconocer la singularidad del pensamiento y la afectividad de los superdotados. Los padres también lo perciben con claridad. Los docentes, incluso los más reacios, terminan a su vez por reconocer que estos alumnos no reaccionan nunca como los demás: ni en su forma de aprender ni en su comportamiento ni en sus relaciones con los demás ni en sus reacciones afectivas.
En suma, actualmente la ciencia nos muestra lo que las personas que frecuentan a los superdotados habían comprendido hacía tiempo.
En definitiva, lo que realmente está en juego se resume en la siguiente pregunta: ¿y ahora qué hacemos? Todos necesitan una respuesta a esta pregunta: los propios superdotados y todos los que los acompañan, los educan y los enseñan.
La confirmación científica resulta tranquilizadora, pero no responde a esta pregunta.
So what?, que dirían los anglosajones. ¿De qué nos sirve contar con investigaciones que no hacen más que tranquilizar a quienes piensan que la prueba es el hecho, mientras todos los médicos involucrados intentan, desde hace tanto tiempo, ayudar a estas personas con tantas dificultades e incluso sufrimientos? Las investigaciones, por su parte, terminan por fijarse en los superdotados como si se tratase de experimentos fuera de todo contexto o de toda humanidad. Aíslan un factor como si fuese una molécula con vida propia. Y las constataciones se pierden a veces en consideraciones teóricas muy alejadas de la realidad de la situación, de la vida, de la verdad.
Creo firmemente en la necesidad de la investigación científica, pero también me parece peligroso para los superdotados que se los «abandone» a la suerte de las manipulaciones experimentales. Sigo anclada en la certeza de que la medicina es la fuente más fiable de conocimientos clínicos, de que se puede generalizar a partir de casos únicos y de que los cientos de pruebas realizadas a superdotados crean una población de estudio válida.
Con este pequeño rodeo por el cerebro, podemos acercarnos con una mirada científica a los elementos centrales del funcionamiento del superdotado, tanto en el plano afectivo como en el cognitivo. Reconozco que resulta fascinante tener la posibilidad de «ver de verdad» los procesos invisibles, que es sobre todo prodigioso poder demostrar la existencia de singularidades funcionales, y que no se trata de la mera fantasía de médicos desconcertados o de padres neuróticos.
Algunos descubrimientos de las neurociencias que cambian nuestra concepción del funcionamiento del cerebro
LO QUE CUENTA NO ES EL NÚMERO DE NEURONAS, SINO EL NÚMERO DE CONEXIONES
Vivimos con la inquietante idea de que empezamos a perder neuronas a los 20 años. Hemos aprendido que las neuronas se multiplican rápidamente durante la infancia, que el cerebro llega a la madurez en la adolescencia y que luego empieza la decadencia... Ahora bien, aunque sea cierto que el cerebro se desarrolla con una rapidez extraordinaria durante la primera infancia, hay que olvidarse de esa historia del número de neuronas y de su relación con la inteligencia. Hoy se sabe que el número de conexiones es el que marca la diferencia; es decir, que, cuanto más se aprende, mejor se comprende, más se memoriza, más experiencias estimulantes se tienen y más vínculos establecen las neuronas entre ellas. Y, cuanto más considerable es el número de conexiones, tanto mayor es el rendimiento del cerebro.
En la adolescencia el cerebro aún no está formado del todo. Recientemente se ha demostrado que a esa edad existe una inmadurez cerebral en la parte del cerebro que controla y prevé el comportamiento. Este descubrimiento nos permite comprender mejor por qué ciertos adolescentes son capaces de asumir riesgos temerarios y de poner su vida en peligro: su cerebro no sabe decir ¡para! Tienen que esforzarse en utilizar otros recursos a fin de calibrar su comportamiento. ¡Para ellos no es algo natural!
El gran descubrimiento: la plasticidad cerebral. Eso es fantástico, puesto que significa que se puede prescindir por completo de la pérdida de neuronas (lo cual es cierto), porque estas pueden conectarse constantemente entre sí y crear nuevas redes. Incluso muy, muy viejas. Se puede aprender, pensar, memorizar y hacer funcionar la cabeza con enorme facilidad durante toda la vida. ¿No es maravilloso?
Veamos otra particularidad: hay diferencias individuales en la velocidad de transmisión de la información. La velocidad media de circulación de la información en las redes neuronales se sitúa en torno a dos metros por segundo. Algunas personas manejan la información más deprisa que otras. La velocidad tampoco es la misma en función de las zonas del cerebro ni del tipo de información de que se trate.
El tratamiento de ciertos sucesos puede durar solo entre tres y cinco milisegundos. Mientras lees esta frase, tu cerebro ha manejado cientos de datos: los que provienen del exterior a través de los sentidos, por ejemplo, el olor de la comida en el fuego, el frescor que sientes en la espalda, el sonido del claxon que oyes a lo lejos... así como los que provienen del interior, esto es, de tu propio pensamiento mediante el juego de asociaciones de ideas.
UN DESCUBRIMIENTO REVOLUCIONARIO: EL CEREBRO ES GENERALISTA
Las concepciones antiguas del funcionamiento del cerebro atribuían una función a una zona concreta. Se pensaba por tanto que si esa zona estaba deteriorada o destruida (por ejemplo, por un trauma craneal) entonces se perdía el uso de la función asociada a ella. Hoy en día se sabe que el cerebro es «multitarea»: todas sus partes pueden ocuparse de distintas cosas. Si una parte del cerebro está dañada, otra tomará el relevo. Lo que viene a significar también que el poder del cerebro es infinito.
OTRA IDEA PARA OLVIDAR: UTILIZAMOS TODO NUESTRO CEREBRO Y NO SOLAMENTE UN 10 %
Pero no siempre, al mismo tiempo ni todo el tiempo. La carga y la densidad activa varía; según la dificultad del asunto o de la situación, algunas zonas estarán en ebullición, en tanto que otras funcionarán a bajo rendimiento. Por eso gestionamos numerosos datos sin que nos demos cuenta: mientras algunas zonas trabajan con empeño en el problema principal que se nos plantea, otras integran, analizan, tratan y registran otras informaciones.
Es lo que nos hace hablar hoy de inconsciente cognitivo: todo lo que nuestro cerebro sabe aunque no nos demos cuenta, conscientemente, de que lo sabemos.
Usamos pues el cien por cien de nuestro cerebro, pero el 90 % de nuestros pensamientos son inconscientes y solo el 10 % conscientes. ¡He ahí el origen de esa falsa creencia!
EL INESPERADO PAPEL DE LAS EMOCIONES
Durante mucho tiempo se ha pensado que para razonar con lucidez hay que discurrir fríamente. Desde Descartes, vivimos convencidos de que la emoción nos hará cometer errores, de que a causa de su intervención perderemos la capacidad de juicio y nos equivocaremos. Sorpresa: ¡eso es totalmente falso! Es precisamente al contrario. Las emociones son necesarias para el pensamiento.5 Sin emoción se toman decisiones, se sacan conclusiones y se adoptan conductas «débiles». Se pierde el sentido de las cosas y de la realidad. Por ejemplo, si no sientes ninguna emoción, cometes errores de apreciación y corres el riesgo de tomar decisiones contrarias a tu propio interés o al de otras personas. Sin emociones, el cerebro pierde la razón.
HIPERACTIVIDAD CEREBRAL: UNA TORMENTA DENTRO DEL CEREBRO
Se trata de un cerebro en un estado de hiperactividad permanente, con conexiones que funcionan a gran velocidad y que se desplazan por todas las zonas del cerebro al mismo tiempo. Es como un estado de ebullición cerebral continuo que amplía considerablemente la capacidad de pensamiento, pero que en seguida se convierte en algo muy difícil de canalizar.
Tengo la cabeza tan ocupada que intento hablar muy deprisa para decirlo todo, pero me lío y el resultado es un desastre.
Pienso en tantas cosas a la vez que en ocasiones ya no sé ni dónde estoy y pierdo el hilo del pensamiento. Todo va demasiado deprisa y tengo la impresión de olvidar ideas esenciales.
La actividad que se desarrolla dentro de mi cabeza es tan intensa que a veces tengo la impresión de que estoy recalentado y de que algo va a estallar. De hecho, me da miedo. Entonces intento no pensar, pero no lo consigo. Es como si fuera prisionero de mi cerebro.
LA VELOCIDAD
La cuestión comienza por la velocidad de las conexiones cerebrales. La velocidad de transmisión de la información es significativamente superior entre los superdotados (se habla de 0,05 metros por segundo adicionales por cada punto de CI...), lo que significa que en el mismo lapso de tiempo se integra y analiza mucha más información. Todo va mucho más deprisa e implica que se pueden tratar simultáneamente una gran cantidad de datos.
El flujo cerebral no se interrumpe. El nivel de actividad es muy elevado, y resulta difícil disminuir su intensidad.
¿Cuáles son las consecuencias? Un pensamiento que está siempre en marcha, un pensamiento que no logramos parar.
«Cuánto me gustaría dar un descanso a mis neuronas.» O «ya no puedo dejar de pensar». O, de manera más rotunda: «¿Hay algún medicamento, alguna operación quirúrgica que sirva para desconectarme?». Tales son las quejas y las peticiones que expresan sin cesar la mayoría de los superdotados cansados de pensar sin parar.
EL TRATAMIENTO MULTIESPACIAL
Cuando hablamos de tratamiento de la información, aludimos a la forma en que el cerebro trata el conjunto de informaciones procedentes del exterior o del interior de uno mismo. El exterior es lo que sucede en torno a nosotros y lo captamos a través de los cinco sentidos. El interior informa de lo que tenemos en la cabeza, lo cual surge de nuestros recuerdos, asociaciones de ideas, representaciones, etc.
En el caso del superdotado, toda esa información es recogida por redes neuronales que circulan y se extienden por diversas zonas del cerebro. Las conexiones no se localizan en una zona concreta (lo que sí se observa habitualmente en el caso de los emplazamientos funcionales). Además, su procesamiento es simultáneo, lo que significa que todo se examina al mismo tiempo y que se le otorga el mismo grado de importancia. El número de neuronas implicadas se multiplica, llegando efectivamente a «calentarle» a uno la cabeza.
EL DESAFÍO: SELECCIONAR LA INFORMACIÓN PERTINENTE
Dada esta actividad cerebral permanente y acelerada, ¿cómo localizar la información principal? ¿Cómo reconocer el dato pertinente para resolver un problema en un momento determinado? Todo sucede muy deprisa y se presenta en el cerebro al mismo tiempo. Cuando se intenta retener una idea, esta ya está lejos y entre medio ya han surgido unos cientos más. ¿Cómo deshacerse de la carga emocional que se activa al mismo ritmo que las neuronas y que arrastra el pensamiento hacia zonas aún más lejanas?
• El déficit de la inhibición latente. La inhibición latente es el proceso cognitivo que permite jerarquizar y clasificar los estímulos y la información que debe manejar nuestro cerebro.
Por ejemplo, cuando entramos en un lugar, su olor nos impregna y luego da la impresión de desaparecer. El cerebro registra la información, la sitúa en la categoría de «no útil» y la deja a un lado. Lo mismo sucede con los ruidos: el tictac de un reloj puede molestarnos, pero luego parece acallarse y fundirse con el entorno; la inhibición latente ha actuado y ha clasificado esa información como secundaria.
La inhibición latente hace que nuestro cerebro seleccione toda la información recibida, ya sea esta visual, táctil o auditiva, y nos permite prestar atención a lo que se considera útil y pertinente. La inhibición latente suprime los ruidos, las imágenes y las sensaciones «de fondo». Se lleva a cabo una especie de «criba automática» para que no nos veamos desbordados por tanta información y podamos, en cambio, centrarnos en lo esencial. Se trata de un proceso neurológico fundamental que se desencadena a espaldas de nuestra voluntad consciente.
Esta «criba automática» no se pone en marcha en el cerebro del superdotado que se encuentra frente a una gran cantidad de información que debe manejar «manualmente». Se habla entonces de déficit de inhibición latente, lo cual implica un esfuerzo superior para determinar cuáles son los datos más importantes. Entonces se puede comprender mejor la dificultad a que se enfrenta el superdotado cuando debe organizar y estructurar su pensamiento, y cuánto le cuesta luchar con todas las emociones y sensaciones que ello implica.
• La dependencia/independencia de campo: dos estilos cognitivos de cualidades diferentes. Los conceptos dependencia/independencia de campo designan estilos cognitivos diferentes respecto a la capacidad de localizar un elemento concreto dentro de un conjunto complejo. Cada uno de nosotros funciona según el estilo cognitivo que más nos convenga.
Cuando se es «independiente de campo», se logra aislar fácilmente un detalle y difuminar la información inútil contenida en la tarea correspondiente. Incluso cuando están presentes varios elementos, el cerebro encuentra con facilidad lo que busca.
Por el contrario, cuando el cerebro es «dependiente de campo», resulta difícil distinguir el «objetivo», por lo que hay que hacer un esfuerzo de atención considerable para dar en el blanco.
Los test clásicos que se utilizan para evaluar el estilo cognitivo de una persona consisten en buscar en un tiempo limitado una figura geométrica que está camuflada dentro de un conjunto de formas desordenadas. Evidentemente, la tarea resulta más sencilla y rápida para aquellos a quienes trastornan menos las formas no pertinentes que alteran la percepción de la forma «objetivo».
Se ha demostrado que los estilos cognitivos no tienen la misma eficacia intelectual y que están vinculados con rasgos de la personalidad.
El estilo «independiente de campo» permite descontextualizar fácilmente las cosas y aumentar la eficiencia a la hora de activar las capacidades intelectuales. El espacio se despeja a fin de desplegar los recursos necesarios para la resolución de un problema determinado. Este estilo se asocia a personalidades independientes, poco influenciables, que logran dejar a un lado lo afectivo cuando resulta necesario y que tienen en cuenta las circunstancias.
Nada de esto puede aplicarse a los «dependientes de campo», que en seguida se pierden entre todo lo que los rodea y que no llegan a extraer lo esencial (o lo que parece serlo). Los superdotados, sin duda, pertenecen a este grupo.
Perdido en la exuberancia de su percepción de las cosas, el superdotado no hace la diferenciación necesaria para un tratamiento rápido y eficaz de los datos. Y no solo eso, su dependencia del contexto se amplifica a causa de la dimensión afectiva.
Un superdotado depende siempre del contexto afectivo; no sabe ni puede funcionar sin tener en cuenta la dimensión y la carga emocional.
• El rendimiento del superdotado según el contexto. Observemos, para comprenderlas mejor, las diferencias de rendimiento del superdotado en función del contexto. En un experimento de resolución de problemas, se trata de hallar la solución más eficaz posible. Los problemas se presentan bajo dos formas diferentes: 1) «tarea cerrada», en la que el contexto es reducido y solo están presentes los datos necesarios, y 2) «tarea abierta», en la que las posibilidades son diversas y es posible utilizar varios métodos de trabajo.
La diferencia es a la par característica y significativa:
— en una «tarea cerrada», el superdotado es rápido, reflexivo y eficiente;
— en una «tarea abierta», el superdotado se olvida rápidamente de las instrucciones, las ideas se encadenan deprisa, la información surge de la memoria y... el tiempo pasa, el problema no se resuelve o los errores se multiplican.
Por lo tanto, hay que reducir el número de datos para que un superdotado resulte eficiente.
En el colegio, por ejemplo, los cuestionarios de opción múltiple y los exámenes de «rellenar espacios» optimizan las aptitudes del superdotado. Cuando hay que redactar un texto, los conocimientos se confunden con todas las ideas que se activan automáticamente.
En la vida cotidiana se observa fácilmente la diferencia de comportamiento según el tipo de situación.
Unas veces el superdotado llega a concentrarse muchísimo, pero el tiempo cuenta porque necesita movilizar una gran cantidad de energía. Actuar deprisa le permite alejar toda la información parásita. Como si hiciese falta retener el pensamiento que se le va a escapar y a desplegarse a sus espaldas. Pero a menudo hace zapping y no lo consigue, porque es necesario prestar demasiada atención.
Otras veces el contexto está cargado de información, sobre todo emocional, y el superdotado no logra canalizar su atención. Entra entonces en modo «suspensión» y solo deja entrar en su cerebro el mínimo de información fundamental... En esos momentos, da la impresión de que no escucha, de que no está presente, lo cual en ocasiones resulta perjudicial para él y muy molesto para quienes lo rodean. Está en modo «económico». En esos momentos, habrá que repetir las cosas una y otra vez.
El superdotado juega a todo o nada; pero, para él, con frecuencia es demasiado.
• Del «pensar demasiado» a la impulsividad: una particularidad funcional que se encuentra en el origen de muchos conflictos inútiles. No escuchar realmente, no reflexionar realmente como una economía de energía cerebral. Un superdotado puede dar la impresión de ser idiota, del mismo modo que puede reaccionar y tomar decisiones de manera irreflexiva. La mayoría de las veces actúa así frente a retos fáciles: en modo de suspensión, responde, toma una decisión superficial o, peor aún, una decisión aparte, lo cual da lugar a numerosos malentendidos y a conflictos inextricables. En efecto, resulta muy difícil comprender y aceptar que este ser inteligente y sensible pueda actuar y comportarse de una forma tan inadecuada. Cuesta creerlo. A menudo el superdotado intentará convencernos de que no lo ha hecho a propósito, de que no ha pensado en las consecuencias, de que no lo había entendido bien, y, por muy increíble y desconcertante que parezca, ¡es cierto! Ello puede conducir a un punto muerto en la comunicación: el otro no llega a entender semejante inverosimilitud y por lo tanto insiste. Entonces el superdotado, falto de argumentos justificables, abandona el «combate». Se cierra en banda, no dice nada más, huye. Ya no sabe qué decir, y prefiere evitar la confrontación por pura impotencia. No tiene argumentos válidos (y lo sabe), pero el otro no puede admitirlo.
Las crisis, los conflictos, los disgustos sin fin, los castigos, las reprimendas, según la posición de cada uno de los protagonistas, serán las consecuencias de esta «disfunción» activada involuntariamente por el superdotado, que se sentirá él mismo desgraciado a causa de tanta incomprensión recíproca.
Este funcionamiento puede interpretarse como insolencia, impertinencia o provocación. Y, además, a cualquier edad.
Según otra concepción neurocientífica de la actividad cerebral, una parte importante se dedica al estudio de las diferencias funcionales según los hemisferios cerebrales que intervienen en cada tarea.
Como sabéis, el cerebro está formado por dos grandes áreas separadas, el hemisferio derecho y el izquierdo. En cada uno de estos hemisferios se sitúan cierto número de zonas dedicadas a distintas competencias.
A grandes rasgos, se suele considerar el reparto de tareas de la siguiente manera:

PENSAMIENTO LINEAL Y PENSAMIENTO ARBORESCENTE
En lo relativo al tratamiento de la información, puede considerarse que el cerebro dispone de dos posibilidades.
El tratamiento lineal, secuencial, permite comenzar desde un punto de partida determinado, y, por concatenación lógica, alcanzar un resultado justificable. El hecho de proceder paso a paso permite explicar lo que se ha hecho y cómo. Además, la activación del tratamiento secuencial implica automáticamente la inhibición de la información no pertinente. El cerebro bloquea todos los pensamientos, todas las ideas y todas las hipótesis que pudieran perturbar el funcionamiento racional y tranquilizador de este progreso mental. Gracias a esta funcionalidad cerebral podemos organizar un argumento, desarrollar una idea, estructurar un razonamiento y justificar un resultado. El tratamiento lineal es el más competitivo en todas las tareas que requieren rigor, método y sentido lógico; es también el que permite utilizar el lenguaje con fluidez, destreza y precisión.
El tratamiento simultáneo de información procede de manera completamente distinta. A partir de un estímulo, de una idea o de una orden, se despliega a gran velocidad una red de asociaciones. Cada idea genera otra sin que ningún vínculo aparente sustente esa asociación. Por otra parte, se desarrollan simultáneamente varios ejes mentales, creando pensamiento arborescente. Imágenes, sensaciones y emociones alimentarán esa arborescencia que se vuelve cada vez más compleja y cuyas múltiples «ramas» se despliegan hasta el infinito. Rápidamente, los pensamientos se condensan, y es mucho más difícil organizarlos y estructurarlos. Este tipo de pensamiento favorece el surgimiento de ideas nuevas y creativas, de múltiples imágenes y emociones; el pensamiento reticular no es el mismo del lenguaje explicativo ni del razonamiento argumentativo lógico.
EL SUPERDOTADO PREFIERE EL HEMISFERIO DERECHO
La hipótesis de una mayor participación del hemisferio derecho en los procesos cognitivos de los superdotados ha sido objeto de numerosas comprobaciones científicas. Y cuando el hemisferio derecho es el dominante, muchas tareas se vuelven más difíciles: el aprendizaje escolar, sin duda, pero también todas las situaciones, intelectuales o no, que requieren una organización y un orden rigurosos.
En el caso de los niños normales, cuando se les hace una pregunta, hay una antena que se eleva y entonces se ponen a pensar, mientras que en el nuestro hay 25 antenas y de repente uno se lía y no llega a ninguna conclusión. Es muy difícil expresarse. Julie, 14 años.
LA RESPUESTA INTUITIVA: LA IMPOSIBILIDAD DE ACCEDER A LAS INSTRUCCIONES
La inaccesibilidad a las instrucciones que permiten responder a una pregunta es uno de los grandes escollos que presenta su tratamiento mediante el hemisferio derecho.
Explicaciones: tomemos, por ejemplo, un problema matemático.
Planteémoslo a un pequeño o a un gran superdotado, no importa.
Preguntémosle el resultado. Es correcto.
Y entonces pidámosle cómo ha llegado a esa conclusión.
Respuesta:
—Porque es evidente.
—¿Y qué más?
—Porque lo sé, simplemente.
Sí, pero, aunque se pueda aceptar una respuesta sin explicación en ciertos —pocos— ámbitos, no es recomendable en la mayoría de las situaciones; para empezar cuando aún se está en el colegio, pero tampoco a lo largo de la vida. Lo más frustrante es que el superdotado actúa con una inmensa buena fe. Él tampoco sabe cómo lo sabe ni por qué. Son cuestiones que funcionan por debajo de su umbral de conciencia. Ni con un esfuerzo de buena voluntad lograría saberlo.
Cuando tengo un problema, veo el principio, veo el fin, pero no sé qué hay en medio.
Así es cómo lo explica Adrien. Con claridad. Todos los superdotados tienen esa dificultad. Una dificultad paradójica que reduce por su estructura misma de funcionamiento toda su riqueza intrínseca.
Desde un punto de vista neuropsicológico, esa singularidad se explica por la activación de conexiones neuronales que toman vías ultrarrápidas y por tanto imperceptibles para la conciencia. La intuición fulgurante surge al activar esas redes neuronales cargadas de información. Las imágenes cerebrales muestran esa activación cerebral subterránea, que se alimenta de conocimientos anteriores y de la capacidad de crear conexiones inéditas. La inteligencia intuitiva es el resultado de ello, con sus trampas y sus inmensas posibilidades.
CONVERTIR EL PENSAMIENTO EN PALABRAS: ENCONTRAR LAS PALABRAS PARA DECIRLO
La activación del hemisferio derecho corresponde a un pensamiento en imágenes, esto es, visual y espacial. Pasar por el lenguaje, por las palabras, por la estructura lineal de la lengua, cuyo centro está situado en el hemisferio izquierdo, requiere una concentración y un esfuerzo adicional para el superdotado. Frente a una situación dada, frente a un problema que resolver, a un obstáculo que superar, pero también en todos los multipensamientos cotidianos, las zonas del tratamiento en imágenes son las que se movilizan en primer lugar. El superdotado ve imágenes antes de transformarlas en palabras, lo cual implica una doble dificultad:
• La imagen puede ser el nuevo punto de partida de asociaciones de ideas arborescentes. Es necesario, por tanto, «fijar» la imagen en la cabeza para transformarla en palabras, lo que no deja de ser una operación arriesgada porque las redes asociativas son muy rápidas.
Ejemplo. Si te pido que escribas «El barco navega por el agua», es probable que ello no te plantee mayores dificultades. Espontáneamente verás las palabras en la cabeza, manejarás auditivamente los fonemas de la frase y ¡ya está! A menos que seas un superdotado. Porque entonces no será la palabra la que aparezca en tu pantalla mental, sino un barco, uno de verdad, surcando tranquilamente un mar azul. Y tú estarás ahí a merced de las olas y de tus asociaciones. La evocación de esa imagen generará tal cantidad de ideas, de recuerdos, de pensamientos afines... que pronto estarás muy lejos de esa simple frase inicial que te pedí que escribieras...
• La imagen produce un halo de sentido que no llega a condensarse en el lenguaje. El superdotado no consigue clasificar y reorganizar su pensamiento.
He aquí una historia típica. Hugo, de 16 años, regresa de un viaje a Estados Unidos. En casa ha contado diversas anécdotas sobre su estancia, sobre momentos vividos, encuentros y experiencias. Una noche, durante la cena, alguien le pregunta por su viaje. Hugo responde que fue estupendo, pero que no le gustan los estadounidenses. Ah, bueno, por qué, pregunta su interlocutor. Pausa. Hugo no sabe qué decir. No consigue encontrar las palabras que podrían expresar su pensamiento con la exactitud que le pide lo que siente. Entonces se vuelve hacia su madre y, para asombro de todos, le pregunta: «Mamá, ¿por qué no me gustan los americanos?». Hugo tuvo suerte, porque su madre había deducido precisamente de los relatos de Hugo lo que este no sabía decir, por lo que ella pudo responder por él tranquila y sosegadamente. Hugo, encantado de oír su propio pensamiento desarrollarse y organizarse de manera tan sencilla se extasió: «¡Es exactamente así; es increíble! ¡Sí, por eso no me gustan los americanos!». Para Hugo aquello fue una liberación, un alivio tremendo: poder explicar lo que pensaba con las palabras y las ideas precisas.
DE LA IMAGEN A LA PALABRA: CUANDO LA ARBORESCENCIA SE ENLAZA Y ENTRELAZA
Este torbellino de pensamientos y emociones dificulta efectivamente el paso por el lenguaje. Cómo traducir ese guirigay interior, esa efervescencia de sentimientos, esa sensación efervescente del mundo, sin traicionar lo que se piensa, encontrando la palabra justa en el momento preciso, estando seguro de que el otro comprenderá exactamente lo que se quiere decir. Hablar es hacer pasar esa abundancia de pensamientos por un cuello de botella: las palabras deben colocarse unas después de otras, siguiendo un orden inmutable y codificado que permita transmitir correctamente lo que se quiere decir.
Se puede ver el mundo lineal como una decisión arbitraria con relación a todas las posibilidades que existen. Cuando estoy en un modo arborescente, tengo más dificultades con el lenguaje porque puedo encontrarme simultáneamente con cuatro palabras que significan lo mismo, o casi, y que se presentan al mismo tiempo. Raphaël, 17 años.
Es la imposibilidad de comunicarse sin estar completamente conectado a su pensamiento, en el aquí y ahora de lo que se desea expresar.
Veo las palabras de lo que quiero decir cuando estoy en mi pensamiento. Tengo que estar conectado a mis emociones para poder decir las cosas. Si alguien me pregunta por segunda vez mi opinión sobre algo, ya no sé qué contestar, porque ya no estoy conectado a la alquimia de mi pensamiento.
La intensidad del pensamiento con su carga emocional solo se vive y solo se puede expresar en el momento en que se despliega. Su velocidad de activación y su espectacular abundancia dificultan la integración estable de los datos, que a menudo se perderán para un uso posterior. Su acumulación consume mucha energía. El pensamiento se escapa, y se escapa deprisa. «Pensar demasiado» elimina el pensamiento.
CUANDO LAS PALABRAS SE PIERDEN EN LA ARBORESCENCIA
Querer expresarse cuando las palabras pasan tan deprisa por la cabeza puede crear graves problemas de comunicación y verdaderos problemas de relación. Cuando no logras expresar precisa y claramente lo que quieres decir, y te lías y todo se vuelve confuso, se corre el riesgo de que no te entiendan o de que te entiendan al revés, que suele ser peor. Las palabras apenas sirven para traducir lo que se siente.
Entonces, a menudo, el superdotado se calla. No habla porque no sabe cómo decir las cosas. Y, en ocasiones, cuando habla, hace daño involuntariamente. No era la ocurrencia conveniente, no venía a cuento...
Con frecuencia el superdotado toma desvíos para rodear una idea. A veces es la única manera de intentar aclarar sus palabras.
NO COMPRENDER EL SENTIDO DE LAS PALABRAS CUANDO NO SE DESCODIFICA LO IMPLÍCITO
Para mí, los superdotados tienen un problema de tipo semántico. Cuando una palabra no se utiliza en el contexto semántico adecuado, esa palabra no se entiende. Pondré el ejemplo de la física. Tengo muchas dificultades con los conceptos físicos, aunque esa ciencia me apasione. En física, muchas palabras provienen del lenguaje corriente o han sido integradas en él. Por consiguiente, para una misma palabra tengo varias definiciones que siento fisiológicamente. Para comprender los conceptos de la física, por lo general me veo obligado a buscar el contexto histórico en el que fue expresada dicha noción. De otro modo, no los entiendo. Marc, 24 años.
La explicación personal de Marc es elaborada. Pero, en la vida del superdotado, esa dificultad es cotidiana. En una discusión, el superdotado responde equivocadamente o parece no entender la pregunta que se le hace, lo que a menudo resulta exasperante, agotador e insoportable. Con frecuencia el diálogo se bloquea. Y la discusión degenera en reproche. ¿Por qué?
Porque el sentido dado a una palabra o a un giro no adquiere el mismo significado para cada uno.
No se puede hablar de vida después de la muerte: es impropio. Después de la vida, viene precisamente la muerte; habría que buscar otra palabra. Julien, 10 años, no alcanza a comprender el uso de este sinsentido.
Para el superdotado, la precisión absoluta es indispensable, pues comprende las cosas en sentido literal. Para que entienda lo que le quieres decir, hay que explicarle el contexto. Entonces dará a las palabras el mismo sentido que tú. Y la comunicación volverá a ser posible. De lo contrario, no comprenderá nada. O, más exactamente, lo comprenderá de otra manera. Ahí radica una fuente de cansinos malentendidos y de intrincados conflictos que el superdotado encuentra en todos los estadios de la vida y en todos los ámbitos: en el colegio, el niño está «fuera de su elemento» o no responde a preguntas en apariencia sencillas; con sus padres, hace exactamente lo contrario de lo que se le pide; para el adulto, en el medio profesional, surge una rivalidad con un jefe o un compañero; en la pareja, las discusiones se disparan...
A veces, esta dificultad para descodificar las suposiciones ordinarias produce en el superdotado, adulto o niño, la sensación de no comprender nada de nada, lo cual refuerza su sentimiento de desfase y extrañeza. Puesto que todo el mundo parece actuar de la misma manera y yo no, entonces soy yo el que no es normal. Y por eso sufre doblemente: por la percepción de esa diferencia que lo aísla de los demás y por el ataque a la imagen de sí mismo que se deriva de ella. El superdotado se considera responsable y se siente culpable de no saber ser como los demás.
Estos mecanismos pueden dar lugar a un repliegue sobre sí mismo y a un desinterés progresivo por el mundo.
Los cimientos del funcionamiento afectivo del superdotado se encuentran también ocultos en el cerebro y en los procesos neurofisiológicos de la percepción sensorial. Estas singularidades aclaran en gran medida las características de la personalidad del superdotado y de su relación con el mundo, que es siempre singular.
UN SUPERDOTADO HABLA PRIMERO CON SU CORAZÓN
He aquí tal vez el rasgo más característico de las especificidades del sistema emocional de los superdotados, y también el más característico de su funcionamiento: la injerencia emocional. Pese al privilegio que se confiere mayoritariamente a la inteligencia en el perfil del superdotado, su muy profunda y singular personalidad parece revelarse en el aspecto emocional. En cierto modo, podría afirmarse sin muchas probabilidades de equivocarse, que un superdotado piensa primero con el corazón y luego con la cabeza. Y de ahí pueden surgir tanto notables incomprensiones como heridas secretas, difíciles de asumir y de compartir.
La hiperreceptividad emocional es fundamental en el caso del superdotado. Auténtica esponja, absorbe continuamente la mínima partícula emocional en suspensión a su alrededor. De una sensibilidad exacerbada a las emociones que lo rodean, el superdotado siente las emociones de los demás. Es lo que llamamos empatía. La empatía del superdotado es constante y perturba sus relaciones humanas. No puede estar únicamente con alguien en una actitud simplemente receptiva. Se siente siempre obligado a vivir, al mismo tiempo que el otro, todo lo que este experimenta y vive emocionalmente. Esta permeabilidad le deja poco descanso y requiere ajustes constantes. Así pues, cuando se siente con tanta intensidad, ¿cómo ser indiferente? ¿Cómo no implicarse a fondo en todas las situaciones? ¿Cómo aislarse de ese guirigay emocional captado con fuerza por todos los sentidos?
LA HIPERESTESIA O PERCEPCIÓN INTENSA DE TODOS LOS SENTIDOS
La hiperestesia constituye una capacidad sensorial exacerbada. De los cinco sentidos. Un superdotado tiene aptitudes visuales, auditivas, gustativas, olfativas y también kinestésicas (el tacto) muy superiores a la media de la población.
• La vista penetrante y aguzada. Los relieves son más nítidos y los contrastes más marcados. Aunque la luz deslumbre o la sombra los oculte, nada escapa a la agudeza visual del superdotado. Mínimos, imperceptibles, secundarios, todos los detalles de una escena son observados, percibidos y analizados, incluso aquellos cuya presencia otros ni siquiera advierten. La mirada es escrutadora desde muy pronto, y en ocasiones llega a molestar por su intensidad. Los experimentos llevados a cabo con superdotados muestran que estos son capaces de extraer de una foto o de una imagen repleta de detalles una cantidad significativamente mayor de elementos en un lapso de tiempo mucho más corto.
• El oído, agudo. El oído distingue simultáneamente informaciones sonoras procedentes de diversas fuentes, como si el superdotado dispusiera de varios canales auditivos. Todos los mensajes acústicos que percibe son tratados al mismo tiempo, por lo que el superdotado puede reaccionar indistintamente a cualquiera de ellos, para sorpresa de las personas que están con él, convencidas de que este no podría escuchar —con la oreja pegada a su walkman y el televisor encendido— una conversación telefónica y un alboroto impresionante en la calle. Y, sin embargo, el superdotado sí puede. No solo lo oye, sino que lo oye todo y lo asimila perfectamente. Haz la prueba y verás que un superdotado siempre tiene la respuesta cuando le preguntas: «¿Qué acabo de decirte?». Además, la capacidad de discriminación auditiva permite al superdotado oír sonidos de muy baja frecuencia. Un susurro, un rumor o un hilo sonoro llegan a su cerebro con la misma nitidez que un sonido perceptible para cualquiera.
• El olfato. El olfato se ha convertido en un sentido secundario en nuestras sociedades modernas. No se utiliza nunca para analizar o comprender el entorno. A lo largo de la evolución, el oído y la vista se han convertido en nuestros sentidos favoritos.
El superdotado ha conservado esa capacidad asombrosa de servirse de los olores para obtener información acerca de las personas y las cosas que lo rodean. Rara vez habla de ello, porque ignora que los demás carecen de ese sentido y, cuando lo comprende, piensa que su fino olfato es una tara vergonzosa. Entonces calla. Sin embargo, con su olfato, el superdotado ensancha aún más su receptividad sensorial y aumenta significativamente el número de datos sensibles que serán tratados por el cerebro e integrados en él. Gracias al olfato, comprende ciertas cosas que son invisibles e imperceptibles para los demás, saca conclusiones y luego memoriza elementos que enriquecen aún más la complejidad de su pensamiento.
• El gusto y el tacto. Aunque este aspecto haya sido menos estudiado, la observación clínica muestra la presencia de una cantidad asombrosa de «gastrónomos» entre los superdotados, así como la relación tan peculiar que establecen con el tacto. Sensibles a la textura de la piel de los demás, y atraídos por los materiales, a menudo sienten la necesidad de tocar para comprender mejor. Como si, mediante ese gesto, se asegurasen de haber integrado mejor todos los componentes de un objeto. También encontramos entre esta población un número sorprendente de personas que no soportan el contacto con este o aquel material: lana, materiales sintéticos, papel de periódico, etcétera. Su reacción es epidérmica, lo que puede producirles determinadas alergias al entrar en contacto con ellos.
La tremenda agudeza de los cinco sentidos explica la reacción emocional extrema y la importancia de la vertiente afectiva del superdotado.
Tener todos los sentidos alerta constantemente amplía la receptividad del mundo.
La intensidad de los sentidos genera una alta sensibilidad emocional: se percibe todo durante todo el tiempo.
La «hiperestimulabilidad», esto es, la rapidez con que se desencadena una respuesta emocional del organismo, está directamente relacionada con la hiperestesia.
¿Y EN EL CEREBRO?
Se ha observado una sensibilidad especial de la amígdala en los superdotados, lo que explica su gran permeabilidad a los estímulos sensoriales. La amígdala está enterrada en lo más profundo del cerebro emocional, que es el más arcaico. La amígdala es la primera en recibir las imágenes, los sonidos, los olores y las sensaciones que proceden del exterior, desencadenando emociones de manera automática, sin ningún análisis consciente previo. Cuanto más elevada sea la receptividad de la amígdala, tanto más numerosas y frecuentes resultarán las percepciones y las reacciones emocionales. La amígdala, verdadero centinela del cuerpo, capta la más mínima señal sensorial presente en el entorno y reacciona a ella con intensidad. Ante esta invasión emocional, el córtex prefrontal se desactiva rápidamente. El córtex prefrontal es la zona del cerebro (situada delante, bajo la frente) que controla las emociones y organiza el pensamiento. Sede de lo que llamamos funciones ejecutivas, es nuestra «torre de control», que encamina, planifica, canaliza y da las órdenes adecuadas para gestionar una situación. En esa zona del cerebro se toman las decisiones «razonables» y se analizan los detalles nimios de un problema. Cuando el sistema límbico (sede de las emociones), y en particular la amígdala, está saturado por una fuerte carga emocional, el prefrontal no puede funcionar y se desconecta. Las emociones toman el control exclusivo de la situación, sin ser canalizadas ni controladas ni integradas en un proceso analítico más complejo. Bajo la influencia de las emociones, todo puede suceder. El cerebro está inundado y entonces al superdotado lo arrastran sus emociones, con los riesgos que ello implica. Pues, si bien hemos visto que las emociones son esenciales para actuar de manera adecuada y tomar decisiones correctas, un exceso de emociones debilita y nubla la capacidad de análisis racional.
La gran susceptibilidad, que se da en todos los perfiles de superdotado, es una de las consecuencias de este proceso neuropsicológico de sensibilidad emocional exagerada y mal controlada.
CUANDO LAS COSAS SE DESBORDAN DE VERDAD: LA VIOLENCIA DE LAS REACCIONES EMOCIONALES
Contenerse, reprimirse... explotar. Entonces todo se vuelve incontrolable. Las emociones se desbordan. El comportamiento se desboca. La violencia de la crisis es tan grande que el punto de partida llega a parecer insignificante.
Se alcanza un umbral emocional que ya no puede elaborarse ni canalizarse más. Se trata de la hiperreactividad emocional, que se explica por un umbral de reactividad significativamente más bajo en el caso de los superdotados, al ser menos elevada la capacidad de regulación emocional.
Es decir: un superdotado reacciona de manera mucho más intensa a las cosas pequeñas. En el plano neuropsicológico todo se desarrolla en el nivel del córtex prefrontal, frente a la ola de emociones.
LOS ARREBATOS DE EMOCIÓN
Hay que comprender que el superdotado se contiene mucho. Intenta mantener bajo control todas esas emociones que lo asaltan continuamente. En seguida se conmueve y se siente herido. Un comentario anodino, una palabra o una frase negligente desencadenan arrebatos de emoción que el superdotado, en un primer momento, intenta canalizar, intelectualizar y minimizar. Se esfuerza por disminuir la reacción pese a que las lágrimas y la cólera asoman. Pero, si la presión emocional se prolonga, entonces todos los diques emocionales crujen y la intensidad emocional lo arrastra todo, a semejanza de un tsunami devastador.
La violencia de la reacción ya no corresponde a la situación inicial, que suele ser baladí. En esos momentos puede haber gritos, puñetazos fortísimos contra las paredes, objetos que vuelan por los aires... La agresividad contra uno mismo o contra los demás es poco frecuente. El objetivo de estas crisis agudas es eliminar el excedente. Es una vía de escape. Pero a veces eso puede suscitar verdaderos conflictos o tener consecuencias más graves.
La mayor dificultad estriba en ayudarle a recuperar la calma. Intentar razonar y hablar con palabras suaves. Todo lo que se diga podría multiplicar por diez la intensidad de la crisis. Lo único que se puede hacer es esperar. Hablar de otra cosa. A veces se tiene la impresión de que hay que hacerlo «regresar» de la lejanía a la que las emociones lo han llevado, apartándolo de la razón. Hay que procurar no dar pie al desbocamiento emocional. La discusión deberá producirse en un momento posterior.
LA SINESTESIA, UNA ASOMBROSA APTITUD SENSORIAL
La sinestesia se define como una asociación involuntaria de varios sentidos, lo que quiere decir que la estimulación de un sentido es percibida simultáneamente por otro sin que este haya sido estimulado específicamente. Es un cruce de sentidos con superposición perceptiva.
Por ejemplo, un sinestésico puede ver el color rojo y además «oírlo». ¿Cuál es el origen de este fenómeno? Un exceso de materia blanca en el cerebro, que hace posible la conexión entre las diferentes zonas del córtex, así como la transferencia de información. Al parecer entre los superdotados suele darse esta abundancia de materia blanca, por lo que son proclives a la sinestesia.
Esta característica intermodal (la participación simultánea de varios sentidos) contribuye a la proliferación de asociaciones de ideas, a la yuxtaposición de sensaciones y emociones, y a la amplificación y agudeza de los sentidos. Es raro que los superdotados hablen de ello porque, al igual que ocurre con muchos aspectos de su personalidad, ignoran que los demás no tienen las mismas experiencias.
La sinestesia es constante e involuntaria. No se puede tomar la decisión de detenerla.
Es fácil comprender hasta qué punto la sinestesia contribuye a la extraordinaria receptividad de los superdotados y a la intensidad de la percepción emocional.
Algunos grandes artistas fueron sinestésicos. Acordémonos de Rimbaud y de su poesía Las vocales. Al igual que muchos sinestésicos, Rimbaud veía las vocales en color. Pero también podemos citar al pintor ruso Kandinski, cuyas obras de vivos colores eran para él una sensación táctil. O al compositor Franz Liszt, que componía sus piezas matizando los colores que evocaba la música...
— Si al leer este texto las palabras aparecen en color (aunque yo no utilice más que el blanco y el negro). Si cada letra tiene un color propio (A, amarillo, O, azul, E, blanco, I, rojo, U, verde...), pero la palabra EUA no es la suma de E, U y A, porque es verde chillón.
— Si cuando escuchas a una persona ves alrededor de ella formas geométricas.
— Si cuando escuchas música notas un sabor dulzón en la boca...
— O solo alguno de los tres casos anteriores u otro semejante... entonces probablemente eres sinestésico.
Breve resumen para quienes quieran informarse con solo un vistazo
• Ser superdotado no significa ser más inteligente que los demás, sino utilizar la inteligencia de una manera diferente.
• Cuando se es superdotado:
— la hipersensibilidad,
— la injerencia emocional continua,
— la receptividad emocional exagerada,
— la empatía que capta todas las emociones de los demás,
— la hipertrofia de los cinco sentidos, son elementos inseparables de la personalidad.
• La inteligencia del superdotado es rica y poderosa, pero se apoya en bases cognitivas diferentes:
— activación cerebral de alta intensidad,
— número de conexiones neuronales significativamente mayor, así como redes neuronales que se despliegan por todas las áreas del cerebro,
— tratamiento arborescente de la información con una ramificación rápida de asociaciones de ideas que son difíciles de estructurar,
— déficit de la inhibición latente que obliga al sistema cerebral a integrar toda la información procedente del entorno sin clasificación previa: los superdotados tienen la cabeza a rebosar,
— imposibilidad de acceder a las estrategias utilizadas durante la resolución de un problema porque las conexiones se realizan a gran velocidad y por debajo del umbral de la conciencia,
— inteligencia intuitiva y en imágenes, que se desenvuelve mal con el lenguaje, las palabras y la estructura verbal.
• Las características cognitivas y afectivas del superdotado están validadas por los conocimientos científicos actuales y por la neurociencia. No se trata de creencias ni de mitos ni de imaginaciones, sino de una realidad objetiva.
Los que creen que la inteligencia tiene algún tipo de nobleza ciertamente no son lo bastante inteligentes para darse cuenta de que no es más que una maldición.6
MARTIN PAGE
En efecto, algunas personas siguen pensando y sobre todo reivindicando que un superdotado es un ser provisto de una gran inteligencia, que tiene por tanto muchas posibilidades de triunfar fácilmente en la vida y que no tiene ninguna razón para considerar que ello pueda constituir una fuente de dificultades o de fragilidades concretas.
He aquí lo que escriben algunos psicólogos:
La hiperactividad intelectual no es en modo alguno sinónimo de dificultad o de renuncia obligatoria a algo: [los superdotados] pueden progresar en todas las direcciones que su deseo les pida. [...] Un funcionamiento cognitivo excelente corre parejo con una vida social de buena calidad y un éxito aceptado y sin ambages.7
[...] postulamos que el niño o el adolescente calificado de superdotado invierte demasiado en el razonamiento lógico y el conocimiento con el fin inconsciente de ocultar una depresión infantil. Creemos que la falta de elaboración de la situación depresiva ha obstaculizado la puesta en marcha de los efectos estructurales del complejo de Edipo, y tiene como consecuencia un problema esencial de pérdida de objetivo.8
Así pues, aún hoy, algunos psicólogos «militan» para afirmar que todo esto es pura fantasía y que, si algunos superdotados tienen problemas, se puede explicar por la psicopatología psicoanalítica clásica y no tiene ninguna relación con las características de la personalidad.
Hoy en día, en pleno siglo XXI, seguimos leyendo tesis universitarias inspiradas en el psicoanálisis, que defiende la idea de que la inteligencia es un mecanismo de defensa contra la depresión...
¿Es humanamente posible negar la existencia de toda una franja de la población con pretextos ideológicos desfasados? ¿Con qué fin? ¡Cómo no respetar a todas esas personas que sufren, así como a todos esos padres desamparados que buscan ayuda para guiar a su hijo!
¿Cómo es posible ignorar que el exceso de inteligencia es forzosamente ansiógeno y que genera una sensibilidad, una lucidez y una forma de estar en el mundo que caracterizan toda la personalidad?
¿Cómo negar la singularidad de funcionamiento y adaptación a ese 2 % de la población que está en simetría con aquellos que tienen una deficiencia intelectual manifiesta? Eso significaría que se puede aceptar y asimilar que la limitación intelectual incide en el funcionamiento de la personalidad y en la adaptación social, que los que tienen carencias deben ser ayudados y acompañados, que hay que tomar medidas profilácticas y pedagógicas, pero que en el otro extremo del gráfico no ocurre nada. Como se trata de un «exceso» de inteligencia, no hay motivos para preocuparse. No hay razones para tener en cuenta todas las particularidades y las dificultades de adaptación que genera ese exceso de inteligencia. Esta actitud me irrita muchísimo.
Pero, si soy honrada o si tal vez busco tranquilizar mi conciencia, constato que la «debilidad» también ha tardado mucho tiempo en ser aceptada. Han hecho falta varias décadas para comprender que la deficiencia intelectual suponía un handicap mental y que era indispensable tomar medidas trascendentales al respecto. Tal vez tengamos que esperar a que las mentalidades evolucionen, a que la neurociencia avance aún más en sus prodigiosos descubrimientos y a que ciertos médicos actualicen sus conocimientos para que, por fin, los superdotados reciban la comprensión y la ayuda que requieren a causa de su fragilidad específica. Como todos aquellos, por los motivos que fueren, que necesitan ayuda para aliviar su sufrimiento. Como todos aquellos para quienes nuestra labor como médicos debe consistir en acompañarlos hacia su pleno desarrollo.