La mañana del 14 de julio de 1936, en Madrid, hacía pocas horas que unos guardias de asalto habían asesinado a José Calvo Sotelo, un crimen que era a su vez respuesta a la muerte del teniente José Castillo a manos de radicales. Era evidente que planeaba en el aire la sensación de un enfrentamiento, una premonición de guerra civil. Federico García Lorca se asustó y decidió marcharse a Granada, pensando que allí estaría seguro, una parada antes de emprender un viaje a México donde lo esperaba Margarita Xirgu, su actriz.
Lorca dejó su casa madrileña de la calle de Alcalá metiendo deprisa y corriendo en la maleta lo esencial para su marcha: su ropa y su obra. Tal vez lo ayudó su confidente Rafael Martínez Nadal o su amante Juan Ramírez de Lucas con el equipaje. Preparó un sobre con un manuscrito que quería ocultar —el de El público— y libros firmados que debían ser enviados y que, sin embargo, nunca llegaron a sus destinatarios. Parece seguro que lo que sí viajó a Granada fue un manuscrito formado por unas setenta y siete cuartillas y fechado el viernes 19 de junio de 1936. Era La casa de Bernarda Alba[1].
Considerada como la última entrega de la trilogía de la tragedia lorquiana —junto con Bodas de sangre y Yerma— es quizá en esta pieza donde nos encontramos al Lorca dramaturgo puro, desprovisto del lirismo de otros trabajos suyos para la escena. No se puede olvidar que, en la primera página del manuscrito, donde aparece el dramatis personae, apunta que «El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico». El realismo es el que se adueña del conjunto porque es precisamente la realidad la inspiradora principal, aunque filtrada por el imaginario del autor granadino. Uno de sus mejores amigos, el diplomático chileno Carlos Morla Lynch, apuntaba en su diario el 24 de junio de 1936, tras una lectura del texto realizada por el mismo Lorca que:
esta vez se me antoja que Federico ha desterrado al poeta que lo habita para darse entero al pavoroso realismo de una verdad terrible. Ha rechazado por un día, con un gesto de la mano, a las musas que, como siempre, acudieron a su encuentro, cargadas de guirnaldas y de coronas [...] para penetrar, sin linterna ni candil, hasta el fondo más negro y desesperanzado de los abismos. Y ha triunfado nuevamente por la fuerza de su talento invencible[2].
La casa de Bernarda Alba está íntimamente ligada con un momento de la infancia y juventud de Federico García Lorca en la Vega de Granada, en concreto hasta los años vividos en Asquerosa, hoy Valderrubio —¿acaso hay mayor reminiscencia a la infancia que esa inesperada dedicatoria «A mamá» que se entrevé entre las iniciales de las cinco hijas de Bernarda Alba?—. Ese pequeño pueblo, donde el padre del poeta tuvo varias propiedades, fue un decorado que, como veremos, marcó profundamente la futura creatividad literaria del poeta. Frente al hogar de los García Lorca, en la calle Ancha —hoy llamada calle Real— vivía una mujer llamada Francisca Alba Sierra con su familia, al lado del domicilio de los Delgado García, primos de Federico. Respecto a la cercanía entre las dos viviendas, Mercedes Delgado García recordaba en 1980, en conversaciones con la escritora Eulalia-Dolores de la Higuera Rojas, que de Valderrubio
es de donde ha sacado la mayoría de los personajes de su teatro. Asómate por la tapia y verás desde aquí el aljibe que separa esta casa de la de Bernarda Alba... Bueno, no se llamaba Bernarda, sino Frasquita y la historia es bien cierta. Los Alba, quitando la Frasquita, eran gente muy pobre de espíritu. Se disgustaron cuando Federico escribió La casa de Bernarda Alba, y nos retiraron el saludo y todo, pero ahora las nietas nos vuelven a saludar. Y no sólo personajes como las Alba, sino Pepico el de Roma y tantos otros.[3]
Una voz tan autorizada como la de Francisco García Lorca, hermano del autor, veía en esta obra teatral «la proyección literaria del carácter» de Valderrubio, además de la representación de «algunos de sus extravagantes personajes».[4] Si en Mariana Pineda Lorca se acercaba a la heroína de la libertad que protagonizaba alguna de las canciones que escuchó en su niñez, con La casa de Bernarda Alba se adentraba con todos sus aspectos a lo visto y lo escuchado por el pequeño Federico, curioso, sorprendido y divertido ante lo que pasaba al otro lado del patio de la casa de sus primos.
Acerquémonos a la protagonista principal, a la auténtica Bernarda Alba que pudo ver el niño Federico García Lorca. Sabemos de Francisca Alba que nació en 1858 y murió, tal y como puede leerse todavía hoy en la inscripción de su tumba en el cementerio de Valderrubio, el 22 de julio de 1924. Tenía 66 años en el momento de su fallecimiento y debido a sus dos matrimonios dejaba tras de sí no poca descendencia. Una de sus hijas era Amelia Rodríguez Alba, quien acabó casándose con José Benavides Peña, que vivía cerca de Valderrubio, en el pueblo de Romilla. Teniendo en cuenta la cronología de la vida de Francisca Alba, el joven Federico nunca la pudo conocer como una mujer viuda, un estatus que define a su protagonista, siendo la viudedad de Bernarda una creación para el texto dramático. Siguiendo con esta línea de fusionar realidad con ficción, Benavides Peña fue, sin ninguna duda, el modelo de Pepe el Romano, símbolo del deseo masculino en el texto lorquiano, el hombre a quien pretenden las hijas de Bernarda Alba, en especial Adela, la menor de todas y la que padece con mayor intensidad la represión que se vive en la casa a consecuencia de las conservadoras ideas de su madre. ¿Fue Francisca Alba la única fuente de la que bebió el poeta para construir a quien da nombre a su drama? Los investigadores Miguel Caballero y Pilar Góngora de Ayala señalan otra hipotética inspiración, Patrocinio García Gil de Gibaja, quien fuera la propietaria inicial de la Huerta de los Mudos, en Granada, finca adquirida en 1925 por la familia García Lorca que la bautizó como Huerta de San Vicente, tal y como todavía hoy es conocida. Por lo que se sabe, el carácter de Patrocinio era excéntrico, además de ser conocida por su histrionismo y extrema religiosidad.[5]
La casa de Bernarda Alba condensa en sí misma dos de los grandes temas lorquianos: la represión sexual y la muerte. En referencia a la represión sexual, no sería exagerado ver en Adela, un trasunto del propio Lorca, alguien que siempre necesita ser amado y que está obligado a conseguir el afecto en silencio, como el poeta marcado con el miedo de ser descubierto por su condición de homosexual. Por su parte, la muerte es la raíz de algunas de sus más importantes composiciones y pocos la han cantado como él. Con su miedo atroz a ella, la burló convirtiéndola en un juego, recreando su propia muerte en todas sus fases, incluso el momento en el que su cuerpo falsamente sin vida era introducido en un imaginario féretro y paseado por las calles empedradas de Granada, recreación que impresionó a algunos de sus amigos, entre ellos Salvador Dalí, que pintó en el óleo Invitación al sueño esta secuencia lorquiana. En una entrevista de 1934, Lorca no puede ser más explícito: «La muerte... ¡Ah!... En cada cosa hay una insinuación de muerte. La quietud, el silencio, la serenidad, son aprendizajes. La muerte está en todas partes. Es la dominadora».[6]
Teniendo tan a mano en su recuerdo el material necesario para su tragedia, Lorca escribió en poco tiempo su obra. Uno de sus vecinos y amigos en el Madrid prebélico de 1936, el crítico musical Adolfo Salazar, fue testigo privilegiado del proceso de trabajo de La casa de Bernarda Alba:
«Cada vez que terminaba una escena venía corriendo, inflamado de entusiasmo. ¡Ni una gota de poesía! —exclamaba—. ¡Realidad! ¡Realismo puro! [...] Federico leía su obra a todos sus amigos, dos, tres, veces cada día. Cada uno de los que llegaban y le rogaba que leyese el nuevo drama, lo escuchaba de sus labios, en acentos que no hubiera superado el mejor trágico. Federico llevaba constantemente en su bolsillo el original de La casa de Bernarda Alba. Decía que, al terminar su drama, había tenido una congoja de llanto. Creía comenzar ahora su verdadera carrera de poeta dramático».[7]
Mientras escribía Lorca imaginaba la puesta en escena. Para ella pensó en recurrir a uno de sus cómplices artísticos, el joven pintor José Caballero, quien se había encargado de los decorados de Bodas de sangre en su estreno en Barcelona (1935), además de ser el responsable del cartel de las primeras funciones de Yerma (1934) y de las ilustraciones del poemario Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935). El contacto con Caballero era constante por la cercanía de los domicilios de ambos artistas, de ahí que Lorca optara por él para encargarle los decorados y los figurines del estreno que debía realizar la compañía de Margarita Xirgu:
Yo salgo de Madrid la noche del doce al trece de julio, por la mañana del doce estoy con Federico en su casa, para despedirme. Hablamos de los decorados de La casa de Bernarda Alba, de los que Federico me hizo unos pequeños bocetos en una cuartilla que, desgraciadamente, he extraviado. Recuerdo sí que en la casa de Bernarda Alba habían de figurar unas vigas en el techo con melones colgados, debe ser costumbre granadina. En el patinillo había un jazmín sembrado en un gran bidón blanqueado. También en la casa había un aparato de hacer encaje de bolillos, mucho mayor que de tamaño natural, del tamaño de un piano. Estas notas las recuerdo exactamente».[8]
En otro texto, un cuaderno inédito donde relata su marcha de Madrid, Caballero vuelve a apuntar que el último día que vio a Lorca hablaron especialmente de La casa de Bernarda Alba.[9] El poeta tenía muy claro cómo debía ser la puesta en escena y qué colores debían imponerse ante los ojos de los espectadores, tal y como apuntaría Caballero al hacer memoria de sus últimas conversaciones: «Federico y yo hablamos que el único color será el blanco en contraste de los trajes enlutados de los personajes... y el salón blanco asombrado de la casa, sostenido por severas vigas negras todo colgado de melones sujetos con cuerdas como si fuera un huerto en el techo».[10]
La noticia de que Lorca tenía a punto una obra llegó por primera vez a la Prensa el 29 de mayo de 1936, en la conocida página teatral del Heraldo de Madrid donde siempre se había tratado bien al poeta. En una breve nota se anunciaba que estaba próximo a acabar La casa de Bernarda Alba, «drama de la sexualidad andaluza», además de citar otro proyecto para la escena —Los sueños de mi prima Aurelia— que no pudo concluir. Resulta evidente sospechar que la información procedía del propio interesado, que daría el punto y final a la tragedia casi dos semanas más tarde.
El 24 de junio, con la tinta todavía fresca en las últimas páginas del manuscrito, el poeta realizó una primera lectura del mismo en la casa de los condes de Yebes ante un reducido grupo de amigos, entre ellos Gregorio Marañón, Agustín de Figueroa y Carlos Morla Lynch, quien dejara constancia del acto en sus imprescindibles diarios:
Hemos abandonado la terraza y, en el salón sencillo y elegante, acogedor y claro, Federico despliega lentamente su manuscrito al tiempo que nos advierte que estos tres actos tienen la intención de un «documental fotográfico». Agrega que hay acuerdo para estrenar la obra en el otoño venidero, quizá en octubre, esto es, dentro de cuatro meses. Inicia la lectura con voz apacible, un poco umbrosa al comienzo, pero que, a medida que el drama oscuro avanza, adquiere tonalidades vibrantes y sugestivas, evocadoras del clima de agobio y de opresión que impera en todas sus escenas. Tiene Federico la cualidad de transmitir no sólo el temple de los personajes, sino también el hálito que impregna en el ambiente en que se mueven. Es una fuerza con virtudes de sortilegio.[11]
El diplomático, buen conocedor del poeta, captó tan inmediatamente las intenciones con su nuevo texto que, pocos días después de la velada con los condes de Yebes, Lorca le confesó el origen del drama y su deseo de aprovechar su próximo viaje a Granada para acercarse hasta Valderrubio, «aunque no sea más que para divisar —si no han muerto todas— a estos seres que vegetan al margen de toda palpitación humana».[12]
Por esas mismas fechas también trabajó con Jean Gebser tratando de traducir del alemán El despertar de la primavera, de Frank Wedekind, que debía estrenarse en el invierno de 1936 en el Teatro Español. Lorca le leyó su nueva obra a Gebser, aunque dando a entender que todavía había algún retoque que hacer: «Ya verás, ¡esto es inaudito! Una pieza con mujeres solamente, sin tan siquiera un hombre. Me pregunto si esto no es demasiado osado [...] Verás, esta es una pieza donde aparecen solamente mujeres y me pregunto si, a pesar de todo, no sería necesario reservar un papel masculino. Reflexionaré todavía en Granada».[13]
Muy poco antes de marchar a su ciudad, Lorca todavía tuvo tiempo de realizar otra presentación de su texto. Fue el 12 de julio de 1936, en el domicilio del doctor Eusebio Oliver, el médico de la generación del 27, casi a la par que en otro lugar de Madrid se estaba secuestrando al político conservador José Calvo Sotelo para asesinarlo muy poco después. En el transcurso de aquella velada literaria, en la que estuvo acompañado de varios de sus compañeros de generación, le reconoció a Jorge Guillén «ahora que veo ya lo que va a ser mi teatro».[14] El enrevesado ambiente político tampoco faltó en aquella lectura, como constató otro buen amigo, Dámaso Alonso. A él le diría Lorca que «yo nunca seré político. Yo soy revolucionario, porque no hay un verdadero poeta que no sea revolucionario. ¿No lo crees tú así? [...] Pero político no lo seré nunca, nunca»[15].
Al día siguiente, Lorca tomó el tren que lo llevaría a Granada, donde todavía pudo llevar a cabo otra presentación privada en el carmen albaicinero del músico Fernando Vílchez, quizá el último acto literario del poeta. Porque el día de San Federico, el 18 de julio, la Guerra Civil llegaba a la ciudad de la Alhambra con todas sus consecuencias, sobre todo las más salvajes. La autoridad militar, encarnada en el gobernador civil José Valdés, no tuvo reparos en llevar a cabo una represión atroz hacia aquellos que pensaban diferente, que eran diferentes, que aportaban una rica modernidad a la sociedad granadina. ¿Cómo no ver un paralelismo entre Bernarda Alba y el conservadurismo más radical, el mismo que personificaba el grupo de militares que se había levantado en armas contra la Segunda República? ¿Pensó Lorca en ello? Sería tentador pensar que así fue, pero tuvo poco tiempo para ello. Lo que sí sabemos es que el poeta fue amenazado y buscó refugio en casa de su amigo Luis Rosales. En el poco tiempo que estuvo allí, apenas una semana, revisó papeles, pero no se sabe con certeza que entre ellos estuviera La casa de Bernarda Alba.
Es trágico constatar que la tragedia acabó siendo de alguna manera una de las causas del crimen. Entre los responsables intelectuales del asesinato de Lorca se encontraban los hermanos Horacio y Miguel Roldán Quesada, unos terratenientes primos del poeta y emparentados con Francisca Alba. Si sabían de la existencia del texto, es algo que cae en estos momentos dentro del terreno de la especulación.[16] Lo que sí es seguro es que Federico García Lorca fue asesinado en algún lugar entre Víznar y Alfacar después de ser detenido el 16 de agosto de 1936. Nunca pudo ver en escena la que fue su última gran obra teatral acabada.
Lo atroz del crimen y el exilio de sus herederos hizo que la epopeya de Bernarda Alba tardará en darse a conocer ante el gran público. Margarita Xirgu, fiel a la memoria de su autor, fue la encargada de estrenarla por primera vez en el invierno de 1945, inaugurando la temporada de la actriz en Buenos Aires. En una carta a Francisco García Lorca, fechada el 17 de abril de 1944, la Xirgu pide conocer ese texto aún inédito y entiende que la familia García Lorca ponga algunos reparos: «Si yo pensara en que el estreno de La casa de Bernarda Alba podía provocar alguna reacción de carácter político, sería la primera en aconsejar que no se hiciera. [...] Si su padre decidiera que podíamos estrenar la obra, la [ilegible] se haría idéntica a todas las demás obras de Federico, sin que por un momento se desviara el sentimiento precisamente artístico que debe tener toda obra de él. Creo que me conocen lo bastante para saber que jamás intentaría nada que no fuera con el consentimiento de ustedes, pero el conocer la obra me proporcionaría un intenso placer».[17]