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Peter Pan, un mito universal

 

 

Una idea puede convertirse en polvo o en magia, según el talento con que se frote.

 

WILLIAM BERNBACH

 

 

 

 

Peter Pan viene del pasado pero ha alcanzado su apogeo en el presente. Dan Kiley se inspiró en él para definir un síndrome y yo voy a tomarlo como referente para identificar a toda una generación de jóvenes que no saben volar solos hacia su futuro y prefieren refugiarse en la infancia. Pero ¿qué tiene un personaje, creado hace más de cien años, para que perdure en el tiempo y se convierta en prototipo del comportamiento masculino de muchos jóvenes del siglo XXI? ¿Fue James Matthew Barrie un visionario, al estilo de Julio Verne, capaz de prever el futuro y adivinar cómo serían los hombres actuales?, ¿o han sido los hombres actuales los que han encontrado en Peter Pan un referente de comportamiento que los ayuda a evadirse de la realidad creyendo que pueden refugiarse en el País de Nunca Jamás? ¿Existen realmente tantos hombres que se comportan como Peter Pan y se niegan conscientemente a madurar? ¿Pueden madurar esos hombres o están condenados a vivir para siempre en su paraíso infantil imaginario entre una fantasía que no existe y una realidad que no aceptan?

Dar respuesta a esas preguntas es la principal finalidad de este libro; pero la motivación básica para escribirlo reside en mi propio interés por el tema y en las múltiples peticiones que he recibido de mujeres que están sufriendo los efectos de relacionarse con hombres a los que atribuyen un alto grado de inmadurez, comportamiento infantil y miedo al compromiso. Se refieren a ellos como «hombres Peter Pan». Y puesto que el descontento de las mujeres con respecto a ese estilo de comportamiento masculino es creciente, porque el porcentaje de hombres Peter Pan aumenta constantemente, es natural que, como escritor de autoayuda, acepte el reto de reflexionar y aportar soluciones a un problema que afecta de lleno a los tres ámbitos en los que desarrollo mi actividad terapéutica: la persona, la pareja y la sexualidad.

Supongo que en mi libro El arte de enamorar ya intuía la progresiva conflictividad que se está produciendo en el modelo de relaciones de género cuando, al referirme a las dificultades que deben superar las personas para encontrar parejas adecuadas, decía que «mientras los hombres siguen buscando mujeres que ya no existen, las mujeres aspiran a encontrar hombres que todavía no existen». Desde entonces han transcurrido doce años y el problema, lejos de atenuarse, se agudiza. Cada vez hay más mujeres que no encuentran hombres adecuados y cada vez es mayor el número de hombres que no saben cómo adecuarse a lo que quieren las mujeres. En definitiva, exponiendo el problema con los nombres de los personajes de la obra que da título al libro, cada vez hay más hombres Peter Pan, porque cada vez hay menos mujeres Wendy. Y como no creo que las mujeres quieran volver a ser conformistas cuidadoras de los hombres, a ellos no les queda más remedio que empezar a evolucionar hasta convertirse en adultos autónomos capaces de relacionarse, en condiciones de igualdad, con las mujeres.

Por consiguiente, y para decirlo claramente: si Peter Pan quiere encontrar pareja no le queda más remedio que crecer. Y puesto que el principal objetivo de este libro es ayudar a que cada vez existan más hombres adecuados para las mujeres, y más mujeres adecuadas para los hombres, quizá convenga recordar a los jóvenes de ambos sexos el contenido de la historia de un personaje de ficción que se ha convertido con los años en un modelo que sirve para definir un tipo muy común de hombre contemporáneo.

PETER PAN: LA OBRA

 

Como su propio creador James M. Barrie anunció en el subtítulo, el relato de Peter Pan es la historia de un niño que no quería crecer; por eso se había refugiado en el País de Nunca Jamás, donde le era posible mantenerse permanentemente en la infancia y vivir aventuras sin fin.

La obra se estrenó el 27 de diciembre de 1904 en el Duke of York’s Theatre de Londres y la acción inicial está situada en la casa de la familia Darling, que está formada por el señor y la señora Darling, sus tres hijos, Wendy, Michael y John, y un perro terranova, llamado Nana, que ejerce de niñera.

En ese marco familiar donde la fantasía se mezcla con la realidad, un niño volador llamado Peter Pan los visita por las noches e invita a los tres hermanos a que viajen al País de Nunca Jamás. Para ello no tienen más que confiar en él y dejar que Campanilla, la pequeña hada que siempre lo acompaña, les dote de la facultad de volar gracias a los polvos mágicos de sus pequeñas alas. La tentación es tan grande que los niños se dejan convencer e inician su viaje hacia la isla donde podrán vivir aventuras sin fin con Peter Pan y otros niños perdidos, aunque para ello deberán afrontar importantes peligros y luchar contra el Capitán Garfio y sus piratas.

Como por lo visto hasta las hadas son celosas, en el viaje ya se producen los primeros incidentes cuando Campanilla se adelanta en el vuelo y les dice a los niños perdidos que disparen una flecha al gran pájaro que se acerca con Peter. De esa manera es recibida Wendy en su nuevo hogar. Por fortuna la flecha no penetra en su cuerpo y puede convertirse en madre solícita de sus propios hermanos menores, de Peter Pan y de los demás niños perdidos.

Entre juegos, sirenas, indios y piratas pasa sus días la nueva y original familia hasta que el Capitán Garfio, lleno de envidia porque los niños han encontrado una madre, tiende una emboscada a Wendy, a Michael y a John y los hace prisioneros. Entonces, para que no pueda rescatarlos, Garfio decide acabar con Peter Pan y añade, a una medicina que Wendy ha preparado para él, cinco gotas de veneno destilado de sus propios ojos. Pero Campanilla, que está en antecedentes del malvado plan, decide sacrificarse por su amado Peter y se anticipa ingiriendo ella la medicina. Naturalmente, con su acción Campanilla reafirma su condición de hada buena, y como las hadas buenas no pueden morir, Campanilla recupera milagrosamente la salud y Peter, contento y fortalecido, vuela hacia el barco de Garfio para rescatar a Wendy, a sus hermanos y a los niños perdidos. Como es lógico —porque para eso es el protagonista de la historia—, Peter logra liberarlos a todos y el Capitán Garfio termina entre las fauces del mismo cocodrilo que en el pasado le devoró un brazo y que, por fin, consigue acabar el trabajo pendiente.

Total, que con tantas y tan intensas aventuras no es extraño que la juiciosa Wendy decida volver al hogar familiar. Pero como no quiere perder a Peter, intenta convencerlo para que se deje adoptar por su familia y permanezca con ellos en el mundo real. Evidentemente Peter no acepta —porque para eso es un niño que no quiere crecer—, y regresa al País de Nunca Jamás, gracias a lo cual, aunque Barrie ni siquiera pudiera imaginarlo entonces, queda convertido en el paradigma de un modo de comportarse muy común entre los hombres del siglo XXI. Claro que todo eso no hubiera ocurrido sin la fértil imaginación de ese pequeño gran escritor que nació en el siglo XIX.

JAMES MATTHEW BARRIE: EL CREADOR

 

Peter Pan es un personaje de ficción que ha alcanzado mayor fama que su autor. Pero como los personajes no existirían si alguien no se atreviera a inventarlos, en la persona de quien creó una fantasía tan ingeniosa, quiero rendir un homenaje a todos los autores conocidos y desconocidos que, a lo largo de la historia, han visto oscurecido su nombre por el brillo de sus creaciones.

James Matthew Barrie nació y pasó la infancia en el pequeño pueblo escocés de Kirriemuir, y desde los siete años su vida quedó marcada por un trágico accidente en el que falleció su hermano David, de catorce, a consecuencia de la caída que sufrió mientras patinaba en un lago helado. Desde entonces pesó sobre James la exigente figura de su madre que quiso convertir al pequeño James en sustituto de David, sometiéndolo a una presión educativa impropia de su edad. James, abrumado por el peso de la responsabilidad, se convirtió en un niño enfermizo y solitario que reaccionó negándose a crecer porque no quería aceptar las obligaciones que le esperaban en el mundo de los adultos. Pasaron los años y cuando ya era famoso declaró, en cierta ocasión, que recordaba que en su infancia no quería crecer porque sabía que eso significaba dejar de jugar.

Barrie resolvió esa problemática de una forma bastante curiosa: mientras su estatura se estancaba, su capaciad de invención se expandía hasta dotarlo de la portentosa imaginación que después desarrollaría como escritor. El joven James obtuvo el título de Master of Arts el año 1883 en la Universidad de Edimburgo y en 1884 se trasladó a Londres, donde ejerció de periodista, novelista y dramaturgo, dejando para la historia una original obra literaria digna de ser analizada por el más famoso de sus contemporáneos, Sigmund Freud, ya que todos sus textos son un fiel reflejo del principio freudiano que entiende la creatividad como una sublimación de las propias frustraciones. Y como las frustraciones de Barrie fueron muchas, también su obra fue extensa y sus temáticas biográficamente reveladoras.

Su primera novela, publicada en 1887, fue una sátira de la vida londinense —a la que no acababa de adaptarse— que llevaba por título Better Dead. En 1888 alcanzó cierto éxito con Idilios de otro tiempo, que era un homenaje nostálgico a su pasado. Y como fumador empedernido escribió en 1890 My Lady Nicotine. También sus mejores novelas Sentimental Tommy (1896) y Tommy and Grizel (1900) son marcadamente autobiográficas, puesto que hablan de un joven artista incapaz de amar plenamente a una mujer, que era exactamente lo que le ocurría al propio Barrie en la vida real, quien en 1894 se había casado con la actriz Mary Ansell, con la que mantuvo una conflictiva relación hasta su divorcio en 1909. Pero donde más claramente se refleja su propia problemática física y psicológica es en su obra cumbre, Peter Pan, donde su baja estatura como adulto —los datos más fiables la sitúan entre 1,47 y 1,50 metros— queda proyectada en la figura del niño que no quería crecer. Por ello, y en cierto sentido, podemos considerar a Peter Pan como la sublimación idealizada del propio Barrie, aunque, según su propia confesión, la inspiración externa la encontró en los hijos de la familia Davies, a los que conoció en 1897 mientras paseaba por el londinense parque de Kensington.

Así pues, Peter Pan es el resultado de la interacción entre un hombre de baja estatura —pero de gran imaginación— y tres niños con los que jugaba a contar cuentos en los que se mezclaban familias reales con aventuras imaginarias. La familia real era la que formaban el abogado Arthur Llewelyn Davies, su bella esposa Sylvia —de quien Barrie se enamoró platónicamente— y sus tres hijos, George, Jack y Peter. Y las aventuras imaginarias eran las que inventaban Barrie y los niños jugando a contarse cuentos y leyendo a los grandes clásicos de la literatura infantil. De hecho Barrie comentó, en su momento, que la historia de Peter Pan se gestó en 1902 en una de esas sesiones de fecundo juego creativo que mantenía con George —que entonces tenía nueve años—. La diversión consistía en ir añadiendo ambos aportaciones propias a los relatos que Barrie iniciaba. De esa manera la historia fue creciendo hasta convertirse en el embrión del libreto de la famosa obra.

Así se creó Peter Pan; en un juego entre un autor que quería ser niño, y un niño que jugaba a ser autor, nació el argumento de una de las obras cumbre de la literatura infantil que mayor trascendencia sigue teniendo en el mundo de los adultos: la historia de un niño que no quería crecer.

Barrie proyectó en Peter Pan la problemática de su infancia traumática. Y el acto I, cuando Peter entra en el cuarto de los niños en busca de su propia sombra, puede interpretarse perfectamente como la sublimación inconsciente del luctuoso episodio de la muerte prematura de su hermano David. Un suceso que lo acompañó durante toda su vida y que inspiró su obra teatral más amarga, The Boy David, escrita en 1936. David fue para James el primero de los niños perdidos que habitó en el País de Nunca Jamás y la sombra que marcó para siempre la vida de un niño que pasó su infancia intentando ser quien no era para sustituir a un hermano que ya no existía.

Con esos antecedentes infantiles no es extraño que el Barrie adulto buscara en los Davies un subrogado de la familia ideal que nunca tuvo, y que mantuviera con ellos una estrecha relación durante el resto de su vida. Hasta tal punto fue así que cuando murieron Arthur y Sylvia adoptó y cuidó a todos sus hijos, que para entonces ya eran cinco, convirtiéndolos en su propia familia.

De esa peculiar relación entre un hombre acomplejado, una familia acomodada y unos niños revoltosos nació la historia del niño que se negaba a crecer porque quería seguir jugando en un mundo imaginario de aventuras sin fin. Barrie murió en Londres en 1937, pero desde entonces la figura de su pequeño personaje no ha dejado de agrandarse y se ha convertido en un mito moderno que sigue alimentando la imaginación de niños y adultos cien años después de haber sido creado. Claro que de ello no podemos responsabilizar sólo al autor del personaje, sino que gran parte de su proyección actual se debe a quien lo recreó para el cine dotándolo de esa imagen de adolescente pícaro y juguetón, de rasgos aniñados, que ha quedado grabado para siempre en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad.

WALT DISNEY: LA PELÍCULA

 

Aunque sin Barrie no existiría la historia, fue Walt Disney quien dibujó la imagen que ha dado proyección mundial al personaje. Barrie creó a Peter Pan y Disney lo dibujó para el cine. Y desde entonces la figura de ese gracioso niño, travieso e inmaduro, ha ido creciendo entre nosotros hasta convertirse en referente de un síndrome que en el siglo XXI está adquiriendo dimensiones pandémicas. Y es que, aunque en ocasiones la realidad supera la ficción, también es cierto que en muchas otras es la ficción la que ayuda a crear la realidad, consiguiendo que personajes imaginarios produzcan efectos reales.

Peter Pan es quizá la muestra más paradigmática de ese fenómeno de influencia cultural de una figura imaginaria. Empezó a volar en un teatro de Londres, se paseó por los cines de todo el mundo, entró después en nuestra casa, a través de la ventana del televisor, y se instaló para siempre en nuestra memoria colectiva.

Claro que todo eso no habría sucedido si a la magia del personaje no se hubiera unido la genialidad del dibujante que le confirió personalidad fílmica. Por eso me complace enormemente hablarles un poco de quien, con sus dibujos, creó la iconografía definitiva e imperecedera de ese niño volador que sigue habitando entre nosotros.

Walt Disney nació en Chicago en 1901 y su afición por el dibujo se desarrolló tempranamente. En 1918 diversas revistas estadounidenses empezaron a publicar sus primeras caricaturas, y en 1923 se instaló en Hollywood donde logró comercializar su primer cortometraje, Alice’s Wonderland, en el que combinaba dibujos animados con imágenes de una niña real. El personaje se convirtió en la protagonista de una serie y obtuvo el éxito necesario para que su distribuidor, Charles Mintz, le propusiera crear una nueva serie con un nuevo personaje. Entonces nació el simpático conejo Oswald, cuyos rasgos prefiguraron lo que pronto se conocería en todo el mundo como el estilo Disney. Una escuela de dibujantes e ilustradores que, dirigidos por la genialidad de Disney, crearon para el cine personajes y películas inolvidables. En 1928 apareció Mickey Mouse, después llegaron el Pato Donald, Pluto y otros muchos personajes de ficción cuya característica principal era que se trataba de animales con aspecto antropomórfico y gran capacidad para distorsionarse, aplastarse o alargarse con la misma rapidez con la que lograban recomponerse.

En esa época la factoría Disney contaba ya con la colaboración de los mejores dibujantes del país, y era capaz de producir gran número de películas, entre las que destacaron los grandes clásicos del género: Blancanieves y los siete enanitos (1937), Pinocho (1940), Fantasía (1941), Bambi (1942), Los tres caballeros (1944), Dumbo (1947), La Cenicienta (1950), Alicia en el País de las Maravillas (1951), Peter Pan (1953), La dama y el vagabundo (1955), La bella durmiente (1959), 101 dálmatas (1961), Merlín el encantador (1963) y El libro de la selva (1967). Estas catorce obras maestras de la factoría Disney convirtieron a su creador en una de las figuras más populares del siglo XX. Disney murió en California en 1966, sin poder asistir al estreno de su última película, pero los principales personajes de sus imaginativas historias siguen vivos y muchos de ellos han sido tomados por la psicología como un referente para describir comportamientos y tipificar síndromes.

Si una persona es muy mentirosa se dice de ella que le crecerá la nariz como a Pinocho. Si una mujer asume resignada todas las tareas del hogar se la califica de Cenicienta. Si alguien parece inocente y desamparado se le considera un Bambi. Y a los hombres que tienen miedo al compromiso y desarrollan comportamientos infantiles, los llamamos Peter Pan. A los Pinochos, Cenicientas y Bambis, los ha bautizado como tales la cultura popular; pero los hombres Peter Pan deben su nombre a un padre conocido: el ilustre psicólogo estadounidense Dan Kiley.

DAN KILEY: EL SÍNDROME

 

Aunque el primero que asoció la figura de Peter Pan a un determinado tipo de comportamiento adulto inmaduro fue Eric Berne, el creador del Análisis Transaccional, quien desarrolló, de manera sistemática, la problemática específica de los jóvenes que no quieren crecer, fue Dan Kiley, cuando en 1983 publicó El síndrome de Peter Pan, un libro que como él mismo señaló en el prefacio «se ocupa de varones adultos que no han madurado».

Kiley se doctoró en la Universidad de Illinois y comenzó su carrera de psicólogo tratando a delincuentes juveniles. Posteriormente derivó su ámbito de intervención hacia adolescentes con problemas, estudiantes universitarios y matrimonios conflictivos, lo cual le permitió adquirir una amplia experiencia clínica, que le sirvió de base para escribir el libro que le confirió notoriedad mundial, aunque en su bibliografía cuenta también con otras obras interesantes sobre el mismo tema como son El dilema de Wendy (1984) y Vivir juntos, sentirse solo (1990) donde el autor confesó comportamientos propios del síndrome que él mismo definió.

Kiley falleció en 1996 pero su obra perdura como un referente inicial de quien supo sistematizar una serie de rasgos comunes que sirvieron para definir el comportamiento inmaduro de los hombres adultos. Por esa razón, y en homenaje a quien fue pionero en el estudio del comportamiento de los hombres Peter Pan, recordaré los siete rasgos psicológicos de quienes padecen tal síndrome, según los describió el propio autor:*

 

Rasgos de comportamiento del hombre Peter Pan según Dan Kiley

 

1. Parálisis emocional: Las emociones de la víctima están atrofiadas. No se expresan en la misma forma que se experimentan. La ira, a menudo, se presenta como un acceso de furia; la alegría toma forma de histeria, y el desencanto se convierte en autocompasión. La tristeza puede manifestarse como alegría forzada, travesura infantil o risa nerviosa.

2. Dilaciones: Durante la etapa de desarrollo, la víctima joven posterga las cosas hasta que se ve absolutamente obligado a hacerlas. «Yo no sé» y «no me importa» se convierten en su defensa contra las críticas. En su vida, sus objetivos son contradictorios y mal definidos, principalmente porque la víctima deja para mañana la tarea de pensar en ellos.

3. Impotencia social: Por más que lo intenten, las víctimas no pueden hacer verdaderos amigos. De adolescentes, son dirigidos fácilmente por sus compañeros. Los impulsos tienen prioridad sobre un auténtico sentido de lo correcto y lo incorrecto. Buscar amigos y ser amistosos con meros conocidos se antepone a las demostraciones de amor e interés por la familia.

4. Pensamiento mágico: «Si no pienso en ello, desaparecerá.» «Si pienso que será diferente, lo será.» Estas dos citas reflejan el pensamiento mágico de las víctimas. La magia mental les impide admitir sinceramente sus equivocaciones y les resulta imposible decir «lo siento» o pedir perdón.

5. Relación con la madre: La ira y la culpa les producen una ambivalencia abrumadora hacia la madre. Las víctimas desean liberarse de la influencia de ella, pero se sienten culpables cada vez que lo intentan. Cuando están con su madre hay tensión en el aire; una tirantez salpicada de sarcasmos, seguidos de momentos de ternura reactiva.

6. Relación con el padre: La víctima se siente apartada de él. Ansía estar cerca, pero ha decidido que no puede recibir su amor ni su aprobación. La víctima de más edad lo sigue idolatrando aunque sin comprender las limitaciones de su padre, y mucho menos aceptar sus defectos.

7. Fijación sexual: La impotencia social de la víctima se extiende hasta el terreno sexual. Poco después de la pubertad empieza desesperadamente a buscar una amiga. Sin embargo, su inmadurez y su necesidad suelen ahuyentar a la mayoría de las chicas.

Esos eran, en esencia, los principales rasgos que Kiley detectó en los hombres que sufrían el síndrome y, como pueden observar, a quienes actuaban de tal manera los calificaba de «víctimas» para enfatizar su condición de perjudicados por su propia problemática. Pero, a los efectos de este ensayo, más relevante que conocer cuál era el perfil de los jóvenes Peter Pan de entonces y de quién era la culpa de su actitud, lo que realmente me interesa es explicar las causas por las cuales un síndrome que definía un comportamiento minoritario se ha convertido en un rasgo del carácter ampliamente arraigado. Por qué una problemática concreta de ciertos jóvenes estadounidenses de los años ochenta del siglo pasado se ha convertido, en treinta años, en un modelo de comportamiento muy común entre los jóvenes adultos que han alcanzado la mayoría de edad. Y como la respuesta es muy compleja, y excede los límites de un enfoque exclusivamente psicológico, creo que para hacer comprensible el fenómeno debo exponer primero las razones sociológicas que lo han hecho posible.