No cabe la menor duda de que el 27 de febrero de 1933 no solo se destruyó el Reichstag, sino, además, la mismísima democracia de Alemania. A partir de entonces ya nada fue igual ni para Alemania, ni para Europa, ni para el mundo. Ahora bien, para entender lo que verdaderamente ocurrió, debemos remontarnos a septiembre de 1919, cuando unos cuantos individuos se reunieron en una cervecería de Múnich para fundar el Partido Obrero Alemán. Entre ellos se encontraba un joven y oscuro oficial austriaco llamado Adolf Hitler.
En una Alemania humillada por el Tratado de Versalles y reducida a la miseria económica y a la inflación, Hitler supo cómo abrirse camino. Ya en noviembre de 1923, un golpe de Estado mal organizado por sus partidarios en Baviera le llevó a prisión, donde escribió Mein Kampf («Mi lucha»), que llegó a ser la Biblia del nacionalsocialismo. Tras cumplir una pena de cinco años, Hitler decidió organizar el NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán). Redactó su programa electoral, creó su propia fuerza armada y, gracias a ella, redujo al silencio a sus adversarios políticos. Al mismo tiempo comenzó a adiestrar a sus tropas especiales, los Camisas Pardas, o SA, y las SS, que tenían la obligación de llevar a cabo las órdenes del partido: comunistas, judíos, socialistas, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, enfermos mentales…, todos eran susceptibles de ser atacados, perseguidos o eliminados. Hitler sabía bien que a través de la «legalidad» se podía acabar con la propia «legalidad»[20].
Para Hitler y los suyos, la República de Weimar es una enferma terminal a la que hay que sacrificar. Es necesario llegar a la cima para, desde allí, darle la puntilla final y terminar con la democracia. En las elecciones parlamentarias de 1930, el NSDAP recibe algo más de seis millones de votos, lo que supone el 18,2 % del electorado, quedando a tan solo cinco puntos de los comunistas de Ernst Thälmann, que han conseguido cuatro millones y medio de votos. El Partido Socialdemócrata de Otto Weiss gana las elecciones y consigue 143 escaños en el Reichstag[21].
Hitler sabe que debe ganarse el apoyo de militares, banqueros, industriales y políticos de derechas. Y sabe cómo hacerlo. El único obstáculo es el presidente Hindenburg, que le desprecia y quien, tiempo después, dirá de él que no era más que un «cabo bohemio, un curioso personaje que podría llegar a ser un ministro de Correos, pero nunca un canciller»[22].
Sin embargo, en 1932, el canciller Heinrich Brüning ya se mostraba más que preocupado por el incremento de popularidad de los nazis. El general Schleicher, artífice del ascenso de Brüning, también creía que la inestabilidad política terminaría con la muerte de la República de Weimar, y que esta caída estaría marcada por la llegada al poder del nazismo o del comunismo. En las elecciones presidenciales de 1932, Paul von Hindenburg derrotó a Hitler por una diferencia de seis millones de votos, pero el líder nazi sabe que el anciano presidente sufre de demencia senil y cáncer de pulmón en fase terminal. Le queda poco tiempo y él sabe cómo debe maniobrar para convertirse en su sucesor.
Así pues, el 30 de enero de 1933 Hitler fue nombrado canciller de Alemania por el presidente Hindenburg. El apocado señor Hitler, vestido de frac y sombrero de copa, se transformó en un dictador, siempre de uniforme y acompañado de la cruz gamada. Para Adolf Hitler y su círculo más estrecho (Joseph Goebbels, Hermann Göring, Wilhelm Frick y Ernst Röhm) ya solo quedaba un obstáculo que sortear y destruir: el edificio que simbolizaba la democracia, esto es, el Reichstag[23].

Hitler le había encargado a Hermann Göring, ministro del Interior de Prusia, que nombrase nuevos jefes de policía, todos ellos miembros de las SS. De ese modo se creó la Geheime Staatspolizei (Policía Secreta del Estado) o Gestapo, a quien Göring ordenó que usaran las armas para disolver las manifestaciones del Partido Comunista Alemán. «No puedo actuar contra el populacho rojo con policías que tienen miedo de los procedimientos disciplinarios mientras se encuentran en el cumplimiento de su deber. La responsabilidad debe quedar muy clara. [...] La responsabilidad es mía y solo mía. Deben entenderlo. Si abren fuego, soy yo quien dispara. Si hay un solo hombre muerto en el suelo, yo le he disparado, aunque me encuentre sentado en mi despacho del Ministerio, porque la responsabilidad es mía y solo mía», dijo Göring[24].
Los planes, diseñados al detalle por Hitler y Goebbels, incluían una mano ejecutora elegida por Göring para llevar a cabo el gran golpe: Reinhard Heydrich, que debía estar en constante comunicación con Himmler, en Múnich, y con su jefe en las SA, Hans von Kobelinski, en Berlín.

El 24 de febrero, tres días antes del incendio del Reichstag, la sede del Partido Comunista Alemán en Berlín fue rodeada por tropas de las SA. Se pretendía hacer creer a la opinión pública que los comunistas tenían documentos comprometedores sobre un hipotético intento de golpe de Estado. De hecho, aunque en el registro de la sede no se encontró nada, Göring hizo un comunicado en el que aseguraba haber hallado material que hablaba de un levantamiento comunista en todo el país. El 26 de febrero de 1933, los ciudadanos alemanes se despertaron con una historia en los periódicos que, en realidad, despertó poco interés, pese a que el astrólogo Erik Hanussen dijera lo siguiente durante un trance: «Veo un crimen espeluznante cometido por los comunistas. Veo llamas devoradoras. Veo un terrible incendio que ilumina el mundo». El verdadero nombre de Hanussen era Herschel Steinschneider, una especie de mentalista que trabajaba en ferias y circos ambulantes. En 1932 conoció a Hitler, a quien predijo que algún día dominaría Alemania. De hecho, Hitler acabó nombrándolo su «adivino de cabecera», con lo que parecía que todo le iría bien bajo la esvástica. Pero se le ocurrió predecir el incendio del Reichstag —se cree que algún líder nazi le reveló información—, lo que le convertía en una especie de «cabo suelto» que debía ser eliminado. En abril de 1933, dos meses después del incendio, su cuerpo apareció en un parque de Berlín con un disparo en la nuca[25].

Durante la noche del 27 de febrero, un corresponsal del diario The Times llegó al Reichstag en llamas. No había ninguna unidad de bomberos en el lugar, lo que le extrañó. «Encontré la cámara central como una masa de llamas que se elevaba hasta la cúpula. Los policías me dijeron que el fuego había comenzado al mismo tiempo en cuatro o cinco puntos diferentes, entre ellos el sótano. Habían detenido a un hombre en el interior y, por lo que parece, era un comunista holandés», escribió el corresponsal británico. Mientras Hitler llegaba al edificio a las 22:20 horas, Göring declaraba públicamente que este «era el comienzo del levantamiento comunista; ahora empezará el ataque. No hay tiempo que perder». Lo que a nadie se le escapa es que el incendio sirvió a Hitler de pretexto para acusar a los comunistas del incendio, pedir mayores poderes al presidente Hindenburg y derogar las garantías constitucionales. El propio Hitler, que dijo que las llamas «eran una señal divina», se presentó en el lugar de los hechos inmediatamente después de conocerse el incendio y puso en marcha el aparato de propaganda del partido para difundir el miedo ante el «peligro comunista». Hitler gritaba: «¡Ahora no habrá misericordia! ¡Cualquiera que se interponga en nuestro camino será eliminado! El Volk alemán no tendrá compasión con la lenidad. Que se mate a tiros a todos los oficiales comunistas. Hay que resolver todo lo relacionado con los comunistas. Se ha acabado la indulgencia para los socialdemócratas y el Reichsbanner»[26].
En realidad, los autores del incendio habían sido miembros de un comando de la SS llegado desde Múnich llamado Staarsräuber («Secuestradores del Estado») y liderado por Reinhard Heydrich. La noche del día 27 entraron con material incendiario por el pasadizo que desembocaba en los sótanos del Reichstag, prendieron fuego a todo lo que allí hallaron y salieron por el mismo lugar. Previamente, al joven holandés Marinus van der Lubbe lo dejaron reclutado por agentes nazis que se hicieron pasar por miembros de una célula comunista[27].
Esa misma noche, varios miembros del grupo parlamentario comunista fueron apresados y, al día siguiente, Hitler hizo firmar a Hindenburg un decreto por el que se derogaban los derechos constitucionales para «la protección del Estado y del pueblo» alemán. Conocido como el «decreto del incendio del Reichstag», o ley habilitante de 1933, la firma significó el estado de excepción, el fin de la libertad de prensa y la restauración de la pena de muerte con carácter retroactivo. El texto, compuesto por cinco artículos, daba plenos poderes al Partido Nacionalsocialista, a Adolf Hitler y, por tanto, a todos sus matones.
LEY PARA SOLUCIONAR LAS URGENCIAS DEL PUEBLO Y LA NACIÓN
El Reichstag ha puesto en vigor la siguiente ley, la cual es proclamada con el consentimiento del Reichsrat, habiendo quedado establecido que los requisitos para una enmienda constitucional han sido cumplidos:
Artículo 1. En adición al procedimiento establecido por la Constitución, las leyes del Reich pueden también ser emitidas por el Gobierno del Reich. Esto incluye a las leyes referidas en los artículos 85, párrafo 2, y artículo 87 de la Constitución.
Artículo 2. Las leyes emitidas por el Gobierno del Reich pueden diferir de la Constitución en tanto no contradigan las instituciones del Reichstag y del Reichsrat. Los derechos del presidente quedan sin modificación.
Artículo 3. Las leyes emitidas por el Gobierno del Reich deben ser promulgadas por el canciller y publicadas en el diario oficial del Reich. Tales leyes entrarán en efecto al día siguiente de la publicación, salvo que se indique una fecha diferente. Los artículos 68 al 77 de la Constitución no se aplican a las leyes emitidas por el Gobierno del Reich.
Artículo 4. Los tratados celebrados por el Reich con Estados extranjeros que afecten en materia de la legislación del Reich no necesitarán la aprobación de las cámaras legislativas. El Gobierno del Reich debe promulgar las reglas necesarias para la ejecución de tales tratados.
Artículo 5. Esta ley entra en vigor el día de su publicación. Queda sin vigencia el 1 de abril de 1937 o si el actual Gobierno del Reich fuese sustituido por otro.

El «decreto» permitió a las SS y las SA detener a todos los líderes políticos de la oposición, tanto socialdemócratas como comunistas, en sus propias camas mientras dormían. Se calcula que en los dos días siguientes al incendio fueron capturados bajo «detención preventiva» (Schutzhaft) cerca de 4000 políticos, activistas y sindicalistas en todo el territorio del Reich. En las siguientes semanas el número aumentó a más de 20.000, esta vez comunistas de base. A todos se les llevó a campos de prisioneros improvisados. Uno de estos llevaba el nombre de Dachau y estaba trece kilómetros al noroeste de Múnich. El campo había sido levantado sobre una fábrica de pólvora, y el 21 de marzo, casi un mes después del incendio del Reichstag, a Dachau fueron llegando los primeros prisioneros, sobre todo comunistas y socialdemócratas. Hasta su liberación, el 28 de abril de 1945, por las tropas estadounidenses, el campo fue gestionado por hombres de la SS y dirigido por Theodor Eicke, hombre de confianza de Himmler. Todos los prisioneros recibían la calificación de «enemigos infrahumanos del Estado» y, por tanto, eran susceptibles de ser eliminados[28].

Era el propio Eicke quien daba la arenga de bienvenida a las unidades de la SS destinadas al campo:
¡Camaradas de las SS! Todos sabéis para qué nos ha llamado el Führer. No estamos aquí para tratar a esos cerdos de ahí dentro de modo humano. No les consideraremos hombres como nosotros, sino hombres de segunda clase. Hace años que venimos aguantando su criminal naturaleza. Pero ahora tenemos el poder. Si esos cerdos hubiesen llegado al poder, nos habrían cortado la cabeza. Por ello no tendremos miramientos. Quien de entre los camaradas aquí presentes no sea capaz de ver la sangre no es de los nuestros y debe renunciar. Cuantos más de esos perros matemos, menos tendremos que alimentar[29].
El rojo de las llamas simbolizó el fin del sistema democrático alemán, y el humo gris, el ascenso del partido nazi, que se impondría en las elecciones anticipadas del 5 de marzo, dando paso a la instauración de un Estado totalitario represivo y cruel. Las promesas de llevar a una Alemania al máximo poder de Europa hicieron que el NSDAP consiguiese incrementar el número de votos de 5,5 millones a 17.750.000, aunque tan solo suponía el 44 % de los votos emitidos. Con la ayuda de los tres millones de votos del Partido Nacional Popular Alemán (DNVP) de Alfred Hugenberg, el Gobierno del canciller Hitler consiguió una mayoría simple en el Reichstag. Puesto que la mayor parte de los diputados comunistas y socialdemócratas estaban bajo detención preventiva, Hitler consiguió el apoyo de los dos tercios de la Cámara necesarios para que se aprobase la llamada «Ley de autorización», que permitía a los nazis gobernar y regir los destinos de Alemania sin ningún tipo de control parlamentario. De ese modo Hitler enterró la democracia alemana mediante un acto de aparente legalidad.
El joven anarquista holandés, que se autoinculpó por haber prendido fuego al edificio como repulsa al avance del partido nazi, fue sentenciado por un tribunal de Leipzig a pena de muerte, y un año después murió ejecutado en la guillotina. Tras la guerra surgió con fuerza la teoría sobre el autor o autores del incendio, y aunque en los primeros años dominó la teoría de que el fuego había sido provocado por los nazis, a finales de los años cincuenta se impuso la tesis de que fue obra de Marinus van der Lubbe en solitario.
Nacido en Leiden (Holanda) en enero de 1909, Marinus se crió en un orfanato. Tras la muerte de su madre, tuvo que ponerse a trabajar como peón de albañil. En 1925 se afilió al Partido Comunista de Holanda tras sufrir un accidente laboral que le afectó a los dos ojos. En febrero de 1933, ya casi ciego, y tras la llegada de Hitler al poder, el idealista Van der Lubbe arribó a Berlín con lo puesto pensando que los comunistas se lanzarían a la revolución contra los nazis. Pero lo que encontró fue un Partido Comunista Alemán disgregado, con la mayor parte de sus líderes encarcelados y muchos de sus miembros abrazando la nueva ideología, esto es, el nacionalsocialismo[30].

El 25 de febrero intentó incendiar el Palacio Imperial y una oficina de empleo, pero no tuvo éxito. Dos días después la policía le acusaba de haber incendiado el Reichstag. En un primer momento aseguraron que Marinus van der Lubbe había actuado en solitario, poco después rectificaron y dijeron que la acción del holandés era el resultado de lo planeado por un grupo comunista que pretendía acabar con el símbolo de la democracia alemana (el Reichstag) y, a partir de ahí, llevar a cabo una gran revolución comunista[31].
En septiembre de 1933, en la sala cuarta del Tribunal de Leipzig, compareció, además de Van der Lubbe, un grupo de comunistas, entre los que se encontraba un búlgaro llamado Georgi Dimitrov. Este realizó una defensa tan brillante de todo el grupo de acusados que solo se dictó la pena de muerte para Van der Lubbe. De hecho, Dimitrov, que trece años después se convertiría en el primer ministro de Bulgaria, orientó su defensa hacia un objetivo concreto: convencer al casi centenar de periodistas acreditados en el juicio de que la clave del incendio del Reichstag debía buscarse en la extrema derecha y, más concretamente, entre las filas del Partido Nacionalsocialista de Hitler. Para ello Dimitrov invitó a que Göring explicase en qué basaba su insistencia sobre la autoría de los comunistas, lo que provocó las risas de los periodistas presentes: «Me gustaría —dijo— que el señor Göring diese una explicación lógica de cómo un hombre solo, provisto de una sencilla caja de cerillas y cuatro paquetes de carbones de la marca Oldin, pudo destruir, en apenas una hora y sin que ningún policía lo advirtiese, el enorme edificio del Parlamento»[32].
Si, como había dicho el presidente del Tribunal al comienzo del proceso, se trataba de aplicar la «justicia soberana alemana», rechazando todo tipo de connivencia entre los poderes judicial y político, la parte fiscal debía presentar pruebas fehacientes. El presidente Buenger trató de restar fuerza a la requisitoria de Dimitrov y le exigió que dijese si pensaba o no que el Tribunal estaba influido por el Gobierno. Dimitrov se limitó a responder que sospechaba que las investigaciones llevadas a cabo por la policía «podían haber sido influenciadas por una posición política determinada». Göring, fuera de sí, le insultó: «Para mí, usted es solo un bandido, carne de horca». La prensa internacional celebró la victoria moral del comunista sobre su acusador, Göring, que tuvo que conformarse con que Marinus van der Lubbe, obrero en paro, enfermo de la vista y aún convaleciente de un accidente de trabajo, fuese ahorcado a los veinticuatro años de edad. Los demás acusados recuperaron su libertad, aunque la represión policial puesta en marcha con la orden presidencial del 28 de febrero cayese sobre ellos en las mismas puertas del Tribunal[33].
Marinus van der Lubbe murió en la guillotina en el patio central de la prisión de Leipzig en la madrugada del 10 de enero de 1934, justo tres días antes de cumplir veinticinco años. Su cuerpo fue enterrado en una tumba sin nombre en el cementerio sur de la misma ciudad. Pese a la multitud de teorías que se desarrollaron sobre el asunto, el nombre de Marinus van der Lubbe sigue apareciendo en la mayoría de las enciclopedias y libros de texto alemanes como autor en solitario del incendio del Reichstag. En el mes de diciembre de 1980, la décima sala del Tribunal Supremo de Berlín Occidental dictó sentencia absolutoria post mortem en favor de Marinus van der Lubbe. En ella el juez berlinés estimaba que el presidente del Tribunal de Leipzig que condenó a muerte a Van der Lubbe, Wilhelm Buenger, lo hizo atendiendo a presiones de Hitler y sin exigir previamente que se investigase la posible culpabilidad de los seguidores del entonces canciller del Reich.
En 1981, un Tribunal de Berlín, a instancias de Jan van der Lubbe, hermano de Marinus, revocó la sentencia de 1933 y le declaró «no culpable», con el argumento de que se había tratado de una operación de «falsa bandera» del Gobierno nazi y de que Van der Lubbe había sido una marioneta. La anulación legal de la condena quedó ratificada definitivamente en el año 2008, en virtud de una ley aprobada en 1998 por el Bundestag, que permitía la revisión de sus condenas, así como la rehabilitación de condenados por los tribunales nazis entre 1933 y 1945.
Cuarenta y siete años después del incendio que allanó a Adolf Hitler el camino hacia el poder absoluto, una comisión de historiadores logró reunir suficientes pruebas documentales que demostraban que fueron los propios nazis quienes prendieron fuego al Reichstag con el único fin de desatar una amplia operación de represión contra sus verdaderos rivales políticos, los comunistas[34].
En 2005, el periodista de investigación Otto Köhler descubrió que una lista con los nombres de las personas que debían ser detenidas e inculpadas del incendio había sido remitida a la policía de Berlín seis horas antes de que se declarara el fuego en el Reichstag. El general Franz Halder, jefe del Estado Mayor del Alto Mando del Ejército Alemán (OKW) entre 1938 y 1942, que participó en las primeras conspiraciones militares contra Hitler, declaró lo siguiente al historiador William Shirer: «En un almuerzo con ocasión del cumpleaños del Führer en 1943, las personas alrededor de él dirigieron la conversación hacia el incendio del Reichstag y su valor artístico. Escuché con mis propios oídos cómo Göring irrumpió en la conversación y gritó: “El único que realmente sabe algo sobre el edificio del Reichstag soy yo, porque yo le prendí fuego”. Y tras decir esto, dio una palmada»[35].