Introducción

Yo no sé cómo surgen las ideas, desconozco los procesos y las reacciones que se producen en la mente, lo que sí sé es que me gusta viajar, la aventura, y la idea de dar la vuelta al mundo a pie surgió, como no podía ser de otra manera, caminando. Había realizado con anterioridad otros viajes y rutas a pie, como la Transpirenaica, diferentes variantes del Camino de Santiago y multitud de rutas de varios días y semanas en media montaña, sobre todo por la geografía española. Y me sentía tan bien en contacto con la naturaleza, viviendo a mi propio ritmo, llegando a los sitios por mi propio pie, que un día pensé: «Y la vuelta al mundo caminando, ¿por qué no?». La semilla había germinado.

SOY CAMINANTE

Mi afición por caminar viene de lejos, y está íntimamente ligada a la naturaleza. Desde un paseo otoñal por la ribera de un río al caer la tarde, disfrutando de la luz y la variedad de colores, hasta perderme varias semanas de ruta por la montaña, son para mí algunas de las delicias de esta vida. Voy al monte desde pequeño, cuando mi padre me llevaba al Moncayo, montaña solitaria que se alza entre las tierras de Soria y Aragón. Todavía puedo sentir aquellos días lejanos, la magia de sus bosques y veredas a través del silencio y de la niebla, mis primeros pasos sobre la nieve, las brujas de Trasmoz y las leyendas de Bécquer. Posteriormente, continuaría con esta bella costumbre aprovechando la más mínima ocasión para escaparme y reunirme con mi amante la naturaleza, subir a las cumbres y perderme por los bosques. Sin embargo, no sería hasta más tarde, al realizar la variante norte del Camino de Santiago, la que recorre España por su litoral cantábrico, cuando descubrí la que sería una de mis pasiones: caminar disfrutando del paisaje, escribiendo, haciendo fotografías y llegando a los sitios por mi propio pie. Se abría ante mí una nueva realidad, un reencuentro conmigo mismo, un nuevo mundo por descubrir. Desde entonces he seguido caminando, casi como un hábito diario. He visitado numerosos países, he realizado rutas de varias semanas y siempre que estoy inmerso en ellas, en contacto con los elementos, siento una energía corriendo por mi ser, entro en un estado de fortaleza y equilibrio, que me hace no querer parar y seguir así durante mucho tiempo, recorriendo con mis pies este mundo de fantasía, belleza y crudeza del que no me quiero marchar sin conocer... Porque hay una fuerza más allá del cuerpo y de la razón.

Un día hice el cálculo y descubrí que a lo largo de mi vida había vivido en más de veinte lugares diferentes. Eso, sin duda, forja un carácter, hace de ti una persona desarraigada y te da la facilidad para moverte, viajar y adaptarte a entornos y circunstancias cambiantes. Hasta el punto, he llegado a pensar, de dejar de ser una herramienta para pasar a ser una necesidad cuando, tras un tiempo en un mismo escenario, he sentido siempre la necesidad de cambiar de aires y buscar cosas nuevas guiado por el instinto y la curiosidad. Primero por mi padre, marino de profesión, cada pocos años nos mudábamos de ciudad en ciudad buscando el mar. Luego, por mi espíritu aventurero e inconformista, a la temprana edad de veintiún años sentí la necesidad de buscarme la vida y me fui de casa de mis padres a vivir a la montaña, por lo que desde muy joven estoy acostumbrado a viajar, empezar de cero y subsistir con muy poco. He cursado estudios universitarios y técnicos, he desempeñado diversos trabajos, a lo largo de mi vida he conocido multitud de personas y he tenido muchas relaciones. Y supongo que todo eso —que no parece importante y pasa desapercibido por ser parte del día a día y de lo cotidiano, como si fuera un decorado en el que trascurren los hechos y no la acción misma en una obra de teatro—, unido a mi pasión por la naturaleza, el desarraigo de lo mundano y mi facilidad para cambiar de lugar y vivir durante años con poco más de lo que cabe en una mochila, va forjando lentamente, como esculpe las rocas el agua del mar, un espíritu libre que acaba siendo fundamental y la razón principal, no sólo para que nazca una idea, sino para tomar la decisión de ir a por ella y tener la sensación de que ésta era una aventura que estaba ahí esperándome desde siempre, como algo inevitable, una evolución lógica que, tarde o temprano, tenía que ocurrir.

Un día me decía una amiga: «¿Te acuerdas de aquellos dibujos que hacíamos de pequeños, uniendo los puntos con una línea? A veces la vida es como esos dibujos, realizamos acciones que parecen inconexas entre sí y no tienen mucha lógica unas con otras, pero un día trazamos la línea que une los puntos y aparece un dibujo que da sentido a todo lo demás, y hace que todas las piezas encajen en su sitio en nuestra cabeza». Este viaje vendría a ser esa línea, ese trazo que une todos los puntos inconexos que he ido dibujando a lo largo de mi vida, pero claro, yo todavía no lo sabía, tan sólo lo intuía, tan sólo alcanzaba a sentirlo como una semilla que se abre y va creciendo lentamente, como un sentimiento que palpitaba en mi interior cada vez con mayor fuerza, como una estrella que nace y cada día que pasa brilla con mayor intensidad, hasta que resulta imposible no verla, hasta que no queda más remedio que prestarle atención, hasta que la realidad se vuelve innegable.

La toma de la decisión

Cuando quieres hacer algo encuentras un medio,

cuando no quieres hacer nada encuentras una excusa.

Recuerdo que me llevó más de un año tomar la decisión, tiempo durante el cual yo seguía con mi vida normal: trabajar, practicar deporte, salir con amigos, ir al cine y al teatro, hacer viajes y escapadas a la montaña siempre que se presentaba la oportunidad, visitar a mi familia... A la hora de embarcarse en una aventura de esta envergadura hay frenos y resistencias que vencer. Es un viaje muy largo y no exento de peligros del que uno no sabe si va a regresar vivo y, si lo hace, quién va a ser y si va a ser capaz de volver a adaptarse a un discurso y una rutina que a lo mejor le quedan pequeños o muy lejanos. Si habría alguna razón que me hiciera interrumpir el viaje y volver antes de concluirlo, o si estarían todos mis familiares y seres queridos a mi regreso. El grado de incertidumbre es absoluto, como saltar al espacio, lanzarse al vacío, requiere soltar todos tus miedos. Hay que realizar un verdadero ejercicio de desprendimiento y ser capaz de dejarlo todo, tu casa, tu trabajo, tu familia, tus amigos. Sin duda, no es una decisión sencilla, prueba de ello es que no conocía a nadie que lo hubiera hecho con anterioridad. Sabía que mucha gente daba la vuelta al mundo en avión, furgoneta, moto y bicicleta, pero no sabía de nadie que lo hubiera hecho caminando... Me adentraba por una senda en la que no tenía referentes. Sin embargo, en la vida hay que tomar decisiones, saber que no se puede tener todo a la vez, a veces se nos presentan bifurcaciones de caminos y hay que tomar uno, pero, sobre todo, ser conscientes de que es un milagro estar vivos, estamos en este mundo de paso y el sentido de la vida es luchar por nuestros sueños. Como decía alguien una vez, no me quería conformar sólo con un trozo del pastel, yo quería el pastel entero, un reto salvaje, una AVENTURA con mayúsculas. Por eso no se me ocurrió hacerlo de otra manera que no fuera caminando, el medio de transporte más sencillo y salvaje, ligado a la naturaleza, la tierra y los elementos.

Fue una soleada mañana de agosto, en verano de 2012, tras varios meses dándole vueltas en la cabeza, observando la semilla crecer, fantaseando, tanteando tímidamente como un lobezno alejándose y acercándose con cautela a un erizo, jugando con ese nuevo ser que acaba de descubrir en el mundo, cuando decidí dar el salto con la convicción y la determinación que requiere una empresa así y lanzarme a la caza de este sueño, a la conquista de lo imposible. Recuerdo la felicidad que sentí en ese momento, como si me hubiera liberado de una gran carga, como si de repente me hubieran salido alas, como si hubiera escuchado mi corazón y tomado la mejor decisión de mi vida. Sentí de repente que todas las piezas del puzle encajaban en su lugar en mi interior, que esa brecha entre el deber y el querer, entre lo que en verdad somos y lo que hacemos desaparecía, y el mundo se volvía más real que nunca, con plenitud de conciencia. Había saltado fuera de lo convencional en un ejercicio de valentía y esa gasa delante de mis ojos que difuminaba la realidad se esfumaba, todo volvía a ser nítido otra vez. Vencer tus fantasmas y salir indemne de la batalla, decir «éste soy yo y estoy aquí», esto era lo que yo quería. Porque no hay nada peor que un hombre que ha perdido su olfato, son esas locuras las que dan sentido a la vida y nos enseñan que las mejores cosas ocurren fuera del camino marcado, las que hacemos siguiendo nuestras propias pulsiones y nuestro instinto, con pasión. Y sé que cada cosa llega a su debido tiempo, que todo sucede en el lugar y en el momento en el que debe ocurrir, pero en ese momento piensas: «¿Cómo no lo hice antes?». Y caes en la cuenta de que perseguir nuestros sueños no debería ser valiente, sino inevitable, la opción más fácil y sencilla, la consecuencia obligada a la suerte de estar vivos.

No dejes para ayer la felicidad de hoy,

ni abandones en manos de la incertidumbre la certeza de tu amor,

que el tiempo no te robe la vida,

que la esperanza no se consuele con esperar.

Los preparativos

Una vez tomada la decisión comenzaban los preparativos, pero ¿qué te llevas para dar la vuelta al mundo caminando si, cuando te vas un mes de vacaciones, no sabes qué meter en la maleta? Como se imaginará el lector, no se trataba sólo de echarse el macuto a la espalda y comenzar a caminar, el viaje empezaba mucho antes y pasaba por organizarlo todo de tal manera que pudiera llevarse a buen puerto y en un período de tiempo no excesivamente largo. Si quería tener una mínima garantía de éxito, debía atar el mayor número posible de cabos.

Al principio eran todo interrogantes; se trataba de construir un proyecto de gran envergadura partiendo prácticamente desde cero. Contaba con una buena forma física, un espíritu motivado y aventurero, la experiencia de viajes y rutas realizados con anterioridad, algún dinero ahorrado y el apoyo de la gente que me rodeaba, en concreto la valiosa ayuda de mi amiga Paz, pilar fundamental en el viaje. Todo lo demás debería ir levantándose a base de trabajo y esfuerzo en un terreno virgen, aunque poco a poco y con el tiempo empezarían a llegar a mis oídos historias inspiradoras, como las de Jean Béliveau o Ffyona Campbell. Debía ser realista, nada de lo que hubiera hecho con anterioridad podía compararse a lo que tenía por delante, y consciente de que por mucho que planificara era imposible controlarlo todo e iba a haber una gran cantidad de imprevistos que resolver durante el transcurso del propio viaje. Recuerdo que una de las primeras cosas que hice fue comentárselo a mi familia. Me parecía de vital importancia para la honestidad y el buen desarrollo del proyecto que lo supieran desde el principio y contar con su apoyo. En una decisión así, son vitales la fortaleza y la tranquilidad mental para poder dedicar todas tus energías a las exigencias del camino.

El siguiente paso fue trazar la ruta, con ayuda de Google Maps, la web del Ministerio de Asuntos Exteriores español y mapas de diferentes lugares, casi pueblo por pueblo, país por país, continente por continente, calculando grosso modo las distancias de un punto a otro y trazando el recorrido por el itinerario más cómodo posible. Me gustaría cruzar el Himalaya, atravesar el estrecho de Bering, navegar por las islas del Pacífico, recorrer Siberia, pero eso son expediciones aparte, para tener alguna garantía de completar una vuelta al mundo a pie con éxito un requisito indispensable era buscar el itinerario «sencillo». Decidí evitar los países conflictivos o en guerra y tratar de ir por la costa siempre que fuera posible, pues en ella suele haber más población, el clima es más benigno y hay menos desniveles. Con estas premisas, me llevó varios días dar la vuelta al mundo sobre el papel. Junto al itinerario, elaboré un calendario de diez meses para Europa, quince para Asia, seis para Oceanía, quince para América y catorce para África, un total de cinco años para el periplo completo. Ambos elementos, itinerario y plazos, eran provisionales, daban margen a imprevistos, y estaban abiertos a variaciones en función de las circunstancias y las necesidades.

A continuación, acudí al Centro de Vacunación Internacional de Madrid para ponerme las vacunas de todas las enfermedades tropicales y las recomendadas para los países que iba a cruzar. Acudí a la consulta con un mapa en el que había trazado con lápiz mi itinerario alrededor del mundo y se lo mostré a la doctora que sonreía mientras abría la neverita y sacaba las primeras dosis de una larga lista. Luego, se sentó frente a mí a rellenar un formulario mientras yo trataba de adivinar su procedencia. Por sus rasgos podría asegurar que era sudamericana, tal vez peruana, y dejé volar la mente por unos instantes soñando que algún día estaría recorriendo esas tierras lejanas y exóticas, cuando de repente levantó la vista y, mirándome a través de sus lentes, me dijo:«¿Sabes? El Nacho que se marcha no será el mismo que el que vuelva». Se hizo de nuevo el silencio, como cuando alguien dice una verdad rotunda y no queda más remedio que quedarse callado asintiendo, asimilándola. Mientras, trataba de imaginar la odisea que tenía por delante y cuáles podían ser esos cambios que sufriría en los próximos años. Al poco, respondí con humor: «Bueno, espero que el cambio sea para mejor».

En cosa de un mes me pusieron todas las vacunas necesarias y me informaron de sus particularidades, ya que algunas requieren un recordatorio pasado un tiempo; hay enfermedades, como la malaria, para las que no existe vacuna y países en los que tener la vacuna de la fiebre amarilla y la cartilla de vacunación en regla son un requisito fundamental para poder entrar, así como consejos y formas de prevención. Recuerdo que algún día llegué a salir del hospital con tres pinchazos en cada hombro. Prácticamente a la vez comencé a recopilar información de páginas de interés en internet, a ponerme en contacto con viajeros y aventureros para escuchar sus experiencias y tomar nota. Contactar con embajadas, teléfonos de emergencia consular, estudiar los requisitos para tramitar los visados pertinentes en cada país, así como el tiempo de estancia en cada uno de ellos. Una de las dificultades del viaje sería recorrer a pie la distancia de cada país en el tiempo concedido en los visados. Planificar bien las épocas y las estaciones en que iba a atravesar cada región y evitar, por ejemplo, Asia en los monzones o recorrer Australia en pleno verano.

Simultáneamente comenzó la ardua labor de conseguir el material y la financiación para la expedición. Puesto que iba a viajar a pie y apenas tenía dinero, decidí hacerlo bajo el principio de ligereza y sencillez, es decir, cuanto menos material llevara, menos peso tendría que cargar y de menos cosas tendría que preocuparme, así que mi equipaje acabó siendo el mínimo y necesario. Al fin y al cabo, si quieres dar una vuelta al mundo caminando lo único que de verdad hace falta es caminar. Decidí llevar una tienda de campaña, un saco de dormir, una esterilla y un camping gas, material que me daría libertad e independencia para pernoctar en cualquier lugar al caer la noche, además de permitirme gastar menos. Algo de ropa, apenas dos mudas, que iría cambiando en función de la latitud o la época en la que me encontrara. Un botiquín de primeros auxilios que prepararía mi amigo Raúl, enfermero y aficionado al deporte y la aventura, en el que llevaría desde unas gasas a antídoto para mordedura de serpientes venenosas. Un ordenador portátil, cámara de fotos y teléfono móvil, tecnología con la que estaría en contacto con mi casa e iría ilustrando y contando mis peripecias, siempre que tuviera cobertura o conexión a internet. Y cuatro cosas más, como un cuaderno, un frontal, una cuerda y un cuchillo, serían los elementos de mi exiguo y ligero equipaje. Escasas pero muy valiosas pertenencias que iba a tener que cuidar, ya que iban a ser las herramientas con las que desenvolverme y sobrevivir solo en un entorno con frecuencia hostil y remoto. Puesto que mi presupuesto era tan ajustado, ni siquiera podía permitirme llevar un GPS, un teléfono satélite o contratar un seguro médico internacional, debía extremar al máximo la planificación antes de entrar en cada país, así como las medidas de seguridad y la concentración puestas en el camino. Además, como había zonas del mundo muy desérticas y despobladas —como Irán, Australia o Chile— en las que iba a tener que llevar una gran cantidad de agua y comida para sobrevivir de forma autosuficiente durante tiradas de varios días, peso imposible de portar en una mochila, decidí llevar mi equipaje en un carrito de aluminio fabricado inicialmente para llevar bebés, pero que adapté para la ruta, y que me permitiría cargar hasta cincuenta kilos de peso. No tenía mucha idea sobre cómo era caminar con un carrito, nunca lo había hecho antes, pero sabía que me obligaba a tener que transitar por superficies lo más planas posible y a darle un mantenimiento mayor que el de una mochila. Creí que sería una buena solución al problema de los desiertos y se convertiría en mi compañero de fatigas y en una de las claves para el buen desarrollo de la empresa en la que estaba a punto de embarcarme.

Este reto nacía de un sueño personal, dar la vuelta al mundo a pie conociendo el crisol de culturas y paisajes del planeta Tierra. Sin embargo, siempre había sentido también la necesidad de trabajar por un mundo mejor, aportar mi grano de arena para intentar dejarlo mejor de como me lo encontré, y no quería que este viaje fuera una excepción, es más, creía que era una excelente oportunidad. Siempre he tenido un fuerte compromiso conmigo mismo, una sensibilidad hacia el mundo en que vivimos y quería que esta aventura tuviera alguna utilidad más allá de mi satisfacción personal, así que pensé que era una ocasión espléndida para poner la mirada en algo que para mí es fundamental. Con esta expedición decidí lanzar un mensaje de conservación de la naturaleza y del planeta Tierra, nuestro hogar. Trataría de predicar con el ejemplo y demostrar que, si alguien es capaz de dar la vuelta al mundo caminando, todos podemos realizar cambios en nuestros hábitos y estilos de vida a favor de un mundo más limpio, saludable y respetuoso con el medio ambiente. Además, constataría el estado en el que se encuentran los ecosistemas de las regiones que recorriera en mi travesía y mostraría la belleza del mundo en que vivimos; siempre me pareció más interesante llamar la acción desde el gusto, la pasión y el interés que desde la culpa, el esfuerzo y el sacrificio, señalando aquello que hacemos mal. Trabajando en la relación que tiene el humano con la naturaleza podemos solucionar muchos de los problemas que hemos creado y no sabemos cómo resolver. Era consciente de los tiempos de hastío y confusión que atravesaban España, Europa y Occidente en general, no sólo en el plano económico, sino también en el político, el institucional y de los valores. También sabía que nadie iba a venir a resolver mis problemas y el panorama que se dibujaba ante nosotros era poco halagüeño, pero era una excelente oportunidad para la transformación, así que en vez de quedarme de brazos cruzados quejándome de lo que no me gustaba, resolví pasar a la acción y trabajar por aquello en lo que creía, aprovechar los vientos favorables de la crisis y la incertidumbre para apostar por una nueva realidad y «ser» el cambio que quería ver en el mundo.

Este viaje brotaba del sentimiento más puro y salvaje, y quería que se mantuviera fiel a su espíritu más auténtico, pero debía pensar también en su viabilidad: sabía que sin ayuda sería imposible o se prolongaría demasiado en el tiempo y no quería demorarme muchos años. Decidí elaborar un dosier con los aspectos más relevantes: filosofía, objetivos, itinerario, material, difusión y presupuesto. Recopilé teléfonos, e-mails y contactos de posibles patrocinadores a quienes se lo entregué con la esperanza de encontrar algún apoyo, empresas para las que dar una pequeña cantidad de dinero hubiera sido insignificante, mientras que a mí me hubiera resultado de gran ayuda. Llegué incluso a idear una campaña con la que recaudar dinero por cada kilómetro que recorriera, y se la presenté a varias de las ONG más importantes en materia medioambiental. Sin embargo, el trabajo que realicé en este sentido fue tan grande como mi decepción, toqué muchas puertas, moví hilos, llamadas de teléfono para apenas conseguir algo de material. Creía tener entre manos un proyecto único, increíble, y no entendía cómo no se volcaban en él y me apoyaban más. La explicación que encontré y con la que me consolé fue que se trataba de una aventura muy arriesgada y ninguna empresa quería asociar su imagen a un proyecto que creían que iba a fracasar. Además, no tenía una carrera deportiva, una larga trayectoria en mi currículo ni un bagaje de triunfos y conquistas con los que respaldar mis palabras. Sin embargo, tenía confianza en mí mismo y creía que sobre la marcha, según fuera materializando el viaje, cubriendo kilómetros, culminando países y continentes, iría demostrando que iba en serio, generando credibilidad y consiguiendo más apoyo. Si no fuera así, sería una señal inequívoca de que mi viaje sólo podía ser, por naturaleza, libre e independiente.

Puesto que tenía algo que decir, debía haber alguien que lo escuchara. Decidí, con la inestimable ayuda de mi amigo Bruno, crear un blog, cuentas en las redes sociales y conceder entrevistas en medios de comunicación, ventanas al proyecto en las que iría contando la evolución de mi marcha mediante fotos, textos, vídeos y publicaciones. Era una gran responsabilidad que me echaba sobre los hombros, ya que no era sólo dar la vuelta al mundo a pie, sino ir contándolo en paralelo, lo cual exigía una cantidad considerable de tiempo y trabajo, y no quería perder esa parte romántica que es la inmersión en las culturas, los paisajes y mi propio universo por estar constantemente conectado a las tecnologías. Sin embargo, también me reportaría una seguridad, podría comunicarme con mi familia y allanar el terreno que tenía por delante estudiando las rutas y la situación de los próximos países, contactando con las embajadas y con la gente que me estaría esperando en los tramos siguientes.

El tiempo iba corriendo. Prácticamente transcurría las veinticuatro horas del día y de la noche centrado en este proyecto, planificando, estudiando y entrenando. Todo lo que hacía, incluso los libros que leía en la mecedora de mi terraza, parecía hablarme de este viaje como señales mágicas que hubieran estado siempre ahí y ahora más que nunca aprendiera a descifrar con una claridad meridiana. El vagabundo de las estrellas, de Jack London; Una realidad aparte, de Carlos Castaneda; Canto a mí mismo, de Walt Whitman; todos hablaban el mismo idioma y parecían querer mostrarme el innegable poder que tenemos de crear la realidad. Por la noche soñaba con tierras remotas y salvajes, abría los ojos en mitad de la madrugada preguntándome si para ir de Nepal a Bangladés tenía que pasar por la India, me levantaba, encendía la luz y consultaba el gran mapa que tenía en la pared, junto al cabecero de mi cama. Me despertaba a oscuras con un texto en mi mente, cogía el bolígrafo y el cuaderno que siempre tengo a mano y lo escribía sin titubear, como si hubiera estado ahí escrito desde la noche de los tiempos, como caería el agua de una cascada al liberarla de la presa que la tenía retenida.

ANOCHE TUVE UN SUEÑO, UNA PREMONICIÓN

Hoy he soñado con África, un lugar donde la realidad tiene otro valor, donde las cosas tienen otro significado. Me invitaban a comer, y eso era un sentimiento intenso de amor, me sentía importante. Un gesto, una señal, valían por mil palabras. Me daban un abrazo y, con sólo una mirada, sin mediar palabra, me guiaban entre caimanes y yo me sentía seguro. Todo ocurría a flor de piel, de un modo más real, salvaje y cercano a la supervivencia. Pero eso también entraña peligros, riesgos, argucias..., y hay que estar atento. Todo es más bello y sensible, como también es más duro y crudo. Quien te da la mano te está dando el corazón. También te pueden matar de un zarpazo. La vida cobra otro valor. Y ésa es la crisis, la que sufre la mente occidental que viaja a la cuna del mundo, al origen de la vida, al centro del corazón. A África. En el Primer Mundo estamos tan protegidos que nos hemos adormecido, damos por sentado que después de un día viene el otro y así hasta los ochenta años de edad; que se come tres veces al día y que el agua caliente sale con sólo abrir el grifo. Sin embargo, cuando vivir es un milagro, cada nuevo día es un regalo y una batalla; se vive con una intensidad y una plenitud que las cosas cobran otro significado.

Llegaron las Navidades, las últimas que compartiría con mi familia en los próximos años, y pasó el que yo creo que fue el invierno más corto de mi vida. Poco a poco iba atando cabos, otros empezaba a comprender que se irían solucionando en el transcurso del propio viaje, llegaba el momento de pensar en una fecha para la partida, de ponerme a caminar, no podía seguir dejando pasar más tiempo ni gastando el poco dinero que tenía. Puesto que este viaje nacía de un sueño y con él quería lanzar un mensaje de cuidado de la naturaleza y el planeta Tierra, comenzaría en una fecha y un lugar simbólicos. Daría mis primeros pasos el 21 de marzo de 2013 desde el kilómetro 0 de la Puerta del Sol, en Madrid, con el inicio de la primavera.

Los días previos a la fecha de partida fueron frenéticos, ultimando preparativos, comprando material y despidiéndome de gente. Se acercaba el momento en el que daría mis primeros pasos y me lanzaría a la caza del sueño que llevaba tanto tiempo esperando, un momento que sólo iba a ocurrir una vez en mi vida, y quería que fuera especial. Se dice rápido, pero me iba a dar la vuelta al mundo caminando y quería tenerlo todo preparado. El día anterior a mi partida recibí la lona azul impermeable hecha a medida con la que cubriría mi carrito y lo protegería de las inclemencias del tiempo. La última noche apenas dormí, no por los nervios, sino cerrando detalles, preparando el equipaje y yendo al estudio de varias emisoras de radio para realizar entrevistas y hacer pública la salida. A la mañana siguiente, tras nueve meses de preparativos, curiosamente lo que se tarda en alumbrar una vida, tenía una cita con el destino y lo que hasta entonces era un proyecto comenzaba a hacerse realidad.

Con el espíritu de aventura más puro y auténtico propio de los clásicos como Mallory en el Everest o Shackleton a la conquista del Polo Sur, tal como rezaba el anuncio que publicó en la prensa allá por 1914: «Se buscan hombres para arduo viaje, sueldo escaso, frío extremo, largos meses de completa oscuridad, riesgo constante, dudoso retorno, reconocimiento y honor en caso de éxito», me lanzaba a dar la vuelta al mundo a pie en solitario, sin asistencia y sin interrupciones con poco más de tres mil euros en el bolsillo y un austero equipaje, pero con el valioso apoyo de mi pequeño y potente equipo, Paz y Bruno, lleno de la ilusión y la fuerza que te da saber que estás en tu camino, sentir que los astros están a tu favor y la sensación difícil de explicar de que ya está todo escrito, esperándote desde siempre. Una odisea de la que no sabía si iba a regresar, una apuesta temeraria a una carta, y que la suerte sonría a aquellos que la buscan...

Vencer las resistencias, superar los miedos, cortar las ataduras, estar preparados para soltar lastre y volar alto, desatar amarras y partir rumbo a lo desconocido, adentrarnos en territorios hostiles alejados del confort y las comodidades en las que estamos acostumbrados a vivir, el entorno amable y familiar de lo predecible, perdernos en los paisajes inhóspitos de lo novedoso donde afilar la garra y el colmillo, avivar el fuego y el instinto, despertar los sentidos y estar alerta para reaccionar con presteza y agilidad ante los peligros y los imprevistos que acechan en el camino. Haber saldado nuestras deudas, puesto en orden nuestros asuntos y lanzarnos a la conquista de lo imposible. Habernos convertido en hombres y mujeres libres preparados para emprender la empresa de nuestras vidas, una aventura en la que las probabilidades de éxito son mínimas y las posibilidades de regresar vivo, sano y salvo, de una pieza, remotas. Una apuesta a tumba abierta y a pecho descubierto, con la vida en juego y el corazón por delante, la única opción posible, como no saben hacer de otra manera aquellos que, conscientes del milagro de estar vivos, deciden romper con lo establecido alejados de los ritmos de la sociedad, salir fuera del camino marcado y crear su propia historia. Como un homenaje a la vida y al ser humano, una demostración de que si se puede soñar, puede ocurrir cuando se cree en ello firmemente, se lucha y se persiste con valor, coraje y tenacidad. Porque tenemos el poder de crear la realidad y escribir la historia, la oportunidad de redactar las páginas en blanco que tenemos por delante en el libro de nuestra vida, esto es lo que ocurre cuando escuchas la llamada de la selva, el aullido del lobo en lo profundo, el rugido del mar salvaje, sigues tu olfato y tu instinto, y te conviertes en un hombre libre... Mi canto a la vida y a la libertad.

—¿Qué somos? —les pregunté a las estrellas.

—Lo que tú quieras —me respondieron.

Y desde entonces todo ocurre sospechosamente

como si ya hubiera un guion escrito, el universo

cumple con su parte y yo cumplo con la mía.