La abuela del escritor y vividor José Luis de Vilallonga, novena condesa de la Mejorada, una aristócrata de las de antes, observó mientras tomaba el té en su servicio de plata: «Siento un infinito desprecio hacia los pobres». Y como sus contertulios se quedaran con la boca abierta, explicó: «Sí, porque, ¿cuántos son ellos? Millones. Y los ricos, ¿cuántos somos? Muy pocos. Pero aquí estamos desde hace siglos sin que a nadie se le ocurra hacernos nada».[1]

 

 

No

No hay bandera que valga un solo muerto.

No hay fe que se sujete con el crimen.

No hay dios que se merezca un sacrificio.

No hay patria que se gane con mentiras.

No hay futuro que viva sobre el miedo.

No hay tradición que ampare la ignominia.

No hay honor que se lave con la sangre.

No hay razón que requiera la miseria.

No hay paz que se alimente de venganza.

No hay progreso que exija la injusticia.

No hay voz que justifique una mordaza.

No hay justicia que llegue de una herida.

No hay libertad que nazca en la vergüenza.

 

ENRIQUE GRACIA TRINIDAD