
«Ningún botón sin su ojal.»
Coco Chanel
Me inicié en el mundo de la moda a través del dibujo, que es la peor manera de empezar en esta profesión, pues el figurín, como explicaré a lo largo de este libro, es lo de menos; la verdadera dificultad de mi oficio reside en saber construir ropa para personas de carne y hueso. Cuando era pequeño, sentía fascinación por los programas de mano de la Scala de Milán y la Arena de Verona que mis abuelos paternos me traían de Italia. Los dos eran muy melómanos y unos grandes aficionados a la ópera. Yo tendría ocho o nueve años cuando atesoraba aquellos programas y pasaba horas dibujando los figurines que venían en ellos. Recuerdo especialmente el programa de una Cenerentola de G. Rossini con unos dibujos espectaculares que despertó en mí el interés por el dibujo de los vestidos. También estuve una época muy obsesionado por Las Meninas de Velázquez y por los diferentes retratos de la infanta Margarita, aquellos vestidos me fascinaban... En el colegio, cuando nos daban tema libre en la clase de plástica, yo siempre me ponía a dibujar escenas de época para tener la excusa de pintar un vestido repolludo y florido. Al final, todas mis compañeras se arremolinaban en torno a mi mesa para ver lo que había hecho. Por entonces era ya un buen lector, y guardo recuerdo de algunos libros ilustrados que aún se conservan por casa: por ejemplo, una edición magnífica de la Reina de las nieves, de Hans Christian Andersen, con unas ilustraciones en las que aparecen unos vestidos preciosos.
Andando el tiempo, cuando empecé a interesarme más por la ropa y vi que aquello iba en serio, del dibujo infantil pasé ya al figurín propiamente dicho, pues empecé a darme cuenta de que la ropa era algo más que un dibujo. Dibujar estaba muy bien y hacer figurines bonitos era estupendo, sin embargo sentía que no podía limitarme solo a dibujar ropa, tenía que aprender a confeccionarla, a hacerla. Así es como comprendí que la ropa no es simplemente un dibujo: es un patrón.
Durante el bachillerato, animado por mi familia, entré en la academia de mi querida y admirada Conchita Lucas, quien había desarrollado un método propio de corte y confección. Allí iba los sábados por la mañana, y ella me enseñó mis primeras nociones de patronaje. En su academia, hice mis primeros patrones base, mis primeras transformaciones, y entendí que, para hacer ropa, primero hay que «traducir» el figurín a un plano —porque un patrón es un plano— y, después, conseguir realizar un objeto en tres dimensiones. La prenda en sí es la culminación, el resultado final de todo este proceso creativo previo: idea, figurín, patrón, corte, materiales...
Fue en esta primera etapa de formación cuando aprendí que es fundamental saber reconocer un buen patrón. Saber hacerlo será de una gran utilidad para cualquier persona que quiera adquirir una prenda.
Un apunte curioso para los lectores interesados en saber algo de historia de la moda: los primeros tratados de patronaje que se conocen en Europa tienen autor español y se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid. Son los tratados de Juan de Alcega, Martín de Andújar y Juan de Albaiceta.
El más antiguo es el de Juan de Alcega, Geometria, Pratica y Traça, que data de 1580 y fue publicado en Madrid. Existe una edición facsímil publicada por Maxtor Editorial (2009).
Siguiendo las enseñanzas del maestro Cristóbal Balenciaga (1895-1972), cuantos menos cortes y menos pinzas tenga una prenda, mejor. Menos es más: cuanto más limpio sea el diseño de una prenda y deje vivir el tejido con toda su expresividad y con toda su caída, mejor. De hecho, una prenda con estas características es la más difícil de realizar, para corroborarlo basta ver sus maravillosos vestidos. Nadie como él consiguió crear con tan pocos cortes unas prendas tan perfectas. El maestro Balenciaga logró unos efectos de volumen y de textura impresionantes jugando con las distintas direcciones del hilo. Christian Dior le llamaba «el Maestro de todos nosotros» y Coco Chanel le consideraba el único couturier [costurero], ya que, a diferencia del resto, era capaz de diseñar, cortar, montar y coser un vestido de principio a fin.
Mi consejo es apostar siempre por las líneas depuradas. Y si vas a adquirir una prenda en una tienda o a encargar que te hagan una confección a medida, es muy importante saber qué cortes son los que te favorecen más y qué cortes te favorecen menos.
La búsqueda de los cortes que mejor se adaptan al cuerpo humano podemos afirmar que se inicia en el siglo XII con el paso del drapeado al corte. Hasta entonces la vestimenta consistía en piezas de tela con las que se envolvía el cuerpo, dejando que el sobrante cayera en pliegues naturales. Esto es lo que llamamos drapeado. Las prendas de la antigüedad, cuando no estaban en contacto con el cuerpo, perdían su forma y volvían a ser piezas de tela. En el primer Renacimiento, el interés por la anatomía humana y el desarrollo de las ciencias llevan a dividir la vestimenta drapeada en varias piezas. El corte aparece de la mano de la geometría y gracias a él se obtienen prendas que se adaptan más al cuerpo. Las diferentes piezas en las que se cortaba la tela evolucionaron en patrones dando paso al nacimiento de la moda.

Los cortes se hacen con distintas finalidades, como por ejemplo: entallar, conseguir movimiento, dar volumen (o quitarlo), proporcionar la silueta o conseguir efectos sorpresa... En todo este proceso son fundamentales las pinzas, que son pliegues que se cosen en un determinado lugar para eliminar el exceso de tela y acomodarse a las curvas tridimensionales del cuerpo. Se distinguen de las costuras en que estas unen dos piezas de tela, mientras que las pinzas proporcionan un ajuste localizado en una zona determinada. Una pinza a su vez puede dividirse en dos o más pinzas, plisados, jaretas, frunces...
Algo que nadie pone en duda es que los cortes y las pinzas en vertical estilizan y los cortes en horizontal ensanchan. Las líneas rectas son más severas y de carácter más masculino; por el contrario, las líneas curvas se consideran más suaves y femeninas. Por tanto, es fundamental saber reconocer cuál es el corte que mejor te sienta.
Siguiendo este criterio, si tienes una figura redondeada o unos kilitos de más, huye de todos los cortes horizontales: canesús en blusas y vestidos, cortes en cintura o en cadera en faldas o pantalones... Si por el contrario eres una persona muy delgada, tendrás que buscar prendas con cortes en horizontal que no acentúen tu delgadez y te rellenen un poco.
Los cortes en diagonal son una apuesta segura porque siempre estilizan y dan movimiento. Las líneas que dibuja un drapeado lateral hasta la cintura o la cadera —como el icónico vestido de corte cruzado wrap dress [vestido envolvente] de Diane von Fürstenberg— ofrecen un efecto visual que siempre favorece.
A mí, personalmente, me molestan mucho las pinzas. Intento evitarlas siempre que puedo. Prefiero realizar cortes verticales de arriba abajo si necesito entallar una prenda y huir de las pinzas a ambos lados del pecho o esas que van desde debajo del pecho hasta la cadera.

Una prenda confeccionada con un estampado o con una tela de cuadros o de rayas tiene que estar cortada de tal manera que los motivos casen. Es algo que lleva tiempo, por lo tanto solo veremos encuentros bien hechos en aquellas prendas de calidad realizadas con un buen patrón y un buen corte. Las cadenas de producción en serie raramente prestan atención a estos particulares por cuestiones obvias, así que cuando vayamos a comprar una prenda estampada, debemos observar que, en la medida de lo posible, los dibujos de la tela casen, sobre todo en las partes más visibles, que son la costura central o abotonadura delantera y la prolongación del motivo o dibujo entre la manga (a la altura del bíceps) y el cuerpo (la línea del busto). Esta es la prueba de fuego de una prenda estampada bien confeccionada.
En un patrón de prenda de manga lo imprescindible es que la espalda te siente bien. Es muy importante que sientas que la espalda está en su sitio y que puedas moverte con naturalidad. Todo lo demás se puede arreglar (acortar, entallar...), pero una espalda mal cortada no. Tocar la espalda de una prenda es como tocar los cimientos de una casa. Si la espalda no se adapta a tu cuerpo, evita adquirir esa chaqueta, gabardina, chaquetón o abrigo.
Por otro lado, en los patrones de las prendas de fantasía entran en juego muchos factores técnicos; por ejemplo, en un escote palabra de honor el esqueleto del traje tiene que estar muy bien cortado. El bustier o corpiño interior que sostiene la prenda ha de estar lo más ajustado y entallado posible, a lo mejor el patrón tiene que llevar alguna ballena, entretela o refuerzo, si no, el vestido no se adaptará a tu cuerpo y puede ocurrir que, cuando te lo pongas, te lleves la desagradable sorpresa de que hay que estar recolocándolo constantemente con ese habitual gesto tan feo y característico, por no hablar de la consiguiente incomodidad.

En el caso de una espalda al aire o, por ejemplo, de un escote asimétrico recogido solo en un hombro, lo importante es que el vestido esté bien sujeto en la cintura o en la zona de la cadera. En algún punto hay que sentir que ese vestido está anclado; si ves que te baila por todas partes, no pienses que lo podrás sujetar aquí o allá, o que se solucionará metiéndolo por un lado o por otro, porque no tendrá fácil solución. Mi consejo: mejor no comprarlo.
Cortar el tejido de forma sesgada es una técnica de corte que antiguamente se empleaba en piezas pequeñas como cuellos y puños, con el fin de adaptarlos y conseguir que asentaran mejor sobre el cuerpo.
El corte al bies fue desarrollado en los años treinta por Madeleine Vionnet (1876-1975), quien lo llevó a su máxima perfección aplicándolo a todo el vestido. Trabajó, inspirándose en la geometría, las formas simples del cuadrado, rectángulo y círculo, doblándolas y frunciéndolas, para crear diferentes texturas y formas. Sobra decir que necesitaba tejidos de un ancho especial (mínimo dos metros). Su vestido de noche color marfil de 1935 se considera una obra maestra, cuya caída perfecta se debe a una sola costura. Madeleine Vionnet logró unos vestidos maravillosos con muy pocos cortes, pensados para no tener que llevar corset. Fue toda una revolución en su época. Cito sus palabras: «Cuando una mujer sonríe, su vestido debería sonreír también».

Para comprender esto en toda su magnitud, es importante saber que una tela tejida está hecha por una urdimbre (los hilos que van en sentido longitudinal) y una trama (compuesta por hilos que se entrecruzan con los hilos de la urdimbre en sentido horizontal). En general, las prendas se cortan haciendo coincidir las costuras más importantes con la urdimbre para controlar más fácilmente la estructura de la prenda. Según realicemos el corte, al bies o en el sentido del hilo, obtendremos distintos efectos de drapeado y elasticidad de la prenda.
El bies es el corte en sentido diagonal, con lo cual, el género pierde sus amarres (la urdimbre y la trama) y se convierte en un tejido seudoelástico que te permite cortar y moldear prendas con la menor cantidad posible de pinzas, dando como resultado diseños muy limpios, sinuosos y con mucho movimiento. Al cortar la tela en diagonal se consigue una caída espectacular y muy fluida si el tejido es sutil (crêpes, gasas, satenes...).
No obstante, el corte al bies tiene una exigencia que debemos conocer: para llevarlo hay que tener un cuerpo diez. Una prenda confeccionada con un corte al bies se pega completamente al cuerpo y marca absolutamente todo. Los cortes al bies son muy bonitos, muy modernos y muy sexy, pero lamentablemente no todo el mundo se los puede permitir.
Si eres una afortunada a quien la madre naturaleza ha dotado con un cuerpo que pueda lucir un corte al bies, has de saber que técnicamente exige una confección impecable. Es muy difícil de coser: enseguida se retuerce, hace bolsa y el llamado por los modistas «culo de pollo»; por lo tanto, es lógico que los trajes cortados al bies cuesten más, ya que se consume muchísima tela y la confección no es tan sencilla como la de una prenda cortada al hilo.

Considero que, de todos los patrones, el más complicado es el patrón de pantalón para mujer. Ya en mis años de aprendizaje con Conchita Lucas se me atragantó. Es un patrón muy difícil de hacer por la propia forma del cuerpo femenino. Para que un pantalón siente bien la clave está en el tiro, y es muy difícil encontrar uno bien proporcionado. Si encontráis una marca con buenos patrones de pantalón que no se claven en las ingles, dibujando esas feas arrugas en uve, ni os marquen por detrás esas terribles incisiones en forma de estrella, sed fieles a esa marca porque no es fácil encontrar una con un buen patrón de pantalón. Sé que es un consejo difícil de seguir: las mujeres sois infieles por naturaleza a las marcas y os encanta cambiar, pero estaréis de acuerdo conmigo en que verse bien con un pantalón es un placer, solo tenéis que encontrar el vuestro.
A la hora de estructurar bien un patrón hay que tener muy en cuenta las proporciones del cuerpo que se establecen con cuatro medidas fundamentales. Por supuesto, lo ideal sería que estuvieran en armonía y existiera proporción entre ellas, pero la mayoría de las veces no sucede así. Mi consejo es analizarse frente al espejo y estudiar la mejor manera de proporcionar estas cuatro medidas, que son: espalda, pecho, cintura, cadera.
Por suerte, vivimos en una época en la que se llevan todo tipo de siluetas. Podemos encontrar prendas de cortes ajustados y prendas oversize: no se trata de estar gordo o delgado, sino de conseguir una figura proporcionada. Es algo fundamental que aprendí en mis primeros años realizando patrones: el cuerpo tiene que estar proporcionado. De modo que, si un patrón tiene una armonía interna, un equilibrio y una lógica que se adapte a nuestro cuerpo, estaremos frente a una prenda bien hecha.
En aquellos primeros pasos que di en la academia de corte y confección de Conchita Lucas, descubrí que el dominio del patronaje no es solo el instrumento para interpretar tus bocetos, sino que el mismo patrón es una fuente de ideas para crear soluciones y diseños innovadores.
De la historia reciente del diseño de moda en España, me atrevería a decir que los que realmente han dado un aire nuevo al corte, con patrones absolutamente reconocibles, sin duda han sido Sybilla y los Victorio & Lucchino, con su innovador concepto patentado de la caracola, una derivación del volante que se aplica en mangas, cuellos y faldas, y es una de sus señas de identidad.
Y por último, como decía el maestro Balenciaga, un patrón bonito tiene que dejar siempre un poco de aire entre el cuerpo y la prenda. Ni muy ancho, como la tendencia actual oversize, ni demasiado ceñido. Me hago eco de sus propias palabras: «Un buen modista tiene que ser arquitecto para la forma, pintor para el color, músico para la armonía y filósofo para la medida».
De la misma manera que los cimientos son la base de un edificio, un buen patrón es la piedra angular de un traje. Nunca tiene que ser agresivo con el cuerpo, sino que debe favorecerlo y acariciarlo.
Antes de que imperase la estética de la delgadez que domina nuestro mundo hoy en día, y que hay que insistir en que es algo muy reciente, los cuerpos ideales distaban mucho de una talla 36. El cuerpo ideal a lo largo de la historia, y hablando de Occidente, pues las variadas y numerosas culturas de este planeta tendrían mucho que decir al respecto, ha alternado periodos de ensalzamiento de la delgadez con épocas donde han reinado las carnes abundantes y turgentes. No hay más que ver la estatuilla paleolítica de la Venus de Willendorf o las pinturas de Rubens en el siglo XVII y el lozano estilo imperio de la época napoleónica o las siluetas «en S» de la época eduardiana durante la primera década del siglo XX. No podemos obviar que las siluetas femeninas más admiradas, tanto en la literatura como en la pintura y la fotografía desde principios del siglo pasado, eran generosas en pecho y cadera, exceptuando el paréntesis de la estética rectilínea y más andrógina de los años veinte, que duró hasta la revolución que supuso la silueta del New Look, creado por Christian Dior en 1947, recuperando la figura curvilínea. Y me vienen a la cabeza todas las divas del neorrealismo italiano: Silvana Mangano, Sofía Loren, Gina Lollobrigida..., o la icónica Marilyn Monroe; quienes, según nuestros cánones actuales, no eran mujeres que pudiéramos describir como delgadas. Insisto pues en que hasta hace bien poco se valoraba un cuerpo femenino de formas generosas, preparado para concebir y, sobre todo, para tener hijos que estuvieran sanos. Las mujeres excesivamente delgadas quedaban fuera de ese imperativo social y estético y, por supuesto, no eran las más cotizadas.

En cuanto a los ideales clásicos de belleza de los cuerpos de la antigua Grecia, yo lo que más aprecio, como modista que me tengo que encarar con ello diariamente en el probador, es la proporción. Por eso insisto en que, a la hora de vestirse, más que un cuerpo ideal, lo que importa es un cuerpo proporcionado y armonioso. Hay mujeres muy altas y muy delgadas que, sin embargo, tienen una acusada desproporción entre el talle y sus piernas; y mujeres más bajitas o gorditas que están perfectamente proporcionadas. En mi modesta opinión, tampoco son armónicos los cuerpos de las personas que sufren de vigorexia; el desarrollo obsesivo de la musculación produce cuerpos que no son bellos, cuerpos muy desproporcionados. Por no hablar de los resultados catastróficos de muchas cirugías estéticas, donde ves narices, labios, pómulos, nalgas o pechos operados con un volumen excesivo y que no guardan proporción con el resto de las facciones del rostro o de las partes del cuerpo. Vivimos en una época en la que parece que la proporción estuviera entonando su canto del cisne ante la fiebre de entregar nuestros cuerpos al bisturí. Personalmente, tengo claro que la naturaleza es mucho más sabia que nosotros y creo que un buen patrón es la mejor solución para corregir esas desproporciones del cuerpo y conseguir que en su conjunto sea lo más armónico posible. A través de las líneas del patrón podemos conseguir equilibrar las líneas ópticamente.
Aquí no hay reglas fijas, me asustan esas publicaciones que dan consejos absolutos. En ese sentido, nuestra profesión se parece mucho a la cocina: cada cocinero tiene sus trucos y cada creador o diseñador de moda aporta su experiencia y su trabajo. No hay que tener miedo a los errores, sino aprender de ellos. Nuestra profesión es un constante ensayo-error y la prueba definitiva es el espejo. Nadie nace sabiendo vestir bien ni combinando las formas y los colores perfectamente. Es algo en lo que voy a ir insistiendo a lo largo de todo el libro: la elegancia es un constante aprendizaje.