Luchadora incansable, empresaria, compañera, madre, pero sobre todo, cocinera. Así es Begoña Rodrigo (Xirivella, Valencia, 1975), quien se ha convertido por méritos propios en la ganadora de la primera edición de Top Chef España, después de tres duros meses de competición entre fogones.
Ella era, posiblemente, la más desconocida de todos los concursantes que aspiraban a convertirse en el triunfador de este programa. La mayoría ya habían coincidido en alguna ocasión; sin embargo, Begoña no había trabajado nunca en ninguna de las grandes cocinas de nuestro país.
Curtida en el extranjero y en su propio restaurante, no conocía a ninguno de sus rivales. Era una corredora de fondo en una prueba que comenzó en el Museo del Traje de Madrid. Desde ese momento hasta la final en el restaurante Teatriz fue superando múltiples obstáculos hasta convertirse en la vencedora absoluta.
Begoña llegó al mundo de la cocina por casualidad. Nadie podía esperar que aquella niña que comía tan mal y con una nula relación con la gastronomía se fuera a convertir en una Top Chef. El único recuerdo de su infancia relacionado con la cocina es el pan frito que le preparaba su tata cada día.

Desde pequeña ha sido una luchadora nata. Begoña compaginaba su trabajo ayudando a su madre en el negocio familiar con los estudios. Siempre fue muy competitiva, constante y disciplinada.
La vocación por la cocina le llegó a los veinte años. Unas vacaciones de verano en Ámsterdam cambiaron su vida. La ciudad la dejó tan impactada que cuando regresó a su casa comunicó a su familia que quería dejarlo todo para irse a vivir al país que tanto la había fascinado. Y así lo hizo.
Tras diversos trabajos, consiguió un empleo como ayudante de cocina en una multinacional hotelera estadounidense. Allí tuvo la suerte de encontrarse con Nick Reade —discípulo del famoso Michel Roux—, quien le enseño qué es cocinar, la filosofía, la disciplina y el amor a esta maravillosa profesión.
Ella, que nunca se había planteado ser chef, pasó por todos los puestos de cocina durante los ocho años que estuvo en la ciudad holandesa: desde ayudante hasta convertirse en la jefa de partida. Allí entendió que este trabajo le permitiría viajar a través de los sabores y encontró algo muy difícil de conseguir: el sentimiento de libertad, que jamás ha vuelto a perder.


Su trabajo en Holanda le abrió un abanico de posibilidades, y empezó a descubrir el mundo y sus diferentes cocinas. Esos viajes y su temperamento inquieto la llevaron a cambiar su residencia de Ámsterdam a Londres, donde trabajó durante un año como jefa de cocina del restaurante del club privado Aquarium.
Quizá por su curiosidad sin límite y por su gran espíritu aventurero, no tuvo ningún problema en superar la prueba en la que tenían que preparar un plato representativo de un país. Jesús Almagro fue quien decidió qué cocina debía elaborar cada uno de sus rivales y a Begoña le asignó la India. Un lugar que ella conoce muy bien. En el Mercado de San Miguel de Madrid manejó las especias de la antigua colonia británica con verdadera maestría. El resultado fue un delicioso pollo al curry con lentejas que, a pesar de no ser el ganador, recibió muy buena crítica de Alberto Chicote.
Sus viajes, junto a sus ganas incansables de aprender a través de los libros de cocina, la han llevado a desarrollar un gusto culinario que muy pocos tienen. Pero, sin duda, la mejor forma de aprender a cocinar es comiendo, su gran debilidad.

Después de pasar una temporada en Londres, Begoña volvió a España y consiguió un empleo en un restaurante dedicado principalmente a las multitudes. Ella, acostumbrada a la cocina de autor, no tardó en renunciar a él para emprender una nueva aventura profesional. Decidió regresar a su tierra, Valencia, y abrir con su pareja su propio establecimiento. Así comenzó hace ocho años la andadura de La Salita, el restaurante de la ganadora de Top Chef, con una capacidad para treinta y seis comensales.
A pesar de las dificultades, Begoña ha logrado mantener al mismo equipo —nueve personas en total— desde que inaugurara hace casi ocho años. Todos ellos y su trayectoria profesional han sido su mejor escuela de cocina.
En La Salita descubrió que todo lo aprendido no había caído en saco roto. Ella, enamorada totalmente de su profesión, supo que con su cocina tenía muchas cosas que contar y compartir cuando vio la cara de un comensal degustando algo creado, pensado y vivido por ella.
Acostumbrada a dirigir a su equipo, demostró su valía cuando tuvo que tomar las riendas en el mítico restaurante Lhardy. En ese establecimiento, con una cocina clásica y totalmente opuesta a la suya, supo conducir a sus compañeros a través de sus órdenes a la victoria de la prueba.

Begoña es una cocinera con carácter y muy perfeccionista. Afirma que no le gusta bailar el agua a los críticos, porque lo más importante para ella es ver a un comensal de su restaurante disfrutar con sus creaciones.
Antes de embarcarse en la aventura de Top Chef, temía no recibir bien las valoraciones que hiciera el jurado sobre sus platos. Lo que no sabía era que esas mismas críticas la iban a hacer crecer enormemente como cocinera.
Reconoce que lo peor que pueden decir de uno de sus platos es que no tiene sentido ni alma. Y eso fue lo que le pasó en la prueba del Oceanográfico de Valencia. En esa ocasión tenía que trabajar con Borja preparando una oblada —un pez de descarte poco habitual en las cocinas de los restaurantes—, y el resultado no fue en absoluto el deseado. El jurado lo calificó de difícil de comer y desagradable, lo que desmoralizó totalmente a su autora. Ella, a la que en toda su vida profesional nunca le habían desechado un plato, tenía que escuchar lo que ningún cocinero quiere oír jamás.
Esto llevó a Begoña a la última oportunidad —junto a sus compañeros Borja, Miguel, Elisabeth y Hung Fai—, en una prueba que marcaría un punto de inflexión en su paso por el programa. Disponían de setenta y cinco minutos para preparar una receta de mar y montaña, con pichón y mero, algo que en principio descolocó a todos los cocineros. Pero lo que realmente les complicó el plato fue un ingrediente sorpresa que Alberto Chicote les impuso: la oreja de cerdo.

Los cinco cocineros se sorprendieron ante esta exigencia. Sin embargo, para Begoña fue una gran satisfacción, porque necesitaba un toque crujiente y con grasa. La oreja era perfecta. El Pichonetto Meronatto, nombre del plato, fue alabado por el jurado y así lo hicieron saber; sin duda, lo mejor que habían probado desde el inicio del concurso. Ver cómo disfrutaban de su receta era la mejor crítica que le podían hacer.
Hasta ese momento Begoña se encontraba bajo la presión de participar en un concurso de televisión. Temía que un mal comentario de los jueces pudiera perjudicar a su negocio. Sin embargo, y gracias a este apoyo unánime, empezó a abrirse y a disfrutar del programa.
Después de muchas noches en vela pensando en lo que le podía esperar en la prueba del día siguiente, Begoña fue avanzando paso a paso, programa a programa, haciéndose cada vez más fuerte.


Los retos a los que se enfrentaba ya no le daban miedo y, de hecho, en todas las pruebas de eliminación en las que estuvo su plato fue considerado el mejor. Pero, para ella, el más emotivo fue la ensalada Paco, en honor a su abuelo fallecido poco antes de entrar en Top Chef.
Cabezona y discutidora hasta el final, tienen que darle razones de peso para que dé su brazo a torcer. Con el jurado del programa se mostró como es ella, sin dobleces. Pero con cada uno tuvo un vínculo diferente.
Con Alberto Chicote mantuvo una relación en apariencia distante, pero de admiración mutua. El chef del programa siguió de cerca sus pasos, ponderando y valorando cada uno de sus platos con un gran respeto. Una de las pruebas más complicadas a las que se enfrentó fue la que les propuso Chicote: reinterpretar un plato de sushi.
A priori le parecía algo tan sencillo, que estaba segura
de que el juez esperaba algo sorprendente de sus piezas de
arroz y pescado. Y así fue. Envolvió el arroz en una hoja de lechuga, siguiendo su gusto por las ensaladas, y consiguió estar entre los favoritos del cocinero.
El trabajo de Begoña en el programa despertó en Chicote su gula —cuando no podía dejar de comer el Pichonetto Meronatto—, su sensibilidad —cuando se emocionó al conocer la historia que tenía detrás la ensalada Paco— y su admiración —cuando afirmó que le hubiera encantado haber sido el creador de sardinas, mejillones y verduras en el mar, el plato con el que Begoña superó al gran Jesús Almagro en la semifinal.


Begoña sentía una profunda admiración por el trabajo de Ángel León. Era, y es, uno de sus cocineros favoritos. Cuando se enteró de que iba a ser juez del programa se llevó una grata sorpresa. En una prueba que les planteó el chef del mar, nombre con el que es conocido Ángel, debían emplear uno de los elementos que él utiliza: el plancton marino. A Begoña este reto le apasionó. Ángel alabó su idea para cocinar, pero no hidrató bien el plancton y el resultado no fue tan bueno como esperaba. No obstante, el destino le guardaba una agradable sorpresa y en la final Begoña volvería a utilizar con éxito este particular ingrediente.
La relación de Begoña con Susi Díaz ha sido muy especial. Cree que fue la que se mostró más sincera con ella y apreció mucho sus valoraciones, tanto las positivas como las negativas. Sabe lo que le ha costado llegar a tener una estrella Michelin, y eso le hacía empatizar más con ella.
Begoña, que empezó cocinando en el equipo de la chef ilicitana en el Museo del Traje —consiguió aquí los cuchillos—, terminó armando un plato junto a ella en el último programa. A pesar de que a ningún cocinero le gusta terminar un trabajo que ha empezado otro, Begoña consiguió de nuevo la mejor de las valoraciones frente a Antonio y Miguel.

Begoña se presentó a Top Chef porque necesitaba desconectar de su vida profesional. Llevaba mucho tiempo en el restaurante y quería un cambio de aire. Pero, sobre todo, deseaba participar para que se tuviera en cuenta el papel de las mujeres en la élite de la gastronomía, para que no se les pusieran tantas trabas y se les abrieran las puertas del mundo culinario del mismo modo que a los hombres. Con esa actitud guerrera y combativa se colocó entre los elegidos para entrar en el concurso.
Cuando llegó a la recepción que el programa les ofreció el primer día, Begoña se sorprendió al ver que entre todos los candidatos solo había cuatro mujeres. Finalmente consiguió su objetivo de una forma diferente: bastó con demostrar prueba a prueba su saber hacer entre fogones.

Es consciente de que la cocina requiere mucho sacrificio y que con frecuencia no permite conciliar la vida laboral con la familiar. Pero ese no fue su caso: trabajó hasta veinticuatro horas antes de dar a luz a su hijo y volvió a la cocina de La Salita solo tres días después. No quería renunciar a su trabajo por haber sido madre. Ella fue capaz de compaginar ambos mundos. Algo que, como afirma Susi Díaz, es muy difícil de llevar en la alta cocina por todas las horas que requiere. A pesar de todo, Begoña huyó de cualquier tipo de corporativismo entre mujeres para crear un frente común dentro del programa.
Antonio Arrabal, Miguel Cobo y Javi Estévez se convirtieron, desde el principio, en los escuderos de Begoña.
Los cuatro formaron un grupo que, a pesar de la competición y el ansia por ganar, se ha mantenido unido todo el tiempo. La casualidad hizo que dos, Begoña y Antonio, llegaran a la final, y el programa les dio la posibilidad de elegir, entre todos sus compañeros, a los que se podrían convertir en sus ayudantes de cocina en esta última prueba. No había dudas: Antonio eligió a Miguel y Begoña, a Javi. Y así consiguieron los cuatro amigos estar juntos hasta el último momento.
Si hay una fórmula con la que consiguió triunfar Begoña fue con su particular receta de la amistad. Tenía cuatro ingredientes principales: el fondo sobrio y elegante de Javi Estévez; el toque vanguardista y sorprendente de Antonio Arrabal; el punto indispensable de picante y gracia de Miguel Cobo; y por último, la peculiar aportación de Begoña del cariño, la camaradería y la sorpresa que le supuso el encontrarse en la cocina con un grupo de amigos.

A lo largo del programa, sus tres compañeros y rivales le aseguraban que ella era la mejor y que sin duda ganaría el concurso, a lo que Begoña hacía oídos siempre sordos.

Sabía que su participación en Top Chef le iba a requerir pasar mucho tiempo fuera de casa. Tenía que dejar su vida, su negocio y a su hijo de diez meses para entrar en el concurso, pero estaba segura de que merecería la pena. Si no hubiera pensado que tenía alguna posibilidad de ganar, no lo habría ni siquiera intentado. Y con ese espíritu competitivo, pero a la vez también compañero, llegó hasta el último programa.
En la final Begoña tenía la última oportunidad de demostrar su talento en la cocina, de hacer un menú que la describiera a ella como Top Chef. Acostumbrada a trabajar bajo presión en su restaurante, y a pesar del riesgo que corría al planificar algo que nunca antes había preparado, tenía claro que había ido al concurso a ganar sin recurrir a platos de archivo ni copiados de otros grandes maestros.
Frente a ella tenía no solo a un gran rival, sino también a un gran amigo y eso no era fácil. Begoña pensaba que Antonio no tenía puntos débiles y que lo único que le podía hacer fallar eran los nervios o algún problema con el emplatado. Le considera una persona muy segura de sí misma, así que decidió preparar un menú con todos los ingredientes que había utilizado a lo largo del concurso. Lo llamó «el mar, la tierra, el aire y la pasión». Y fue esa pasión la que le llevó a realizar un trabajo soberbio. Era una orquesta de sabores con una sinfonía perfecta y así lo entendió el jurado. Sus valoraciones —los cocineros españoles con tres estrellas Michelin— hacia los platos de Begoña fueron impecables. Y, de ese modo, no dudaron en nombrarla la mejor cocinera del país.


Su paso por Top Chef ha sido un viaje emocionante, muy intenso y positivo. Gracias al programa, Begoña se encuentra en un punto de autoconfianza del que carecía antes: Top Chef le ha hecho crecer no solo como profesional, sino también como persona.
Todavía le queda mucho por ver, comer, leer y vivir para poder contarlo cocinando. Ha podido elegir libremente cómo aprender a hacer lo que mejor se le da: sorprender a través de sus platos.
