Los múltiples significados de la palabra «amor»
«Amor» es una de esas palabras cargadas de los más variados sentidos. Explicarla con cierto rigor no es tarea fácil, ya que existe un auténtico abuso de la misma. En ella se dan cita un conjunto de significaciones que es preciso matizar, si bien hay razones de peso para abandonar esta tarea. El uso, abuso, falsificación, manipulación y adulteración del término «amor» exigen un esfuerzo especial de clarificación para evitar que éste quede reducido a cosa, es decir, cosificado, trivializado. Debemos volver a descubrir su auténtica grandeza, su fuerza, su belleza, pero también sus exigencias; debemos restituir su profundidad y su misterio.
El amor es un tema fundamental en la vida humana, aunque hoy se ha convertido en un producto de la industria de la frivolidad, representada especialmente por las llamadas revistas del corazón; en ellas se habla mucho de relaciones afectivas, físicas y de contactos, pero muy poco de amor en sentido auténtico.
La etimología de este término es enormemente rica: todas las lenguas derivadas del latín cuentan con varias palabras que expresan estos significados, y algo parecido ocurre con el griego. «Amor» deriva del latín amor, -oris, pero también de amare, por un lado, y caritas por otro. Amare procede del término etrusco amino (genio de amor), y se aplica indistintamente a los animales y a los hombres, ya que tiene un significado muy amplio: «amar por inclinación, por simpatía», pues nace de un movimiento interior. Su contrario es odi (odiar).
En la concepción latina, Cupido es el dios del amor. Este nombre deriva de cupere (desear con ansia, con pasión) y también de cupidus (ansioso). Cupido es, así, la personificación del amor. En el mundo antiguo, por su parte, el dios del amor era Eros, nombre griego cuya raíz se remonta al indoeuropeo erdh (profundo, oscuro, misterioso, sombrío, abismal, subterráneo). Este significado primitivo se mantiene en Erda, personaje sombrío y misterioso de la obra de Wagner El oro del Rhin.
De acuerdo con el mito griego, Eros tenía originariamente una tremenda fuerza que le hacía capaz de unir los elementos constitutivos del mundo. Posteriormente, este mito quedó restringido al mundo humano: encarnaba la unión de los sexos. A menudo se le representa plásticamente como un niño alado (rapidez) provisto de flechas.
Y del eros griego pasamos, finalmente, al ágape cristiano: convivir, compartir la vida con el amado.
A pesar de esta variedad de concepciones acerca del amor, hay algo esencial y común a todas ellas: la inclinación, la tendencia a adherirse a algo bueno tanto presente como ausente.
El amor está universalizado con palabras de absoluta resonancia: love en inglés, amour en francés, amore en italiano y Liebe en alemán, aunque este idioma utiliza también la expresión Minne, hoy casi en desuso en el lenguaje vulgar. En español, el perímetro del vocablo «amor» muestra una gran riqueza: querer, cariño, estima, predilección, enamoramiento, propensión, entusiasmo, arrebato, fervor, admiración, efusión, reverencia... En todas ellas hay algo que se repite como una constante: la tendencia basada en la elección de algo que nos hace desear su compañía y su bien. Esta dimensión de «tender hacia» no es sino predilección: preferir, seleccionar, escoger entre muchas cosas una que es válida para esa persona.
Hay una diferencia que quiero subrayar ahora, y es la que se establece entre conocimiento y amor. El primero entraña la posesión intelectual mediante el estudio y el análisis de sus componentes íntimos, mientras que el segundo tiende a la posesión real de aquello que se ama, a unirse con él de forma auténtica y tangible. Amor y conocimiento son dos formas supremas de trascendencia, de superación de nuestra mera individualidad, así como de nuestra subjetividad. Amar algo presupone el deseo de unirse con él: amor y unión son expresiones que se conjugan recíprocamente. Para desear algo es necesario conocerlo antes, ya que no se puede amar lo que no se conoce.
Tradicionalmente se ha venido estableciendo una distinción entre amor de benevolencia, que lleva a querer el bien de la persona amada, y amor de concupiscencia, que conduce a desear y poseer a dicha persona. El primero representa lo que pudiéramos llamar el amor puro o generoso, mientras que el segundo debemos denominarlo amor, pasión o egoísta, que en el fondo es una desviación de la autenticidad de ese afecto. Descartes propuso sustituir esta división por otra de tres elementos: la afección, en la cual la relación sujeto-objeto conduce a un mayor aprecio de uno mismo que de la otra persona; la amistad, en la que el sujeto ama y estima al objeto en la misma medida en que lo hace consigo mismo; y la devoción, en la que el otro es sobreestimado, alzado por encima del propio valor. Descartes define el amor como «emoción del alma causada por el movimiento de los espíritus animales, que invita a juntarse de voluntad a los objetos que le parecen convenientes». Por su parte, Comte estableció como dos polos opuestos el altruismo y el egoísmo, esto es, el amor hacia otro y el amor hacia uno mismo.
Desde la Antigüedad se han venido sucediendo continuas obras artísticas referentes al amor. La ciudad de Tespias, por ejemplo, contó con la obra de Praxíteles Eros armando el arco; en el Museo Degli Studi de Nápoles se conserva el original del Amor irritando a un delfín; y en infinidad de lienzos, esculturas, objetos de arte y dibujos se representa el amor con aspecto infantil y con unas alas cortas o con una figura adolescente y grandes alas. El atributo de su poder suele simbolizarse con el rayo de Júpiter o la maza y la piel de león de Hércules.
En los comienzos, el arte cristiano adoptó algunas formas paganas, pero más tarde esto fue evolucionando hacia las marcas de la espiritualidad: el Buen Pastor, la siega de las mieses, los viñedos, los niños pescando con cañas, el Creador bendiciendo los campos fecundos...
Amor en el lenguaje común
El amor es, pues, una complicada realidad que hace referencia a múltiples objetos o aspectos de la vida. Podríamos intentar ordenarlos del siguiente modo:
1. Relación de amistad o simpatía que se produce hacia otra persona. Ésta ha de ser de cierta intensidad, lo que supone un determinado nivel de entendimiento ideológico y funcional. El amor de amistad es uno de los mejores regalos de la vida; gracias a él podemos percibir la relación humana como próxima, cercana y llena de comprensión. Laín Entralgo la ha definido «como una peculiar relación amorosa que implica la donación de sí mismo y la confidencia: la amistad queda psicológicamente constituida por la sucesión de los actos de benevolencia, beneficencia y confidencia que dan su materia propia a la comunicación». En su Estudio sobre la amistad, Vázquez de Prada nos trae algunos ejemplos históricos: David y Jonatán, Cicerón y Ático, Goethe y Schiller. En todos ellos hay intimidad, confidencia y franqueza, porque la amistad supone siempre vinculación amorosa.
2. Amplísima gama de relaciones interpersonales: amor de los padres a los hijos y viceversa; amor a los familiares, a los vecinos, a los compañeros de trabajo, etc. En cada una de ellas la vibración amorosa será de temperatura distinta según la cercanía o el alejamiento que exista de la misma.
3. Amor a cosas u objetos inanimados: los muebles antiguos, el arte medieval, el período del Renacimiento, la literatura del Romanticismo...
4. Amor a cuestiones ideales: la Justicia, el Derecho, el bien, la verdad, el orden, el rigor metodológico...
5. Amor a actividades o formas de vida: la tradición, la vida en contacto con la Naturaleza, el trabajo bien hecho, la riqueza, las formas y estilos de vida clásicos...
6. Amor al prójimo, entendido éste en su sentido etimológico y literal: a las personas que están cerca de nosotros y, por tanto, al hecho de ser hombre, con todo lo que ello trae consigo.
7. Amor entre un hombre y una mujer. El análisis del mismo nos ayuda a comprender y a clarificar el resto de usos amorosos. Es tal la grandeza, la riqueza de matices y la profundidad del amor humano que nos revela las cualidades de cualquier otro tipo de amor.
Es ésta una vía de conocimiento primordial, ya que en ella vibra toda la temática personal, que va desde lo físico a lo psicológico pasando por lo espiritual y cultural. Sus entresijos y recovecos suelen ser interminables.
8. Amor a Dios. Para el hombre de fe, la vida alcanza —por este camino— perspectivas nuevas e incomprensibles desde otros ángulos: el resultado es la trascendencia.