¿Cómo terminan todos los cuentos de hadas? ¡Eso es!: «…y vivieron felices por siempre jamás». Pero no sólo los cuentos de hadas tienen un final feliz. ¿Qué hay de las películas de Hollywood? ¿No tienen casi siempre un final que deja un buen sabor de boca, en el que el bien triunfa sobre el mal, el amor lo conquista todo, y el bueno vence al malo? ¿Y acaso no sucede lo mismo con las novelas y los programas de televisión más populares? Nos encantan los finales felices porque la sociedad nos dice que así es como debería ser la vida: todo alegría y diversión, todo paz y contento, y vivir felices por siempre jamás. Pero, ¿a que no suena verosímil? ¿Te parece que esta visión coincide con tu experiencia de la vida? Éste de uno de los cuatro mitos fundamentales que constituyen el anteproyecto básico de la trampa de la felicidad. Echémosle una ojeada a estos mitos, uno por uno.
Nuestra cultura insiste en que el ser humano es feliz por naturaleza. Pero las estadísticas que citábamos en la introducción lo desmienten a todas luces. Recuerda, uno de cada diez adultos intentará suicidarse, y uno de cada cinco padecerá depresión. Es más, la probabilidad estadística de que sufras una enfermedad psiquiátrica en algún momento de tu vida es de ¡casi el 30 por ciento! No es demasiado halagüeña, ¿no crees?
Y si a ello le añadimos el sufrimiento que causan otros problemas que no se consideran enfermedades psiquiátricas, como la soledad, el divorcio, las dificultades sexuales, el estrés laboral, la crisis de la mediana edad, los problemas de relación, la violencia doméstica, el aislamiento social, las amenazas, los prejuicios, la baja autoestima, la ira crónica y la falta de propósito u objetivo en la vida, uno empieza a hacerse una ligera idea de lo poco común que es la auténtica felicidad. Por desgracia, muchas personas viven convencidas de que todos son felices menos ellas. Y, sí, lo has adivinado: esta convicción no hace más que aumentar su infelicidad.
A partir del Mito n.º 1, la sociedad occidental asume de forma lógica que el sufrimiento mental es anormal. Se lo considera como una debilidad o una enfermedad, como el producto de una mente en cierto modo imperfecta o defectuosa. Por ello, cuando inevitablemente experimentamos pensamientos y sentimientos dolorosos, solemos autocriticarnos por ser débiles o estúpidos. Los profesionales de la salud contribuyen a este proceso poniendo en seguida etiquetas del tipo «estás deprimido», que no vienen más que a confirmar lo defectuosos que somos.
La Terapia de Compromiso y Aceptación se basa en un supuesto radicalmente distinto. La ACT sugiere que los procesos normales del pensamiento de una mente humana sana conducen de modo natural a un sufrimiento psicológico. No es que tú tengas un defecto, es sólo que tu mente está haciendo su trabajo, aquello para lo que evolucionó. Por fortuna, la ACT puede decirte cómo adaptarte a ello de forma que tu vida se transforme en profundidad.
Vivimos en una sociedad del bienestar, en una cultura totalmente obsesionada con encontrar la felicidad. Y ¿qué es lo que esta sociedad nos dice que hagamos? Pues que eliminemos los sentimientos «negativos» y que, en su lugar, acumulemos sentimientos «positivos». Es una bonita teoría que, a simple vista, parece tener sentido. Al fin y al cabo, ¿quién quiere tener sentimientos negativos? Pero aquí está la trampa: las cosas a las que por lo general damos más valor conllevan toda una serie de sentimientos, tanto agradables como desagradables. Por ejemplo, en una relación íntima a largo plazo, aunque uno experimente sentimientos maravillosos como el amor y la alegría, también experimentará inevitablemente la decepción y la frustración. El compañero perfecto no existe y, tarde o temprano, surgen conflictos de interés.
Lo mismo podríamos decir de casi cualquier proyecto importante que emprendamos. Aunque a menudo suscitan sentimientos de emoción y entusiasmo, también suelen comportar estrés, miedo y ansiedad. De modo que si crees en el Mito n.º 3, tienes un gran problema porque es del todo imposible construir una vida mejor sin estar dispuesto a experimentar algunos sentimientos incómodos. En la segunda parte de este libro aprenderás a lidiar con estos sentimientos de manera completamente distinta con el fin de que te resulten mucho menos molestos.
Lo cierto es que tenemos mucho menos control sobre nuestros pensamientos y emociones del que nos gustaría. No es que no tengamos control alguno, es sólo que tenemos mucho menos del que los «expertos» nos hacen creer. Sin embargo, sí tenemos una enorme capacidad de control sobre nuestros actos. Y es actuando como se crea una vida rica, plena y llena de sentido (por ello, en inglés se dice ACT, pronunciado como la palabra act, que significa actuar, en lugar de utilizar las iniciales A.C.T.).
La inmensa mayoría de los programas de autoayuda suscriben el Mito n.º 4. Así, por ejemplo, muchos métodos te enseñan a identificar los sentimientos negativos y a sustituirlos por otros más positivos. Otros sistemas alientan la repetición de afirmaciones positivas del tipo: «Todo sucede en mi máximo beneficio y para mi mayor alegría» o «Siempre soy fuerte, capaz y competente». Por último, otros métodos te instan a visualizar lo que quieres, a imaginarte vívidamente cómo te gustaría ser, viviendo la vida con la que sueñas. El argumento básico de todos estos métodos es que si cuestionas tus pensamientos o imágenes negativos y, en su lugar, te llenas repetidamente la cabeza de pensamientos e imágenes positivos, encontrarás la felicidad. ¡Ojalá la vida fuera así de sencilla!
Estoy dispuesto a apostarme algo a que ya has probado un sinfín de veces a pensar en las cosas de manera más positiva y, a pesar de ello, esos pensamientos negativos siguen volviendo una y otra vez. Como ya hemos visto, nuestra mente ha ido evolucionando a lo largo de cien mil años para pensar tal como lo hace, ¡así que unos cuantos pensamientos o afirmaciones positivos no van a suponer una gran diferencia! No es que estas técnicas no surtan ningún efecto. A menudo pueden hacer que te sientas temporalmente mejor, pero no te librarán de los pensamientos negativos a largo plazo.
Lo mismo sucede con sentimientos «negativos» como la ira, el miedo, la tristeza, la inseguridad y la culpa. Existen multitud de estrategias para «desembarazarse» de ese tipo de sentimientos. Pero sin duda habrás descubierto ya que, aunque se vayan, al rato vuelven. Y luego se van de nuevo. Y después regresan otra vez. Y así sucesivamente. Lo más probable es que, si eres como la mayoría de los demás seres humanos del planeta, ya hayas invertido mucho tiempo y esfuerzo tratando de tener sentimientos «buenos» en vez de «malos», y probablemente hayas descubierto que, en el caso de que no estés demasiado alterado, puedes extirparlos hasta cierto punto. Pero, casi con seguridad, habrás descubierto también que, a medida que aumenta tu nivel de angustia, tu capacidad de controlar estos sentimientos disminuye progresivamente. Por desgracia, la creencia en el Mito n.º 4 está tan extendida que tendemos a sentirnos frustrados cuando no logramos controlar nuestros sentimientos.
Estos cuatro poderosos mitos constituyen la antesala de la trampa de la felicidad. Nos empujan a una lucha que nunca podremos ganar: la lucha contra nuestra propia naturaleza humana. Y es precisamente esa lucha la que construye la trampa. En el próximo capítulo, la analizaremos con detalle pero, primero, veamos por qué estos mitos se encuentran tan arraigados en nuestra cultura.
La mente humana nos ha proporcionado una enorme ventaja como especie. Nos permite hacer planes, inventar cosas, coordinar acciones, analizar problemas, compartir conocimientos, aprender de nuestras experiencias e imaginar nuevos futuros. La ropa que llevas, los zapatos que calzas, el reloj que ciñe tu muñeca, la silla en la que estás sentado, el tejado que hay sobre tu cabeza, el libro que tienes en las manos… ninguna de estas cosas existiría si no fuera por la ingeniosidad de la mente humana. La mente nos permite dar forma al mundo que nos rodea y adaptarlo a nuestros deseos para que nos proporcione calor, refugio, alimento, agua, protección, higiene y medicina. No es de sorprender que esta asombrosa capacidad de controlar nuestro entorno nos haga concebir altas expectativas de control también en otras esferas.
En el mundo material, las estrategias de control suelen funcionar bien. Si algo no nos gusta, pensamos en cómo podemos cambiarlo o deshacernos de ello y luego lo hacemos. ¿Que hay un lobo al otro lado de la puerta? ¡Líbrate de él! Tírale piedras, o lanzas, o pégale un tiro. ¿Que llueve, nieva o graniza? Bueno, no puedes deshacerte de estas cosas pero puedes evitarlas escondiéndote en una cueva o construyendo un refugio. ¿Que la tierra es árida y seca? Puedes acabar con ello por medio del regadío y de la fertilización, o puedes evitarlo trasladándote a un lugar mejor.
Pero ¿qué pasa con nuestro mundo interior? Me refiero a los pensamientos, recuerdos, emociones, deseos, visiones mentales y sensaciones físicas. ¿Podemos evitarlas o desembarazarnos de las que no nos gustan? En el mundo exterior podemos hacerlo con bastante facilidad, ¿por qué no habría de suceder lo mismo con nuestro mundo interior?
Vamos a hacer un pequeño experimento. Mientras sigues leyendo este párrafo, intenta no pensar en un helado. No pienses en su color, ni en su textura, ni en su sabor. No pienses en cómo sabe en un día caluroso de verano. No pienses en el placer que sientes cuando se derrite en tu boca. No pienses en cómo vas a tener que lamer los bordes para que deje de gotearte en los dedos.
¿Qué tal?
¡Exacto! No has podido dejar de pensar en el helado.
Aquí tienes otro pequeño experimento. Recuerda algo que sucedió la semana pasada. Cualquier recuerdo servirá, ya sea una conversación, una película que viste o, mejor, una comida que tomaste. ¿Ya está? Estupendo. Ahora intenta librarte de ella. Bórrala por completo de tu memoria para que nunca jamás pueda volver a ti.
¿Lo conseguiste? Si crees que sí, vuelve a probar y observa si todavía puedes recordarla.
Ahora evoca esa comida en tu boca. Fíjate en la sensación que tienes en la lengua. Pásatela por los dientes, las encías, las mejillas y el paladar. Intenta que tu boca esté totalmente insensible, como si el dentista te hubiera anestesiado con novocaína. ¿Has conseguido olvidar las sensaciones?
Y ahora considera por un instante esta situación hipotética. Imagínate que alguien te está apuntando a la cabeza con una pistola cargada y te dice que no debes sentir miedo, que, al menor indicio de ansiedad, te disparará. ¿Podrías evitar sentir angustia en esta situación, aunque tu vida dependiera de ello? (Está claro que podrías intentar actuar con calma pero ¿podrías realmente sentirte tranquilo?)
Muy bien, un último experimento. Mira la estrella que presentamos a continuación y luego intenta no pensar en nada durante 60 segundos. Es todo cuanto debes hacer. Durante 60 segundos, evita que ningún pensamiento acuda a tu mente, ¡especialmente pensamientos sobre la estrella!

Espero que con esto vayas entendiendo que los pensamientos, los sentimientos, las sensaciones físicas y los recuerdos no son tan fáciles de controlar. No es que no puedas controlarlos, sencillamente es que tienes mucho menos control del que creías. Vamos a ver, si estas cosas fueran tan fáciles de controlar, ¿no viviríamos todos perpetuamente felices? Por supuesto, hay unos cuantos gurús de la autoayuda que afirman vivir en tal estado todo el tiempo. A menudo, estas personas se hacen realmente ricas, sus libros se venden por millones y atraen grandes masas de gente desesperada por saber «la respuesta». Imagino que muchos lectores de este libro habrán recorrido ya ese camino y habrán sufrido un triste desengaño.
Desde pequeños nos enseñan que debemos ser capaces de controlar nuestros pensamientos. A medida que ibas creciendo, probablemente te dijeron en muchas ocasiones frases como «No llores o te daré un motivo para llorar», «No seas tan pesimista, míralo por el lado positivo», «Quita esa mala cara», «Ahora eres un niño mayor. Los niños mayores no lloran», «Deja de sentir pena de ti mismo», «No te preocupes, no hay por qué tener miedo».
Con palabras como ésas, los mayores que nos rodeaban nos transmitían una y otra vez el mensaje de que teníamos que ser capaces de controlar nuestros sentimientos. Y, desde luego, a nosotros nos parecía que ellos controlaban los suyos. Pero ¿qué sucedía detrás de la puerta? Con toda probabilidad, a muchos de esos adultos no les iba demasiado bien con sus propios sentimientos de dolor. Tal vez bebían demasiado, tomaban tranquilizantes, lloraban hasta quedarse dormidos todas las noches, tenían aventuras, se refugiaban en su trabajo o sufrían en silencio mientras desarrollaban poco a poco úlceras de estómago. En cualquier caso, probablemente no compartieron esas experiencias contigo.
Y en las raras ocasiones en que presenciaste su pérdida de control, probablemente nunca dijeron nada del estilo de «Vale, estas lágrimas se deben a que estoy sintiendo una cosa que se llama tristeza. Es un sentimiento bastante normal». ¡No podían enseñarte a dominar tus emociones porque no sabían cómo dominar las suyas!
La idea de que debías ser capaz de controlar tus sentimientos salió sin duda reforzada en tus años escolares. Por ejemplo, los niños que lloraban en el colegio eran el hazmerreír de todos por ser unos «lloricas» o «mariquitas», en especial si se trataba de chicos. Más tarde, a medida que te fuiste haciendo mayor probablemente escuchaste (o incluso utilizaste tú mismo) frases como: «¡Supéralo!», «¡Esas cosas pasan!», «¡Pasa página!», «¡Relájate!», «¡No dejes que te afecte!», «¡No seas tan gallina!», «¡Reacciona!» y otras por el estilo.
Lo que todas estas frases implican es que deberías ser capaz de encender y apagar tus sentimientos a voluntad, como pulsando un interruptor. ¿Y por qué este mito es tan convincente? Porque la gente que nos rodea aparenta ser feliz. Parecen controlar sus pensamientos y sus sentimientos. Pero en esta frase, «parece» es la palabra clave. La verdad es que la mayoría de la gente no es lo bastante abierta u honesta por lo que respecta a la lucha que libran con sus propios pensamientos y sentimientos. Ponen «al mal tiempo buena cara» y «mantienen la compostura». Son como ese proverbial payaso que llora por dentro cuando todo cuanto vemos es su cara pintada y sus alegres bufonadas. En las sesiones de terapia es corriente oír a los pacientes decir cosas como «Si mis amigos/familia/compañeros de trabajo pudieran oírme, nunca lo creerían. Todos piensan que soy tan fuerte/seguro de mí mismo/feliz/independiente…».
Penny, una recepcionista de treinta años, vino a verme seis meses después del nacimiento de su primer hijo. Se sentía cansada y angustiada y llena de dudas acerca de sus habilidades como madre. En ocasiones se sentía incompetente o incapaz y sólo quería eludir su responsabilidad. Otras veces se sentía agotada y triste, y se preguntaba si haber tenido un hijo no habría sido un gran error. ¡Encima, se sentía incluso culpable por tener tales pensamientos! Aunque Penny asistía regularmente a reuniones de grupos de madres, guardaba en secreto sus problemas. Todas las demás madres parecían tan seguras de sí mismas que temía que si les contaba cómo se sentía la miraran mal. Cuando por fin reunió el valor para compartir sus experiencias con las demás mujeres, su confesión rompió una conspiración del silencio. Las demás madres se habían sentido igual en mayor o menor medida, pero todas habían fingido tener valor y ocultaban sus verdaderos sentimientos por miedo a que las desaprobaran o las rechazaran. Cuando estas mujeres se abrieron y se sinceraron unas con otras experimentaron una profunda sensación de unión y de alivio.
Haciendo una burda generalización, a los hombres les cuesta mucho más que a las mujeres admitir sus más profundas preocupaciones porque a ellos les han enseñado a ser estoicos: a embotellar sus sentimientos y ocultarlos. Al fin y al cabo, los niños mayores no lloran. Por el contrario, las mujeres aprenden a compartir y a comentar sus sentimientos desde muy jóvenes. No obstante, muchas mujeres se resisten a contarles incluso a sus mejores amigas que se sienten deprimidas o angustiadas o que no pueden más en algún sentido por miedo a que las consideren débiles o tontas. Nuestro silencio acerca de lo que sentimos realmente y la falsa actitud que adoptamos ante la gente que nos rodea no hacen más que incrementar la poderosa ilusión del control.
Por lo tanto, la pregunta es: ¿cuánto te han influido todos estos mitos del control? El cuestionario de las páginas siguientes te ayudará a averiguarlo.
Este cuestionario es una adaptación de otros similares desarrollados por Steven Hayes, Frank Bond y otros estudiosos. Cuando se utiliza la expresión «pensamientos y sentimientos negativos», nos referimos a una amplia variedad de emociones (como la ira, la depresión y la ansiedad) y pensamientos (tales como los malos recuerdos, imágenes desagradables o duras autocríticas) dolorosos. Para cada par de afirmaciones, selecciona, por favor, aquella que mejor describe cómo te sientes. La respuesta que elijas no tiene que ser siempre cierta al ciento por ciento. Selecciona la respuesta que parece representar mejor tu actitud general.
1a. Debo controlar bien mis sentimientos con el fin de tener éxito en la vida.
1b. No necesito controlar mis sentimientos para tener éxito en la vida.
2a. La ansiedad es mala.
2b. La ansiedad no es ni buena ni mala. Es tan sólo un sentimiento desagradable.
3a. Los pensamientos y sentimientos negativos te harán daño si no los controlas o te deshaces de ellos.
3b. Los pensamientos y sentimientos negativos no te harán daño, incluso aunque te resulten desagradables.
4a. Me dan miedo algunos de mis sentimientos fuertes.
4b. No me da miedo ningún sentimiento, por fuerte que sea.
5a. Para poder hacer algo importante, tengo que librarme de todas mis dudas.
5b. Puedo hacer algo importante, incluso si tengo dudas.
6a. Cuando surgen pensamientos y sentimientos negativos, es importante dominarlos o deshacerse de ellos lo antes posible.
6b. Intentar dominar o deshacerse de los pensamientos y sentimientos negativos a menudo causa problemas. Si simplemente los dejas estar, pasarán a ser una parte natural de la vida.
7a. El mejor sistema para gestionar los pensamientos y sentimientos negativos es analizarlos y luego utilizar lo que has descubierto para deshacerte de ellos.
7b. El mejor sistema para gestionar los pensamientos y sentimientos negativos es reconocer que están ahí y dejarlos estar, sin tener que analizarlos ni juzgarlos.
8a. Mejorando mi capacidad de evitar, dominar o librarme de pensamientos y sentimientos negativos me convertiré en una persona «sana» y «feliz».
8b. Permitiendo que los pensamientos y sentimientos negativos vayan y vengan por sí solos y aprendiendo a vivir con ellos de forma efectiva me convertiré en una persona sana y feliz.
9a. No poder suprimir o deshacerse de una reacción emocional negativa es señal de fracaso o debilidad personal.
9b. La necesidad de controlar o librarse de una reacción emocional negativa es un problema en sí mismo.
10a. Tener pensamientos y sentimientos negativos es indicativo de que no estoy sano psicológicamente o «tengo problemas».
10b. Tener pensamientos y sentimientos negativos significa que soy un ser humano normal.
11a. La gente que tiene control sobre su vida generalmente puede controlar cómo se siente.
11b. La gente que tiene control sobre su vida no necesita intentar controlar sus sentimientos.
12a. Sentir ansiedad no está bien y procuro evitarlo.
12b. No me gusta la ansiedad pero no hay nada malo en sentirla.
13a. Los pensamientos y sentimientos negativos son una señal de que algo no funciona en mi vida.
13b. Los pensamientos y sentimientos negativos son una parte inevitable de la vida de todo el mundo.
14a. Tengo que sentirme bien antes de poder hacer algo que sea importante o que suponga un desafío.
14b. Puedo hacer algo que sea importante o suponga un desafío incluso si me siento angustiado o deprimido.
15a. Intento suprimir los pensamientos y emociones que no me gustan no pensando en ellos.
15b. No intento suprimir los pensamientos y emociones que no me gustan. Simplemente los dejo ir y venir a su antojo.
Para puntuar tu cuestionario, cuenta el número de veces que has seleccionado «a» o «b». (Por favor, conserva tu puntuación. Al final del libro te pediré que vuelvas atrás y realices de nuevo este test.)
Cuantas más veces hayas seleccionado la opción «a», mayor es la probabilidad de que los problemas de control estén aportando una dosis significativa de sufrimiento a tu vida. ¿Por qué es esto así? Bueno, ése es el tema que abordaremos en el próximo capítulo.