PRÓLOGO A LA EDICIÓN RUSA DE 1882

 

 

 

 

La primera edición en ruso del Manifiesto del Partido Comunista, traducida por Bakunin, se imprimió a principios de los años sesenta en las rotativas del periódico Kolokol. Por aquel entonces, Occidente solo vio en ella (en la edición rusa del Manifiesto) una mera curiosidad literaria. Hoy en día, sería impensable que reaccionase de la misma forma.

La sección final del Manifiesto es la que muestra con mayor claridad lo limitado que era en aquella época (diciembre de 1847) el espacio que ocupaba el movimiento proletario: en esa sección se habla de la posición de los comunistas con respecto a los diferentes partidos de la oposición de varios países, entre los que faltan, precisamente, Rusia y Estados Unidos. Por aquel entonces Rusia era la última gran reserva del reaccionarismo general europeo, y Estados Unidos absorbía el exceso de mano de obra proletaria de Europa a través de la inmigración. Ambos países suministraban insumos al Viejo Continente y, al mismo tiempo, eran mercados consumidores de sus productos industriales. Ambos países constituían, por tanto, de una u otra forma, pilares del orden europeo existente.

¡Cuán diferente la situación hoy en día! Precisamente la inmigración europea ha permitido a Norteamérica desarrollar una gigantesca producción agrícola, y esta competencia ha sacudido los cimientos de la propiedad de tierras en Europa, tanto de las grandes explotaciones como de las pequeñas. También ha hecho posible que Estados Unidos aproveche sus formidables recursos industriales con una energía y a una escala que, en poco tiempo, quebrarán inevitablemente el monopolio de la industria que hasta ahora ha ejercido la Europa Occidental y, principalmente, Inglaterra. Ambas circunstancias tienen también un revolucionario efecto en América. Las pequeñas y medianas fincas de los granjeros, base de toda la estructura política, van sucumbiendo poco a poco ante la competencia que representan las grandes explotaciones. Al mismo tiempo, en las zonas industriales se está desarrollando, por vez primera, un proletariado en masa y una colosal concentración de capitales.

¡Veamos ahora el caso de Rusia! Durante la revolución de 1848-1849, no solo los monarcas europeos, sino también la burguesía del continente vieron en la injerencia rusa la única salvación posible ante el proletariado que empezaba a despertar. El zar fue proclamado entonces líder del reaccionarismo europeo, pero hoy es prisionero de guerra de la Revolución en Gátchina, y Rusia representa la vanguardia de la acción revolucionaria en Europa.

El propósito del Manifiesto comunista era proclamar la inevitable e inminente disolución de la propiedad burguesa moderna. Sin embargo, frente al rápido florecimiento de la mentira capitalista y la incipiente propiedad burguesa de las tierras, en Rusia más de la mitad del terreno es propiedad común de los campesinos. Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿puede la obshina[*] rusa, una variante —aunque muy degradada— de la primitiva propiedad común del suelo, convertirse directamente en una propiedad común y comunista más elevada? ¿O, por el contrario, deberá pasar antes por el mismo proceso de disolución que ha conformado el desarrollo histórico de Occidente?

En estos días, la única respuesta posible a tales preguntas es la siguiente: si la Revolución rusa se convierte en la señal de una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas revoluciones se complementen, la propiedad común del suelo que se da en la actualidad en Rusia puede servir de punto de partida para un desarrollo comunista.

 

En Londres, a 21 de enero de 1882

KARL MARX y FRIEDRICH ENGELS