DE PROFESIÓN, ACTIVISTA
La Barcelona de la democracia municipal había tenido alcaldes economistas como Narcís Serra y Pasqual Maragall. Un médico anestesista como Joan Clos. Un licenciado en Administración de Empresas por Esade como Jordi Hereu. Y otro médico, pediatra en este caso, como Xavier Trias. Pero nunca una activista, un oficio no oficial hasta que llegó Colau. Ninguno de sus antecesores había vivido ni ejercido en uno de los barrios de Barcelona que fueron llamados Las Hurdes. Ella sí. Todos provenían de la Barcelona mesocrática y de familias más o menos conocidas en los círculos sociales, económicos, culturales y políticos de la ciudad. Ella no. Todos tenían experiencia de gestión. Ella no. Porque, hasta el presente, la profesión de Ada Colau ha sido la de activista.
Según la Real Academia Española, activista significa «militante de un movimiento social, de una organización sindical o de un partido político que interviene activamente en la propaganda y el proselitismo de sus ideas». Desde antes de salir a la calle en una manifestación contra la guerra de Irak, hasta ser conocida en España y más allá como portavoz de la PAH y alcaldesa de Barcelona, el trabajo de Colau ha sido el activismo. Vinculada en sus orígenes al movimiento okupa, se manifestó contra el G8, formó parte del movimiento antiglobalización, del movimiento por una vivienda digna y de todo movimiento que fuese contra lo más o menos establecido. En palabras de la posmodernidad, una antisistema. Una ferviente y tenaz militante del no a todo, y menos aún, cerca de casa.
Su formación y profesionalización en el activismo tuvo lugar en el Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Barcelona (DESC). Se trata de una plataforma de entidades y personas creada en 1998, «con el objetivo de mostrar que tanto los derechos civiles y políticos —derecho a la libertad de expresión, a la vida, al voto, etc.— como los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales —derecho a la vivienda, al trabajo, a la educación, a la salud, a la alimentación— son derechos fundamentales de todas las personas», según su página web. Y su principal objetivo es: «promover una visión integral de los derechos humanos que reconozca que todos los derechos —civiles, políticos, sociales, culturales y ambientales— son derechos fundamentales de todas las personas. Esta visión integral implica hacer de los derechos expectativas plenamente exigibles, así como instrumentos aptos para garantizar las necesidades básicas y la autonomía de sus destinatarios», según proclama. Hasta aquí, ni una palabra sobre deberes.
Su factótum y presidente es Jordi Borja, urbanista y militante del PSUC, desaparecido partido hermano del PCE en España. Borja escindió el PSUC para crear el grupo más izquierdista Bandera Roja. Luego escindió Bandera Roja para regresar al PSUC como bandera blanca. Fue diputado en el Parlament de Catalunya, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona y vicepresidente del Área Metropolitana de Barcelona, que es mucho más que Barcelona. En su metamorfosis política, Borja ha estado presente en toda escisión habida en el estalinismo, en la extrema izquierda, en el leninismo, en el eurocomunismo, en la de los partidarios de la intervención soviética en Afganistán y los que no, en la transmutación del comunismo en ecosocialismo verde y en la socialdemocracia, hasta aposentarse en el socialismo ilustrado del Ayuntamiento de Barcelona. Tras desactivar más partidos comunistas que la policía política franquista, es considerado un activista de salón y un ínclito miembro y agente del sistema, si se le compara con Ada Colau. Fue también el responsable de escindir los 73 municipios, villas y barrios de Barcelona para agruparlos en diez distritos calculados y trazados de modo que siempre ganase la izquierda en los más populosos y populares.
Cuando le tocó abandonar cargos, Jordi Borja fue a dar al Observatorio DESC. Según sus partidarios, el DESC es un referente de prestigio internacional que se expande por Europa y muy especialmente por Latinoamérica. Según sus detractores, es uno más de los muchos comederos, pesebres, institutos, empresas y canonjías subvencionados por la Generalitat y el Ayuntamiento con el fin de colocar o recolocar a adictos de los partidos en el poder. Un funcionariado paralelo que no aprueba oposiciones, no se evalúa por méritos, no se presenta a concurso, no es elegido por nadie, se nombra a dedo y cobra más que los funcionarios de carrera. Para sus discípulos y apóstoles, Borja y sus negocios urbanísticos e ideológicos son un tótem y tabú. Según sus disidentes, es el emblema de unos tiempos de excedentes económicos en que toda subvención valía y nada se hacía sin subvención. Con muchas ramificaciones, muchos estudios urbanísticos, muchas asesorías y muchos viajes a Latinoamérica, la entidad no fue auditada hasta 2009, al igual que tantas otras ONG de su época. Como aquella otra ONG municipal, Barcelona Acció Solidària, que se gastó un dineral en un camión mejor que los del Rally París-Dakar, les secuestraron en Mauritania a dos cooperantes de la clase alta barcelonesa en 2009 y aún no se sabe cuánto costó su vuelta a casa.
Todo eso pasó cuando el socialismo rampante y boyante. Ahora, Ada Colau, su pareja y personas afines y amigas que contrata en el Ayuntamiento provienen de ese Observatorio subvencionado por el propio Ayuntamiento desde mucho antes de ser alcaldesa. Según ella hace constar en su currículum profesional, «fue mi primer empleo estable». Colau trabajó estable y establecida en la ONG desde 2007 hasta febrero de 2015. Su primer teniente de alcalde, profesor de Derecho y actual mano derecha, Gerardo Pisarello, la dirigió ocho años y fue vicepresidente ejecutivo. El tercer teniente de alcalde, Jaume Asens, conocido entre letrados y juristas como el abogado de los okupas, fue miembro de la junta. Gala Pin, activista experimentada en redes sociales y comunicación, trabajó dos años en el Observatorio y es concejala de Ciutat Vella. Vanesa Valiño, pareja de Pisarello, también pasó por allí y ya está ubicada en el área de Vivienda del Ayuntamiento. Águeda Bañón, artista pospornográfica, que se encargó de comunicación y de la web de la organización, es la directora de comunicación del consistorio.
La lista continúa y continuará, como se podrá leer con más detalles en algún capítulo posterior. Según datos recientemente oficiales, el Observatorio tenía en 2014 un presupuesto de 455.000 euros. El 97% de sus ingresos procedían de subvenciones y donaciones, la mayor parte emanadas de un convenio con el Ayuntamiento de Barcelona que aportaba 120.000 euros anuales. Se firmó cuando el Observatorio fue premiado en la Maratón contra la Pobreza de TV3 por su apoyo jurídico a la PAH, que lideraba Colau. Una de sus operaciones más mediáticamente relumbrantes fue invitar a Barcelona al relator de Naciones Unidas en materia de vivienda, Miloon Kothari, para que descubriese a los barceloneses «la especulación urbanística desenfrenada», asunto del que ya tenían noticias desde 1888 y desde antes, durante y después de la Segunda República y de la dictadura.
Se opine lo que se opine políticamente, el Observatorio de Borja y asociados es el laboratorio de donde han salido y salen los nuevos mandatarios municipales, los promotores de Barcelona en Comú (BComú) que dejaron sin la alcaldía a los nacionalistas de Convergència i Unió (CiU) y que han ayudado a que Podemos sea la tercera fuerza política de España. En una lectura atenta, no escapará el detalle de que el también profesor Borja afirme que su Observatorio quiere centrarse «en temas de regeneración democrática, de derechos laborales y en la proyección internacional». Palabras frecuentes en el lenguaje de BComú, Podemos y Ciudadanos, aunque desde otra perspectiva. En todo caso, para que conste el día de mañana y antes de que se revise y retoque la memoria histórica y sentimental de la ciudad, el observatorio más importante de Barcelona fue y es el Observatorio Fabra, inaugurado en el monte Tibidabo en 1904 para ver lo más allá posible del firmamento. Lo sufragó de su bolsillo el marqués, industrial, mecenas y alcalde de Barcelona que le dio su dinero y su apellido. Era un aristócrata del sistema.
Pero como de lo que ahora se trata es de crear un novísimo relato y correlato, Ada Colau cuenta que conoció a su pareja cuando se incorporó al Observatorio de sus amores. Fue durante la campaña de las elecciones municipales de 2007. Al igual que Ruiz Mateos hiciese en la era del felipismo, de Miguel Boyer, Isabel Preysler y Galerías Preciados, Colau se disfrazaba de Supervivienda amarilla con capa, antifaz, mallot y mallas, y se personaba en los mítines de los partidos tradicionales para interrumpirlos y leer un manifiesto o un panfleto sobre políticas de vivienda. Junto a ella, el coautor de los guiones de cada actuación era el economista Adrià Alemany. Fue cuando la concejala Immaculada Mayol, eco-verde-socialista-fashion, se quedó blanca y vio que a una progresista estética y retórica le puede salir una progresista más contestataria, amarilla y dialéctica. Según los hagiógrafos de Colau, lo suyo eran performances teatrales que no tenían nada que ver con el grotesco populismo de Ruiz Mateos. Según otros analistas de lo que se avecinaba, era el preludio de los escraches y hostigamiento a los políticos votados por el pueblo. El resultado fue que Ada y Adrià se enamoraron. Como un cuento de hadas, aunque sin hache.
Resiguiendo su autorretrato y su currículum oficial, oficialista y oficializado, se desprende que Colau, según admite, «donde más aprendí y he podido aportar mi experiencia en el activismo social fue en el Observatorio DESC, primero como técnica de cooperación y después como responsable del área de derecho a la vivienda». Todo ello, compaginado con su actividad como investigadora y defensora de los derechos humanos especializada, según se repite y se reitera, «en temas de derecho a la vivienda y derechos en la ciudad a través de estudios académicos informales, de trabajos en organizaciones civiles y a su participación en movimientos sociales». Según esa misma prosa neorrimbombante escrita no exactamente a su mejor medida, «en este sentido, su perfil biográfico es característico de una generación que, en un contexto de creciente precariedad laboral, ha atesorado amplias capacidades culturales y técnicas, volcándose progresivamente en la actividad política, primero en el campo social y actualmente en plataformas ciudadanas electorales».
En ese perfil generacional, dado por característico, que «atesora» tanta cultura y tanta técnica, parece darse algún anacronismo. Por edad y por experiencia vital, Colau pertenece a una generación que antes de su madurez ni vivió ni conoció la posguerra, ni la crisis económica del petróleo de los setenta, ni los índices de paro durante la Transición, ni la más que precariedad laboral posterior, ni la breve crisis de 1993. Cronológicamente, Colau pertenece a una juventud afortunada a la que nunca le faltó de nada, que antes de la crisis se negaba a trabajar por menos de mil euros e inventó la palabra «mileurista» con cierto tono de menosprecio. La generación que lo pidió todo gratis y se hipotecó de por vida antes de cumplir los treinta años sin enterarse de que la vida y la banca pasan factura. Una generación que no se movilizó cuando la guerra de los Balcanes estaba en plena Europa y casi a la esquina de España. Ni cuando los islamistas derribaron las Torres Gemelas.
Habían crecido con el bienestar en las sienes. Ada y muchas personas como ella son de la generación de los viajes de bajo coste que jamás soñaron ni han vivido sus padres, de las becas Erasmus, del turismo a cargo de ONG que, a escala global, removían millones de dólares y euros. Generación que no supo de penurias hasta pronto hará casi una década. Hijas e hijos de una socialdemocracia que creía tan asegurado el Estado de bienestar que la única idea brillante que ofreció fue el ocio, la diversión y todo pagado por el Estado y la familia. Unas promociones más educadas en derechos que en deberes. Poco que ver, por tanto, con la añada parisina del 68 que tan a menudo evocan sin haberla conocido. Aquella fue una juventud que en plena sociedad del consumo se rebeló contra el consumismo y logró, a cambio, la mayoría absoluta del general De Gaulle en las siguientes elecciones, comprobando que bajo los adoquines de París había tanta playa como en Madrid o Teruel.
Su libro de cabecera pudo ser La revolución y nosotros, que la quisimos tanto, escrito treinta años después de los hechos por Dani el Rojo, y luego eurodiputado Daniel Cohn-Bendit. Allí se leía y veía que casi todos los líderes de la revuelta parisina y otras revueltas latinoamericanas se reconvirtieron en millonarios. No se pregunte a la generación de Colau, en general, qué fue ni qué es de los creadores de los movimientos contestatarios que recorrieron el mundo en los años sesenta. Yippies, Black Panthers, Women’s Lib, Provos, Brigadas Rojas, guerrilleros de América Latina, la Gauche Prolétarienne, la Gauche caviar... Jerry Rubin, yippie integrado en un lujoso apartamento de Nueva York. Serge July, reinsertado como director del diario Libération. El guerrillero Fernando Gabeira, estrella de la televisión brasileña. Joschka Fischer, ministro de Medio Ambiente en Alemania... Casi sólo Angela Davis sigue en lo suyo. Ella y la canción que le dedicaron John y Yoko o Yoko y John. Muchos de la hornada de Colau no tienen ni remoto conocimiento, aunque les suenen sintonías de entonces como No nos moverán o Los tiempos están cambiando. No obstante, han aportado a la banda sonora española el lema popular «No hay pan para tanto chorizo».
Madurados entre los valores líquidos de la sociedad líquida que definió el pensador Zygmunt Bauman, su manual de referencia llegó cuando ya era demasiado tarde, la crisis había estallado y lo desmoronaba casi todo, valores humanos y sociales incluidos. Su breviario fue, es y será ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, el nonagenario maquis que se salvó del Holocausto, fue diplomático y participó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Un best seller mundial publicado en febrero de 2011 y que se vincula a las protestas registradas en Francia y España, así como al movimiento de los indignados del 15-M y a las doce mareas de camisetas de colores que se manifestaron por las calles de España. Lo hicieron en defensa de bibliotecas públicas, del agua como bien común, de la sanidad pública, de la emigración juvenil, del medio ambiente y contra la especulación hasta en los montes, de los servicios sociales, contra el paro, a favor de la educación pública y contra los recortes en políticas de igualdad. Sin olvidar a los yayoflautas y a cientos de diversas plataformas que florecieron en esos años de camisetas reivindicativas. Los fabricantes e impresores de camisetas tuvieron un desahogo económico entre tanta crisis, y los observadores de fenómenos sociales observaron que algunas hasta marcaban tendencias de moda entre algunos parlamentarios.
Cuando todo eso ocurría, Ada Colau ya militaba contra la globalización neoliberal y aprendía cada vez más sobre el funcionamiento de la deuda global y de las instituciones financieras internacionales. También organizó encuentros, seminarios, cursos y jornadas internacionales sobre mujeres y derecho a la vivienda y derecho de ciudad, que tuvieron buen eco mediático. Especialista en estas materias, Colau siempre se ha dedicado a «relacionar la actividad ciudadana con la sociopolítica, la investigación académica, la visión jurídica y las instituciones públicas», cuenta su currículum. Todo ello le ha permitido viajar a Río de Janeiro, Nápoles, Quito y al Museo Reina Sofía de Madrid para asistir y participar en congresos de relevancia internacional. Pocos desahuciados han viajado tanto y con los gastos pagados.
Sin embargo, la actividad que ha hecho más conocida y famosa a Colau ha sido la fundación el año 2009 de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Con ella como impulsora y portavoz, la crisis económica y el estallido de la burbuja inmobiliaria y sus daños colaterales sobre las hipotecas y la población civil, la PAH adquirió protagonismo y reconocimiento nacional e internacional. Su modo de alertar a la opinión pública y a los poderes políticos ha sido narrado por ella y su pareja en dos libros escritos a cuatro manos: Vidas hipotecadas. De la burbuja inmobiliaria al derecho a la vivienda (2012) y ¡Sí se puede! Crónica de una pequeña gran victoria (2013). En ambos se narra con detalle la odisea que supuso la célebre campaña «Stop desahucios», presentar una iniciativa legislativa popular avalada con más de un millón de firmas de ciudadanos en el Congreso de los Diputados, llamar cínico y criminal al representante de la banca española en sede parlamentaria, añadir: «No le he tirado el zapato porque he creído que es más importante contarles a ustedes cuál es nuestra posición», no enmendarse y salirse con la suya. Porque una semana después, aquella iniciativa obtuvo el voto unánime de los diputados y fue admitida a trámite para su estudio y eventual debate por los grupos parlamentarios. Tras conocer la decisión del pleno de la Cámara, Colau declaró que fue «una victoria ciudadana y no de ningún partido». En Bruselas estuvo más comedida y el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó que las leyes españolas sobre desahucios no garantizaban a los ciudadanos una protección suficiente frente a cláusulas abusivas en las hipotecas y vulneraban la normativa comunitaria. En este activismo, hasta sus más acérrimos detractores le reconocen su influencia en los cambios legislativos posteriores.
Con sus victorias, premios y galardones nacionales e internacionales, el 7 de mayo de 2014 Colau anunció que dejaba de ser portavoz de la PAH. Un mes después, presentó Guanyem Barcelona, plataforma ciudadana creada con el objetivo de «construir una candidatura de confluencia» de cara a las elecciones municipales de 2015. Meses más tarde, se presentó la coalición electoral BComú con la confluencia de Iniciativa per Catalunya Verds, Esquerra Unida i Alternativa, Equo, Procés Constituent, Podemos y la plataforma Guanyem. Un gazpacho de siglas que evoca las sopas de siglas de las primeras elecciones democráticas en España después de Franco. El 15 de marzo de 2015, Ada Colau fue proclamada cabeza de lista de BComú tras un proceso de primarias abiertas con ella como única candidata. Comenzaba otro capítulo de su vida. La activista iba a por todas.