COMÚN Y SENCILLA
Desde el 13 de junio de 2015, la excelentísima señora Ada Colau Ballano es la primera alcaldesa de la historia de Barcelona. Ninguna mujer había portado en sus manos una vara de mando con tanto poderío real y simbólico ni desde cuando la ciudad se llamó Barkeno, Colonia Iulia Augusta Favencia Paterna Barcino, Barchinona, Barshiluna, Barsilona y Barcelona hasta ser conocida actualmente como BCN en los aeropuertos del mundo o como la Barcelona de Messi, para no pocos y en los más diversos rincones del planeta. Ni la princesa Gala Placidia lo consiguió, aunque a punto estuvo de ser reina de Cataluña en tiempos de los godos. Desde aquel primer asentamiento humano junto al mar, entre dos ríos y dos montes, la ciudad ha tenido tantas mujeres importantes que algunas dan su nombre a calles y plazas de la actual metrópolis. Sin embargo, ninguna había logrado mandar e influir tanto en su término municipal, en las ciudades de su entorno, en Cataluña y en España. Ni ninguna había sido, tampoco, la primera autoridad y máxima representante de Barcelona ante el mundo y ante la historia.
El día que Ada Colau se asomó por primera vez al balcón del Ayuntamiento para celebrar su proclamación y advenimiento a la alcaldía, siglos de historia la contemplaban en la plaza de Sant Jaume. Con Sant Jordi como testigo escultórico en el Palau de la Generalitat de enfrente, millones de personas la vieron reír y llorar a través de la televisión y otros medios, artefactos y redes de comunicación. Ella misma dice, repite e insiste en que es una persona normal y sencilla. Como la «gente sencilla, común y honrada» de la canción de su campaña electoral. Con un verso que recuerda que «tenemos el poder». Y con el estribillo que reafirma que ese sonido de cambio que se escucha en las calles es «el runrún del bien común».
En términos contables, ese bien común se traduce en que Barcelona, su puerto y su conurbación tienen un producto interior bruto superior al de algunos pequeños estados y países de la Unión Europea. Un bien común que afecta a las tres cuartas partes de los siete millones de habitantes de Cataluña que viven y trabajan en Barcelona y en las grandes ciudades de sus afueras y periferia. Son urbes vecinas con más población que muchas capitales de provincia españolas. En cuanto a la cuarta parte restante de los habitantes del territorio catalán, si Barcelona tose, ellos pillan una neumonía. En resumidas cuentas, que si Barcelona va bien, Cataluña, España y parte del Mediterráneo van bien. Si Barcelona va mal, el resto irá a peor. De ahí, tal vez, aquel refrán popular que asegura: «Barcelona es buena si la bolsa suena», y al que alguna o algún idealista añadió: «Tanto si la bolsa suena como si no suena, Barcelona es buena». Por eso el interés y deseo de que la primera alcaldesa sea, al menos, tan buena como la ciudad, ya que, pase lo que pase, la ciudadanía barcelonesa sigue aferrada a la catalana idea de que lo que no son pesetas son puñetas.
Pocas pesetas debía de tener el abuelo de Ada Colau cuando abandonó su oficio de pastor en Güell, provincia de Huesca, y llegó al barrio del Guinardó. Seguramente de menos dinero disponía su abuela, procedente de Almazán, provincia de Soria. «Por la mañana rocío, al mediodía calor, por las tardes los mosquitos, no quiero ser labrador», cantaba Joan Manuel Serrat en una canción de cuna dedicada a su madre aragonesa, que también era «hija del viento seco y de una enjuta tierra. De una tierra que nunca has podido olvidar, a pesar del largo camino que te hicieron andar tus hermanos de sangre, tus hermanos de lengua». Era cuando la posguerra civil española. Cuando los años y los paisajes que Juan Marsé ha elevado a mito literario de valor internacional. «Un barrio tranquilo donde jugaba en la plaza con mis hermanas y los vecinos de la calle», lo describe Colau en su autobiografía y en su autorretrato cibernéticos. «Antes de la guerra, el Carmelo y el Guinardó se componían de torres y casitas de planta baja: eran todavía lugar de retiro para algunos aventajados comerciantes de la clase media barcelonesa. Pero se fueron. Quién sabe si al ver llegar a los refugiados de los años cuarenta, jadeando como náufragos, quemada la piel no sólo por el sol despiadado de una guerra perdida, sino también por toda una vida de fracasos, tuvieron al fin conciencia del naufragio nacional, de la isla inundada para siempre, del paraíso perdido que este Monte Carmelo iba a ser en los años inmediatos», lo pintó Marsé.
Ada no tiene edad para vivir ni recordar tanta desolación. Nacida el 3 de marzo de 1974, su madre se llama Tina y trabajó de comercial en varias empresas. Su padre, Ramón, era diseñador gráfico y creativo de publicidad. Cuando ambos separaron sus vidas, la niña se quedó en el barrio con su madre y su nuevo compañero, Antón. Ambos le aportaron tres hermanas: Lucía, Alicia y Clara. Por su parte, su progenitor le sumó dos hermanos procedentes de otra relación, Jorge y Eva, residentes en Madrid. La cuestión es que Ada Colau vivió desde los tres hasta los veinte años en la calle Rubió i Ors del Guinardó. Era de la primera generación de criaturas con padres separados desde antes que la recuperación de la democracia legalizase el divorcio. Ada Colau siempre destaca que «la nacieron» horas después de la ejecución al garrote vil del joven anarquista catalán Salvador Puig Antich. Un hecho que conoce porque se lo contaba su madre desde que tuvo uso de razón.
Colau elige tan trágica efeméride de cumpleaños, aunque tenía muchas otras para escoger. Porque el mismo día que ella vio la luz, llegó a los quioscos la revista de humor Por Favor. En esa misma fecha el Ayuntamiento de Barcelona expropió fincas para construir el segundo cinturón para vehículos en la Via Favència. La joven Ciudad Meridiana ya hacía agua a causa de las humedades. El sindicato único obligatorio y obligado pedía la revisión urgente de las tarifas de los taxis. El delegado del sindicato falangista era José María Socías Humbert, que luego sería el último alcalde del franquismo en Barcelona. Durante aquella misma jornada, la Asociación de Vecinos de la plaza Lesseps denunció puntos oscuros en la construcción de un paso elevado que la sepultó hasta hace poco. Aún hoy es una plaza dudosa y cuestionada. Un lector pedía en su carta al director de un diario un puente elevado y un parque de bomberos para la Barceloneta. Otro se quejaba de los atascos en las entradas y salidas de la autovía de Castelldefels. Había descendido la estadística de robos de coches, y la policía buscaba a un ladrón del que sólo se sabía que se llamaba Hamed. En el Palau de la Música cantaba Patxi Andión y la prensa informaba de que la mayoría de los matrimonios que querían separarse rehuían los tribunales. La universidad estaba parada a causa de las protestas por la expulsión de profesores considerados desafectos al régimen. Otro diario criticaba la desidia del servicio municipal de Parques y Jardines, y el Ayuntamiento prometía mejoras en las zonas de barracas. Entretanto, se celebraban las tradicionales fiestas religiosas y folclóricas de San Medín.
Viene a cuento todo ello porque cuando nació la actual alcaldesa ya había pasos elevados, atascos de tráfico, profesores, estudiantes y cantantes rebeldes, parejas separadas y rejuntadas, barceloneses descontentos y enojados con los servicios municipales, un Ayuntamiento que prometía mejoras que no cumplía, taxistas dispuestos a cobrar más, especulaciones inmobiliarias, escasez de vivienda, barracas, pobreza, miseria y protestas de asociaciones de vecinos. Sirva para recordar y adelantar que Ada Colau no proviene de los movimientos del 15-M, como a menudo se dice y escribe, sino de una lucha mucho más antigua. En algunas participó su madre, que la llevaba de la mano cuando Ada aún era una barcelonesa pequeñita. Era una lucha mucho más larga, constante y sorda que las que Colau ha encabezado, representa y simboliza. Más reprimida, censurada y silenciada que las actuales protestas y que las que ha vivido y le tocará ver y vivir como primera autoridad de la ciudad. O tal vez, en adelante, en más altos cargos en Cataluña, España o Europa. Un combate históricamente permanente y con tradición muy barcelonesa, al fin y al cabo.
Escribe Colau que aprendió a caminar en la guardería de su barrio. Se llamaba El Petit Príncep, versión catalana de El Principito, la metáfora francesa más traducida y leída de la literatura universal. Un relato sarcástico del mundo de los adultos visto desde la inocencia infantil. Una exquisita colección de reflexiones y moralejas sobre valores éticos y morales como la amistad, el amor y el sentido de la vida en un planeta que ya entonces corría peligro. Durante su paso por Barcelona, Saint-Exupéry escribió: «El frente, en una Guerra Civil, es invisible y pasa por el corazón del hombre». Puede que sólo fuese una casualidad, pero a veces alguna casualidad marca vidas.
Menos casual sería que la primera escuela de Ada se llamase Àngels Garriga, en honor a una pedagoga, maestra municipal y escritora políticamente represaliada por ser de los tiempos y escuelas de Prat de la Riba y la Mancomunitat de Catalunya. Su hija fue Marta Mata, también pedagoga de referencia y de cabecera para las nuevas promociones de docentes y más adelante concejala de enseñanza cuando los socialistas llegaron a la alcaldía de Barcelona. Marta Mata aún es reconocida en la historia de la pedagogía catalana y española como una de las impulsoras de la escuela pública y laica desde antes de la Transición democrática.
Rememora Colau que su escuela era una de aquellas cooperativas de maestros muy comprometidos con el proyecto y reivindicación de llegar a ser escuelas públicas. Hasta que lo consiguieron y ya lo son. Aún en brazos de su madre, Ada escuchaba los gritos de «queremos ser escuela pública». Fue, según evoca, su primera manifestación reivindicativa. Por lo demás, si mira hacia aquel atrás de una infancia sin ira, vuelven a su memoria las verbenas de San Juan, cuando «los niños recogíamos muebles viejos de las casas y hacíamos hogueras en la plaza». Ahora que es alcaldesa, aquellas actividades populares están prohibidas, reguladas, controladas y multadas desde hace muchos años por la autoridad municipal. «Entonces un pedazo de madera era un tesoro, y con una mesa vieja ya éramos ricos», cantó Serrat a las verbenas de San Juan.
Con la llegada de la adolescencia, Ada ya tenía inquietudes sociales y se alistó voluntaria en Amnistía Internacional y en Amics de la Gent Gran, entidad de ayuda y auxilio a la ancianidad. Por entonces se marchó a estudiar el bachillerato. Porque en su barrio, como en muchos otros de la ciudad, la gente sencilla decía que se iba a comprar, a trabajar o a estudiar a Barcelona. Como si se fuesen muy lejos de casa. Las escuelas a las que fue Colau, en Barcelona, eran centros privados en barrios señoriales, elegantes, caros y de derechas de toda la vida. Ada escribe ahora que habría preferido ir a un instituto público, aunque en escuelas de prestigio como la Febrer y la Santa Anna, pese a sus «defectos», encontró «buenos profesores y aprendí mucho». Mención especial hace de Vicenç Molina, profesor de historia y sin embargo amigo, que le impartió formación política y la introdujo en su primer colectivo político, el Moviment de Crítica Radical. Así que, antes de ser mayor de edad, Colau ya montó alguna huelga estudiantil, un grupo de teatro y una revista que no agradó a la directiva académica.
Superada la selectividad y estrenada la mayoría de edad a los dieciocho años, no como antes, que era dos años más que la de los varones, ingresó en la Universitat de Barcelona. En su seno cofundó la Asamblea de Filosofía y participó en encierros y huelgas contra todas las leyes y reformas educativas, que, según sigue pensando, iban, van e irán destinadas «al desmantelamiento de la universidad pública». En el nuevo edificio de la que fue su facultad, aparecen y desaparecen cada dos por tres pintadas que predican: «Odio a la policía». La exalumna Ada Colau es ahora la comandante en jefe de la Guardia Urbana de Barcelona. En sus ratos de ocio universitario, descubrió los cafés y garitos juveniles del Barrio Gótico, «cuando aún no era un parque temático destinado sólo al turismo», según lo describe. Perteneciente a la generación del Interraíl y de los planes Erasmus, se enamoró de la cultura italiana, hizo las maletas, se subió a un tren, estudió con una beca en Milán y recorrió Italia. No era una emigrante forzosa ni un talento perdido. En sus Crónicas italianas, Stendhal había escrito: «A través de las bellas ventanas de los palacios del Corso, se ve la miseria del interior». Y el mismo viajero y escritor romántico sentenció: «Dicen que Barcelona es la ciudad más bella de España, después de Cádiz; se parece a Milán». Afectada o no por el síndrome de Stendhal ante las almas de sensibilidad en flor, a su regreso Ada se dedicó a tareas que ella enumera así: «encuestadora, azafata, profesora particular y hasta me disfracé de gato y de Papá Noel, regalando globos a los niños». Otro de sus trabajos fue vestirse de princesa para asustar a los turistas y promocionar el horrendo Museo de Cera de Barcelona. Tal vez fue una premonición de su visión política sobre el turismo.
Preparada, viajada y entrenada ya para las relaciones sociales, la ficción, la fantasía y el disfraz, se adentró en el presente siglo haciendo faenas en el mundo de la comunicación, concretamente en áreas de consultoría y producción televisiva. Fue cuando hizo sus pinitos como actriz en la serie Dos + Una, de Antena 3. Interpretaba a Ada, la mayor de tres hermanas que parecían trillizas. Como no fue un éxito ni de público ni de crítica, con una temporada hubo demasiado. Pero le sirvió para aprender para siempre a moverse entre los ángulos, trucos y miradas a las luces de las cámaras. «Un acto fallido, no era lo mío. Tuvimos suerte la audiencia y yo», confesaría después. A la vez, redondeaba sus ingresos con traducciones e interpretaciones del italiano.
«Barcelona me gusta porque me parece reencontrarme con mi estimada Sicilia. En el clima, en el aire, en el tono de voz de sus habitantes y en la viveza del carácter se ve la hermandad de los pueblos. Y no por la pasada dominación, sino por la comunidad de la sangre», había escrito Luigi Pirandello. Eugenio Montale añadió: «Barcelona no es monumental como Génova ni pintoresca como Nápoles, pero tiene algo excitante». Y Leonardo Sciascia sintió que «ciudades como Barcelona, Sevilla o Salamanca se acercan a la idea de felicidad cuando vas y vuelves». Ada Colau lo sabe. Practica la lectura y promete hacer todo lo que esté en su mano por los libros y las librerías. Y más ahora, cuando a pesar de que se abren más bares y se cierran más librerías, Barcelona ha sido proclamada Ciudad Literaria por la Unesco.
Con tantas y diversas ocupaciones y centros de interés extraacadémicos, Colau no acabó la carrera universitaria que le habría otorgado el tratamiento de doña a falta de treinta créditos y pocas asignaturas pendientes. La nota media de su expediente académico es de notable, con varios sobresalientes y matrículas de honor en Ética, Filosofía Social y Filosofía de la Ciencia. En esa etapa vital, que ella califica «de precariedad laboral», cambió varias veces de domicilio y deambuló por los barrios del Congreso, Gótico, la Ribera, la Barceloneta y el Camp d’en Grassot, en la frontera entre el Eixample y la antigua Villa de Gracia. Cerca de la Sagrada Familia. Entre lo que fue Barcelona y sus afueras. Su recorrido residencial, por largo que pueda parecer, no era ni llega a ser el 10% de todas las Barcelonas que hay en Barcelona. Una ciudad que cuenta con 73 barrios divididos en diez distritos. Son, sin embargo, significativos, si es cierto que los paisajes marcan a las personas. Fue por alguna de aquellas zonas cuando Colau entró en contacto con los okupas.
«Yo también soy okupa», había gritado Immaculada Mayol, una entusiasta concejala ecosocialista, proveniente de una muy acomodada familia de Mallorca. Mayol era abucheada en los barrios populares que votaban izquierdas porque se personaba en ellos vestida con prendas de marca y bolsos de lujo. Mientras, Colau se movía entre los afectados por las hipotecas y los desahucios, que no solían tener tanto glamur. Más adelante, ambas se verían las caras y Mayol empalidecería tras una sonrisa congelada. Después, se despediría de la ciudad culpando de todos sus males a los ingratos barceloneses. Y regresó a su isla natal para incorporarse a una empresa de aguas bien relacionada con los ecosocialistas cuando mandaban en la Consejería de Medio Ambiente y su pareja era consejero de Interior y jefe político de los Mossos d’Esquadra que desalojaban okupas. Las puertas giratorias hacia la izquierda ya estaban inventadas.
Con semejantes antecedentes y, alguna vez que se ausentó el alcalde tal antecesora accidental al frente del Ayuntamiento, no fue de extrañar que Colau advirtiese: «Si hay que desobedecer las leyes que nos parezcan injustas, se desobedecerán». Se refería a una consulta por la independencia de Cataluña. Fueron a por ella ilustres juristas, y el portavoz de una asociación de jueces le recordó que incumplir las leyes también es corrupción y podía ser juzgada y condenada por delitos de desobediencia y prevaricación. A Mayol, por el contrario, nadie nunca le pidió cuentas por el dineral público que gastó en el invento e instalación de una estrafalaria farola sostenible que funcionaba mediante peatones que dedicasen un rato a darle a unos pedales de bicicleta. Atentar contra el prestigio de la históricamente prodigiosa Barcelona de las luces, las fuentes mágicas de Montjuïc y las farolas modernistas es un ridículo que ninguna ley sanciona.
Volviendo a Colau, que como se verá más adelante también sufre críticas, polémicas y problemas con las luces de la antaño ciudad de las luces, el año 2001 se movilizó contra el Banco Mundial, en 2002 contra la Europa del Capital y en 2003 contra la guerra de Irak. Ese trienio de experiencias le sirvió luego «para afrontar colectivamente la problemática de la vivienda», escribe. Entonces impulsó un taller contra la violencia inmobiliaria y urbanística, denunció los procesos de reurbanización en el degradado Casco Antiguo y acosos inmobiliarios en el centro de Barcelona, impulsó el movimiento V de Vivienda y fundó la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), de la cual fue portavoz durante un quinquenio. Su paso siguiente fue ingresar en la Asociación de Vecinos del Casco Antiguo y ascender a miembro de las juntas de la Federación y la Confederación de Asociaciones de Vecinos, uno de los poderes fácticos de Barcelona.
A todas esas asociaciones agradece «la constancia de su tarea y el haberme enseñado la mejor de las Barcelonas: la de sus barrios, la de vecinos y vecinas que han batallado por cada calle, cada plaza y cada equipamiento». El año 1873, Engels ya había escrito que «Barcelona es la ciudad industrial más grande de España y su historia registra más luchas de barricadas que cualquier otra ciudad del mundo». Antes, Prosper Mérimée había aconsejado: «Si tenéis mucho interés en hablar con personas inteligentes, preguntad por Barcelona». Otra pregunta podría ser: ¿qué hace una alcaldesa tan sencilla en un ayuntamiento tan complicado como Barcelona?