Seguramente, Ramón Sota fue el primer gran jugador de golf que tuvo España a nivel internacional. En nuestro país, hasta entonces nadie había llegado tan alto en este deporte. Como Seve, su sobrino, fue un espíritu libre, un autodidacta y un hombre que se hizo a sí mismo desde su primer golpe a una pelota de golf, buscando siempre los secretos de este deporte y dando con la clave de muchos de ellos cuando en España apenas un puñado de personas lo practicaban y casi nadie sabía lo que era un campo, un hoyo, un swing,1 unos palos y mucho menos las reglas y los entresijos de este juego.
Sota fue uno de esos pioneros salidos de la nada que alcanzaron algunas de las cotas más altas de nuestro deporte casi por generación espontánea. Resulta sorprendente que él mismo, siendo apenas un niño y por el mero hecho de que hubiera un campo de golf como el Real Club de Pedreña cerca de su casa, sintiera atracción por una disciplina que desconocía completamente, cuando podría haberse fijado en el fútbol, el ciclismo o, simplemente, haberse dedicado a las faenas del campo, que es lo que hicieron todos sus amigos y compañeros. Sin embargo, Ramón, como luego hizo Seve, eligió el camino más largo y complicado para triunfar y, además, lo hizo sin maestros, sin profesores y sin nadie que le llevara por la vereda más acertada.
Sólo su intuición y sus ganas de comerse el mundo consiguieron que triunfara y que lograra muchos de los objetivos con los que había soñado al comienzo de su vida personal y deportiva. Ni él mismo sabía hasta dónde podía llegar o qué sorpresas le iba a deparar aquello por lo que había apostado y que, curiosamente, nadie antes había hecho, desde luego, en el pequeño pueblo de Pedreña, en Santander.
«Nunca nadie me enseñó nada en esto del golf —asegura Ramón Sota, que sigue disfrutando con el golf, ahora desde otra perspectiva, la que le dan su paso por los mejores torneos del mundo y su experiencia como uno de los grandes impulsores de este deporte en nuestro país—. Puede que parezca inmodesto, pero no es así, es la única y pura verdad.
»Yo miraba cada día, cuando era pequeño, a los que jugaban en el campo del Real Club de Golf de Pedreña, investigaba, estudiaba e intentaba asimilar lo que veía a mi alrededor. Luego, imitaba lo que otros hacían, cómo jugaban y, sobre todo, entrenaba mucho, siempre que podía o que tenía un rato. Es verdad que al principio las cosas no me salían como yo pensaba que tenían que ser, pero en otras ocasiones me ponía a practicar y hacía cosas que otros no podían hacer o que yo no había visto nunca.
»Daba todas las bolas que podía y, además, lo tenía que hacer a escondidas, porque al principio no me dejaban jugar en el campo (estaba prohibido para aquellos que no eran socios), así que tenía que buscar decenas de rincones, que ya tenía seleccionados, para poder hacer esos entrenamientos y jugar como a mí me gustaba.»
Ramón Sota participó a lo largo de su carrera en quince torneos del Grand Slam,2 y sus mejores resultados fueron un sexto puesto en el Masters de Augusta de 1965 —hasta entonces el mejor resultado de un jugador europeo en aquel torneo— y el séptimo en el Open Championship de 1963, en Royal Lytham, donde Seve Ballesteros también ganó en ese mismo campo el Open Championship de 1979, el primero de los tres en los que venció —también lo hizo en 1984 y en 1989—, sentando las bases de su poderío internacional y haciendo palpable la enorme calidad con la que contaba.
«Algunas veces le comenté cosas a Seve de aquel campo y, modestamente, creo que le sirvieron para poder ganar en 1979. Siempre he pensado que en aquel torneo vimos a un gran Severiano, seguramente al mejor de toda su carrera.»
Quizá, como su tío Ramón, Seve también tuvo ese carácter indómito y libre, pero desde el primer momento él sabía que su sobrino tenía unas cualidades especiales para el deporte de los dieciocho hoyos.
«Nunca había visto nada igual. Tenía unas manos prodigiosas para el golf. Podía pasarme las horas viendo cómo Seve sacaba del bunker3 una bola detrás de otra, de la misma manera, con el mismo efecto, haciendo lo mismo, una y otra vez, como si fuera una máquina perfectamente engrasada que no se estropeaba nunca. Daba igual con qué palo les pegara y dónde estuviera el objetivo, pero era realmente increíble cómo era capaz de dejar todas las bolas al lado de la bandera una y otra vez, repitiendo siempre el mismo swing, como si lo tuviera mecanizado en su cabeza y en sus brazos, y como si su cuerpo y sus piernas fueran soldados respondiendo a la perfección las órdenes que enviaba su cerebro.»
«Para ganar un major hay que madrugar mucho», le decía Ramón a Seve, trasladando unas palabras que había dicho en su momento el mítico Jack Nicklaus.4 Y Seve le hacía caso casi a pies juntillas. Después de que Ramón se pasara horas dando bolas casi de noche, hasta que prácticamente no se veía su vuelo, Seve se levantaba muy por la mañana, casi de madrugada, para pegar luego esas mismas bolas que había dado su tío Ramón el día anterior.
«Era como magia, y sólo tenía quince o dieciséis años», asegura Ramón Sota, que supo que Seve llegaría muy lejos casi desde el principio. Sin embargo, Ramón, que había tenido la oportunidad de enfrentarse y jugar junto a algunos de los mejores jugadores del mundo a lo largo de su vida, tenía muy claro que aquel camino que Seve comenzaría en no demasiado tiempo no iba a ser nada fácil. El golf en España era absolutamente desconocido, y sólo llegar a competir en torneos de cierta importancia y destacar entre los mejores sería casi imposible. Solamente el trabajo, la constancia y el espíritu de sacrificio podían jugar a su favor si él quería conseguirlo.
En sus viajes por Europa para jugar el Open Championship o el Masters de Augusta, a Ramón le había impactado siempre un jugador sobre todos los demás, el estadounidense Jack Nicklaus.
El Oso Dorado, como apodaban a Nicklaus, ganó dieciocho torneos del Grand Slam a lo largo de su dilatada carrera. Desde 1962, cuando consiguió la victoria en el primero de su larga serie, el Abierto de Estados Unidos, hasta su última gran victoria en 1986, cuando se puso su sexta Chaqueta Verde,5 dejando por detrás en una vuelta mágica de 65 golpes, con treinta impactos en los últimos nueve hoyos, al norteamericano Tom Kite, al australiano Greg Norman y a un Severiano Ballesteros que, antes de llegar al hoyo 15, creía que iba a conseguir lo que hubiera sido su tercer triunfo en el torneo. Nicklaus firmó una trayectoria fulgurante, llena de éxitos y considerada por muchos como la más brillante de la historia de este deporte, ni siquiera superada por el otro gran icono del golf mundial, el norteamericano Tiger Woods,6 que, con catorce torneos del Grand Slam, está a sólo cuatro del récord del Oso Dorado.
Para ganar aquel torneo, su último Masters de Augusta, en la última vuelta Jack Nicklaus ejecutó un grandioso eagle7 en el 15 —un casi imposible par 5—, birdie8 en el 16, otro birdie en el 17 y par9 en el 18.
Así, logró sacar un golpe de diferencia a sus rivales, que se quedaron con la boca abierta cuando vieron que el ganador de aquel torneo había cumplido ya los cuarenta y seis años y continuaba jugando a las mil maravillas, lo que demostraba que en la más alta competición del golf la longevidad no es óbice para seguir siendo uno de los mejores del mundo y seguir ganando en las grandes citas, incluso a jugadores mucho más jóvenes y en teoría con mejores condiciones físicas. Casos como el de Miguel Ángel Jiménez —uno de los mejores jugadores del Tour Europeo, que sigue en activo con cuarenta y ocho años—, el del norirlandés Darren Clarke —que en 2011 ganó el Open Championship por primera vez con cuarenta y tres años—, o el del danés Thomas Björn —que a la edad de cuarenta y un años todavía compite al máximo nivel en el Circuito Europeo y lucha por entrar en el equipo europeo que jugará la Ryder Cup10 en Chicago en 2012— también se repiten en Estados Unidos con jugadores como Davis Love III, actual capitán estadounidense de la Ryder Cup, quien, con cuarenta y ocho años continúa siendo una de las estrellas del circuito norteamericano.
Entonces, no sabían que ese torneo sería el último major que conseguiría, pero, al verle jugar y patear de aquella manera en los dificilísimos greens11 de Augusta, ninguno de ellos habría apostado por lo contrario.
«Siempre dije que El Rubio era el mejor profesional del golf que había visto jugar en mi vida. Cuando le vi ganar con aquel aplomo y aquella tranquilidad en 1986, me quedé realmente impresionado. En aquella edición del Masters, Seve parecía que iba a ganar el torneo, iba como una moto, pero Nicklaus se transformó totalmente en el hoyo 15, como si su personalidad cambiara de repente. Con aquel eagle le dio la vuelta al torneo y fue hasta el final como una auténtica apisonadora, sin mirar a nada, a ningún lado, sin hablar con nadie, sólo pensando en la victoria. Recuerdo que siempre le decía a Seve que ganar a Nicklaus era casi imposible. Él apenas me contestaba, y yo le insistía. Tanto, que algunas veces me decía, seguro que harto de mi cantinela:“¿Por qué hablas tanto de Nicklaus?”.
»La razón es que había pasado muchas horas viendo al Oso Dorado dar bolas en muchos de los torneos que había jugado en Estados Unidos. No fallaba ni una, era como una máquina perfectamente engrasada, y era impresionante el ritmo que imprimía a sus series. Algunas veces veía también a Seve dando bolas en Pedreña y nunca le decía nada. Simplemente, le miraba. Las daba de cine, es verdad. Las pegaba de maravilla, pero yo sólo le hacía algún comentario cuando las daba perfectas.»
Al comienzo, Pedreña no tenía campo de prácticas. Tuvieron que ganarle terreno al mar para poder hacer lo que hoy es su driving range.12 Por esa razón, Ramón entrenaba en diversos lugares simulando situaciones que luego le servían para poder aplicarlas en el campo.
«Al principio, Seve no entrenaba en el campo de prácticas de Pedreña, le pasaba lo mismo que a mí cuando empecé a jugar. No le dejaban, así que a última hora de la tarde se iba a la calle del 18 y desde su tee13 de salida practicaba el juego largo cuando no había nadie jugando y también las sacadas desde los dos bunkers que hay cerca del green. Nunca iba al hoyo 1, porque perdía mucho tiempo y, además, los bunkers de ese hoyo eran muy sencillos, en cambio los del 18 eran complicadísimos, pero a Seve le daba lo mismo. Parecía que las sacara con la mano, y le encantaba practicar en los que eran más difíciles para así dominar mejor una faceta del juego en la que más tarde fue todo un maestro.»
«De la misma manera —comenta siempre Ramón Sota—, Seve se pasaba las horas muertas en el putting-green.14 No era muy hablador, y no manteníamos conversaciones largas. Es cierto que comentábamos alguna cosilla, pero sin demasiada importancia. Nuestras conversaciones siempre eran o en el tee del 1 o pateando. Yo hablaba con mucha gente que se me acercaba, y Seve siempre seguía a lo suyo, como si nada de lo que pasara a su alrededor le importara lo más mínimo. Yo creo que escuchaba algunas conversaciones (era lógico) y se quedaba con lo que más le interesaba, pero es verdad que pasaba muchas horas entrenando con un nivel de concentración impresionante.»
Un trabajo que luego daba, como es natural, sus frutos.
«Seve era capaz de sacar del bunker como el mejor. En el green era un auténtico fenómeno, y luego salía al campo y podía hacer perfectamente seis o siete bajo par sin ninguna dificultad. Por si todo eso fuera poco, tenía un físico fantástico para este deporte. Era alto, fuerte, estaba muy musculado, y yo siempre pensé, viendo el camino que tomaban las cosas, que si había un torneo que le fuera a Seve a la perfección ése era el Masters de Augusta.»
Ramón no andaba muy equivocado. Lo ganó dos veces, en 1980 y 1983, y estuvo cerca de ganarlo alguna que otra vez más. Fue segundo en dos ocasiones, en 1985 y 1987, tercero en 1982, cuarto en 1986 y quinto en 1989.
Muchas veces se ha dicho que Seve ha sido el mejor jugador del mundo en el juego corto, y es absolutamente cierto. Independientemente de su calidad desde el tee, de su visión de juego, de la imaginación de sus golpes y, sobre todo, de esa innovación que imprimió a su forma de jugar desde que empezó a competir, una de las grandes armas del juego de Seve era el enorme repertorio que tenía alrededor del green. Veía golpes donde a otros no se les ocurría ni mirar. Adivinaba soluciones que nadie imaginaba y junto a su potencia monumental con los drivers,15 aunque es cierto que no era muy certero a la hora de coger calle, tenía unas manos únicas para acariciar la bola y llevarla justamente al sitio que quería.
«Seve fue creciendo muy rápido, como persona y como jugador. Cuando ya estaba en lo más alto de su carrera, hablaba menos con él, es cierto. Cada uno teníamos a nuestra familia y ambos llevábamos nuestros caminos.
»Algún día me dijo, haciéndome referencia a mis machaconas palabras sobre Nicklaus y sobre la calidad de su juego, que él ya le había ganado. Yo me reía y sabía que Seve pensaba como yo, que el norteamericano había sido el más grande.»
Pero si algo tuvo Seve en su vida fue la oportunidad de revolucionar un deporte que hasta su llegada había sido bien distinto de lo que hoy conocemos.
«El mejor ejemplo de esa cualidad que Seve tenía se reflejó en la Ryder Cup», asegura Ramón.
«Hasta su llegada al equipo europeo, la Ryder era una competición que se moría poco a poco. Los ingleses eran incapaces de parar el poderío norteamericano. Los estadounidenses ganaban casi cada edición, y las palizas eran cada vez mayores. Incluso los propios norteamericanos empezaban a perder el interés por un torneo que dominaban independientemente de quién estuviera en la lista de participantes, tanto en un equipo como en el otro. Tan grande era el dominio estadounidense que los ingleses lograron ganar el torneo una sola vez entre 1935 y 1973. Así las cosas, el equipo británico decidió incluir entre sus participantes a los mejores jugadores de Irlanda, intentando así mitigar la aplastante superioridad de los norteamericanos en los años anteriores.»
En las siguientes ediciones, hasta 1979, las cosas no cambiaron demasiado, pero ese año la inclusión de los profesionales del resto de Europa, entre ellos los españoles Severiano Ballesteros y Antonio Garrido, hizo que la Ryder Cup entrara en una nueva dimensión desconocida hasta ese momento, a pesar de que el año de su debut también perdieron contra los norteamericanos.
Desde 1985, ya con Seve y José María Olazábal como grandes estrellas de la competición, el equipo europeo vivió sus mejores momentos en este torneo. En las últimas trece ediciones —hasta la disputada en 2010, en el Celtic Manor Resort, en el País de Gales—, Europa ha vencido en ocho ocasiones y empatado sólo una, que también ganó al defender el título. Unos triunfos que han hecho que la Ryder Cup vuelva a ser, sin duda, el mejor torneo del mundo y una de las referencias que mejor explican el fenómeno Seve Ballesteros.
«Seve siempre hizo que los jugadores dieran lo máximo en la competición. Él era muy exigente consigo mismo, pero también lo era al mismo nivel con los demás. Los jaleó al máximo para que pudieran conseguir la victoria. Seve era un gran jugador, pero a matchplay,16 en la competición hoyo a hoyo, era el mejor. Está claro que la Ryder Cup cambió con Seve Ballesteros, que la hizo mejor.»
Tanto que en 1997 Seve ejerció de capitán del equipo europeo en su casa, en España. Por primera vez la Ryder Cup salía de suelo británico o norteamericano desde 1926 y viajaba hasta Valderrama, Cádiz, en homenaje a quien se había encargado de recuperar la emoción de esta cita hacía ya algunos años.
Aquella Ryder Cup en Valderrama fue maravillosa, a pesar de las dificultades de organización y de los millones de litros de agua que cayeron en aquel recorrido, que vivió sus mejores días en septiembre de 1997. Ballesteros se había ocupado durante los dos años anteriores de cada detalle de la competición. Quería ganar la Copa a cualquier precio, ya que esa cita no volvería a repetirse nunca. Una Ryder Cup en suelo español y con un español como capitán era demasiado importante para dejarla escapar entre los dedos, así que había que darlo todo para levantar el trofeo al final de la tarde del domingo.
Seve recorrió cientos de kilómetros en su buggy17 durante aquella semana. Mantuvo decenas de conversaciones con cientos de personas, pasó noches en vela preparando los partidos del día siguiente y, finalmente, el equipo europeo derrotó al norteamericano —14 ½ a 13 ½—, a pesar de que el último contaba entre sus filas con todo un Tiger Woods que ya era el gran dominador mundial de este deporte y que, sin embargo, sabía que aquella Ryder Cup estaba perdida de antemano. Seve había sido el mejor jugador Ryder de la historia de esta competición —había tomado parte en seis ediciones— y ahora acababa de convertirse en el mejor capitán que nunca tuvo el equipo del Viejo Continente.
Ramón Sota siempre dice que para ser un buen jugador de golf hay que tener una voluntad de hierro.
«Yo la tenía, eso está claro, pero Seve también. Creo que trabajó tanto por el golf que éste no le ha devuelto ni una décima parte de lo que él le dio.»
De la misma manera Ramón, que ya pasea su swing por pocos campos, sabe que la suerte no existe en este juego.
«En el golf —asegura entre sonrisas— no hay suerte, ni mala ni buena. Lo que hay es mucho trabajo, muchas horas bajo el sol entrenando y aprendiendo. Es verdad que puede haber algo de suerte cuando una bola cae o no al agujero, pero si la tiras bien y sabes lo que estás haciendo entrará siempre. Seve sabía muy bien esto, y por eso no creía demasiado en la suerte. Sabía que si trabajaba más que nadie sería el mejor. Ahora —argumenta— las cosas son diferentes.»
Se refiere a los norteamericanos como grandes dominadores de este juego, a excepción de cuando su sobrino llegó a la Ryder Cup y cambió el destino.
«En la actualidad hay un montón de jóvenes profesionales que juegan una barbaridad. No hay más que ver a jugadores como Keegan Bradley, que ya tiene un major en su bolsa, el US PGA de 2011, el norirlandés Rory McIlroy, vencedor del Us Open en 2011, o el australiano Jason Day, que me gusta mucho. Todos ellos son ya jugadores consagrados y capaces de ganar en cualquier campo y torneo, pero como Seve no he visto a ninguno.
»Seve era un gallo peleón y revolucionó el gallinero cuando llegó. Ahora, los norteamericanos empiezan a retomar la senda de las victorias. Hacía un par de temporadas que ningún estadounidense ganaba un major, pero creo que esa tendencia va a cambiar. Los europeos tienen a grandes jugadores, pero me da la sensación de que desde Estados Unidos están reaccionando en ese sentido y pronto volverán a dominar el mundo del golf.»
¿Y su juego, maestro?
«Yo ya no juego —asegura Ramón—. Mi tiempo ya pasó. El tiempo pasa inexorable para todos, y yo no iba a ser una excepción. Cuando estás arriba no necesitas a nadie, pero luego la cosa cambia.
»Tras mi etapa como jugador, fui el profesional del Real Club de Golf de Pedreña y, de vez en cuando, coincidía con Seve, le seguía por el campo y le veía entrenar. Luego, después de algunos años, jugué el Circuito Sénior18 por Europa, pero mis manos ya no eran las de antes, sufría yips,19 como los que tenía el alemán Bernhard Langer con el putter,20 y ya no estaba para sufrir, así que me dediqué a otras cosas.»
Sobre los últimos días de Seve, Ramón no quiere hablar demasiado. «No fueron fáciles para nadie. Un día en el que ya estaba mal le dije una frase que había leído en la Biblia: “Este mundo es un valle de lágrimas”. Seve me miró y me puso la mano en el hombro. Me repitió tres veces lo mismo: “Sí, es verdad, Ramón, es un valle de lágrimas”. Al final Seve y yo no teníamos demasiado contacto.»
Ramón sabía bien todo lo que estaba pasando y lo que Seve sufría, siempre en silencio y luchando contra su enfermedad como hacía en el campo, siempre a brazo partido, dándolo todo y con el afán por vencer al rival siempre a flor de piel.