«El estilo trata sobre la sensibilidad personal, sobre entender y vestir para tu propio estilo de vida.»
Óscar de la Renta
Chequeo el email mientras me tomo el primer té de la mañana y ojeo un Harper’s Bazaar. Encuentro en mi buzón de entrada esta definición de estilo que Óscar de la Renta me manda desde Nueva York. Me parece más importante que los reclamos que cada temporada nos incitan desde revistas, webs y televisión a seguir tal tendencia, comprar el it bag,1 los must-haves,2 o parecernos a las it girls.3 Se supone que son imprescindibles para tener estilo, pero lo más imprescindible en moda es ser fiel a uno mismo, independiente a la hora de consumir y sabio al elegir. Esa sabiduría, fidelidad e independencia conforman el estilo, y lo da el conocimiento. Apuro mi té verde y me dispongo a profundizar, un día más, en mi búsqueda del estilo.
Voy a sondear a los diseñadores con espíritu clásico y a averiguar cómo se ha pasado el testigo del clasicismo de generación en generación. Hoy todo es menos forzado y más natural. Antes de salir de casa para mi primera cita me planteo aclarar qué se entiende por «clásico». Este término designa un modelo (en cualquier arte o ciencia) que establece teorías que son la base del desarrollo posterior y sigue la tradición y las reglas establecidas por la costumbre y el uso. Y en este contexto, dando un repaso somero a la cuestión, entendemos por «clásicos» aquellos que han pasado a la historia de la moda por méritos propios y han sentado las bases de la costura: Charles Frederick Worth (considerado el fundador de la alta costura, el primero en firmar sus creaciones en el interior de las prendas, el modisto como creador de pleno derecho), Mariano Fortuny (desarrolló el plisado), Christian Dior (inventó el new look), Balenciaga (sentó las bases modernas del patronaje) y Madame Vionnet (desarrolló la técnica del bies), entre otros. Pero también con este término de «clásico» encajan casas tradicionales cuyo origen data de finales de siglo XIX o principios del XX. Hermès, Burberry, Aquascutum, Asprey, Ferragamo, Bottega Veneta, Gucci, Loewe, Fendi y Louis Vuitton son algunas de ellas. También diseñadores o firmas que llegaron en los cincuenta y sesenta para vestir a la alta sociedad europea y americana, como Óscar de la Renta, Escada, Emanuel Ungaro, Max Mara, Etro y Valentino, por mencionar algunos ejemplos. En los setenta actualizaron el clasicismo, entre otros muchos, creadores como Manolo Blahnik, Bill Blass, Gianfranco Ferré, y otros hicieron furor en los ochenta adaptando la sastrería tradicional a las nuevas costumbres de yupismo femenino, como Armani o Carolina Herrera, que también forman parte del armario de los fans de lo clásico. Roberto Cavalli, Versace, Hervé Léger o Azzedine Alaïa son «clásicos» para los que explotan el lado más sexy de su indumentaria. Y terminando este rápido vistazo, entre los creadores de nueva generación que renuevan con acierto el clasicismo, encontramos a Martin Cooper en Belstaff; en Nueva York, los dúos Proenza Shoulder y Marchesa, el joven Zac Pousen, o Fausto Puglisi en Emanuel Ungaro, y en nuestra piel de toro, Carmen March, Lorenzo Caprile, Juanjo Oliva, Miguel Palacio, Fernando Lemoniez, Moisés Nieto, Alvarno, Del Pozo, Marcela Mansergas, Alfredo Villalba o Nacho Aguayo, entre otros. Me dispongo a charlar con algunos de ellos y pedir ayuda extra a otros profesionales... y a alguna clienta.
Cuando diseñadores como Valentino u Óscar de la Renta comenzaron hace medio siglo, la moda no era, ni por asomo, lo que es hoy. Los grandes modistos eran privilegio de las clases altas, un mundo reducido y elitista. Se encargaban las prendas en desfiles con selectos invitados distribuidos en pequeñas estancias y elegantes sillas, nada que ver con los actuales y mediáticos shows. Pienso en una clienta que haya vivido esa evolución, y Carmen Lomana es perfecta. Me recibe en su casa. Físicamente parece la hermana guapa, fina y elegante de Donatella Versace, y su vinculación con la alta moda viene de la infancia. Antes de empezar a charlar, le solicitan algunos de sus vestidos de Elio Berhanyer —otro clásico patrio de técnica impecable— para una exposición del Museo del Traje. «Me encanta la moda, leer, el arte y mil cosas», dice quejándose de que algunos medios siempre den una imagen frívola de ella. Su madre empezó a llevarla a desfiles de Pedro Rodríguez, Pertegaz y Balenciaga: «También nos pasaban desfiles a los niños para que eligiéramos. Al final elegían nuestras madres», dice riendo. Desde entonces ha sido testigo de los cambios que se han operado en la industria: «Ahora los desfiles son un show, es la lógica evolución de los tiempos, es un fenómeno enorme e industrial que genera mucho dinero. Detrás de cada diseñador hay un grupo muy fuerte. Antes no, era todo a muy pequeña escala. No había esta industria del perfume y del accesorio».
El negocio de la moda comenzó a evolucionar a marchas forzadas tras la aparición del prêt-à-porter en los sesenta, con perfumes, cosmética y marroquinería. Fue la primera accesibilidad a la alta moda; las clases medias también iban a la modista y compraban en comercios, almacenes o confeccionaban en casa. Más de dos décadas después, con la aparición de las cadenas de moda rápida a finales de los ochenta, se posibilita el acceso masivo a la ropa de diseño. Hoy quien disfrute de la estética clásica puede vestir a su gusto por cualquier precio: de Massimo Dutti, Zara, H&M, Topshop, Pull & Bear, Springfield, Mango, Primark, Caramelo, Blanco, Sfera o Milano, entre otros, se puede salir hecho un pincel con un coste muy razonable. Y firmas de un precio ligeramente, superior como, por ejemplo, Maje, Sandro, Forte Forte o Comptoir des Cotonniers, entre otras, siempre cuentan con prendas para integrar en un armario clásico.
Tengo una cita en el atelier de Miguel Palacio, donde trabaja en su prêt-à-porter y ropa a medida; de allí han salido creaciones como el traje de novia de Laura Ponte, amiga y clienta fiel. Actualmente diseña también colecciones para Hoss Intropia a un precio muy razonable. Me dice con entusiasmo: «Hoy es el momento con más posibilidades; me gusta mucho. Me gustaría que fuera más amplio, en todos los sentidos, pero es mejor que nunca. Hay más opciones, libertad y los mínimos condicionamientos posibles».
Las casas de costura han pasado de ser negocios familiares artesanales a conglomerados del lujo con responsables de marketing, cuentas de resultados e inversiones multimillonarias. Pero Manolo Blahnik sigue fiel a lo suyo, una excepción en la gran liga de la moda mundial: «Hago seis páginas de publicidad al año con cuatro estúpidos dibujos míos. Los pongo en revistas donde la gente me cae bien. Pienso quedarme así hasta que se acabe todo. Tengo una cierta edad, me puedo permitir crear lo que pienso que está bien, no lo que un departamento de marketing me diga que funciona en el midwest. ¡Qué horror! —dice riendo—. Hay que crecer poco a poco, sin ser muy obvio», explica. Siente cierta nostalgia, pero no es presa de ella: «Echo de menos ver una colección de veinte vestidos, poder tocarlos y apreciarlos. Es algo arcaico, pero sería estupendo recuperarlo [se ríe].4 Es como trabajo yo, todavía puedo permitírmelo, soy una compañía minúscula con gran proyección, no lo hago adrede, pero es así. Vendemos muchos zapatos en América, lo que nos permite hacer mis idiosincrásicas creaciones. Es el aire que respiro, si no pudiera hacerlo, me iría mañana, el dinero no lo es todo», dice, un leitmotiv que le acompaña desde sus comienzos: «Los años sesenta fueron geniales. Nadie hizo nada pensando en lo económico, en que iba a funcionar o fuera comercial, jamás. Finalmente llegaba algún dinero, era más espontáneo. No volveremos a eso. Y me encanta pensar que el tiempo que voy a estar aquí seguiré haciendo lo que me dé la gana. Hoy la democratización y el acceso a la moda me parecen estupendos, pero el business por el business ¡es un shock!».
Le comento a Silvia Alexandrowitch (una de las mejores y más veteranas periodistas de moda patria) esta reflexión de Manolo Blahnik de que la moda ha perdido algo de su «locura creativa». Dice que es cierto: «Aunque de una manera contradictoria: es el marketing quien exige que haya “locura creativa” para utilizarla como arma de comunicación y hacer más marca. Hay locura creativa, pero ya no es inocente».
1.º No consumirás en vano. No creerás todo lo que digan los medios para lanzarte a comprar-por-comprar y arrumbarlo en el armario. Esa conducta no habla precisamente de «aciertos» estilísticos. Lo comento con Fernando Lemoniez, su ropa preciosista es imperecedera: «Para los medios lo out es lo que hace meses era in. No podemos hacer eso con la gente. ¿Lo que has comprado hace seis meses ahora no tiene validez y, si te lo pones, eres hortera? No es así. Estamos maleducando a personas que dan por hecho que leen buena información. Quien tiene estilo, compra bien y lo integra, al contrario. Ese consumo de “ahora toca esto” y “este es el bolso indispensable de la temporada”... será indispensable para quien lo escriba. Hoy hay pocas cosas indispensables, y menos en moda».
En el mismo sentido, Manolo Blahnik dice: «Tengo clientes que vienen justo cuando empieza la temporada, gente con ideas claras, cultura y seguridad. Son la gente que me gusta, jamás van a mirar un magacín o internet. No les interesa; lo compran para leerlo en el avión. Son una minoría, esos reductos de los que hablaba». Me pone un par de ejemplos: «Estuve con Maribel Verdú, dice que lleva lo que quiere, no lo que dicen los estilistas. Me encanta, eso es tener un punto de vista estilístico personal; hay pocas. Jane Birkin paseaba con un bolso de rafia barato que compraba en la playa, unas alpargatas y pantalones. ¡E iba tan elegante! La conozco desde pequeña, es fascinante, cómo se atreve, tiene un aura y... eso cuenta mucho también».
Me reúno a comer con el diseñador Juanjo Oliva, sus creaciones son tan chic y sofisticadas que podrían venderse en Nueva York. De hecho, me cuenta que conoció a Anna Wintour, directora del Vogue USA. Le pregunto en qué cree que nos educa la información de moda que vemos: «Desafortunadamente, la mayoría de las veces, en un estilo sin criterio. Debería gustarnos el discurso de una marca y sus prendas no porque nos guste la actriz que las lleva. Si te gusta ella, deberías ver sus películas, no llevar la ropa que diseña o el bolso que usa. ¿Tantos medios para que solo haya un mismo mensaje? Antes el abanico era más amplio: una actriz, una modelo o una escritora eran musas de diseñadores de verdad. Bianca Jagger era amiga de Halston5 y compraba su ropa, una realidad que no todo el mundo podía vivir, pero que podía comprar. Ahora sabes que no es verdad que Madonna haya diseñado una colección, ni ninguna, aunque haya elegido el tejido o tenido reuniones con diseñadores. No lo digo con rencor, el marketing ha llegado a unos niveles “tan” absolutistas».
Con él comulga Lemoniez: «La mayoría de las veces recibimos mala información de lo que es realmente la moda y tener estilo. Palabras como estilo y glamour las usan para vender las firmas y revistas. Lees “tal fiesta fue glamurosa” y no hay glamour por ninguna parte», afirma.
Hoy el estilo no está reñido con el presupuesto, aunque este puede ayudar. Y no por consumir más se tiene más estilo; es mejor comprar poco y bien. Si los medios dijeran esto, tirarían piedras contra su tejado. Hace mucho una exjefa, directora de una revista de moda, me dijo muy segura de sí misma sobre sus zapatos de Prada: «¡Nosotras estamos aquí para vender ropa!». Aluciné; como periodista mi deber es informar, ¡para «vender ropa» ya está Zara! Es una anécdota que refleja bien la filosofía de algunas revistas femeninas, más fieles a los anunciantes, que insertan publicidad, que a sus lectores. No criticarán jamás las firmas que se publicitan en sus páginas, al revés, promueven que vendan. Las inserciones de publicidad suelen ir acompañadas de apoyo «redaccional»: la obligación por parte del equipo de redacción y moda de escribir sobre ellas y sacar sus prendas en modas y bazares. Por eso hay que ser cauto ante la avalancha informativa.
«En todas partes la gente está muy presa de los medios de comunicación. Quizás en Inglaterra, donde más vivo, me doy cuenta de que todavía hay un poco de excentricidad propia y frescura, una minoría. El mercado mundial está muy condicionado», dice Manolo Blahnik.
Acudo a un salón de té donde he quedado con la estilista Isabel Ottino, con quince años de experiencia en moda. Es dueña, además, de una tienda encantadora de dulces, El Jardín del Convento, situada en la calle Cordón de Madrid. Por el camino pienso en si el mayor acceso e información nos hace consumir mejor: «Se consume peor, de la generación de nuestros padres rescataría la permanencia de las prendas. Ahora los precios son maravillosos, pero no se valoran las prendas por lo que cuestan. Antes se hacía una inversión con cabeza, en prendas buenas que incluso heredasen las hijas. Es verdad que todo era más estricto, tenías que llevar la falda por la rodilla, te definía social, cultural y económicamente. Y si no tenías la camisa o blusa de seda, eras casi una paria. Había unos códigos; si tenías dinero, tenías que tener un Mercedes, el collar de perlas y el abrigo de piel. Pero había más cabeza al consumir».
Recuerdo lo que me dijo Carmen Lomana de su infancia: «Con mucho menos acceso a la moda y menos información, todo el mundo iba muy bien; hasta la chica de servicio, cuando salía el domingo, tenía su traje y abrigo impecables. Todo el mundo tenía un fondo de armario de un buen abrigo, un buen traje, un buen vestido y unos zapatos. Igual tenías seis cosas, pero buenas. Se iba peinado, lavado y vestido con pulcritud. A veces veo estilistas y digo: ¡si dan ganas de darles un baño! —y se ríe—. Puedes vestir como quieras, pero no ir con el bajo del pantalón arrastrando», explica «bromeando» en serio.
Pero ¿a quién no le alegra el día comprar un pingo? Estamos más por esa inyección de ilusión que por mirar con lupa que lo que compramos dure (y las repercusiones que tiene en el planeta, como veremos en el capítulo de moda sostenible). Pero hay un momento para todo, me lo dijo Carmen March, que tiene algo de rebeldía aristocrática que engancha, que se ve en sus diseños, con un pie en el clasicismo y otro en la más rabiosa contemporaneidad: «El pingo me apasiona. En verano, en mis colecciones, siempre saco muchas pingueras de punto, tiene que haber de todo. Pero el pingo no siempre vale. Si vas a comprar un esmoquin o un abrigo, tiene que estar bien hecho. ¿Por qué la gente solo gasta dinero en vestidos de fiesta? Un abrigo lo usas más, y tiene que ser bueno para que dure».
2.º No olvidarás la tradición ni unos mínimos conocimientos de moda. Fernando Lemoniez me dice que sufrimos un cierto alzhéimer con la tradición: «Una palabra que no hay que temer, no quiere decir ser anticuado, para nada. Es una base técnica y de conocimientos que siempre deben estar. Es indispensable conocerlos para adaptarnos a los tiempos, las nuevas costumbres de vida: todos nos echamos a la calle a trabajar, la ropa tiene que ser funcional, duradera, pero con una base de tradición, bien hecha y con buenos tejidos». Y entre lo que estamos «olvidando» están unos mínimos conocimientos.
Me hace gracia cómo me lo contó Carmen March: «Se está perdiendo mucho espíritu de costura y los oficios. A mí me pone mala; nadie en su casa tiene idea de planchar, la gente cree que la seda no se lava, la mandan al tinte. Puedes lavarla con jabón, pero despacito, y plancharla con cuidado. No se sabe lo que tenemos entre manos cuando se compra una chaqueta. Es como de usar y tirar, no me gusta. Una prenda no es solo su aspecto, es cómo huele, cómo la sientes sobre la piel, cómo envejece, cómo se mueve, muchas cosas. Hoy solo importa el impacto visual. ¡Si te guías por eso, vas aviado!», acaba. Y justifica el apego a la tradición con todo el sentido común: «Si no sabes de dónde vienes, no tienes ni idea de a dónde vas. Me da igual que no se lleve la hombrera; si pones un poco, sienta mejor la chaqueta y la sisa no tira; igual que reforzar un escote palabra de honor para que no se caiga. No voy a sacrificar ciertas cosas por ser la más moderna», dice riendo.
Además, muchas veces se sacrifica más bien por ahorrar, como me explicó Fernando Lemoniez: «Se tiende a simplificar la técnica para que una prenda lleve menos horas de trabajo y así abaratar costes, pero intentando dar la misma apariencia. El resultado es solo visual; una prenda hecha con tiempo y dedicación no es como una de una cadena de montaje. Los patrones en la confección se adaptan a ese imperativo y la moda lo acusa». Por eso, fijarse en la construcción de las prendas y en cómo están acabadas, por dentro también, es vital.
Los tejidos son importantes, y calidad no siempre significa funcionalidad. Carmen March pone un ejemplo gracioso y real: «Las telas de verano tienen que ser frescas en la piel; estoy harta de probarme una colección de Marni monísima y luego que no respiren las telas, salgas en julio por Madrid ¡y te tengan que recoger con paleta!».
3.º No llevarás el logo por fuera, y serás discreto/a. La ola de marquismo hoy supera con creces la de los ochenta y se tira de los pelos con el estilo. Llevar el logo de una firma cara bien visible es tan démodé como la palabra misma: «Siempre me he negado, no voy a ir de mujer anuncio», dice Carmen Lomana.
Miguel Palacio dice que ir vestido de marca, y que se vea, sigue funcionando comercialmente mucho: «Pero hay cada vez menos fachada. Antes había un condicionamiento de estatus más fuerte, tenías que adaptarte al canon social. Pero ahora, afortunadamente, tiene que producirte una satisfacción a ti y valorarlo tú. Me parece más contemporánea esta actitud que eso de tener que demostrar. Es con la que me identifico y me toca vivir».
Hay también una especie de furor por saber qué prendas llevan los personajes públicos en los eventos. En la gala de los premios T de Telva le preguntaron a la infanta Elena de quién era el vestido que llevaba, refiriéndose al diseñador, y contestó que suyo. Carmen Lomana, que asiste a este tipo de eventos, lo vive en sus propias carnes: «Es lo primero que te preguntan ahora, y me parece mal y pretencioso. Hay cosas que, si sabes de moda, las identificas. Algunos periodistas son muy maleducados. En una ocasión llevaba un vestido edición limitada de Valentino, un revival hecho por el 45.º aniversario de uno del año 65 que hizo a la princesa Pignatelli (una de sus clientas favoritas) y que llevó también Grace Kelly. Llevaba además un collar antiguo de Van Cleef & Arpels de esmeraldas y rubíes. Me sentía fenomenal. Llega un periodista y me dice: “Señora, ¡qué caro es lo que lleva! ¿Cuánto le ha costado?”. No se puede ser más cutre». Y es que la moda como elemento de estatus funciona, pero es más propio de los mercados emergentes, como Rusia o Asia, donde viven el «furor logomaníaco» que Occidente sufrió en los ochenta. Alguien con estilo no siente que tiene que demostrar nada, la discreción es un valor y la personalidad está por encima de la firma.
4.º No serás una fashion victim, y adaptarás las tendencias. Converso con la diseñadora Carolina Herrera sobre Victoria Beckham, muy citada por casi todos los entrevistados como antítesis de estilo: «Es una víctima de la moda, la pobre. Antes no, mira qué cosa tan extraña, lo que provoca que las mujeres se crean su propia prensa. Empiezan a leer que están así o asao, se lo creen y pierden el estilo. Creen que deben agradar para que escriban de ellas. Se convirtió en un desastre, una caricatura de sí misma. Está demasiado estudiado todo en ella y en moda es importantísima la naturalidad, y más en los tiempos que vivimos. No hay que pretender ser algo que no eres, toma mucho tiempo y se lo roba a otras cosas». El estilo no tiene que ver con comprar firmas reconocibles, tener lo último o gastarse una fortuna, tiene que ver con educar el ojo tanto como el cerebro. Alguien que dice no haber leído un libro en su vida, y sin embargo se obsesiona tanto por su imagen, resulta, cuando menos, inquietante. Fernando Lemoniez lo corrobora: «Es un disparate de mujer, atrapada en algo forzado e irreal. Ese tipo de mujeres son esclavas de la moda».
Vicente Gallart, periodista de Vogue y GC, y uno de los creadores de nodigasiconoporfavor.com, da unas pautas al respecto: «Las personas que viven obsesionadas con su estilo no lo tienen: Victoria Beckham o Lindsay Lohan son fashion victims. El estilo implica conocerse, acoplar la moda a tu personalidad, con lo que te sientes bien y te da seguridad, y adecuarlo a la ocasión. La clave es conseguir una fórmula con la que sentirse cómodo y, de vez en cuando, sorprenderte y sorprender pero sin traicionarte. Las personas con estilo están al margen del juego de las tendencias o las utilizan a su propia manera por encima de todo. Kate Moss o Alexa Chung son un ejemplo perfecto, las interpretan y adaptan a su estilo. Hay otras, como Isabel Preysler, que no están tan conectadas con la actualidad pero tienen un estilo indiscutible. Tener tu propio estilo es mandar sobre ti, sinónimo de libertad personal, como Rosario Nadal o la diseñadora Miuccia Prada. Lo demuestras cambiando de diseñadores y firmas pero manteniendo tu estilo personal intacto», afirma.6
Y hablando de «intacto», hay mujeres con «posibles» que llevan un total look de una firma calcado al que han visto en el desfile. No es necesario llevarlo así. Un desfile es un espectáculo y una propuesta, ¡pero no va a misa! Como tampoco se puede seguir cada tendencia de cabeza, porque uno puede perder su sentido del estilo propio, por no decir aquella. Carmen Lomana me habla de las revistas: «Si llevas al pie de la letra lo que dicen, acabas loca, me encantan, pero hay que filtrar. Las tendencias sirven para no verte desfasada, eso no quiere decir que no lleves un vestido de hace veinte años maravilloso. Lo que más cambia son las proporciones, la belleza de una prenda depende de ellas, dos centímetros más o menos se la carga o la mejora. Con el paso del tiempo ocurre con las hombreras, los largos, anchos, lo que en un momento fue lo más, ahora te hacer sentir fuera de lugar».
5.º Matizarás, dosificarás y administrarás con sabiduría. Blanca Unzueta apunta una máxima fundamental: «El estilo tiene que ver con matizar, administrar y dosificar. Si te pones un vestido maravilloso, no puedes llevar el pelo super-puesto, bien de maquillaje, el bolso, las superjoyas, porque volvemos a lo que era el estilo en generaciones anteriores, más recargado que hoy. Hay que dosificarlo mucho, por ejemplo, la actriz Chloë Sevigny se pone un Saint Laurent de los setenta o cosas más cincuentonas (una época más rancia) pero con un botín, ese pelito natural, maquillada que no lo parece y matiza todo eso, lo equilibra y lo hace actual». Y contra lo que mucha gente piense, una persona con estilo no puede pretender seducir a todo el mundo: «Un problema de las estrellas de Hollywood es que están muy condicionadas a seducir a las masas, porque favorece su caché. Por eso son tan convencionales, se quedan en ese punto de guapísimas y glamurosas pero aburren que matan. La gente con estilo se viste para sí misma, y si hacen alguna concesión es, como dicen los ingleses, a los que están in the know, los que están en su onda», explica.
Y, sintiéndolo mucho, sale de nuevo Vicky Beckham a colación: «Es la antítesis del estilo, desde la inseguridad no nace el estilo, chirría por todos lados. Es el paradigma de la mujer que consigue que todo ese exceso de esfuerzo y presupuesto no sirva para nada. Jane Birkin es lo contrario, con un pantalón y un jersey masculino no necesita más. Al final, lo importante es la persona, no lo que lleva, sino una manera de hablar, moverte, expresarte, mirar, con eso tiras millas. Lo primero que te viste es tu actitud, tu alma, lo que transmites desde dentro, lo otro es un aditamento que ayuda a definirlo externamente, una manera de expresarte», comenta Blanca.
Y esto de no matizar, ni dosificar ni administrar se ve con frecuencia en artistas latinos o en la MTV: «Ese punto flamboyant7o fashy 8 de epatar por epatar», comenta Blanca: «Claro que son guapísimas ¡y sexys! Pero el estilo consiste en matizar, frente a la tentación de no renunciar a nada, y hay que saber renunciar, es lo que lo hace actual», explica. La naturalidad es un valor, que nada se vea demasiado forzado, incluso cuando ha llevado cierto esfuerzo. El estilista Hugo Lavín, director de moda de Varón Magazine, lo recalca: «Veo gente por la calle con tal amalgama de cosas... En plan; “todo lo que sé y lo que he adquirido me sale por los poros de mi piel y lo llevo colgado sobre mi percha”. Y no, el estilo es effortless»,9 dice vehementemente. Recargarse demasiado, a no ser que se tenga el don para el exceso de Carine Roitfeld,10 Diana Vreeland,11 Isabella Blow,12 Daphne Guinness,13 Anna dello Russo14 o Anna Piaggi,15 suele estar reñido con un estilo actual.
6.º No copiarás. Un mandamiento que es aplicable a personas y cosas. Carmen March saca el tema: «La gente con estilo va por libre. Los que más estilo tienen son los que menos copian a los demás. Cuando dices que una persona tiene estilo, es que tiene un toque personal, un aspecto, unos gustos, una manera de hacer, de presentarse a los demás y de verse a sí misma. Tiene mucho que ver con la individualidad, es alguien al que acaban copiando otros. Muchas veces está fuera de la tendencia del momento. Es gente independiente. Tiene que ver con la personalidad e independencia de criterio más que con la ropa», explica.
La estilista Blanca Unzueta coincide con Carmen: «Tiene que ser algo que salga de dentro a pesar de todas las referencias externas que consciente o inconscientemente vas asimilando, asumiendo y destilando. Tiene que estar muy pegado a tu personalidad. Puedes tomar cosas e individualizarlas de acuerdo contigo, pero no copiar literalmente. Es una falta de personalidad que se traduce en falta de estilo». Y volviendo al ejemplo de Kate Moss, ella reinventó el look de las groupies de los setenta, como Anita Pallenberg o Marianne Faithfull, porque ella es una groupie del 2000. Igual que Amy Winehouse actualizó el look de las divas del soul de los cincuenta (como de otra forma lo ha hecho la cantante Lana del Rey, protagonista de la campaña otoño/invierno 2012 de la firma H&M, o Alexa Chung con los sesenta británicos) porque realmente tenía el espíritu torturado de Billie Holiday. No son copias literales de nadie aunque tengan sus referencias como cualquiera, ahí radica su acierto.
Pero hay otras copias en la moda que resultan igual de torpes y carentes de estilo, las de los productos. Manolo Blahnik advierte de ello: «Ahora los medios de comunicación, entre ellos internet, tendrán que tener mucho cuidado por lo inmediato del business. Después del desfile de Chanel, tenemos en Ginza los trajes mal copiados, es así. Decimos “estupendo para los que copian, para los patronistas”, pero no está bien para nadie. Quizás soy un dinosaurio, pero la moda debería funcionar como siempre y ser accesible a todo el mundo. Antes, si querías un traje de Christian Dior, la compañía Dior vendía el patrón a Neiman Marcus o Bergdorf Goodman, la gente podía tenerlo, copiado, pero da igual. Ahora lo copian sin pagar. ¡Alguien se está beneficiando!», dice irónico.
Y ya no solo funcionan las copias de los artículos de lujo, también proliferan las imitaciones e inspiraciones más bien literales. La estilista Isabel Ottino habla al respecto: «En los ochenta esta libertad de plagiar era impensable. Es tremendo, no sé cómo no se pueden tomar medidas. Entre los que no saben que se han comprado un plagio y los que lo saben y les importa un bledo ¡son legión! No compro copias y, en cadenas asequibles, nunca compro un plagio. Me choca que no se limite un poco más».
7.º Mezclarás con acierto. Hemos recuperado el gusto por mezclar las prendas, por combinarlas, que es parte del trabajo de un estilista. Belén Zavala, directora de moda de la revista Glamour, habla al respecto: «Ya no es lo que se lleva sino cómo lo llevas. La gente ahora ve que el estilismo existe», explica. La forma en que uno combina las prendas es un ingrediente básico a la hora de tener estilo, es lo que diferencia a una persona de otra y la hace un poco más especial.
Hablo de ello con Fernando Lemoniez: «Ha habido una época en la que esa combinación de prendas no existía. En los ochenta y parte de los noventa, eran looks que tenían que ser así: blusa, chaqueta y falda. Pero en los setenta sí había mucha libertad a la hora de mezclar y combinar. Volvemos a esas mezclas», explica. Algo que se extrapola a todos los estilos y en los más clásicos se traduce en lo que comenta Carmen Lomana: «En la generación de mi madre, la gente se vestía para la mañana y la tarde; los zapatos iban a juego con el bolso y era todo comme il faut. Ahora es mezclar, romper, llevar una chaqueta de Chanel con unos jeans, con unos zapatos planos o no sé qué deportivas. Eso es lo que ha cambiado, jugar y divertirte con la moda. Aunque eso no quita que un día te quieras poner un traje de noche siguiendo todo el protocolo».
Y también el estilismo nos ayuda a adaptarnos a las ocasiones; unas prendas básicas, como vestido o falda y blusa o pantalón y camisa, tienen muchas lecturas diferentes dependiendo de los accesorios que se lleven y se combinen. Belén Zavala me dice, merendando, que el estilo no es algo innato, se desarrolla y cultiva según tus vivencias: «Hay que encontrar lo que haga que encuentres cómodo e identificado y que sea más funcional para la vida que llevas». Que viene a ser la máxima de Óscar de la Renta con la que comenzábamos.
8.º No seguirás a las celebrities a ciegas. Las celebridades son un medio fundamental para la información de moda. Siempre hubo referentes, pero volverse una fan fatal de muchas de ellas y encumbrarlas a iconos de estilo es exagerado, aunque algunas en efecto son maravillosas. La industria del cine utiliza la moda para dar una imagen atractiva, y la moda a las celebridades para facilitar la promoción de sus productos abiertamente (en publicidad y colaboraciones) y más «subliminalmente» en el escaparate que son las alfombras rojas o las fotos callejeras. Formas de promoción recíproca que deberíamos contemplar casi como anuncios, son endorsement comerciales.
Hablo de estas y otras cuestiones con Manolo Blahnik: «Siempre hubo personas en todas las épocas que influenciaron la moda. Paulina Bonaparte o Eugenia de Montijo, por ejemplo, en otros siglos. Pero ahora, ¡hasta debajo de tu cama hay información! —dice irónicamente—. Antes había cantantes o actrices que imponían un look porque tenían tanta fuerza al vestirse y expresarse que influenciaban a toda una generación y a los diseñadores de Hollywood.16 Tenían un poder infinito; ahora no. Algunas de las personas que encumbran desde las revistas no tienen contenido cultural ni estilístico. No tienen idea de cómo vestirse normalmente. Están dirigidas por dos o tres estilistas, y si los necesitan es por falta de criterio».
Yo no sé si es falta de criterio o de tiempo, pero es una práctica que se ha oficializado y es muy normal. En 1989, Wanda McDaniel comenzó a vestir a Jodie Foster, Julia Roberts, George Clooney, Warren Beatty o Clint Eastwood, cuando todavía este fenómeno de las «estilistas de Hollywood» no había explotado. Zoe Rachel y L’Wren Scott lo detonaron. Zoe ha lanzado su propia firma, tiene su propio reality (The Rachel Zoe Project) y un libro de estilo gracias a vestir a Lindsay Lohan, Keira Knightley, Cameron Diaz, Nicole Richie, Paris Hilton, Britney Spears, Jessica Simpson, Kate Beckinsale, Jennifer Garner, Jennifer Aniston, Jessica Biel, Rosario Dawson, Liv Tyler, Anne Hathaway, Debra Messing o la tenista Maria Sharapova, entre otras. Cobra de 4.000 a 6.000 dólares al día, y tiene un pequeño ejército de ayudantes. L’Wren Scott, la impresionante novia de Mick Jagger, que tiene su propia firma, es más discreta a la hora de hablar de sus clientes, asesora a Nicole Kidman y Jennifer Lopez, entre otras. El estilista Phillip Bloch también asesora a celebrities; el vestido con el que Halle Berry recogió el Oscar era de su elección; Arianne Phillips, a Madonna, y Caroline Sieber, a Emma Watson, entre otras. Y la lista podría ser tan larga como desilusionante si eres una mitómana. Otras actrices como Jennifer Connelly o Kristen Stewart llegan a acuerdos con casas de su gusto, como Balenciaga, para llevar sus diseños, como Reese Witherspoon con Nina Ricci o Renée Zellweger con Carolina Herrera, o como la colaboración entre Nicola Formichetti y Lady Gaga, él diseña su imagen desde 2008.
Lejos queda la época en que las películas eran una sólida fuente de inspiración para la moda y el público. Con la aparición de la televisión e internet, el fenómeno blogger, las i-celebrities y los numerosos medios dedicados a la moda, hoy tienen más poder la red, el streetstyle y las alfombras rojas o series de televisión como Mad Men (su estilista es Jamie Bryant), Gossip Girl o Girls. Manolo Blahnik me cuenta un ejemplo en el que colaboró con sus zapatos: «Cuando hicieron María Antonieta,17 la gente de la película pensó que influenciaría en la moda de los jóvenes. En absoluto fue así. Hay tantas opciones y se genera tal fatiga visual, que el cine no tiene el poder que tenía. Hay actrices fantásticas y dos o tres creadas artificialmente para las maravillosas campañas de Dior o Louis Vuitton, completamente retocadas con Photoshop. Pero bueno, ahí están y está bien. Son pocas las excepciones».
Le pregunto a Carmen March por alguna celebrity a la que crea que no la viste un estilista: «Cuesta mucho, no sé si Cate Blanchett elige su ropa, dudo que lo haga. El concepto “icono de estilo” acabó a finales de los setenta y principios de los ochenta. Ahora se ha profesionalizado todo, en el star system es difícil encontrar quiénes eligen su ropa. Scarlett Johansson no la elige, es evidente cuando la ves. Mucho de lo que vemos es publicidad y mercadotecnia. Es muy difícil identificar quién de verdad tiene estilo».
Otros diseñadores, como Miguel Palacio, se quedan perplejos ante la celebritimanía: «No soy nada mitómano, siempre me produce sorpresa que se pueda admirar a una persona por su apariencia, aunque es respetable».
Le pregunto a Jean-Baptiste Lauron —jefe de estilistas de la revista In Style— si cree que el gran público sabe qué hay detrás de las celebridades: «Para mí es una cosa muy asumida que sabemos desde hace mucho. Creo que la gente sabe que esas prendas no son de ellas, se imaginan que son regalos, lo que no saben es que la mayor parte son solo préstamos».
Y no puedo evitar preguntarle a Carmen Lomana, clienta habitual de firmas de lujo, si cree que estos «préstamos» generan una reacción adversa en determinados clientes: «Hay un consumidor que al ver a las celebrities con un vestido o constantemente en revistas ya no lo quieren y otros lo quieren precisamente por eso. Personalmente no me apetece. Es una equivocación horrible que las grandes firmas presten sus vestidos para fiestas, porque la clienta que se ha gastado un pastón en un traje de noche puede ir a una fiesta y encontrarse a la presentadora vestida igual, de prestado. A las dos semanas, en otra fiesta, lo lleva otra chica también prestado. No es justo. Yo llevo mis vestidos, mis joyas que he comprado y pagado».
Me quedo rumiando las palabras de Carmen y opto por preguntarle a un conocedor de la industria del lujo desde dentro, Josu Aboitiz, exdirector de relaciones públicas internacionales de Loewe y actual jefe de comunicación de Gucci para Europa, Oriente Próximo e India, si cree que la celebritimanía y prestar ropa a celebrities puede afectar a sus clientes tradicionales: «Las marcas siempre intentan ser muy prudentes a la hora de elegir celebrities embajadoras, lo hacen con total conocimiento del público objetivo y los personajes públicos a los que es sensible. Miu Miu, con Lindsay Lohan o Kirsten Dunst (en su día, o Chloë Sevigny más recientemente), es para un público un poco pijo-alternativo con medios, y otro ejemplo estratégico sería Jennifer Lopez en 2003 con Louis Vuitton, que necesitaba conquistar al ghetto fabulous, un espacio que entonces solo tenía cubierto Gucci con Tom Ford. Y la campaña con Jennifer Lopez y las siguientes colaboraciones con Pharrell Williams la han convertido en la marca fetiche entre pandilleros de Harlem que ahorran sus míseros salarios para comprarse un cinturón con el logo Louis Vuitton. El esnobismo que existía de los ricos hacia las celebrities ha pasado. Es totalmente normal», me explica. No puedo evitar pensar en Grace Kelly y su príncipe de Mónaco, o en Salma Hayek con François Pinault, presidente de PPR, multinacional del lujo y papá de su hija, Valentina. Imagino que hoy debería dormir más tranquila por esos ricos y celebrities...
9.º Seguirás el protocolo, al menos cuando lo exijan. Acudo a Lucía Francesch, subdirectora de Telva, para que me diga qué convencionalismos se han moderado y qué otros no deberían relajarse: «Parece perfecto relajarnos al no combinar necesariamente el bolso con los zapatos, al mezclar oro blanco con oro amarillo o usar jeans o deportivas en más ocasiones que en el fin de semana. Sin embargo, deberíamos rescatar el ritual de vestirnos, con mayúsculas, como señal de respeto, para ir a un concierto de música clásica, a la ópera o a un estreno de teatro. Y respetar los dress code18 que imponen ciertos eventos en la invitación cuando indican explícitamente que las señoras deben llevar traje largo y los hombres esmoquin», me dice.
El periodista Vicente Gallart opina al respecto: «Las longitudes hay que respetarlas y se puede llevar a cabo desde cualquier presupuesto. El little black dress19 lo aconsejo para un cóctel pero no para una cena de gala o la ópera. Puedes ir con un vestido sencillo pero largo. Es tan aplicable a la alta sociedad como a una señora que va a la boda de su hija. Igual que vestirse para la ocasión, hay que tener en cuenta el día a día, las prendas para trabajar, y la noche. No es lo mismo una cena informal en casa de unos amigos que ir a trabajar; condiciona mucho», explica.
10.º Consumirás con inteligencia y placer. El diseñador Juanjo Oliva me da una pauta casi científica que me da ganas de apuntar en una servilleta mientras comemos juntos; la servilleta es de tela y me aguanto. Dice que el estilo es una ecuación del interés y el criterio: «Básicamente, si tienes interés en algo, lo llevas a tu terreno y desarrollas tu criterio. No se puede tener estilo sin interés ni criterio, tienes que establecer tus márgenes y entender que unas cosas te gustan, pero cuando tienes tanta oferta, tienes que usar tu criterio de selección». Una ecuación individual que se adapta a los tiempos: «Mi intuición me dice que ahora las cosas son más intimistas, más personales, para darte placer y estar en armonía con tu mundo y personalidad», dice Miguel Palacio.
Con la ecuación completa y actualizada, le pido a Fernando Lemoniez que me intente describir a esas clientas suyas que él cree que tienen estilo: «Son personas a las que les encanta la moda, que les parece una forma de expresión, y se sienten identificadas con lo que llevan. Lo adquieren con una visión de placer, de llevar algo bonito y bello, sabiendo que en tres años lo seguirán llevando como la primera vez y que su personalidad no se va a ver devorada. Es mi clienta ideal y es una minoría». Le pregunto qué tipos de prendas, además de reportar ese placer, podrían ser buenos básicos de una mujer clásica y actual. Lemoniez me responde sin titubear: «El vestido, el ochenta por ciento de las mujeres que entran quieren un vestido. Es fácil de llevar, el típico furró 20 para fiestas y ocasiones, y para el día a día mucho más sueltos».
Hago algún sondeo más. La estilista Blanca Unzueta me sugiere una pencil skirt (falda recta) y Lucía Francesch me recomienda lo que los norteamericanos llaman livesavers (salvavidas), idóneos para el guardarropa de una mujer clásica trabajadora actual, que siempre funcionan, comodines para ir adecuada y correcta. Tomo nota: «En invierno: un sastre de lana, un jersey de cuello vuelto de punto ligero, una trench,21 un abrigo negro recto y unos salones. En verano: un blazer de lana fría, unos pantalones ligeros, una camisa blanca impecable, un vestido camisero, un abriguito de verano y sandalias de medio tacón». Y además recomienda tener siempre un vestido negro de cóctel, una pashmina y un par de stilettos idóneos para compromisos laborales más festivos. La interrogo también por los accesorios: «Unos salones negros, un bolso midi (mediano), una cartera de mano, unas gafas de sol estilo Jackie, pashmina de lana o seda y un reloj masculino». Podemos añadir alguna joyita a modo de guinda.
Hoy, la alta costura de las firmas de lujo es la forma que tienen algunas pocas casas de mostrar su virtuosismo en moda, donde el diseñador da rienda suelta a su creatividad; es el epítome de la exclusividad para la élite de antaño, unas cien clientas de la más alta sociedad mundial que lucen sus creaciones en eventos de gala. Lo más sencillo es compararlo con la Fórmula 1 de la industria automovilística, donde cada casa también da lo mejor de sí misma en ese escaparate de competición, alta gama y lujo. Y como tal, es carísima, desde unos veinticinco mil euros a millones por un vestido: «En el último desfile de Dior había vestidos de un millón de euros», dice Carmen Lomana, que posee varios vestidos de alta costura. Y apunta: «No lo critico, tienen un trabajo de muchísimas horas y de artesanos, con los mejores tejidos y técnicas. Si están pagando veinte millones de euros por un cuadro, no entiendo por qué criticar que alguien se gaste un dineral en un vestido de alta costura. Hay vestidos que son obras de arte, tener uno es como tener un Miró [de hecho, mantenemos esta conversación muy cerca de uno] o un cuadro de Velázquez, si se pudiera. La gente que tiene mucho dinero, tampoco es mi caso, es lógico que consuma a un nivel que está muy por encima de la necesidad y mantenga ese universo del lujo».
Muchos de los compradores de alta costura, como los coleccionistas de arte, cuidan la conservación de esos vestidos y permiten que se puedan ver en exposiciones y museos. Aunque no son arte (puesto que tienen una funcionalidad y el arte no) son la mejor muestra de la mejor artesanía de la moda, unos oficios vitales en el trabajo con la piel, los bordados, pedrería y plumas, entre otras. También se aplica al prêt-à-porter, encareciendo su precio final y «ennobleciendo» las prendas más si cabe, hasta el punto de que se ha denominado demicouture, por encontrarse a medio camino entre la alta costura y el prêt-à-porter.
Fernando Lemoniez me cuenta cómo los están revitalizando en Francia, un ejemplo a seguir, y dice: «Los artesanos son hoy un privilegio de gente que tiene dinero y lo valora; no todos lo hacen. En Francia esos oficios se protegen; el gobierno francés ha creado ayudas para rescatarlos y que no se pierdan. Es una raza en extinción y se fomenta que los continúe gente joven. Están surgiendo los nuevos artesanos y las horas de esta gente cuestan mucho dinero». Y él lo sabe bien porque además de prêt-à-porter, también hace medida y valora los detalles artesanales.
El proceso de comprarse un traje de alta costura hoy me lo cuenta Carmen Lomana: «Ves un desfile, apuntas lo que te gusta, pides hora, te reciben y lo encargas a tu medida. Si tienes un cuerpo fácil y estándar, no te hacen prácticamente pruebas, con tomar medidas y una prueba suele ser suficiente. A veces hacen un maniquí con las medidas a algunas norteamericanas a las que no les apetece ir a probarse», explica. La alta costura está controlada por la Chambre Syndicale de la Couture Parisienne, que se fundó en 1910 para vigilar la programación, promocionar la costura francesa, y evitar la proliferación de mercancías no autorizadas y las imitaciones. Los desfiles de alta costura son el verdadero espectáculo de la moda. Se celebran en París en enero y julio: «Es un espectáculo como la ópera, el teatro o el ballet más maravilloso», apunta Carmen. Chanel, Dior, Versace, Jean-Paul Gaultier, Rabih Kayrouz, Elie Saab, Givenchy, Valentino Garavani, Giorgio Armani Privé, Iris van Herpen, Giambattista Valli o Azzedine Alaïa son algunas de sus mejores citas. Dolce & Gabbana presentaron su primera colección de alta costura en el verano de 2012 en Taormina, Sicilia, fuera del calendario oficial, en un desfile muy reducido y exclusivo, al estilo del retorno de Tom Ford. Y si, como millones de mortales, no te puedes permitir un traje de alta costura, no te quedes con las ganas y hazte uno a medida, también es una experiencia y una inversión que te aconsejamos más adelante.
La alta costura y la ropa a medida son sinónimos de lujo y exclusividad. Pero ante las abundantes copias de bolsos, por ejemplo, de Louis Vuitton, imagino que para las clientas habituales, como Carmen Lomana, es un poco complicado seguir siendo exclusivo (recuerdo que algunos entrevistados me han dicho que hasta los verdaderos parecen falsos), pero me cuenta que tampoco tanto. Aunque las copias proliferen y los productos de acceso para el gran público aumenten, el lujo sigue siendo exclusivo; el día que no lo sea, desaparecerá: la exclusividad es su razón de ser, su esencia.
Muchas veces las grandes firmas hacen trunk show o trunk sales, presentaciones y ventas privadas a buenos compradores donde les adelantan la temporada u ofrecen sus ítems más exclusivos. Carmen Lomana lo explica: «La consumidora buena de Louis Vuitton quiere ediciones limitadas. Mañana tengo una cita con ellos, me presentan diez bolsos exclusivos, no va a haber más que esos. Ya no te interesan los de la tienda, quieres comprar algo superespecial. La exclusividad es llevar una pieza única para ti o saber que a lo mejor hay cincuenta bolsos así en el mundo. Hay personas a las que eso no les importa nada y a otras les encanta y les da subidón».
El profesor de marketing del IESE José Luis Nueno me cuenta por teléfono que «hace muchos años se hacían trunk sales en Arabia Saudí en un hotel donde presentaban las colecciones a las mujeres que no podían salir de aquel país».
Me pregunto si toda exclusividad viene avalada por grandes firmas o si existe una exclusividad más anónima pero equiparable, una de las razones para hablar con Miguel Palacio, su trabajo es un lujo, también menos marquista, más íntimo y emocional, que funciona simultáneamente en la moda hoy: «No me vale estar en medio de algo, eso que para mucha gente es la clave de supervivencia y éxito, para mí no tiene interés. Tienes que ser muy puntero en lo que hagas. Nunca pienso en el coste de las cosas, nunca, luego me sorprende. Y a veces me espanto. ¡Qué horror! ¡Cómo no se me habrá ocurrido algo más barato! Hacer algo lo más atractivo posible, con toda la dedicación y cuidado en todos los sentidos, es un lujo». Y cuenta cómo sus prendas, en un vistazo rápido sencillas, tienen una lectura más amplia: «Para mí, hacer una camisa con un cuello a la caja tiene que aportar, dentro de esa aparente simplicidad, un interés muy fuerte en cómo se ha hecho. Se tiene que notar. Ahí empiezas a encontrar el tejido que sea con una mano, con un peso, con un volumen, con una caída determinada, con un acabado que sea excepcional. Y ahí, de ser una cosa frente a la que dices ¡qué mono!, pasas a decir: ¡me encanta! Para mí es fundamental; si no, no haría lo que hago». Para él, el lujo puede ir desde lo sencillo hasta lo laborioso: «El lujo desde luego es la belleza, lo puedes encontrar en cosas supersimples, porque todo lo que te produce placer es un lujo y las cosas de calidad, hechas con una intención, con una persona que se vuelca en todo el proceso, son un lujo».
Y ya en mi casa, con todas estas conversaciones revoloteando por la cabeza, me planteo que el verdadero lujo no tiene que ver con la moda, tiene que ver con tener tiempo, con las personas queridas, con viajar y hacer lo que deseas en cada momento. Me acuerdo, curiosamente, de lo que me dijo Carmen Lomana: «El lujo es el espacio, el tiempo, el silencio, vivir como uno quiere o le gusta, que no quiere decir lujosamente, sino hacerte el mundo a tu medida, para mí esas cosas son “más” lujo que un bolso de Louis Vuitton o un vestido de alta costura».
SI TU ESPÍRITU ES CLÁSICO
TE GUSTARÁN...
... y encontrarás, prendas/accesorios a tu gusto en:
• LAS FIRMAS DE LUJO: Óscar de la Renta, Valentino, Carolina Herrera, Etro, Fendi, Gucci, Prada, Louis Vuitton, Versace, Hermès, Bottega Veneta, Max Mara, Loewe, Gianfranco Ferré, Dior, Emanuel Ungaro, Proenza Schouler, Manolo Blahnik, Chanel, Saint Laurent, Marchesa, Zac Pousen, Elio Berhanyer, Pertegaz, Azzedine Alaïa, Burberry Prorsum, Gianvito Rossi, Giuseppe Zanotti, Hogan, Fay, Lorenzo Caprile, Guy Laroche, Salvatore, Stuart Weitzman, Tom Ford, Ferragamo, Coach, Tod’s, Céline, Escada, Brioni, Savile Row, Scalpers, Anderson & Sheppard, Dolce & Gabbana, Elie Saab, Alberta Ferretti, Emporio Armani, Missoni, Michael Kors, Calvin Klein, Ralph Lauren, Robert Clergerie, Ermanno Scervino, Narciso Rodríguez, Esteban Cortés, Lanvin, Boss Black, Balenciaga, Roger Vivier, Prada, Sonia Rykiel, Charlotte Olympia, Altuzarra, Trussardi, J. Mendel, María Cornejo, Jill Stuart, Emilio de la Morena, Dries van Noten, Erin Fetherston, entre otras.
Además de tiendas físicas, muchas de estas firmas ya tienen páginas web de venta online que aparecen tecleando su nombre, y/o se pueden adquirir determinados productos online a través de portales de compra como: net-a-porter; outnet.com; farfetch.com; matchesfashion.com; atelieronweb; hautelook.com; boutique1.com, shopbop.com, mytheresa.com, thecode.com, Spartoo, Zalando, entre otros, y en las webs de muchos almacenes (El Corte Inglés tiene tienda online) y/o de lujo como Bergdorf Goodman, Harrods, Neiman Marcus, Macy’s, etcétera.
• Y LAS FIRMAS INTERMEDIAS: Belstaff, Hackett, CH, Roberto Verino, Philosophy, V de Valentino, Valentino Red, Tommy Hilfiger, Polo de Ralph Lauren, Pedro del Hierro, Adolfo Domínguez, Petit Bateau, Crémieux, Lancel, Comptoir des Cotonniers, Boss, Juanjo Oliva, Miguel Palacio, Fernando Lemoniez, Roberto Torretta, Ángel Schlesser, Harmont & Blaine, Caramelo, Kookai, Easy Wear, Antonio Pernas, Boss Orange, Baruc Corazón, Giorgio Armani, Sportmax, Sandro, Maje, JNBY, Pedro García, Forte Forte, Poète, Hoss Intropia, Lacoste, CK, Tombolini, Sita Murt, Scott & Soda, , Gant, M de Missoni, Mulberry, Boss Black, Denim Supply de Ralph Lauren, Fairly, David del Río, Kling, Sergei Povarin, Alvarno, BDBA, Gant, Twenty Twelve, Armand Basi, Javier Simorra, A.P.C., Acne, CoSTOME NATIONAL, Marc by Marc, Max&Co, Moschino, Uniqueness, Vanessa Bruno, Paule Ka, Pierre Balmain, Fred Perry, Sisley, Coosy, Perry Ellis, Lebor Gabala, Hunter, Isabel Marant, Georges Rech, Josep, Margaret Howell, Paul Smith, Alïa, Pollini, The Kooples, Les Petites, Sisley, Esprit, Liu Jo, American Vintage, Tous, Jorge Acuña, Escada Sport, Bulco, Coosy, Alfredo Villalba, Monge, Guess, Naf Naf, Elogy de Juanjo Oliva, The Row, Rag & Bone, Juicy Couture, Le Tour de Force, Longchamp. Mirto, Nice Things, BCBG, Purificación García, El Ganso, Filippa K, Furla, American Retro, Gerard Darel, Silvian Heach, Ailanto, Carven, Liberty, Antik Batik, Style Butler, Ben Sherman, Gloria Ortiz, Lavand, Barbour, Theory, Vince, Tara Jarmon, Faith Connection, Stella Forest, Erdem, Masscob, Ikks, Strenesse, French Connection, Oliphant, Le Mont St Michel, Green Coast, Van Dos, Twin Set, Jota+Ge, to be adored, Closed, See by Chloé, Sister Jane, Joe Fresh, Claude Pierlot, BA&SH, Uke Forever, Sonia by Sonia Rykiel, Athé, Paul & Joe Sister, CNC, Supertrash, Zoe Tees, Pepa Loves, Raasta, La Condesa Conde, Ese o Ese, entre otras.
Muchas de estas firmas tienen portales de venta online o se pueden encontrar en portales como los mencionados anteriormente y, cómo no, en thecorner.com (en castellano), yoox.com, modcloth.com, peonylane.com theoutnet.es. Además, existen numerosas aplicaciones que facilitan tus adquisiciones (que se verán en capítulos posteriores) y, por supuesto, en tiendas convencionales consultando sus puntos de venta.
• Y LAS ASEQUIBLES: Zara, H&M, Topshop, Asos.com/es, Benetton, Uterqüe, Mango Touch, Bimba & Lola, Gap, Uniqlo, American Apparel, U de Adolfo Domínguez, COS, Kling, Pull & Bear, Hakei, Escorpion, Massimo Dutti, Milano, Sfera, Pinko, Primark, Blanco, Pinkie, Nolita, Bershka, Springfield, C&A, Cortefiel, El Corte Inglés, Lefties, Promod, Miss Selfridge, Pedro del Hierro, Piperline, Dorothy Perkins, entre otras.
La mayoría de ellas también se pueden adquirir online.
NO OLVIDES...
• NO CONSUMAS EN VANO. Quien tiene estilo compra bien y lo integra, no compra por comprar, sino poco y bien. El pingo tiene su momento, pero si vas a comprar una prenda de más entidad, tiene que ser buena y estar bien hecha.
• NO OLVIDARÁS LA TRADICIÓN Y UNOS MÍNIMOS CONOCIMIENTOS DE MODA. El patronaje, la confección de la prenda, los tejidos y saber cómo conservarlas son elementos a tener en cuenta para apreciar la moda.
• NO LLEVARÁS EL LOGO POR FUERA, Y SERÁS DISCRETO/A. Ser un hombre o mujer anuncio está muy pasado; alguien con estilo no tiene necesidad de demostrar nada. La discreción es un valor en alza.
• NO SERÁS UNA FASHION VICTIM Y ADAPTARÁS LAS TENDENCIAS. La naturalidad es muy importante en moda y no hay que pretender aparentar algo que no se es, sino adaptar la moda y las tendencias a la personalidad, cambiar de diseñadores y firmas manteniendo tu estilo por encima de todo.
• MATIZARÁS, DOSIFICARÁS Y ADMINISTRARÁS. Ante la tentación de epatar por epatar y no renunciar a nada (pelazo, maquillaje, bolsazo, taconazo, etcétera), equilibra y matiza tu look para hacerlo más actual y natural.
• NO COPIARÁS. Ni a personas (a la gente con estilo la copian los demás) ni cosas (llevar copias y plagios es una falta de estilo).
• MEZCLARÁS CON ACIERTO. El estilismo existe e individualiza tu look. Los trajes se desestructuran y se mezclan texturas, estampados y tejidos. Y con los accesorios se actualizan y refrescan las prendas.
• NO SEGUIRÁS A LAS CELEBRIDADES A CIEGAS. En vez de volverte una fan fatal de muchas de ellas, ¡conviértete en tu mayor fan!
• SEGUIRÁS EL PROTOCOLO, AL MENOS CUANDO LO EXIJAN. Respetarás las longitudes de los vestidos y los dress code de los eventos o fiestas que lo exijan.
• CONSUMIRÁS CON INTELIGENCIA Y PLACER. El estilo es una ecuación entre la naturalidad, el interés y el criterio. Algo que hacer para ti y por placer.
• Si no te puedes permitir un traje de alta costura, no te quedes con las ganas y hazte uno a medida.