OPCIONES:
1) Nada. Su caballo no se llamaba Hecatombe.
2) Mucho. ¡Donde su caballo pisaba no volvía a crecer la hierba!
3) Bastante. El nombre de su caballo tenía que ver con la palabra ‘hecatombe’.
4) El caballo de Alejandro se murió, lo que fue para él una auténtica hecatombe.
Preguntas y respuestas:
Autor (A): Cuenta la leyenda que el rey Filipo II de Macedonia compró un caballo tan indómito que ningún picador real conseguía domarlo. Pero su hijo, el joven Alejandro, con sólo trece años, se dio cuenta de una cosa: ¡el bravo caballo tenía miedo de su propia sombra! Entonces lo puso de cara al sol y, al desaparecer la sombra, saltó sobre él y logró domarlo. En adelante, sólo él lo podría montar.
Lector (L): Muy ingenioso.
A.: Y dice el historiador griego Plutarco que Filipo le aconsejó: «Hijo mío, busca un reino adecuado a tus fuerzas; Macedonia es demasiado pequeña para ti».
L.: Y, en sólo trece años de reinado, Alejandro conquistó un imperio que se extendía por tres continentes: Europa, Asia y África. Era tan grande que el joven pasaría a la historia como Alejandro Magno.
A.: Bueno, en griego se llamaría... Megas Aléxandros, ¿no? Por dos razones: 1) en griego, megas significa ‘grande’, tal como vemos en nuestras palabras megalomanía (‘manía de grandeza’, como la que tenía Alejandro), megalito (monumento construido con ‘piedras grandes’) o megáfono (el instrumento que usamos en las manifestaciones para ‘amplificar la voz’); y 2) Aléxandros era el ‘defensor del hombre’, pues Alejandro se compone de otras dos palabras griegas: alexein (‘proteger’, ‘defender’) y andrós (que es ‘hombre’, ‘varón’, excepto en los seres andróginos, que son a la vez ‘hombre’ y ‘mujer’).
L.: ¿Y por qué dice que Alejandro era megalómano?
A.: Pues porque hizo circular una leyenda según la cual era hijo del mismo Zeus.
L.: O sea, que su madre Olimpia (derivado del monte Olimpo, donde moraban los dioses) no lo concibió con Filipo, sino con el dios de los dioses.
A.: Cuenta Plutarco que, cuando Alejandro conquistó Egipto a los persas, visitó el oráculo del dios Zeus Amón, en el oasis de Siwa. Y el oráculo, que a pesar de serlo no hablaba bien griego, «deseando ser amable con Alejandro, le habló en griego y, tratando de decirle ‘hijo mío’ (paidíon), pronunció incorrectamente ‘hijo de Zeus’ (pai Díos [que es el genitivo de Zeus]). Y Alejandro aceptó con júbilo el error, difundiéndose la noticia de que el dios le había llamado ‘hijo de Zeus’».
L.: Vale, de acuerdo, él se llamaba Megas Aléxandros. Y era megalómano. Pero ¿cómo se llamaba el caballo, que no me acuerdo? Desde luego, no se llamaba Hecatombe, como dice la opción 1.
A.: Pues el caballo tenía una frente tan ancha que Alejandro le puso Bucéfalo, nombre que se compone de dos palabras griegas: bous (‘buey’, ‘toro’, ‘vaca’) y kephalé (‘cabeza’), o sea, ‘cabeza de buey’.
L.: ¡Ah, sí, ya me acuerdo, Bucéfalo! Era muy “cabezota”.
A.: Y vivió casi tanto como el propio Alejandro: el caballo murió muy longevo, a los treinta años, y Alejandro muy joven, a los treinta y dos. Bucéfalo murió en la batalla del río Hidaspes, en los confines del mundo civilizado (la oikoumene o ‘tierra habitada’, de donde viene lo de ecuménico): en lo que hoy es Pakistán. Fue en el año -326. Y Alejandro sintió tanto dolor que fundó una ciudad junto a su tumba, a la que llamó Alejandría Bucéfala: Alejandría, por su propio nombre, y Bucéfala, por el de su caballo.
L.: Pues yo he encontrado ese apodo en español como nombre común, no como nombre propio. El Diccionario de la RAE dice que, coloquialmente, un bucéfalo es un «hombre rudo, estúpido, incapaz».
A.: ¡Qué insulto! Eso sería antes de que lo domase Alejandro. Luego fue un caballo tan magnífico que Alejandro Magno nunca se separó de él. Pero el ‘hijo de Zeus’ habría resuelto este tema tan tajantemente como solucionó el del nudo gordiano.
L.: ¿De dónde viene esa expresión?
A.: Pues se cuenta que Gordio, un rey de Frigia, había unido el yugo a la lanza de su carro con un nudo tan inextricable que nadie lograba desatarlo. ¡Y un antiguo oráculo había prometido el dominio de toda Asia a quien consiguiese hacerlo! (Véase Figura 2.1).
L.: ¿Y cómo lo resolvió Alejandro?
A.: Pues con un tajo de su espada. «Tanto monta cortar como desatar», dirá don Quijote condensando al historiador romano Quinto Curcio Rufo, quien lo cuenta así: «Tras algunos intentos con los inextricables nudos, Alejandro dijo: “No importa de qué modo se desaten”. Y, cortando las correas con la espada, cumplió la predicción del oráculo o se burló de él». O sea, dominó toda Asia.
L.: Bueno, ya comprendo lo de la segunda palabra que compone el nombre de Bucéfalo: de kephalé (‘cabeza’). A menudo sufro cefalea (‘dolor de cabeza’); menos mal que no tengo hidrocefalia (excesivo ‘líquido en la cabeza’) en el encéfalo (la masa cerebral que tenemos ‘en la cabeza’). Pero ¿y la primera de aquellas dos palabras? Ha dicho que, en griego, bous significa ‘buey’, ‘toro’, ‘vaca’. ¿Me lo puede explicar?
A.: ¡Pues vamos a ello! ‘Buey’ es una palabra muy fructífera, que ha originado muchas otras. Ya en griego, la diosa Hera era boopis; es decir, la esposa de Zeus y reina de todos los dioses tenía ‘ojos bovinos’ (bous, ‘buey’ + opsis, ‘ojo’ = ‘ojo de buey’).
L.: ¡Qué ‘ojazos’ más grandes debía de tener! Casi tanto como los de Europa, que, según ha escrito usted ya, podría significar la ‘ojazos’, la de ‘anchos’ (del griego eurýs, ‘ancho’) ‘ojos’ (del griego ops, otra palabra que significa ‘ojo’, como en ‘óptica’).

Figura 2.1: En la batalla del río Issos (-333), Alejandro Magno derrotó a las tropas del rey persa Darío III, varias veces mayores. En este mosaico (Museo Arqueológico Nacional de Nápoles) se le ve sobre su caballo Bucéfalo, el de ‘cabeza de buey’.
A.: Y en el cielo griego brillaba una constelación llamada Bootes. O sea, la actual constelación del Boyero, pues un boyero es un ‘pastor que apacienta o guía los bueyes’ (por ese mismo bous, ‘buey’).
L.: Sí, el que cuida de la boyada o ‘manada de bueyes’.
A.: Gracias por recordármelo. Y que por las noches los guarda en la boyera, el ‘corral o establo donde se recogen los bueyes’.
L.: Que no hay que confundir con la bollera (forma despectiva vulgar de decir ‘lesbiana’, según el DRAE), que tiene que ver con los ‘bollos’, no con los ‘bueyes’. Aunque supongo que también debía de haber alguna boyera que fuese bollera, ¿por qué no?
A.: Bueno, en realidad, en griego la boyada se llamaba boukolion o ‘manada de bueyes’. Por eso el boukolos era el ‘boyero’ y boukolikós lo ‘relativo o perteneciente a los bueyes’. Y de ahí deriva nuestro bucólico, como ocurre, por ejemplo, en la ‘poesía bucólica’.
L.: Sí, la de los idilios y las poesías pastoriles. La ‘poesía bucólica’ que estudiábamos en clase de Literatura, que imitaba el dulce lamentar de los pastores:
«Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento, el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
¡Ay, cuánto me engañaba!».
A.: ¡Precioso, Garcilaso! Una serie de poetas clásicos (de Grecia y Roma) habían creado un nuevo género literario: con idilios entre ‘pastores de bueyes’, en prados paradisiacos, ‘bucólicos’, junto a fuentes primorosas; tenían un lenguaje imposible, con lamentos amorosos de ‘boyeras’ y pastores. Y a ese nuevo género literario se le llamó “poesía bucólica”, pues el verbo boukoleo significaba ‘apacentar bueyes’.
L.: ¿Quiénes eran esos «poetas clásicos» a los que alude?
A.: Entre esos clásicos destacan: a) en Grecia, Teócrito, en su obra Idilios: es el creador de ese género pastoril que es la poesía bucólica (de ahí proceden nuestros idilios), y b) en Roma sobresale Virgilio, mi tocayo, que (además de la Eneida y las Geórgicas) escribió las Bucólicas, consagrando así para siempre ese término. Y luego vendrían muchos imitadores, como nuestro Garcilaso.
L.: Pero, con tanta poesía bucólica, aún no me ha explicado la pregunta que le hacía antes: ¿cómo es que, en griego, bous significa ‘buey’, ‘toro’ y ‘vaca’? ¿Todo eso?
A.: Sí, claro, es que los tres son la misma especie, el mismo animal: el ‘toro’ es el macho entero, el ‘buey’ el macho castrado y la ‘vaca’ la mujer del primero (lo de “mujer”... para entendernos). No va a decir usted que a) el hombre entero, b) un castrato y c) una mujer son especies diferentes, ¿no? ¡Pues eso!
L.: Así que, aunque se prohíban las corridas de toros, no peligra la especie. ¿Verdad? Y también se podrían prohibir los correbous catalanes (donde se ‘corren toros’ por las calles y plazas).
A.: ¡Evidente! Podemos decir que, taxonómicamente, esta especie es el Bos taurus: la palabra latina bos equivale a la griega bous y da la española buey; y del latín taurus procede nuestra palabra toro. Y tauromaquia sería el supuesto “arte” de ‘lidiar toros’ (en griego, makhe = ‘batalla’).
L.: ¿Y lo de las vacunas? Algo tendrán que ver con las vacas, ¿no?
A.: Sí, claro. Si un virus, el Variola virus, provoca las pústulas (en latín, varus) típicas de la viruela (del bajo latín variola), la vaca (en latín, vacca) que contagió ligeramente con sus ubres a una vaquera inglesa del siglo XVIII le dio al médico inglés Edward Jenner la idea de crear la primera vacuna, la vacuna contra la viruela. Por cierto, tuve el honor de asistir en Ginebra, en 1980, a la proclamación oficial por la OMS, por primera vez en la historia de la Humanidad, de la “muerte” de una enfermedad: la “muerte” de la viruela, gracias al uso sistemático programado de esas vacunas. ¡Emocionante!
L.: ¿Y lo de ‘bóvido’ y ‘bovino’?

Figura 2.2: Las leyes de Gortina (sur de Creta) fueron inscritas hace 2.500 años en bustrófedon, un tipo de escritura en el que una línea se lee de izquierda a derecha, la siguiente al revés... y así sucesivamente, igual que los ‘bueyes’ (bous) cuando ‘dan la vuelta’ (strephein) al arar la tierra. Y bous más strephein daría bustrófedon.
A.: Sí, se lo explico. El toro-buey-vaca es una especie que pertenece a la familia de los bóvidos (con el latín bos, bovis, que, como ya sabemos, significa ‘buey’, y con el griego eidos, ‘forma’, se compone la palabra española ‘bóvido’; así: bovis + eidos = la familia que los biólogos llaman hoy en latín Bovidae). Y dentro de esa familia de los bóvidos está incluida la subfamilia de los bovinos (en latín, Bovinae). Por ejemplo, los antílopes y las cabras pertenecen a la familia de los bóvidos pero no a la subfamilia de los bovinos, a la que, en cambio, sí pertenece esa especie única que es el toro-buey-vaca, así como el búfalo africano y el búbalo asiático.
L.: Antes ha dicho que ‘buey’ es una palabra muy “fructífera”, que ha originado muchas otras. Hemos visto ya ocho: el ‘boyero’, la ‘boyada’ y la ‘boyera’, el ‘paisaje bucólico’ o la ‘poesía bucólica’, los ‘búfalos’ y los ‘búbalos’, los ‘bóvidos’ y los ‘bovinos’. ¡Uf! ¿Qué más palabras ha originado? ¿Hay alguna más?
A.: Pues mire, le diré tres nombres propios que vienen de esa misma raíz: uno en italiano, otro en latín y otro en griego (remontándonos desde el presente hacia atrás).
Comencemos por el italiano: el Bu-centauro. Era la nave principal en Venecia: la galera oficial del dux de la República de Venecia. La habrá visto pintada en numerosos cuadros del siglo XVIII. Y cada año, en los canales. El nombre se creó sobre el latín medieval bucentaurus, uniendo dos palabras griegas clásicas: bous, que ya la conocemos (‘buey’), y kéntauros (‘centauro’, como en la mítica película Centauros del desierto). O sea, los venecianos se inventaron un animal fantástico (el bu-centauro), mitad ‘buey’ y mitad ‘centauro’, el cual, a su vez, era otro animal no menos fantástico, el centauro, mitad hombre y mitad caballo.
L.: ¿Y la palabra latina y la griega que nos anunció que venían del ‘buey’?
A.: Sí, hemos visto una en italiano; veamos ahora una en latín: en Roma había un Forum Boarium. ¿Qué se vendería en ese ‘foro’ o mercado? Pues, aunque no lo conociésemos, sabiendo etimologías lo podríamos deducir: en el Foro Boario de Roma se vendían... ‘bueyes’, evidentemente. También el latín bos venía del griego bous, ‘buey’.
L.: ¿Y en griego?
A.: Pues, finalmente, veamos una en griego: el Bósforo o “estrecho de Estambul”. Es el estrecho que separa Europa de Asia, en Turquía, y que une el mar de Mármara con el mar Negro. Nunca se habrá planteado usted qué significa, pero ya lo tiene más fácil: a) ese Bós- viene del griego bous, ‘buey’ (claro, allí se hablaba griego); y b) poros, en griego, significa ‘camino’, ‘paso’; una a-poría es un problema que ‘no tiene salida’. Así que Bósforo significa ‘el camino del buey’; bueno, en este caso, ‘de la vaca’.
L.: Pero ¿no había dicho que el buey y la vaca son animales de la misma especie?
A.: Sí, claro, pero en este caso... Por ese estrecho fue por el que pasó la vaca Ío entre Asia y Europa. Ío era una joven griega tan bella que hasta el dios Zeus se enamoró de ella; pero Zeus, temiendo que la matase su celosa esposa Hera (recuerde: la de ‘ojos bovinos’), convirtió a Ío en una bella ternera (bous) blanca... que así pudo huir de la diosa Hera... por el Bósforo. Por eso el Bósforo (bous, ‘ternera’, más poros, ‘camino’) es ‘el camino de la ternera’.
L.: ¡Qué bonito! Estamos aprendiendo italiano, latín, griego... Y sobre todo español, claro. Pero las tres palabras que me ha dicho son nombres propios... ¿Algún nombre común que venga de ese bous tan fructífero?
A.: Sí, uno muy interesante: la palabra bustrófedon. ¡No se asuste, se la explico! Sale hasta en la película Atlántida de Disney, que es para niños.
Según las culturas, la escritura se dirige de izquierda a derecha (como nosotros), de derecha a izquierda (como los árabes y los judíos), de arriba abajo (como chinos y japoneses)... y hasta una línea en un sentido y la siguiente en el otro (como los griegos al principio, hace más de dos mil quinientos años). Bueno, pues ésa es la escritura en ‘bustrófedon’. (Véase Figura 2.2).
L.: Y la etimología ya casi la puedo averiguar yo solito: del griego bous, ‘buey’, y...

Figura 2.3: Nuestra palabra hecatombe designaba originariamente un sacrificio de ‘cien’ (hekatón) ‘bueyes’ (bous), como el que se representa en esta cerámica griega. Y luego pasaría a referirse a cualquier sacrificio de grandes proporciones. Los griegos tenían un mes que se llamaba hekatombeón, en el que se hacían esos sacrificios.
A.: ... y del griego strephein, ‘dar la vuelta’, más el sufijo -don, ‘a la manera de’. O sea, ‘a la manera de los bueyes cuando dan la vuelta’ al arar, cuando van arando en zigzag: un surco en un sentido, y el siguiente, en el otro. Por eso se llamaba así a un tipo de escritura que se usaba en Grecia al principio: un renglón, de izquierda a derecha; el siguiente, de derecha a izquierda; y así sucesivamente.
L.: ¡Muy interesante!
A.: Y, por eso, hoy llamamos así a un tipo de frases apasionantes, que se leen igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Le pongo un ejemplo fácil:
AMOR A ROMA
Se lee igual empezando por el principio que empezando por el final.
L.: ¿A ver? «Amor a Roma» y, por el final, «Amor a Roma». Sí, igual. Dígame algún ejemplo más.
A.: Yo los colecciono: tengo docenas. Le diré sólo dos más:
a) uno muy conocido por los aficionados:
DÁBALE ARROZ A LA ZORRA EL ABAD.
b) Y uno menos conocido:
LA RUTA NOS APORTÓ OTRO PASO NATURAL.
Pruebe a leerlos y lo verá. Los dos son bustrófedon. Este tema nos daría para un capítulo completo.
L.: Por favor, remate el tema del ‘buey’ con un “broche de oro”.
A.: Pues podríamos terminar con la palabra buzo. Tanto la Academia como Corominas coinciden en la etimología: viene del portugués búzio, ‘caracol’, que, a su vez, procede del latín bucina, que sería la bocina o ‘cuerno del boyero’.
L.: Todo coincide: ‘buzo’, ‘bocina’, ‘boyero’... Pero ¿por qué dice «podríamos terminar»?
A.: Pues porque hay otro “broche de oro” que me gusta más. ¿Ha pensado en el origen de la palabra ‘bulimia’?
L.: Sí, la bulimia es el desorden alimentario opuesto a la ‘anorexia’. ¿Y etimológicamente?
A.: Pues ambas son neologismos médicos que proceden del griego. Si, en griego, órexis significa ‘apetito’, ‘hambre’, entonces anorexía (palabra formada por ese órexis, más la a- privativa delante) será la anorexia o ‘inapetencia’, la ‘falta de hambre’.
L.: ¿Y la bulimia? ¡No tendrá que ver con el ‘bu-’ de este capítulo!
A.: ¡Claro que tiene que ver! Recuerde el bous griego... y compóngalo con el sustantivo limós, ‘hambre’, ‘ansia’. Y le dará el verbo griego boulimiao, que significaba ‘tener un hambre de buey’, ‘sufrir un hambre devoradora’. Un hambre canina pero todavía más grande que el ‘hambre de un can’: ¡el hambre de un buey hambriento!
L.: ¿Y nuestra expresión ‘bulimia nerviosa’? ¿Es antigua?
A.: No, muy reciente. La acuñó, a partir del griego, un psiquiatra inglés hace apenas cuarenta años: en 1977.
L.: Bueno, me ha hablado mucho del caballo de Alejandro Magno, Bucéfalo, y me ha explicado unas quince palabras derivadas del bous griego. Pero aún no me ha resuelto la pregunta inicial de este capítulo: ¿qué tiene que ver el caballo de Alejandro Magno con una hecatombe? ¡Vaya enigma!
A.: No, no es ningún enigma. Lo puede resolver si se fija en el final de esa palabra: hecatom-be.
L.: ¡No me diga que ese ‘-be’ tiene que ver con nuestro ‘buey’!
A.: ¡Claro, lo acertó! Una hecatombe era una ‘cienbueyada’, como genialmente traduce Agustín García Calvo la palabra griega hekatombe, el sacrificio ritual de ‘cien bueyes’. Se compone de hekatón, ‘cien’ (cuya contracción podemos rastrear en varias palabras: hectómetro, ‘cien metros’; hectolitro, ‘cien litros’; hectogramo, ‘cien gramos’; hectárea, ‘cien áreas’) y nuestra ya amiga bous, ‘buey’. Hekatón más bous acabó dando hekatombe, una verdadera ‘hecatombe’, pues eran ‘cien bueyes’. (Véase Figura 2.3).
L.: Y el sacrificio de cien bueyes debía de ser tan espectacular que luego se aplicó la palabra ‘hecatombe’ a toda ‘mortandad grande de personas’. Con lo que ya sabemos la solución.