2

EL ARCA DE LA ALIANZA

Dile a Aarón, tu hermano, que no entre en todo momento al Santuario que está dentro del velo, ante el propiciatorio que cubre el Arca, pues puede morir: ya que apareceré sobre el Oráculo dentro de la nube.

LEVÍTICO.

CAPÍTULO XVI, VERSÍCULO 2

Cuando llegaron a la era de Nacón, Uzá extendió su mano hacia el Arca de Dios y la sostuvo, porque los bueyes habían resbalado. Entonces la ira del Señor se encendió contra Uzá, y Dios lo hirió allí mismo por ese error. Así él murió junto al Arca de Dios.

LIBRO 2 DE SAMUEL,

CAPÍTULO 6, VERSÍCULOS 6 Y 7

En el año 2013, el medio noticiacristiana.com se hizo eco de esta noticia, a la que, dicho sea de paso, pocos prestaron atención:

En un extenso informe elaborado por el diario británico The Telegraph, el Rabino Chaim Richman –uno de los más influyentes en la actualidad debido a su proyecto de reconstrucción del Tercer Templo– reveló algunos de sus secretos. En una de las salas donde se almacenan las partes principales del nuevo Templo, descansa el Arca del Pacto o Arca de la Alianza.

«¿Ésta no es la verdadera arca perdida?», dice el periodista. «Ella está oculta a un kilómetro de aquí, en cámaras subterráneas, cavadas en los días de Salomón.»

Según Richman: «Es cierto. Los judíos tienen una cadena ininterrumpida de información grabada y transmitida de generación en generación, lo que indica su posición exacta. Hay una gran fascinación por el descubrimiento del arca perdida, mas ninguno pregunta a los judíos. Sabemos dónde ha estado durante miles de años. Podríamos cavar en la cima del Monte del Templo –Moriah–, pero esta zona está siendo controlada por los musulmanes».

Richman, de cincuenta y cuatro años de edad, es responsable del Instituto del Templo, una organización que ha hecho todos los preparativos para la reconstrucción del Tercer Templo, incluyendo las partes que siguen las pautas de la Biblia y la formación de los sacerdotes que servirán allí día y noche. Para muchos, Richman sería hoy el candidato más fuerte, el sumo sacerdote que retomará la tradición que comenzó con Aarón, hermano de Moisés.

[…] Otro motivo de orgullo para el Instituto del Templo, es que todos los utensilios sagrados ya están listos. Al igual que las vestiduras del sumo sacerdote, de acuerdo con la tradición de los levitas, están preparadas e incluyen piezas de oro y pectoral con 12 piedras preciosas. También hay trompetas y arpas de plata, bandejas de madera para recoger la sangre de los sacrificios, un incensario y una mesa para el pan ritual. Fuera se encuentra un candelabro cuidadosamente esculpido con 90 kilos de oro y un peso de 1,5 toneladas. Su costo fue de 1.893.785 dólares. Richman dice que han gastado más de 30 millones de dólares hasta la fecha. […] Por la ubicación del Arca del Pacto o Arca de la Alianza, Shimon Gibson, arqueólogo renombrado del Instituto Albright en Israel, sostiene que el Arca fue destruida en el año 587 a. C., cuando los babilonios saquearon Jerusalén y tomaron todo el oro que había en el templo, fundiendo todos los utensilios.

Otros estudiosos creen que fue llevada a África. Una vieja reivindicación de los cristianos ortodoxos de Etiopía afirma que han sido los guardianes del Arca durante siglos. Hasta hoy se encuentra en la ciudad de Aksum, conocida como la «Capilla de las Tablas de la Ley».

Pintura de Juan Montero de Rojas, El paso del río Jordán con el Arca de la Alianza, llevada a hombros por los sacerdotes y sostenida por las varillas de madera de acacia.

Más adelante atenderemos a aquellos que con mayor o menor acierto han buscado en lugares donde, incluso, lo más normal era provocar un conflicto diplomático, cuando no una guerra. De momento quedémonos con las declaraciones de este señor, que asegura que está perfectamente localizada y puesta a buen recaudo, esperando a que las puertas del Tercer Templo se abran de nuevo…

¿Qué es el Arca de la Alianza?

He estado en Jerusalén en dos ocasiones. Y es una ciudad que conmueve. Con más de siete milenios de antigüedad, sus empedrados son el recuerdo de un tiempo que en realidad transcurrió dos metros bajo el nivel actual del suelo, y aun así rezuma esa historia que sólo en lugares como éste, único sin duda, se puede paladear.

Recorrí el laberinto de callejas, atravesando galerías bajo las viejas casas, pasando cada dos por tres por detectores de metales ante la atenta mirada de los militares israelíes. Mi objetivo era llegar al Muro de las Lamentaciones, y una vez allí acceder al túnel de los Asmoneos, lo poquito que queda del segundo templo. Y aquí, da igual que se crea o no, da igual la religión que profeses, algo en tu interior te dice que éste no es un enclave normal. Porque sobre estas piedras desgastadas y cargadas de sufrimiento se cimentaron las tres religiones monoteístas más importantes de todo el planeta: judaísmo, cristianismo e islamismo. Algo tendrá el agua cuando la bendicen…

De aquí, veremos en el capítulo siguiente, salieron los objetos sagrados cuando en el 70 d. C. al emperador Tito le dio por llegar hasta tierras hierosolimitanas, y no sólo mató, sino que además saqueó. Y tras aquel saqueo llevó consigo la mesa de los panes del templo –más conocida como Mesa de Salomón–, la Menorah –o candelabro de siete brazos– y el Arca de la Alianza. Ahora bien, ¿quedó alguna prueba, algún vestigio de que las legiones romanas se llevaron dichos objetos? En ocasiones es importante leer la piedra, porque como ya he dicho en otras ocasiones, ésta no deja de ser un testamento a contemplar, donde el hombre del pasado dejó escrito algún que otro secreto… Por eso mi siguiente parada fue Roma. Allí, muy cerca del gran circo, se alza, como una puerta milenaria a través de la cual se accede a la ciudad antigua, el Arco de las Siete Luminarias. Y ya se sabe que el romano levantaba arcos para conmemorar sus triunfos. Pues bien, en éste, a media altura, se puede apreciar una caterva de alterados soldados que llevan, claramente, el candelabro judío, y unos centímetros más adelante otros que portan un gran arcón. Éste es el arco que Tito ordenó levantar tras la conquista de Jerusalén, y éstos son los objetos que se llevaron del templo. Por tanto, si está representada el Arca de la Alianza allí, habrá que concluir que eso es porque el Arca de la Alianza existió…

Arco de las Siete Luminarias de Roma, erigido para conmemorar la victoria del emperador Tito en Jerusalén y el posterior saqueo del Templo, en el 70 d. J.C.

Detalle en el arco de las Siete Luminarias de las legiones romanas llevando a cuestas la Menorah y un cajón que muchos han identificado con el Arca.

Y si aceptamos dicha propuesta, ¿cuál sería su función? De momento veamos lo que al respecto nos dicen las Sagradas Escrituras, concretamente en Éxodo 25, 10-22, porque ésta es palabra de Dios:

Haz un arca de madera de acacia, que mida un metro y diez centímetros de largo, sesenta y cinco centímetros de ancho, y sesenta y cinco centímetros de alto. Recúbrela de oro puro por dentro y por fuera, y ponle un ribete de oro alrededor. Hazle también cuatro argollas de oro, y pónselas en las cuatro patas, dos de un lado y dos del otro. Haz también travesaños de madera de acacia, recúbrelos de oro, y pásalos a través de las argollas que están a los costados del arca, para que pueda ser levantada con ellos, y ya no vuelvas a quitarlos; déjalos ahí, en las argollas del arca, y coloca en el arca la ley que te voy a dar. Haz una tapa de oro puro, que mida un metro y diez centímetros de largo por sesenta y cinco centímetros de ancho con dos seres alados de oro labrado a martillo en los dos extremos. La tapa y los seres alados deben ser de una sola pieza; uno de ellos estará en un extremo de la tapa y el otro en el otro extremo, el uno frente al otro, pero con la cara hacia la tapa, y sus alas deben quedar extendidas por encima de la tapa cubriéndola con ellas. Coloca después la tapa sobre el arca, y pon dentro del arca la ley que te voy a dar. Allí me encontraré contigo y, desde lo alto de la tapa, de entre los dos seres alados que están sobre el arca de la alianza, te haré saber todas mis órdenes para los israelitas.

El receptor de estas palabras es Besalel, uno de los miembros de la tribu de Judá, a quien el mismo Dios encargó no sólo la construcción del Arca, sino también del Tabernáculo, porque al parecer, dice el Éxodo 35, 32-33, era un hombre preparado «para concebir y realizar proyectos en oro, plata y bronce, para labrar piedras de engaste, tallar la madera y ejecutar cualquier otra labor de artesanía».

Es evidente que un objeto que ha sido construido siguiendo las instrucciones de Dios, que supuestamente poseía tal poder que su energía destruía ejércitos, o que incluso era capaz de cambiar el curso de los ríos, no es un objeto cualquiera. Por eso son muchos los que han planteado, no sin ciertas licencias, que se trataría de algo así como una especie de arma nuclear del pasado.

Pero hay más: el físico Maurice Denis-Papin, en 1948, dejó clara su idea de que se trataba de una especie de condensador «capaz de producir descargas de hasta setecientos voltios». Otros, como el siempre polémico suizo Erich von Däniken, sugirieron que se trataba de algo así como un sistema de radio que utilizó Moisés para contactar con la divinidad. Sea como fuere, lo que está claro es que poseía materiales conductores, como el oro, y aislantes, como la madera de acacia. Es decir, algo similar a un condensador.

Hecha esta apreciación, es evidente que Arca y Moisés van de la mano, configurando la reliquia más sagrada del pueblo hebreo; y también la más poderosa. Y es que éste era tan descomunal que sólo podía ser manipulada por los levís, que a su vez eran los encargados de manejar los efod, una suerte de «máquinas adivinatorias».

Pues bien, asegura mi amigo el escritor José Ignacio Carmona que, si bien es cierto que en su interior se contenían las «Tablas de la Ley, maná, y el báculo de Aarón […] algunas fuentes hablan de que lo que habría en el interior del Arca pudieran ser dos meteoritos [...]. De lo que no hay duda es de que el Arca servía frecuentemente como oráculo y daba consejos cruciales para la supervivencia de los israelitas a la manera de las estatuas parlantes de los egipcios, y a tenor de las fuentes, muy posiblemente atendiendo a las antiguas técnicas rituales teúrgicas heredadas de éstos. [...] Pero definitivamente su función como oráculo está debidamente acreditada en pasajes como los que se mencionar en Números 10-33, cuando el Arca elige la ruta que los hijos de Israel deben tomar».

Otra parte muy interesante de su relato es la que advierte de las precauciones que se debían tomar cuando el Arca estaba presente, «pues al parecer su proximidad provocaba ciertas enfermedades no aclaradas, llegándose a la muerte, como en el caso de los dos hijos de Aarón, Nadab y Abiú. [...] Según las Escrituras, del Arca “saltó una llama que los devoró”. [...] Sorprendentemente, algunas fuentes talmúdicas describen el material del que estarían fabricadas las Tablas del interior del Arca, aludiendo a dos piedras transparentes y maleables pero parecidas al zafiro de seis palmos de largo por seis de ancho, lo que ha excitado la imaginación de que se tratara tal vez de una fuente de alimentación. [...] También se nos dice que de entre los dos querubines salían dos chispas que eran como “llamas abrasadoras”, que en ocasiones quemaban y destruían algunos objetos cercanos, lo que ha llevado a pensar en un mecanismo galvanizador. La propia Arca era cubierta con una capa aislante consistente en dos capas de tela y una de cuero, y cabe recordar que el oro con que se recubría es de por sí un metal noble no reactivo químicamente y excepcionalmente denso».

Así pues, si realmente tenía esas cualidades destructoras, no es extraño que dicho objeto fuera llevado al frente de batalla, al punto de que cuando al fin era ubicado en el lugar oportuno, el jefe de los ejércitos levíticos advertía a los suyos que mantuviesen una oportuna distancia de aproximadamente dos mil codos entre ellos, para evitar sufrir daños a consecuencia del Arca.

A este respecto, el citado Carmona afirma que «su uso como máquina de guerra es tema de controversia y el mismo Charpentier, gran especialista en el Temple, nos cuenta como Hugo de Payns y los ocho primeros caballeros templarios encontraron el Arca y ésta fue llevada a Europa, esgrimiendo como prueba el relieve esculpido en el pórtico de los Iniciados de la catedral de Chartres, en el cual se representa un cofre sobre dos ruedas trasportado por un hombre atravesando un campo de cadáveres. Lo que según él y muchos otros tras él, pudiera ser la escenificación de una batalla ocurrida en Jerusalén entre árabes y templarios, donde estos últimos habrían utilizado el Arca como arma. Sin embargo, otros especialistas, como el erudito ocultista JosephAlexandre Saint-Yves, marqués de Alveydre, en su tratado La Teogonía de los Patriarcas, abundan en la hipótesis de que el Arca fue construida siguiendo el modelo de las naos de los santuarios egipcios, y se trataría de una máquina de contacto. [...] Alveydre nos recuerda cómo Yahvé hablaba a Moisés a través de un misterioso fuego, y cómo cuando éste salía de hablar con Dios se podía ver que su rostro desprendía rayos de luz».

Así pues, sea máquina de guerra que destruía poderosos ejércitos o medio para contactar con la divinidad, ya hay quien advierte que los templarios anduvieron con ella, e incluso puede que desplegaran su poder, hasta que en su huida de Tierra Santa se la trajeron para Europa. Evidentemente, un artefacto de estas características, de ser real, resultaba muy interesante.

Ahora sólo faltan los nazis…

Operación «Trompetas de Jericó»

Si a estas alturas les digo que antes de que, diera comienzo la segunda guerra mundial, un destacamento perteneciente a la Sociedad Ahnenerbe, de la que hablaré en unas líneas, pero que está considerada como una especie de división ocultista dentro de las SS de Heinrich Himmler, anduvo por Toledo, recopilando entre la comunidad judía de la ciudad imperial datos acerca de la localización del Arca de la Alianza, y que dichas pistas los condujeron hasta Madrid, concretamente al Museo Arqueológico, donde estaban convencidos de que se hallaba oculta entre varias piezas egipcias, seguro que no les extraña.

La obsesión por el poder, el poder eterno, era tal que se puede decir que la Studiengesellschaft für Geistesurgeschichte, Deutsches Ahnenerbe, la misteriosa «Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana», fue fundada en Berlín el 1 de enero de 1935, precisamente para cuestiones como ésta.

Tal y como refleja el investigador Pedro María Fernández en un interesante artículo en Misterios del Hombre y del Universo, los objetivos de este colectivo eran «fundamentalmente tres: investigar el alcance territorial y el espíritu de la raza germánica, rescatar y restituir las tradiciones alemanas, y difundir la cultura tradicional alemana entre la población». En suma, lograr los argumentos suficientes para concluir que la raza aria era única, y de este modo justificar la terrible limpieza étnica que estaban a punto de poner en marcha.

No mucho tiempo después comenzaron las expediciones arqueológicas con las que pretendían consolidar la teoría, y para ello marcharon a lugares recónditos de los Himalaya –por los mismos sitios por los que supuestamente anduvo Jesús–, y por supuesto a Latinoamérica, a países como Brasil y la Argentina del Simihuinqui.

Ahora bien, conviene recordar, tal y como asegura Fernández, que «Ahnenerbe no nació de la nada, sino que basó su estructura y la mayoría de sus ideas en una organización conocida como la Sociedad Thule. Este grupo, que estuvo operativo desde la primera década del siglo XX hasta la creación de la Ahnenerbe, destacó porque contaba con un líder que se autodenominaba el precursor del anticristo.

»Un joven Adolf Hitler pasaría a formar parte de esta organización una tarde de 1922.

»Para entrar se debía facilitar una fotografía que el Gran Maestre examinaba para descubrir en los rasgos antropométricos huellas de sangre extranjera. Asimismo, tenían que jurar pureza de sangre hasta la tercera generación». Les suena, ¿verdad?

Pues bien, entre dichas operaciones orquestadas por los secuaces de Himmler, y por tanto, por los miembros de Ahnenerbe, se encuentra la enigmática operación «Trompetas de Jericó». Y digo enigmática porque son muy pocas las referencias que se encuentran al respecto. Según éstas, el objetivo no era otro que encontrar el Arca. Evidentemente, si había servido para que el pueblo israelita mantuviese el poder sobre la tierra prometida, a Hitler y a quienes le acompañaban en su locura, en aquel año de 1943, cuando la estructura nazi se quebraba en mil pedazos, un arma así les venía muy bien. La cuestión es que por esas mismas fechas liberaron a un sabio cabalista judío –y a su familia– de una muerte segura en Auschwitz y al parecer lo pusieron a disposición del oficial Otto von Kessler. Lo verdaderamente interesante es que hay documentos que parecen certificar, tal y como asegura Pablo Jiménez en su trabajo La estrategia de Hitler, que dicho personaje no sólo aceptó, a sabiendas de que en ello le iba la vida, sino que además anduvo por España acompañado de varios oficiales de las SS, buscando una de las claves: el «nombre secreto de Dios», que era necesario para que, de encontrar el Arca, ésta finalmente se activase. Y estuvieron en España, concretamente en Toledo, porque al parecer dicho conocimiento lo guardaron los judíos de esta ciudad durante generaciones. Un detalle más: dicho nombre se encontraba grabado sobre otro de los objetos sagrados del templo de Salomón: la mesa de los panes, de la que hablaremos en el capítulo siguiente. Así que, como vemos, estaban todos interconectados.

Pues bien, como he comentado líneas atrás, dicha pista los llevó al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, donde el almirante Wilhelm Canaris, jefe por entonces de los servicios secretos alemanes –la Abwehr–, estuvo buscando algo en las salas donde se encontraban las piezas procedentes de Egipto.

Hay que decir que dichas visitas –realmente fueron dos– se produjeron, ya que quedaron registradas en los informes redactados posteriormente por los agentes del SIM –Servicio de Inteligencia Militar español– que lo acompañaron durante su estancia en España. Cuenta mi amigo el escritor José Lesta, en su libro El enigma nazi: el secreto esotérico del III Reich, que «Canaris abrió una vieja carpeta de cuero, y pidió una serie de piezas traídas en 1871 desde Egipto por la fragata española Arapiles. Se llamó a un fotógrafo y las piezas desaparecieron del museo.

»Curiosamente, semanas más tarde comenzaron las excavaciones en busca del Arca de la Alianza en Egipto. Al frente de las mismas estaba Herbert Braun, un arqueólogo de la Ahnenerbe. Era el año 1938, la guerra estaba a punto de comenzar, y es justo ahí que perdemos el rastro de esta inquietante información.»

Sea como fuere, lo que parece claro es que no la encontraron. Y si la encontraron no poseía el poder que supuestamente se le atribuía, porque como todos sabemos, la guerra se decantó a favor de los aliados.

Gracias a Dios…

Los otros buscadores del Arca

A lo largo de los últimos cien años, son muchos los que han tratado de localizar, siguiendo unos métodos nada convencionales, el destino último de la reliquia. La creencia más arraigada entre los estudiosos del judaísmo es que podría estar oculta en algún lugar cercano del monte Moriah, en Jerusalén, al parecer con la intención de evitar su captura por parte de alguno de los muchos Estados rivales del reino de Judá.

Esa creencia se vio reforzada en extraños escritos como el Apocalipsis de Baruc o el Segundo libro de los Macabeos.

Pues bien, la certeza de su existencia hizo que un variopinto grupo de aventureros se pusiesen a remover el suelo de los santos lugares para hacerse con su inigualable tesoro.

Un ejemplo de ello es Meir Ben-Dov, que se puso a excavar en 1968, en las inmediaciones de la Colina del Templo, con una finalidad puramente científica.

Pero la polémica no tardó en hacer acto de presencia: en primer lugar, el Alto Consejo Musulmán acusó al director de las excavaciones de ser un sionista radical cuyo objetivo real era perforar la colina, ni más ni menos que para provocar el derrumbe de la mezquita de Al-Aqsa y así tener espacio libre para construir de una vez por todas el Tercer Templo.

Muchos de los buscadores han intentado horadar debajo de la mezquita de Al-Aqsa, en Jerusalén, provocando conflictos y desatando ataques furibundos por parte de los fieles.

Pero ahí no quedó la cosa. Las autoridades religiosas judías se negaron a un hipotético hallazgo del Arca por no estar su pueblo preparado para la llegada de un nuevo Mesías, ya que según la tradición –y éste es un punto que hasta ahora no había comentado–, aquél regresará cuando el Arca decida mostrarse de nuevo al mundo… o cuando alguien logre dar con ella.

De este modo, Meir Ben-Dov mandó a todas las autoridades político-religiosas de Jerusalén, fueran judías o musulmanas, a tomar viento fresco, aparcando su proyecto para cuando sus ideas fuesen mejor comprendidas.

Hay más: entre las propuestas más pintorescas está la del vidente Gerry Canon, que afirmó conocer la localización exacta del Arca en Egipto gracias a su guía Mosec. Hasta aquí todo aparentemente normal, de no ser porque Mosec era un soldado fantasma egipcio que había recibido el encargo de robarla en tiempos faraónicos y que llegado el momento, no se sabe muy bien por qué, regresó del más allá para revelarle la información al citado Canon después de unas sesiones espiritistas.

Lo realmente increíble de esta historia es que más de uno se la creyó.

Poco antes, a mediados del XIX, el joven oficial del ejército británico Charles Warren fue designado por el Fondo para la Exploración de Palestina para excavar en la Colina del Templo. Transcurría el año 1867. Como ocurrió con otros décadas después, se encontró con la negativa de las autoridades para dejarle excavar. Pero él, que debía de ser un hombre aguerrido, y sobre todo muy tozudo, decidió, armado de valor, deslizarse junto al resto de su equipo por el lado norte de la muralla. Allí excavó un túnel para tratar de profundizar hasta llegar al corazón del monte Moriah, pero, desgraciadamente, llamó tanto la atención de los fieles que día tras día se agolpaban en el interior de la mezquita, que tuvieron que salir corriendo mientras sobre sus cabezas se precipitaba una lluvia de piedras.

Otra no menos llamativa fue la expedición que en 1909 dirigió M. B. Parker, hijo del conde de Morlay. El aristócrata fue a Jerusalén con la idea firme de localizar el Arca de la Alianza, y para ello iba asesorado por un excéntrico ocultista finlandés llamado Valter H. Juvelius, que desde el principio aseguró tener información privilegiada relativa al escondite definitivo del anhelado objeto.

Según Juvelius, el estudio de los textos bíblicos le había revelado la existencia de un pasadizo secreto cuyo acceso se hallaba en el lado sur de la mezquita de Al-Aqsa. De este modo ambos llegaron a Jerusalén en agosto de 1909.

Los trabajos se iniciaron, pero pasaron los días y de nuevo las protestas empezaron a arreciar; y no sólo eso, las lluvias otoñales convirtieron la colina en un barrizal y para colmo de males, el famoso barón de Rothschild, sionista y miembro de una adinerada familia de banqueros, compró un terreno cercano a la excavación desde donde poder boicotear todos sus movimientos, convencido de las malas intenciones de aquella extraña pareja.

Con tantos frentes abiertos, Parker y su equipo decidieron recurrir a unos métodos más desesperados. Sin mucha dificultad lograron sobornar al gobernador de la ciudad, Amzey Ben Pachá, con 25.000 dólares, y al jeque Jalil, guardián del espacio sagrado. De este modo lograron internarse en la colina y excavar en busca de su tesoro.

Estuvieron toda una semana trabajando bajo el subsuelo de la Cúpula de la Roca, con la intención de abrirse paso por el Pozo de las Ánimas, que se sitúa ni más ni menos que bajo la roca sagrada. La cuestión es que la noche del 18 de abril de 1911 se toparon con otro guardián del edificio, que al parecer no era de la misma calaña que los anteriores a los que habían sobornado, y aquél, al observar aterrado lo que estaban haciendo aquellos extraños, salió al exterior gritando que estaban profanando el edificio. Total, que una vez más tuvieron que salir corriendo para evitar la muerte por lapidación.

Y el Arca, de estar, se quedó allí.

Allí o quién sabe si en otros lugares, porque tal y como relataba el investigador Martínez-Pinna recientemente en un artículo publicado en la revista que dirijo, hay otros investigadores que aseguran poseer información que desvelaría la presencia del Arca en otros contornos:

Además de en Jerusalén, los estudiosos de la reliquia han centrado su atención en otro enclave sagrado para el judaísmo, el monte Nebo, identificado en numerosas ocasiones como el lugar en donde fue enterrado el legendario Moisés. Según se contaba en el Libro de los Macabeos, el profeta Jeremías había escondido el Arca en este lugar, antes de la destrucción del Templo. Allí se dirigió un tal Frederick Futterer, para reconocer este monte y su vecino, el Pisgá. Los resultados de su investigación fueron a primera vista asombrosos, ya que logró descubrir un pasadizo secreto en el Nebo, bloqueado por un muro que no pudieron atravesar, en el que había una inscripción que decía lo siguiente: «Aquí dentro está el Arca de oro de la Alianza.»

El final de la búsqueda parecía haber llegado, pero no fue así. Cuando se le pidieron más explicaciones, y que revelase el lugar exacto en donde se produjo el hallazgo, Futterer optó por un sospechoso silencio. Nunca dijo dónde estaba el pasadizo, ni siquiera quién fue el experto que le tradujo la inscripción, negándose en vida a volver al lugar de los hechos. Esta historia fue cayendo en el olvido, pero medio siglo más tarde fue rescatada por Tom Crotser, un individuo al que no podemos considerar ni iluminado ni vidente, sino un auténtico jeta que llegó al monte dispuesto a protagonizar una de las acciones más vergonzantes en esta larga aventura que fue la búsqueda del Arca.

En el currículum de este tipo figuraban unos descubrimientos que sólo existían en su imaginación: el de la Torre de Babel, el Arca de Noé y la Ciudad de Adán, y con estos antecedentes se presentó en el monte con un croquis realizado por Futterer en donde se mostraba el acceso al pasadizo. Después de varias jornadas investigando en sus escarpadas y desérticas laderas, él y su equipo decidieron desistir y marcharon al Pisgá, donde felizmente localizaron el tortuoso pasadizo. El 31 de octubre de 1981, el mismo año que en los cines de medio mundo se estrenaba En busca del arca perdida, lograron penetrar en el interior de la montaña, profundizando unos seiscientos pies hasta llegar a una cripta excavada en la roca que albergaba un cofre rectangular de oro en donde estaría cobijada el Arca de la Alianza. Con la certeza de haber resuelto el enigma, Tom Crotser decidió no mover la pieza, pero en cambio tomó una serie de fotografías como prueba de su hallazgo. De vuelta en casa, anunció a bombo y platillo por toda Norteamérica esta impactante noticia, pero cuando se le pidió que mostrase las fotos reveló una nueva información que dejó a todos boquiabiertos. Al parecer, Dios le había ordenado no enseñar a nadie las fotos hasta que el Tercer Templo fuese reconstruido, y por eso decidió guardarlas y sólo mostrarlas a unos pocos elegidos, la mayor parte de ellos videntes, hechiceros y pitonisos, hasta que finalmente, en 1982, un arqueólogo llamado Horn, después varias horas estudiando las imágenes, afirmó haber visto una caja realizada no de oro, sino de latón, estampada con un dibujo de rombos hechos claramente con maquinaria moderna. Y lo más revelador, en la esquina superior de la caja observó que sobresalía un clavo actual.

Pero ¿dónde está el Arca?

Sinceramente, no tengo ni idea. Seguramente, de saberlo sería una persona más feliz de lo que ya soy. Sí podemos perfilar en qué lugares se supone que podría estar oculta. Argumentos, como veremos, los hay. Incluso contundentes en apariencia.

El arca de Aksum (Etiopía): Si hay un lugar sobre el que los historiadores parecen estar de acuerdo en que al menos el Arca sí estuvo allí, ésa es la catedral de Tsion Maryam, en Aksum, Etiopía. Las crónicas cuentan que habría permanecido allí durante siglos, custodiada por monjes ortodoxos, representantes del cristianismo católico más antiguo, que en los primeros siglos del primer milenio se asentaron en estos lugares; y todavía estaría allí…

El cómo llegó ya es harina de otro costal, aunque son mayoría los que coinciden en la idea de que fue llevada por el hijo del rey Salomón, que primero la habría custodiado en la isla egipcia de Elefantina, en mitad del río Nilo. Pero éste tan sólo habría sido parte del periplo, porque después fue desplazada a la isla de Tana Cherkos, en el lago Tana, lugar en el que habría permanecido por espacio de ocho siglos.

Y así fue como, en tiempos algo más recientes, el rey Ezana, monarca de Etiopía, ordenó que fuera trasladada a la que sería su última ubicación: Aksum.

Ahora bien, ¿existen pruebas que avalen esta teoría? La verdad es que pocas, más allá de la fiesta del Arca que se celebra cada 17 de enero, día en el que sacan a pasear en procesión la reliquia, eso sí, oculta a la vista. A ello hay que añadir que en el lugar se descubrieron varias reliquias que cronológicamente podrían ser de la época del Arca y pertenecer al templo hierosolimitano.

Sea o no así, lo cierto es que allí están convencidos de ello, al punto de que cada templo de Etiopía tiene una réplica del Arca.

Monte Nebo (Jordania): Si estuvo aquí, ya no está. Según Macabeos, 2, 4-10, el profeta Jeremías la ocultó en una de las muchas grutas que penetran en este monte, una vez fue advertido por la divinidad de que las hordas de Babilonia iban a invadir esas tierras. Allí ha sido buscada en sucesivas ocasiones, pero jamás se ha hallado nada. Es por ello por lo que los buscadores están convencidos de que cuando pasó el peligro, el Arca volvió a ser trasladada.

El Arca de la Alianza también ha sido buscada bajo el monte Nebo, desde donde Moisés contempló por vez primera la tierra prometida después del Éxodo.

Zimbabue: Antes de llegar al país africano, debemos saber algo más de una tribu muy particular: los lemba. Porque hasta hace no demasiado estaban convencidos de que por sus venas circulaba sangre hebrea. Es decir, que eran descendientes de las tribus de Israel. Y digo hasta hace no demasiado tiempo porque las pruebas de ADN se encargaron de demostrar que una gran parte de la población masculina poseía tasas del indicador de ascendencia judía –el haplotipo modal Cohen– más altas que los propios judíos, demostrando así que los lemba tenían razón.

De este modo, se puede concluir que serían algo así como una tribu judía perdida en el corazón de Zimbabue. La cuestión es que sus tradiciones advierten que, al llegar de su lugar de procedencia –al que llaman Sena–, trajeron consigo un objeto denominado Ngoma lungundu, traducido como «la voz de Dios», que no sólo ocultaron en los cercanos montes de Dumghe, sino que además, para investigadores del pasado, polémicos donde los haya, como Tudor Parfitt, sería la prueba de que el Arca fue desplazada hasta allí, y allí se podría encontrar todavía. Parfitt basaría su hipótesis en que las tradiciones lemba hablan de este objeto, o más bien de sus características, que serían perfectamente compatibles con las del Arca de la Alianza, incluyendo que sólo podían transportarla sacerdotes, o que era utilizada como una terrible arma.

Oak Island (Canadá): Como ya reflejé en libros anteriores, esta pequeña isla de Nueva Escocia es uno de los puntos más emblemáticos en lo que a asuntos misteriosos se refiere. Su secreto permanece vivo, porque el pozo del tesoro, conectado a través de las capas freáticas con la playa de Smith’s Cove, es sin duda la «caja de caudales» más segura del planeta. Pero tamaña obra, ¿para qué? ¿Qué es lo que quiso proteger su constructor, del que, dicho sea de paso, poco es lo que sabemos?

La historia da comienzo cuando Daniel McGinnis, de dieciséis años de edad, John Smith, de veinte años, y Anthony Vaughn, de trece, descubrieron en el corazón de Oak Island un agujero escondido bajo la maleza. La imaginación de los muchachos, convencidos de haber encontrado el pozo de un tesoro enterrado, se desató. Al día siguiente se reunieron en la plaza de Chester, una pequeña localidad situada en la bahía canadiense de Mahone, con el propósito de compartir el secreto con sus vecinos, pero la reacción de éstos fue sorprendente: nadie quería oír hablar de tesoros escondidos en la isla maldita, pues la tradición popular advertía que era el hogar de seres diabólicos y de luces infernales. No en vano en el pueblo todos recordaban el macabro episodio acaecido años atrás, cuando un grupo de hombres partió en una barca para dar caza a las extrañas luces que durante la madrugada eran vistas por las playas de Oak Island, como almas en pena, y jamás se volvió a saber de ellos. Desaparecieron, sin más.

Tras no pocos escarceos y diez años de espera, los tres jóvenes decidieron regresar al lugar. Durante esa década, John Smith había adquirido las propiedades que rodeaban el misterioso enclave. Hasta tal punto llegó su ansiedad que se convirtió en el dueño absoluto de todo el extremo oriental de la isla.

Y llegó el gran día. Avalados por un filántropo de nombre Simeon Lynds, desembarcaron en Oak Island acompañados de un equipo técnico extraordinario. El pozo seguía allí, y pese al tiempo transcurrido, nadie parecía haberlo visitado. No hubo prolegómenos. El primer paso fue drenar el lodo acumulado en el interior del agujero, confirmando, ahora sí, que nadie había intentado horadar más allá de los seis metros. La excavación continuó. A los doce, una plataforma de roble cubierta de masilla les hizo ver que se encontraban en el camino correcto. Y tres metros más abajo, una capa de carbón vegetal, una nueva capa de troncos, esta vez sellada con fibra de coco. Así se fueron sucediendo las distintas etapas, a intervalos de tres metros. Más troncos de roble, más fibra de coco y en alguna ocasión, la viscosa masilla recubriendo ambos elementos…

Y así, dejándose llevar por la emoción, llegaron hasta los veintisiete metros... Se hizo el silencio. Un sonido metálico escapó desde el interior del pozo. Un material de extrema dureza impedía continuar profundizando. Se trataba de una piedra de noventa centímetros de largo por treinta de ancho. No sin cierta dificultad lograron sacarla al exterior. Una vez iluminada por la luz del día se percataron de que estaba grabada en toda su superficie con símbolos desconocidos.

Posteriormente, la piedra, tras ser sometida a sucesivos análisis, reveló ser pórfido, mineral inexistente en Norteamérica. Entonces, ¿quién se molestó en llevarlo hasta aquel recóndito paraje? ¿Qué significado tenía la extraña escritura? Si bien es cierto que el sorprendente descubrimiento motivó que aquellos hombres no cejaran en el empeño de descubrir el supuesto tesoro, no menos increíble resulta el tratamiento que se le dio a la losa de pórfido, que acabó olvidada en la parte trasera de la chimenea de la casa que Smith se construyó en Oak Island. Tuvieron que pasar varias décadas para que fuera rescatada de nuevo. Y fue precisamente a raíz de una exposición celebrada en Halifax cinco décadas más tarde, con el propósito de recaudar fondos para continuar con las excavaciones, cuando un profesor de idiomas, llevado por la curiosidad que despertaba el asunto, creyó dar con la clave de los caracteres labrados en la piedra: «Diez pies más abajo, dos millones de libras...»; y se abrieron las puertas del infierno.

Años después, el profesor Barry Fell, fundador de la Sociedad Epigráfica Internacional y catedrático de la Universidad de Harvard, ofreció una interpretación diferente del mensaje de la losa. El extraño alfabeto pertenecía a un dialecto copto del área mediterránea, cuyo contenido era estrictamente religioso. De este modo y por vez primera se lanzó la hipótesis de que allí, en un tiempo pasado, piratas como sir Francis Drake o William Kidd habían enterrado sus maravillosos tesoros. Pero es que además, habrían revestido el lugar de una suerte de maldición que vendría a decir que hasta que no se vertiera la sangre de siete desgraciados sobre el pozo de Oak, no se desvelaría el secreto que encierra.

De momento ya van seis muertes, y nadie parece querer ser el séptimo. A pesar de que son muchos los que andan convencidos de que si lo que hay abajo es parte del tesoro templario, ¿por qué no pensar que también pueda estar el Arca de la Alianza, como parte del mismo? ¿O acaso un objeto de tanto poder no merecería un sistema de protección como el que posee el pozo?

Lo dicho, después del séptimo, veremos...