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La Sección V

La palabra más utilizada para describir a Kim Philby era «encanto», esa cualidad inglesa tan embriagadora, cautivadora y, en ocasiones, letal. Philby era capaz de inspirar y expresar afecto con tanta facilidad que pocas personas se daban cuenta de estar cayendo en las redes de su encanto. Hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, ricos y pobres, Kim los embelesaba a todos. Miraba el mundo con sus ojos azules, dulces y alertas por debajo de su flequillo rebelde. Poseía unos modales extraordinarios: siempre era el primero en ofrecerte una bebida, en preguntar por tu madre enferma y en recordar los nombres de tus hijos. Le encantaba reírse y le encantaba beber, así como escuchar con profunda sinceridad y curiosidad absorta. «Era de los que sabía ganarse seguidores —afirma un coetáneo—. No sólo despertaba simpatía, admiración y afinidad, sino también devoción.»1 A su carisma había que añadir un tartamudeo que iba y venía, lo que le confería un cautivador toque de fragilidad. Todo el mundo estaba siempre pendiente de lo que decía, a la espera de lo que su amigo el novelista Graham Greene llamaba sus «ocurrencias vacilantes y entrecortadas».2

Kim Philby irradiaba gallardía en el Londres de la guerra. Como corresponsal para The Times durante la guerra civil española, durante la que informó desde el bando nacional, se salvó por los pelos de morir a finales de 1937, cuando un proyectil republicano cayó cerca del coche donde estaba sentado comiendo bombones y bebiendo brandi y mató a los tres corresponsales de guerra que se encontraban con él. Philby se salvó con una leve herida en la cabeza y con la reputación de «hombre de coraje».3 El mismísimo Franco condecoró al joven reportero con la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo.

Philby había sido uno de los quince corresponsales de prensa elegidos para acompañar a la Fuerza Expedicionaria Británica que desembarcó en Francia tras el estallido de la segunda guerra mundial. Desde el continente, mientras esperaba junto a las tropas a que empezaran las hostilidades, escribía para The Times unos artículos impregnados de una característica ironía: «Muchos se muestran decepcionados ante el lento inicio del Armagedón. Esperaban peligro, pero encontraron humedad».4 Philby siguió informando a medida que los alemanes avanzaban y se marchó de Amiens cuando ya se oía el estruendo de los Panzer en la ciudad. Subió a un barco para volver a Inglaterra, con tanta prisa que se vio obligado a dejar su equipaje. La solicitud de reembolso por sus efectos personales se convirtió en una auténtica leyenda en Fleet Street: «Abrigo de piel de camello (dos años de uso): quince guineas; pipa Dunhill (dos años de uso, en excelente estado): una libra y diez chelines».5 Valga como ejemplo de su reputación el que The Times indemnizara a su corresponsal estrella por la pérdida de una pipa vieja. Philby era un buen periodista, pero sus ambiciones apuntaban a otra dirección. Quería ingresar en el MI6, pero como todo aspirante a espía se enfrentaba a un enorme interrogante: ¿cómo acceder a una organización que no acepta candidaturas porque no existe formalmente?

Al final, la entrada de Philby a los servicios secretos resultó tan sencilla como la de Elliott, y, como en el caso de éste, se produjo por la misma vía informal: simplemente «dejo caer unas cuantas insinuaciones»6 entre sus conocidos más influyentes y esperó a que lo invitaran a unirse al club. La primera pista de que habían captado sus indirectas apareció en el tren de regreso a Londres después de salir de Francia, cuando coincidió en un compartimiento de primera clase con una periodista del Sunday Express llamada Hester Harriet Marsden-Smedley. Marsden-Smedley tenía treinta y ocho años, era experta en guerras extranjeras y dura como una roca. Había estado bajo fuego enemigo en la frontera de Luxemburgo y había visto a los alemanes cruzar la línea Sigfrido. Tenía contactos en los servicios secretos y se rumoreaba que ejercía de espía de forma esporádica. Como era de esperar, ella también se quedó embelesada con Philby. Y no se anduvo con rodeos: «Una persona como tú tendría que estar loca para querer entrar en las filas del ejército —le dijo—. Eres capaz de hacer mucho más para derrotar a Hitler».7

Philby sabía exactamente lo que quería decir y balbuceó que «no tenía contactos en esos ambientes».

«Ya se nos ocurrirá algo», respondió Hester.8

Ya en Londres, el editor de asuntos internacionales de The Times citó a Philby en su oficina para comunicarle que un tal capitán Leslie Sheridan, del «Departamento de Guerra», había llamado para preguntar si Philby estaba disponible para hacer un «trabajo de guerra»9 de naturaleza indeterminada. Sheridan, el antiguo editor de noche del Daily Mirror, dirigía una sección del MI6, conocida como «D/Q», que se encargaba de elaborar propaganda negra y de difundir rumores.

Dos días después, Philby fue a tomar el té al Hotel St. Ermin’s, cerca de St. James’s Park —a unos cien metros de la sede principal del MI6 en el número 54 de Broadway—, con otra mujer formidable: Sarah Algeria Marjorie Maxse, jefa de personal de la Sección D del MI6 (la «D» era de «Destrucción») que se ocupaba de encubrir operaciones paramilitares. La señorita Marjorie Maxse era directora de organización del Partido Conservador, un cargo que, por lo visto, la capacitaba para identificar a personas con potencial para divulgar propaganda y pregonar escándalos. A Philby le pareció una persona «sumamente agradable».10 Por lo visto, ella también se sintió atraída por él, puesto que un par de días después volvieron a verse, esta vez con Guy Burgess, amigo y antiguo compañero de Philby en Cambridge, que ya trabajaba para el MI6. «Empecé a presumir y a soltar nombres de gente importante de manera descarada —escribió Philby—. Resultó que estaba perdiendo el tiempo: la decisión ya estaba tomada.»11 El MI5 había realizado una revisión rutinaria de sus antecedentes y no había encontrado «ningún informe negativo en su contra»:12 el joven Philby estaba limpio. Valentine Vivian, el subdirector del MI6, que había conocido al padre de Philby cuando ambos eran funcionarios coloniales en la India, estaba dispuesto a dar la cara por el nuevo miembro con un argumento que podría definirse como la quintaesencia del amiguismo laboral británico: «Me preguntaron por él, y yo dije que conocía a los suyos».13

Philby renunció a su cargo en The Times y se personó en un edificio cercano a la sede del MI6, donde lo instalaron en una oficina con un fajo de papeles en blanco, un lápiz y un teléfono. Durante dos semanas no hizo nada, excepto leer el periódico y disfrutar de largos almuerzos bien regados de copas con Burgess. Philby comenzaba a preguntarse si realmente estaba trabajando para el MI6 o para alguna extraña e inactiva filial cuando lo enviaron a Brickendonbury Hall, una escuela de espías secreta en lo más profundo del condado de Hertfordshire, donde un excéntrico grupo de exiliados checos, belgas, noruegos, neerlandeses y españoles se entrenaba para realizar operaciones encubiertas. Esa unidad sería absorbida tiempo después por la Dirección de Operaciones Especiales (SOE), la organización creada, en palabras de Winston Churchill, para «incendiar Europa»14 operando tras las líneas enemigas. En sus inicios, lo único que los agentes parecían capaces de incendiar era Brickendonbury Hall y los campos adyacentes. El experto en explosivos residente efectuó una demostración para unos oficiales de inteligencia checos que estaban de visita, pero acabó provocando un incendio que a punto estuvo de inmolar a toda la delegación. Al poco tiempo, Philby fue transferido a la sede del SOE y, más adelante, a otro centro de entrenamiento en Beaulieu, Hampshire, donde se especializó en demoliciones, comunicaciones por radio y técnicas de subversión. Por entonces también empezó a dar clases sobre propaganda, función para la que se lo consideraba bien cualificado por haber sido periodista. Pero el ardía de impaciencia, ansioso por unirse a la verdadera batalla en él frente de la inteligencia. «Escapaba a Londres cada vez que podía», escribió.15 Fue en una de esas escapadas que conoció a Nicholas Elliott.

Elliott nunca recordaba el lugar exacto donde se conocieron. ¿Tal vez en el bar del edificio del MI6 en la calle Broadway, el abrevadero más secreto del mundo? O quizá fuera en el White’s, el club de Elliott. O en el Athenaeum, el de Philby. Era posible que la futura esposa de Philby, Aileen, prima lejana de Elliott, los hubiera presentado. Era inevitable que se cruzaran en algún momento, puesto que eran criaturas del mismo mundo, unidas por una importante labor clandestina, y además guardaban un parecido extraordinario, tanto por sus orígenes como por su temperamento. Claude Elliott y el padre de Philby, Hillary Saint John, un distinguido arabista, explorador y escritor, habían sido compañeros y amigos en el Trinity College, y sus hijos habían seguido obedientemente sus pasos académicos: Philby, cuatro años mayor, se graduó en Cambridge el mismo año en que llegó Elliott. Ambos vivían a la sombra de sus imponentes y distantes padres, cuya aprobación siempre anhelaron, sin obtenerla nunca. Ambos eran hijos del Imperio: Kim Philby había nacido en el Punyab, donde su padre se desempeñaba como administrador colonial, y su madre era hija de un oficial británico del Departamento de Obras Públicas de Rawalpindi. El padre de Elliott era originario de Shimla. Los dos se habían criado con niñeras y, sin lugar a dudas, la educación recibida había dejado huella en ambos: Elliott lucía con orgullo su corbata de antiguo alumno de Eton, y Philby conservaba la bufanda de la Westminster School. Y ambos ocultaban cierta timidez, Philby tras su impenetrable encanto y su tartamudeo fluctuante, y Elliott tras un aluvión de chistes.

Entablaron amistad enseguida. «Por entonces —escribe Elliott—, las amistades se fraguaban más rápido que en tiempos de paz, sobre todo entre quienes se dedicaban a las tareas confidenciales.»16 En tanto que Elliott ayudaba a interceptar espías enemigos en Gran Bretaña, Philby formaba saboteadores aliados para introducirlos en la Europa ocupada. Descubrieron que tenían mucho de qué hablar y bromear, dentro de los limitados confines del secreto absoluto.

Philby suplió el vacío que la muerte de Basil Fisher había dejado en la vida de Elliott. «Tenía el don de inspirar lealtad y afecto —escribió Elliott—. Era de esas personas a las que quieres espontáneamente, pero a las que cuesta comprender. Para sus amigos, buscaba lo poco convencional, lo insólito. No aburría ni pontificaba.»17 Antes de la guerra, Philby había ingresado en la Sociedad de Amistad Anglo-Alemana, una organización de tendencia pronazi, pero ahora, al igual que Elliott, se dedicaba a combatir «el mal inherente al nazismo».18 Los dos amigos «apenas discutían de política»19 y dedicaban más tiempo a debatir sobre «el promedio de bateo inglés y a ver el críquet desde el Mound Stand del Lord’s»,20 el estadio del Marylebone Cricket Club, principal bastión de críquet en el país, del que Elliott era socio. Philby aparentemente compartía las sólidas aunque sencillas lealtades británicas de Elliott, sin complicaciones ideológicas. «De hecho —escribió Elliott—, no daba la impresión de ser un animal político.»21 Philby sólo tenía veintiocho años en el momento de conocerse, pero a Elliott le parecía mayor, más maduro gracias a su experiencia en zona de guerra, seguro, competente y encantadoramente golfo.

El MI6 tenía fama de ser la agencia de inteligencia más temible del mundo, pero en 1940 atravesaba un proceso de cambio y rápida reorganización ante las presiones de la guerra. Philby parecía aportar un nuevo aire de profesionalidad al trabajo. Era claramente ambicioso, pero, tal y como exigían los modales ingleses, ocultaba sus aspiraciones tras una «apariencia de sofisticación afable y distante».22

Hugh Trevor-Roper era otra de las nuevas adquisiciones de la inteligencia de guerra. Trevor-Roper, uno de los hombres más inteligentes y groseros de Inglaterra (posteriormente conocido como el historiador lord Dacre) apenas tenía palabras agradables para sus compañeros («en general son bastante estúpidos; algunos, muy estúpidos»).23 Pero Philby era diferente: «Una persona extraordinaria: extraordinaria por sus virtudes, porque parecía inteligente, sofisticado, incluso genuino».24 Parecía saber exactamente lo que quería. Cuando Philby hablaba de inteligencia, a Elliott le parecía que hacía gala de una «claridad mental»25 impresionante, aunque no ni era un intelectual ni se ceñía a las normas: «Era un hombre de práctica más que de teoría».26 Philby incluso vestía de manera peculiar, evitaba tanto los cuellos rígidos con raya diplomática típicos de Whitehall como el uniforme militar, al que tenía derecho por haber sido corresponsal de guerra. En lugar de ello, vestía americana de tweed con parches en los codos, zapatos de ante, corbata y, en ocasiones, un abrigo de tela verde forrado con piel de zorro rojo brillante, regalo de su padre, quien a su vez lo había recibido de un príncipe árabe. Ese vistoso conjunto se complementaba con un sombrero Homburg y un elegante paraguas con mango de ébano. Malcolm Muggeridge, otro escritor reclutado para la inteligencia de guerra, dijo lo siguiente a propósito del aspecto de Philby: «Los antiguos profesionales de los Servicios Secretos eran aficionados a las polainas y los monóculos, aun cuando estuvieran bastante pasados de moda»,27 pero los nuevos oficiales «van arrastrando los pies con jerséis y pantalones de franela gris, beben en bares, cafés y antros de mala muerte [...] y se vanaglorian de sus conocidos y de sus contactos de los bajos fondos. Philby podría haber sido su prototipo, y de hecho, a ojos de muchos, era un modelo a seguir».28 Elliott empezó a vestirse como Philby. Incluso se compró un costoso paraguas igual que el suyo en la James Smith & Sons de Oxford Street, un paraguas apropiado para hombres de la clase dirigente, pero sólo para los dotados de auténtico garbo.

A través de Philby, Elliott ingresó a una fraternidad de oficiales de inteligencia ambiciosos, inteligentes y dados a la bebida, los «Young Turks» (Jóvenes Turcos) del MI5 y del MI6. Ese grupo informal, casi todos hombres, se reunía con frecuencia durante las horas de descanso en casa de Tomás Harris, un adinerado marchante de arte medio español que trabajaba en el MI5, donde desempeñaría un papel fundamental en el sistema Doble Cruz como el coordinador del agente doble Juan García Pujol, «Garbo». Harris y su esposa Hilda eran anfitriones generosos, y su casa de Chelsea, con una nutrida bodega, se convirtió en un salón de puertas abiertas para los espías. «Pasabas por allí a ver a quién encontrabas», recuerda Philby.29 Allí, en un «ambiente de haute cuisine y grand vin»,30 era frecuente encontrar al amigo de Philby, Guy Burgess, homosexual extravagante, habitualmente ebrio, ligeramente maloliente y siempre divertidísimo. El lugar también era frecuentado por su amigo Anthony Blunt, un estudioso del arte de Cambridge ahora instalado en el corazón del MI5. Otros asiduos eran lord Victor Rothschild, el aristocrático jefe de contrasabotaje del MI5, y Guy Liddell, director de contrainteligencia del MI5, cuyos diarios de la época aportan una imagen extraordinaria de ese club privado de comida y bebida dentro del mundo secreto. Del MI6 estaban Tim Milne, que había estado en Westminster con Philby (y que era sobrino del creador de Winnie the Pooh, A. A. Milne), Richard Brooman-White, por entonces director de las operaciones del MI6 en la península Ibérica y, por supuesto, Nicholas Elliott. Hilda Harris servía suntuosos platos españoles. Liddell, que había contemplado convertirse en músico profesional, a veces tocaba el violonchelo. Burgess, que generalmente llegaba acompañado del chapero de turno, añadía cierta dosis de escándalo e imprevisibilidad. Y en medio de todos ellos se hallaba Philby, con su aura de encanto, sonriente, hablando largo y tendido sobre asuntos de inteligencia, generando discusiones («por diversión más que por malicia», insiste Elliott)31 y escanciando cantidades torrenciales del selecto vino de Harris.

Incluso para los elevados estándares de consumo alcohólico de los tiempos de la guerra, los espías eran bebedores impresionantes. El alcohol ayudaba a mitigar el estrés de la guerra clandestina; servía tanto de lubricante social como de vínculo, y los clubes de caballeros podían conseguir grandes provisiones para sus miembros, algo fuera del alcance del hombre de a pie, sujeto a racionamientos. El novelista Dennis Wheatley, que también trabajaba para la inteligencia británica, describió una comida típica con sus compañeros: «Para empezar, siempre tomábamos dos o tres Pimm’s en una mesa del bar, luego una cosa a la que llamábamos “corto”, con un buen chorro de absenta [...]. Había salmón ahumado o paté de langostinos, luego lenguado, estofado de liebre, salmón o caza, y, para terminar, rarebit. Para bajarlo, tomábamos un buen vino tinto o blanco, y lo rematábamos con oporto o cúmel».32 Después de esas comilonas, Wheatley solía escabullirse a la cama «para dormirla una hora»33 antes de regresar al trabajo.

Nadie servía (ni consumía) alcohol con la joie de vivre y determinación de Kim Philby. «Era un bebedor impresionante»,34 escribió Elliott, y comulgaba con la ancestral teoría de que «los bebedores serios nunca deben hacer ejercicio ni movimientos bruscos o repentinos»,35 ya que podrían ocasionarles un «violento dolor de cabeza».36 Philby se tomaba su trago y servía a los demás, como si se tratara de una misión.

Elliott se sentía halagado por verse con tal compañía, halagado y relajado. Los ingleses son reticentes por naturaleza. Y los ingleses de la clase y carácter de Elliott lo son todavía más. Los miembros de los servicios secretos tenían prohibido decirles a sus amigos, esposas, padres e hijos a qué se dedicaban, por eso muchos terminaban entrando en esa camarilla hermética, sellada por secretos compartidos que nadie más debía conocer. En la vida civil, Elliott no decía una palabra sobre su trabajo, pero dentro de aquel monasterio secular que era el MI6, y en especial en las estridentes veladas en la casa de Harris, se encontraba entre personas en las que podía confiar por completo y con las que podía hablar abiertamente, lo que resultaba imposible afuera de ese entorno. «Se trataba de una organización en la que gran parte de los compañeros, hombres y mujeres, eran amigos cercanos —escribió Elliott—. Se imponía un compañerismo ameno, como si fuera un club en el que todos se tuteaban y se veían fuera de la oficina.»37

La amistad entre Philby y Elliott no sólo se basaba en intereses compartidos y en identidad profesional, sino que era más profunda. Nick Elliott era amistoso con todo el mundo, pero se comprometía afectivamente con pocos. El vínculo con Philby era distinto de otros que tenía en su vida. «Hablaban el mismo idioma —recuerda Mark, el hijo de Elliott—. Kim fue el amigo más cercano que mi padre haya tenido.»38 Elliott nunca expresó abiertamente o exteriorizó ese cariño. Al igual que con tantas cosas importantes dentro de la cultura masculina de la época, de eso no se hablaba. Elliott idolatraba a Philby, pero también lo amaba, con una potente adoración masculina no correspondida, no sexual y no exteriorizada.

Su relación se vio fortalecida cuando ambos fueron trasladados de la periferia al mismísimo centro de la inteligencia británica, a la Sección V del MI6, la división dedicada a la contrainteligencia. El MI5 era responsable de mantener la seguridad, incluyendo la lucha contra el espionaje enemigo dentro del Reino Unido y el Imperio Británico. El MI6 se encargaba de recabar información y dirigir agentes en el extranjero. Dentro del MI6, la Sección V desempeñaba un papel específico y vital: acumular información sobre la inteligencia enemiga en territorio extranjero a través de espías y desertores, y advertir al MI5 de posibles amenazas de espionaje en Gran Bretaña. Nexo vital entre los servicios secretos de Gran Bretaña, a la Sección V correspondía la labor de «invalidar, confundir, engañar, subvertir, seguir o controlar las operaciones clandestinas de recopilación de información y a los agentes de gobiernos o agencias extranjeros».39 Antes de la guerra, la sección había volcado gran parte de sus energías en seguir de cerca la proliferación del comunismo internacional y combatir el espionaje soviético; pero a medida que avanzaba la guerra, se fue centrando casi por completo en las operaciones de inteligencia de las potencias del Eje. La península Ibérica suscitaba particular preocupación. España y Portugal, que eran países neutrales, estaban en la primera línea de la guerra del espionaje. Buena parte de las operaciones de inteligencia alemana dirigidas contra Gran Bretaña tenían su origen en estos dos países y, en 1941, el MI6 empezó a fortalecer el operativo ibérico. Una noche, Tommy Harris le dijo a Philby que los jefes buscaban a alguien «con conocimientos sobre España para que se encargara de la nueva subsección».40 Philby expresó su interés de inmediato; Harris habló con Richard Brooman-White, amigo de Elliott y jefe de operaciones del MI6 en la península ibérica, y Brooman-White habló con el director del MI6. «La red de amiguismos se puso en marcha», tal y como explica Philby,41 y en pocos días lo citaron con el director de la Sección V.

El mayor Felix Cowgill era el prototipo de oficial de inteligencia de la vieja escuela: antiguo oficial de la policía india, estricto, combativo, paranoico y bastante corto de luces. Trevor-Roper lo describía como un «megalómano torpe y desastroso»,42 y Philby, en su fuero interno, opinaba de forma parecida: «Para ser oficial de inteligencia, estaba limitado por una gran falta de imaginación, falta de atención a los detalles y un supino desconocimiento del mundo».43 Cowgill, que «desconfiaba y mantenía a raya»44 a todo aquel que no formara parte de su sección, pero era ciegamente leal a los que pertenecían a ella, no tenía nada que hacer frente al encanto de Philby.

Philby nunca se postuló formalmente para el trabajo, y Cowgill tampoco se lo ofreció de forma explícita, pero tras una larga noche de copas, Philby se convirtió en el nuevo director del departamento ibérico de la Sección V, un cargo que, como Philby comentó encantado, acarreaba más responsabilidades, pero también «contactos personales con el resto del SIS y del MI5».45 No obstante, antes de que Philby tomara posesión del puesto, Valentine Vivian, el director del MI6 (conocido como «Vee-Vee»), decidió tener otra conversación con el padre de Philby. Hillary Saint John Bridger Philby era un personaje bastante conocido. Como asesor de Ibn Saud, el primer rey de Arabia Saudí, había desempeñado (y seguiría desempeñando) un papel fundamental en la bituminosa política de la región. Se había convertido al islam con el nombre de sheij Abdelá, hablaba árabe con fluidez y acabaría casándose, en segundas nupcias, con una esclava de Beluchistán a la que había conocido a través del monarca saudí. Con todo, sus gustos seguían siendo esencialmente ingleses y sus opiniones totalmente impredecibles. La oposición a la guerra de Philby padre le había costado el arresto y un breve período de cárcel, episodio que no empañó ni su prestigio social ni las perspectivas laborales de su hijo. Durante un almuerzo en el club, el coronel Vivian le preguntó a Saint John Philby por las tendencias políticas de su hijo.

—Era un poquito comunista cuando iba a Cambridge, ¿verdad?

—¡Bah! Tonterías de estudiantes —respondió Saint John Philby restándole importancia—. Luego se ha reformado.46

Entretanto, Nicholas Elliott daba un paso similar en su carrera. En el verano de 1941 también fue transferido a la Sección V, con responsabilidades en los Países Bajos. En adelante, Philby combatiría el espionaje alemán en la península ibérica y Elliott haría lo propio en la Holanda ocupada por los nazis desde el despacho adyacente. Ambos recibían un salario, en efectivo, de seiscientas libras al año y ninguno, de acuerdo con las reglas tradicionales de los servicios secretos, tenía que pagar impuestos. Por fin Philby y Elliott combatían, codo con codo, en la «persecución activa y la eliminación de los servicios secretos enemigos».47

La Sección V no se alojaba en Londres con el resto del MI6, sino que tenía la sede en Glenalmond, una amplia mansión victoriana sita en King Harry Lane, en St. Albans, unos treinta kilómetros al norte de la capital, y su nombre en clave era «Estación de Guerra XB». Kim Philby y Aileen alquilaron una casa de campo en las afueras de la ciudad.

Philby había conocido a su futura esposa, el día que se había declarado la guerra, por intermediación de Flora Solomon, una amiga de Cambridge. Solomon, hija de un magnate del oro judío de origen ruso, era otra flor exótica en aquel abigarrado invernadero que era el círculo de Philby: durante su juventud había mantenido un romance con Alexander Kérenski, el primer ministro ruso derrocado por Lenin en la revolución de Octubre, y más tarde se había casado con un general británico de la primera guerra mundial. En 1939 fue contratada para mejorar las condiciones laborales de Marks and Spencer; allí fue donde conoció y se hizo amiga de Aileen Furse, detective de tienda en la sucursal de Marble Arch. «Aileen pertenecía a esa clase, ahora obsoleta, a la que llamaban county —escribe Solomon—. Era la típica inglesa, esbelta y atractiva, extremadamente patriótica.»48 Trabajaba de encubierto, con un conjunto de punto y gabardina, y resultaba prácticamente invisible cuando vigilaba discretamente los pasillos de Marks and Spencer. Aileen desaparecía entre la multitud, pasaba a un segundo plano, siempre atenta y alerta. Su padre había fallecido en la primera guerra mundial cuando ella sólo contaba cuatro años, y su crianza en los alrededores de Londres había sido de lo más convencional, aburrida y solitaria. Además, sin que nadie lo supiera, «era propensa a la depresión». Aileen Furse y Kim Philby se conocieron tomando copas en la casa de Solomon en Mayfair. Philby comenzó a hablar de su experiencia como corresponsal de guerra en España. «Descubrió que Aileen sabía escuchar —escribió Solomon—, y lo siguiente que supe era que estaban viviendo juntos.»49

Según Elliott, la suya era una unión ideal, basada en el amor compartido por la buena compañía. Elliott quería a Aileen casi tanto como quería a Philby, un cariño que aumentó cuando a él le diagnosticaron diabetes y ella, gentilmente, se tomó la molestia de cuidarlo. «Era sumamente inteligente —escribe Elliott—, muy humana, llena de valor y con un sentido del humor agradable.»50 De hecho, Aileen era la esposa que le habría gustado tener: leal, discreta, patriótica y dispuesta a reírse de sus chistes. El primer retoño de los Philby, una niña, nació en 1941; al año siguiente nació otro hijo, y al siguiente, otro más. A decir de Elliott, Philby era un padre dedicado, henchido de «orgullo paterno».51

El hogar Philby se convirtió en punto de encuentro de los jóvenes oficiales de inteligencia de la Sección V: una versión suburbana del salón de Harris en Londres, donde las puertas, y varias botellas, siempre estaban abiertas. Graham Greene, que sería uno de los suplentes de Philby, recordaba las «largos almuerzo de domingo en St. Albans, cuando toda la subsección se relajaba a sus órdenes para pasar unas horas bebiendo en abundancia».52 Philby era muy estimado entre sus colegas, quienes recuerdan sus «pequeñas lealtades»,53 su grandeza de espíritu y su aversión a las intrigas de pasillo. «Tenía algo, un aura de autoridad adorable, como un comandante de pelotón de novela, que hacía que la gente quisiera dar lo mejor de sí ante él. Incluso sus superiores reconocían sus habilidades y lo trataban con deferencia.»54

La Sección V era una pequeña comunidad muy unida, apenas una docena de oficiales con sus suplentes, y un número similar de personal de apoyo. Oficiales y secretarias se tuteaban, y algunos incluso mantenían relaciones más íntimas. La «banda feliz»55 de Philby estaba formada por su amigo de la escuela Tim Milne; un tipo excéntrico y jovial llamado Trevor Wilson, que «había trabajado para Molyneux, una empresa francesa de perfumes, comprando excrementos de mofeta en Abisinia»,56 y Jack Ivens, un exportador de frutas que hablaba español con fluidez. Les habían hecho creer a los vecinos de la zona que los hombres y mujeres jóvenes y educados que ocupaban la mansión pertenecían un equipo de arqueólogos del Museo Británico que estaba excavando las ruinas de Verulamium, el nombre romano de St. Albans. La señora Rennit, la cocinera, servía platos ingleses contundentes y fish and chips los viernes. Los fines de semana jugaban a críquet en el campo que estaba detrás de Glenalmond, para luego retirarse al pub King Harry, en su misma calle.

El coronel Cowgill era el jefe, pero Philby era el alma del grupo: «El sentido de dedicación y la determinación que ponía en todo lo que hacía brillaba e inspiraba a los demás a seguir su ejemplo».57 Elliott no era el único que lo adoraba: «No he tenido ningún jefe mejor que Kim Philby —escribió Graham Greene—. Trabajaba más que nadie y nunca parecía que le costara esfuerzo. Siempre estaba tranquilo, no se alteraba por nada». Incluso los procedimientos burocráticos más cotidianos podían dar pie a errores, pero Philby era la lealtad personificada: «Si alguien cometía un error de apreciación, él se aseguraba de minimizarlo y encubrirlo, sin emitir juicios».58 Desmond Bristow, un nuevo miembro del grupo que hablaba español, llegó a Glenalmond en septiembre de 1941 y fue recibido por Philby, «un hombre de apariencia amable, con ojos sonrientes y aire de seguridad. Mi primera impresión fue la de un hombre con un encanto intelectual sosegado [...], transmitía tranquilidad espiritual».59 El «ambiente acogedor»60 de la Sección V la distinguía de otras secciones, más reservadas, del MI6. Los miembros del equipo se guardaban pocos secretos, de carácter oficial o de otra índole. «No era complicado saber lo que hacían los compañeros —escribe Philby—. Lo que sabía uno, lo sabíamos todos.»61

La admiración de sus subordinados encontraba su eco en la aprobación de sus superiores. Felix Cowgill lo llamaba «el buen árbitro de críquet».62 Ningún elogio podía ser mejor. Se trataba de un hombre que respetaba las reglas más honorables. Pero había quienes veían en Philby una chispa añadida, algo más fuerte y profundo, «una ambición calculadora»,63 una «determinación» implacable.64 Al igual que Elliott, utilizaba el humor para desviar la atención. «Había algo misterioso en él —escribe Trevor-Roper—. Nunca entablaba una conversación seria; todo era ironía.»65

Como director de la sección ibérica, Philby afrontaba un reto formidable. Aunque España y Portugal eran oficialmente países neutrales y al margen de la guerra, en la práctica toleraban e incluso fomentaban activamente el espionaje alemán a gran escala. Wilhelm Leissner, el jefe de la Abwehr en España, encabezaba una red de inteligencia cada vez mayor y mejor financiada, compuesta por más de doscientos oficiales (más de la mitad de su presencia diplomática) y unos mil quinientos agentes distribuidos por todo el país. El principal objetivo de Leissner era Gran Bretaña: captaba y enviaba espías al Reino Unido, colocaba micrófonos ocultos en la embajada británica, sobornaba a oficiales españoles y saboteaba los envíos británicos. Portugal era otro hervidero de espías, aunque las operaciones de la Abwehr eran menos eficaces bajo el mando del disoluto aristócrata alemán Ludovico von Karsthoff. La Abwehr enviaba a multitud de espías e ingentes cifras de dinero a España y Portugal, pero Philby, en su duelo con Leissner y Karsthoff, contaba con una ventaja abrumadora: Bletchley Park, la oficina de criptografía ultrasecreta donde se descodificaban los mensajes de radio alemanes interceptados, lo que proporcionaba información valiosísima sobre la inteligencia nazi. «En poco tiempo nos hicimos una idea bastante completa de la Abwehr en la península», escribe Philby.66 Esa información pronto iba a servir para «trastocar o cuando menos avergonzar profundamente al enemigo en su propio terreno».67

La tarea Nicholas Elliott de atacar a la inteligencia alemana en los Países Bajos, su antiguo territorio, era una misión distinta y más complicada. La Abwehr de la Holanda ocupada era sumamente eficaz: captaba, entrenaba y enviaba espías a raudales a Gran Bretaña. En cambio, resultaba muy difícil infiltrar agentes en los Países Bajos. Las pocas redes que habían sobrevivido al incidente de Venlo estaban plagadas de informadores nazis.

En una ocasión que parece sacada de una película de James Bond (y que tiene todos los números de ser un jugada de Elliott), un agente holandés llamado Peter Tazelaar desembarcó cerca del casino situado en la costa de Scheveningen; iba vestido con ropa de gala, cubierta con un traje de goma para que no se mojase. Una vez en tierra, Tazelaar se quitó el traje externo y empezó «a mezclarse entre la multitud»68 con su chaqueta de gala, rociada con brandi para acentuar su imagen de «persona ociosa».69 Gracias a su ropa formal y el perfume alcohólico, Tazelaar logró burlar a los guardias alemanes y se hizo con una radio que había sido lanzada previamente con un paracaídas. El parecido con 007 no es una coincidencia: entre los jovencitos de la inteligencia británica de la época se encontraba un oficial del Departamento de Inteligencia Naval llamado Ian Fleming, futuro autor de los libros de James Bond. Ian Fleming y Nicholas Elliott habían sufrido el trauma de ser educados en la Durnford School y eran amigos íntimos.

Peter Tazelaar fue de los pocos que logró volver a Gran Bretaña. De los quince agentes enviados a Holanda entre junio de 1940 y diciembre de 1941, sólo cuatro sobrevivieron, gracias a la brutal eficacia del mayor Hermann Giskes, director de contrainteligencia de la Abwehr en Holanda, el homólogo de Elliott. En agosto de 1941, Giskes interceptó a un grupo de agentes holandeses de la SOE que habían sido enviados a los Países Bajos a bordo de un torpedero y los obligó, amenazándolos de muerte, a enviar mensajes de radio encriptados a Gran Bretaña y atraer así a más espías. Unos cincuenta y cinco agentes neerlandeses fueron capturados y decenas ejecutados en una operación denominada Englandspiel (Juego Inglés), hasta que dos agentes lograron escapar y alertar a los británicos de que se trataba de un engaño. Para dar el toque final, Giskes envió un mensaje de escarnio: «Que sea la última vez que intentáis hacer negocios en los Países Bajos sin nuestra ayuda Stop creemos que es bastante injusto considerando nuestra larga y exitosa cooperación como vuestros agentes exclusivos Stop cuando decidáis visitar el continente os garantizamos que seréis recibidos con el mismo afecto dispensado a quienes nos habéis enviado hasta ahora Stop hasta la vista».70 El episodio fue, en palabras de Philby, «un desastre operativo»,71 e igual de inquietante fue descubrir que la inteligencia alemana en los Países Bajos había logrado introducir por lo menos un espía en Gran Bretaña.

En la primavera de 1941, se halló el cuerpo de un ciudadano neerlandés en un refugio antiaéreo en Cambridge. Su improbable nombre era Engelbertus Fukken. En sus bolsillos y en un maletín se encontraron un pasaporte holandés, un documento de identidad falso, un chelín y una moneda de seis peniques. Había llegado en paracaídas al condado de Buckinghamshire cinco meses antes, se había hecho pasar por refugiado y se había disparado en la cabeza al acabársele el dinero. Ningún espía nazi había logrado ocultarse durante tanto tiempo, y en las grabaciones de Bletchley Park no había el menor rastro de él, lo que, para Elliott, apuntaba a la posibilidad de que no fuera el único.

Bajo el relajado régimen de Cowgill, los oficiales de la Sección V podían visitar Londres «prácticamente cuando querían».72 Philby y Elliott aprovechaban cada ocasión para hacerlo, con el fin de tender «contactos con otras secciones del SIS, el MI5 y otros departamentos gubernamentales».73 También aprovechaban para ir a sus clubes y, durante el verano, para ver juntos el críquet en el Lord’s. Ambos se presentaban voluntarios para hacer «guardias de noche»74 una o dos veces al mes en la sede del MI6, durante las cuales inspeccionaban los telegramas nocturnos llegados de todo el mundo, lo que les ayudaba a hacerse una idea muy completa de las operaciones de la inteligencia británica. Elliott y Philby eran los hermanos más unidos de aquella hermandad secreta, en la que compartían riesgos, trabajo y libertinaje.

Una mañana de 1941, Kim Philby tomó el tren a Londres, llevándose consigo, como de costumbre, «un abultado maletín y una larga lista de visitas».75 También llevaba una descripción detallada del funcionamiento de la Sección V: el personal, los objetivos, las operaciones, los fracasos y los éxitos, escrita «a mano, con una caligrafía diminuta y limpia».76 Después de terminar la ronda de visitas en el MI5 y el MI6, no acudió al bar de la planta baja del MI6, ni tampoco al club, ni a la casa de Harris para disfrutar de una noche de copas y secretos, sino que bajó a la estación de metro de St. James’s Park. Dejó pasar un tren. Luego esperó a que el último pasajero subiera al siguiente y entró corriendo al vagón cuando las puertas ya estaban cerrándose. Se bajó dos paradas después y tomó un tren en dirección contraria. A continuación se subió a un autobús en marcha. Cuando estuvo seguro de que nadie lo seguía («limpio y seco», en jerga de espías), se encaminó hacia un parque, donde un hombre fornido de pelo rubio lo esperaba sentado en un banco. Se dieron la mano; Philby le entregó el contenido del maletín y se dirigió a King’s Cross para tomar el tren hacia St. Albans.

De haber leído el informe sobre la Sección V que había escrito su mejor amigo, Nick Elliott se habría quedado boquiabierto y, acto seguido, corrido de vergüenza. En un pasaje podía leerse: «SEÑOR NICHOLAS ELLIOTT. 24 años, 1,74 m. Pelo castaño oscuro, labios prominentes, gafas negras, feo y un tanto desagradable a la vista. Buen cerebro, buen sentido del humor. Le gusta beber, pero como ha estado muy enfermo, ahora bebe poco. Es el responsable de Holanda...».77

Elliott se habría sorprendido todavía más si hubiera descubierto que el hombre que apretaba el paso en medio de la oscuridad con un fardo de papeles era un oficial del NKVD, la agencia de inteligencia de Stalin, y que su amigo Kim Philby era un veterano espía soviético con ocho años de experiencia y cuyo nombre en clave era «Söhnchen».