POMPEYA, AÑO CERO

El año 79 de nuestra era es el “año cero” de Pompeya, pues a partir de entonces esta ciudad romana dejó de existir. Y allí nos lleva nuestra nave del tiempo: en ella viajamos a Pompeya precisamente en el verano de ese año 832 Ab Urbe condita (AUC), ‘desde la fundación de Roma’ (recuerden: 753 años de la era romana + 79 años de la era cristiana = año 832 AUC). Estamos a finales del mes de junio (así llamado en honor de la diosa Juno). (Véase Figura 2.1).

La muerte aún no ha llegado, por lo que la vida rebulle todavía por doquier.

En el Foro

La nave del tiempo nos ha dejado, a primera hora de la mañana, en el Forum, la plaza mayor. (Véase Figura 2.2). Es una plaza impresionante, con el Templo de Júpiter recortándose al fondo contra la imponente silueta del Vesubio (del nombre de aquel dios vienen el de nuestro mayor planeta, Júpiter, y el del cuarto día de la semana: del latín Iovis procede nuestro jueves). Visto desde este extremo sur del Forum, el Vesubio subyuga con su formidable mole (véase Figura 2.3); pero nada más, pues aún no se ha creado la profesión de vulcanólogo (de Vulcano, dios del fuego) para prevenirnos. Porque lo peor aún está por llegar.

Un cicerone se nos acerca (con más facundia y conocimientos históricos que el propio Cicerón) y nos explica la situación:

—Las numerosas obras de reconstrucción que aún se ven en muchos edificios se deben a la enorme destrucción provocada por un terrible terremoto (aprovecho yo mentalmente para mis etimologías: de terræ motus, ‘movimiento de la tierra’) que hubo hace tan sólo diecisiete años. (Véase Figura 2.4). Precisamente por ese prodigium (prodigio, en general de mal agüero) se está edificando el nuevo templo que se ve al fondo a la derecha, dedicado a los Lares publici, que son los dioses protectores de la ciudad, los lares públicos.

—¡Ojalá sirviese para algo! —comento yo en voz baja, para mí. Pero no podemos modificar la historia, sólo observarla.

—En el Forum es donde se desarrolla la vida comercial, política y judicial de la ciudad.

Figura 2.2. Plano del Foro de Pompeya, con sus lugares más interesantes. La ciudad se desarrolla sobre todo al este (siguiendo el Decumanus maximus inferior), el Vesuvio queda al norte y el mar Mediterráneo al suroeste (por la Porta Marina).

Figura 2.3. En el extremo norte del Foro de Pompeya se alza el edificio principal de la ciudad: el Templo de Júpiter, flanqueado por los arcos en honor al gran militar Germánico y al emperador Tiberio. Al fondo se recorta, amenazante, la silueta del Vesubio.

(La palabra fórum la hemos asumido en español hasta el punto de no tener que cambiar nada más que el acento. Con ella designamos hoy el lugar donde se reúne gente para discutir diversos asuntos de actualidad. Y del latín forum derivan nuestras palabras foro, con el mismo significado de «sitio en el que los tribunales oyen y determinan las causas» según el DRAE, e incluso fuero, el ‘código’, la ‘jurisdicción’, el conjunto de leyes decididas en las instalaciones del foro.)

A nuestro lado hay varios monumentos que muestran esa jurisdicción: detrás, tres edificios civiles de carácter municipal; a nuestra derecha, uno de carácter político, y a nuestra izquierda, otro de carácter judicial. Nos lo explica, minuciosamente, nuestro cicerone particular:

—Tras nosotros, las tres oficinas municipales: 1) la sede de los Ædiles (los ediles, que se ocupan de las obras públicas, o sea, de cada ædificium, edificio, palabra que se compone de otras dos: ædes, ‘templo’, ‘casa’, y facio, ‘hago’, ‘edifico’); 2) la Curia (curia, para la asamblea del Ordo Decuriorum, es decir, de los decuriones) y 3) la sede de los Duoviri (de duo, dos, y vir, viri, varón, la ‘pareja de hombres’ o duunviros responsables de la magistratura suprema de la ciudad).

Y nuestro amable e informado cicerone, que me imagino que hace esto gratis et amore (esta expresión la conservamos aún en español, por lo que apenas necesita traducción: ‘gratis y por amor’, o sea, por amor al arte), sigue con sus prolijas explicaciones:

—A nuestra derecha está el Comitium, destinado a uno de los actos más importantes de la vida pública: los comicios o elecciones a los cargos municipales. Y a la izquierda, la Basilica (basílica, una especie de centro de negocios, parecido a nuestra Bolsa, de donde luego tomarán nombre y forma ciertos templos de una religión que ahora está empezando), la cual alberga al fondo el edificio del Tribunal (tribunal, donde los magistrados ejercen justicia). (Véase Figura 2.5).

Nos estamos dando cuenta de una cosa: de que, analizando el origen de nuestro castellano (‘comicios’, ‘basílica’, ‘tribunal’) y sabiendo un poco de latín (‘Comitium’, ‘Basilica’, ‘Tribunal’), entendemos perfectamente los nombres de muchos edificios y cargos de Pompeya. ¡Y así nosotros estamos construyendo ya una ciudad con palabras!

Un templo al amor (¿o al sexo?)

—Si seguimos por el lado izquierdo del Forum, tras la Basilica una calle nos lleva hasta la Porta Marina (la porta o puerta de la ciudad ‘que da al mar’, el cual ahora está bastante cerca). Pero antes de llegar vemos que se está construyendo el nuevo Templo de Venus, en sustitución del destruido por el terremoto.

Figura 2.4: Ya en el año 62 (diecisiete antes de la famosa erupción) Pompeya sufrió un gran terremoto, como muestra esta plancha esculpida de entonces. El templo de Júpiter (entre dos estatuas ecuestres) aparece tambaleándose en el Foro.

Figura 2.5: La Basílica y, al fondo, el Tribunal. La basilica latina no era una iglesia, sino un centro económico, pero su estructura arquitectónica dio nombre a nuestras basílicas. En cambio, la función del tribunal ya era la misma que la de nuestros tribunales.

¡Curiosa ciudad, Pompeya, que tiene un templo dedicado a la diosa del amor! ¡Bien empezamos! Con Venus y su hijo Cupido, correspondientes latinos de los griegos Afrodita y Eros. ¿Por qué maldita maldición a Eros siempre le tiene que perseguir Thánatos? Y al final, ¡ay!, en ese binomio ha de terminar venciendo éste: hasta el más consumado erotómano, por muy erotomaníaco que haya sido, acaba sus días en el tanatorio. Como los acabará pronto la venusina Pompeya.

—Es que Venus es la diosa protectora de la ciudad —nos dice nuestro amigo-cicerone—. De hecho, el nombre oficial de ésta se compone de cuatro partes: 1. Colonia (como esa ciudad, Colonia, creada por los romanos entre los bárbaros del norte); 2. Cornelia (por el nombre de la gens o gente Cornelia, el ‘linaje’ al que pertenecía Sila, aquel cruel militar romano de un solo testículo que la asedió hace 168 años); 3. Veneria (como las enfermedades venéreas de quienes se dedican a los placeres ‘de Venus’ sin las debidas precauciones); y 4. Pompeiana (por el nombre de la antigua ciudad: Pompeii). O sea, Pompeya es la Colonia Cornelia Veneria Pompeiana.

(Por cierto, ¡qué injusto ha sido nuestro lenguaje en el reparto de nuestras palabras entre los dioses del amor, Venus, Afrodita y Eros! A la Venus pompeyana le cargamos las enfermedades venéreas, pero no le atribuimos los supuestos productos ‘venusiacos’ [como sí hacemos con los afrodisíacos, por Afrodita] ni las cualidades del ‘venusismo’ [como sí hacemos con el erotismo, por Eros]. ¡Pobre Venus!)

—Pero también es un planeta vuestro, ¿no?

—Sí, nuestro único planeta (del griego planetes, ‘errante’) con nombre de mujer. El nombre se lo dio nuestra diosa, Venus, y lo llamamos de dos maneras: 1) al alba lo llamamos Lucifer (de ahí viene nuestra palabra Lucifer), porque nos ‘trae la luz’ (se compone de lux, luz, y ferre, ‘llevar’), es el “lucero del alba”; y 2) al atardecer lo llamamos Vesper (el véspero, porque ya es vespertino, es el “lucero vespertino”). Es el segundo más brillante de noche, pero a veces se le puede ver también de día... lo que significa que le podrías “rendir culto” no sólo de noche, sino también de día: la diosa Venus siempre te protegerá.

—¿Pero vosotros creéis de verdad en vuestra diosa Venus? ¿Pensáis que sí existe? (Véase Figura 2.6).

Figura 2.6: Venus (de donde vienen las enfermedades venéreas) saliendo de una concha entre dos amorcillos, en una pintura de Pompeya. La diosa del amor (los griegos la llamaban Afrodita, la de los afrodisíacos) era patrona de Pompeya, hasta el punto de formar parte del nombre de la ciudad, que era la colonia Veneria Pompeiana.

—Bueno, ella es la diosa oficial. Si quieres conocer la realidad, ya te enseñaré yo a ti el verdadero templo de las Venus pompeyanas.

—Las diosas del amor —me imagino yo.

La primera en la frente: empezamos la aventura lingüística de las pintadas. Un grafito en una pared pide a Venus que proteja a una pareja de jóvenes enamorados: «Que Venus Pompeyana les sea propicia y que los dos vivan siempre en concordia». ¡Qué bonito: no sólo había sexo, sino también amor... o, al menos, concordia! Y es que el hijo de Venus se llamaba Cupido, el dios del deseo amoroso.

(Apresurémonos a explicar la palabra ‘sexo’ [del latín sexus] antes de que abusemos de ella. En definitiva, esa palabra es la que nos permite ser animales sexuados, pues nos reproducimos sexualmente [que no es lo mismo que por tener una “mente sexual”], dado que estamos dotados de órganos sexuales, como tantos otros animales y plantas. A algunos incluso les permite hoy ser una persona sexy, ‘con atractivo sexual’, como a algunas les permitía en la antigua Pompeya ser sexungula, una ramera que consumía los bienes de sus amantes por ser una manirrota.

Aclaremos enseguida tres malentendidos:

1. Lo primero que no entendemos es que, según Corominas, esta palabra «no está en Nebrija, ni en Covarrubias, ni figura en el Quijote». ¡Qué pudibundos! Pues bien, es una etimología muy sencilla, que el gran etimólogo Roque Barcia condensaba así ya en el siglo XIX: «latín sexus, por sectus, ‘corte’, sección, forma de sectum, supino de secare, ‘cortar’»; y aclaraba su sentido etimológico: «el sexo es la sección o corte del género», «la diferencia entre el macho y la hembra, así en los racionales como en los irracionales, y aun en las plantas».

2. Platón lo explicaba metafóricamente en un bello mito: al principio, el ser humano era un extraño organismo doble, con dos sexos [hombre-mujer, hombre-hombre, mujer-mujer], en el que los dos estaban unidos espalda contra espalda y presentaban una forma redondeada; pero el dios Zeus se enojó con él, le lanzó un rayo que lo ‘seccionó’ en dos... y desde entonces cada individuo vaga por la vida buscando su “media naranja” [hombre-mujer, hombre-hombre, mujer-mujer] que lo complemente. Segundo malentendido: ¿por qué la gente lo llamará “amor platónico” si ya el propio Platón quería decir “sexo”?

3. Tercer malentendido. Tampoco entendemos a los romanos cuando usaban sus adjetivos para diferenciar el género: a) el adjetivo correspondiente al varón era virilis, o sea, viril, ‘varonil’, ‘masculino’, ‘esforzado’; b) en cambio, el adjetivo correspondiente a la hembra ¡era sexualis, sexual, ‘femenino’! Pueden comprobarlo en cualquier diccionario latino, si no creen que fueran tan machistas en su lenguaje. ¿Es que una mujer no puede ser ‘esforzada’ y un hombre no puede ser ‘sexual’? ¡Qué castrante!)

Nuestro amigo Trimalción

—Regresemos hacia el Forum y verás que tiene unas dimensiones impresionantes: 473 pies de largo por 126 de ancho —nos dice nuestro ya amigo.

Echo cuentas (un pes o pie equivale a 30 cm): mide 142 × 38 m. Un bello rectángulo.

—Es una zona peatonal, pues unos topes de piedra impiden entrar a los carruajes. Por eso está lleno de gente.

Trimalción, que así nos ha dicho que se llama nuestro amigo, nos informa:

—Pompeya tiene ahora unos veinte mil habitantes, incluyendo los pobladores de las domus, o domicilios del interior, y los de las villæ, o villas de los alrededores. Es una ciudad de provincias, cincuenta veces menor que la capital: Roma supera el millón de habitantes. Es la mayor ciudad del mundo.

—Pero Pompeya es diez veces mayor —le comento yo— que la hispana Barcino (Barcelona), que sólo tiene unos dos mil.

—¡Vienes de un pueblo! —empieza a mostrar sentido del humor Trimalción.

¡Sí, ya me acuerdo! Se llama como el “nuevo rico” de esa novela satírica que ha escrito Petronio hace menos de veinte años. ¡A ver si resulta que es como él!

—A nuestra izquierda, el Templo de Apolo nos recuerda la influencia griega en la ciudad, cuando ésta pertenecía a la Magna Grecia. (Véase Figura 2.7). Antes estuvieron los primitivos pobladores oscos y también los etruscos o toscanos (no sé si nuestro hosco tendrá que ver originariamente con ‘osco’, pero sí sé que tosco tiene que ver con ‘toscano’, por la connotación negativa que esos toscos pueblos “primitivos” tienen para los “cultos” romanos).

—Sois cosmopolitas (del griego kosmos, ‘mundo’, y polis, ‘ciudad’), ciudadanos del mundo. Como Diógenes (preguntado Diógenes de dónde era, respondió: «Soy ciudadano del mundo»). Los oscos, los griegos, los etruscos...

—Sí, nuestra historia y nuestra situación como puerto de mar nos han hecho así.

—Un puerto es siempre una puerta. (Hoy día el mar ha retrocedido en muchas partes del Adriático, por lo que antiguos puertos italianos quedan actualmente tierra adentro, lejos del mar: Pisa, Ostia, Pompeya... ¡El relieve no sólo lo moldean los volcanes! A veces la propia naturaleza transforma la geografía sin necesidad de utilizar siempre cataclismos: la destrucción del mundo puede acontecer con la misma lentitud con la que los humanos construimos el mundo del lenguaje, palabra por palabra, hasta que cada una de ellas es aceptada en la sociedad.)

—Y luego estuvieron los samnitas, que serían dominados por Roma varios siglos más tarde —y añade, orgulloso—: sólo hace 159 años que nos hicieron colonia romana. Nos trajeron la tan cacareada Pax romana (evidentemente, de esa pax nos llega la paz, pero una pax especial: la paz romana).

Figura 2.7: Sobre el alto podio del Templo de Apolo aún se alzan dos de sus 28 columnas corintias. Ante la amplia escalinata se ve un ara (o altar) de travertino y una columna jónica de mármol en la que reposa una pieza curiosa: un reloj de sol.

—Así entrasteis en la civilización...

—¿Por qué lo llaman “entrada en la civilización” cuando quieren decir “sometimiento a su tiranía”?

Pues pienso que no deja de tener razón. Pronto alguien dirá de los romanos una frase famosa: «Ubi solitudinem faciunt, pacem appellant», que, literalmente, podríamos traducir por: «Donde la soledad hacen, paz lo llaman». Y, teniendo en cuenta que solitudo no sólo significa soledad sino también ‘desierto’ o ‘lugar solitario’, podríamos traducirlo algo más libremente: «Donde crean un desierto dicen que han llevado la paz». Sí, la paz de los muertos. Arrasan, asesinan, saquean... Pero no quiero envenenarle la sangre aún más, por lo que le insisto en lo positivo:

—Pero Roma construyó un gran imperio...

—Mira, la historia de Roma se resume así: ampliar su limes (límite, ‘frontera’) y luego luchar con el nuevo vecino. Era una aldea que venció a su vecino y así luego llevó su limes más allá, con lo cual se encontró con un vecino nuevo al que combatió y así llevó más allá su frontera, por lo que encontró un nuevo vecino con quien luchar...

—¡Y así Roma ha conquistado todo el mundo conocido, en tres continentes! ¡Como para ser su vecino! (Vecino viene del latín vicinus, que está ‘próximo’, ‘cercano’, porque vive en el mismo vicus, en el mismo ‘barrio’.) Así lleva... ¿cuántos siglos?

—Pues mira: las últimas “fiestas seculares” fueron las del 800 aniversario Ab Urbe condita, que se celebraron en tiempos del emperador Claudio, hace 32 años. (Nuestro siglo viene del sæculum latino, que significaba ‘generación’, la ‘duración máxima de una generación humana’, y por eso «al espacio de cien años lo llamaron siglo», según Varrón. Los ludi sæculares eran unas ‘fiestas seculares’ que se celebraban cada cien años. Y de ahí deriva lo de seglar, lo relativo a la vida de este siglo, de este mundo.)

—O sea, desde que se fundó Roma lleváis ya 800 + 32 = 832 años de historia de guerras.

Civis romanus sum, ésa es la principal ventaja: ‘soy ciudadano romano’, tengo derecho de ciudadanía, con toda una serie de garantías legales. (Civis es ciudadano, y civitas, ciudad; y de ahí derivan palabras tan bellas como civil, cívico, civilización..., aunque también algunas como ‘guerra civil’. Nunca he entendido por qué llamamos ‘civil’ a una guerra tan incivil: más bien será un vicinum bellum, una ‘guerra contra el vecino’.)

Y prosigue con sus explicaciones:

—Frente al Templo de Apolo, siempre en el lado izquierdo del Forum, se alza el Suggestum. (Véase Figura 2.8). En esta tribuna los oradores intentan sugerir cosas y votos a la gente (del verbo suggerere, que inicialmente significaba ‘llevar debajo’, por gerere, ‘llevar’, y sub, ‘debajo’, pero que después pasó a significar ‘sugerir’, ‘aconsejar’).

—¡Tenéis una vida política intensa!

—Luego está la Mensa ponderaria, o mesa de pesas y medidas (pondus es el ‘peso’ y la ‘pesa’, por lo que ponderare indica ‘pesar’ y, por tanto, ponderar, ‘juzgar’, ‘apreciar’). Así todos los comerciantes podrán y deberán atenerse al sistema de medidas romano, para ajustarse a esas medidas, ad mensuras exæquandas (por mensuras, mensura, ‘medida’, y el verbo exæquo, igualo, ‘equiparo’, como cuando aún decimos ex aequo, ‘en pie de igualdad’). (Véase Figura 2.9).

Figura 2.8: El amplio Foro de Pompeya era el centro de la vida política, religiosa y económica de la ciudad. Exclusivamente peatonal, estaba pavimentado y lo rodeaban bellos pórticos en dos planos, dórico el inferior y jónico el superior. Frente al lado izquierdo se encontraba el Suggestum, un gran podio o estrado desde donde los oradores arengaban a los ciudadanos.

—¡Una vida muy igualitaria, al menos en cuanto a las normas comunes!

—Después encontramos el Horreum (el hórreo o ‘granero’ en el que se almacenan cereales y otros productos de venta), que tiene detrás un mercado holitorium (de hortalizas).

—Pues en el norte de Hispania llamaremos ‘hórreo’ a algo parecido.

—Y, ya al final de este lado izquierdo, tienes el Ærarium (el erario o ‘tesoro público’) y un escusado inexcusable: una latrina publica o ‘letrina pública’ (el verbo lavare, lavar, dará ya en latín lavatrina, ‘lavabo’, ‘retrete’, que se contraerá en latrina, de donde nos vendrá nuestra ‘letrina’).

Me entran ganas y entro. Mi cicerone entra conmigo y descubro que... ¡son comunes! Es una sala espaciosa en la que hay unos veinticinco o treinta asientos, sin separación entre ellos. Y veo que cada uno de sus ocupantes hace lo que necesita, o lo que puede. Charlan amistosamente entre ellos, como si fuese un centro social. (Véase Figura 2.10).

Figura 2.9: La Mensa ponderaria mostraba el sistema oficial de pesas (pondus) y medidas (mensura) al que debían ajustarse todos los comerciantes. Como dice la segunda línea de la inscripción, estaban igualadas con las unidades de medida del sistema romano: «ad mensuras exæquandas».

—Mira lo que han escrito en esta pared: «Encolpius hic bene cacavit», y lo traduzco: «Encolpio aquí cagó bien».

(Caca es probablemente una palabra expresiva de creación infantil, pues tiene paralelos en muchos idiomas; y de ahí se formaría luego en latín cacare, cagar, ‘defecar’, por lo que cagadero o cagatorio es el ‘lugar donde se caga’. El cagatorio de Diógenes [el ‘hijo de dios’] era el ágora, pues lo hacía todo en público; y, habiéndole reprochado alguien tal indecencia, respondió: «Si comer en el ágora no es indecente, tampoco lo será el descomer». Pero no se piense que un cagón es quien caga mucho, sino que es un cagado, que se caga de miedo, un miedoso. Y el producto de ese acto son: a) las heces [del latín fæx, fæcis, ‘restos’ o ‘residuos’ de la fabricación del aceite o del vino, y luego de la sociedad o, en particular, del organismo, por lo que de-fecar, que en latín se decía defæcare, es ‘eliminar las heces’]; o bien b) los excrementos [el verbo latino cernere significaba cerner, ‘tamizar’ o ‘cribar’ con un cedazo para separar lo bueno de lo malo, de donde derivarían los verbos dis-cernir, con-cernir, se-cretar los secretos y ex-cretar los excrementos); c) dicho en claro, la mierda, y ésta viene del latín merda, que se conserva tal cual en catalán, gallego e italiano. También existía en latín la palabra stercus, stercoris, que originaría nuestro estiércol y estercolero. Si CJC hubiese expandido su Diccionario secreto, sin duda habría podido incluir estos inefables versos que me enseñó una letrina hispana, pero que podrían haber sido grafiteados en las de Pompeya: «Cagón que cagando estás, / que con tanto gusto comiste, / caga y no te pongas triste, / que, cagando, comerás».)

Figura 2.10: Otro centro de la “vida social” del Foro eran las letrinas. Estaban al final del lado izquierdo, cerca del Templo de Júpiter y del Erario público. No eran retretes privados, sino un espacio común en el que “se socializaba”, como se puede ver en estas letrinas de Ostia.

—¡A lo mejor lo ha escrito un amigo mío que se llama Encolpio. Debió de sentir una necesidad, y vendría con su amiguito. Quizá los conozcas esta tarde. (Quizá procede del latín qui sapit, ‘quién sabe’. ¿Quién sabe si los conoceré esta tarde?)

—¡Qué claro habla tu amigo! Le salió bien.

—¿Qué? Pues si ése lo hizo bien, a este otro lo avisan del mal: «Cacator, cave malum!».

Lo traduzco para practicar, aunque sea ad pedem litteræ (‘al pie de la letra’) para que sea más comprensible: «Cagón, cuidado con el mal». (Como ya podemos imaginar, cacator es cagón; cave advierte de un peligro, como en «Cave canem!» [«¡Cuidado con el perro!»]; y, por último, malum significa mal, ‘desgracia’, ‘daño’.) Pues eso, ¡cuidado los cagones!

Es que hasta para las cosas de la caca y la orina (urina) tenemos que recurrir al latín. Y también para orinar. Si no, ¿cómo diríamos orinal sin el urinalis latino? Eso sí, conservamos la ‘u-’ de la urina original en nuestros urinarios. Creo que la orina se recoge para venderla como detergente para las lavanderías e incluso como supuesta “pasta de dientes” (¡mejor si es de gladiador!). Aunque me repugna, me atrevo a preguntárselo a mi recién estrenado amigo, para intentar aclararlo. Trimalción se burla de mí citando a Catulo:

—«Sobre todo tú, hijo de Celtiberia, tierra de conejos, a quien hacen pasar por hombre de bien una barba espesa y unos dientes frotados con orina ibera». (Simplificando mucho el tema tanto en el espacio como en el tiempo, podríamos decir que, trazando una diagonal del noreste al suroeste de nuestra Península, ésta se encontraba poblada por los celtas al oeste de esa diagonal y por los iberos al este, con una zona mixta entre ambos en el centro integrada por los celtíberos, con dos casos particulares: los vascos al oeste de los Pirineos y los turdetanos al oeste de la zona baja del Guadalquivir. La palabra celtas proviene de los Keltai de los griegos, quienes llamaban así a los pueblos indoeuropeos que vivían desde más allá de los Alpes hasta «más allá de las Columnas de Hércules», como decía ya Heródoto hace dos mil quinientos años. La palabra iberos procede del nombre griego del río Íber, bien por el nombre local del Ebro, bien por el río Iberus de la Turdetania [el Tinto-Odiel]. Por los iberos se dio ese nombre a Iberia, y por la mezcla de ambos pueblos a Celtiberia, palabra que desde el show de Carandell serviría para calificar a españoles que responden a cierto estereotipo negativo.)

Sí, vengo de esa «tierra de conejos» que es Celtiberia. Pero ¡qué asco, ese uso de la orina! Catulo lo explica a continuación: «En Celtiberia, con lo que cada uno ha meado, por la mañana suelen frotarse los dientes; así que, cuanto más blancos estén, más orines proclamarán que han bebido».

(No sé si sabemos bien a dónde va España, pero sí sabemos de dónde viene: del latín Hispania. De Hispania > ‘España’. Hace casi 2.222 años, los romanos vencieron a los cartagineses que estaban en esta península y se quedaron con toda España [¡España “entró en la civilización” antes que Pompeya!], y ellos la dividieron en Hispania Citerior, o Próxima, e Hispania Ulterior, o Lejana. Pero ¿por qué los romanos la llamaron Hispania? Pues porque así la llamaban antes los cartagineses, a quienes Roma se la ganó en las guerras ‘púnicas’. En púnico o cartaginés, esta tierra se llamaba Isephanim, o sea, la ‘isla de los conejos’. Esperemos que supiesen más de etimología que de geografía [¿España, una ‘isla’?], pero el caso es que así quedó: Isephanim > Hispania > ‘España’. O sea, ‘españoles’ = ‘conejeros’. Al menos eso era lo que pensaban Catulo, Plinio el Viejo, Catón el Censor y otros escritores latinos.)

Pero, si no queremos ponernos tan finolis usando la palabra ‘orina’, sin el latín tampoco podríamos mear (del latín vulgar meiare, en latín clásico meiere, y también significaba lo mismo mingere, que las palabras guarras siempre abundan... Por lo que ya podemos adivinar en qué consistirá la micción y hasta qué será un mingitorio: el ‘lugar en el que se mea’). Recuerdo un grafito en la pared de una letrina en el ágora de Éfeso, inspirado en expresiones del propio Homero y escrito en verso:

«Pisa con fuerza y agita el puño,
grita fuerte y tose con ganas,
menea todo tu cuerpo y caga a fondo,
deleita tu imaginación,
y que tu estómago no te duela nunca cuando entres aquí».

Sin desperdicio, ¡incluso lo del cuarto verso!

Con el Vesubio al fondo

Pero eso ya empieza a oler mal. Así que volvemos a lo clásico, a lo bonito:

—Y ahí está el gran templo: el Templo de Júpiter, en el lado principal del Forum, con el Vesubio como telón de fondo

Sí, como telón de fondo del próximo drama, me estremezco. Hablando de olores, desde aquí percibo un tenue pero inquietante olor a azufre, como una sombra sobre la ciudad.

—Está flanqueado por dos arcos dedicados a sendos (por singuli, ‘uno a cada uno’) prohombres: uno a Germánico, el otro a Tiberio. Un relieve de Pompeya muestra cómo se tambaleaba este templo durante el gran terremoto de hace pocos años. (Véase Figura 2.4).

—Claro —pienso yo—, ya lo escribirá Tácito dentro de pocos años: «Pompeya fue destruida por un terremoto en gran parte».

—Por eso el gran templo se está reconstruyendo ahora: a) sobre un podio, con una escalinata de acceso (el ‘podio’ era donde los griegos ponían sus podói, sus ‘pies’, menos Edi-po, que tenía los ‘pies hinchados’); b) se llega a la pronaos (pronaos, como en griego, ‘antes de la naos’); c) que da paso a la cella (la celda donde se aloja la estatua del dios; de hecho, cella inicialmente significaba ‘almacén’) o sanctasanctórum (de sancta sanctorum, los ‘santos de los santos’).

—¡Qué bien lo explicas!

—En este caso, los nichos que se construyen en la cella estarán dedicados a la tríada capitolina (como el Capitolio de algunos países, por el Capitolium de Roma, construido sobre el monte Capitolinus o Capitolino, una de las “siete colinas” de Roma; siempre se dijo que Roma era el Septi-montium, el recinto de los ‘siete montes’). O sea, a Júpiter, flanqueado por las diosas Juno y Minerva.

—Es la misma idea que gobierna el principal templo de Roma, ¿no? El templo más importante, dedicado al dios más importante, en el sitio más importante.

—¡Claro! Porque es el templo consagrado a Jupiter Optimus Maximus Capitolinus. (Júpiter, en realidad, es un compuesto: de Jovis [genitivo de Jupiter] + pater [padre]. Y el padre de todos los dioses es optimus [óptimo, superlativo de bonus, bueno], pero además maximus [máximo, superlativo de magnus, magno], es decir, el mejor y el más grande. Y, por si fuera poco, es Capitolinus porque preside el Capitolio de Roma.)

—He leído que, hace unas pocas décadas, el emperador Calígula hablaba con la estatua de ese Júpiter Capitolino: le susurraba al oído y luego le presentaba el suyo. ¿Qué se decían?

—En cierta ocasión se oyó al emperador gritarle al dios: «¡Demuéstrame tu poder o teme el mío!».

Pero luego Trimalción nos explica mejor la religión romana:

—En nuestra religión, la gente no entra en los templos, sólo los sacerdotes. El templo aloja la estatua del dios, y poco más. La gente se queda fuera, para presenciar los sacrificios al dios sobre el ara esa que ves ahí delante (el ara o ‘altar’ de los sacrificios). Lo importante son los ritos, no las creencias.

—En mi tierra sí entramos en los templos. Bueno, los que van. Para orar (en latín, os, oris, era ‘boca’, por lo que el verbo orare inicialmente significaba ‘hablar’, ‘pedir’; pero luego, de tanto ‘pedir’ a los dioses, acabó significando ‘orar’, ‘rezar’).

Es un templo modesto, pero nos llama la atención su ara, cuyos relieves representan a un victimarius (un victimario o sacerdote sacrificial) guiando hacia el altar a su próxima víctima, un buey, mientras el matarife tiene ya preparada el hacha del sacrificio.

—Los sacrificios más impresionantes son los de las suovetaurilia (un compuesto de tres palabras: sus, ‘cerdo’ y otros suidos; ovis, ‘oveja’ y otros óvidos; y taurus, toro, de donde vendrán nuestras tauromaquias). (Véase Figura 2.11). O sea, olvídate de entrar en el templo a orar.

—¡Gracias por el consejo! Cicerón no lo habría hecho mejor.

—En nuestro Panteón (que, en griego, significa ‘todos los dioses’, como pandemónium sería literalmente ‘todos los demonios’) tenemos muchos dioses. Somos politeístas (polýs, ‘mucho’, + theós, ‘dios’). Por eso somos tolerantes con los dioses de los demás pueblos, siempre que los demás respeten los nuestros. Por ejemplo: a) incorporamos dioses de los griegos (véase Figura 2.7); b) unos amigos míos tienen en casa una diosa india, que se llama Lakshmi (véase Figura 2.12); y c) aquí florece también el culto a la diosa egipcia Isis, que tiene incluso un bello templo (véase Figura 3.4).

—¡Claro —murmuro para mí—, el que visita Mozart en 1769 y que luego le inspirará su Flauta mágica!

—En el mundo romano, los templos de los dioses miran hacia fuera, mientras que las casas de los hombres miran hacia dentro. Ya verás mi casa..., si aceptas mi invitación para la cena de esta tarde (la cena o comida principal del día, que se celebraba por la tarde).

—¡Por supuesto! Tus cenas pervivirán en la memoria de la gente durante mucho tiempo.

—Eso sí, comeremos juntos tras callejear un poco más y tras hacer lo que hace todo buen romano: visitar las thermæ (las termas, lo que algunos modernos llaman SPA sin saber siquiera que no están hablando en inglés, sino en latín: Salutem Per Aquam, ‘a la salud por el agua’).

Figura 2.11: Relieve romano que muestra una suovetaurilia, rito en el que se sacrificaba un cerdo (sus), una oveja (ovis) y un toro (taurus).

Figura 2.12: ¿Qué hacía en Pompeya esta estatua procedente de la India en la que la diosa Lakshmi nos enseña procazmente su vulva y sus generosos pechos con una sonrisa cómplice? ¿Y qué pintaban en Pompeya los templos y estatuas a dioses griegos como Apolo? ¿Y cómo es que Mozart pudo visitar en Pompeya (como podemos hacer hoy nosotros) un templo de la diosa egipcia Isis? Cualquier dios de India, de Grecia o Egipto tenida cabida en Pompeya, siempre que sus seguidores respetasen los ritos de la religión romana, politeísta y por tanto tolerante.

Este Trimalción, que al principio me parecía superbus (soberbio) et superfluens (compuesto de super y fluo, superfluo, ‘que fluye por encima’, ‘que te desborda’ y ‘te rebasa’), cada vez me cae mejor. Hasta el punto de que yo creería que se parece a mí.

Entre el patrimonio y el matrimonio

Con tan interesante programa, nos damos un poco más de prisa en recorrer el último tramo del Forum, regresando así al punto de partida por el lado contrario. Nos asomamos al Macellum (el DRAE recoge aún la palabra moribunda macelo, ‘matadero’). (Véase Figura 2.13).

—Inicialmente era un mercado de comestibles, de carne pero también de pescado: en el centro tiene una rotonda de doce columnas cubierta por una cúpula, que gracias a una fuente sirve como vivero de peces. E incluso exhibe varias estatuas de culto a Augusto y a varios miembros de la familia imperial. Pero también dispone de tiendas al exterior donde están los argentarii (los cambistas o argentarios, o sea, ‘los de la plata’ o argentum, que tan argentino sonido produce).

—Es decir, los banqueros, que en todas las épocas están en el sitio adecuado en el momento adecuado. (Aunque ‘banco’ implica la idea de mueble para sentarse, los romanos ya tenían el concepto actual de banco como sitio donde se trabaja con el dinero; sólo que no lo llamaban ‘banco’, sino mesa: era la mensa argentaria, la ‘mesa del dinero’. Y Suetonio nos cuenta que el padre del actual emperador «tuvo banca en Helvecia» [en latín, Helvetia]. ¡Si es que ese país estaba predestinado!)

—Con el divino Augusto se pasó de la República al Imperio —nos comenta Trimalción, un tanto escéptico, retornando al tema de Augusto.

—O sea, de la democracia a la dictadura, que decimos nosotros —comento yo. (Si la democracia es un invento de los griegos, la dictadura la inventaron los romanos: el dictator o dictador era un magistrado nombrado en circunstancias extraordinarias y dotado de un poder absoluto; al principio era un cargo sólo para un semestre [semestris = sex + mensis, para ‘seis meses’, pero ya se sabe lo que pasa con los dictadores: les das seis meses y luego ellos se toman... Julio César se hizo proclamar dictator perpetuus, perpetuo, ‘vitalicio’. ¿No querría convertirse en Rex y por eso los republicanos demócratas lo asesinaron?)

—Sí, Augusto lo consiguió: ya lo había intentado su tío abuelo Julio César, pero la jugada no le salió bien. Y se lo cargaron en los idus de marzo de hace... 123 años (si las calendæ de las que procede nuestro calendario eran el primer día de cada mes, los idus eran los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre y los días 13 de los otros ocho meses; o sea, a César lo asesinaron el 15 de marzo del -44).

—Pero Augusto decía que sólo era «primus inter pares» (primus, primero; pares, pares, parejos, ‘iguales’; el ‘primero entre iguales’, como nuestro Primer Ministro, que “sólo” es el ‘primero de los ministros’).

—Olvídate de los pares y céntrate en el primus, así acertarás.

Figura 2.13: La elegante entrada al macelo (macellum) de Pompeya albergaba tiendas para la venta de carne y pescado, pero en él se rendía además culto al emperador. Y en el exterior disponían sus mesas los cambistas.

—¿Y el emperador actual es Vespasiano, no?

—Sí, el emperador que puso fin al “año de los cuatro emperadores”, con un clima de guerra civil tras la muerte de Nerón. Y que luego ha combatido a los britanos en Britannia y a los judíos en Judea. Pero en especial quien ha empezado la construcción del gran Anfiteatro en Roma. Precisamente, el siguiente templo de este Foro, después del de los Lares, es el de Vespasiano. (Véase Figura 2.14)

—¿Y qué tal es vuestro emperador? —me atrevo a preguntar.

—Pues... se dice de él que es tan íntegro como su padre: en tiempos de Claudio le tocó el gobierno de África y «no regresó más rico que se fue». Sólo cometió un error: ya en tiempos de Nerón, «estando en el teatro, se quedó dormido mientras cantaba el emperador, por lo que cayó en desgracia irremediable».

—¡Totalmente comprensible! ¿Quién no se dormiría?

—Vespasiano es muy cáustico. A veces hasta desciende a groseras bufonadas, ¡ni siquiera se contiene de emplear las palabras más sucias!

—Hombre, me gustaría hablar con él. Sobre palabras sucias, precisamente.

Pero Trimalción aún no conoce mis intereses lingüísticos. Por lo que sigue con su papel de cicerone.

—Y, por último, el enorme Edificio de Eumaquia, con dos plantas y tres ábsides, dedicado por la sacerdotisa Eumaquia, patrona de la corporación de los fullones (tejedores, tintoreros y lavanderos), a la emperatriz Livia, esposa de Augusto, con sendas estatuas de ambas mujeres. Uno de los lados está recorrido por el cryptoporticus (del mismo origen que nuestra cripta y nuestro pórtico), un corredor con ventanas donde se almacenan los productos del gremio textil. (Véase Figura 2.15).

Figura 2.14: El emperador Vespasiano (que murió sólo dos meses antes de la erupción del Vesubio) tenía un templo propio junto al Foro, con un bello altar para los sacrificios. Se le rendía culto en vida y se le divinizó tras su muerte.

—Un escritor hispano actual llamado Marcial —me atrevo a comentar— ha escrito un epigrama que dice: «¿Qué hace una mujer honrada? No se da, pero no se niega». ¿Qué te parece a ti? ¿Reflejan estos versos a la mujer romana?

—Pues eso precisamente es lo que hizo Livia. Se había casado con un primo suyo, a quien ya le había dado un hijo —el que luego fue emperador Tiberio— y de quien esperaba otro. Pero el emperador Augusto se enamoró de ella fulminantemente (de fulmen, ‘rayo’) y el primo se la cedió como esposa... e incluso fue a la boda.

—Ya se sabe, «al patrimonio (de patrimonium, los ‘bienes que se reciben de los padres’) por el matrimonio (de matrimonium, referido sobre todo a la mujer)».

Figura 2.15: El Edificio de Eumaquia, que cerraba el Foro por la derecha, era el mayor de la plaza. La sacerdotisa Eumaquia, patrona de los tejedores y tintoreros, se lo había dedicado a Livia, la esposa del emperador Augusto.

—No creas. El patrimonio, en cierto modo, sigue siendo de la mujer: en caso de divorcio, ella lo recupera. ¡Por eso hay que respetarla! Si no, se lo lleva.

—¿Y el matrimonio?

—Es un acto normal, sin ritual. Simplemente nos vamos a vivir juntos y ya está. ¡Pero puede llegar a haber amistad! (Véase Figura 8.6).

—¿A qué edad se debe casar uno?

—Si eres joven, todavía no. Si viejo, ya no —filosofa, siguiendo un dicho griego.

—¿Y eso que se dice de que Roma es una sociedad matriarcal?

—¡Qué latín más raro usas a veces! Adivino qué quiere decir esa palabra, pero nosotros no la usamos.

—Claro, perdona, he usado un cultismo posterior. Es un compuesto de dos palabras: del latín matrix (matriz y, por tanto, mater, madre; es decir, matrix es a ‘madre’ como virgo es a virgen) y del griego arkhé (‘mando’, ‘poder’). O sea, que se dice que quienes mandan en el mundo romano son las mujeres. No tienen poder político, pero sí poder real.

(El emperador Augusto, según nos cuenta Suetonio en la vida que escribe de él, «fue siempre muy inclinado a las mujeres, y dicen que con la edad deseó especialmente vírgenes; así es que se las buscaban por todas partes, y hasta su propia esposa se las buscó».)

—Bueno... Digamos que, en casa, la mujer es la amiga del jefe, pero también la jefa de los esclavos.