Capítulo 2
Los hijos y la educación

La crianza de los hijos es un daño que se inflige uno mismo.

Ps.-Menandro, Sentencias 70

El amor de una madre es siempre más fuerte que el del padre, pues ella sabe que los hijos son suyos, mientras que él solo cree que lo son (Eurípides frg. 1015).

Una famosa carta (Papiro de Oxirrinco 744) escrita por un padre angustiado por la espera en el Egipto romano, de fecha 17 de junio de I a. C. (es decir, más o menos por la misma fecha en que se produjo la matanza de los inocentes por orden del rey Herodes, S. Mateo 2:16-18) contiene las siguientes líneas:

Saludos de Hilarión a su querida Alis, y a sus queridos Berous y Apolinarion. Seguimos en Alejandría. Debes saber que todavía nos hallamos en Alejandría. No te inquietes si todos los demás regresan y yo me quedo. Te ruego que cuides bien de la criatura. En cuanto nos paguen te mandaré algo de dinero. Cuando, si Dios quiere, des a luz, si es un niño quédatelo; pero si es niña deshazte de ella. Me has mandado decir por Afrodisias: «¡No me olvides!». ¿Cómo podría olvidarte? Así pues, te ruego que no te preocupes.

Se solía coger un tarro de miel con una esponja en la boca, que luego se ponía en los labios de los niños para que se estuvieran tranquilos y dejaran de llorar de hambre (Escolio a Aristófanes, Acarnienses 463).

Tu ansia es insaciable; la mía está saciada. Eso les pasa a los niños que meten la mano en un tarro de cuello estrecho para coger los higos y las nueces guardados en él: si se llenan la mano, no pueden sacarla y luego lloran. Suelta unos pocos, y la sacarás sin dificultad. Y tú igual: suelta el deseo; no desees mucho y lo obtendrás (Epicteto, Disertaciones 3.9).

Agesilao [rey de Esparta] era ante todo amante de sus hijos; respecto a su gusto por los juegos infantiles, se cuenta que, cuando sus hijos eran pequeños, jugaba con ellos en casa montando a caballo sobre un palo y, como uno de sus amigos lo viese, le pidió que no se lo contara a nadie hasta que él mismo fuera padre (Plutarco, Vida de Agesilao 25). La misma anécdota se contaba de Sócrates.

En el juego llamado la Mosca de Bronce, tapan los ojos a un niño con una cinta, y luego los demás dan vueltas a su alrededor. El niño grita: «Voy a cazar la mosca de bronce», y los otros replican: «Vas a cazarla, pero no vas a atraparla», y le pegan con tiras de papiro hasta que atrapa a uno de ellos (Pólux, Onomasticon 9.123).

En cuanto a las rabietas y los llantos, no hacen bien los que los prohíben en las Leyes, pues son convenientes para el desarrollo, ya que son en cierta manera una gimnasia para los cuerpos. En efecto, la contención del aliento produce fuerza en los que realizan trabajos duros, y lo mismo ocurre en los niños cuando se ponen en tensión (Aristóteles, Política 1336a).

El niño es el más difícil de manejar de todas las bestias. En efecto, en la medida en que todavía no tiene disciplinada la fuente de su raciocinio, se hace artero, violento y el más terrible de los animales. Por eso es necesario domarlo como quien dice con muchos frenos (Platón, Leyes 808d).

Como la esperanza de vida era tan corta, los griegos sintieron la necesidad de una palabra que designara al niño cuyos dos progenitores estaban vivos: ἀµφιθαλής [amphithalés, que significa literalmente «floreciente por ambos lados»].

En Persia hasta que el niño no tiene cinco años no comparece ante su padre, sino que hace su vida con las mujeres. Esto se hace así con el fin de que, si muere durante su crianza, no cause a su padre dolor alguno. Apruebo, desde luego, esta costumbre (Heródoto, Historias 1.136). Sorprendentemente se sabe muy poco acerca de la vida personal de Heródoto. ¿Es quizá el comentario final un reflejo de su propia experiencia?

Los hijos nacen parecidos a sus padres no solo en los caracteres congénitos, sino también en los adquiridos. Ya algunos hijos de padres con cicatrices tuvieron en los mismos lugares la señal de la cicatriz, y en Calcedón un tatuaje que tenía el padre en el brazo apareció en el hijo, aunque con el dibujo confuso y difuminado (Aristóteles, Reproducción de los animales 721b). Algunos deducían de esto que el semen se forma en todas las partes del cuerpo del padre. El mismo fenómeno se creía que tenía lugar en las plantas: Si se graban unas letras en una nuez y se planta, el árbol que nace de ella producirá nueces con esas mismas letras (Ps.-Alejandro, Problemas 5.1).

Licurgo veía una gran estupidez y vanidad en las reglamentaciones de otras sociedades, ya que hacen cubrir sus perras y sus yeguas por los mejores sementales, persuadiendo a sus dueños con ruegos o dinero. En cambio, a sus mujeres las tienen encerradas bajo llave y vigiladas, considerando un honor que engendren hijos solo con [sus maridos], por mucho que sean necios, viejos decrépitos o enfermizos (Plutarco, Vida de Licurgo 15).

EDUCACIÓN

Los niños deben tener algún pasatiempo, y se considera que fue un buen invento el sonajero de Arquitas, que se da a los niños pequeños para que lo manejen y no rompan nada de la casa, pues el niño no puede estar quieto. El sonajero es, pues, adecuado a los niños pequeños, y la educación es un sonajero para los muchachos mayores (Aristóteles, Política 1340b).

Hay tres tipos de estudiante: el de oro, el de plata y el de bronce. El estudiante de oro paga y aprende, el de plata paga, pero no aprende, y el de bronce aprende, pero no paga (Bión de Borístenes frg. 78).

A la hora a la que llegamos [al Pireo]... en el lugar donde desembarcamos estaban como siempre numerosos partidarios declarados de las distintas escuelas al acecho de nuevos estudiantes... Todos los pasajeros se pusieron en marcha [hacia Atenas]... El patrón de la nave había sido en otro tiempo huésped de Proferesio [el sofista]... llamó, pues, a la puerta de su casa e introdujo tal cantidad de estudiantes, que... parecía que iban a llenar la casa del filósofo, y eso en una época en la que se desencadenaban verdaderas guerras por conseguir uno o dos alumnos (Eunapio, Vidas de los sofistas 10.1).

Sonajero de terracota en forma de cerdito (siglo IV. a. C.).

© Cortesía de Williamson Art Gallery & Museum

¿Por qué tenemos más inteligencia al llegar a viejos, pero aprendemos más deprisa cuando somos más jóvenes? (Ps.-Aristóteles, Problemas 955b).

La educación es un bien que no puede robársele a nadie (Ps.-Menandro, Sentencias 2).

Aristóteles solía decir que la educación constituye un ornato en la prosperidad, y un refugio en la adversidad (Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos ilustres 5.19).

Cuando los mitilenios gobernaban el mar, impusieron este castigo a los aliados que hacían defección, a saber que sus hijos no aprendieran las letras y no se les enseñara música, pensando que el más duro de los castigos era vivir privado de las artes y del conocimiento (Eliano, Historias curiosas 7.15).

Aunque no tuviera otros méritos, la asistencia a la escuela como mínimo sirve para que los niños que tienen un mínimo sentido de la decencia se abstengan de hacer fechorías, tanto de día como de noche (Plutarco frg. 159).

Consejos sobre cómo escuchar las lecturas, por absurdas que sean:

• Sentarse derecho y firme, sin repantigarse ni adoptar malas posturas.

• Mirar directamente al que habla, con una disposición de interés constante.

• Expresión serena e inescrutable, libre no solo de arrogancia y de malhumor, sino también de otros pensamientos y preocupaciones.

• No fruncir el ceño ni denotar disgusto en la expresión del rostro.

• No andar mirando de un lado a otro.

• No andar moviéndose en el asiento y colocar adecuadamente las piernas.

• No hacer visajes, ni cuchichear ni sonreír a los compañeros ni bostezar. (Plutarco, Sobre cómo se debe escuchar 45c)

Cuando Dionisio [que fue tirano de Siracusa en 367-357 y en 346-344] fue desterrado, se dedicó a enseñar a los niños en Corinto, pues era incapaz de vivir sin ejercer el poder (Cicerón, Disputaciones tusculanas 3.27).

Sin azotes, no se puede educar a nadie (Ps.-Menandro, Sentencias).

He aquí lo que, según dicen, hacía Protágoras. Pues cuando daba una clase de lo que fuera, invitaba al discípulo a que pusiera precio a lo que creía que había aprendido, y se contentaba con lo que le daba (Aristóteles, Ética nicomáquea 1164a). Diógenes Laercio, sin embargo, cuenta que Protágoras fue el primer sofista que pidió dinero a sus discípulos, fijando su tarifa en cien minas [diez mil dracmas, una cantidad astronómica, equivalente a mediados del siglo V a. C. a lo que cobraría en Atenas un jurado que prestara servicios durante treinta mil días] (Vidas de los filósofos ilustres 9.52).

Pues si realmente hasta los niños pudieran reírse de sus maestros y tratarlos con insolencia, sería lo primero que harían (Dión Crisóstomo, Sobre la apariencia exterior 10).

El filósofo socrático Antístenes, cuando vio a los tebanos jactándose de su victoria en Leuctra [sobre los espartanos, en 371 a. C.], dijo que no se diferenciaban en nada de unos niños pequeños pavoneándose de haber pegado a su maestro (Plutarco, Vida de Licurgo 30).

Libanio fue un sofista y maestro de retórica del siglo IV d. C., perteneciente a una familia relativamente arruinada. (En cuanto a él mismo, sobrevivió a la caída de un rayo que lo alcanzó cuando estaba leyendo los Acarnienses de Aristófanes.) Se resistió a la creciente influencia del cristianismo y a los efectos corruptores de la literatura latina. A pesar de los siguientes arrebatos acerca las dificultades de la enseñanza, no solo fue un hombre muy influyente, sino que tuvo además una personalidad bastante atractiva, como se deja ver de vez en cuando en la numerosa obra que de él se ha conservado:

[Entre los estudiantes] se producen frecuentes intercambios de señales sobre aurigas, actores, caballos y bailarines, y otros muchos sobre el combate de gladiadores que ha tenido o va a tener lugar. Algunos hasta llegan más lejos y permanecen de pie, como estatuas de mármol, con una muñeca apoyada sobre la otra. Otros no paran de molestarse las narices con una y otra mano... Cualquier cosa es preferible a prestar atención al maestro (Discursos 3.12).

Un maestro es un esclavo no solo de sus discípulos, sino también de todos los criados de estos, por numerosos que sean, de sus madres, de sus niñeras y de sus abuelos. Si no convierten a sus discípulos en hijos de los dioses (por muy zopencos que sean) superando a la naturaleza con su arte, le caen encima por todos lados las más variadas acusaciones (Discursos 25.46).

Queridos discípulos, antes agarraríais serpientes con vuestras manos que coger un libro (Discursos 35.13).

Te recomiendo que proveas de libros a tu hijo. Sin estos, será igual que quien intenta aprender a disparar el arco sin tener arco (Cartas 428).

Hasta el día de hoy Agatio no ha dado molestias ni a los maestros ni a los otros alumnos. Me alegro siempre mucho de verlo entrar en clase y disfruto oyendo sus declamaciones. Otros alumnos son bastante buenos declamando, pero son tan hoscos y están tan orgullosos del desorden que causan que me maldigo a mí mismo por ser maestro cada vez que aparecen en clase (Cartas 1165 [correspondiente a un informe escolar]).

Cuando Gelón [que acabaría convirtiéndose en tirano de Gela y Siracusa a comienzos del siglo V a. C.] era todavía un niño, entró un lobo en la escuela en la que se encontraba y se llevó la tablilla en la que escribía. Gelón salió corriendo tras él para recuperar su tablilla. Justo antes de que un terremoto derrumbara la escuela hasta los cimientos, matando a los demás niños y al maestro (Timeo frg. 95).

Un maestro quería echar un sueñecito y, como no tenía almohada, mandó a su esclavo que le trajera en su lugar una olla de cerámica. Cuando el esclavo le dijo que las ollas eran duras, le contestó que se la llenara de plumas (Philogelos 21).

Un maestro que tenía una casa de campo a varias millas de distancia de la ciudad borró el número siete del miliario para acercarla un poco más (Philogelos 60).

Un maestro volvía de un viaje subiendo una senda muy empinada. De pronto se para y exclama sorprendido: «Cuando pasé por aquí antes, el camino iba cuesta abajo. ¿Cómo es que ahora ha cambiado de repente y va cuesta arriba?» (Philogelos 88).

Todo el mundo se admiraba de lo parecidos que eran dos gemelos, pero un maestro que los estaba viendo exclamó de pronto: «Este no se parece tanto a su hermano como su hermano a él» (Philogelos 101).

Cuando le preguntaron cómo se distingue a un hombre culto de un inculto, Aristóteles respondió: «Igual que se distingue a un vivo de un muerto» (Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos 5.19).

La raíz de la educación es amarga, pero su fruto es dulce.

Isócrates frg. 19