Linares, febrero de 1994. Se disputa la primera ronda del XII Torneo Internacional. Judit Polgar aprovecha para ir al baño mientras su rival piensa, y allí —en el servicio de señoras— se encuentra a Gari Kaspárov, lavándose las manos. ¿Despiste del campeón del mundo? No exactamente; más bien, una cuestión de costumbres automatizadas: era el quinto año consecutivo que Kaspárov jugaba en Linares, y en los cuatro anteriores no hubo mujer alguna entre los participantes; por tanto, él ganaba tiempo y comodidad utilizando el baño de las damas, que sus colegas frecuentaban menos que el de caballeros.
Judit recuerda la escena con nitidez: «Ambos nos miramos, preguntándonos qué hacía el otro allí, aunque por razones diferentes. No me enfadé en absoluto, me pareció una anécdota muy divertida, y al mismo tiempo muy significativa, porque mi presencia en Linares por primera vez iba a cambiar algunas costumbres de los jugadores».
En efecto, ese pequeño incidente simboliza uno de los mayores misterios de la extensa historia del ajedrez: ¿por qué, en general, las mujeres juegan peor que los hombres, si partimos de que el promedio de la capacidad intelectual de ambos sexos es similar? Con esta última palabra no me refiero a que los cerebros de hombres y mujeres sean iguales (no lo son), sino a que, sumadas las cualidades alojadas en los hemisferios izquierdo y derecho de cada sexo, la potencia intelectual de ambos es como mínimo igual (personalmente, estoy convencido de que, en general, las mujeres emplean mejor su inteligencia).
Casi todos los estudios científicos publicados desde la primera edición de este libro (mediados de 2013) hasta su última actualización (mediados de 2016) insisten en la vieja teoría de que hay diferencias importantes en los cerebros de ambos sexos. Por ejemplo, el de Ragini Verma (Universidad de Pensilvania, finales de 2013) refuerza la creencia de que los hombres son más capaces (por término medio) de concentrarse en una sola tarea o de interpretar un mapa, y atesoran una mayor visión espacial (esencial para jugar bien al ajedrez) mientras las mujeres tienen más memoria (también esencial en el ajedrez) y son superiores en las cualidades socio-afectivas, la multitarea y el trabajo en equipo. Todo ello estaría ancestralmente conectado con la Prehistoria, cuando ellos salían a cazar con gran riesgo para sus vidas mientras ellas se ocupaban de mantener a la prole segura, alimentada y bien cuidada y educada.
Pero a finales de 2015 se publicó un estudio muy llamativo en dirección contraria: no se debe hablar de un cerebro masculino y otro femenino, porque las diferencias entre ambos son pequeñas. Lo dice el equipo de Daphna Joel (Universidad de Tel Aviv) tras escanear 1.400 cerebros de personas cuyas edades estaban entre los 13 y los 85 años, y analizar con detalle 29 regiones distintas de cada una de tales seseras.
Se trata, sin duda, de un indicador científico importante, pero harán falta nuevos estudios que lo confirmen, y diseñados con otros matices; por ejemplo, comparando a familias cuyas mujeres hayan mantenido una intensa vida intelectual durante varias generaciones con otras de vida muy rural.
Desde esa base de partida, hay dos grandes teorías, avaladas por estudios científicos, y me temo que no será posible asegurar tajantemente cuál es la correcta hasta que sepamos sobre el cerebro humano mucho más de lo que sabemos ahora:
a) Desde el nacimiento, las mujeres están menos dotadas para ámbitos cuantitativos —matemáticas, física, ingeniería, etc.— y más para la comunicación, la sensibilidad y el cuidado de la familia; es lo que sostienen, por ejemplo, Machin y Pekkarinen, en un trabajo de 2008, basado en el análisis del informe PISA en 40 países.
b) Ambos sexos nacen con el mismo potencial intelectual, pero diversas circunstancias socioculturales van marcando diferencias desde la niñez, que se acrecientan en la edad adulta; por tanto, la escasez de mujeres que se dediquen profesionalmente a los citados ámbitos se debe a las tendencias sociales —o, directamente, a la discriminación sexual— imperantes en muchos países. Por ejemplo, también en 2008, Hyde y otros demuestran que los resultados en matemáticas de chicos y chicas en EE. UU. son ahora similares, a pesar de que en los años setenta había una significativa diferencia a favor de los varones. Particularmente interesante, y muy sorprendente, es el hallazgo de Fryer y Levitt en 2010: en Bahréin, un país muy machista, las niñas obtienen mejores resultados que los niños en matemáticas. Y ello tiene una explicación muy convincente: en muchos países musulmanes, la formación religiosa ocupa más horas en los niños que en las niñas, lo que reduce o aumenta el tiempo dedicado a las matemáticas.
El lector ya habrá adivinado que el autor de este libro opta por la b), y suscribe lo que sostienen Kane y Mertz en 2012: las mujeres bien educadas y en situación económica saneada obtienen resultados mucho mejores que las demás en campos supuestamente más apropiados para los hombres, según la teoría resumida en a). Ahora bien, si nos referimos al ajedrez, éste sólo es el principio de la discusión, y aún estamos muy lejos de agotarla, porque hay varios factores que alimentan la duda, a pesar de todo, e incitan a un análisis mucho más profundo.
La enorme diferencia se sintetiza en un dato: hasta la irrupción de las hermanas Polgar —de las que luego escribiré detalladamente—, poquísimas mujeres lograron resultados suficientes para estar consideradas entre los 500 mejores del mundo entre 1900 y 1990. Aunque es difícil calcularlo con exactitud, probablemente sean sólo tres: la rusa, nacionalizada británica, Vera Menchik (1906-1944), y las georgianas Nona Gaprindashvili (1941) y Maia Chiburdanidze (1961). Hoy (verano de 2016), las seis primeras del escalafón femenino están entre los 500 primeros (aunque sólo la china Yifán Hou, campeona del mundo, 85.ª, está entre los cien primeros; la revolucionaria Judit Polgar, quien llegó a ocupar el 8.º puesto absoluto en 2004-2005, se retiró de la competición en 2014), las veinte siguientes se encuentran entre los 1.000 primeros, y la tendencia es claramente alcista ... en cuanto al número de mujeres que juegan, si bien disputan muchas menos partidas por año que los hombres.
No es superfluo recordar que muchas mujeres jugaban al ajedrez en la Edad Media. De hecho, suponía la excusa perfecta para entrar en la habitación de una dama. Cuentan las leyendas que el caballero francés Huon de Burdeos, un hombre muy guapo, fue condenado a muerte por el rey. La princesa, excelente jugadora, pidió clemencia, y el rey contestó: «Le daré una oportunidad: disputaréis una partida de ajedrez. Si pierde, será decapitado; si gana, pasará una noche contigo». Según los cronistas, la azorada joven tuvo que hacer grandes esfuerzos para dejarse ganar. Pero el caballero rechazó el premio y causó la ira de la princesa, que exclamó: «Si lo llego a saber, te hubiera aplastado».
Sería demasiado simplista resolver la discusión diciendo que el supuesto misterio no es más que un reflejo de la discriminación secular de las mujeres en casi todos los países del mundo, porque las diferencias en ajedrez son mucho mayores que en otros ámbitos profesionales, artísticos y científicos. En cambio, un argumento aceptable para iniciar el debate es que el número de jugadores es muy superior al de jugadoras, aproximadamente por 14 a 1 en 2016 (de 20 a 1 a finales del siglo XX), si nos guiamos por las inscripciones en la Federación Internacional (FIDE). Varios estudios científicos de los últimos años (entre ellos, Howard, 2005; Bilálic y otros, 2009; Knapp, 2010) han discrepado intensamente sobre si las estadísticas que aduce cada uno son correctas, o si el argumento de la inmensa diferencia en el número de practicantes es suficiente para aclarar el susodicho misterio. Sobre este último punto, el sentido común indica que no y plantea una nueva pregunta: ¿por qué tan pocas mujeres juegan al ajedrez? Y así, prácticamente volvemos a la casilla de salida del debate.
Antes de profundizar en los argumentos con más sustancia, conviene mencionar otros que deben tenerse en cuenta, pero sólo parcialmente, en competiciones mixtas de hombres y mujeres: el de la resistencia física, que puede influir en partidas muy largas o en las últimas rondas de un torneo; y el de la menstruación, que suele afectar —aunque con intensidad muy diversa— al rendimiento deportivo e intelectual de un alto porcentaje de mujeres; obviamente, cuando una ajedrecista decide ser madre, el embarazo tendrá una consecuencia negativa en su rendimiento deportivo.
Tampoco voy a prestar mucha atención a la tesis del psicoanalista y gran maestro Reuben Fine, y otros seguidores de Sigmund Freud: en el ajedrez, el rey enemigo simboliza al propio padre; de acuerdo con el complejo de Edipo (todo hombre odia a su padre), los chicos jugarían mucho más motivados que las chicas, dado que el complejo de Electra (toda mujer odia a su madre) tiene menor influencia en el ajedrez, donde el objetivo es matar al rey, aunque la dama sea la pieza más potente. El mismo Fine, que llegó a estar entre los mejores ajedrecistas del mundo a mediados del siglo XX, explica de manera aún más peculiar una costumbre practicada invariablemente por muchos jugadores de todas las categorías: tocar casi todas sus piezas antes de iniciar la partida, para centrarlas exactamente en las casillas de salida. Agárrense antes de leer lo que Fine deduce de ello: un deseo frustrado de masturbación.
Pasemos a interpretaciones más serias. Una teoría razonable es que el propio mundo del ajedrez es internamente machista, dado que la gran mayoría de los países del mundo lo son. Pero aquí conviene explicar algo importante: las mujeres pueden elegir entre torneos femeninos o mixtos —siempre que acrediten la categoría mínima que suele exigirse para participar en cualquier competición—, pero los hombres no pueden jugar en torneos de mujeres. Para ilustrar este punto, recordaré lo que ocurrió en España a finales del siglo XX, cuando el Defensor del Pueblo, instado por eurodiputados socialistas, sostenía que las mujeres estaban discriminadas en el ajedrez.
El asunto tuvo eco periodístico, y se puso muy serio. Tanto, que la Federación Española de Ajedrez (FEDA) emitió esta circular, en la que explica que las competiciones femeninas desaparecerán desde 2002:
La Junta Directiva de esta Federación ha acordado proceder a una reforma en profundidad de su estructura de competiciones en lo que afecta al ajedrez femenino.
Previamente, se han estudiado y valorado las siguientes cuestiones legales:
a) La recomendación del Ilmo. Sr. Defensor del Pueblo, de 15-061999, expediente: Q9805895, en la cual establece claramente que la Federación Española de Ajedrez debe tomar las medidas oportunas para que exista la posibilidad de competir sin segregación por sexos, al no tener dicha separación una justificación objetiva basada en diferencias psicofísicas u otras razones debidamente justificadas, así como sus resoluciones posteriores, en febrero y mayo de 2000, en las que se considera insuficiente el establecimiento de competiciones mixtas y femeninas por parte de esta FEDA, cerrándose finalmente el expediente al comprometernos a seguir avanzando en las medidas que eviten la segregación por sexos, según lo establecido en el artículo 8 de nuestros Estatutos.
b) La inmediata respuesta del Consejo Superior de Deportes, al modificar su Reglamento del Campeonato de España de la Juventud (Cadete escolar), en el que establece el carácter mixto obligatorio de las Selecciones Autonómicas.
c) La recomendación del Síndic de Greuges de la Comunidad Valenciana (Síndico de Agravios, equivalente al Defensor del Pueblo en el ámbito de su Comunidad Autónoma), expediente: Queja n.º 980981 de 05-09-1999, en el mismo sentido que la del Defensor del Pueblo, adoptada por la Conselleria de Cultura i Educació de la Generalitat Valenciana en el ámbito de sus competencias y comunicada a la FEDA el 27 de septiembre de 2001.
Asimismo se han tenido en cuenta los informes de nuestros técnicos y entrenadores especializados. En particular los del director técnico y el director técnico de Promoción de la FEDA. Según estos informes y diversos contactos con los Sres. presidentes de Federaciones Autonómicas, desde el punto de vista federativo y deportivo, la Junta Directiva ha valorado también las siguientes consideraciones:
a) Todos los informes analizados llegan a la conclusión de que jugando los torneos con carácter mixto se conseguirá, a medio plazo, un significativo aumento del nivel general de juego de las participantes femeninas, al ser superior el nivel de exigencia competitiva.
b) Se considera negativa la dinámica actual de competición de la mayoría de nuestras jugadoras, puesto que al final de cada temporada han disputado el 80% de sus partidas entre ellas mismas, en los distintos Campeonatos de España establecidos por la FEDA.
c) La posibilidad de participar en torneos mixtos no ha sido utilizada en la práctica. Por ejemplo, no hubo ni una sola inscripción de representantes femeninas en los mixtos de los Campeonatos de España de edades, Oropesa 2001. Tampoco, en los tres últimos años, hubo un mínimo aceptable de inscripciones femeninas en los Campeonatos de España Juvenil y Absoluto.
d) Se constata que la gran mayoría de Federaciones Autonómicas ya están jugando, en mayor o menor grado, sus Campeonatos Autonómicos con carácter exclusivamente mixto. Asimismo se aprecia una notable mejora de resultados en las representantes femeninas de las federaciones que vienen empleando este sistema desde hace varios años.
e) Los resultados internacionales de nuestras representantes femeninas, salvo meritorias excepciones puntuales, no están en consonancia con el nivel relativo de la FEDA en cuanto a número de jugadores con Elo FIDE, número de torneos que se celebran en España u otros parámetros similares. Tampoco se han obtenido Normas.
f) Determinadas Federaciones Nacionales ya están disputando sus campeonatos sin distinción de sexo. Algunas, además, inscriben a sus representantes en las pruebas individuales mixtas (o «masculinas») de la FIDE.
Por todo ello, la Junta Directiva llega a la conclusión de que, muy probablemente, la raíz del problema, desde el punto de vista estrictamente federativo, está en el hecho de elevar a categoría de competición diferenciada lo que es, simplemente, la evidencia de un desequilibrio cuantitativo y cualitativo entre un segmento o colectivo de deportistas y el conjunto del ajedrez español. No es tarea de la FEDA el análisis sociológico y cultural del problema, sino la fría constatación de los datos que delatan las desviaciones «endogámicas» del sistema de competiciones oficiales actualmente en vigor para el ajedrez «femenino». Tan sólo el hecho de que la FIDE siga manteniendo, de momento, la división por sexos de sus competiciones oficiales (aunque en realidad de lo que se trata es de que hay campeonatos «mixtos» y otros reservados a deportistas del sexo femenino) nos podría autorizar a tratar al «ajedrez femenino» como un grupo de trabajo diferenciado, con el objetivo de potenciar su nivel.
Creemos queda suficientemente demostrado, con los datos aportados, que dicho objetivo no se cumple con el mantenimiento de la categoría «femenina» en nuestro sistema de competiciones oficiales, que, en nuestra opinión, dificulta en gran medida la necesaria «inmersión» del ajedrez «femenino» en las competiciones mixtas.
Según lo expuesto, se toman los siguientes acuerdos:
1. La FEDA organizará a partir del año 2002 los campeonatos de España establecidos en el calendario oficial exclusivamente con carácter mixto.
2. Las plazas clasificatorias obtenidas por las jugadoras en los Campeonatos Femeninos del presente año serán válidas para el correspondiente Campeonato Mixto del año 2002.
3. Durante el período 2003-2004 (mandato de la actual Junta Directiva), cada Federación Autonómica tendrá derecho a un mínimo de dos plazas para cada Campeonato de España Individual, siendo necesario que una de estas dos plazas la ocupe una jugadora.
4. La Dirección Técnica elaborará una normativa para establecer criterios públicos y objetivos de clasificación de las jugadoras en las Competiciones oficiales «femeninas» de la FIDE, dando una especial relevancia a las actuaciones de las mismas en los respectivos Campeonatos de España, acorde con el sistema de listas vigente en la actualidad.
5. La FEDA garantizará un esfuerzo presupuestario igual o superior al actual para la formación, promoción y preparación de las jugadoras consideradas promesas o candidatas a representar a España en cualquier competición internacional.
6. La Junta Directiva elaborará el desarrollo reglamentario necesario para llevar a cabo estos acuerdos, presentándolo a la Comisión Delegada de la Asamblea General para su estudio y aprobación, si procede, antes del 28 de febrero de 2002.
Finalmente, la Junta Directiva acuerda recomendar a todas las Federaciones Autonómicas Integradas la adopción de medidas en el mismo sentido que las comunicadas en esta circular. Firmado: Ramón Padullés Argerich, Secretario General.
Sin embargo, varias jugadoras españolas mostraron ya entonces su disconformidad en manifestaciones a la prensa, negaron que hubiera discriminación y pidieron ser protegidas como una minoría. Como Yudania Hernández, campeona de España en ese momento: «Que las mujeres juegan peor que los hombres es un hecho evidente, debido a factores educativos y sociológicos. Pero me temo que la decisión de la FEDA va a ser traumática para la mayoría de las jugadoras, profesionales o aficionadas. La perspectiva de quedar en el 50.º puesto de un Campeonato de España mixto no es muy estimulante. Yo estoy pensando seriamente en abandonar la alta competición y dar prioridad a mi carrera de Derecho».
Su opinión era compartida por las excampeonas de España Mónica Calzetta y Mónica Vilar, entre otras muchas jugadoras (unas cuarenta) que firmaron un escrito de protesta. Calzetta recalcaba: «La FEDA no dice nada sobre mantener premios en metálico para las mujeres mejor clasificadas en los torneos mixtos. Y tampoco se ha dado cuenta de que las subvenciones que estábamos recibiendo algunas en nuestras comunidades autónomas corren peligro ahora». Y sugería una medida alternativa: «Eliminar paulatinamente los torneos femeninos, empezando por los sub 10 y sub 12, y estudiar las consecuencias. Eso parece mucho más razonable».
Julia Codina, de 13 años, era una de las promesas del ajedrez femenino español. Y firmaba esta opinión: «Eliminar las pruebas femeninas sería ahogar a una minoría. Al igual que Luxemburgo, por ejemplo, no podrá tener nunca tantas atletas de élite como Francia, las mujeres ajedrecistas tienen posibilidades remotas de ocupar los primeros puestos. Eso provocará una desmotivación general. Lo que va a desaparecer no es sólo el ajedrez femenino, sino la mujer ajedrecista».
Por extraño que pueda parecer a las personas desconocedoras de la realidad del ajedrez, la FEDA tuvo que revocar su decisión en 2006 y reinstaurar en el calendario oficial el Campeonato de España Femenino Absoluto (todos los demás campeonatos nacionales de edades, desde sub 18 hasta sub 8, siguieron siendo mixtos). Y lo hizo por petición casi unánime de las propias jugadoras, que argumentaron tres motivos principales: 1) mientras la Federación Internacional (FIDE) mantenga los torneos femeninos, es mejor que haya un Campeonato de España Femenino; 2) si el Campeonato de España es mixto (con decenas de jugadores, por el llamado «sistema suizo», que tiende a enfrentar a los participantes con la misma puntuación después de cada ronda), y se declara campeona de España a la mujer mejor clasificada, ese título será con frecuencia injusto porque, con ese sistema, dos jugadoras pueden terminar con los mismos puntos tras haberse enfrentado a rivales de fuerza muy distinta; 3) si el Campeonato de España es mixto, resulta más difícil coordinarlo con los autonómicos clasificatorios. Desde que los campeonatos nacionales absolutos volvieron a separarse, la opinión favorable a ello sigue siendo mayoritaria, aunque sea contradictorio con el hecho de que chicos y chicas jueguen mezclados en los campeonatos de edades.
La pubertad, momento crítico
Muchos maestros de escuela de diferentes países, que no se conocen entre sí, me han contado lo mismo, casi con idénticas palabras: «Hasta la pubertad, la diferencia en interés por el ajedrez y fuerza de juego entre niños y niñas es pequeña o inexistente. Pero justo en ese momento, entre los 11 y los 13 años, la mayoría de las chicas huye despavorida del ajedrez, mientras la mayoría de los chicos sigue jugando».
Podría pensarse que ese misterioso fenómeno se debe exclusivamente a cuestiones socioculturales: en la mayoría de los países del mundo, regalar una muñeca a un niño es casi tan raro como regalar un tablero de ajedrez a una niña. En muchas culturas está asumido que «el ajedrez es cosa de hombres».
Sin embargo, la tecnología moderna para estudiar el cerebro (tomografía, resonancia magnética funcional, etc.) empieza a revelarnos descubrimientos fascinantes, aunque todavía estemos muy lejos de saber cómo funciona el órgano que más nos distingue del resto de los animales, y las diferencias entre hombres y mujeres. Y quizá todo sea una cuestión de hormonas, como subraya Louann Brizendine, neuropsiquiatra y profesora en la Universidad de California, en sus muy interesantes libros El cerebro femenino y El cerebro masculino. Su tesis, basada en veinte años de investigación y consulta con pacientes, se resume en que los cerebros de ambos sexos son distintos, muy marcados por las hormonas mayoritarias respectivas. Ello no quiere decir que una mujer no pueda destacar en matemáticas; dado que tiene la inteligencia potencial para ello, puede hacerlo, pero su tendencia natural irá en otra dirección. Cito algunos párrafos de la introducción de El cerebro femenino que encajan perfectamente con el ajedrez, aunque la autora hable en general:
«Sabemos actualmente que cuando los chicos y las chicas llegan a la adolescencia, no hay diferencia en sus aptitudes matemáticas y científicas (...). Pero cuando el estrógeno inunda el cerebro femenino, las mujeres empiezan a concentrarse intensamente en sus emociones y en la comunicación: hablar por teléfono y citarse con sus amigas en la calle. Al mismo tiempo, a medida que la testosterona inunda el cerebro masculino, los muchachos se vuelven menos comunicativos y se obsesionan en lograr hazañas en los juegos y en el asiento trasero de un coche. En la fase en que los chicos y las chicas empiezan a decidir las trayectorias de sus carreras, ellas empiezan a perder interés en empeños que requieran más trabajo solitario y menos interacciones con los demás, mientras que ellos pueden fácilmente retirarse a solas a sus alcobas para pasar horas delante del ordenador (...). El hecho de que pocas mujeres terminen dedicándose a la ciencia no tiene nada que ver con deficiencias del cerebro femenino en las matemáticas».
«(...) El cerebro femenino tiene muchas aptitudes únicas: sobresaliente agilidad mental, habilidad para involucrarse profundamente en la amistad, capacidad casi mágica para leer las caras y el tono de voz en cuanto a emociones y estados de ánimo se refiere, destreza para desactivar conflictos. Todo esto forma parte de circuitos básicos de los cerebros femeninos. Son los talentos con los que ellas han nacido y que los hombres, francamente, no tienen. Ellos han nacido con otros talentos, configurados por su propia realidad hormonal.»
En el primer capítulo del mismo libro, Brizendine responde categóricamente a la duda citada más arriba sobre la muñeca y el tablero de ajedrez: «Una de mis pacientes regaló a su hija de tres años y medio muchos juguetes unisex, entre ellos un vistoso coche rojo de bomberos en vez de una muñeca. La madre irrumpió en la habitación de su hija una tarde y la encontró acunando al vehículo en una manta de niño, meciéndolo y diciendo: “No te preocupes camioncito, todo irá bien”. Eso no es producto de la socialización. Aquella niña pequeña no acunaba a su “camioncito” porque su entorno hubiera moldeado así su cerebro unisex. No existe un cerebro unisex. La niña nació con un cerebro femenino, que llegó completo con sus propios impulsos. Las chicas nacen dotadas de circuitos de chicas, y los chicos nacen dotados de circuitos de chicos. Cuando nacen, sus cerebros son diferentes, y son los cerebros los que dirigen sus impulsos, sus valores y su misma realidad».
Otro argumento para subrayar que las hormonas juegan un papel fundamental en este debate es el estudio de Joireman, Fick y Anderson, de finales de 2011, tras observar y analizar el comportamiento de 100 jugadores, cuya conclusión no sorprenderá a los ajedrecistas de competición masculinos: el subidón de testosterona que sienten al ganar una partida muy luchada, intensa o bella es similar al de un esquiador durante un descenso a tumba abierta o un paracaidista en plena caída.
Hasta ahí, lo que dice el estudio. Ahora, mi interpretación. Si tenemos en cuenta que, por término medio, los hombres producen diez veces más testosterona que las mujeres, quizá este descubrimiento nos ayude a entender por qué en el ajedrez de alta competición hay muchos más hombres que mujeres: cuando ganan, ellos disfrutan de una recompensa hormonal mucho más intensa que la de ellas, y por tanto estarían mucho más motivados para jugar.
Sin embargo, en el no menos excelente libro Inteligencia y ajedrez, Manuel Pérez apunta algo que podría cuestionar la afirmación anterior. Tras señalar que todavía no podemos afirmar a ciencia cierta «cuál de los dos cerebros en conjunto, si el masculino o el femenino, es el más apto que el opuesto para las tareas ajedrecísticas», apunta: «(...) el femenino dispone de las consiguientes ventajas proporcionadas por las diferencias anatómicas (...), a las que se añadiría la inestimable ayuda de la hormona del estrógeno en funciones de ejecutor, arrollador, potente y utilitario, que colaboraría con las menores dosis de testosterona pero suficientes para mantener el grado de agresividad en la misma intensidad que lo pueda hacer el masculino. Todas ellas (diferencias anatómicas y hormonales) seguramente tan funcionales como las de los masculinos o más, para un combate tan sutil y menos violento (físicamente hablando) como es el ajedrez».
A la espera de que los próximos avances científicos nos permitan conocer mejor el funcionamiento de los cerebros masculinos y femeninos, la conclusión provisional podría resumirse en que las mujeres, si quieren, pueden, pero generalmente no quieren, porque están mucho más interesadas en otras cosas. Para reforzar esta idea, y por el interés intrínseco de sus biografías, conviene mucho que dediquemos las siguientes páginas a las mujeres que más disgustos han dado a los hombres en un tablero de ajedrez.
Menchik y las heroínas georgianas
Cuando visité varias ciudades de Georgia (entonces república soviética), en enero de 1988, comprobé sin lugar a dudas que sus mejores ajedrecistas eran heroínas nacionales, como los mejores futbolistas en España. Pero jamás imaginé que ese conocimiento me iba a ser de gran ayuda para superar severos controles de policía sin problemas cuando regresé al país, ya independiente, casi nueve años después, en octubre de 1996. Georgia acababa de ganar la medalla de oro en la Olimpiada de Ajedrez femenina en la vecina Yereván (Armenia), y yo recorría en un automóvil con chófer, de noche, el sinuoso trayecto de 300 kilómetros desde Yereván hasta el aeropuerto de Tiflis, la capital georgiana, con un control cada 50 kilómetros, aproximadamente. Desde el primer encuentro con la policía georgiana, en la frontera, decidí saludar y recitar seguidamente la alineación de las campeonas olímpicas: Chiburdanidze, Ioseliani, Arajamia y Gurieli. Eran palabras mágicas, y ablandaban el rostro y el trato de mis interlocutores uniformados, que me dejaban seguir viaje rápidamente con una sonrisa. Pero los guardias del último control, hacia las tres de la madrugada en un lugar muy oscuro, tenían cara de pocos amigos. En cuanto el coche paró y me bajé, me pusieron contra una pared con las manos en alto. Así, de espaldas a los policías, mientras me cacheaban, volví a recitar la alineación de sus heroínas y añadí, en ruso, «¡Medalla de oro en la Olimpiada de Ajedrez! ¡Soy periodista español!». Todo cambió: el sargento metió las manos entre unos matorrales, sacó una botella de champán georgiano y unos vasos de plástico, y así participé en el brindis más surrealista de mi vida.
Pero antes de profundizar en las interesantes historias de las heroínas georgianas debemos hacer justicia a la pionera Vera Menchik (Moscú, 1906-Londres, 1944), la primera mujer ajedrecista que doblegó a varias estrellas de élite mundial. De padre checo y madre inglesa, en 1921 se mudó junto a su familia a Londres, donde se casó con el secretario de la Federación Británica de Ajedrez, R. H. S. Stevenson. Su carrera como campeona del mundo fue inmejorable: logró el título a los 21 años (Londres, 1927), con 10,5 puntos de 11 posibles, y lo mantuvo hasta su muerte prematura, en 1944 (durante un bombardeo de la aviación alemana), tras defenderlo cinco veces como representante de URSS, Checoslovaquia o Inglaterra. Su rival femenina más encarnizada fue la alemana Sonia Graf (1908-1965), pero la superioridad de Menchik era manifiesta. Sólo perdió una partida de 83 (78 victorias y 4 empates) en duelos por el título. Cuando la invitaron al torneo de Carlsbad 1929, el austriaco Albert Becker la ridiculizó con la propuesta de que todo varón derrotado por ella debería integrar el Club Vera Menchik. Sin embargo, él mismo fue el primer miembro de una lista de decenas, que incluyó al campeón del mundo Euwe, y a maestros tan reputados como Saemisch y Reshevky.
Volvamos a las georgianas. En las décadas de 1970-1990, era normal que siete u ocho de las diez mejores del mundo procedieran de esa república caucásica de la URSS. La explicación nace en una tradición del siglo XVI, cuando la dote nupcial en Georgia incluía un tablero de ajedrez. Pero la explosión del deporte mental como pasión de masas se debió al Gobierno soviético y a Nona Gaprindashvili (1941), campeona mundial de 1962 a 1978 y primera mujer que recibió el título de gran maestro absoluto (mucho más meritorio que el de gran maestra) de la Federación Internacional (FIDE). A partir de entonces, las georgianas coparon prácticamente la selección soviética, ganaron numerosas medallas de oro en las Olimpiadas de Ajedrez y, según su procedencia social, se convirtieron en ídolos de diferentes sectores de población. Así, a finales de los ochenta, los miembros del Gobierno y funcionarios simpatizaban con Gaprindashvili, los intelectuales con Alexandria y la juventud con Arajamia, la gran promesa.
Maia Chiburdanidze (1961), campeona del mundo por primera vez a los 17 años, era la única que tenía muy repartidos a sus seguidores entre la población de su país, y fue la segunda mujer que logró el título de gran maestro absoluto por acuerdo especial de la FIDE. Su timidez y flojedad de carácter fuera del tablero se transforman en agresividad y ansia de victoria con el fragor de la alta competición. Esta sorprendente metamorfosis podría tener su origen en las bochornosas palizas que la pequeña Maia, que aprendió a jugar a los ocho años, recibía de su hermana mayor cada vez que perdía. Un día, ante la inevitable derrota que se avecinaba en una partida de torneo, Chiburdanidze fingió un dolor estomacal de forma tan sobrecogedora que fue evacuada en una ambulancia, librándose así de la correspondiente tunda fraternal. Ya fuera por el pavor a la derrota o por el placer de la victoria, logró defender el título cuatro veces desde que se lo arrebató a Gaprindashvili, en 1978, hasta que lo perdió ante la china Xie Jun, en 1991. Además logró el mejor resultado de una mujer en la historia (hasta entonces) al finalizar invicta en el tercer puesto del torneo Villa de Bilbao, en 1987, tras vencer, entre otros, al yugoslavo Ljubójevic, sexto del mundo en aquel momento. Divorciada tras un matrimonio muy corto («el peor error de mi vida»), licenciada en medicina, experta en lenguas clásicas y miembro del Parlamento georgiano hasta la desintegración de la URSS, luego dio preferencia a la religión y a una vida casi ascética. Ahora (junio de 2016) está inactiva, aunque por su cotización sigue entre las veinte mejores del mundo.
Un caso muy especial, digno de una película o novela es el de Elena Akhmilóvskaya (1957-2012), rusa de nacimiento y residente en Georgia cuando ocurrió lo que relato a continuación. Los lectores menores de 35 años tenderán a no creerlo. Pero si conocen la enorme importancia política y popularidad del ajedrez en la extinta URSS, así como la falta de libertades en el país más grande del mundo, podrán comprender la trascendencia de lo que ocurrió en la Olimpiada de Ajedrez de Tesalónica (Grecia), a finales de noviembre de 1988.
Era viernes, y la tensión en cuanto a la medalla de oro femenina era inmensa e inesperada. Hasta entonces, las soviéticas habían logrado once oros en once ediciones, y casi siempre arrasando. Por ejemplo, Akhmilóvskaya (léase Ajmilóvskaya) ganó las diez partidas que jugó en la edición de 1978, y en 1988 era la subcampeona del mundo, tras perder ante Chiburdanidze.
Los periodistas enviados a Tesalónica creíamos estar soñando cuando vimos cómo tres hermanas húngaras —Susan, Sofía y Judit Polgar, de 19, 14 y 12 años, respectivamente— vencían a la URSS por 2-1 y cuestionaban a las todopoderosas soviéticas. Ese viernes, a falta de dos rondas, la URSS aventajaba por sólo medio punto a Hungría; los directivos soviéticos y los agentes del KGB que siempre viajaban con la selección nacional se mostraban sumamente nerviosos: volver a Moscú sin el oro podía equivaler a fuertes castigos o un destierro a Siberia. Para mayor dramatismo, el novio de Ildiko Madl, la suplente de las hermanas Polgar, había muerto en accidente de tráfico durante la Olimpiada. Un amigo muy próximo a la delegación de EE. UU. me dio el soplo al anochecer: «Vete a cenar al hotel donde se alojan los estadounidenses y pégate a ellos todo lo que puedas. Algo muy gordo está a punto de ocurrir».
Los testimonios que recogí posteriormente me permitieron reconstruir los hechos: hacia las 23.00, Akhmilóvskaya aprovechó la afición al vodka de los agentes del KGB para romper la rígida disciplina de su selección, salir disparada de su hotel, alejarse unas cuantas calles y tomar un taxi con rumbo al Consulado de EE. UU. Allí se casó con el entrenador de la selección estadounidense, John Donaldson, con quien había mantenido un idilio durante un torneo en La Habana, en 1985. Tras la boda, la pareja ejecutó el plan de fuga a Nueva York, vía Fráncfort, elaborado minuciosamente por dos famosos ajedrecistas que también se habían escapado ruidosamente de la URSS años antes: Borís Gulko (EE. UU.) y Gennadi Sosonko (Holanda).
El lector, por joven que sea, no tendrá problemas para creer el resto: las Polgar (a quienes dedicaremos las siguientes páginas) ganaron el oro de forma asombrosa; en Moscú rodaron cabezas cuando regresó la delegación de Tesalónica; Akhmilóvskaya fue triple campeona de EE.UU., se divorció de Donaldson y se casó con un antiguo entrenador, Georgi Órlov, que también se había escapado de la URSS. Y así, por primera vez, se descubrió que las soviéticas no eran invencibles, aunque lo ocurrido para demostrarlo sea más propio de una novela de ficción.
Akhmilóvskaya murió el 18 de noviembre de 2012, a los 55 años, por un cáncer de cerebro, en Kirkland (EE. UU.).
Hermanas Polgar: la gran revolución
De niña, diez años antes de la anécdota del retrete de Linares con la que arranca este libro, Judit ponía un león de peluche como talismán al lado del tablero cuando se enfrentaba a los mejores jugadores de Hungría —una potencia mundial en ajedrez— que visitaban su casa. Los huéspedes no podían imaginar que aquella criatura iba a superarles a todos en el campeonato nacional absoluto de 1991. Ni que iba a protagonizar junto a sus hermanas, Susan y Sofía, una de las mayores revoluciones de la historia del ajedrez.
La biografía de Judit empieza mucho antes de que ella naciera. Sus padres, Clara y Lazslo, ambos pedagogos, comprobaron durante el noviazgo que no sólo compartían sentimientos, sino también inquietudes y opiniones: los dos sostenían que los genios no nacen, sino que se hacen; también coincidían en que los sistemas educativos al uso eran manifiestamente mejorables y que existía una clara discriminación de la mujer desde la infancia; además, eran aficionados al ajedrez.
La naturaleza deparó que el fruto de su matrimonio fuera exclusivamente femenino, así que decidieron llevar la teoría a la práctica: sus tres hijas no irían nunca al colegio, «porque eso sería perder el tiempo», excepto para los exámenes; iban a ser educadas en casa por ellos mismos, con el ajedrez como asignatura importante.
El experimento resultó muy duro al principio. Sus propios vecinos y las autoridades escolares de Budapest no lo veían con buenos ojos. Pero ellos mantenían su estandarte ideológico: «Un niño normal puede ser un genio si vive en el ambiente adecuado». Una parte de su método consistía en que Lazslo se encerraba en una habitación con Susan, la hija mayor, lo que provocaba celos positivos en las pequeñas: «Si queréis entrar ahí, tenéis que aprender a jugar al ajedrez», les decía Clara.
Para minimizar el riesgo de que las tres niñas fueran insociables, los Polgar abrieron las puertas de su casa de par en par a los ajedrecistas de la ciudad, que acudían a menudo para jugar con sus hijas. Esa actitud fue tal vez decisiva para que el experimento fuera positivo. Años después, cuando las tres húngaras saltaron a la fama, podían dar la imagen de ser tres monstruitos cuya única destreza era visible en un tablero de 64 casillas. Pero, al conocerlas, la realidad no era así: las tres parecían totalmente normales, amables, sonrientes, bromistas y más bien extravertidas. «También podían haber sido genios de la música o las matemáticas, pero elegimos el ajedrez porque es una amalgama perfecta de arte, ciencia y deporte», explicaba Lazslo.
La revolución de las hermanas Polgar comenzó en la Olimpiada de Ajedrez de Salónica (Grecia), en 1988. El día de la inauguración, los periodistas más madrugadores levantaron las cejas al ver que tres de las cuatro componentes del equipo húngaro femenino tenían el mismo apellido, y dieron un brinco al comprobar que el promedio de sus edades era de 15 años (19, 14 y 12). La sorpresa se convirtió en asombro al analizar sus partidas. Las tres jugaban de maravilla (Judit logró la asombrosa puntuación de 12,5 puntos en 13 partidas), lo que se tradujo en un hecho histórico: Hungría ganó la medalla de oro, superando a las insuperables soviéticas, cuyos triunfos se habían convertido en monótonos. La mencionada boda novelesca de Akhmilóvskaya, y la también citada tragedia personal de Madl (la cuarta húngara) completaron un reportaje irresistible para cualquier periodista con buen olfato profesional.
La hazaña se repitió en la siguiente Olimpiada (Novi Sad, Yugoslavia, 1990) pero lo insólito no terminó ahí. Pronto se supo que la familia Polgar no deseaba participar en competiciones femeninas «porque sólo se aprende jugando contra hombres», y que habían disputado esas dos Olimpiadas bajo presiones del Gobierno húngaro. El argumento del honor nacional y la promesa de un apoyo económico les llevaron a aceptar pero, tras ganar las dos medallas de oro, decidieron no participar nunca más en Olimpiadas femeninas.
Eso causó un serio conflicto ante la siguiente (Manila, 1992): a pesar de proclamarse campeona absoluta de Hungría en 1991 —uno de los mayores éxitos logrados por una mujer—, Judit fue seleccionada en calidad de suplente de la selección masculina; a pesar de terminar cuarta en ese mismo Campeonato de Hungría, Susan ni siquiera fue convocada.
Pero los resultados de las tres hermanas eran demasiado impresionantes —Judit logró el título de gran maestro absoluto a los 15 años, dos meses más joven que Bobby Fischer— para que alguien pudiera cuestionarlos. Incluso Sofía, que nunca se ha dedicado profesionalmente al ajedrez, dejó atónitos a los aficionados cuando ganó, de forma arrasadora (8,5 puntos de 9 posibles), el torneo de Roma de 1989 por delante de muchos grandes maestros. Susan rompió una de las leyes familiares —no jugar torneos femeninos— para proclamarse campeona del mundo de mujeres al batir en Jaén a la china Xie Jun por 8,5-4,5, en 1996.
Madrid 1994, triunfo histórico
Tal vez porque, como ella dice, se aprovechó de la experiencia acumulada por sus dos hermanas mayores, Judit fue decantándose como la más fuerte de las tres. Sus repetidos éxitos frente a rivales de élite no dejaban lugar a dudas, pero su sensacional actuación en el torneo Comunidad de Madrid de 1994 (dos meses después de su relatado estreno en Linares) borró las pocas que podían quedar. Fue el mejor resultado logrado por una mujer en más de 15 siglos de historia del ajedrez, y por eso conviene recordarlo aquí con detalle.
La fortuna acompañó a la húngara en la jornada inaugural, cuando derrotó a Pablo San Segundo en una partida que éste debió ganar en buena lógica. Esa inmerecida victoria fue esencial para la estabilidad psicológica de Judit, que otorga una enorme importancia a su resultado en la primera partida de cualquier torneo. «Necesitaba un triunfo como éste para darme cuenta de que puedo subir aún más», dijo Polgar tras ganar en la segunda al entonces letón —y poco después español— Alexéi Shírov, 3.º del mundo en aquel momento. Unos días más tarde, el perdedor se mostró impresionado por la actuación de la húngara: «Siempre ha sido muy peligrosa en las complicaciones tácticas; pero ahora ha desarrollado una profunda concepción estratégica que la convierte en una rival muy peligrosa. Estoy convencido de que su participación en el torneo de Linares a los 17 años, a pesar de los sufrimientos que eso conlleva, ha sido una escuela impagable».
Judit, que ocupaba el puesto 21 en la lista de la FIDE, se mostró comedida en la valoración del éxito: «Aunque hoy he ganado al tercer jugador del mundo, esta victoria no es, ni mucho menos, la mayor alegría de mi carrera. Estamos en la segunda ronda; aún quedan siete. Si le hubiera ganado a Shírov en la última, con el primer puesto en juego, mi alegría sí sería enorme. Espero ser capaz de mantener mi buena forma en lo que queda de torneo».
Lo hizo. A partir de la siguiente ronda, Judit demostró que estaba en un momento dulce y acaparó la atención de los espectadores. Todo lo demás, a pesar de la presencia de grandes estrellas y de tres jugadores españoles, apenas importaba ante la personalidad y el juego de la magiar. Judit se sorprendía de que, tras cinco años de éxitos incesantes, algunos de sus rivales masculinos encajasen muy mal las derrotas ante ella. En la tercera ronda, el bosnio Iván Sokólov se marchó abruptamente del escenario y no quiso analizar.
Pasado el berrinche, Sokólov enjuició así el resultado de la revolucionaria magiar: «Tuvo mucha suerte al ganar en la primera ronda a San Segundo tras pasar por una posición perdedora. Pero sus victorias posteriores son inapelables y demuestran una gran madurez. Por ser una mujer, tiene la gran ventaja de seguir recibiendo invitaciones a torneos aunque baje puestos en el escalafón. Eso le permite jugar cada partida sin miedo. Y lo hace muy bien».
A pesar de su trepidante comienzo, Judit huía de la euforia: «He demostrado que tengo un sitio entre la élite pero necesito un éxito sonado para subir aún más y acercarme a los diez primeros puestos, que es donde quiero estar lo antes posible. Siento que estoy en buena forma; además, atravieso un momento de gran estabilidad en mi vida personal; eso es fundamental para cualquier trabajo creativo, como el ajedrez».
Más de 400 espectadores que abarrotaban la sala cada día admiraban su elegancia dentro y fuera del tablero. Ataviada siempre con ropa muy escogida, sobre la que caía su larga y lisa melena pelirroja, Judit mantuvo su marcha triunfal con dos victorias sobre los rusos Serguéi Tiviákov y Yevgueni Baréiev, y dos empates con Miguel Illescas y el estadounidense Gata Kamski, 5.º del mundo en ese momento. Polgar se mostró sorprendida, y algo molesta, porque Baréiev se negó a analizar la partida con ella tras su derrota en la séptima ronda: «No entiendo esa actitud; nos conocemos hace varios años pero ahora parezco una extraña». Cuando abandonó el escenario y lanzó una sonrisa a su madre, sentada en la tercera fila de butacas, Judit estaba radiante y dicharachera: «Me siento como en el cielo. Esto es maravilloso y puede ser la mayor alegría de mi vida deportiva. Pero aún quedan dos partidas muy duras, y no debo relajarme».
En los dos últimos obstáculos, Polgar demostró una madurez impropia de su edad. Contra el ruso Valeri Sálov no cometió el error de buscar el empate a toda costa, lo que le había llevado a la derrota en ocasiones similares, sino que se lanzó al ataque y obligó a una precisa defensa de su rival, que finalmente propuso las añoradas tablas.
Jordi Magem, que ya había perdido por tiempo ante Sokólov con dos piezas de ventaja, tenía una posición ganadora en la última contra Polgar cuando le quedaban sólo 11 segundos para llegar al control. Judit hizo su jugada y propuso tablas. Magem, desconcertado ante la malicia de la húngara, optó por estrechar su mano. Así se consumó el mejor resultado de una mujer en un deporte secularmente dominado por los hombres. Judit lo dedicó a sus padres, que habían celebrado sus cumpleaños durante las últimas rondas. Su proeza dejó abierta la esperanza de que una mujer pudiese luchar pronto por el título mundial absoluto.
Experimento positivo
El triunfo de Judit en Madrid, sumado a los anteriores y posteriores de las tres hermanas, puso muchos focos internacionales sobre ellas. A pesar de que Gari Kaspárov las llamó una vez «perrillos amaestrados», su opinión sobre las hermanas Polgar cambió muy pronto: «Judit es muy fuerte, sólo le falta experiencia. Le auguro un sitio entre los diez mejores», dijo en 1994 en Linares. Todo el mundo calificaba ya como gran éxito el experimento educativo realizado por Lazslo y Clara. «Es ridículo pensar que yo he tratado a mis hijas como si fueran ratones. Nadie cree que cuando un niño aprende a leer, eso sea un experimento. Mi esposa y yo hemos aplicado un método que desarrolla la mente mucho más de lo normal y el riesgo es mínimo porque, en realidad, no hacemos nada nuevo. Muchos genios se han educado así, pero han tenido miedo de reconocerlo públicamente. Tampoco hay que olvidar que estoy especializado en psicopedagogía y filosofía, y que mi esposa es maestra», me explicó entonces Lazslo durante una entrevista.
Cuando le pregunté si ese experimento plantea problemas éticos en cuanto a las libertades individuales de sus hijas, su respuesta fue muy clara: «Sí, pero al revés. ¿Es ético que un padre no intente aprovechar al máximo las posibilidades de sus hijos? El 95 % no lo hacen. El ajedrez es una faceta importante, pero secundaria, de mi método. Mis hijas hablan entre 5 y 8 idiomas, desde niñas practicaron el tenis de mesa, el kárate y la natación, han visitado medio mundo, son muy famosas y ganan bastante dinero. La felicidad completa no existe, pero se acercan a ella».
Las tres hermanas compartían esa opinión. Y Judit estaba especialmente satisfecha: «Me gusta cómo me educaron. De todas formas, mi vida no es sólo ajedrez. Me gusta divertirme, hablar con la gente, jugar al tenis y al tenis de mesa, correr, practicar el aeróbic, ver deportes por televisión, oír música, estar con mis amigos, etc.». Aunque era consciente de que llevaba el estandarte de la lucha por la igualdad de sexos: «Durante las partidas eso no me preocupa. Fuera del tablero, puede resultar desagradable porque implica una cierta responsabilidad, aunque no me sienta presionada por ello. Lo hago lo mejor que puedo y espero ser útil en el futuro para este fin».
Si bien se acostumbraban paulatinamente, los jugadores de élite no terminaban de aceptar que entre ellos había una mujer y que, por tanto, podían perder ante ella. Judit lo soportaba con resignación y se daba cuenta de que su presencia había cambiado la vida de los torneos: «La verdad es que a veces me siento un poco sola, pero esos problemas se borran cuando ganas. Por otro lado, supongo que los jugadores se sienten algo incómodos por la presencia de una mujer, como se reflejó en la anécdota con Kaspárov en Linares», señalaba Judit tras su triunfo en Madrid.
En realidad, hubo dos anécdotas con Kaspárov en Linares. La otra dio la vuelta al mundo, y muchos aficionados la recuerdan aún como si hubiera ocurrido ayer. Se juega la quinta ronda. Kaspárov, que se enfrenta a Judit, se quita la chaqueta al ver que Kárpov, su encarnizado rival, ha logrado su quinta victoria, frente a Ivanchuk. Con cinco minutos para ocho jugadas, el Ogro de Bakú enciende sus neuronas, pero se pasa de revoluciones, toca un caballo, se da cuenta en el último instante de que esa jugada pierde, y tiene que ponerlo en una casilla pasiva. A pesar de todo, el ruso pasa el control de tiempo y se encuentra con una posición todavía ganadora: «He sufrido mucho, y he tenido un poco de suerte», reconoce después.
Para desgracia de Kaspárov, la historia no termina ahí. Un par de días después, gracias a un vídeo grabado por Meridion Films, se descubre —sólo si se examinan las imágenes a cámara lenta— que los dedos de Kaspárov llegaron a soltar el caballo durante una décima de segundo en la casilla mala (c5), por lo que debería haber perdido la partida. Es imposible saber —quizá ni él mismo lo sepa— si hizo trampa o si no fue consciente, en plenos apuros de tiempo, de que soltaba el caballo. En todo caso, era la primera vez que una mujer estaba tan cerca de tumbar al número uno del mundo, en ese momento.
Los años de más gloria
Aunque el triunfo en Madrid sea el mejor resultado de su carrera desde el punto de vista matemático, Judit tuvo un período aún más brillante (1998-2005) en cuanto a éxitos consistentes y sucesivos, que coincidió con una etapa de gran equilibrio psicológico, tras emparejarse con Gustav, un veterinario de carácter tranquilo y muy amable. Ganó a Kárpov (5-3) en un duelo de partidas semirrápidas en 1998; en 1999 logró la medalla de oro individual en el Europeo de Naciones de Batumi (Georgia); y la de plata en la Olimpiada de Estambul 2000 (donde sólo había cuatro mujeres compitiendo con 750 hombres en la competición absoluta), unos meses después de llevarse el primer premio del torneo de Bali (Indonesia), por delante de Kárpov y de Jálifman, campeón del mundo oficial en ese momento; en 2001 terminó cuarta en Linares (empatada a puntos con el segundo) y fue la única de los participantes que no perdió ninguna de las dos partidas contra Kaspárov, con quien firmó sendos empates. La lista de sus víctimas ilustres (en partidas lentas o rápidas) creció tanto que llegó a incluir nueve campeones del mundo: Kárpov, Kaspárov, Spasski, Smyslov, Topálov, Anand, Ponomáriov, Jálifman y Kasimyánov. Su cumbre fue el 8.º puesto en la lista mundial del 1 de enero de 2004, aunque también fue impresionante que lograse el 4.º puesto en Wijk aan Zee (Holanda) frente a los mejores del mundo poco después de ser madre por primera vez.
A partir de ahí, y sobre todo del nacimiento de su segundo hijo, su prioridad ya no era ganar torneos, lo que redundó en un ligero empeoramiento de resultados..., pero sin llegar a desaparecer nunca de la élite hasta que se retiró en 2014, a los 38 años, tras la Olimpiada de Ajedrez de Trömso (Noruega), a pesar de que también dedicó tiempo a escribir libros y organizar grandes festivales de ajedrez infantil. Siguió negándose a jugar torneos femeninos hasta el final. Dedicada hoy con gran intensidad al ajedrez educativo, continúa siendo la gran dama del tablero, y todo indica que ninguna otra mujer —ni siquiera la prodigiosa Yifán Hou, de quien luego escribiré con detalle— logrará llegar más alto que ella en mucho tiempo.
Susan, la zapadora
Aunque el brillo cegador de Judit, y su hazaña de haber estado entre los diez mejores del mundo, probablemente no serán superados en muchos años, sería muy injusto no resaltar el inmenso mérito de su hermana mayor, y no sólo por sus extraordinarios resultados deportivos. Susan (entonces conocida como Zsuzsanna o Zsuzsa) fue quien más sufrió la discriminación por ser mujer en un deporte de hegemonía masculina, la hostilidad del Gobierno húngaro hacia el experimento pedagógico de sus padres, las injusticias de la Federación Húngara y el fascismo de los descerebrados que amenazaron de muerte a la familia (los Polgar son judíos). Además, también marcó la senda a sus dos hermanas: Sofía prefirió seguir su propio camino a partir de los 20 años, pero es indudable que Judit aprendió mucho de Susan, como ella misma reconoce.
Además de ser la número uno del escalafón mundial femenino a la asombrosa edad de 15 años, así como la primera mujer de la historia clasificada para el ciclo del Campeonato del Mundo Absoluto (a los 17), fue también la primera (a los 22) en lograr el título de gran maestro absoluto cumpliendo estrictamente todas las condiciones (logrando tres resultados brillantes en tres torneos, de acuerdo con ajustadas reglas matemáticas), a diferencia de las georgianas Gaprindashvili y Chiburdanidze, a quienes la FIDE concedió el título por méritos extraordinarios.
En 1996 se proclamó campeona del mundo tras ganar un duelo muy emocionante contra Xie Jun en Jaén. Esta entrevista, que se publicó en El País el 26 de febrero de ese año, resulta significativa sobre su equilibrio psicológico y su madurez, cuando tenía 27 años:
PREGUNTA: ¿Qué le gustaría que dijeran de usted dentro de 100 años?
RESPUESTA: Luchó por la libertad y la igualdad de los sexos en el ajedrez.
P: ¿No se sentía rara cuando sus padres luchaban contra el Gobierno para que no la llevasen al colegio?
R: No en ese momento, porque sólo conocía el método educativo de mis padres. Después sí, cuando iba al colegio sólo para los exámenes. Pero no sufrí ningún trauma por ello, porque me sentía muy bien. El ajedrez era para mí un lenguaje natural, jugaba con gente que venía a mi casa y me relacionaba con los niños del vecindario.
P: ¿Aplicará el mismo sistema a sus hijos?
R: Intentaré hacer algo similar. Ahora, los avances de Internet van a producir grandes cambios en la educación. El maestro seguirá siendo esencial, pero sus funciones cambiarán. Inculcaré a mis hijos que el ajedrez es una asignatura muy importante. A mí me ayuda a resolver los problemas de la vida cotidiana. Pero no les recomendaré que lo adopten como profesión porque es muy duro.
P: Usted y sus hermanas han demostrado que el mejor ajedrecista del mundo puede ser una mujer si se entrena adecuadamente. Y que los genios se hacen.
R: Exacto. En general, las niñas juegan igual o mejor que los niños hasta la adolescencia, cuando muchas lo dejan porque la sociedad les inculca prioridades distintas, como cuidar su físico para atraer a los chicos y formar una familia. Entre otras razones, los hombres juegan mejor al ajedrez porque se les ha educado para competir. Tanto en el ajedrez como en el desarrollo de la inteligencia general, lo básico es la educación.
P: ¿Es el ajedrez lo más importante de su vida?
R: No, en absoluto. Una de las claves de mi triunfo está precisamente en que, si pierdo, seré feliz con mi marido [Jacob Shutzman, israelí, técnico de computadoras], un hombre maravilloso.
P: Kárpov dijo una vez que el compañero o compañera de un ajedrecista tiene que ser una persona especial.
R: Tiene razón. Nuestra vida se parece a la de las estrellas de cine. Abundan los viajes, la tensión y las tentaciones de romper el equilibrio conyugal. Mi marido ha tenido que sacrificar sus prioridades para adaptarse a las mías, aunque yo me levanto a las 7.30 horas para prepararle el desayuno.
P: Pero está acostumbrada a madrugar. Usted y sus hermanas se levantaban a las seis de la mañana para jugar dos horas al tenis de mesa.
R: Eran otros tiempos. Sin embargo, sigo cuidando mi preparación física. Corro, hago gimnasia y juego al tenis.
P: Antes se negaba a jugar contra mujeres.
R: Era una pérdida de tiempo; para aprender, había que enfrentarse a hombres. Pero ahora el nivel de las mujeres es mucho más alto, y los premios también han subido sustancialmente.
P: ¿El mejor ajedrecista del siglo XXI será una máquina?
R: Sí. Eso ocurrirá dentro de cinco o diez años. Aunque no puedan lograrlo sólo con fuerza bruta, conseguirán programar algo parecido a la intuición humana. Pero el ajedrez seguirá vivo. Como dice Kárpov, la bicicleta no terminó con el atletismo.
La FIDE programó la defensa de su título ante Xie Jun en 1998, pero Susan estaba embarazada y pidió un aplazamiento, que la FIDE concedió, hasta 1999. Pero entonces no hubo acuerdo sobre las condiciones del duelo, y Susan fue desposeída del título, aunque luego recibió una compensación de 25.000 dólares tras apelar al Tribunal de Arbitraje Deportivo de Lausana (Suiza). Nunca volvió a luchar por el título mundial, pero sí en las Olimpiadas de Ajedrez (con EE. UU.) hasta completar cinco medallas de oro, cuatro de plata y una de bronce en 56 partidas, invicta.
Divorciada de Shutzman tras establecerse en EE. UU. se casó con Paul Truong (estadounidense de origen vietnamita). Desde que Susan se retiró como jugadora, en 2006, mantiene una actividad impresionante como conferenciante, entrenadora, organizadora y divulgadora, primero en la Universidad de Lubbock (Texas) y ahora en la de Webster (San Luis, Misuri). Su blog (chessdailynews.com) es una de las mejores fuentes de información sobre ajedrez en Internet. National Geographic produjo un documental sobre ella, titulado «Mi brillante cerebro».
¡Que vienen las chinas!
Además de las heroínas georgianas y las hermanas Polgar, hubo más mujeres que contribuyeron a la elevación del nivel femenino a finales del siglo XX y principios del XXI. Tres de ellas aportaron además una personalidad especial. La sueca Pía Cramling (Estocolmo, 1963) lleva 33 años en la élite, exhibiendo una combatividad épica; desde 1988 hasta 2013 (cuando se mudó a Suecia) residió en Fuengirola (Málaga) con su marido, el gran maestro español Juan Manuel Bellón; la hija de ambos, Anna, también es ajedrecista. La búlgara Antoaneta Stefánova (campeona del mundo en 2004) y la rusa Alexandra Kosteniuk (en 2008) aportaron una elegancia y un buen gusto en el cuidado de la propia imagen (incluso con sesiones de fotos muy sofisticadas en el segundo caso) que eran normales en el tenis femenino pero muy raras en el ajedrez.
Sin embargo, el siguiente capítulo de la revolución iniciada por las Polgar pertenece a las chinas. Entre los mandamientos de la cultura tradicional —no sólo china, sino también japonesa, vietnamita y coreana— hay uno especialmente interesante para los ajedrecistas: quien se considere bien educado debe cultivar las artes de la música, la escritura, la pintura y los juegos mentales. Entre éstos, el go y el ajedrez chino (distinto del internacional, con un río que atraviesa el tablero, pero con leyes estratégicas muy similares) han sido masivamente populares en China durante siglos (en mi primer viaje a China, en 1998, vi a miles de ciudadanos jugando en las calles, sentados en la aceras con los tableros en el suelo, al anochecer), y aún lo son, ¡con más de 300 millones de practicantes!
La «clandestina» Xie Jun
Cuando Xie Jun nació, en 1970, el ajedrez estaba prohibido por el Gobierno de la Banda de los Cuatro, que se inventó la Revolución Cultural mientras el gran líder Mao Zedong agonizaba. Sin ánimo de ofender, creo que ese movimiento debería ser llamado más bien «Barbaridad Cultural» porque aparte del ajedrez (tanto el chino como el internacional, así como el go, el mahjong y otros juegos mentales) prohibió también cosas como la música de Beethoven, por considerarlas «inútiles diversiones burguesas»; de modo que la policía multaba a los ajedrecistas cuando les pillaba jugando una partida y registraba los sótanos de las casas en busca de libros de ajedrez que luego se quemaban en la plaza del pueblo.
Todavía hoy, los chinos son muy discretos cuando hablan de ese período, que ni siquiera se menciona en el libro La Escuela China de Ajedrez, de Liu Wenche, excepto en un párrafo del prólogo, escrito por Yi Shiu, quien habla así del autor: «Por razones políticas bien conocidas, Liu Wenche se vio privado de la posibilidad de jugar al ajedrez entre 1966 y 1976, época durante la que ni siquiera podía alimentar a su familia. Su única comida diaria por entonces era dos bollos cocidos (...). Una vez suprimida la Banda de los Cuatro, Liu Wenche volvió al mundo del ajedrez. Tuvo un notable impacto en la escena internacional en 1978, en su primera competición importante desde la Revolución Cultural: consiguió el primer título de maestro internacional para China».
De esas palabras y del currículo de Xie Jun, quien a los 10 años fue campeona de Pekín de ajedrez chino, se deduce que ambos aprendieron a jugar en la clandestinidad; a los 21, Xie Jun era campeona del mundo. Mantuvo el título desde 1991 hasta 1996, cuando lo perdió ante Susan Polgar. Y lo recuperó en 1999, hasta 2001. Luego se retiró como jugadora y se centró en su trabajo de promoción del ajedrez y otras disciplinas, como directiva del Comité de Deportes de Pekín; está doctorada en psicología.
China es la principal potencia mundial femenina desde hace quince años, con un dominio que recuerda al de las georgianas en los setenta y ochenta (a principios de siglo había cinco chinas entre las diez primeras). Y ello se debe a un minucioso trabajo de planificación, captación de talentos y entrenamiento concienzudo, como ocurre en muchos otros deportes. Una buena muestra es que Xie Jun llegó al Mundial de Jaén contra Susan Polgar con un séquito de 18 acompañantes, que incluía cocinero, médico, guardaespaldas, entrenador, analista y jefe de delegación, además de varios periodistas y probablemente algún miembro del servicio secreto.
Aparte de las clases de ajedrez regulares en los colegios, un ejército de captadores de talentos, coordinados por la Federación China, cubre todo el país. Si un niño o niña muestra cualidades especiales, él o ella y su familia son invitados a residir en Pekín, donde se aplica el plan de entrenamiento minucioso.
La portentosa Yifán Hou
Y así surgió uno de los mayores fenómenos de la historia del ajedrez: Yifán Hou, nacida en 1994. A los 14 años fue la gran maestra más joven; a los 16, la campeona del mundo más precoz, rompiendo el récord de Chiburdanidze; y en 2012, pocos días antes de cumplir los 18, logró, en Gibraltar, el mejor resultado de una mujer en la historia, batiendo la marca de Judit, a quien además ganó la partida entre ambas. Es verdad que aún deberá acumular hazañas para igualar la trayectoria de Judit, porque la húngara puso el listón altísimo. Pero en el último cuarto de siglo no hemos visto otra jugadora capaz de meterse entre los diez mejores del mundo. Yifán Hou es además, como Judit, una chica encantadora.
Su simpatía llama mucho la atención porque hace cosas muy inusuales entre los ajedrecistas. Por ejemplo, sonríe a los fotógrafos antes de las partidas: «Lo hago de forma natural, pero también por convencimiento profesional. Es muy importante que los jugadores demos una buena imagen del ajedrez. Y ese momento, justo cuando la partida está a punto de empezar, es uno de los pocos que tienen los fotógrafos de retratarnos sin que estemos absolutamente concentrados. Por tanto, creo que debemos hacer un esfuerzo para que esas imágenes sean agradables para el gran público», me explica en Gibraltar unos minutos después de haber sido repetidamente aclamada en la ceremonia de clausura.
Si bien su inglés ha mejorado lo suficiente para mantener una charla más o menos fluida, todavía debe pensar en las palabras antes de pronunciarlas, además de vencer su timidez. Pero sus ideas son muy claras, incluso contundentes, aunque las exprese con sonrisa de seda y suavidad de té de jazmín: «No me planteo ningún objetivo concreto, ni en el ajedrez ni en la vida. Porque si lo hiciera y lo cumpliese, ¿qué estímulo tendría después?».
De modo que a Yifán ya es mejor llamarla Hou, no sólo por su mayoría de edad legal, sino porque mentalmente es muy madura, aunque dé esa imagen de niña inocente y frágil, a quien le encanta la compañía de su madre: «Sí, cuando mi madre viaja conmigo es mucho mejor porque ella se encarga de todos los detalles de la vida cotidiana y de cuidarme. Y yo puedo contarle todo, no como si fuera mi madre, sino más bien como una hermana o una amiga íntima, y así todo va mejor».
Su madre, Wang Qián, enfermera, se casó con un magistrado y formó una familia que en la China actual podría considerarse de clase media. Su única hija, Yifán Hou, nació en la provincia de Thai Zhou, a doce horas de tren de Pekín. A los cinco años aprendió a jugar a las damas, pero a ella le llamaban mucho la atención las piezas del ajedrez (sobre todo, el caballo y la torre), que conoció a los siete. Y su juego causó tal sensación desde el principio que, cuando tenía nueve, el director técnico de la Federación China, el gran maestro Yé Yiangchuán, acudió desde Pekín sólo para jugar con ella. Y quedó tan impresionado que de inmediato invitó a toda su familia a trasladarse a Pekín para que Yifán pudiera beneficiarse de un entrenamiento especial, que se tradujo de inmediato en grandes éxitos. El primero, campeona del mundo sub 10. El más rotundo, a los 14 años, gran maestra más joven de la historia.
Para entonces estaba ya muy claro que esta chica era uno de los mayores prodigios que ha dado el ajedrez. El autor de este libro la entrevistó por primera vez en septiembre de 2008 en Nálchik (Rusia), tras perder la final del Mundial femenino ante Alexandra Kosteniuk, quien no escatimó elogios hacia su rival: «Estoy convencida de que no tardará mucho en ser campeona del mundo». La rusa tenía razón: dos otoños después, Hou era la nueva reina del ajedrez, tras doblegar en el desempate a su compatriota Ruán Luféi, después de que la tensión nerviosa la llevase incluso a pasar una noche en el servicio de urgencias de un hospital.
Su proeza en Gibraltar no admite discusiones sobre la cuantía del mérito, porque los números son aplastantes, estratosféricos, más propios de Magnus Carlsen: siete jugadores con más de 2.700 Elo, cuatro victorias (una de ellas, contra Judit Polgar), dos empates, una derrota. Incluso con los matices de la inflación del Elo, su resultado es claramente mejor que el de Judit en Madrid en 1994 y el de su hermana Sofía en Roma en 1989. Pero, cuando se le pregunta sobre ello, se agarra a una enorme modestia: «Enfrentarme a tantos jugadores tan fuertes ha sido una experiencia fascinante, y muy estimulante, he aprendido mucho. Estoy muy satisfecha de mi resultado, por supuesto, pero sólo es un torneo, y he tenido suerte en alguna partida, que mi rival no jugó como debe hacerlo un gran maestro; ahora me esforzaré por intentar repetirlo».
Sorprende mucho que esa trayectoria sea compatible con una vida que no se limita al ajedrez. «Soy consciente de que el ajedrez me ha dado una vida de privilegios, y que mi obligación es entrenarme a conciencia cuando estoy en casa, pero siempre encuentro tiempo para nadar, leer o ir al cine con sus amigos. Desde pequeña, estudiar las partidas de Fischer, mi gran ídolo, fue siempre compatible con leer Oliver Twist, por ejemplo. Nunca he dejado de ser una chica relativamente normal. Y ahora quiero que mi carrera deportiva sea compatible con la universidad. Aún no he elegido una carrera concreta, pero tengo claro que estudiaré alguna.»
Incluso cuando viaja intenta parecer normal: «Los horarios de los torneos son muy exigentes, pero viajar es una gran escuela de vida, especialmente para una joven china como yo, que así descubre nuevas culturas, sobre todo cuando voy a países europeos. Aquí, por ejemplo, he podido visitar con mi madre los sitios más interesantes del Peñón, que realmente merecen la pena». ¿Sigue siendo París su lugar favorito? «Sí, lo es, pero últimamente me ha impresionado mucho Suiza, por el paisaje, el aire limpio y la relajación de sus habitantes, mucho menos estresados que la gran mayoría de los chinos, que casi nunca tienen tiempo, ni siquiera para tomarse un café.»
Reconoce que ha pensado sobre el gran misterio de por qué, en general, las mujeres juegan al ajedrez menos y peor que los hombres: «Pero no tengo una opinión clara. Supongo que tiene que ver con que nuestros cerebros son distintos, y también con que la mayoría de las mujeres ven la vida de forma diferente a la mayoría de los hombres». «¿Quiere eso decir que su cerebro es distinto al de la mayoría de las mujeres?», le pregunto. Y se ríe pícaramente, como si la hubieran pillado haciendo algo incorrecto, pero sale bien del apuro: «Cada persona es distinta, ésa es la riqueza de los seres humanos».
Su sonrisa se transforma en carcajada cuando le comento que, contrariamente a la impresión que me dio a los 14 años, ahora me asombra su sangre fría ante el tablero; siempre parece muy calmada, incluso en posiciones de mucha tensión ante rivales de élite mundial. No logro que me explique por qué ese comentario le hace tanta gracia. Luego se pone seria: «Tiene usted razón, pero eso para mí es normal. Nunca me pongo nerviosa, ni tengo sentimientos negativos ni estoy triste. Simplemente, juego al ajedrez».
Me pregunto si esta chica es consciente de que sus palabras y sus hechos son asombrosos, absolutamente excepcionales, de que está escribiendo renglones de historia en letras mayúsculas. Como ocurre con Magnus Carlsen, la historia hablará de Yifán Hou como uno de los grandes genios que ha dado el ajedrez. Pero, fuera del tablero, donde es durísima, ella se comporta como una chica muy normal, suave como la seda o la flor de loto. Tal vez ésa sea la clave para que los genios mantengan el equilibrio y no se acerquen a la línea de la locura, como ocurrió con Fischer. De momento, Yifán Hou está muy lejos de ella.
Demagogia y conclusiones
De lo sucedido y publicado tras la primera edición de este libro, fue muy ruidoso un artículo publicado en la revista New in Chess por el gran maestro británico Nigel Short, subcampeón del mundo en 1993, en su habitual tono sarcástico. La esencia de su tesis es que los cerebros masculino y femenino son distintos, y más dotados para unas cosas que para otras según los sexos. El ajedrez sería uno de los ámbitos de superioridad masculina, y el caso de Judit Polgar sería excepcional e insuficiente para sacar conclusiones.
Su último párrafo es muy significativo sobre su pensamiento: «Los cerebros de hombres y mujeres tienen un cableado muy diferente. ¿Por qué entonces deberían funcionar de manera similar? No tengo el mínimo problema en reconocer que mi mujer posee un grado de inteligencia emocional mucho mayor que el mío. Del mismo modo, ella no se siente incómoda cuando me pide que saque el coche de nuestro estrecho garaje. Ninguno de nuestros cerebros es mejor que el otro, simplemente, sus habilidades son distintas. Sería maravilloso ver más chicas jugando al ajedrez, y en un nivel más alto, pero, en lugar de preocuparnos por la desigualdad, quizá deberíamos aceptarla elegantemente como un hecho».
Ese artículo dio la vuelta al mundo, por Internet y en muchos diarios de papel, y Short fue brutalmente acribillado por un supuesto machismo que yo no veo en parte alguna, aunque esté en desacuerdo con su conclusión, como explicaré en el último párrafo de este capítulo. Con los hechos que hoy conocemos, la opinión de Short es una deducción lógica —aunque no la única posible— y merece al menos tanto respeto como la contraria.
También es muy interesante un artículo publicado en www.chessbase.com por Wei Ji Ma, doctor en Física, catedrático de Psicología y Neurociencia de la Universidad de Nueva York, y Maestro de la Federación Internacional de Ajedrez. En él llama la atención sobre hechos que no parecen obedecer a lógica alguna: hay muy pocas mujeres que destaquen en Matemáticas, pero muchas en Neurociencia o Biología; muy pocas en Filosofía, pero muchas en Psicología o Historia del Arte.
Según Wei Ji Ma, la explicación de esas desigualdades está en las creencias. Y para sustentar esa afirmación cita los resultados de diversas encuestas realizadas a niños y adultos de diferentes edades. Así, la mayoría de las personas mayores de 7 años asocian conceptos como superdotación o inteligencia innata más a hombres que a mujeres; y también están convencidos de que para brillar en Matemáticas hay que tener, sobre todo, unas facultades innatas, mientras que destacar en Biología molecular requiere, ante todo, trabajar mucho. Es decir, si la mayoría de las niñas creen que las Matemáticas son cosa de hombres, muy pocas elegirán esa carrera. Y lo mismo ocurre con el ajedrez.
Llegados a este punto conviene mucho mencionar un curioso estudio realizado en la Universidad de Padua (Italia), en 2007, por Maass, D’Ettole y Cadinu, con 42 hombres y 42 mujeres que jugaron al ajedrez por Internet. Cuando desconocían el sexo de su rival, las mujeres jugaban con fuerza similar a los hombres; pero si las mujeres sabían que su rival era un hombre, su rendimiento bajaba ostensiblemente; y si se les decía que jugaban contra otra mujer (cuando, en realidad, era un hombre) volvían a jugar bien. El resultado es interesante, pero debe tenerse en cuenta que los voluntarios eran jugadores aficionados, reclutados por la Federación Italiana.
Es improbable que esas conclusiones sean extrapolables al ajedrez profesional: las mejores jugadoras del mundo están cada vez más acostumbradas a jugar contra hombres en torneos abiertos; de igual forma, la presión adicional —una especie de «obligación de ganar»— que sentían muchos jugadores cuando se enfrentaban a mujeres tiende a desaparecer, sobre todo si hablamos de la alta competición.
Para mí, el punto clave es el que he destacado justo antes de escribir los perfiles de las mejores jugadoras de la historia: las mujeres, si quieren, pueden, pero generalmente no quieren. En la misma línea, el maestro internacional español Sergio Estremera, casado con la gran maestra Mónica Calzetta, seis veces campeona de España, señala: «Siempre encontramos dificultades para responder a la pregunta “¿por qué las mujeres juegan peor?” y acabamos o bien tirando de tópico o bien improvisando algo inteligente que no nos convence ni a nosotros mismos. Creo que el problema no está en la respuesta sino en la misma pregunta, que debería ser más bien “¿qué debemos hacer para que las mujeres se interesen por el ajedrez, sean más y, en consecuencia, acaben jugando mejor?”».
Intento responder. Lo primero que deberíamos hacer es lograr que los niños y niñas tengan el mismo concepto sobre este asunto: que regalar un juego de ajedrez a una niña no sea casi tan raro como obsequiar a un niño con una muñeca. Con independencia de que el conocimiento detallado sobre las diferencias entre los cerebros masculino y femenino siga arrojando luz en este oscuro túnel, esa educación igualitaria allanará mucho el camino. Porque es probable que —tal como ocurrió con las hermanas Polgar, cuya dedicación y rendimiento deportivo siguieron siendo muy altos tras la adolescencia— el estallido de diferentes hormonas en la pubertad no sea tan decisivo como ahora para que la mayoría de las niñas abandonen el ajedrez de competición. Es decir, no debemos descartar que la educación pueda más que las hormonas, en cuyo caso habría muchas más jugadoras que ahora. Y entonces quizá acabe siendo normal que el campeón del mundo sea una mujer.
El 5 de julio de 2016, con esta edición casi en la imprenta, la FEDA convocó el Campeonato de España Absoluto mixto (sin Femenino), pero de manera provisional: «De momento, nos obliga el calendario, por el adelanto de fechas de la Olimpiada de Ajedrez [bienal]. Pero queremos utilizar esta incidencia como base para debatir en profundidad sobre la eliminación definitiva del Femenino», explicó Ramón Padullés, Director Técnico de la FEDA.
El principal argumento a favor es que si los Campeonatos de España de todas las edades, desde sub 8 hasta sub 20, son mixtos, es ilógico que en el Absoluto haya separación de sexos. Además, el nivel de las mejores jugadoras ha subido mucho y, por tanto, el riesgo de desmotivación se reduce. El inconveniente que persiste con claridad es el de posibles injusticias si el título de campeona femenina se decide por la lotería del desempate entre dos jugadoras clasificadas entre —por ejemplo— los puestos décimo y vigésimo del Absoluto.
Sabrina Vega, campeona de España en ese momento, tenía una opinión clara: «Es verdad que alguna vez el título de campeona podrá ser injusto. Pero debemos concienciarnos de que es una recompensa secundaria. El objetivo principal debe ser el de quedar entre los diez primeros. Y cuando lo consigamos, el de lograr que el campeón de España sea una mujer».