La fascinación por las culturas de la Antigüedad casi siempre se adquiere a través de la mitología, la leyenda o los hechos épicos; el poema de Gilgamesh es la puerta que nos adentra en la civilización mesopotámica, como la Ilíada y la Odisea son los vehículos esenciales para indagar en las raíces griegas, o la Eneida para entender el fulgurante esplendor de la romana. Los respectivos Estados se preocuparon de crear un ambiente del pasado en el que asentar las bases de su legitimidad nacional. Todo Estado ha forjado sus grandes hombres y ha confeccionado un complejo mundo anímico y espiritual protagonizado por dioses hacedores, capaces de protegerlos en los momentos difíciles de las batallas, pero también de los acontecimientos de la vida cotidiana, donde la muerte es determinante. Además, esos mitos sirven para perpetuar el poder hereditario en unos casos, siempre amparado por la divinidad, o para dotar de una sólida identidad a todo un pueblo bajo cualquier otro sistema de poder, pero siempre con el fin de cohesionar a la sociedad y alimentar la idea del Estado.
Tarteso también participó de ello, aunque con una variante inédita, el mito sobre su origen lo crean los autores griegos, con la participación de importantes personajes mitológicos afines a su propia cultura. Tarteso debió tener para los griegos, y antes para los fenicios, un valor simbólico muy especial, pues se ubicaba más allá del mar que les era familiar, el Mediterráneo. Para acceder a ese mundo desconocido para el común de los griegos había que sobrepasar las columnas de Hércules, un hito que comunicaba el Mare Nostrum con el océano donde, según la mitología clásica, se encontraba el Hades, el mundo del más allá. El halo de misterio que debió tener Tarteso para los griegos se evidencia cuando lo eligen como escenario para que uno de los personajes míticos más importantes de la Antigüedad, el semidios Heracles, realice dos de sus doce trabajos gracias a los cuales logró la inmortalidad. A medida que Heracles iba sorteando los trabajos que le imponía su hermanastro Euristeo, éste le iba imponiendo tareas más duras y alejadas del ámbito geográfico griego, por eso sus últimos trabajos tuvieron como escenario el extremo occidente, un lugar desconocido y lleno de peligros que debió exaltar la imaginación de sus conciudadanos y donde el propio Heracles levantó las columnas que simbolizaban el fin del mundo, una identificada con el Peñón de Gibraltar, la antigua Calpe, y la otra con Abyla, tal vez el monte Hacho de la actual ciudad de Ceuta. El robo por parte de Heracles de los toros de Gerión, el mítico rey tartésico, es ciertamente interesante por cuanto se hace mención tanto al lugar donde perpetró el robo, en Eriteia, como por la importancia del toro, uno de los símbolos más propagados en la cultura tartésica y que tanta importancia tuvo en las futuras culturas hispanas.
La dinastía tartésica —si bien él nunca mencionó el topónimo Tarteso— que presentaba Hesíodo en su Teogonía era real mente inquietante:

FIG. 1. Vista aérea de la Bahía de Algeciras con el Peñón de Gibraltar y la costa del norte de África. En primer término el yacimiento de Carteia. (Foto Proyecto Carteia 2003).
Crisaor engendró al tricéfalo Gerión unido con Calirroe, hija del ilustre Océano; a éste le mató el fornido Heracles por sus bueyes de mancha basculante en Eriteia rodeada de corrientes. Fue aquel día en que arrastró los bueyes de ancha frente hasta la sagrada Tirinto, atravesando la corriente del Océano. (Hesíodo, Teogonía 287-290)
Gerión era un gigante alado con tres cuerpos y sendas cabezas; su padre, Crisaor, también era un ser extraordinario por su envergadura e hijo de la no menos terrorífica Gorgona Medusa, de cuyo cuello nació Crisaor junto a su hermano Pegaso. La Gorgona Medusa se convirtió pronto en uno de los personajes más espeluznantes del mundo mítico griego; tenía una mirada que petrificaba a todo aquel que reparara en ella, amén de poseer dientes de carnívoro y una cabeza tocada con serpientes; su ferocidad y mirada letal sirvieron a la postre para ensalzar el valor de Perseo, quien cercenó su cabeza gracias al escudo que le había dado Atenea para defenderse. Pero no será ésta la única referencia que encontremos sobre Gerión como rey de Tarteso; Estesícoro de Himera, en torno al siglo VI a.C., cuenta en su poema La Gerioneia, cómo el rey tartésico había nacido junto a la isla Eritea, identificada con Gadir, «más o menos en frente de la famosa Eriteia, junto a los manantiales inagotables, de raíces de plata, del río Tarteso, en la gruta de una peña».
El relato más completo sobre Gerión y el décimo trabajo de Heracles se lo debemos a Apolodoro de Atenas, basado según muchos investigadores en el de Estesícoro, pero realizado seis siglos más tarde. En su Biblioteca mitológica (2, 5, 10), relata lo siguiente:
Como décimo trabajo se ordenó a Heracles el ir a buscar el ganado de Gerión de Eriteia. Es ésta una isla situada en las proximidades del Océano, que ahora se llama Cádiz, habitada por Gerión, hijo de Crisaor y de Callírroe, la hija del Océano. Gerión tenía los cuerpos de tres hombres, crecidos juntos, unidos en uno por el vientre y divididos entre tres desde los costados y los muslos. Era propietario de un rojo rebaño. Euritión era su pastor y su perro guardián Orto, de dos cabezas, hijo de Equidna y de Tifón. Viajando a través de Europa a buscar el rebaño de Gerión, Heracles mató muchas bestias salvajes. Se fue a Libia, y al pasar por Tartessos levantó los dos pilares, uno a cada lado, en los límites de Europa y de África, como monumento de su viaje. A lo largo de su viaje fue abrasado por el Sol y él dobló su arco contra el Sol. El Sol, admirado de su atrevimiento, le dio una copa de oro, con la que atravesaría el Océano. Llegó a Eriteia, y se hospedó en el monte Abas. El perro lo divisó y se precipitó sobre él, pero le golpeó con su maza. Cuando el pastor vino a salvar al perro, Heracles le mató también. Menetes, que pastoreaba el rebaño de Hades en aquel lugar, le contó a Gerión lo sucedido. Gerión sorprendió a Heracles, al lado del río Antemo, en el preciso momento de llevarse el rebaño. Luchó con él, y lo mató. Heracles embarcó el rebaño en la copa, atravesó el mar hacia Tartessos y devolvió la copa al Sol.
En contraposición encontramos al geógrafo y cronista del siglo VI a.C., Hecateo de Mileto, uno de los logógrafos más reputados por sus viajes por Europa y Asia, si bien nunca visitó la península Ibérica; destaca por su crítica a la mitología griega como medio para describir lugares y hechos presuntamente históricos. De esta forma lo ha descrito Arriano en su libro Anábasis II (16, 5-6):
Gerión, contra quien Euristeo mandó a Heracles Argivo a robarle las vacas y conducirlas a Micenas, no tiene nada que ver con esta región de Iberia (Tartessos), al igual, afirma que Heracles no fue enviado a la isla Ereteia, más allá del Gran Mar, sino que Gerión era rey en una región continental de Ambracia y de Anfíloco, y que fue de esta región de donde Heracles condujo al ganado, y que éste era el nada desdeñable trabajo que le había sido impuesto. Lo que yo sí puedo afirmar [comenta el propio Arriano] es que esta región continental es hoy rica en pastos, y que alimenta pingües ganados, y no me parece que sea inverosímil que llegara a Euristeo la fama del ganado de esta región del Epiro; así como el nombre de su rey, Gerión, también creo estar seguro de que Euristeo no ha conocido el nombre del rey de los iberos, la más remota región de Europa, ni si en ella se criaban o no pingües vacas (a no ser que alguien llevara allí a Hera y ésta lo hubiera comunicado a Heracles por medio de Euristeo, queriendo así disimular con una leyenda tan increíble relato).
Sin embargo, otros autores, como el propio Heródoto (IV, 8), insistían en situar el mito de Gerión en el extremo occidente: «tenía (Gerión) su morada en una isla que los griegos denominan Eriteia, que se encuentra cerca de Gadeira, ciudad ésta situada más allá de las Columnas de Heracles, a orillas del Océano». Y el propio Estrabón da por ciertos los versos de Estesícoro sobre la localización de Tarteso como el lugar donde se desarrollaron los acontecimientos míticos que tuvieron como protagonistas a Gerión y Heracles. La insistencia de estos reputados geógrafos e historiadores velaron los reparos de Hecateo y la identificación de Tarteso con el mito se generalizó en época romana, siendo asumido por escritores del prestigio de Virgilio que lo menciona en La Eneida (VII, 262-263), o de Diodoro Sículo en su Bibliotheca Histórica (IV, 17,1-2; 18,2-3), donde destaca el siguiente poema (18,2):
[…] y Heracles, habiendo recorrido una gran parte de Libia, llegó al Océano cerca de los gaditanos y colocó estelas (columnas) en cada parte de los continentes, y habiéndole acompañado la flota llegó a Iberia y habiendo percibido que los hijos de Chrysaor habían acampado en tres grandes ejércitos uno a distancia de otro, mató a todos los jefes tras citarlos a combate singular apoderándose de Iberia se marchó conduciendo los renombrados rebaños de bueyes: y atravesando la región de los iberos y recibiendo honores de uno de los reyes del lugar, varón de religiosidad y justicia sobresaliente, dejó parte de los bueyes como regalo al rey. Y éste, tomando todos los bueyes, los consagró a Heracles y cada año sacrificaba a él el más hermoso de los toros. Y sucede que hasta el día de hoy en Iberia se mantienen a los bueyes como sagrados.
No obstante, como puso de relieve Blázquez, son también muchos los autores que ubican el mito de Gerión en otros lugares del Mediterráneo y del interior de Europa, por lo que no sería lógico tomar estos relatos como una fuente con validez histórica. Sin embargo, las continuas alusiones a la riqueza en plata de Tarteso ha sido otro de los hitos que la han caracterizado, y que a la postre se ha convertido en el mayor argumento de peso para justificar tanto el mito como la colonización mediterránea de estas tierras tan extremas. También se ha querido asociar el otro trabajo de Heracles en el extremo occidente con la riqueza de Tarteso, en este caso el oro. Y en efecto, el penúltimo trabajo que tiene que sortear Heracles es robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, símbolo de la eternidad. Por último, cabe recordar que según algunos autores clásicos como Pausanias (X, 17, 5) o Solino (III, 4), Gerión tuvo una hija llamada Erytheia, quien engendró con el dios Hermes un hijo de nombre Norax, un nuevo rey tartésico que sin embargo abandonaría su reino para establecerse en Cerdeña, donde fundaría la ciudad de Nora. Este es uno de los mitos que mayor interés ha levantado entre los historiadores, no ya por el hallazgo de una estela dedicada al dios chipriota Pumur donde, con cierta reserva por parte de los filólogos, parece que se hace alusión a Tarsis, sino por cuanto en los últimos años se están intensificando las investigaciones para probar las relaciones culturales entre la península ibérica y Cerdeña, donde se han hallado numerosas pruebas de un comercio estable desde, al menos, el Bronce Final. Por último, es preciso hacer referencia a otro rey tartésico de nombre Theron que muchos han puesto en relación con el propio Gerión, pero que tiene gran interés porque se le menciona como el monarca que luchó contra los fenicios de Gadir, sin duda un dato de gran interés para todos aquellos que disocian lo tartésico de lo fenicio.
Como se puede apreciar, la ficción alegórica creada por los griegos para ilustrar el origen de Tarteso es de carácter negativo, todas las referencias sobre Tarteso se refieren a seres fantásticos, horribles y despiadados que son sacrificados por los personajes más celebrados del mundo griego, como eran Perseo y Heracles. Pero el mensaje de los creadores de estos mitos parece bastante nítido: una vez vencidos esos monstruos y borrados de la faz de Tarteso, los griegos ya pueden aventurarse a ir hacia Occidente; allí les esperan grandes beneficios comerciales y la protección de un nuevo rey civilizador, Argantonios, heredero de las dotes legislativas de su antecesor Habis. Desgraciadamente carecemos de información sobre Tarteso a través de las fuentes fenicio-púnicas, pero la lejanía y su desconocimiento debió generar también inquietud entre los primeros navegantes que osaron arribar hasta las columnas de Hércules atraídos por las leyendas sobre su inmensa riqueza, transmitida sin duda por otros pequeños grupos de extranjeros que desde tiempos remotos tocaban las costas peninsulares esporádicamente.
Mayor interés si cabe tiene el mito de Gárgoris y Habis por cuanto entronca con la tradición de los mitos griegos, romanos y orientales en general. Habis se convierte en un rey legislador, justo, introductor de la agricultura y, en definitiva, un rey civilizador que abrirá paso a la nueva sociedad sobre la que reinará con la protección de los dioses. Merece la pena reproducir aquí el mito de ambos reyes a través del epítome que Justino hizo sobre un texto del historiador galorromano del siglo I a.C., Gneo Pompeyo Trogo:
Los bosques de los tartesios, en los que los Titanes, se dice, hicieron la guerra contra los dioses, los habitaron los curetes, cuyo antiquísimo rey Gárgoris fue el primero que descubrió la utilidad de recoger la miel. Éste, habiendo tenido un nieto tras haber violado a su hija, por vergüenza de su infamia intentó hacer desaparecer al niño por medios diversos, pero, salvado de todos los peligros por una especie de fortuna, finalmente llegó a reinar por la compasión que despertaron tantas penalidades. Ante todo, ordenó abando narlo y, pocos días después, al enviar a buscar su cuerpo aban donado, se encontró que distintas fieras lo habían alimentado con su leche. […] Por último mandó arrojarlo al Océano. Entonces claramente por una manifiesta voluntad divina, en medio de las enfurecidas aguas y el flujo y reflujo de las olas, como si fuera transportado en una nave y no por el oleaje, es depositado en la playa por unas aguas tranquilas, y no mucho después se presentó una cierva, que ofrecía al niño sus ubres. Más tarde, por la convivencia con su nodriza, el niño tuvo una agilidad extraordinaria y durante mucho tiempo recorrió montañas y valles en medio de los rebaños de ciervos, no menos veloz que ellos. Finalmente, apresado con un lazo, es ofrecido al rey como regalo. Entonces por el parecido de las facciones y por las señales que se habían marcado a fuego en su cuerpo cuando pequeño, reconoce al nieto. Después, admirando tantas penalidades y peligros, él mismo lo designa su sucesor en el trono. Se le puso el nombre de Habis, y, después de haber recibido la dignidad real, fue de tal grandeza, que parecía no en vano arrancado a tantos peligros por la majestad de los dioses. De hecho, sometió a leyes a un pueblo bárbaro bajo el yugo del arado y a procurarse el trigo con la labranza y obligó a los hombres, por odio a lo que él mismo había soportado, a dejar la comida silvestre y tomar alimentos más suaves […] Prohibió al pueblo los trabajos de esclavo y distribuyó la población en siete ciudades. Muerto Habis, sus sucesores retuvieron el trono durante muchos siglos. (Justino, Epit. Hist. Phil, XLIV, 4)
Basándose en este texto, algunos investigadores, entre los que destacan Caro Baroja, Maluquer de Motes o Blázquez, han querido ver la plasmación de Tarteso, sustentada en una monarquía dinástica de origen mítico, basada en la riqueza de la plata y cuya organización sociopolítica, dividida en clases, no diferiría mucho de la de los pequeños reinos que aparecen en la obra de Homero. Para otros, como García Moreno o González Wagner, se trataría de un texto elaborado en época helenística para justificar los orígenes de Tarteso, ya en ese momento desaparecido, y por lo tanto con un valor histórico muy limitado. Llama la atención la continua utilización de topónimos o hechos análogos conocidos desde antiguo, convirtiéndose la historia de Habis en una amalgama de mitos entre los que se identifican personajes destacados como Moisés, Sargón, Ciro o Rómulo y Remo.