III. La leyenda y las fuentes históricas

EL RETORNO DE LOS HÉROES

Tanto en la Ilíada como, sobre todo, en la Odisea, Homero hace continuas alusiones al extremo Occidente como un lugar misterioso lleno de peligros y de personajes fantásticos; allí estaba el Tártaro, el lugar más profundo e ingrato del infierno que, según Estrabón, Homero asoció a lo que se conocía de Tarteso, por lo que algunos han querido ver la similitud de ambos vocablos, que, dicho sea de paso, carece de cualquier base filológica. Lo que sí interesa señalar es que tras la guerra de Troya y la posterior crisis micénica, el mundo occidental entra en lo que se ha venido en llamar la Edad Oscura, una época dilatada en el tiempo que coincide con los últimos momentos del Bronce Final. Ese cataclismo del poder micénico tuvo consecuencias políticas y económicas de magnitud en todo el Mediterráneo, pero a la vez sirvieron para reestructurar y cimentar el futuro poderío griego. Aquí nos interesa señalar el ciclo literario que generó el regreso de los héroes de la guerra de Troya, los nostoi, según la denominación griega, de los que nos hablan algunas fuentes según las cuales ciertas ciudades de la península ibérica habrían sido fundadas por estos héroes, entre los que se encontraría el propio Ulises. Otros de estos héroes, entre los que destacan Menesteo, Ocelas, Diomedes, Teucro o Menelao, se habrían establecido o bien habrían cruzado la península buscando la ruta de regreso a su patria. Las noticias se las debemos fundamentalmente a Estrabón, quien sitúa a estos héroes en varios puntos de nuestra península, desde Galicia hasta Baleares y, por supuesto, el sur peninsular. Las referencias fueron analizadas pormenorizamente por García Bellido en su Hispania Greca en 1948, considerándolas leyendas carentes de valor histórico. No obstante, recientemente, Bendala Galán ha vuelto a suscitar el tema para ilustrar la antigüedad de las relaciones griegas con la península ibérica, pero sin darle tampoco el valor histórico del que evidentemente carecen.

LAS REFERENCIAS GRECOLATINAS

Las fuentes grecorromanas sobre Tarteso han generado una atención especial por parte de los investigadores de la Antigüedad, aunque a veces han carecido de la revisión crítica que estos textos merecen. Estas fuentes, de innegable valor histórico, han sido utilizadas en ocasiones con un alto grado de subjetividad para justificar algunas premisas históricas que no han sido ratificadas por la Arqueología, lo que ha generado un cierto desencuentro entre los estudiosos de este período que ya, por definición, entra de lleno en la Protohistoria. El topónimo Tarteso, abordado como realidad histórica, como entidad geográfica, o bien como concepto mitológico o simbólico, entra en la literatura histórica muy pronto, en el siglo VII a.C., en relación con el viaje de Coleo de Samos descrito por Heródoto; un siglo después vuelve a aparecer de la mano del poeta de Himera, Estesícoro, como hemos visto en el apartado anterior. Sin embargo, llama la atención que ni Homero ni Hesíodo lo mencionen, de lo que se podría deducir que era completamente desconocido en el siglo VIII, cuando ambos poetas realizan sus obras. Parece, pues, que el relato del viaje de Coleo marca el punto de partida del comercio griego en la Península, el momento en que se crea su leyenda para incentivar ese comercio ante los prejuicios de todo viajero a adentrarse en un mundo totalmente desconocido. Así, por ejemplo, se fomentó la conquista de América del Sur, creando un Eldorado que atrajera desde España la mano de obra necesaria para desarrollar la colonización.

Pero los textos muchas veces son confusos, en la mayor parte de los casos no se deben a observaciones directas de los autores, sino a referencias que, en ocasiones, se remontan a siglos atrás, con lo que ello implica en la interpretación de los datos originales.

El referente de Tarteso será siempre Argantonio, el famoso rey que se configura a través de hechos basados más en la tradición ideal que en sucesos puramente históricos, de ahí que se le clasifique como un personaje de leyenda. El hecho de que fuera el geógrafo e historiador griego Heródoto quien en el siglo V a.C. nos hable de este fabuloso rey, otorga al personaje altas dosis de historicidad. En su texto sobre la llegada de los foceos a Tarteso, relata lo siguiente:

Los habitantes de Focea, por cierto, fueron los primeros griegos que realizaron largos viajes por el mar y son ellos quienes descubrieron el Adriático, Tirreno, Iberia y Tartesso. No navegaban en naves mercantes, sino en pentaconteros. Y, al llegar a Tartesso, se hicieron muy amigos del rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que gobernó Tartesso durante ochenta años y vivió en total ciento veinte. Pues bien, los foceos se hicieron tan grandes amigos de este hombre que, primero, les animó a abandonar Jonia y a establecerse en la zona de sus dominios que prefiriesen; y, posteriormente, al no lograr persuadir a los foceos sobre el particular, cuando se enteró por ellos de cómo progresaba el medo, les dio dinero para circundar su ciudad con un muro. Y se lo dio a discreción, pues el perímetro de la muralla mide, efectivamente, no pocos estadios y toda ella es de bloques de piedras grandes y bien ensamblados. (Heródoto, Historias I, 163.)

No menos conocidas son las noticias que nos refiere Heródoto sobre el viaje del comerciante Coleo de Samos por el sur peninsular (Historias IV, 152), viaje que parece que pudo haber tenido lugar hacia el siglo VII a.C. Un texto que por otra parte es muy elocuente para entender los mecanismos de la colonización griega en Occidente. La noticia que nos brinda Heródoto parte de la necesidad que tenían los habitantes dorios de Thera, acuciados por las catástrofes que sufría la ciudad y aconsejados por el oráculo de Apolo en Delfos, de establecer una colonia en otra zona del Mediterráneo, concretamente en la costa africana; con ese fin contrataron a un comerciante cretense de la púrpura, Corobio, que estaba familiarizado con esas rutas marítimas y con las costas africanas. Se organizó ese primer viaje y consiguieron llegar a Platea, una pequeña isla frente a la Cirenaica, la actual Libia. Aquí dejaron los de Thera a Corobio para ir a buscar más colonos viendo que el lugar era propicio para vivir. Al poco tiempo arribó a la isla el barco conducido por Coleo de Samos empujado por los fuertes vientos, pues su destino era Egipto; allí encontraron a Cobio que posiblemente les informara de la existencia de un reino en el extremo occidental; sin embargo Coleo decidió emprender de nuevo viaje a Egipto, aunque el fuerte viento de levante desvió de nuevo su embarcación hacia Occidente:

[…] y como el aire no amainó, atravesaron las Columnas de Hércules y, bajo el amparo divino, llegaron a Tartesso. Por aquel entonces, ese emporio comercial estaba sin explotar, de manera que, a su regreso a la patria, los samios, con el producto de su flete, obtuvieron, que nosotros sepamos positivamente, muchos más beneficios que cualquier otro griego, a excepción del egineta Sóstrato, hijo de Laodamante, pues con este último nadie podía rivalizar. Los samios aportaron el diezmo de sus ganancias —seis talentos— y mandaron hacer una vasija de bronce, del tipo de las cráteras argólidas, alrededor de la cual hay unas cabezas de grifos en relieve. Esa vasija la consagraron en el templo de Hera sobre un pedestal compuesto por tres colosos de bronce de siete codos hincados de rodillas.

El relato tiene un interés innegable, en primer lugar porque nos habla de un lugar que aún no está explotado comercialmente, y al que Coleo sólo llega empujado por los vientos de Levante, luego no era un espacio que estuviera en las rutas comerciales de la época. Otro dato interesante es, una vez más, la importancia de la plata en esta zona y que justifica el auge del comercio mediterráneo y buena parte del éxito de la colonización. Hay que tener en cuenta que el beneficio de los samios se estima en seis talentos, el equivalente a 155 kilos de plata, por lo que el diezmo que entregan en el Hereo es sustancioso. Pero interesa resaltar especialmente la entrega del diezmo en los templos tras estos viajes. En efecto, en las fuentes antiguas hay continuas alusiones a ofrendas y diezmos que los comerciantes griegos entregan a los dioses patrones de sus ciudades en señal de agradecimiento por el amparo recibido en esos viajes de alto riesgo y por los beneficios obtenidos. Coleo además del diezmo funde bronces como exvotos de su gratitud. Y es en este sentido cuando cobra relevancia el hallazgo en varios lugares de Grecia, siempre relacionados con lugares de culto, de objetos votivos de origen peninsular que además se fechan en el entorno de los siglos VIII y VII a.C., cuando tiene lugar el contacto comercial griego con el sur peninsular. Destacan en este sentido los exvotos de escudos con escotadura en «V» típicos de las estelas de guerrero tartésicas hallados en Creta, concretamente en la cueva de Zeus en el Monte Ida, nombre que se debe a la ninfa que crió a Zeus mientras se ocultaba de la ira de su padre, Cronos, en este lugar sagrado para los griegos; en Delfos, otro de los lugares más señeros del culto griego; o en Chipre, cuyo ejemplar, fechado en relación con otro aparecido en la necrópolis de Paleopaphos en el siglo VII, se halló en el Idalion. Pero interesan aquí especialmente los exvotos de arcilla de esos escudos aparecidos en el templo de Hera en Samos, que podrían ser una ofrenda de marineros tras su viaje al sur peninsular como el que realizó Coleo. Por último, cabe recordar que cuando Pausanias visitó Grecia en el siglo II a.C. vio dos cámaras en el santuario de Olimpia que según la tradición estaban realizadas con bronce tartésico (Paus. Desc. 6.XIX.3).

Por otra parte, Heródoto entra en cierta contradicción si se comparan ambos textos, pues en el primero deja claro que fueron los foceos quienes comerciaron por vez primera con Tarteso, mientras que en el segundo adjudica a la nave samia ese privilegio. Un ejemplo más de la imprecisión de las fuentes cuando se refieren a las tierras del extremo occidental, donde ninguno de los geógrafos e historiadores griegos estuvo, por lo que son narraciones basadas en noticias y leyendas que hacen comprensible las exageraciones sobre la importancia mineral o la longevidad de los reyes tartésicos. En este sentido viene a colación una referencia que se suma a estas citas sobre Tarteso: se trata de la que rescata Estrabón en su Geografía a partir de un texto del poeta griego Anacreonte de Teos: «Yo mismo no desearía ni el cuerno de Amalthie ni reinar ciento cincuenta años en Tartessos» (Estrabón III, 2, 14); una referencia que de nuevo incide en la longevidad que se otorga a sus habitantes, una prueba más del desconocimiento y del aura mítica que envolvía a Tarteso todavía a comienzos del siglo V a.C., cuando escribe esa referencia Anacreonte.

Sí parece, sin embargo, que debió de haber una estructura política basada en diferentes ciudades que facilitarían las transacciones comerciales con los comerciantes. También es cierto que a partir del siglo VI los foceos abren una ruta comercial en la península ibérica, como se ha podido documentar arqueológicamente. Sin embargo, es curioso que no se haga alusión a los fenicios, quienes debían de llevar asentados en la zona varias generaciones, lo que incide en el problema de la identificación de lo tartésico y lo fenicio.

Es en este punto donde cobra importancia otro de los textos más significativos relativo a Tarteso, el que construye en el siglo IV, en plena época helenística, Rufo Festo Avieno en su famosa Ora Marítima, donde identifica Tarteso con Cádiz, irrumpiendo así en uno de los principales problemas de la identidad de Tarteso, máxime cuando escritores e historiadores romanos del prestigio de Cicerón, Valerio Máximo o Plinio el Viejo ya habían asimilado ambos nombres siglos antes que el propio Avieno. Esta cita, a la que debemos sumar otros testimonios antiguos a los que ya se ha hecho alusión, es uno de los argumentos básicos para quienes defienden la ecuación Cádiz = Tarteso. En la edición que sobre Avieno editan Mangas y Plácido, se argumenta cómo Gadir era una ciudad con un amplio territorio cuyo nombre pasó a denominarse Tarteso por boca de los griegos. Gadir/Gades debió seguir denominándose así bajo el dominio púnico y más aún bajo el imperio romano, pasando Tarteso a convertirse en una ciudad fantasma cuya búsqueda nunca ha cesado. No obstante, no debemos olvidar que otras fuentes abogan por situar Tarteso en Carteia, caso de Pomponio Mela o Apiano, donde en los últimos años un equipo de la Universidad Autónoma de Madrid dirigido por L. Roldán está sacando a la luz importantes restos púnicos que pueden dar un vuelco importante a la investigación a tenor de los recientes hallazgos; de igual modo, en Pseudo Escimno de Quíos, en el siglo II a.C., se dice que Tarteso se ubicaba al occidente de Cádiz, lo que ha llevado a otros investigadores a abogar por la ecuación Huelva = Tarteso. Pero volviendo a Avieno, es importante hacer notar que nunca estuvo en la península ibérica, y parece que para su descripción geográfica debió utilizar el periplo realizado en el siglo VI a.n.e por un autor de Massalia que algunos identifican con Eutimenes, o al menos eso se deduce de la detallada descripción que hace de esa zona; pero también debió beber de otros escritos de origen púnico que según Villard podrían haber sido realizados por Himilcón el Cartaginés, a quien el propio Avieno cita en su obra. Por lo tanto hay que hacer la observación de que Avieno redacta su obra nueve siglos después del periplo masaliota, lo que no deja de ser un dato a tener en cuenta a la hora de dar crédito a su descripción. Éstos son los versos introductorios que sobre el Atlántico aparecen en el famoso periplo, siguiendo la traducción de la edición antes mencionada:

Las tierras del ancho orbe se extienden ampliamente, y el oleaje, volviendo sobre sus pasos, se desparrama alrededor de la tierra. Pero allá por donde el profundo mar se introduce desde el Océano, para que este abismo del Mar Nuestro se orme con toda su amplitud, se halla el Golfo Atlántico. Aquí se encuentra la ciudad de Gadir, llamada, primero, Tartesso. Aquí están las columnas del porfiado Hércules, Abila y Calpe, a la izquierda de dicha tierra, la otra es Libia: silban con el violento septentrión, pero ellas se mantienen seguras en su lugar (80-90).

FIG. 2. Vista aérea de Cádiz con los antiguos sitios de Eritheia, Kotinussa y Antípolis.

Más interés tienen sus versos donde describe el marco geográfico de Tarteso:

El territorio tartesio es contiguo a éstos [se está refiriendo a los cinetes], y el río Tarteso baña la región. Más adelante se presenta un cabo consagrado al Céfiro. […] Todo el territorio a partir de allí es de una tierra muy rica en hierba; para sus habitantes el cielo es nebuloso perennemente, el aire, denso, y la atmósfera, menos transparente, y el rocío, abundante en la noche. […] Cerca se halla una gran marisma, llamada Etrefea: más aún, se dice que, en estos parajes, se levantó en la Antigüedad la ciudad de Herbi, la cual, destruida por las calamidades de la guerra, sólo ha dejado su fama y su nombre a la comarca. Pero después fluye el río Hibero, y fertiliza los parajes con sus aguas. La mayoría dice que los hiberos han recibido su nombre de él, no de aquel río que se desliza a través de los vascones inquietos, pues se llama Hiberia al territorio de este pueblo que se extiende junto al río hacia Occidente. En cambio, la región oriental comprende a los tartesios y a los cilbicenos. A continuación la isla de Cártare, y, según una opinión bastante extendida, la ocuparon antes los cempsos; expulsados después por una batalla con sus vecinos, se dispersaron a la búsqueda de asentamientos diversos. Se eleva después el monte Casio, y, de su nombre, la lengua griega llamó, anteriormente, al estaño casítero. Después, viene el cabo de un templo y, en la lejanía, la ciudadela de Geronte, la cual tiene un nombre vetusto proveniente de Grecia, ya que sabemos que de ella, Gerión, en otro tiempo, recibió su nombre. Aquí se extienden en su amplitud las costas del golfo tartesio; y, desde el mencionado río hasta estos parajes, las naves tienen una singladura de un día. Aquí está la ciudad de Gadir, pues la lengua púnica llamaba Gadir a un lugar cercado. Fue llamada antes Tarteso, ciudad grande y opulenta en tiempos antiguos; ahora es pobre; ahora, pequeña; ahora, abandonada; ahora, un montón de ruinas. Nosotros, en estos lugares, no vimos nada digno de admirar, excepto el culto a Hércules. Sin embargo, tan grande fue su poder, o más bien su gloria, en tiempos muy antiguos, que, según la tradición, un soberbio rey —y quizá el más poderoso de cuantos por entonces tenía la nación maurusia, apreciadísimo por el príncipe Octaviano, dedicado continuamente al estudio de las letras, Juba, y separado por el mar intermedio— se creía muy honrado en ser el duunvir de esa ciudad. El río Tarteso, sin embargo, deslizándose por campos abiertos desde el lago Ligustino, ciñe la isla por ambos lados con su corriente. Y no corre por un solo lecho, ni surca él solo la tierra subyacente, pues, por el lado por donde nace la luz de la aurora, proyecta tres brazos sobre los campos; dos veces, con dos desembocaduras, baña también las zonas meridionales de la ciudad. Pero, encima de la marisma, se proyecta el monte Argentario, llamado así por los antiguos debido a su aspecto, pues refulge en sus vertientes por la gran cantidad de estaño, y despide más luz todavía hacia los aires, en la lejanía, cuando el sol ha herido sus excelsas cimas con rayos de fuego. El mismo río, a su vez, hace rodar, con sus aguas, limaduras de pesado estaño y arrastra el valioso metal junto a sus murallas. Desde allí, una vasta región se aleja de aquella fluida llanura del mar, por el interior de la tierra: la habita el pueblo de los etmaneos. […] Como hemos dicho más arriba, el mar de en medio separa la ciudadela de Geronte y el cabo de un templo, y, entre rocas escarpadas, se forma una bahía. Junto al segundo cabo, desemboca un ancho río. Al fondo se proyecta el monte de los tartesios, de sombríos boscajes. Aquí se halla la isla Eritía, de extensos campos, y, en otro tiempo, bajo el dominio púnico, pues unos colonos de la antigua Cartago fueron los primeros en ocuparla. Y Eritía está separada del continente por un brazo de mar, a cinco estadios sólo de la ciudadela. (Ora Marítima 225-315).

FIG. 3a. Mapa de Hispania de la Ora Marítima de Avieno. (En: Mangas y Plácido, eds., 1994).

Éste ha sido el texto más socorrido por buena parte de los historiadores para intentar ubicar Tarteso y los accidentes geográficos donde se ubicaba. Pero como puede deducirse de un mero análisis de los datos, Avieno desconocía la zona que describe, o bien, si había visitado Cádiz como él mismo indicó, fabula en exceso con la descripción del territorio. Avieno escribe su Ora Marítima por encargo de su amigo Probo, a quien dedica el poema, y quien le había solicitado una descripción del Ponto Euxino, quizá con el fin de preparar un viaje a la zona; sin embargo, Avieno aprovecha este encargo para añadir la descripción de la costa mediterránea desde Tartessos hasta la desembocadura del Ródano, de lo que puede deducirse que guardaba el texto antiguo de ese periplo y aprovechó la ocasión para introducirlo en el encargo de Probo. Schulten pensaba que tal vez Avieno ni tan siquiera conociera directamente el texto masaliota, sino que tradujera al latín el texto de algún autor griego que hubiera compilado los textos de otros autores anteriores, y el arqueólogo alemán apunta incluso a Éforo, quien realizó varias de estas compilaciones y que fue muy utilizado posteriormente por otros geógrafos e historiadores como el propio Estrabón.

El poema de Avieno se ha utilizado para refrendar o rechazar algunas propuestas de carácter histórico, incluso hay casos en que, al mismo tiempo, se utilizan algunos datos y se descartan otros para ajustar las hipótesis de partida de algunos historiadores. La revisión crítica de su obra ha sido continua desde que Schulten la utilizó como argumento base para la localización de Tarteso, pero destaca el análisis que del poema hizo Javier de Hoz, tanto por su autoridad como lingüista como por su conocimiento de la arqueología tartésica. De Hoz llama la atención sobre las enormes contradicciones de carácter geográfico en las que incurre el autor latino, mencionando accidentes orogénicos que no existen en los tramos descritos, o alterando la dirección de la ruta constantemente, lo que le lleva a pensar que Avieno jamás estuvo en el sur peninsular. Otras apreciaciones son a todas luces falsas a pesar de su insistencia, como cuando habla de la riqueza de estaño de la zona, cuando sabemos de la carencia de filones estanníferos en toda la cuenca del Guadalquivir. Por último, es importante tener en cuenta que Tarteso, además de como ciudad, es citado por Avieno para referirse a otros accidentes geográficos; así, denomina Tarteso al estrecho o golfo que se abre tras las columnas de Hércules, pero también al río principal del país, nombre que ya había sido utilizado por Estesícoro de Himera y por Estrabón, quien además lo identifica con su contemporáneo Betis: «…Parece ser que los antiguos llamaron Betis a Tartessos […] y como el río tiene dos desembocaduras, dícese también que la ciudad de Tartessos estuvo edificada antiguamente en la tierra sita entre ambas, siendo llamada región Tartessis, la que ahora habitan los Tourduloi…» (III, 2, 11). Pero también hace alusión a un monte llamado Tarteso, en sintonía con lo que Justino menciona cuando recoge el trabajo de Trogo Pompeyo.

FIG. 3b. Mapa del Suroeste de la península Ibérica de la Ora Marítima de Avieno (En: Mangas y Plácido, eds., 1994).

Sin embargo, tampoco podemos prescindir de este valioso texto, porque en él también se contemplan datos de interés que han sido corroborados por la Arqueología, y está claro que a pesar de la introducción de algunas licencias fantásticas, Avieno también manejó datos geo gráficos veraces que no supo organizar de una forma coherente para ser entendidos. En definitiva, la Ora Marítima es, quizá por ser la más completa referencia de Tarteso, una obra ineludible a la hora de adentrarnos en el estudio de este período de la Protohistoria, pero siempre que asumamos que no es un tratado de geografía al uso y que, por lo tanto, nos puede desviar de nuestro fin investigador. De hecho, su seguimiento no ha permitido avanzar esencialmente en el conocimiento de Tarteso desde los años 20 del pasado siglo, cuando Schulten la presentó como obra de referencia. De las variopintas interpretaciones que se han hecho de su lectura, sólo se puede extraer una conclusión: que debemos acercarnos a la obra con la máxima prudencia histórica. En este sentido es oportuno recordar aquí la famosa frase lanzada en el V Simposio Peninsular de Jerez, dedicado precisamente a Tarteso, en el que uno de los participantes espetó a uno de los investigadores allí reunidos: «Déjate de Avieno y husmea en el terreno».

Por último, y también de la misma época en que Avieno escribió su Ora Marítima, es el tratado titulado De Nirabilia Auscultaciones donde en su verso 135 se hace una breve pero significativa referencia a las relaciones comerciales entre los fenicios y Tarteso, si bien con un tono más cercano a la leyenda que al hecho histórico; a pesar de todo, también ha servido para cimentar la importancia metalúrgica del suroeste peninsular; veamos el texto según la traducción de A. Bernabé: «Se dice que los primeros fenicios que navegaron hacia Tarteso se llevaron como carga de retorno, por la importación de aceite de oliva y de otras mercancías de poco valor, tal cantidad de plata, que no podían guardarla ni llevarla, de modo que, a su regreso de aquellos lugares, se vieron forzados a hacer de plata todos sus útiles, e incluso todas sus anclas». Hay que tener en cuenta que el texto está relatando hechos que se habrían de sarrollado al menos mil años antes, por lo que no sorprende que se eleve a leyenda una referencia histórica transmitida oralmente. Para muchos investigadores también es un ejemplo del comercio desigual que debieron realizar los primeros comerciantes orientales con estas tierras del extremo Occidente antes de la colonización; para otros es simplemente imposible que Tarteso tuviera en esos tiempos la capacidad técnica para beneficiar tal cantidad de plata, circunstancia que sólo se habría producido tras la colonización fenicia.

TARSIS EN LA BIBLIA

Mucho más imprecisas se han considerado las referencias que aporta la Biblia sobre Tarteso, en primer lugar porque nunca emplea este nombre, sino el de Tarsis, lo que ha venido a complicar su identidad y a atizar la polémica entre los exegetas. Tarsis aparece en el Libro con varias acepciones, a veces como topónimo, como epónimo y otras como antropónimo, pero también como apelativo de embarcación o de piedra preciosa. Esta variedad de significados, a lo que se une el amplio espacio cronológico en el que se cita, desde los monarcas contemporáneos Hiram de Tiro y Salomón, que reinaron entre los siglos X y IX, hasta el IV a.C., ha aportado más confusión que claridad al asunto. A pesar de los esfuerzos de Schulten por razonar la equivalencia del Tarsis que aparecía en el Antiguo Testamento con el Tarteso de los griegos, de nuevo fue la Arqueología la que se mostró más crítica con esta posible identificación toda vez que no había hallazgos en la península ibérica que ratificaran tan antiguas alusiones. Pero el golpe definitivo que dejó la cuestión casi zanjada durante dos décadas, fue el trabajo que presentó Täckholm, un reconocido especialista en los textos del Antiguo Testamento, quien en el V Symposium Internacional de Prehistoria Peninsular de Jerez de la Frontera, expuso su convencimiento de que el Tarsis que aparecía en la Biblia habría que ubicarlo no en la península Ibérica, sino en el entorno del Mar Rojo.

Vamos a valorar sólo algunas de las referencias más interesantes de la Biblia para entender la polémica suscitada entre los investigadores. Pero antes de ello, debemos tener en cuenta que el Antiguo Testamento es una recopilación de textos de varias épocas que no están necesariamente ordenados cronológicamente, por lo que textos más modernos pueden estar haciendo referencia a hechos de mayor antigüedad, lo que puede llevar a errores interpretativos en cuanto a la geografía y a la historia de los sucesos que se transmiten. De ahí que la discusión sobre la ubicación de la Tarsis bíblica haya derivado en la búsqueda de los lugares más dispares de la tierra hasta entonces conocida, y así se pueden recoger propuestas sobre su localización en el sur de Arabia, en el norte de África, en Mediterráneo central o incluso en la India. Otros optan por la consonancia fonética de la palabra para situarla en la Tarso de la denominada Cilicia Pedias, en la costa de Anatolia. La controversia por su ubicación deriva de las referencias que aparecen en el Libro Primero de los Reyes 10, 21-22 y en el Segundo de Crónicas (9, 21) principalmente, unos textos escritos hacia el siglo VI pero que se refieren a hechos que ocurrieron cuatro siglos antes; reproducimos aquí el más completo del Libro de los Reyes:

Fuera de esto, todos los vasos en que bebía el rey Salomón eran también de oro; e igualmente, toda la vajilla de la casa o palacio del bosque del Líbano era de oro finísimo; no se usaba la plata para dichos vasos, ni casi se hacía aprecio de ella en tiempo de Salomón. Pues la flota del rey se hacía a la vela, e iba con la flota de Hiram una vez cada tres años a Tarsis a traer de allí oro y plata, y colmillos de elefantes, y monas, y pavos reales.

Hay que advertir que la polémica también se ha centrado en el sentido que algunos textos dan al vocablo, pues mientras para unos se refiere a un lugar geográfico, para otros designa un tipo de nave construida especialmente para el comercio a larga distancia. Éste es el caso de la cita de Isaías (2, 12-16), bastante clara al respecto:

Porque el día del Señor de los ejércitos va a aparecer terribles para todos los soberbios y altaneros, y para todos los arrogantes; y serán humillados; y para todos los cedros más altos y erguidos del Líbano, y para todas las encinas de Basán; para todos los montes encumbrados; y para todos los collados elevados; y para todas las torres eminentes; y para todas las murallas fortificadas; y para todas las naves de Tarsis; y para todo lo que es hermoso y agradable a la vista.

Sin embargo, no cabe duda de que las referencias más repetidas están designando claramente un punto geográfico cuyo interés en alguna ocasión radica en la importancia de su metalurgia, lo que ha alimentado la idea de que se trate de Tarteso; en este sentido destacan dos textos de Ezequiel en los que habla respectivamente de los comerciantes de Tarsis (27, 12 y 38, 13 ), si bien en algunas versiones se ha sustituido Tarsis por cartagineses, lo que no deja de ser también significativo.

Sobre esta base, amén de otras referencias bíblicas menos significativas, se ha estado especulando, y también investigando, con una intensidad desmesurada a pesar de la limitada valía de la información, pues a la postre no nos permite avanzar en lo esencial, en el propio proceso histórico de Tarteso. Pero a pesar de todo, no cesan los trabajos en los que las referencias bíblicas siguen teniendo un peso significativo en la bibliografía para explicar el fenómeno de Tarteso, reconducido en los últimos años.

La reactivación del estudio de las fuentes bíblicas para intentar despejar las dudas sobre el binomio Tarsis/Tarteso cobra especial impulso con el monográfico de M. Koch titulado Tarsis e Hispania, una edición española de su original alemán de 1984. La tesis de Koch, muy elaborada, incorporando un estudio hasta ese momento inédito como era investigar los diferentes pasajes del Antiguo Testamento en relación con su contexto lingüístico, ofrece conclusiones claras y podríamos clasificarlas también de taxativas, pues dejan poco margen para la discusión e, incluso, algo agresivas con el trabajo de los prehistoriadores que ponen en duda la asimilación de ambos términos, contra los que arremete sin contrastar arqueológicamente sus argumentos. Koch revitalizará por lo tanto una de las líneas que cimentaban la hipótesis de Schulten, si bien con argumentos filológicos más elaborados y huyendo de la fabulosa dimensión histórica que le aportó éste. En líneas generales, las conclusiones de Koch, que las considera prácticamente irrefutables, se pueden resumir en los siguientes puntos: «las naves de Tarsis, y el propio Tarsis, había que situarlos en el Mediterráneo sin sombra de duda». También dice haber demostrado «que la etimología de las denominaciones fenicias y griegas Tarsis o Tarteso para los territorios nace de una disposición fonética autóctona de los pueblos trt/trs» y finaliza «También se ha demostrado que la noticia veterotestamentaria sobre los viajes fenicios a Tarsis en la época de Hiram I de Tiro es fidedigna». En definitiva, para él las alusiones que recoge el Antiguo Testamento sobre Tarsis se refieren sin género de duda a Tarteso.

Radicalmente opuesta a la asimilación de ambos términos es la propuesta de M.ª E. Aubet, para quien es insostenible defender que Tarsis sea lo mismo que Tarteso. Para esta prehistoriadora, las lejanas tierras a las que alude el profeta Isaías no hay que identificarlas con Occidente, pues el ámbito comercial de Tiro en esa época se limitaba al Mediterráneo oriental, por lo que el Tarsis aludido debería ubicarse en el entorno del Mar Rojo, en consonancia con las tesis de Täckholm. Su base argumental consiste en considerar como una mera suposición que el vocablo recogido en los textos más antiguos de la Biblia se refiera a un topónimo, mientras que sí se utiliza como tal sólo a partir del siglo VI, cuando Tarteso ya es conocido en el mundo griego. Pero no son sólo los prehistoriadores quienes ponen en duda la vinculación de ambos vocablos; baste la reflexión que en 1989, en el monográfico que sobre Tarteso coordinó Aubet, hizo el propio J. De Hoz, para quien identificar la Tarsis bíblica con Tarteso era más un acto de fe que un conocimiento de carácter científico. Hoy las posturas parecen que se van conciliando, aunque con un grado de prudencia evidente. Así, algunos prehistoriadores ya no descartan del todo la posible asimilación de ambos nombres, como AlmagroGorbea en su discurso de entrada en la Real Academia de la Historia de 1996; mientras que una filóloga como C. López-Ruiz, apoyando tibiamente las formulaciones de Koch, aboga en un reciente trabajo de 2005 por profundizar en el dato arqueológico como único camino para abordar el problema con mayor certidumbre.

Sin embargo, recientemente, González de Canales y su equipo han hecho públicos unos materiales procedentes de Huelva que han vuelto a poner de manifiesto que no nos hallamos ante un tema fácil de dejar reposar. Entre el ingente número de materiales recuperados en una zona urbana de la ciudad de Huelva, destacan lotes cerámicos que permiten retrasar el momento de la llegada de los fenicios a la península ibérica hasta el siglo IX, sino antes, por lo que han cobrado especial relevancia las citas bíblicas, ahora contemporáneas al hallazgo. En este sentido se manifiesta en un reciente artículo de 2006, A. Mederos, para quien los productos exóticos que se describen podrían tener su justificación si se considera Huelva como un puerto bisagra entre el comercio del Atlántico norte, de donde procederían productos como el estaño, el ámbar y el oro, y el Atlántico sur, donde sitios como Lixus podrían haber proporcionado el marfil, los monos o los pavos reales. El problema sigue no obstante vigente, pues de la analítica realizada a los marfiles orientales parece que se demuestra que proceden del entorno de la India, amén del problema de hacer proceder a los pavos reales del norte de África, cuando sabemos que los cristatus son originarios de la India y Ceilán, y que no fueron introducidos en Europa hasta el siglo IV a.C. También Torres, en un trabajo de este mismo año, aboga por la posible verisimilitud de los textos bíblicos a tenor de los hallazgos de Huelva. Pero insisto, sea cierta o no la concordancia de Tarsis con Tarteso en la Biblia, no ayuda a despejar muchas de las incógnitas que aún quedan por resolver; si por fin se confirmara esa equivalencia, la discusión probablemente derivaría en si ese Tarsis de la Biblia es Tarteso reino, si son los indígenas que habitan más allá de las columnas de Hércules o si las citas bíblicas se están refiriendo a Cádiz. En este sentido, cabe reseñar que en otros escritos de autores cristianos del siglo IV d.n.e., entre los que destaca la Crónica Universal de Hipólito de Roma, se menciona Tarsis de quien descienden los iberos y llamados tirrenos, haciendo alusión a los descendientes de Noé que se expanden por el mundo tras el diluvio universal. Por ello, aunque sin por supuesto obviar las citas bíblicas, porque tenemos que disponer de todos los elementos que han servido para construir tanto el mito como la realidad de Tarteso, debemos caminar hacia otros derroteros que nos introduzcan en la comprensión social y económica de la cultura que aquí estudiamos.

LAS REFERENCIAS EPIGRÁFICAS DE TARSIS

Para finalizar este capítulo, cabe mencionar las dos referencias epigráficas que existen en relación a Tarsis, si bien ya debo adelantar que generan una polémica tan intensa como la descrita para el apartado anterior. De la primera ya se ha hecho referencia anteriormente: se trata de la estela de Nora I, que ha generado una amplia literatura por las posibilidades que abre a la hora de certificar los contactos del sur peninsular con el Mediterráneo central, en concreto con Cerdeña, defendido por muchos prehistoriadores a partir, principalmente, de los trabajos de M.ª L. Ruiz-Gálvez, que a su vez se inspira en otros investigadores italianos, circunstancia que se ha visto potenciada últimamente con el hallazgo de Huelva, donde aparecieron importantes cantidades de cerámicas sardas fechadas en el siglo IX que complementaban otro lote documentado en Cádiz. Las relaciones comerciales entre el suroeste peninsular y Cerdeña desde el Bronce Final han generado una nutrida literatura, si bien en ningún momento se ha documentado resto de edilicio alguno que nos permita hablar de un asentamiento sardo en el suroeste, por lo que parece más lógico pensar que esos objetos de origen sardo fueron introducidos por el propio comercio fenicio. Por lo tanto, y amén del mito de la fundación de Cerdeña por el rey tartésico Norax, el interés se centra en el hallazgo de esta estela fragmentada cuya inscripción en alfabeto fenicio se ha leído de forma diferente por su difícil grafía. En ella, un navegante chipriota da las gracias al dios Pumar por haber arribado a su hogar, BTRŠŠ, sano y salvo. Es este acrónimo BTRŠŠ el que se ha asociado con Tarsis. Sin embargo, para otros, el acrónimo estaría relacionado más bien con el vocablo santuario o incluso mina o lugar de fundición. Por lo tanto, como se apuntaba antes, no es un dato significativo a la hora de valorar esas posibles relaciones entre Cerdeña y la península en tiempos tan remotos. En lo que sí hay unanimidad es en datarla en el siglo IX o principios del VIII, fecha por lo tanto contemporánea a Tarteso, aunque se viene valorando como un dato inexcusable de la relación existente entre los fenicios y la isla del Mediterráneo, lo que abriría la puerta a la posible relación de aquellos con el extremo Occidente.

FIG. 4. Estela de Nora. Museo de Cagliari. Cerdeña.

La segunda inscripción, la de Assarhaddon, es más interesante por su carácter histórico, aunque ha tenido menos repercusión en la bibliografía arqueológica; procede de una tabla de alabastro originaria de Asur que se fecha en el año 671; el fragmento que aquí interesa reza así: «…Todos los reyes que habitan en medio del mar, desde Kypros y Yaván hasta Tarsis, se arrojan a mis pies». El mayor interés de la inscripción es que sitúa Tarsis en el extremo occidental del Mediterráneo, puesto que Chipre aparece como la isla más oriental. Desde luego sería una novedad histórica que Tarteso hubiera estado bajo la égida asiria, a no ser que el rey considere Tarsis como una extensión del poderío comercial fenicio, que sí controlaba. En cualquier caso, tampoco es un dato contundente, aunque sí relevante, que nos ayude a despejar las enormes dudas sobre la asociación entre Tarteso y Tarsis.