Hablar de anarquismo en la era de la globalización. El pensamiento y la práctica de los anarquistas no se encuentran reunidos en un corpus doctrinario ni pueden circunscribirse a una sola escuela. A diferencia de otros movimientos hijos de la Ilustración, las raíces del anarquismo, centradas en la búsqueda de la libertad y la felicidad, se adentran en la historia de los hombres. De todos modos, será a partir del crisol de la Ilustración, así como de las luchas de los siglos XVIII y XIX, cuando el anarquismo se haga visible en el imaginario social de sus contemporáneos y adquiera un protagonismo fundamental en la mayoría de revoluciones que sacuden el planeta.
La memoria anarquista recuerda el esfuerzo de varias personas que se enfrentaron al poder antes de la revolución industrial. No es extraño que historiadores anarquistas como Piotr Kropotkin o Max Nettlau hablen de Lao-Tse, de Espartaco y su revuelta de los esclavos, de la escuela de los cínicos y Diógenes, de las revueltas religiosas de la Edad Media o de Prometeo, que, según la leyenda, robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. Algunos anarquistas incluso se remontan al cristianismo primitivo o a los anabaptistas protestantes, que rechazaron la idea del poder y pusieron en cuestión la moral de su tiempo. Lógicamente, desde el punto de vista historiográfico estos antecedentes poco tienen que ver con una ideología nacida de la mano de la Revolución Industrial y de la primera globalización planetaria, pero la búsqueda de referentes en las luchas contra la autoridad reviste aportaciones interesantes a la construcción de la idea anarquista, en constante evolución y reinterpretación.
ANARQUÍA
La palabra anarquía proviene del griego a («privado») y arché («poder», «mando», «autoridad»); es decir, define el estado de un pueblo, comunidad o medio social emancipado de toda tutela gubernamental. Podríamos afirmar que es un sistema social fundado sobre el libre entendimiento de todos sus componentes.
No hay una definición al uso del anarquismo, ya que todos sus teóricos son, al mismo tiempo, militantes activos, críticos, reflexivos y, por tanto, irreverentes con la Idea, como se conoce al ideal anarquista. Como señalaba Kropotkin en sus Memorias: «En las conversaciones sobre el anarquismo ... yo nunca oí decir: “Bakunin decía esto..., o Bakunin pensaba esto otro...”, como si un par de argumentos pudiesen acabar con la discusión. Sus escritos y palabras no tienen la fuerza de un dogma, como por desgracia ocurre dentro de los partidos políticos. En todas las preguntas en que la inteligencia tiene la última palabra, cada uno puede aportar a la discusión sus argumentos o razones personales».
Además de sus propagandistas y militantes, el anarquismo cuenta con una legión de seguidores: militantes culturales, gente que simpatiza con la revuelta social, amantes de la libertad individual o partidarios de la colectividad. Posee, por tanto, una rara cosmogonía de autores y obras de pensamiento político y social que interactúan con una pléyade de obras literarias de todas las épocas en las que sus protagonistas tienen en común la lucha en contra del poder y la autoridad. El ejemplo que dan estos héroes de ficción, como los personajes de Camus o Kafka, o el capitán Nemo, se refuerza con las biografías de la mayoría de militantes y propagandistas de la Idea, anarquistas que hacen de sus vidas una construcción política y ética que edifica, a su vez, un sistema vital, orgánico, en constante transformación. De este modo, se enriquecen mutuamente. Ninguna cultura social es quizá tan rica en símbolos y a la vez tan iconoclasta.
Así que describir el anarquismo, o mejor dicho, los anarquismos, no es una tarea fácil. Podríamos compararlo con el universo, con sus galaxias de pensadores, sus cometas iridiscentes y de acciones fugaces, sus lunas magnéticas orbitando planetas habitables y, cómo no, sus agujeros negros. Y en todo este universo, que se renueva constantemente, el pensamiento y la acción van unidos. Ninguna filosofía ética ha sido, y es, tan vital como el anarquismo, porque si la práctica no va unida a la teoría, el anarquismo no existe. Una persona anarquista, cooperativa, mutualista, individualista, naturista, esperantista, atea, neomalthusiana o humanitarista puede siempre comportarse como tal en la vida pública y privada, en cualquier entorno cotidiano. Basta con que desafíe poderosamente cualquier autoridad y cualquier desigualdad. Por este motivo, el anarquismo puede aparecer en momentos de grandes alteraciones sociales o en periodos de calma, en zonas industriales o en el agro, en ciudades o en cuencas mineras. Y siempre con la misma divisa: «Contra toda autoridad». Esa es la fuerza del anarquismo, su poderosa base ideológica y vitalista que encuentra múltiples referentes históricos y literarios.
La falta de una obra de síntesis, de una ortodoxia escrita, como son las ideas de Marx, Engels o Lenin para socialistas y comunistas, que nacieron en el mismo periodo y con los que compartieron, o se enfrentaron, en algunas barricadas, dota al anarquismo de esta fuerza diversa. Algunos atacan lo que consideran una debilidad en su paradigma; otros, los más, explican que precisamente aquí radica su fuerza. A veces el anarquismo nace de la discusión, la complementación o la confrontación radical e irrumpe con toda su fuerza, como el torrente en el páramo tranquilo.
Organizar el caos cotidiano en que se ha transformado la humanidad: eso quieren los anarquistas, eso defienden contra sus detractores, que los acusan de desorganizados o informales. Sin embargo, nada hay más comprometido que un buen anarquista, un anarquista con una sólida formación que actúa de acuerdo con su conciencia que, como un héroe de las novelas rusas que lo tomaron como modelo, es la única autoridad que reconoce.
Así, definir las prácticas culturales y sindicales del anarquismo no es tarea fácil. En esta breve obra de síntesis dejamos a muchos de sus protagonistas en el tintero, y solo mencionamos los aspectos más relevantes, así como aquellos desconocidos pero fundamentales. Nuestra intención es abrir caminos y dejar pistas para navegantes que quieran cartografiar la disidencia. Señales en el cielo que indiquen por dónde seguir, para distinguir la desobediencia, la crítica constructiva, la sátira inteligente, la lucidez mental en tiempos de confusión y pensamiento único. De este modo, al final del volumen el lector tendrá la oportunidad de construir su propia cartografía líquida, su universo mental con sus planetas, astros, cometas personales y algún que otro agujero negro, que siempre los hay.
HAZ LO QUE QUIERAS
La aportación más importante a la práctica anarquista proviene de sus militantes anónimos. Kropotkin lo reconocía en Ciencia moderna y religión: «El anarquismo se originó entre el pueblo y solo podrá conservar su vitalidad y su fuerza creativa en tanto permanezca como un movimiento del pueblo». Malatesta, por su lado, escribe en L’Anarchie: «Nosotros proclamamos la máxima: “Haz lo que quieras” y resumimos por así decirlo nuestro programa, porque en una sociedad sin gobierno y sin propiedad “cada uno hará lo que deberá”». El francés Sébastien Faure abunda en esta idea con una frase muy clara: «El principio de Autoridad, este es el Mal. El principio de Libertad, este es el Remedio». Y Élisée Reclus lo dice así: «La anarquía es la más alta expresión del orden».
La Enciclopedia anarquista dedica buena parte del primer tomo a definir —dentro de lo que es posible— la anarquía, ya que no es solo y primariamente una forma de la lucha contra la autoridad genéricamente imaginada, sino algo más profundo. Debemos interrogarnos sobre la naturaleza de la autoridad y su origen para poder direccionar la lucha, y construir alternativas. Sébastien Faure, su editor y compilador, propone la siguiente definición: «En la sociedad actual la autoridad reside en tres formas principales: 1. La forma política: el Estado; 2. La forma económica: el capital; 3. La forma moral: la religión».
Así, el individuo que lucha contra estos tres tipos de autoridad es un anarquista, si bien la historia nos demuestra que la lucha contra el Estado ha sido la más intensa. La lucha en contra del capital se ha organizado siempre a través del sindicalismo revolucionario y aparece ligada al movimiento obrero mundial y sus organizaciones. Además, posee un extenso martirologio entre sus activistas. En cuanto al tercer apartado, para los anarquistas la esfera de la moral ha quedado relegada a la vida privada, y sus militantes han abarcado distintas tradiciones: el agnosticismo, el ateísmo, el cristianismo tolstoyano, el espiritismo o, en la crítica más superficial a los privilegios de las grandes religiones monoteístas, un anticlericalismo a veces furibundo. Dentro de las trayectorias vitales de los militantes anarquistas, se aúnan estas tres formas de lucha y se enfatiza alguna más que otra a causa del contexto histórico que les toca vivir.
La opresión del Estado moderno, nacido al rescoldo de la industrialización y el reparto colonial del planeta, siempre ha sido vista por los anarquistas como la forma más violenta de autoridad impuesta contra los individuos. Una autoridad que, apoyada en leyes, amenazas, ejércitos, burocracias kafkianas, ordenanzas cívicas, mass media o sistemas de pensamiento único, humilla y desorienta a sus ciudadanos. Ese es el gran núcleo del pensamiento anarquista y el origen de su lucha.
Los anarquistas exponen su teoría, ya esbozada por Bakunin: «En la Humanidad hay dos tipos de personas: las que obedecen y aspiran a ser obedecidos, y las que desafían la autoridad, que ni obedecen, ni quieren ser obedecidos. Su máxima es la Libertad». Efectivamente, estos dos tipos de personas son irreconciliables, ya que tienen valores distintos. Errico Malatesta, uno de los autores más leídos y asimilados en el pensamiento anarquista del siglo XX, lo expresa a la perfección cuando afirma que un anarquista no es solo un rebelde, sino mucho más. Los que forman parte de una clase oprimida no rechazan convertirse a su vez en represores: son individuos con mentalidad de burgués frustrado. Un anarquista debe abolir las clases.
ANARQUISMO
Conjunto de principios ideológicos generales, de concepciones fundamentales y de aplicaciones prácticas que aspiran a suprimir el Estado y eliminar de la sociedad todo poder político, económico, intelectual o moral a partir de la suma de las acciones individuales de todos los miembros de la sociedad.
Como afirmaba otra anarquista, la lituana Emma Goldman: «La superioridad de la literatura anarquista, comparada con los escritos de otras escuelas sociales, está en la sencillez de su estilo». Intentaremos, pues, seguir esta máxima anarquista y en este volumen, breve, aportar luz a momentos importantes en la historia colectiva de la humanidad. Hemos prescindido de notas ampulosas y bibliografías demasiado largas, porque el lector puede complementar esta información y conducirla hacia sus propios temas de interés. El autodidactismo y el criterio personal son parte de la personalidad de los anarquistas, y este libro sigue en buena medida en la brecha abierta por estos utopistas sociales. Deseamos al lector un camino breve y fecundo que abra otras sendas personales, diversas y plenas, como fue y como son el pensamiento y la acción anarquistas.
En este volumen revisaremos brevemente varios autores de obras de teoría anarquista que a la vez eran geógrafos, impresores, activistas, médicos, mecánicos o astrónomos. Activistas que hacen de la cárcel su universidad, compiladores de magníficas bibliotecas que nacen en chabolas, barcos, maletas o en proyectos comunales. Un totum revolutum tremendamente fecundo, que abarca en un proyecto intergeneracional, e interclasista, a hombres y mujeres de todas las regiones del orbe desde los años de la Comuna de París hasta la revolución que toma las calles ahora mismo, mañana mismo. Como afirmaba Heráclito en el albor de los tiempos: «Todas las cosas suceden según discordia».
ACRACIA
Acracia significa «ausencia de coacción». Proviene del griego a (no) y cratos (poder, coacción), y a veces se utiliza como sinónimo de anarquía, aunque no signifique lo mismo. Seguramente la palabra se formó a finales del siglo XIX, y en 1888 sirvió de cabecera para uno de los periódicos más divulgados de su tiempo. Dirigido por Tárrida del Mármol, Anselmo Lorenzo y Rafael Farga Pellicer, internacionalistas españoles, Acracia alcanzó los treinta números, y divulgó las ideas anarquistas en nuestro país.