(calamus)
Diremos algo en este libro de etimologías de los distintos instrumentos escriptorios de la antigüedad. Los romanos hacían uso de dos superficies distintas y, por ello, tenían dos instrumentos distintos para escribir sobre ellas. Una de ellas eran las tabellae ceratae, tablillas enceradas, pequeñas tablillas recubiertas de cera, que dieron lugar más tarde al ‘encerado’. Recuerdo que, siendo niño, mis profesores nos mandaban salir al encerado —aquella superficie a la que también llamaban ‘pizarra’ y de la que años después supe que tampoco era pizarra—, que tenía de todo menos cera; cera, la única, era la que nos daban si no sabíamos responder de forma exacta. En esas tablillas los romanos escribían con un stilus, punzón que tenía por un lado una punta fina, de donde tenemos en nuestros días el ‘estilete’, y por el otro una espátula para alisar la cera y corregir errores, o preparar la superficie para una nueva escritura. De la distinta forma que tenía cada uno al escribir surgió el ‘estilo’, esa forma peculiar y personal de escribir, de ser, de comportarse, y hoy día podemos hablar de una modelo o una actriz que tiene un gran estilazo, aunque quizás nunca haya escrito nada. Pero a nosotros nos interesa ahora el segundo instrumento, el cálamo, que era con el que se escribía primero sobre el papiro y más adelante sobre el pergamino.
En latín calamus significa simplemente ‘caña’; es la caña que crece junto a los ríos y que debidamente tratada (cortada, secada, endurecida, practicada una incisión a bisel en uno de los extremos para que pueda servir de instrumento escriptorio) pasa a significar cálamo, antecedente de nuestras plumas (plumas de ave primero, y estilográficas —de stilus otra vez— ya en el siglo XX). De hecho, con cálamo se conoce también al cañón de la pluma de ave, que será con la que posteriormente se escriba, y calamiforme es aquello que tiene forma de cañón de pluma. Mantenemos aún la expresión cálamo currente, latinismo crudo, para referirnos a algo llevado a cabo “al correr de la pluma, sin pensarlo mucho”, es decir, “a vuela pluma”. Hoy día hay asociaciones dedicadas a la enseñanza de la escritura, e incluso una editorial, que se llaman precisamente Cálamo.
La tinta que se utilizaba para escribir con el cálamo se extraía de un simpático cefalópodo, y por el uso al que iba destinada se denominó tincta calamaris. No es difícil descubrir cómo posteriormente aquel generoso molusco pasó a llamarse calamar. El adjetivo predominó sobre el sustantivo, y ya nadie se acuerda de que aquel animal se llamaba Loligo vulgaris antes del uso de su tinta para la escritura. Incluso en el siglo XV, según nos recuerda Nebrija, al calamar se le llamaba ‘tintero’ por la tinta que derrama. En occitano antiguo calamar significaba aún ‘escribanía, recado de escribir’.
Aquellas cañas (se denominaban así también a las de los cereales) constituían una riqueza económica para sus cultivadores, y cuando un vendaval arruinaba un cañaveral o un sembrado había ocurrido una calamitas, es decir, una calamidad para los habitantes que vivían de aquel producto. El gramático Donato explica que calamitatem rustici grandinem dicunt, quod calamos conminuat (“los rústicos llaman al granizo calamidad, porque destroza las cañas”). Posteriormente calamidad se extendió a cualquier desastre natural, y más tarde a una ruina de cualquier tipo. “Eres un/a calamidad” se usa aún hoy para reconvenir a una persona a la que todo le sale mal, de forma calamitosa, o que tiene una especial habilidad para estropear negocios o planes.
Pero nuestra lengua dispone de varias palabras más de la misma raíz. Si usted es aficionado a la música sabrá que del diminutivo calamellus deriva caramillo, “flauta simple de caña, madera o hueso”, ya que estas flautas se hacían cortando una caña y practicándole unos orificios que permitían obtener unas cuantas notas. Es la flauta simple o flauta de Pan, fabricada con siete cañas de igual o parecido calibre, pero cortadas a distinta altura. Y a base de tocarla y tocarla, fueron apareciendo otros nombres para el mismo instrumento, por aquello de diferenciar objetos muy parecidos, como los duplicados carambillo y caramela, que se utilizaron en la Edad Media. Y no solo, porque a través del francés chalemie, que deriva asimismo de calamullus, nos llega a finales de la Edad Media un precioso chirimía, «especie de flauta con diez agujeros y lengüeta de caña», y su duplicado chiremía, que se encuentra atestiguado ya en 1461 en la Crónica del condestable Miguel Lucas. Hay además otra variante castellana, chirumbela y churumbela, que es un «instrumento musical de viento semejante a la chirimía». J. Corominas sostiene que de churumbela pasando por el sentido figurado de ‘pene’ (tenemos ‘gaita’ con el mismo sentido, e incluso ‘flauta’, en expresiones coloquiales del tipo “fulanito se pasa el día tocándose la flauta”, etc.) se ha llegado a churumbel, voz andaluza y agitanada con el sentido de ‘niño pequeño’.
De otro diminutivo, calamulus, obtenemos carámbano a partir de la forma que presenta, ‘pedazo de hielo que permanece colgando al helarse el agua que cae o gotea de algún sitio; por ejemplo, de los tejados’.
En la Edad Media, y antes de la invención de la brújula, se usaba en la navegación para orientarse la caramida, que no era sino un imán colocado sobre un trozo de caña que indicaba el norte flotando libremente en un vaso de agua, y a partir de ahí calamita se llamó a una variedad de magnetita. Grandes navegantes fueron los portugueses; y allí en Portugal es donde se comenzó a elaborar un dulce con la forma de caña o carámbano llamado ‘caramelo’, que dio nuestro caramelo, que a su vez pasó al francés y al italiano, y que nos recuerda esas grandes barras de dulce que todavía pueden verse en las ferias de nuestros pueblos, que hacen la delicia de los niños, porque les permite estar chupando durante toda una tarde. Ya dentro del propio español vemos cada día a parejas de adolescentes acaramelados, con toda la dosis de dulzor, incluso empalago, posibles.
Una última referencia para los biólogos, que conocen bien ese ‘sapo pequeño verde con uñas planas y redondas que habita entre cañas’ llamado calamita o calamite (Bufo calamita).
Entre tantos términos espero no haber cometido un lapsus cálami, desliz en la escritura paralelo al lapsus linguae en el lenguaje oral. Y así, al calamus, por el rastro que nos ha dejado, bien podemos decirle: “Eres la caña”.