ADVERTENCIA

El volumen que aquí presentamos, sin modificación alguna, fue compilado en 1940 y publicado en italiano en septiembre de 1941. Se agotó en seguida y a pesar de ello nunca se hizo una segunda edición.*

Fue confeccionado para la colección «Documenti di Storia e di Pensiero Politico» que dirigía Gioacchino Volpe y apareció editado por el Istituto per gli Studi di Politica Internazionale (I.S.P.I.) de Milán, dirigido por Pierfranco Gaslini, quien, en el verano de 1941, tenía también a su cargo la «Biblioteca Storica» de Adolfo Omodeo.1 En los «Documenti» de Volpe habían aparecido ya, entre otros, los volúmenes de A. C. Jemolo, de Luigi dal Pane, de Ettore Rota y de Franco Valsecchi, para mencionar sólo algunos nombres. Volpe se dirigió a mí para esta compilación, aun cuando por aquel entonces yo me había ocupado sobre todo en la historia de la Ilustración inglesa. Cierto es que antes de eso había publicado, además de un libro sobre Giovanni Pico della Mirandola, algunos ensayos y, en particular, un artículo sobre el tema de la «dignidad del hombre» durante los siglos XV y XVI, que había aparecido a finales de 1938.2

La proposición que me hizo Volpe me dejó algo perplejo; tanto es así, que el 29 de junio de 1940 tuvo que volver a pedírmelo, y lo hizo en los términos siguientes: «(...) saber con alguna precisión —me escribía—, y de viva voz de los contemporáneos, en qué consiste ese Renacimiento del que todos hablan, es un muy extendido deseo». Frente a mis dudas sobre la posibilidad de documentarlo todo y nada a la vez —a causa del mismo carácter evanescente del término «Renacimiento», ese «del cual todo el mundo habla»—, el día 29 de agosto volvió a insistir respondiendo a una propuesta mía de centrar el tratamiento del tema en la historia del pensamiento político: «No solamente del pensamiento político, sino del Renacimiento en sus diferentes aspectos, excepto en los aspectos puramente literarios, de los cuales puede bastar una mención en la introducción o en alguna nota didáctica; y, por lo tanto, también de cualquier clase de documento, siempre que sea significativo para el nuevo modo de ver la vida». Para el pensamiento político, por lo demás, pensaba en un pequeño volumen de Eugenio Anagnine, que se había ofrecido a compilar uno sobre el siglo XVI.3

En cualquier caso, hacia finales del año el libro estaba ya listo, si bien con unas graves limitaciones que no se le escapaban a su autor. Italia había entrado en la guerra, el acceso al precioso material de las bibliotecas, disperso, se había hecho cada vez más difícil y ciertas exploraciones de fuentes de archivos y de manuscritos habían llegado a hacerse imposibles. De ahí el uso exclusivo de material impreso en las ediciones que se podían encontrar, a menudo mediocres (en ocasiones, pésimas) y sin verificación adecuada. Y eso sin mencionar la más reciente literatura crítica no italiana, casi inalcanzable en aquellos momentos.4 Si a todo ello le añadimos los numerosísimos obstáculos prácticos de todo género, habrá que reconocer, por un lado, una notable dosis de temeridad en la persona que se enfrentó en tales condiciones con una labor semejante, mientras que, por otro lado, se podrá comprender que su autor fuese reacio a volver a poner el libro en circulación sin componerlo de nuevo enteramente. Hoy esa renuencia ha sido vencida, y no sólo por la amable insistencia de un osado editor, sino también por la convicción de que, a pesar de los cuarenta años transcurridos este texto puede tener aún algún interés para documentar de qué manera se pudieron plantear ciertos problemas y con qué métodos fue posible afrontarlos en un momento dramático de la vida y de la cultura de nuestro país.

Recuerdo que, en aquella ocasión, Volpe vino a discutir algunos puntos del libro —entre ellos el relativo a los primeros ensayos de Baron utilizados en él—, y también que solicitó algunas indicaciones a Amintore Fanfani («algunas indicaciones por lo que se refiere al pensamiento o a la concepción de la vida económica, de la riqueza, etc.»). En conjunto, sin embargo, le pareció que el libro estaba bien logrado y lo hizo imprimir sin intervención de ninguna clase. «Para la historia de los tiempos cercanos a los nuestros —me escribió, en conclusión, en una larga carta, el día 22 de octubre de 1940—, me gusta recordar el concepto del Renacimiento que hace sólo treinta años tenían personas como Vittorio Rossi, y eso sin contar a la gran masa de los profesores de literatura italiana de la enseñanza media: como algo debido esencialmente al resurgimiento de los estudios sobre la antigüedad. Que hubieran cambiado la vida y los ánimos, y que esa misma modificación estuviese en la base del nuevo estudio, de la nueva y diferente valoración de los escritores antiguos por parte de los hombres de los siglos XIV y XV, era algo que a pocos les pasaba por la cabeza. De ahí cierto rumor que desató en 1903 [en realidad, en 1905] un pequeño escrito mío: “Bizantinismo e Rinascenza” (en La Critica), en el cual estudiaba el nuevo terreno histórico en que florecieron el Humanismo y el Renacimiento. Recuerdo también una larga conversación con Rossi, que estaba convencido, sí, ma non tanto...»5

Como ya he indicado, el libro tuvo fortuna y circuló incluso fuera de Italia. No fueron pocos los textos sobre los cuales llamó la atención y que fueron extraídos, entonces y después, de ahí mismo —de ediciones que en ocasiones eran malísimas—, para acabar dando lugar a obras del mayor respeto. En Italia, entre 1941 y 1942, encontramos ecos de la presente obra no sólo en los cursos de Carlo Morandi o en el ensayo de Federico Chabod para Problemi storici e orientamenti storiografici, de Rota (Como, 1942), sino también en las páginas de Ranuccio Bianchi Bandinelli, que hubo de extraer datos de él, ya en 1950, para la conferencia inaugural de la Universidad de Cagliari sobre La crisi dell’Umanesimo.

En realidad —permítaseme insistir en ello—, el pequeño volumen, compuesto en el año 1940, al comienzo de aquella guerra, puede ser entendido sólo si lo volvemos a colocar en aquel clima y en aquella situación. La elección, y el subrayado, de muchos de aquellos textos no profundiza en las raíces, o no solamente profundiza en ellas según los puntos de vista que había que documentar historiográficamente: están acentuados a propósito unos valores que parecían correr a la sazón un riesgo mortal y sobre los cuales está fundada nuestra civilización. Quien no tenga en cuenta las condiciones de la Italia y de la Europa de aquellos años, no comprenderá el motivo de ciertas acentuaciones y ciertos énfasis, ni tampoco de ciertos «apasionamientos», en el trabajo historiográfico. Pero, si bien las pasiones del entorno pesaron mucho en aquel entonces sobre la visión del pasado, también es cierto que fueron útiles para que saliesen a la luz algunos elementos que habían caído en el olvido.

Por las razones expuestas, este libro ha sido reproducido ahora fielmente. Incluso la puesta al día de la bibliografía hubiera estado aquí desprovista de sentido. En algunas notas hacemos referencia a instrumentos generales, así como a obras de contenido general.6

El autor no cree tener que recordar que, casi sobre cada uno de los temas, sus puntos de vista son hoy muy diferentes de los que fueron, así como son diferentes sus modos de trabajar; pero reconoce que, incluso así, con todas esas graves limitaciones, que no se le escapan de ningún modo, lo que aquí presentamos fue su punto de partida.

E. G.

Florencia, 18 de octubre de 1979.