Los oficios y la forma de las palabras
En este capítulo
Las palabras según su función
Las palabras según sus propiedades
Palabras que cambian de forma
Palabras que se forman a partir de otras
Si en un bosque solo hubiera árboles, pronto dejaría de ser un ecosistema forestal vivo y pasaría a ser un mero vivero de árboles. Para que un sistema funcione debe estar formado por elementos diferentes, y esos elementos deben estar conectados mediante relaciones precisas y dinámicas; de esa manera las piezas se regulan entre sí, se limitan y se alimentan. Un sistema, el que sea, es bastante más que la suma de sus partes. Y el lenguaje no es una excepción.
Con las palabras ocurre algo similar. Lee esto:
Mira tengo dicho pongas palabras escribes no, no hay entienda. ¡! Hazme caso, cuenta trae.
Efectivamente, leerlo no da ningún problema; otra cosa es que tenga sentido. Fíjate qué diferencia con solo añadir unas palabrillas, de esas secundarias que no salen nunca en las listas de las palabras más bonitas del idioma español:
Mira que te lo tengo dicho, que pongas todas las palabras cuando escribes, que si no, no hay quien te entienda. ¡Eh! Hazme caso, por la cuenta que te trae.
Si comparas las dos frases, las quince diferencias entre decir algo con pies y cabeza o parecer que te has pasado con el tinto son: un que, un te, un lo, otro que, un todas, un las, un cuando, otro que, un si, un quien, otro te un eh, un por, un la, otro que y otro te; (te irás familiarizando con ellas en los capítulos siguientes, pero por si quieres que empiecen a sonarte los nombres, son conjunciones, pronombres, artículos, preposiciones e interjecciones).
A un niño, sus padres pueden ponerle de nombre Para o Moverse, pero si le ponen Manuel o Iván, le evitarán no pocas bromas, porque los nombres hacen precisamente eso: nombrar; sin embargo, los verbos (moverse es un verbo) o las preposiciones (para es una preposición) no nombran sino que hacen otras cosas (lo veremos en los capítulos 5 y 6, respectivamente).
Además, si es niña, pueden ponerle Manuela o Ivana, pero Paraa o Moversa suenan más raro; aunque en cuestión de nombres hay todavía más gustos que cuando se trata de colores.
Las palabras se clasifican en nueve categorías gramaticales, que se establecen a partir de dos criterios: qué pueden expresar (la función) y cómo pueden cambiar:
Sustantivo, como mesa, insecto, agua, gente, tractor, ilusión, geranio, sacacorchos o magdalena.
Adjetivo, como grande, lejano, insólito, abominable, insustancial, perplejo, inconmensurable, esdrújulo o soso.
Determinativo, como el, unos, estas, aquel, tres, alguna, nuestros, cualquiera, ningún, otros, quincuagésimo, triple o sendos.
Pronombre, como yo, este, tuya, se, que, cuáles o quién.
Verbo, como comeremos, hubiera merendado, habréis cenado, almorzar o desayunando.
Adverbio, como todo, nada, siempre, como, donde, solo, cerca, allí, sí, peor, después, quizá, casi o precisamente.
Preposición, como tras, bajo, de, a, contra o mediante.
Conjunción, como pero, o, ya, que, ni, así que o aunque.
Interjección, como hola, ¡zas!, ¡claro!, ¡uf!, ¡oh!, ¡cielos! o ¡pues estamos buenos!
Entras en un bar, te sientas en una silla y esperas a un amigo con el que has quedado. Pero cuando llegue el amigo necesitaréis dos sillas y pediréis una cerveza fría y un zumo fresquito. Así que la palabra silla se transforma en sillas, cuando hablas de más de una; y mientras buscas la silla, puede que la cerveza ya no esté fría y que el zumo no le quede nada de fresco.
No te has parado a pensarlo nunca, pero no te equivocas jamás (bueno, igual tienes alguna duda con azúcar, hacha, arte o alma; y con sofás, bisturís, jerséis o marroquíes, pero para disipar esas dudas puedes leer el capítulo 3).
Las flexiones de una palabra son las variaciones que puede presentar su desinencia; la desinencia es el final de la palabra. En español, las palabras que no son invariables pueden tener:
Flexión de género o de número. Son los sustantivos, adjetivos, determinativos y algunos pronombres.
Flexión de persona, número, modo, tiempo y aspecto. Son los verbos.
Hay palabras femeninas, otras masculinas, otras que tienen las dos versiones, otras que no se sabe bien y otras que no cambian. Eso es el género gramatical, la distinción entre masculino y femenino.
En castellano hay un género neutro, pero solo lo tiene un artículo (lo), algunos pronombres demostrativos (esto, eso, aquello) y un pronombre personal (ello).
De las nueve categorías gramaticales, tienen género los sustantivos, los adjetivos, los determinativos y algunos pronombres. Y en esas palabras el género se sabe, muy a menudo, por la letra con la que acaban.
Así, lágrima, arena, amarilla, estúpida, ola, la, alguna, aquella y orilla son femeninas. Y beso, armario, cubo, uno, rojo y filibustero son masculinas. En todas esas palabras, la -a es la marca de género femenino y la -o es la marca de género masculino. Esas son fáciles (aunque se complica en foto, mano, planeta o pianista).
No es tan obvio el género en caliente o artificial, adjetivos que sirven igual para cerveza que para zumo, y para inteligencia o para riñón. Además a ver quién no duda alguna vez entre azúcar blanco o blanca, la mar salada o el mar salado. Pasa a los capítulos 3 y 4 si no puedes aguantar sin saber más sobre el género gramatical de los sustantivos y los adjetivos.
Lengua y sexismo
Las personas tienen sexo y las palabras género; y ni las palabras tienen sexo ni las personas género, por mucho que lo leas en los periódicos.
¡Qué treinta jóvenes en bañador! Con esos pechos y esos culos no hace falta que tengan cerebro ni que hablen bien.
La frase podría ser tildada de machista, sí... si no fuera porque está pronunciada al ver un desfile del concurso de Míster España; así que puede ser fría y banal, pero machista, no. Sin embargo, es posible que sí haya algo de machismo en la cabeza del lector que en cuanto ha leído pechos y culo ha pensado en objetos sexuales y lo ha asociado con las mujeres.
Hay muchas personas que piensan que el lenguaje es sexista, más en concreto, que es machista. Pero es difícil que pueda tener ideología algo inmaterial. No, el lenguaje no es ni machista ni feminista, ni justo ni injusto, ni racista. Las personas pueden ser todo eso, y para ello pueden usar el lenguaje.
Un argumento que suele utilizarse es que el hecho de establecer como género no marcado el masculino, es decir, usar el masculino para referirse a un conjunto en el que hay hombres y mujeres (o machos y hembras) va conformando un universo mental en el que los hombres son los protagonistas y las mujeres desaparecen. Hay un dato con el que cada cual podrá hacer lo que quiera. En la lengua árabe se establece una diferencia muy marcada entre masculino y femenino, hasta el punto de que la conjugación verbal tiene género (tú comes se conjuga distinto si come Fátima o si come Muhámmad); además, cuando el sustantivo designa plural de cosas no animadas (o sea, ni personas ni animales), todo lo que acompaña a ese sustantivo (adjetivo y verbo) va en femenino singular. Se podría deducir de esos rasgos del idioma que en el universo mental de los árabes lo femenino es preponderante y que las sociedades árabes son más igualitarias y justas que otras. Cada cual que saque sus conclusiones.
Es cierto que el uso de algunas palabras refleja una sociedad machista, aunque haya cambiado mucho. No es raro hablar de médicos y enfermeras, de secretarias y amas de casa, en cambio, de directores y ministros; pero la sociedad es como es y no va a cambiar por decir los ministros y las ministras, los enfermeros y las enfermeras, y todos los desdoblamientos imaginables. Que hay más mujeres que hombres ejerciendo la enfermería, el secretariado y el magisterio es una realidad social, no lingüística. Y que son más las madres que dejan el trabajo para cuidar a sus hijos que los padres que hacen eso mismo, también, y que en las parejas españolas es más frecuente que ella planche y él ponga estanterías que lo contrario, también.
No obstante, hay sustantivos que durante mucho tiempo han tenido significado distinto en masculino y en femenino: el alcalde era el que mandaba y la alcaldesa, la esposa del alcalde. Incluso el mismo adjetivo servía para ensalzar a unos y denigrar a otros: hombre público era el que tenía visibilidad por su importancia social mientras que mujer pública era un eufemismo de prostituta. Pero eso no justifica hablar de juezas, puesto que no hay juezos. Juez servía perfectamente para ambos sexos porque era una palabra sin flexión de género; y con el artículo —el juez y la juez— era suficiente para identificar el sexo. No obstante, se ha forzado la lengua y están aceptadas jueza, presidenta y otros femeninos inventados; no, miembra, todavía no, incluso las ministras son miembros del Gobierno. Tampoco hay indicios de que vaya a aceptarse persono, policío, motoristo o electricisto.
La lengua la hablan personas, que viven en una sociedad, y demasiado a menudo algunas personas y las sociedades son machistas. A ver si de verdad conseguimos dejar de ser sexistas, y si es posible, hablar y escribir bien.
Por alguna razón, en casi todas las lenguas se distingue si se habla de una o de más cosas; esa distinción es el número gramatical, que en castellano tiene dos categorías: el singular y el plural.
Si oyes frases como estas:
Voy a comerme ese bocadillo.
Ya vienen.
Arrancaron la página del códice.
El balón le pegó en toda la cara.
No tienes ninguna duda de que una persona va a comerse un bocadillo, vienen varias personas, más de un indeseable arrancó una página de un códice y una persona recibió un balonazo. No se te ocurre pensar que varias personas van a comerse varios bocadillos, que solo viene una persona, que fueron varias páginas las arrancadas o que al pobre le cayeron encima de repente varios balones. Eso significa que reconoces perfectamente el número gramatical.
Aunque a veces se complica un poco y no resulta tan fácil; por ejemplo la palabra gente se refiere a más de una persona, pero en cuanto lo pienses un poco verás que la usas en singular. ¿Y tienes unos pantalones negros cortados con unas tijeras grandes o un pantalón negro cortado con una tijera grande? El caso es que hay sustantivos que se refieren a un conjunto de elementos, pero cuyo número gramatical es singular. Además, hay palabras (no muchas) que se usan tanto en singular como en plural.
Por su parte el verbo en español no tiene género, pero sí número y eso puede dar lugar a algunas confusiones. ¿Cuál de estas dos frases te parece correcta: La mayoría votó a un partido de derechas o la mayoría votaron a un partido de derechas? ¿O lo son las dos? ¿O ninguna? En el capítulo 18 se desentraña el misterio.
Hay lenguas que distinguen también el dual, es decir, dos elementos. En castellano, la única palabra que alude directamente a dos unidades es el adjetivo ambos.
Una palabra primitiva no es una palabra muy antigua, aunque de esas hay muchas en todas las lenguas, si bien funcionan sorprendentemente bien a pesar de su edad. Claro que han ido cambiando; no importa cuánto nos empeñemos en que no cambie nada en la lengua. La vida es cambio y el español es una lengua viva. Si prefieres conocer a fondo una lengua que no cambie y cuyas normas estén establecidas ya para siempre, el latín puede ser una buena opción, pero debes saber que las situaciones en las que podrás usarlo son un poco limitadas.
Aunque hay definiciones más académicas, una palabra es primitiva si no da otras palabras con significado al quitarle trozos.
Mira estas enormes palabras, que parecen formadas por otras:
Filibustero = ¿fili + bustero?
Mistagogo = ¿mista + gogo?
Retruécano = ¿retrué + cano?
Pues no, ni esas partes ni las que salieran de ninguna otra partición tienen sentido. Son palabras primitivas, es decir, que tienen significado enteras, tal cual están y no provienen de otras. ¿Que qué significan? Quizá no sabes todavía lo divertidos que son los diccionarios. Ahora puedes empezar a comprobarlo.
Con algunas palabras sí que funciona lo de dividirlas por la mitad, más o menos. Mira estas:
sacacorchos = saca + corchos
ciclomotor = ciclo + motor
puntapié = punta + pié
¿Hace falta explicar lo que es una palabra compuesta? Incluso si no te gusta la coliflor, habrás usado un abrelatas. Asimismo sabrás algo de baloncesto y habrás subido en un tiovivo alguna vez. Y casi seguro que los altibajos te ponen de malhumor.
Hay muchas más y seguro que conoces un montón de ellas y las usas a menudo: sinfín, agridulce, manirroto, cabizbajo, aguanieve, menospreciar, sacapuntas, bocamanga, testaferro, anteayer, chupatintas, mapamundi, caganidos, tragaldabas, aguafiestas, tejemaneje... Prueba, prueba, te sabes muchas, seguro; tienes una cantera infinita en los números: veintidós, veintinueve, dieciséis, undécimo, decimoséptimo.... ¡Ojo! noventaynueve no vale, pero eso lo verás en el capítulo 12.
Fíjate en que las palabras compuestas son, en su mayoría, sustantivos, y se forman sumando:
Sustantivo + sustantivo: bocacalle, telaraña
Adjetivo + adjetivo: agridulce
Verbo + sustantivo: matarratas, pisapapeles
Número + sustantivo: ciempiés
Adjetivo + sustantivo: mediodía, manirroto
Verbo + verbo: vaivén
Y cosas más raras: nomeolvides, enhorabuena, cariacontecido
Hay más posibilidades. Si quieres entretenerte en buscarlas...
A pesar de que una palabra compuesta está formada por, al menos, dos palabras, a menudo nos dejan mudos. Si tienes más de un sacacorchos y le dices a alguien que coja los dos que hay en el cajón de la cocina, es posible que te quedes pensando si tienes dos sacascorchos. Y el plural de ciempiés, ¿será ciempieses, doscientospies? Si necesitas resolverlo ahora mismo, no esperes más y ve al apartado «Cómo se forma el plural» del capítulo 3.
Palabras derivadas también conoces un montón, aunque te parezca a simple vista que son de una pieza.
Una palabra derivada es la que se forma a partir de otra añadiéndole algo al principio, al final o en medio, pero a diferencia de las compuestas, lo que se añade no es una palabra sino un prefijo (se une al principio), un sufijo (se une al final) o un infijo (se cuela en medio).
Las que se forman con un infijo (también llamado interfijo) son menos abundantes y, quizá, más difíciles de identificar: puebl-ec-ito, en-s-anch-ar, com-il-ón. Desmenuzamos una de esas y seguro que luego tú puedes identificar los trocitos de muchas otras.
Fíjate en el adjetivo ancho y sigue los siguientes pasos:
1. Quítale la terminación (sufijo) que indica que es masculino. Queda anch-.
2. Añade una terminación (sufijo) de verbo, en este caso -ar. Queda anchar.
3. Añades un principio (prefijo) que da la sensación de hacer algo, en este caso en-. Queda enanchar.
4. Como enanchar suena bastante raro, la palabra que se ha formado es ensanchar, es decir, se ha añadido un infijo, -s-, que no significa nada.
Las que son abundantes de verdad son las palabras derivadas que se forman añadiendo prefijos o sufijos, o las dos cosas.
Palabras que se forman a partir de otras con un prefijo: enterrar, oponer, extraconyugal, parafarmacia, exministro, antirrobo, multitarea, reconstruir, apolítico, perseguir. O incluso con dos: desenterrar, antineoliberal.
Palabras que se forman a partir de otras con un sufijo: peral, mesilla, buenísimo, peñazo, valenciano, alumnado, sentimiento, lavadora, estupidez.
Palabras que se forman a partir de otras con un infijo: finiquitar, florecer.
Palabras que se forman a partir de otras con un prefijo y un sufijo: desenterrado, perseguiré, hipercalórico, despersonalización.
La raíz de una palabra es el núcleo de la palabra primitiva a la que se añaden los afijos para construir una palabra derivada. Afijo es el término genérico de prefijos, interfijos y sufijos.
Si te pones a buscar, vas a encontrar un montón de prefijos y de sufijos que usas a todas horas y que tienen algo parecido a significado.
Prefijos del español
La mayoría de los prefijos tienen significado. Eso no significa que por sí solos signifiquen algo y, desde luego, no son palabras independientes, pero cada uno de ellos produce un efecto concreto sobre la palabra a la que se unen. Tienes unos cuantos ejemplos en la tabla 2-1.

Entre los muchos más que hay, prácticamente todos provienen del latín (pro-, bi-, sub-, ex-, vice-, ante-) o del griego (anti-, auto-, hemi-, peri-).
La parasíntesis es un procedimiento que consiste en formar palabras añadiendo prefijos y sufijos a la vez, como en precocinado, encabezar o retroalimentado. También es la formación de palabras por composición y derivación, como en el caso de barriobajero.
Sufijos del español
Si en la cartelera de cine ves que ponen una película cuyo título es Las bostonianas, aunque no supieras que existe la ciudad de Boston, sabrás que la peli va de unas mujeres que son de un sitio llamado Boston. Lo mismo te pasará con gerundense o marbellí. Hay algo en esas palabras que indica el origen geográfico, y lo percibes sin dudar.
Y eso por no hablar de la soltura con que conjugas los verbos cotidianamente y sin pestañear; o sea, que estás todo el rato formando palabras derivadas, y lo haces con unos códigos más o menos rígidos. Te suena perfectamente esta frase:
Se fueron de celebración al trigal más cercano. La bebida la ponía un amigote revolucionario. Todo muy normal, evidentemente.
Pero es probable que frunzas el ceño si oyes esta otra:
Se fueron de celebramiento al trigar más cercativo. La bebición la ponía un amigón revolucionarial. Todo muy normativo, evidencialmente.
Hay unos cuantos sufijos que en español sirven para formar una palabra a partir de otra. Aunque no hay normas fijas sobre cuándo se pueden usar unos u otros, no todos suenan bien siempre; eso se debe a que no son formas genuinas o propias del castellano y lo reconoce cualquier hablante medio. No obstante, van incorporándose derivaciones nuevas; unas veces son necesarias y otras no. Si la mayoría de la gente dice celebración ¿es necesario acuñar celebramiento? Y si tantas personas dicen pensamiento ¿hace falta pensación?
Así que no basta con usar los mecanismos habituales de la derivación en castellano para formar una palabra correcta. Puedes tildar a alguien de deshonesto (que no es lo mismo que ser deshonrado, como verás en el capítulo 3), pero no de desincero. Tendrás que llamarlo insincero para insultarlo, pero si lo llamas inhonrado igual se parte de risa. La lengua es así. No creas que hay explicación para todo.
Pero eso no significa que los sufijos sean arbitrarios. Por ejemplo, si oyes una palabra acabada en -ito o -illo, entenderás que se trata de algo pequeño o que se le está dando a la palabra un matiz cariñoso, como en gatito o tacita. Y si lo último que suena de la palabra es -on u -ota, captarás todo lo contrario, como en tazón o mesota. ¿Quieres más? Fíjate en estas palabras: golpetazo, manotazo, puñetazo, trompazo; a lo mejor -azo indica golpe, aunque no son nada raras bofetada, manotada, palmada o patada. Todos estos sufijos modulan la intensidad del sustantivo al que van unidos.
Otros dan un significado genérico. En la tabla 2-2 tienes algunos ejemplos de sufijos con sus significados.

Otros sufijos no dan significado a la palabra, pero sí indican algo de ella. Por ejemplo, todos los verbos acaban en -ar, -er o -ir, así que esos sufijos indican infinitivo verbal, en muchos casos. Lo mismo ocurre con otras formas verbales no personales; pero eso lo dejaremos para el capítulo 5.
Y, por supuesto, hay una enorme lista de sufijos procedentes del latín o del griego y que poseen significado concreto; en la tabla 2-3 puedes ver algunos.

Es posible que estés pensando en desmenuzar una palabra como supercalifragilísticoespialidoso, pero vas a tener que arreglártelas por tu cuenta para identificar los prefijos, los interfijos, los sufijos y la raíz, suponiendo que la tenga. Si lo ves muy peliagudo (¡mira, otra compuesta!), siempre puedes preguntarle a Mary Poppins.
El valor de dos o tres letras
A menudo ocurre que dos derivaciones de una misma raíz tienen significados distintos, muy distintos.
Dicen que en cierta ocasión, Camilo José Cela dormitaba en su escaño del Senado y alguien le recriminó:
—¡Está usted durmiendo!
—No, estoy dormido.
—Es lo mismo.
—No es lo mismo estar durmiendo que estar dormido, de la misma manera que no es lo mismo estar jodiendo que estar jodido.
Pues eso es cierto en muchas ocasiones:
Es envidiado por su suerte. / El muy envidioso quería mi coche.
Ese bocadillo ya está mordido. / Me gusta el humor mordiente.
La normativa es tajante. / La medida de las lavadoras está normalizada.
Tiene la piel blanquecina./ Tiene los dientes blanqueados.
Hay otras derivaciones que parecen una cosa y son otra. En realidad parecen lo que no son porque hay quien se ha empeñado en usarlas mal. A ver si lo dejamos claro de una vez: el positivismo es una escuela filosófica que proclama que el método experimental científico es el único válido para conocer el mundo. No importa si no lo sabes, pero cuando te enfrentas a un problema con actitud de no rendirte, confiando en ti mismo y dispuesto a vencer las adversidades, lo afrontas con confianza, optimismo (no optimización), seguridad, temple, esperanza, seguridad,... pero no con positivismo. Y si el favoritismo es para tu equipo, sospecha que hay algo poco limpio en la competición, porque favoritismo no significa ser favorito, sino gozar de cierta preferencia o ventaja precisamente sin mérito alguno; o sea, si alguien actúa con favoritismo es que tiene enchufados.
Sustantivos que salen de verbos
Casi todos los verbos dan lugar a un sustantivo; o a más. Si estás pensando que la palabra siesta deriva del verbo dormir, vas errado, no se trata de esa forma de derivación. En realidad es un procedimiento que aplicas continuamente; mira, si no, la tabla 2-4.

Sustantivos que salen de adjetivos
Si te fijas en la tabla 2-5, verás que los sustantivos formados a partir de adjetivos suelen referirse a cualidades abstractas y no a objetos tangibles. Tampoco te será difícil observar que los sufijos que forman sustantivos a partir de adjetivos se repiten; ahora bien, una vez más, no valen todos en todas las ocasiones. A ver cómo te sonaría esta crítica de arte:
El blanquismo del fondo da firmura al cuadro y pone de manifiesto la inteligendad y la eterneza de los principios de la modernería.
Claro que con el lenguaje que usan los expertos a veces, quizá aunque estuviera bien escrito tampoco se entendería nada.

Adjetivos que salen de sustantivos
«Tonto es el que hace tonterías» decía Forest Gump que afirmaba su madre, en una lección práctica de gramática, porque, efectivamente, del sustantivo tontería sale el adjetivo tonto. Pero hay que andarse con cuidado porque si en vez de citar a su madre, Forest Gump hubiera citado a un político, un médico o un abogado, probablemente hubiera dicho que el que dice tonterías es tonterial o tontetivo, o, incluso tontecional.
Los sufijos que forman adjetivos son varios, pero, una vez más, no intercambiables. Mira la tabla 2-6.

De manera que un crítico literario podrá escribir algo así como:
El estilo poético ronda la estructura novelesca aunque las situaciones tienen tintes teatrales, sobre todo cuando el autor se inclina hacia la novela policíaca o la crónica periodística.
Quizá no sepas si vale la pena comprar el libro o no, pero los adjetivos son impecables (¡mira, otro adjetivo!); y tú lo sabes. Si hubieras leído teátrico o novelecial, te habrías quedado pasmado (este deriva de pasmo). Sin embargo, ya casi no te suenan raros situacional, nutricional, educacional, posicional, observacional y viral (este último ya va camino de ser un sustantivo). Todos ellos son correctos, es decir, aceptados por la RAE, pero eso no significa que den un buen estilo a un texto. Sin embargo, surgen y se asientan; hay una explicación: muchos de esos adjetivos están imitando el equivalente en inglés en vez de usar un término ya acuñado (no hay nada en educacional que no exprese educativo).
Las palabras más largas no son más cultas ni el discurso al que se incorporan adquiere mejor estilo; a menudo ni siquiera son correctas.
Verbos que salen de sustantivos o de adjetivos
Encontrarás solo unos pocos de los muchos que hay en la tabla 2-7.

Formar verbos tiene una parte muy fácil, porque de entrada ya sabes que deben acabar en -ar, en -er o en -ir, pero no te fíes porque a menudo añaden a la palabra de la que derivan —un sustantivo, por lo general— algo antes de ese sufijo. Otra pista, los verbos nuevos suelen construirse con el sufijo -ar; por alguna razón inexplicable, ese sufijo se impone a los otros dos. Observa: escanear, clicar, digitalizar, chatear, guglear (este no está aceptado todavía, pero es muy útil). Y no creas que es así desde hace unos pocos años: telefonear, entrevistar, dinamitar...