Capítulo 1
¿De qué va la filosofía?
En este capítulo:
Arrojamos luz sobre algunos malentendidos habituales.
Ofrecemos una idea de algunas de las grandes ideas.
Hurgamos en la historia antigua y exploramos los orígenes de las ideas filosóficas clave.
En este capítulo descubrimos qué es la filosofía, y también lo que solía ser (que no es exactamente lo mismo). Inmediatamente resolvemos uno de los mayores problemas de la filosofía, el problema del conocimiento, y nos fijamos en las experiencias de un pollo avaricioso y un calcetín agujereado.
La filosofía es tierra de nadie entre la ciencia y la teología, y está expuesta al ataque de ambos lados.
Bertrand Russell
O, como prefieren decir los filósofos, la ciencia y la religión son en realidad dos rebanadas de pan, y la filosofía es algo así como la parte sabrosa del medio. Los científicos reducen el mundo a la materia, convierten el mundo en una máquina y destruyen el libre albedrío y el sentido. Por otro lado, los tipos espirituales, que buscan el sentido y quieren la libertad para encontrarlo, se sienten atraídos por las religiones y por todas las actividades irracionales, como la astrología y la televisión; y no sienten la necesidad de hacer nada. ¡Parece que entre estos dos campos no queda mucho espacio para la filosofía!
Pero entonces, desde fuera, la filosofía parece ser un tema un poco peculiar, por no decir inútil, lleno de enigmas y preguntas sin respuesta como: ¿el rey de Francia es calvo? o ¿existe esta mesa? Preguntas que no haría nadie en su sano juicio.
De hecho, los cursos de filosofía a menudo empiezan (pretenden refutar la crítica, pero la refuerzan sin darse cuenta) preguntando qué es la filosofía, una pregunta que no se plantea ninguna disciplina que se respete a sí misma. ¿Qué es la química? ¿Qué es la cocina? ¿Qué es la geografía? Sin embargo, no hay duda que a los filósofos les gustan las preguntas del tipo “qué es”, y les parece que lo que hay que hacer es preguntarlo también sobre su propia materia. Después de todo, para ellos la cuestión es hacer preguntas, no responderlas.
La filosofía es una materia que no tiene un contenido en particular ni cubre ninguna área específica. Es, más bien, una especie de cemento que intenta unir el resto del edificio intelectual (por decirlo de un modo un poco rimbombante).
O dicho de otro modo (menos rimbombante), la filosofía es una especie de abono. Amontónalo y se pudrirá y olerá mal. Espárcelo y resultará sorprendentemente fértil. Ésta era la opinión de algunos de los defensores de la filosofía a finales del siglo pasado. En el mismo tiempo, la gente de todo el mundo occidental se preguntaba qué sentido tenía la filosofía y decidía que no lo tenía. La gente estaba empezando a ver que los departamentos de filosofía, que entrenaban a la gente para plantear extrañas preguntas sin respuesta o para repetir oscuros fragmentos de antiguos textos, les hacían perder el tiempo. A la fría luz de las crisis económicas, los críticos considera los esfuerzos de los filósofos para investigar los siguientes problemas sagrados de la filosofía y otros parecidos como un gasto inútil:
¿Cómo sé que existo?
¿Cómo sé que Dios existe?
¿Cómo sé que el mundo existe?
¿Es blanca la nieve?
Si un árbol cae en un bosque y no hay nadie allí para oírlo, ¿hace ruido?
Pero, por otro lado, los esfuerzos de la gente práctica para dar sentido a sus útiles materias (de los médicos, abogados, astrónomos, físicos, químicos, historiadores, lingüistas... lo que sea) parecían volver siempre a algunas cuestiones paradójicas o difíciles que, en esencia, son también filosóficas. Así que, aunque echasen por la puerta la filosofía como pasatiempo de las clases acomodadas, por la ventana les entró la filosofía como estudio práctico, en forma de minicursos filosóficos de ética médica, ética empresarial o pensamiento crítico y, para los científicos, en forma de teorías del espacio y el tiempo.
Y de algún modo esto fue un retorno a las raíces de la filosofía, porque para los antiguos griegos (que inventaron la palabra pero que, a pesar de lo que puedas leer por todos lados, ¡no inventaron la actividad!), la filosofía es fundamentalmente una guía para la acción, para ayudar a responder la eterna pregunta: ¿qué debo hacer?
Para mucha gente de mentalidad filosófica de hoy en día tiene mucho sentido evitar el uso de la palabra “filosofía” y estudiar cuestiones prácticas en su lugar.
Quizá el médico se plantee preguntas como:
¿Cuándo empieza la vida?
¿Qué es la conciencia?
Los empresarios pueden querer resolver dudas como:
¿Cuándo las empresas de éxito se convierten en monopolios?
¿Están las organizaciones obligadas a distribuir la riqueza?
Y los físicos y químicos se preguntan:
¿Puede el tiempo fluir hacia atrás?
¿Hay alguna forma de agua en Marte, formada por tres átomos de hidrógeno y dos de oxígeno (H3O2 en vez de H2O)? Y, si es así, ¿todavía es agua?
Al cabo de un rato, la gente empieza a preguntarse:
¿Los unicornios tienen uno o dos cuernos?
¿Todos los solteros son (realmente) hombres no casados?
Pero ¡espera! ¿Esto no se parece cada vez más a los viejos y tradicionales cursos de filosofía? ¡Las preguntas no son en absoluto prácticas! ¿Qué ha cambiado? Y la respuesta es, por supuesto, que nada ha cambiado. A los filósofos, después de todo, no les gusta el cambio. Les gustan la verdad y la certeza. Les gustan los problemas en los que pueden ser los únicos expertos. Sin embargo, aunque los filósofos profesionales son reacios al cambio, cuando la gente práctica le echa un vistazo al tema los fundamentos de la filosofía se vuelven más claros.
Guías recientes sobre qué es la filosofía
¿Te preguntas qué es realmente la filosofía? Estos cuatro autores ofrecen algunas de las respuestas más populares:
“¿Qué es filosofía? Ésta es una cuestión muy difícil. Una de las maneras más fáciles de responder es decir que la filosofía es lo que hacen los filósofos y, a continuación, señalar los escritos de Platón, Aristóteles, Descartes... y otros filósofos famosos.”
Nigel Warburton en Filosofía:
los fundamentos
“Filosofía, nombre. El tema de este diccionario. Aquellos que la estudian aún no están, en la actualidad, de acuerdo en cómo deberían definir su campo.”
Geoffrey Vesey y Paul Foulkes
en su Diccionario de Filosofía
“La filosofía es pensar sobre el pensamiento.”
Richard Osborne en Filosofía
para principiantes
“¿Qué es filosofía? Muchas personas que han estado estudiando y enseñando filosofía desde hace años no estarían de acuerdo en una definición... Así como sólo puedes aprender a nadar entrando en el agua, sólo puedes saber lo que pasa en la filosofía entrando en ella. Sin embargo, para describir la filosofía, vamos a intentar al menos una sugerencia plausible que cubre la mayor parte, si no todo, de lo que la gente que se dedica a pensar y a escribir sobre el tema hace constantemente. La sugerencia es que la filosofía es el estudio de la justificación.”
John Hospers en Introducción
al análisis filosófico
De todas ellas, la primera es lo que los verdaderos filósofos llaman un argumento circular, y plantea inmediatamente la pregunta: si la filosofía es lo que hacen los filósofos, ¿qué es lo que hace que alguien sea un filósofo? Esto es, claramente, hacer filosofía. Así que la única respuesta posible a esa pregunta es que lo que hace de alguien un filósofo es hacer filosofía. Parece plausible, pero en realidad la respuesta sólo nos lleva a dar vueltas en círculo.
La segunda respuesta es, francamente, una excusa. Sin embargo, ¡el escritor nos ahorra un montón de molestias! (Yo también he optado por esta respuesta cuando he editado un diccionario.)
La tercera respuesta es más artística, pero es falsa.
La cuarta respuesta es más complicada, pero básicamente dice que la filosofía es el estudio de las razones que tiene la gente para pensar como piensa, para profundizar un poco más en cualquier otro tema. Y así, tal vez, aunque parezca pasada de moda, la última respuesta puede todavía ser la mejor. Porque es la única respuesta que queda en pie cuando hemos echado las otras por tierra.
La filosofía no es un cuerpo de conocimientos con una serie de respuestas a los problemas comunes que deben aprenderse de memoria. La filosofía es una técnica, una forma de distanciarse y de examinar la realidad de modo que no sólo se entienda un poco mejor sino que también podamos actuar de una forma un poco más eficaz y alcanzar más completamente nuestros objetivos; vivir un poco mejor. Y no es una contradicción que nos encontremos que en nuestros días los auténticos filósofos no están en los departamentos de filosofía escudriñando revistas mal llamadas de filosofía, que se dedican a trocear el lenguaje (donde se discute sobre definiciones de palabras) o a hacer unos ejercicios matemáticos bastante raros (la lógica filosófica), sino en los hospitales, los tribunales de apelación, los laboratorios de física... en cualquier lugar a excepción de las torres de marfil.
Evidentemente, los filósofos profesionales también pueden ayudarnos a encontrar respuestas, cuando quieren. De hecho, los filósofos pueden tener un papel especial, como de árbitro o de juez de línea, en las disputas que surgen del fondo de las investigaciones o las prácticas de otras áreas y materias. Pueden entrar en otra área sin el estorbo de las presunciones excesivas y aclarar sus fundamentos. ¿Y qué podría ser más fundamental que decidir qué es lo que cuenta como conocimiento, en contraposición a la simple creencia o superstición? Porque a nadie le gusta creer que sabe algo si existe la posibilidad de que alguien pueda demostrarle más tarde que estaba equivocado. Muchos hechos son así; son cosas que piensas que conoces, pero, en realidad, sólo lo crees porque confías en la persona (o en el libro, o en el programa de televisión) que lo ha dicho, en lugar de saberlo de verdad. Existen muy pocas cosas que podamos conocer por nosotros mismos, directamente.
Cojamos por ejemplo el hecho de saber que se puede morder una manzana, porque es fresca y crujiente, a diferencia de una roca, que es muy dura, o saber que el Sol saldrá mañana. Parece que ambos son ejemplos muy seguros de cosas que sabemos pero, aunque no lo creas, los filósofos discuten incluso sobre ejemplos como éstos. Lo que les preocupa es que los dos supuestos no se basan en nada más que en experiencias pasadas, y las experiencias pasadas son una guía poco fiable.
El filósofo británico del siglo XX Bertrand Russell cuenta una bonita historia sobre unos pollos para ilustrar este problema. Estas aves domésticas viven en un pequeño gallinero fuera de la casa y todas las mañanas la esposa del granjero llega y les tira un puñado de grano. Tiene sentido, por lo tanto, que cada mañana se apresuren a salir del gallinero, dispuestos a pegar el primer picotazo al sabroso grano. Al menos ésa es la teoría que tienen los pollos sobre el asunto. Pero un día (y eso los pollos no lo saben) la esposa del granjero tiene la intención de hacer caldo de pollo. ¿Tiene sentido que esa mañana salgan corriendo a recibir a la esposa del granjero?
De hecho, para el pollo esa mañana no tiene sentido hacer otra cosa más que esconderse en los rincones más profundos del gallinero, pero no hay ninguna evidencia que el pollo pueda extraer del pasado que pueda alejarlo de su suposición ¡y sí que hay, en cambio, muchas pruebas a favor de su hipótesis! Esto es lo que los filósofos llaman el problema de la inducción, que es un modo complicado de referirse al supuesto de que lo que ya has visto te informa de lo siguiente que verás. La gente lo supone constantemente, pero filosóficamente no es válido; de hecho, es bastante ilógico.
¿Por qué actuamos de forma ilógica? La respuesta es, porque (como dice Locke) no tenemos elección. Si sólo actuásemos en función de lo que sabemos seguro, seguro que es cierto, no podríamos hacer demasiadas cosas.
Un diálogo entre pollos
Imagina una conversación entre dos pollos que una mañana se preguntan si se debe abandonar la seguridad de su gallinero.
Pollo 1: Yo no salgo de aquí (a por el grano), no me fío de los granjeros.
Pollo 2: ¿Por qué no? Yo confío en ellos. Ayer nos dieron grano, anteayer nos dieron grano, el día antes nos dieron grano... ¡Nos han dado grano durante tanto tiempo que ya ni recuerdo cuándo empezaron a hacerlo! Yo creo que hoy también nos van a dar un poco de grano.
Pollo 1: Bueno, no sé, ésos son sólo hechos pasados. No prueban nada sobre lo que va a pasar esta vez. No es ningún tipo de demostración lógica, ¿verdad?
Pollo 2: Me parece recordar que he oído en alguna parte que el filósofo británico John Locke dijo una vez: “El hombre que en los asuntos ordinarios de la vida no admita más que la demostración directa, de lo único que puede estar seguro sobre el mundo es de que morirá pronto.”
Pollo 1: (Impresionado) Bueno, sí, pero ¡tengo el presentimiento de que hoy los granjeros planean matarnos! Yo no salgo hasta que puedas convencerme de que es totalmente seguro.
Pollo 2: Bueno, mi cobarde amigo, yo tengo una teoría que llamo el Principio de Conservación de las Convicciones, que dice que puedes aceptar ciertas creencias básicas sin una prueba absoluta si para deshacerte de ellas tienes que tirar a la basura muchas de tus otras creencias. Las creencias son el mapa indispensable de la realidad que nos guía a través del día. El conocimiento, por otro lado, es más que nada un soporte adicional.
(El pollo 2 sale del gallinero y le parte el cuello la mujer del granjero, que prepara la comida del domingo.)
Unos cuantos filósofos famosos decidiendo qué cuenta como conocimiento real
El filósofo francés René Descartes distinguía las creencias claras y distintas de las otras, y las llamó conocimiento. Un filósofo del lenguaje más reciente, J. L. Austin, de Oxford, sugirió que decir que sabes algo es dar tu palabra de que es así, hacer un tipo especial de promesa. Por otro lado (y los filósofos siempre tratan de ver el otro lado de la cuestión), Francis Bacon, el filósofo inglés a quien se atribuye la frase “el conocimiento es poder” (en referencia al conocimiento práctico), dijo una vez: “Si uno empieza con certezas, terminará con dudas; pero si acepta empezar con dudas, terminará con certezas.”
En la práctica, mucha gente diría que, dada la fragilidad humana, es suficiente decir que sabes algo si:
Crees que es así.
Tienes una razón buena o relevante para creer lo que crees.
Lo que crees que sabes es realmente como crees; así que ¡tienes razón!
Éste es el conocimiento en el sentido en que los filósofos llaman al conocimiento “una creencia cierta y justificada”. Se dice que, porque lo creemos, esto es una creencia; y que si tenemos razones para nuestra creencia, ésta es una justificación, y si además es cierta, ésta es la verdad. ¡Descifrar el conocimiento es fácil! Sin embargo, en muchos casos, como el del pollo 2 (lee el recuadro anterior), algunas afirmaciones satisfacen las tres condiciones y, no obstante, es posible que aun así no cuenten como conocimiento real; necesitamos alguna cosa más para estar absolutamente seguros. (En el capítulo 9 veremos qué puede ser esta otra cosa.)
Existen muchas formas distintas de saber algo. Podemos conocer un hecho, conocer a un amigo, y podemos saber pintar o atarnos los cordones:

Saber que esta fruta es sabrosa, que dos más dos son cuatro o que mañana hará buen tiempo.
Saber cómo leer, montar en bicicleta o formular argumentos lógicos.
Conocer el mejor modo de llegar a la ciudad en hora punta, conocer una tienda de quesos muy buena o conocer a los vecinos.
El primer tipo de conocimiento es el que más interesa a los filósofos, aunque discutan sobre qué cuenta como conocimiento a diferencia de la mera creencia o del simple juicio de valor.
Razones para la acción
Los hechos están muy bien, pero todo el mundo sabe que no son lo que nos guía en nuestro día a día. En lugar de seguir algún largo sistema de deducciones lógicamente válido, la gente sigue sus caprichos y sus prejuicios.
Sus acciones se ven afectadas por una compleja mezcla de emoción, sospecha y simples prejuicios. ¿Puede la filosofía ayudar a mejorar esto? No creas.
Se han escrito una gran cantidad de cosas complicadas y absurdas sobre esto, pero en el fondo, según un punto de vista generalmente aceptado, y como les gusta decir a los filósofos profesionales (léase aburridos), lo que guía nuestras acciones son nuestras creencias y deseos. ¡No hay lugar para los hechos!
creencia + deseo → acción
Por ejemplo, la creencia de que el dinero hace feliz a la gente, más el deseo de querer ser feliz puede conducir a la acción: “Voy a robar un banco.”
Pero ¿qué pasa si también creemos que robar bancos está mal? Entonces tenemos un conflicto de creencias que debemos resolver. Y aquí es donde entra en juego otro gran uso de la filosofía: el de decidir qué es lo correcto (exploro esto en el capítulo 13). ¡Es una lástima que la gente no use más este aspecto de la filosofía!
Puedes creer que separar los hechos de la opinión es bastante simple, pero espera hasta haber leído el periódico de hoy, o hasta haber leído un poco más de filosofía. Puedes creer, por ejemplo, que tu ubicación en el espacio y el tiempo es bastante segura, pero muchos físicos dirían que, estrictamente hablando, no hay una respuesta absoluta o verdadera y que se trata más bien de una cuestión convencional. O puedes creer que el hombre del tiempo que dice que mañana lloverá en realidad no sabe si lloverá o no, pero si al final tiene razón, entonces ¿qué? ¿lo sabía realmente?
Los filósofos tienden a reducir la tarea de definir el conocimiento a las afirmaciones más simples, incluso si resulta que son poco más que tautologías (lo mismo dicho dos veces). Prefieren que la gente diga cosas como “las manzanas son manzanas”. Aléjate de estas afirmaciones simples y te equivocarás. Por ejemplo, “las manzanas son frutas” sólo puede afirmarse con seguridad porque todo el mundo está de acuerdo en..., bueno, en que las manzanas son frutas. Pero ¡ay de ti si dices que las fresas son frutas! Limítate a “las fresas son fresas” y no te equivocarás...
Cuando se llega a este punto, la búsqueda del conocimiento trata realmente acerca de dar sentido a diferentes tipos de creencias. Y, para decirlo así, está claro que hay diferentes tipos de conocimiento como hay diferentes tipos de creencias. Quizá la distinción más importante para la filosofía es la que existe entre hechos y opiniones o, para usar la jerga habitual, entre las afirmaciones objetivas y subjetivas:

Las afirmaciones objetivas son sobre las cosas de “ahí fuera”, del mundo que conocemos a través de los sentidos, a través de la experiencia y a través de la medición. Esto es lo que los filósofos llaman el conocimiento empírico.
Las afirmaciones subjetivas se basan en cosas como las opiniones personales, los valores, los juicios y las preferencias. Éstas son las afirmaciones que otorgan a la vida sentido y valor, aunque, por lo general, desde Platón, los filósofos han dado a las afirmaciones subjetivas un estatus más bajo que a las supuestamente objetivas.
La gente suele pensar en los filósofos como en gente que se ocupa sólo de ideas y abstracciones, y deja el mundo físico a gente menos inteligente como, por ejemplo... los científicos. Y puede rastrearse este prejuicio (porque eso es lo que es en realidad) hasta la figura más importante de la filosofía antigua: el propio Platón. Pero Platón no logró convencer a Aristóteles, que pasó casi veinte años estudiando bajo su tutela, de que se ocupase sólo de las ideas. El método de Aristóteles para obtener conocimiento era, en cambio, el de buscar a su alrededor, tanto en la evidencia física como en las opiniones convencionales de la época (algo que su maestro, Platón, despreciaba sobremanera).
Uno de los experimentos más influyentes de Aristóteles consistía en decidir si la Tierra se encontraba, o no, fija e inmóvil en el centro del universo.
En realidad, hace más o menos dos mil años, la mayoría de la gente creía que la Tierra era plana y estaba fija en el espacio. ¿Por qué pensaban eso? Bueno (¡no te lo vas a creer!), pues porque algunos filósofos los habían convencido con sus argumentos. Bueno, la verdad es que otros, el sabio Eratóstenes, por ejemplo, sí sabían que la Tierra era redonda e incluso muchos negaban que estuviese inmóvil en el espacio. Ahora todo el mundo dice que la Tierra es una esfera que da vueltas alrededor del Sol. Si crees que esto es correcto, al menos debes contarlo como un ejemplo de como “todos” pueden estar equivocados. Y como una muestra de lo influyente que puede ser la filosofía, para bien o para mal.
Pero, en realidad, ya había habido entre los antiguos algún debate sobre la cuestión, porque uno de ellos, Arquímedes, había explicado (en El contador de arena) que había oído que un tipo llamado Aristarco había escrito un libro que contenía ciertas hipótesis, entre las cuales había algunas tan sorprendentes como éstas:
Las estrellas y el Sol no se mueven.
La Tierra gira alrededor del Sol en la circunferencia de un círculo, el Sol yace en el centro de la órbita.
La distancia entre la Tierra y las estrellas fijas es enorme.
El libro de Aristarco, sin embargo, se perdió en la batalla de las ideas, incluso a pesar de que su teoría del movimiento de Tierra tuvo una gran influencia sobre un ex boxeador llamado Cleantes, que, entre otras cosas, era el jefe de los estoicos en la Antigua Grecia (los estoicos fueron un grupo de filósofos cuyo nombre ha acabado significando, en el lenguaje corriente, ¡gente que aguanta bien el dolor!). Cleantes recomendó el enjuiciamiento de Aristarco...
“... acusado de impiedad por poner en marcha el corazón del universo [y] suponer que el cielo permanece en reposo y la Tierra gira en un círculo oblicuo, mientras que rota, a la vez, sobre su propio eje...”.
Afortunadamente, Aristarco nunca fue procesado, aunque su libro pareció desaparecer. En cambio, fue la confusa teoría de otro grupo de filósofos antiguos, los pitagóricos, la que, poniendo a la Tierra y al Sol a orbitar alrededor de un “fuego central”, desafió la impresión cotidiana de que los seres humanos vivían en una roca inmóvil con los cielos y el Sol dando vueltas a su alrededor. Platón estaba muy influenciado por los pitagóricos, e incluso da indicios (en el Timeo) de la idea, entonces bastante chocante, de que la Tierra podría estar rotando sobre su eje.
La idea de Aristarco de que la Tierra puede estar moviéndose ¡estaba calando! Por supuesto, ya sabemos que Aristarco estaba en lo cierto, y Cleantes y todos los demás estuvieron equivocados durante siglos. La historia de cómo la filosofía llevó a la gente a pensar que la Tierra (y por lo tanto la humanidad misma) se encontraba realmente fija e inamovible en el centro del universo nos sirve de advertencia.
Todo se reduce a un simple argumento filosófico planteado por Aristóteles en un texto especialmente incoherente llamado “Sobre el cielo”. Comienza por recordar a sus lectores que los pitagóricos piensan que
“... que en el centro hay fuego, mientras que la Tierra, que es vista como una de las estrellas, se mueve en un círculo que produce el día y la noche...”.
Y después descarta rápidamente la idea como “imposible”. Puede verse, explica Aristóteles, al considerar la evidencia de los ojos, sobre todo la de que una roca lanzada verticalmente hacia arriba cae verticalmente hacia abajo, en lugar de un poco de lado, como haría si la Tierra se estuviese moviendo. En cambio, todos los objetos se comportan de un modo muy similar y sensato, y no hacen más movimientos que los imprescindibles para volver al centro del universo. Para Aristóteles, esto demostraba que “la Tierra y el universo tienen el mismo centro”, y dedujo que la Tierra no debe ser sólo inmóvil en el espacio, sino también inmóvil en su eje.
Por supuesto, las rocas (y otras cosas) caen hacia abajo, pero no por la razón que da Aristóteles. Tiene que ver con la gravedad, pero en aquel entonces tal concepto ni siquiera se había inventado. Esto ilustra el importante principio filosófico de que lo que observas no sólo depende de lo que está “ahí fuera” (los hechos), sino de lo que está “aquí dentro” (en tu cabeza). Es decir, lo que observas depende de tus conceptos y sí, también de tus creencias. Ésta es una idea a la que siempre acabas volviendo en cualquier parte de la filosofía que estudies.
Por el momento, baste decir aquí que cuando (unos cuatrocientos años más tarde), el astrónomo Ptolomeo construyó su imagen cosmológica, colocó la Tierra en el centro, inmóvil como una roca, tal y como parece ser en la vida ordinaria. Y allí permaneció durante miles de años hasta que otro filósofo-astrónomo, Galileo, sacudió las cosas argumentando lo contrario.
Puede parecernos fácil reírnos de la gente que pone la Tierra en el centro del universo y hace que el Sol y las estrellas pululen obedientes a su alrededor, pero, por diversas razones, ésa es la forma más sensata de actuar. Después de todo, piensa por un momento en tu propia posición en el universo. ¿Dónde estabas exactamente hace un minuto? ¿En el mismo lugar? A lo mejor, si estás en un tren, puedes decir (astutamente): “No, estaba a unos 20 kilómetros de distancia!” Pero si estás tranquilamente sentado en algún sitio, parece extraño decir: “Estaba a 100 kilómetros de distancia, debido a la rotación de la Tierra sobre su eje.” Y más extraño aún decir: “Estaba a 1.000 kilómetros de distancia debido a la rotación de la Tierra alrededor del Sol.” ¡Y esto dejando de lado la rotación del sistema solar alrededor del centro de la galaxia y la expansión de la galaxia alejándose del lugar del Big Bang!
En realidad, a lo largo de los siglos, este modelo centrado en la Tierra ha sido una herramienta valiosa para barcos y navegantes, e incluso para la predicción de fenómenos celestes como los eclipses. De hecho, científicamente hablando, para hacer que tenga sentido hablar de los planetas como girando alrededor del Sol tienes que aceptar todo tipo de extrañas ideas que tienen que ver con lo que el gran físico del siglo XX Albert Einstein describió como objetos celestes cayendo a través de un espacio-tiempo curvo; lo cual no es en sí mismo una suposición de sentido común.
Puedes leer más sobre algunas de las impresionantes (y no tan impresionantes) conclusiones de Aristóteles en los capítulos 4 y 8, pero la idea de que el conocimiento real tiene que estar basado, en última instancia, en la percepción sensorial no es sólo de Aristóteles. Uno de los filósofos más sensatos de Gran Bretaña, John Locke, que escribió en la Inglaterra del siglo XVII, tenía puntos de vista igual de sensatos. El hijo sensato de una familia de sensatos comerciantes de clase media de Somerset, estaba particularmente influenciado e impresionado por los nuevos descubrimientos de la filosofía natural (que es lo que hoy llamamos física); especialmente por los de su compatriota inglés Isaac Newton.
¿Cómo conforma nuestro mundo la filosofía de Newton?
La gran idea de Isaac Newton es que el mundo físico se compone de un montón de objetos que rebotan y chocan entre ellos, reaccionando a fuerzas como el impulso y la gravedad. Todo el mundo conoce su invención de una nueva ley, la gravedad, para explicar por qué las manzanas se caen de los árboles. ¡Es difícil imaginar cómo se las arreglaron antes de él sin la gravedad! Sin embargo, tómate un minuto y verás que en realidad la idea es bastante extraña, porque la gravedad actúa instantáneamente, de forma invisible y a través de grandes huecos vacíos de espacio. Es la filosofía, no la ciencia, la que suele salirnos con este tipo de cosas.
Una de las visiones de sentido común de Locke fue que “reunimos todos los materiales del conocimiento humano” del mundo que nos rodea (es decir, todos los hechos y opiniones que compartimos sobre el mundo y sobre cómo funciona) a través de la percepción sensorial o, indirectamente, a través de nuestro mundo interno por introspección; es decir, pensando (o medio recordando) las cosas que hemos visto, olido o probado antes. Pero ¿es eso cierto? Puedes echar un vistazo a algunas de las razones que nos llevan a pensar que, después de todo, la recopilación de conocimientos no es tan simple en los capítulos 10 y 11. No obstante, para Locke, todo es coser y cantar. Él creía que el cerebro es una especie de tabla rasa de cera en la que los objetos externos van dejando sus marcas. Locke lo expresa así:
“Todos esos sublimes pensamientos que se remontan por encima de las nubes, llegando hasta el mismo cielo, nacen y tienen su base aquí; en toda esa vasta extensión por la que va divagando en alas de esas remotas especulaciones que parecen elevarse hasta regiones sublimes, la mente no se mueve ni en línea más allá de aquellas ideas que la sensación o la reflexión han suministrarlo a la contemplación.”
Las ideas de Locke han tenido una gran influencia. Mira, por ejemplo, la distinción que hizo entre cualidades primarias y secundarias:

Las cualidades primarias son de alguna manera fundamentales e inseparables del objeto; como la solidez, la extensión, la forma, que el objeto esté en reposo o en movimiento, y el número.
Las cualidades secundarias (los colores, olores, sonidos y demás), como dice Locke en el libro II de su clásico Ensayo sobre el entendimiento humano, no son “en verdad” nada que esté en los objetos mismos, sino simplemente “poderes de producir en nosotros diversas sensaciones”. Una calidad secundaria del fuego, por ejemplo, es que produce dolor. (En ciertas circunstancias; en otras produce calor.) El dolor no es una parte esencial de fuego, ni (¡atención!, los filósofos adoran este ejemplo) ser blanco una parte esencial de la nieve.
Las cualidades secundarias son propensas al error, debido a unas gafas azules, a un resfriado o a lo que sea. (¡Oye!, hoy todo se ve azul, y mi tarta de manzana no huele demasiado bien...) Pero, como rápidamente señaló otro británico (irlandés, para ser exactos), el obispo George Berkeley, lo mismo puede decirse de las cualidades primarias, como el peso y el tamaño. Por ejemplo, los objetos pueden parecer más pequeños cuando están lejos, y cuando estás cansado puede parecerte que la bolsa de la compra pesa más de lo habitual.
El objetivo del obispo era recordarle a la gente que el sentido común se equivoca a menudo. Sin embargo, la opinión de Locke de que el mundo físico consta solamente de materia en movimiento se convirtió en la base aceptada de las teorías del sonido, el calor, la luz y la electricidad. Y aún hoy, cuando la mecánica cuántica funciona sobre principios por completo distintos, la mayoría de la gente sigue pensando como él, equivocadamente (basándose en falsas creencias) o no.
Pero el sentido común tiene sus límites.
John Locke lo reconoció cuando propuso una hipótesis relacionada con su calcetín favorito, al que se le hace un agujero. Se preguntaba si el calcetín seguía siendo el mismo después de coserle un parche. De ser así, ¿seguiría siendo el mismo calcetín después de un segundo parche o incluso de un tercero? En efecto, sería todavía el mismo calcetín muchos años más tarde, incluso después de que todo el material del calcetín original hubiese sido reemplazado por parches.
El problema del calcetín le preocupaba, por lo menos un poco, porque si el calcetín es el mismo a pesar de todos esos cambios prácticos, sólo podía ser porque existía algo más allá del calcetín físico, “perceptible por los sentidos”, y definido por su ubicación en el espacio y el tiempo.
No mucho tiempo después, leyendo la teoría de Locke, Berkeley escribió (en Los principios del conocimiento humano) que
“... en general, me inclino a pensar que la mayor parte de las dificultades, si no todas, que han distraído hasta ahora a los filósofos y les han cerrado el camino hacia el conocimiento se deben por completo a nosotros mismos, que primero levantamos una polvareda y luego nos quejamos de que no podemos ver”.
En un intento de disipar parte de esta “polvareda filosófica”, el buen obispo se acercó a una de las teorías filosóficas más extrañas, más citadas (y menos entendida) de todas. Ideó la doctrina de que esse est percipi (“ser es ser percibido”). En otras palabras, los objetos materiales, todo en el mundo que nos rodea, sólo existen al ser percibidos por seres conscientes. A la objeción de que en ese caso un árbol en un bosque, por ejemplo, dejaría de existir cuando no hubiese nadie alrededor, Berkeley respondió que Dios siempre lo percibe todo. En su opinión, se trataba de un argumento definitivo, pero era un obispo.
Los mejores escritos de George Berkeley son los diálogos al estilo de Platón, y los escribió cuando aún estaba en la veintena. En un libro titulado Diálogos entre Hylas y Philonus (publicado en 1713) se encuentra su mejor argumento contra los científicos y el mundo de la materia opaca e inerte. El libro empieza con dos tipos discutiendo como lo harían en un taxi: Hylas, que habla como un taxista y en nombre del sentido científico común, y Philonus (un infeliz pasajero), que presenta la visión del propio Berkeley. Después de algunos comentarios amables al estilo de Sócrates y Platón, Hylas dice que se ha enterado de que su amigo cree que no hay tal cosa como la materia. ¡¿Puede haber algo “más fantástico, más repugnante al sentido común o una pieza más evidente de escepticismo que esto”?!, exclama.
Philonus trata de explicar que los datos sensoriales son, de hecho, mentales, como lo demuestra la experiencia diaria del agua tibia. Pon una mano fría bajo un chorro de agua y ésta parecerá caliente, pon la mano caliente y el agua parecerá fría. Hylas acepta este punto, pero se aferra a la realidad de otros casos cotidianos de la experiencia sensorial. Philonus dice luego que los gustos son o bien agradables o bien desagradables, y por lo tanto mentales, y que lo mismo puede decirse de los olores.
Hylas se atrinchera en este punto, y dice que los sonidos no viajan a través del vacío. De esto concluye que deben ser “movimientos de moléculas de aire” y no algún tipo de cachivaches mentales, como su amigo está tratando de hacerle creer. Philonus responde que si éste es realmente el sonido real no se parece en nada a lo que él conoce como sonido, con lo cual el sonido, después de todo, puede resultar ser también el fenómeno mental. Hylas sigue el mismo argumento en una discusión sobre los colores, cuando se da cuenta de que ellos también desaparecen en determinadas condiciones, como cuando ves una nube dorada al atardecer, pero de cerca es sólo una niebla gris.
Incluso algo como el tamaño varía en función de la posición del observador. Aquí Hylas, el hombre de paja de Berkeley, trata de defender amablemente el sentido común al decir que se debe distinguir entre el objeto y la percepción, aceptando que tal vez el acto de percibir se da todo en la mente, pero que aun así todavía existe un objeto material por ahí fuera. Philonus salta rápidamente, respondiendo: “Todo lo que se percibe de inmediato es una idea: y ¿puede una idea existir fuera de la mente?”. En otras palabras, la percepción, por ejemplo de un árbol, sólo existe en la mente; no “ahí afuera”. Incluso el cerebro de Hylas, Philonus indica descaradamente, ¡sólo existe en la mente!
La conclusión de Berkeley es que existen razones lógicas e imperiosas para concluir que el mundo físico es una ilusión y que en realidad sólo existen las mentes y los eventos mentales. Pero, si empiezas a pensar que todo esto es demasiado disparatado para tomarlo en serio y que es mejor atenerse a la ciencia, puede que te interese saber que el más grande científico del siglo XX, Albert Einstein, explicó (en 1938) que se había dado cuenta de que:
“... los conceptos físicos son creaciones libres de la mente humana y, a pesar de lo que pueda parecer, no están determinados únicamente por el mundo exterior”.
¿Son reales los colores?
Para los filósofos hay al menos dos problemas bastante complicados sobre el color. Uno de ellos es el de si realmente está “ahí fuera”, o sólo “aquí dentro”. ¿Está en la mente del espectador, o está formado por pequeñas vibraciones electromagnéticas? De todos modos, ¿qué diferencia existe entre una verdadera sensación de color y una imaginaria? (Las manchas grises en la imagen de abajo, conocidas como “la ilusión de la rejilla”, son reales o imaginarias?) No hay que olvidar a los daltónicos, que ven el verde como rojo, ni a la mayoría de los animales, que apenas ven ningún color. Peor aún, lo que es cierto de los colores también es válido para todas las otras percepciones sensoriales, incluso si John Locke y otros han tratado de señalar el color como un caso especial de conocimiento poco fiable.

Einstein llegó a ofrecer su propia metáfora del tictac de un reloj para explicar el problema de darle sentido al mundo:
“En nuestro empeño por comprender la realidad somos algo así como un hombre que intenta comprender el mecanismo de un reloj cerrado. Ve la esfera y las manillas en movimiento, e incluso escucha su tictac, pero no tiene forma de abrirlo. Si es ingenioso puede formarse una imagen de un mecanismo que podría ser responsable de todas las cosas que observa, pero nunca puede estar muy seguro de que su imagen sea la única que podría explicar sus observaciones. Nunca será capaz de comparar su imagen con el mecanismo real y ni siquiera puede imaginar la posibilidad o el significado de tal comparación”.
De hecho, como dice Einstein, la única manera de acercarse a las verdades fundamentales de la realidad es a través de la filosofía. El mundo es verdaderamente más complejo de lo que la gente por lo común cree. No es sólo que los filósofos inventen misterios.