3

 

 

 

 

No sé exactamente lo que esperaba antes de llegar a Los Ángeles, pero sí puedo decir esto: no esperaba tener a un lunático por hermanastro.

—¿Es el tercero? —suelto mientras los invitados a mi alrededor ignoran lo que acaba de suceder.

Yo, sin embargo, sencillamente no puedo quitarme la extraña escena de la cabeza. ¿Quién se cree que es ese tío?

—Pues sí —dice Rachael, y luego se ríe—. Lo siento por ti y, por tu bien, espero que tu habitación esté lo más lejos posible de la suya.

—¿Por qué?

De repente se la ve algo nerviosa, como si yo acabase de poner al descubierto su secreto más oculto y oscuro, y fuera lo más embarazoso del mundo.

—Puede ser terrible tenerlo cerca, pero, ey, yo no debería decir nada. No debería meter las narices donde no me llaman. —Con las mejillas sonrojadas y una sonrisa torcida en los labios, enseguida cambia de tema—. ¿Tienes planes para mañana?

Mi cabeza todavía le está dando vueltas a lo que acaba de decir sobre mi habitación.

—Sí..., espera, no. Perdón, no sé por qué he dicho que sí. Ehhh.

«Qué bien creas situaciones incómodas, Eden.»

Por suerte Rachael no me descarta por ser una completa idiota, por ahora. En vez de eso vuelve a reír.

—¿Quieres que hagamos algo juntas? Podríamos ir al Paseo o algo.

—Suena bien —comento.

Todavía estoy un poco distraída y un poco confundida y un poco irritada por la entrada tan grosera del Gilipollas. ¿Acaso no podría haber entrado, simplemente, por la puerta principal? ¿Era necesario que dijera todo eso?

—¡Es un sitio increíble para ir de compras! —Rachael continúa hablando, echándose el pelo rubio por encima de los hombros de vez en cuando, y azotándome ligeramente con él en la cara cada vez que lo hace. Finalmente deja de parlotear sobre el Paseo y dice—: Tengo un montón de cosas que hacer, así que me voy a ir a casa. Siento no poder quedarme más tiempo. Mamá quería que me pasara a decir hola de camino a casa. Así que hola.

—Hola —respondo.

Me dice que me verá mañana, y luego se marcha con la misma rapidez con la que llegó, dejándome sola con un grupo de adultos semiborrachos. Y Chase.

—Eden —dice al acercarse. Pronuncia mi nombre tan lentamente y con tanto cuidado que es evidente que lo está probando, para ver cómo suena en sus labios—. Eden — repite, esta vez mucho más rápido y contundente—. ¿Dónde está la gaseosa?

Sus amigos se acercan despacio hacia nosotros, con sus inocentes ojos muy abiertos y ansiosos. «Claro —pienso—, porque soy taaan amenazadora...»

—Probablemente en la mesa —sugiero—. Pregúntale a tu madre.

—Está dentro —dice Chase.

Y entonces, uno de sus amigos lo empuja hacia delante, riéndose como si fuese la mejor broma del mundo, y Chase choca conmigo con un golpe suave. Retrocede de inmediato y está, evidentemente, un poco avergonzado. Es entonces cuando me doy cuenta de que mi camiseta sin mangas está mojada.

—Perdón —balbucea.

Echa una mirada hacia abajo, al vaso de plástico vacío en su mano. Hace un segundo estaba lleno a un cuarto de su capacidad.

—No pasa nada —respondo.

De hecho es estupendo. Ahora tengo una excusa para entrar en casa y huir de esa horrible barbacoa mientras me cambio la camiseta. Entonces me escapo, entro en la casa casi haciendo piruetas de alegría. Si tengo suerte papá beberá una cerveza de más y no se percatará si decido no volver durante el resto de la noche. Pasaré el rato en mi sencilla habitación y llamaré a mamá o chatearé por vídeo con Amelia o tal vez me rompa las dos piernas. Cualquiera de esas opciones es mejor que quedarme sola fuera.

Dejo escapar un suspiro exhausto —ha sido un día infernal y agotador— y me dirijo hacia las escaleras. Pero casi ni he pisado el primer escalón cuando escucho unos tremendos gritos explosivos que retumban en las paredes del salón. Y siento demasiada curiosidad, estoy tan intrigada que ni siquiera pienso en ignorarlos. Así que no lo hago. Me acerco sigilosamente al pequeño hueco abierto de la puerta.

Desde mi limitada rendija veo a Ella, que cierra los ojos y hunde su cabeza entre las manos mientras se frota las sienes.

—Ni siquiera he llegado tarde —se excusa una voz masculina desde algún sitio al otro lado de la habitación. Su tono es duro e inmediatamente me doy cuenta de que pertenece al Gilipollas.

—¡Has llegado con dos horas de retraso! —le grita Ella, y yo doy un paso atrás cuando abre los ojos de repente. Tengo miedo de que me vea.

El Gilipollas se ríe.

—¿En serio crees que voy a volver a casa para presenciar una maldita barbacoa?

—¿Qué problema tienes esta vez? Olvídate de la barbacoa —dice Ella, y se pone a caminar de arriba abajo por la alfombra color crema—. Estabas comportándote como un crío incluso antes de bajarte del coche. ¿Qué te pasa?

Él está un poco sin aliento mientras aprieta la mandíbula y ladea la cara.

—Nada —dice, rechinando los dientes.

—Es evidente que no se trata de nada. —El tono de Ella es severo y reprobador, no tiene nada que ver con la voz dulce que empleó conmigo hace tan solo quince minutos—. ¡Otra vez acabas de humillarme, delante de casi la mitad del barrio!

—Lo que tú digas.

—No debería haber dejado que te fueras —dice Ella, con un tono más bajo esta vez, como si estuviera enfadada consigo misma—. Debería haberte obligado a que te quedaras, pero no, por supuesto que no lo hice, porque intenté darte un poco de cancha y, como suele suceder, me explotó en la cara.

—Me habría ido de todas formas —replica el Gilipollas.

Da un paso y entra en mi campo de visión, sacude la cabeza mientras se ríe de Ella. Está de espaldas hacia mí y ahora tengo la oportunidad de poder echarle una mirada medio decente; la primera vez pasó por nuestro lado tan rápido que casi no tuve la oportunidad de asimilar nada.

—¿Qué vas a hacer? ¿Castigarme sin salir otra vez?

Su voz es grave y ronca, y su cabello es casi de color negro azabache. Lo lleva despeinado pero aseado, y sus hombros son anchos, y es alto. Parece una torre por encima de Ella, la supera por varios centímetros.

—Eres insoportable —murmura, apretando los dientes, pero cuando dice esto sus ojos parpadean por encima de su hombro durante una décima de segundo y fija la mirada directamente en mí.

La respiración se detiene en mi garganta mientras me alejo a toda prisa de la puerta, deseando desesperadamente que no me haya visto, que haya estado mirando hacia la puerta y no hacia la persona que se escondía detrás de ella. Pero mis deseos resultan ser una pérdida de esperanza cuando la puerta se abre de un tirón tras unos segundos, antes de que yo haya tenido la oportunidad de escapar.

—¿Eden?

Ella entra en el recibidor y sus ojos miran hacia abajo hasta que se fijan en los míos, porque yo estoy medio despatarrada en las escaleras. Mi patético intento de escapar hacia arriba no ha funcionado muy bien.

—Esto... —balbuceo.

Si mis brazos no se encontraran totalmente paralizados estaría llevándome las palmas de las manos a la cara con exasperación.

Y entonces, lo peor que puede pasar en el mundo sucede. El Gilipollas asoma la cabeza por el marco de la puerta y sale al recibidor a ponerse a nuestro lado, y es entonces cuando puedo verlo bien, de cerca, por primera vez. Sus ojos son color esmeralda —demasiado brillantes para considerarlos de un simple color verde y demasiado vibrantes para considerarlos normales— y se posan sobre mí de tal manera que un escalofrío me recorre la espalda. Aprieta la mandíbula otra vez, borrando por completo la sonrisa irónica de su cara.

—¿Quién demonios es esta tía? —exige saber, sus ojos parpadean al mirar hacia Ella mientras espera que le explique por qué hay una adolescente con cara de despistada que parece estar haciendo ejercicios aeróbicos en su escalera.

Puedo notar la vacilación en el rostro de Ella mientras considera cuidadosamente cómo responderle. Le toca el brazo con suavidad.

—Tyler —dice—, esta es Eden. La hija de Dave.

El Gilipollas —o, de manera más formal, Tyler— bufa:

—¿La cría de Dave?

Me incorporo un poco y me pongo de pie, pero este sigue mirando hacia otro lado.

—Hola —intento saludar.

Estoy a punto de extenderle la mano, pero entonces me doy cuenta de lo estúpida que me veo, así que en vez de eso entrelazo los dedos.

Sus ojos por fin vuelven a los míos. Se limita a observarme con intensidad. Me mira y me mira. Es como si nunca hubiera visto a otro ser humano hasta ahora, porque en primer lugar, se lo ve confundido, y luego enfadado, y luego perplejo otra vez. Sus ojos agudos me hacen sentir incómoda mientras me estudia, así que bajo la mirada y observo sus botas marrones y sus vaqueros durante un segundo. Cuando lo miro a hurtadillas, traga lentamente y desvía la vista hacia Ella.

—¿La cría de Dave? —repite, esta vez con un tono mucho más suave y con un dejo de incredulidad.

Ella suspira.

—Sí, Tyler. Ya te dije que iba a venir. No te hagas el tonto.

Está delante de Ella, pero con el rabillo del ojo me está mirando de pies a cabeza otra vez.

—¿Qué habitación?

—¿Qué?

—¿En qué habitación la habéis puesto?

Es una extraña sensación oírlo hablar de mí como si yo no estuviera aquí, y a juzgar por su reacción, supongo que desearía que ese fuera el caso.

—La que está al lado de la tuya.

Gime con dramatismo, exagerando su fastidio al saber que estaré cerca de él, y entonces se da la vuelta y me mira fijamente. Ahora me está observando de forma penetrante. ¿Acaso se cree que yo quiero vivir en esta casa con este patético intento de familia? Porque la respuesta es no.

Cuando ya me ha fulminado con la mirada durante un buen rato, como si quisiera hacer algún tipo de declaración de principios, empuja levemente a Ella para apartarla y luego se abre paso por mi lado y sube las escaleras hecho una furia.

Durante los largos segundos que pasan hasta escuchar un portazo, Ella y yo permanecemos en silencio. El hecho de que esperemos a escuchar cómo él cierra la puerta antes de hablar otra vez debe de ser algo cotidiano en esta casa.

—Lo siento —se disculpa Ella.

Se la ve realmente estresada y avergonzada, y me encuentro sintiendo empatía por ella. Si yo tuviera que tratar con un imbécil tan grande como él todos los días, probablemente tendría tres ataques de nervios cada veinticuatro horas.

—Es solo que él... Mira, volvamos al patio.

No, gracias.

—Chase derramó su bebida sobre mí, así que tengo que cambiarme la camiseta.

—Ah —dice. Enarca las cejas mientras estudia la mancha húmeda en mi camiseta sin mangas con un ligero mohín—. Espero que te haya pedido disculpas.

Mientras Ella se dirige al patio, yo por fin subo las escaleras —esta vez con rapidez, sin parecer deforme— y me derrumbo en mi habitación suspirando aliviada en el instante en que cierro la puerta. Por fin sola, sin que nadie me irrite.

Durante exactamente ocho segundos, hasta que la música comienza a retumbar en la habitación contigua, tan fuerte que temo que se derrumbe la pared. Rachael dijo que esperaba que mi habitación no estuviese cerca de la de Tyler. Y no estoy cerca, estoy al lado. Me quedo sin palabras y molesta y cansada mientras me detengo en el medio de la habitación y miro fijamente hacia la pared. Al otro lado duerme un imbécil.

Por suerte, tras cinco minutos la música se apaga y vuelve el silencio. El único ruido es el de una puerta que se abre. Tal vez mi hermanastro ya se haya calmado. Y es esta esperanza la que provoca que me acerque a mi propia puerta y la abra despacio para encontrarme con los feroces y nada calmados ojos de Tyler.

—Hola —intento saludar otra vez. Si esta persona es un miembro estable de mi nueva «familia», necesito por lo menos hacer un esfuerzo—. ¿Estás bien?

Los ojos color esmeralda de Tyler se ríen de mí.

—Adiós —dice.

Con la misma camisa roja de franela y las botas marrones en los pies, baja las escaleras suavemente y sale por la puerta principal sin que nadie se percate de su huida aparte de mí. Es evidente que está castigado y no puede salir, pero parece que le importa un pepino.

Yo suspiro y arrastro los pies hacia mi habitación. Por lo menos lo he intentado, que es mucho más de lo que él puede decir. Me quito el blazer y la camiseta, y la dejo caer en el suelo antes de desplomarme encima de mi nueva cama por primera vez. El colchón de espuma traga mi cuerpo, y cuando desarrollo la habilidad para desconectar del ruido de la música entremezclado con las carcajadas borrachas, miro fijamente hacia el techo y solo respiro. Sigo respirando incluso cuando se escucha el rugir de un motor desde afuera y un coche sale catapultado por la calle. Supongo que se trata del de Tyler.

Uso la siguiente hora para llamar a Amelia, hago hincapié en lo insoportable que fue la barbacoa y lo aburrido que es mi padre y lo idiota que es Tyler. A mamá le hago el mismo resumen.

—Eden. —La voz de papá hace eco a través de mi puerta un poco más tarde, cuando ya estoy medio dormida. Abre la puerta y entra incluso antes de que le dé permiso—. Bueno, ya se han ido a casa casi todos los vecinos — dice. Huele a carne quemada y a cerveza—. Nos vamos a meter en la cama. Ya doy el día por acabado.

Le doy unas buenas noches rápidas y me giro hacia la pared, enterrando la cabeza en el edredón cuando él sale. La gente dice que o bien es sumamente fácil dormirse en una cama extraña, o muy muy difícil. Y ahora mismo, a pesar de la fatiga que inunda cada centímetro de mi cuerpo, me doy cuenta de que es lo segundo. Me vuelvo y me presiono la frente con la mano. El calor del día está atrapado en mi nueva habitación, y todavía no han puesto en marcha el aire acondicionado. No puedo decidir si está roto o si papá se ha olvidado por completo de ponerlo. Sea como sea, se lo diré por la mañana.

Paso una hora dando vueltas en la cama hasta que finalmente me duermo. Durante exactamente cuarenta y siete minutos. Parece que nada dura mucho tiempo en esta casa hasta que alguien interrumpe.

Había supuesto que si algo me iba a despertar sería el abrasador calor de mi habitación, no el sonido de gemidos borrachos rebotando en mi ventana abierta. Los murmullos, alaridos y algunas palabrotas me hacen aguzar el oído y abrir los ojos. Me arrastro por el suelo con las rodillas desnudas, despacio y en estado de alerta. Echo un vistazo por encima del alféizar de la ventana. El aire fresco de la noche sobre mi cara me produce una sensación estupenda.

—No —un Tyler borracho le dice al aire—. No. —Su expresión es totalmente solemne. Una de sus manos está apoyada con firmeza en el césped—. ¿Qué está sucediendo? —Dado que está hablando consigo mismo, su voz es un susurro. Me imagino que debe de haber vuelto a casa caminando, ya que su coche no se ve por ningún lado; eso me tranquiliza, porque significa que tiene algo de sentido común. Conducir bajo los efectos del alcohol es una estupidez demasiado grande, hasta para él—. ¿Cuándo pasó la medianoche? —Una tremenda risotada se le escapa de los labios y se pierde en el aire.

—Ey —me hago oír por la ventana mientras me siento y la abro un poco más—. Aquí arriba.

Los ojos en blanco de Tyler tardan varios segundos en localizar mi voz, y cuando me ve en la segunda planta me fulmina con la mirada.

—¿Qué demonios quieres?

—¿Estás bien? —En cuanto las palabras salen de mi boca, me doy cuenta del poco sentido que tiene la pregunta. Es evidente que no lo está.

—Abre la puerta —me ordena.

Pronuncia las palabras con algo de dificultad. Con un movimiento de la cabeza, avanza haciendo eses por debajo del techo inclinado y fuera de mi vista.

Dado que me he desnudado casi del todo, salvo por la ropa interior, para intentar refrescarme, enseguida cojo lo primero que pillo a mano y me lo pongo mientras corro hacia abajo por las escaleras. Tengo cuidado de no hacer ruido. Mantengo la luz apagada y piso con suavidad. El contorno de su figura se trasluce con nitidez por los paneles de cristal de la puerta principal.

—¿Qué estoy haciendo? —susurro mientras toqueteo la cerradura.

El Gilipollas que no ha hecho más que fastidiarme, me pide que lo deje entrar en casa ¿y yo le hago caso? Sin embargo, sin vacilar, abro la puerta en cuanto oigo el clic de la cerradura.

—Te has tomado tu tiempo, ¿eh? —Tyler balbucea mientras se cuela y pasa por mi lado. Emana un encantador aroma a alcohol y tabaco.

Cierro la puerta y le doy la vuelta a la cerradura otra vez.

—¿Estás borracho?

—No —miente. Su amplia sonrisa de inmediato se convierte en una mueca de superioridad—. ¿Ya es por la mañana?

—Son las tres de la madrugada.

Se ríe entre dientes y luego intenta subir por las escaleras, pero no hace más que tropezar y caerse.

—¿Cuándo pusieron estas cosas aquí? —pregunta mientras da golpecitos sobre uno de los escalones—. Antes no estaban.

Lo ignoro.

—¿Quieres agua o algo?

— Otra cerveza —es su respuesta.

En la oscuridad, veo que llega al rellano y luego desaparece en su habitación, por suerte sin dar un portazo esta vez. Seguro que Ella haría que alguien lo asesinara si lo viese ahora mismo, borracho e incapaz de mantenerse en pie durante más de unos segundos.

Enseguida sigo su ejemplo, subo las escaleras sigilosamente y me meto en mi habitación, me quito la ropa otra vez y la tiro descuidadamente en el suelo. En el cuarto sigue haciendo un calor increíble, así que en vez de arrastrarme hacia la cama y morir de una lipotimia, me siento bajo la ventana. Apoyo la cara en el cristal frío y respiro el aire nocturno. Veo una lata de cerveza aplastada al lado del buzón.

Gilipollas.